17 septiembre 2018

Las ocho montañas - Paolo Cognetti


Edición: Literatura Random House, 2018 (trad. César Palma)
Páginas: 240
ISBN: 9788439734123
Precio: 17,90 € (e-book: 8,99 €)
Lo que debía proteger, en mí, era la capacidad de estar solo. Había necesitado tiempo para acostumbrarme a la soledad, para encontrar un espacio donde poder acoplarme y sentirme bien; sin embargo, sentía que la relación con ese espacio seguía siendo difícil. Por eso volvía a casa como si reanudase la confianza con ella. Si el cielo no estaba cubierto, pronto apagaba la linterna. Solo necesitaba un cuarto de luna y las estrellas para intuir el sendero entre los alerces. Nada se movía a esa hora salvo mis pasos y el torrente, que seguía sonando y gorgoteando mientras el bosque dormía. En el silencio su voz era clara y podía distinguir los tonos de cada meandro, rápido, cascada, atenuados por la espesura de la vegetación y cada vez más nítidos en el pedregal.*
Cuenta un mito budista que existe un monte muy alto, el Sumeru. A su alrededor, ocho montañas y ocho mares conforman el mundo tal como lo conocemos. Hay quien intenta llegar a la cima del Sumeru, empecinado, y hay quien se dedica a recorrer las demás montañas, vagando sin rumbo. Se preguntan: al final de la vida, ¿quién aprendió más, el que alcanzó la cúspide del monte sagrado o el que deambuló por la periferia? Este mito inspiró Las ocho montañas (2016), Premio Strega y Prix Médicis Étranger, además de un éxito de ventas en varios países, que ha consolidado a Paolo Cognetti (Milán, 1978) como uno de los escritores europeos más interesantes del momento. Escribe con palabras sencillas, pero de significados profundos; un estilo templado, fluido y sutil, que penetra en el lector sin aspavientos. La amistad a lo largo del tiempo, la paternidad, la soledad y el exilio interior son algunos de los temas que explora en una historia que se desarrolla en un paraje casi extinguido, el de los pueblos rurales medio deshabitados. El propio Cognetti, como los personajes de su libro, vive desde hace años entre su ciudad natal y la montaña, experiencia que narra en El muchacho silvestre (2013).
En esta novela hay un hombre que permanece en una sola montaña, la más importante para él; y otro que, desarraigado, viaja a los montes lejanos sin establecerse en ningún sitio. Pero empecemos por el principio. En el principio, esos hombres son dos niños que pasan los veranos juntos: por un lado, Pietro, el narrador, un muchacho de ciudad que veranea en un pueblo de los Alpes; por el otro, Bruno, el habitante más joven de esa pequeña localidad, que nunca ha salido de allí. Encarnan microcosmos distintos, y no solo por el hábitat: Pietro crece en una familia de clase media, con unos padres atentos, mientras que en el entorno de Bruno reina el desorden, con un padre ausente y una madre taciturna, el chico se cría entre animales y naturaleza, abandona el colegio temprano sin que a nadie le importe. Pietro tiene una existencia ordenada, como la de muchos chavales de su quinta; Bruno, en cambio, es un niño montañés en una época (las últimas décadas del siglo XX) en la que esa forma de vida no resulta habitual en un menor. Desde el comienzo, desde esa infancia, hay algo en Bruno de cuasi extinguido, de chiquillo que vive como se vivía antes, un mundo ya sepultado.
Tanto Pietro como Bruno son dos grandes solitarios desde pequeños; la suya es una unión un tanto extraña, forzada por los padres del primero, que poco a poco fluye entre incursiones en la naturaleza y lecturas compartidas. Bruno le enseña la montaña a Pietro, y Pietro le descubre un poco de cultura a Bruno. La relación, no obstante, resulta desigual: el narrador desconoce en buena medida la situación del amigo –solo intuye, sospecha, a partir de murmullos y observaciones­­–, pero Bruno entra en su casa gracias a la predisposición de los padres de Pietro, que ayudan al joven montañés. En cierta etapa, conforme entran en la adolescencia, la relación de Pietro con su padre se enfría, al tiempo que este último estrecha su cercanía con el montañés. Bruno siente una profunda admiración por los padres de su amigo; representan todo aquello que él no tiene. Cognetti retrata con sutileza estas «descompensaciones» afectivas, siempre a través de la mirada de Pietro, un punto de vista parcial, como toda primera persona, que mantiene un halo de misterio en torno a Bruno, ese chico de las montañas, tan próximo a él y sin embargo tan impenetrable.
La obra tiene una estructura soberbia que permite conocer el alcance de esta amistad a lo largo de la vida: en la primera parte, la infancia, los veraneos en la montaña; en la segunda, entre el final de la niñez y la juventud, un punto de inflexión para Pietro, un regreso a la montaña después de muchos años de distancia; por último, en la tercera parte, son dos adultos que ajustan cuentas con el pasado. Bruno, siguiendo el camino esperado, se queda en la montaña, sin otra aspiración que continuar tal como está; un montañés huraño, apegado a sus costumbres, su rusticidad, su aislamiento. Pietro se convierte en un «inadaptado», incapaz de tener una relación formal ni de perseverar en un empleo estable a pesar de haberse criado en un ambiente propicio (a priori) para ello. Se dedica a viajar (el hombre de las ocho montañas) y de vez en cuando regresa a la primera montaña para encontrarse a sí mismo. Allí le espera Bruno; resulta singular, para Pietro, tener un amigo como Bruno, arraigado en su cabaña, ermitaño. También cuando son adultos se producen «intercambios» entre ellos, se influyen mutuamente. El autor sabe modular muy bien los giros de la historia.
En general, Las ocho montañas es una novela extraordinaria sobre la amistad entre dos hombres de carácter introvertido y esquivo, una relación hecha de silencios, de complicidades nunca explícitas. Esta representación de la amistad masculina contrasta con la jerarquía de las «pandillas» que suelen dibujarse en la ficción. Contrasta asimismo con los relatos de amistad femenina: se da la casualidad (o no, quién sabe) de que los dos fenómenos recientes de la narrativa italiana tienen como protagonistas a una pareja de amigos. Elena Ferrante y Paolo Cognetti conciben el hecho literario de forma distinta –de la parquedad y el sosiego de él al apasionamiento bien medido de ella, por resumirlo de manera superficial–, pero ambos narran, y muy bien, una amistad a lo largo de las décadas entre un personaje que permanece inmóvil (Bruno, Lila, los «condenados» por su origen) y otro, el narrador, que tiene la oportunidad de realizarse y se marcha, aunque no por ello se siente pleno (Pietro, Lenù). A propósito, una frase parece calcada de Dos amigas: «Tú eres el que va y viene, yo, el que se queda. Como siempre, ¿no?» (p. 161). El asunto da para un análisis comparativo de su tratamiento de la amistad masculina (callada, contenida, fría) y la femenina (un nudo tirante); este comentario, en cualquier caso, solo pretende sugerirlo de forma sucinta.
Paolo Cognetti
El otro tema relevante de Las ocho montañas es la paternidad. La importancia del rol del padre, así como la «herencia» simbólica; tanto Pietro como Bruno repiten el patrón de sus respectivos progenitores, del rechazo instintivo a la repetición involuntaria. Es, en este sentido, una historia redonda, circular, por cuanto entronca el pasado con el presente, la reconciliación íntima del narrador con su padre. Y aún se puede decir más: novela de aprendizaje, de hacerse adulto; novela de búsqueda de pertenencia, de pérdida; novela de fracasos personales, de rendición. De montaña, claro, aunque no traza un retrato amable de la naturaleza, por mucho que algunos pasajes sobre ese lugar resulten evocadores. Pone de relieve la violencia, el embrutecimiento, la soledad que perviven allí, con una mesura y un dominio del tempo brillantes. Una gran lectura, en definitiva, una poderosa exploración de las emociones masculinas en un entorno casi extinto, conmovedora sin estridencias.
Hay novelas en las que uno se quedaría a vivir, y esta es una de ellas.
*Cita inicial de la página 186.

6 comentarios :

  1. Me ha gustado mucho tu reseña pero no sé si es un libro para mí. De momento he empezado por el principio, por Elena Ferrante que tanto recomiendas. A ver qué tal me va.
    Saludos!

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    1. Espero que disfrutes de Elena Ferrante; ha sido una autora que me ha marcado. La novela de Paolo Cognetti también merece la pena.

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  2. Leí este libro el pasado mes de enero Y solo puedo decir que me encantó
    Tanto los personajes principales como la descripción de la montaña como su entorno me parecen muy logrados
    Se lee muy a gusto y dejan un poso muy agradable
    Creo que la última frase de esta magnífica reseña lo dice todo

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  3. Lamento no disponer de un ejemplar, puesto que no ha arribado a estas costas.
    Sólo en base a lo que describes, Rusta, parece una reelaboración de 'Narciso y Golmundo', de Hesse, aunque narrada desde el otro protagonista y ambientada hacia fines de siglo pasado, con un toque de los medio hermanos Michel y Bruno, de 'Las partículas elementales', de Houellebecq, y cierta pizca de la relación entre Dámaso Méndez y su padre, en 'Hoy, Júpiter', de Landero.
    Apenas pueda conseguirlo, prometo leerlo y ratificar o rectificar lo que acabo de decir.
    Un abrazo.

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    1. Mmm... El autor se identifica con los escritores de la frontera norteamericanos, literatura sin florituras y cercana a la naturaleza; no sé si tendrá mucho que ver con lo que esperas. En cualquier caso, confío en que lo disfrutes.

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