14 agosto 2013

Cerrado por vacaciones

Mis vacaciones no son tan idílicas como esta fotografía, pero aun así desconecto del blog durante unas semanas para regresar con las pilas cargadas. Estos días seguiré con la lectura de Anna Karenina (me he tomado en serio el propósito de leer más clásicos) y si puedo leeré algún libro más. Si todavía hay alguien que no sabe qué leer, os recuerdo mis propuestas veraniegas, lecturas frescas y entretenidas para llevarse a la playa o a cualquier sitio. En fin, disfrutad de lo que queda de verano. 

Seguiré hablando de mis lecturas y recordando reseñas en Facebook y Twitter. A los que no estéis por allí, ¡hasta septiembre!

12 agosto 2013

La verdad - Riikka Pulkkinen



Edición: Salamandra, 2012
Páginas: 320
ISBN: 9788498384581
Precio: 18 € (e-book: 9,99 €)

«He conocido a una mujer […]. Joven. Llevaba el mundo consigo, también la tristeza» (pág. 254).

Después del éxito de Purga, de Sofi Oksanen (2011), Salamandra sigue apostando por la nueva narrativa finlandesa con La verdad, segunda novela de Riikka Pulkkinen, llamada a consolidar a la autora y a darla a conocer en el panorama internacional —se ha traducido a quince idiomas—, después de conseguir el aplauso de la crítica y una gran acogida por parte del público en su país de origen. Nacida en 1980, Pulkkinen cursó estudios de Literatura y Filosofía en la Universidad de Helsinki, un bagaje cultural que se nota en su obra. Con La verdad me he acercado por primera vez a la literatura finlandesa, una toma de contacto que no ha podido ir mejor.

En realidad, lo que narra la autora en esta novela no es particularmente original, pero, como suele ocurrir, consigue brillar gracias a la forma en la que está escrito, una voz lírica y sutil que da su propia personalidad a dos temas de sobra conocidos: la familia y el amor. Elsa, una reconocida psicóloga, está en fase terminal después de que el tratamiento contra el cáncer que padece no haya funcionado. Su marido, su hija y sus dos nietas deben hacer frente a la inminente muerte e intentan estar a su lado. En uno de esos encuentros es cuando Anna, la nieta mayor, una joven que ha pasado una mala época de la que no quiere hablar con nadie, encuentra un viejo vestido que perteneció a otra mujer, Eeva, una chica que había cuidado a su madre cuando era niña. La historia de Eeva, ambientada en los años sesenta y narrada en primera persona por ella misma, se alterna con la trama familiar en presente. A lo largo de estas páginas, Anna no solo conocerá la verdad que hay detrás de la dueña del vestido, sino que descubrirá que hay situaciones que nunca dejan de repetirse a pesar del paso del tiempo.

La verdad es una novela sobre el universo familiar, el amor, la pérdida y los traumas del pasado, pero también sobre los pequeños acontecimientos cotidianos, las costumbres que hacen la vida más agradable y nos acercan a los demás. Pulkkinen apuesta por una estructura compleja, que alterna pasado y presente desde diversos enfoques, sin que el ritmo decaiga en ningún momento. En la trama situada en la actualidad, el asunto central es la forma de enfrentarse al fallecimiento de un ser querido, cómo cada uno (marido, hija y nietas) recuerda su vida e intenta reconstruirla sin la presencia de Elsa. En relación con la historia de Eeva, en los años sesenta, cabe destacar que, además del argumento vinculado a la familia, la autora utiliza numerosos referentes históricos y culturales para contextualizar la época (modas juveniles, mayo del 68, mención al conflicto de Vietnam); se ha hecho un gran trabajo para condensar muchas ideas en apenas trescientas páginas sin que ninguna resulte superficial.

¿Y qué tiene de especial La verdad con respecto a otros libros parecidos? La historia que narra es muy interesante dentro de la literatura realista y costumbrista, resulta cercana y refleja perfectamente las fases por las que pasan los personajes. Sin ser una novela de acción trepidante, hay giros argumentales bien llevados y el interés no decae. Además, desde el principio se aprecia la capacidad de la autora para plasmar con agilidad los recovecos de las relaciones familiares y amorosas sin detenerse en divagaciones innecesarias; su mérito está en decirlo todo con pocas palabras. Cuida la psicología de los personajes, en especial de las mujeres: Elsa, Eeva, Eleonoora y Anna, tres generaciones, cada una con sus propias sombras. El estilo es ameno, de frases cortas, elegantes, justas; el tipo de escritura que apreciarán los lectores con sensibilidad y gusto por los matices.

Sin embargo, en lo que Pulkkinen me ha ganado del todo es en su habilidad para expresar las emociones, la introspección, el dolor. En ocasiones los ambientes y los propios protagonistas se muestran fríos, pero la prosa respira, cautiva al lector línea tras línea, hace hermoso lo trivial, redescubre con delicadeza y profundidad los lazos familiares, denota inteligencia y una gran destreza para fijarse en los detalles. Por si fuera poco, resulta de lo más entretenida; no me parece una obra especialmente difícil de leer. En fin, hay muchas novelas sobre la familia, pero no todas están tan bien contadas, ni tienen esta personalidad, ni conmueven tanto como La verdad. La autora publicó esta obra a los treinta años, pero os aseguro que de narradora inexperta tiene poco. Espero que Salamandra siga apostando por ella y continúe con la traducción de sus otros libros; la buena literatura debe tener un espacio en el mercado.

Riikka Pulkkinen.
Por último, tengo que reconocer que hay un motivo más por el que me ha conquistado: es exactamente el tipo de novela que me entusiasma leer, una historia realista sobre temas cotidianos, intimista, con protagonistas interesantes, escrita con pulcritud, que rebosa sentimiento sin ser sentimentalista (lo mismo me ocurrió cuando leí La amiga estupenda, de Elena Ferrante, otra maravilla). Cuando me sirven un plato que me gusta tan bien cocinado como La verdad, solo me queda rendirme ante Pulkkinen y desear que siga cultivando su talento, porque puede escribir obras muy grandes.

Acompaño la reseña de unas fotos de Helsinki, donde transcurre la mayor parte de la historia.

09 agosto 2013

Libros que llevan a otros libros



Hace poco he leído dos libros que por motivos diferentes (o quizá no tanto) me van a llevar a buscar otros libros con ahínco. El primero es El mes más cruel, una recopilación de relatos de Pilar Adón que me ha conquistado por su prosa delicada y elegante, sus observaciones inteligentes, los temas elegidos y, en fin, por todo. He experimentado una vez más la sensación de haber descubierto a una escritora con la que conecto, que entiende la literatura de una forma que yo, como lectora, disfruto mucho; y no me hace falta leer el resto de su obra para saber que el talento que derrocha en El mes más cruel no es algo ocasional (aunque lo haré: esos son los libros que voy a buscar, los que publicó antes y los que la han influido). El año pasado me ocurrió lo mismo con Elena Ferrante (La amiga estupenda) y Jeanette Winterson (La niña del faro): me maravillaron tanto que no tardé ni tres meses en hacerme con más novelas suyas.

Creo que en la trayectoria de cualquier lector hay libros espléndidos que, sin embargo, no provocan esa sed de querer empaparse de todo lo que ha publicado su autor, tal vez porque, aun reconociendo su talento, no se produce esa conexión entre escritor y lector, o esta no es lo suficientemente fuerte como para que el lector prefiera rebuscar en las librerías una novela que se publicó hace diez años en lugar de elegir entre las atractivas novedades de autores desconocidos. Yo misma suelo hacerme listas con los libros que leo cada año y noto que cada vez amplío más el número de autores, pero repito mucho menos con ellos. La tentación de las novedades está ahí; también el hecho de que no resulta fácil encontrar a esos escritores capaces de fascinarnos. Por eso, cuando ocurre, siento una satisfacción tan grande que hasta me apetece compartirlo en una entrada tonta como esta.

Pero no solo ha sido Pilar Adón quien me ha entusiasmado en las últimas semanas: la correspondencia de Brigitte Reimann (En la ciudad del mañana) me ha apasionado hasta tal punto que no dejo de lamentarme al ver que solo se ha traducido una novela suya al castellano (y el alemán no se aprende en cuatro días). Este caso es bastante especial porque la lectura de sus cartas me ha convencido de que, además de una persona de una inteligencia brillante, fue una buena novelista. Sé que mi percepción parece arriesgada, puesto que no es lo mismo una correspondencia que una novela. No obstante, las cartas permiten conocer mejor al autor y sus intenciones, y me ha gustado tanto lo que descubierto de Brigitte Reimann que quiero leer su obra, aunque me dé de bruces contra la pared (que no lo creo). Y también estoy decidida a buscar algunos de los libros que ella misma comenta en las cartas; muchos tampoco están traducidos, pero hay grandes clásicos universales que ya tenía en mente leer y esto me ha dado el empujón definitivo.

Los libros pueden llevarnos a otros libros, claro que sí. Los del mismo autor, los que lo influyeron, los de sus semejantes. La literatura no es un ente aislado; absorbe y da de forma continua, y estas interacciones marcan la experiencia del lector, sus elecciones, su perfil. Por no hablar de aquellas novelas que hablan de libros, en las que todavía resulta más evidente esta capacidad para conducir al público a determinadas obras (aun así, tengo que reconocer que pese a haber leído unas cuantas creo que nunca he tomado una decisión de compra basándome en los títulos que mencionan. Descubrir un estilo que me gusta tiene un efecto más potente en mí que una simple referencia o recomendación dentro de una novela).

07 agosto 2013

Lecturas temáticas: hermanos


Siguiendo con mis propuestas de lecturas temáticas, esta vez he preparado una lista de libros en los que la relación fraternal tiene una gran importancia o, pese a ser una trama secundaria, en ella hay algún aspecto digno de destacar. Tengo la sensación de que quizá no se presta la suficiente atención a los grandes hermanos de la literatura; se habla mucho de las protagonistas femeninas fuertes, de los retratos de la figura de la madre y de los hombres seductores, pero los hermanos están en un segundo plano aunque aparezcan, de forma más o menos lograda, en casi toda la ficción que se publica. Desde aquí les rindo homenaje con una selección que recoge desde grandes obras de la literatura a libros de un estilo más ligero, pasando por historias reales contadas de forma novelada. Yo disfruté de estas lecturas; espero que a vosotros también os resulten interesantes.

Ficción histórica:
  • Palmeras en la nieve, de Luz Gabás: dos hermanos viajan a Guinea Ecuatorial en la época colonial para trabajar en las plantaciones de cacao. Uno es rudo, violento y racista, mientras que el otro se muestra sensible, educado y cauto. Con estos ingredientes el resultado solo puede ser una novela entretenidísima.
  • Dos chicas de Shanghai, de Lisa See: durante la primera mitad del siglo XX, dos hermanas chinas se ven obligadas a emigrar a Estados Unidos. La pequeña siempre fue más coqueta y caprichosa; la mayor, en cambio, es la responsable. En su nueva etapa se mantienen unidas, entre otras cosas porque comparten un secreto muy importante...
 Grandes novelas sobre la familia:
  • Mujercitas, de Louisa May Alcott: Meg, Jo, Beth y Amy, mis queridas mujercitas, cuatro personajes inolvidables de una verdadera obra maestra de la literatura. Cuando pienso en hermanos de una novela de ficción, pienso en ellas.
  • Reunión en el restaurante Nostalgia, de Anne Tyler: la historia de una familia de clase media a lo largo del siglo XX. Cada hermano sigue su camino, pero de vez en cuando se reúnen para comer y las viejas rencillas salen a la luz. El talento de esta autora para la caracterización psicológica es indudable.
Hermanos mellizos, presentes y ausentes:
  • La chica del andén de enfrente, de Jorge Gómez Soto: dos hermanos gemelos, uno alocado y ligón, el otro más tranquilo y responsable. Cuando las chicas entran en sus vidas, todo cambia. Una novela juvenil que siempre recuerdo con una sonrisa.
  • La soledad de los números primos, de Paolo Giordano: aunque los protagonistas no son hermanos, hay que recordar que la historia de uno de ellos comenzó cuando perdió a su hermana melliza, un hecho traumático que lo marca para siempre.
  • Mi hermana vive sobre la repisa de la chimenea, de Annabel Pitcher: una novela sobre cómo una familia se rompe y se reconstruye después de la pérdida de una hija, una hija que era la hermana gemela de otra muchacha y la hermana mayor del niño protagonista. Me gustó la forma de plasmar esta experiencia en la evolución de su gemela.
  • Serie Santa Clara, de Enid Blyton: las aventuras de las mellizas Pat e Isabel O'Sullivan en ese internado que tanto nos hizo soñar. Habrá quien considere que incluir novelas infantiles-juveniles en la lista está fuera de lugar, pero ¿por qué no? Las recuerdo con mucho cariño.
Historias basadas o inspiradas en hechos reales:
  • El largo camino de Olga, de Yolanda Scheuber: la dura historia real de la abuela de la autora, que tuvo que emigrar de Rusia cuando era una niña y se separó de casi todos sus hermanos, aunque siguen muy presentes en su memoria.
  • Mi hermana Frida, de Barbara Mujica: Cristina Kahlo, hermana de la célebre pintora mexicana, reconstruye la vida de su hermana en sus conversaciones con el psiquiatra. Aunque se trata de una situación imaginaria, me pareció una forma atrevida de enfocar la relación entre ambas.
  • El puente invisible, de Julie Orringer: es la historia de amor de los abuelos de la autora, en plena Segunda Guerra Mundial, pero también la historia de los que los rodean, en especial los hermanos de él, cuyas vidas me conmovieron tanto o más que la trama principal.
  • Las cenizas de Ángela, de Frank McCourt: una familia pobre que intenta salir adelante en medio de la miseria de una localidad irlandesa en los años treinta. El protagonista es Frank, pero sus hermanos menores también tienen un papel importante en la obra.
Hermanos especiales:
  • Luna, de Julie Anne Peters: la narradora de esta novela tiene una hermana que ha nacido en el cuerpo de un chico y ahora está en pleno proceso de cambio. La complicidad entre ellas en una situación tan delicada me maravilló. Cien por cien recomendable.
  • La insólita amargura del pastel de limón, de Aimee Bender: la protagonista tiene la habilidad de adivinar los sentimientos de la gente a través de la comida que han preparado, pero no es la única de la familia que tiene un don peculiar. Su hermano lo tiene mucho más complicado, y ella será quien mejor lo comprenda.
  • Las risas de mi hermano, de Anne Icart: esta historia -que también podría estar en el apartado de casos reales porque se basa en el testimonio de la autora- recrea la relación entre una chica y su hermano mayor, discapacitado psíquico. No me pareció una novela memorable, pero resulta interesante por la forma de plasmar este tema.
Si queréis consultar otras selecciones temáticas sobre la familia, os animo a visitar mis listas de libros sobre las relaciones madre-hijo y padre-hijo.

¿Qué libros sobre hermanos recomendáis vosotros?

05 agosto 2013

Combray - Marcel Proust



Edición: Viena, 2009
Páginas: 248
ISBN: 9788483305508
Precio: 17,79 €

Nota sobre la edición: este ejemplar —una magnífica traducción al catalán de Josep Maria Pinto— recoge la primera parte de la novela Por la parte de Swann (también conocida como Por el camino de Swann), con la que se abre la célebre En busca del tiempo perdido, que consta de siete volúmenes. La editorial Viena ha optado por dividirlos en doce, de los que hasta el momento ha publicado tres. Por lo tanto, lo que reseño a continuación es solo el texto correspondiente a Combray, no Por la parte de Swann en conjunto. Si sois catalanoparlantes, os recomiendo esta versión porque el lenguaje es del catalán actual y resulta más asequible que la que se publicó en los años noventa (tuve la oportunidad de compararlas en la biblioteca). Por el contrario, si no sabéis catalán, tendréis que buscar Por la parte de Swann, ya que creo que en castellano no se ha publicado Combray por separado.
***
En la era de la inmediatez en la que vivimos se corre el riesgo de entender la literatura como un simple pasatiempo, un entretenimiento fácil que puede ponerse en práctica en cualquier momento y lugar, sin exigir una gran concentración por parte del lector. En efecto, en ocasiones los libros son eso: distracción pura. No obstante, todavía tenemos a nuestro alcance novelas que requieren una mayor atención, obras para lectores curtidos que no se asustan ante las subordinadas interminables y aceptan con gusto el reto de leer un texto que invita a la reflexión. Combray (1913), con la que arranca la vasta En busca del tiempo perdido (1913-1927), pertenece a este grupo y consolidó a Marcel Proust (París, 1871-1922) como uno de los escritores más innovadores e importantes del siglo XX. Hijo de una familia acomodada, Proust siempre fue de naturaleza enfermiza y después de la muerte de sus padres se dedicó casi en exclusiva a la redacción de esta obra, que se tuvo que costear él mismo después de ser rechazada por Gallimard. Con el segundo volumen, A la sombra de las muchachas en flor (1919), la editorial rectificó y acabó ganando el prestigioso Premio Goncourt.

En busca del tiempo perdido tiene un significativo sustrato autobiográfico, y Combray es la parte que recrea la infancia del autor, cuando veraneaba en casa de su abuela, en la localidad que da nombre al libro. Sin embargo, la obra no tiene la voluntad de ser una crónica o unas memorias, sino que profundiza en un yo íntimo, reflexivo y sensorial, lo que se conoce como «autoficción». De este modo, sabemos que el narrador es un Marcel Proust niño, pero nunca se describe a sí mismo (nombre, edad, aspecto) porque el protagonismo recae en una dimensión más profunda del ser humano: la mente, los recuerdos que hilvana. Lo mismo sucede cuando se centra en los hechos o en otros personajes, como los miembros de su familia o el enigmático Swann: todo queda supeditado a las reminiscencias, los pensamientos, el extraordinario uso del lenguaje. Un ejemplo perfecto del triunfo de la forma sobre la trama.

Como consecuencia, la historia no sigue un orden causal, sino que las ideas se enlazan a través de las experiencias sensoriales, como en el conocido fragmento de la magdalena, en el que a partir del recuerdo de un sabor el narrador se adentra en ese ambiente de la casa de verano; la evocación de algo concreto le abre las puertas para seguir recordando más escenas que presenció durante su niñez. Los juegos de la memoria, al igual que el estado de vigilia, son una clave de la narración de Proust: no todo se cuenta de forma precisa, se reproduce el momento en el que uno no logra recordar todo con exactitud y los pensamientos surgen de forma involuntaria, relaciona unas acciones con otras y, al final, el discurso resultante es mucho menos directo que en una novela de estilo convencional, aunque al mismo tiempo también resulta mucho más sugestivo, un relato hermoso, cargado de una intensidad difícil de olvidar.

A propósito de los recuerdos de infancia, Combray no solo se caracteriza por las escenas costumbristas, sino por el descubrimiento del arte y la literatura. El joven Proust disfruta del placer de la lectura con las novelas de George Sand y observa con admiración la iglesia del pueblo; sus apreciaciones son siempre muy personales y sentidas, sin entrar en el análisis formal. Este tipo de reflexiones hacen que su obra se pueda considerar metaliteratura, razonamientos que brotan en la trama misma. En general, lo que me llevo de estos y otros recuerdos de Proust es el convencimiento de que, a pesar del paso del tiempo y las diferencias socioculturales, hay experiencias que permanecen inalterables y podemos seguir identificándonos con ese muchacho que admira fascinado el campanario o espera que su madre le dé el beso de buenas noches.

Para lograr esta narración introspectiva que funde la trama y el narrador en un todo, Proust utiliza frases larguísimas y elaboradas, con muchas ramificaciones y abundantes recursos retóricos, como comparaciones y metáforas. Dedica páginas y páginas a dar vueltas a un solo tema, como una madeja de lana que se desenrolla y luego vuelve a enrollarse para retomar el hilo de lo que estaba diciendo; su capacidad para conectar ideas es realmente impresionante. No utiliza los trucos habituales para crear intriga; el texto es un monólogo interior, puro discurrir de la conciencia, un estilo preciosista, placer estético genuino. Se trata, por lo tanto, de una lectura que puede resultar densa y complicada, para la que hay que estar mentalizado antes de empezar. De todas formas, cuando se conecta con esta escritura, como me ha sucedido a mí, la experiencia de leer a Proust es una delicia, el hallazgo de una forma de escribir exquisita que seguiré con interés en la segunda parte.

En suma, Combray va mucho más allá de la novela convencional; junto con el Ulises de James Joyce y algunas obras de Virginia Woolf, es una nueva forma de entender la literatura que, siguiendo a Wagner, concibe el arte como totalidad (este artículo de Antonio Muñoz Molina resulta muy interesante para indagar más en la relación de Proust con la música). Por este motivo, el libro se considera una mezcla de géneros: novela psicológica, filosófica, onírica, poética, tragicómica. Las imágenes que describe Proust valen su peso en oro por muchas razones: el análisis del pasado y la conciencia que tiene el narrador de esas experiencias (cercanos al psicoanálisis de Freud), el preciosismo estético, la subjetividad fulgurante, las observaciones agudas sobre el entorno que relata y, en fin, las extraordinarias sensaciones que es capaz de transmitir al lector con todo esto. Además, cabe destacar que Proust escribe sin pretender moralizar; no busca hacer una crítica de la sociedad en la que vivió, sino profundizar en ese yo tan particular.

Marcel Proust.
En lo que a mí respecta, Proust me ha seducido por completo desde las primeras páginas; acercarme a la memoria de esa infancia perdida a la que todos en algún momento hemos querido regresar ha supuesto un auténtico deleite y sé que en mi experiencia lectora hay un antes y un después tras conocer a Proust. A pesar de su complejidad, he conectado con esta obra maestra de la literatura universal, de la que muchos escritores de ayer y hoy se han declarado deudores. A medida que me conozco más como lectora, me doy cuenta de que siento mucha afinidad por las novelas de tono íntimo y reflexivo, con un gran ejercicio de introspección; y Combray es, probablemente, la muestra más extrema de este tipo de estilo que he leído nunca. Seguiré leyendo el resto de volúmenes, aunque lo haré poco a poco, porque Proust me parece un autor para degustar despacio (de hecho, los libros se pueden leer de forma independiente, al no estar tan centrados en una trama no se tiene la sensación de quedarse a medias). Por supuesto, recomiendo leerlo a quien todavía no lo haya hecho, pero cuidado: es una obra exigente y se debe buscar el momento adecuado.

Las fotografías son del Museo Marcel Proust y la iglesia de Illiers-Combray, donde se desarrolla la obra.

02 agosto 2013

Leer un best-seller

Estos son los resultados de la encuesta del mes de julio. Me pareció interesante plantearla porque, desde mi punto de vista, entre los lectores hay dos posicionamientos claros en relación con los libros de éxito: por un lado, el que sí lee best-sellers y los disfruta; por el otro, el que los rechaza por su baja calidad y prefiere un tipo de libro más minoritario (en este sector a veces hay un poco de hipocresía). Quizá podríamos añadir una tercera posibilidad, la del lector que lee únicamente best-sellers, aunque no la incluí de forma expresa en la encuesta porque creo que este perfil solo lee de forma ocasional y, por lo tanto, no siente tanto interés por la lectura como para entrar en un blog dedicado a los libros. En fin, ¿en qué punto os situáis vosotros?

Yo voté por la tercera opción: no me importa leer un best-seller siempre que su estilo sea coherente con lo que me gusta, pero el hecho de que un libro se venda mucho no hace que me entren más ganas de leerlo. Por este motivo, he ignorado obras como Cincuenta sombras de Grey, El bolígrafo de gel verde, la mayoría de ganadores y finalistas del Premio Planeta o la más reciente La verdad sobre el caso Harry Quebert; en cambio, leí con mucho gusto El tiempo entre costuras, El jardín olvidado y Criadas y señoras, historias que podrían haberme atraído perfectamente sin necesidad de haberse vendido tanto. En ciertos momentos de mi vida sí que me acerqué a algunos best-sellers por curiosidad (es decir, sin que de entrada me hubieran llamado la atención, basándome solo en su éxito) y mi experiencia fue casi siempre decepcionante (El niño con el pijama de rayas, Albert Espinosa, Ken Follett...). No hay nada como conocerse a uno mismo para saber qué puede encajar con nuestros gustos y qué no.

Creo que la conclusión que se puede extraer de los resultados es que los lectores habituales no rechazan los best-sellers, aunque también leen otras cosas (por supuesto). El hecho de que solo un 7% de votantes se haya decantado claramente por los libros poco conocidos me parece bastante significativo. De todas formas, cuando se habla de libros de éxito hay que tener presente que engloban muchas obras diversas, y no todas de mala calidad (las novelas de Eduardo Mendoza también son best-sellers, por ejemplo). Me temo que muchos lectores de estilos minoritarios no han podido votar por la segunda opción por esta razón: también les interesan algunos autores que venden mucho.

Para seguir reflexionando sobre la calidad (o la ausencia de ella) de los fenómenos editoriales, os animo a leer una entrada que escribí hace tiempo.

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