31 mayo 2019

La hija del comunista - Aroa Moreno Durán


Edición: Caballo de Troya, 2017
Páginas: 192
ISBN: 9788415451808
Precio: 14,90 € (e-book: 3,99 €)

En su año al mando de Caballo de Troya, el sello de Penguin Random House dedicado a los nuevos talentos de la narrativa española, Lara Moreno tuvo el acierto de apostar por La hija del comunista (2017), la primera novela de Aroa Moreno Durán (Madrid, 1981), una autora que había publicado dos poemarios y biografías de Frida Kahlo y Federico García Lorca. El libro narra la historia de Katia, la hija mayor de un matrimonio de republicanos españoles exiliados en Berlín Este. La niña, y luego joven, está marcada por partida doble por el contexto sociopolítico: por un lado, sus padres huyeron de la guerra civil, por lo que Katia desconoce sus orígenes y a su alrededor se hace notar su condición de extranjera; por otro, ella crece en la República Democrática de Alemania, un régimen totalitario en el que sus habitantes distan mucho de sentirse libres, lo que impulsa a algunos de ellos a escapar al otro lado del Muro con la esperanza de encontrar otra oportunidad. Con una estructura que salta varios años de un capítulo a otro, la autora recorre la segunda mitad del siglo XX, desde la posguerra hasta la caída del Muro de Berlín, siguiendo la peripecia individual de la protagonista.
Este es un libro breve, pero concentrado, con múltiples capas. Tiene su vertiente intimista, en las andanzas de Katia, que cuenta sus vivencias en primera persona. Su evolución muestra el paso de la niñez a la adolescencia, de la juventud a la vida adulta, con lo que conllevan: los amigos, el primer amor, la universidad, la relación estable, la búsqueda de independencia. Más allá de Katia, la novela recrea la influencia de las circunstancias políticas en el día a día de la protagonista, desde la escena en la que, siendo una niña, cruza al otro lado para recoger una carta enviada desde España, al momento en el que ella misma, convertida en una joven, decide huir. La clandestinidad, el miedo, la sospecha. La autora plasma la atmósfera tensa del régimen comunista y elige con inteligencia los episodios exactos para integrar el proceso histórico, con sus consiguientes transformaciones, en las experiencias particulares de Katia. En este sentido, puede ser un buen libro para comentar en clubes de lectura y en institutos, ya que, además de calidad literaria, posee un revestimiento social digno de analizar a fondo. La sutileza del estilo y las elisiones, tanto en el paso del tiempo como en las frases que terminan de manera abrupta (o que no terminan, según se mire), resultan fundamentales.
La novela plantea un paralelismo entre generaciones: primero los padres huyeron de España, luego la hija hizo lo propio en la RDA. Este periodo del siglo XX va unido al desarraigo, a la separación de seres queridos. Unos y otros se marchan con el fin de mejorar sus condiciones de vida, pero su odisea no acaba cuando se instalan en el otro lugar, sino que surgen otros conflictos: la distancia, la pérdida del idioma, las costumbres, la discriminación. En ambos casos se abandona el hogar por causas superiores a su voluntad; la decisión implica renuncia, sacrificio. La autora capta a la perfección esas ataduras de la protagonista: del conocimiento impreciso del pasado de sus padres a las dudas sobre su propio futuro, de la dependencia paterna a la dependencia de la familia política. Katia trata de construir una nueva identidad en medio de presiones y remordimientos, la carcome la desconfianza, la sensación de que nunca se sentirá satisfecha, de que sus raíces la persiguen. El libro se cierra con un final coherente con el curso de los acontecimientos, que cierra el círculo.
Aroa Moreno
La hija del comunista recibió el Premio Ojo Crítico de Narrativa. Los premios no inspiran el mismo respeto que antaño, cierto, pero merece la pena mencionar que este galardón ha distinguido a escritores que con el tiempo se han consolidado, como Marta Sanz, Pilar Adón, Juan Gómez Bárcena o Sara Mesa. El reconocimiento a Aroa Moreno es bien merecido: su ópera prima da un soplo de aire fresco a la narrativa española, por el marco histórico, tan atípico en las ficciones patrias, pero también por su estilo, de una contención y una precisión poco habituales en esta lengua propensa al exceso. El libro tiene las palabras justas para mantener la tensión de principio a fin y mostrar la evolución de la protagonista, una protagonista con muchos frentes abiertos que la autora condensa con maestría. Una muy buena primera novela, en definitiva.

29 mayo 2019

Un matrimonio de provincias - Marquesa Colombi


Edición: Contraseña, 2010 (trad. Mercedes Corral y María Corral; postfacio Natalia Ginzburg)
Páginas: 144
ISBN: 9788493781828
Precio: 17,50 €

Maria Antonietta Torriani (Novara, 1840 – Turín, 1920), conocida por el seudónimo Marquesa Colombi, fue una escritora prolífica, que cultivó la llamada «literatura popular» y se implicó, en una época temprana, en el feminismo, sobre todo a través de sus colaboraciones en prensa. Como tantas autoras, cayó en el olvido después de su muerte: el hecho de ser mujer, y de escribir sobre asuntos que atañen a las mujeres, unido a la naturaleza liviana de su narrativa, dieron pie al menosprecio habitual. Fue Natalia Ginzburg quien impulsó su recuperación en 1973 con esta novela, Un matrimonio de provincias (1885), que se ha convertido en su obra más aplaudida y cuenta con una adaptación a la pequeña pantalla. Tal como explica Ginzburg en el texto que acompaña la reedición, este librito supuso una lectura de formación para ella: lo descubrió de niña, en esa etapa en la que se conserva la capacidad de asombro, de fijarse en detalles que a los adultos quizá les pasan inadvertidos, sin juzgar, con la mirada libre de prejuicios. Lo volvió a leer muchas veces y, de algún modo, asimiló la naturalidad de la voz de Marquesa Colombi para plasmar lo cotidiano en sus propias narraciones.
La protagonista, Denza, es una joven en edad de merecer que vive con su familia en una localidad del norte de Italia: «Es difícil imaginar una juventud más monótona, más sórdida y más carente de toda alegría que la mía» (p. 13), dice en la primera frase. Huérfana de madre, comparte sus días con su hermana mayor, su padre y su madrastra, esta última una mujer terca, poco proclive a las muestras de afecto. En un entorno tan poco prometedor a sus ojos, Denza, que además es tímida y le cuesta trabar amistad con la gente, se refugia en la «vida interior» o, en otras palabras, se ensimisma. El punto de inflexión se produce cuando le hacen notar que se ha convertido en una chica guapa; en una etapa en la que todas las muchachas quieren gustar, este piropo, más que aumentar la confianza en sí misma, hace que se pierda en ensoñaciones, que van a más cuando sus primas le cuentan que podría haber un hombre interesado en ella. Desde ese momento, los pensamientos de la protagonista se centran en él, en ese chico bien posicionado que puede salvarla del tedio de su hogar.
La novela aborda el conflicto entre la realidad (desapacible, aburrida, práctica) y las fantasías de la joven (belleza, enamorado, matrimonio, futuro). Ese componente «no tangible» de la psique conforma una parte fundamental de su formación, por lo que la autora acierta al dar al asunto el peso que requiere. Esos «pájaros en la cabeza» de Denza se deben, por un lado, a la inexperiencia de cualquier niña; no obstante, evidencian asimismo la falta de preparación de las jóvenes de aquel tiempo para afrontar la vida adulta (esta es, en parte, una historia de aprendizaje). Denza, por su naturaleza apocada, carece de picardía, no se desenvuelve entre desconocidos como sus amigas; con todo, la educación que ha recibido, ligada a la casa, al ámbito doméstico y las misas del domingo, no facilita su relación con los hombres ni con la sociedad en general, al contrario, más bien refuerza su dependencia. Es subrayable el hecho de que los sueños de Denza no aparecen de lo que ella ha vivido, sino de lo que le cuentan: la llaman bonita, le hablan de un posible pretendiente. Lejos de reforzar su confianza, al dar tanta importancia a los comentarios ajenos se pone de relieve su inseguridad, su debilidad: necesita a los demás para hacerse valer, para darle un empujón, aunque esté basado en impresiones subjetivas, que no garantizan que ese chico tenga un interés real en ella.
La ingenuidad de la protagonista se contrapone a la experiencia de la madrastra: «Era áspera por naturaleza, y a aquella aspereza la llamaba sinceridad. De hecho, era sincera y decía francamente todo lo que pensaba. No entendía las amabilidades: las llamaba cursilerías» (p. 28). En principio, parece una madrastra de cuento, arisca, fría; sin embargo, el curso de los acontecimientos la revela, sencillamente, como una mujer tenaz, con sentido común, una persona que está de vuelta de todo y por eso no dora la píldora a Denza ni a nadie, no alimenta las ensoñaciones ni suaviza su lenguaje porque es consciente de la dureza de la realidad. Ella, en su condición de segunda esposa de familia humilde, conoce la situación de las mujeres solas, la necesidad del matrimonio como única vía para lograr la estabilidad y librarse del incómodo rol (tanto por la dependencia material de sus parientes como por, en cierto modo, la exclusión social) de las solteronas, que tanto temen las jóvenes como Denza. A la protagonista, en efecto, la vida le da una lección; la novela posee el moralismo propio de la literatura decimonónica, pero no por ello deriva en tragedia; como los personajes femeninos de Natalia Ginzburg, Denza se adapta a las circunstancias con el brío de las muchachas de pueblo; en lugar de caer en el desaliento, asume el desencanto como parte de la vida.
Marquesa Colombi
Colombi sobresale –también en El arrozal (1878), recuperada por la misma editorial– por su habilidad al narrar los ritos de paso, la conciencia que la joven tiene de su cuerpo y de sus relaciones, su búsqueda personal, la disparidad entre sus aspiraciones y los obstáculos del camino. Perfila la psicología de una chica un tanto atolondrada, pero bondadosa, alegre, que inspira simpatía en el lector. La concepción del hecho literario ha evolucionado mucho desde su primera publicación; aun así, la exploración del ardor adolescente, la vergüenza, el ensimismamiento, sigue vigente. Es más: en la actualidad, la adicción de los jóvenes a las redes está poniendo de manifiesto la dependencia de la aprobación ajena como una forma de valorarse; en esto, no son tan distintos de Denza. Además, la autora escribe con un desparpajo que resiste el tiempo. Natalia Ginzburg se sorprendió por su sencillez, entendida como una aproximación a la cotidianeidad pura y dura de una familia de provincias, sin solemnidad y sin los arquetipos de los cuentos de hadas; su dimensión social la sitúa en el costumbrismo. Natalia Ginzburg, a propósito, elevó el costumbrismo a gran literatura; Colombi no pretende hilar tan fino, pero en estas páginas resuenan las raíces de la escritora turinesa. Merece la pena leerla, tanto por sí misma como por este «parentesco» literario.

27 mayo 2019

Los felices días del verano - Fulco di Verdura


Edición: Errata naturae, 2019 (trad. Txaro Santoro)
Páginas: 256
ISBN: 9788416544998
Precio: 18,50 €

Todos hemos sido niños, todos hemos vivido esos veranos interminables. La infancia misma no deja de ser, a su manera, un particular estío. Fulco di Verdura (Palermo, 1898 – Londres, 1978), célebre joyero aristócrata, rememora la suya en Los felices días del verano (1976). Mucho antes de convertirse en un diseñador de joyas de renombre internacional, colaborador de Coco Chanel y artífice de alhajas que lucieron las actrices más codiciadas de Hollywood, el autor fue un muchacho que jugaba en una villa de su Sicilia natal. No un muchacho corriente, pues formaba parte de un linaje noble; entre sus primos se encontraba Giuseppe Tomasi di Lampedusa, el autor de El gatopardo (1958). Su pertenencia a la nobleza nos adentra con una cercanía poco frecuente al ambiente privilegiado; no obstante, más allá de la curiosidad, este libro tiene interés por su evocación de la infancia misma, un intento de aproximación a lo que significa ser niño desde la madurez; sin duda, un motivo literario inagotable.
«Para mí continuará siendo lo que siempre fue: “La Casa”, la única casa que realmente he amado, con ese amor que no conoce reservas y que sólo puede albergar un niño» (p. 13). El autor recuerda así los días en el lujoso caserón de Palermo en los años previos a la Primera Guerra Mundial; es, como todas las miradas al pasado, la recreación de una forma de estar en el mundo ya perdida, en más de un sentido. Con ternura y humor, describe los paisajes, las costumbres. En los primeros capítulos introduce al lector en la villa: detalla las características de la vivienda y de los animales que poseen, esboza con viveza la vegetación, los colores, la aridez. A continuación, les llega el turno a los habitantes (humanos): de los más allegados, entre los que sobresalen su querida hermana mayor y la figura imponente de la abuela, vértice del clan, a los parientes lejanos, como la prima bonachona a la que incordiaban, sin olvidar al personal de servicio, las institutrices y niñeras que pasaron por la mansión. Fulco di Verdura cuenta con gracia unas anécdotas que funcionan como estampas narradas del estilo de vida y la cultura de la alta sociedad siciliana.
Entre los episodios que vale la pena comentar, destacan su toma de conciencia de la crueldad infantil: «resulta asombroso pararse a pensar en la gran cantidad de engaños y crueldad que se da entre niños. Desde luego, debimos de ser bastante terribles cuando éramos pequeños. Siempre nos portábamos bien con los animales, pero éramos bastante desconsiderados con otros seres humanos» (p. 231). Él se reconoce como un niño irritante y un alumno perezoso, que daba quebraderos de cabeza a las institutrices con sus trastadas e iba más allá de las travesuras inocentes para meterse con su bondadosa prima. Al mismo tiempo, sin embargo, este pequeño trasto desarrolló un gusto exquisito para el arte; impresiona cómo ese mismo chiquillo gamberro se conmueve desde temprana edad ante las representaciones artísticas. Su descubrimiento de la ópera, el teatro y el arte en general, que le eran accesibles por su estatus, es otro de los puntos fuertes. Teniendo en cuenta su trayectoria profesional, este despertar precoz a la sensibilidad artística resulta plenamente coherente con él.
En más de una ocasión, dice algo parecido a «Quizá no ocurrió de este modo, pero así me lo contaron, o así me gusta recordarlo». Como en la conocida frase de Gabriel García Márquez («La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda, y cómo la recuerda para contarla»), Fulco di Verdura establece ese pacto con el lector: no pretende construir un relato fiel (sería un intento absurdo), sino que admite sin excusas la subjetividad de la memoria. Este texto, como cualquier texto que beba de la experiencia personal, constituye un territorio literario en el que la realidad se funde con la imaginación, y es esto lo que lo engrandece, lo que le da esa chispa. Tal vez lleva al límite la extravagancia de ciertos antepasados, tal vez retuerce algunas vivencias; pero no importa, porque hay más verdad en la imagen que uno se forma de la realidad que en la realidad misma; al menos, la «verdad» que nos seduce e interpela a los amantes de la literatura.
Fulco di Verdura
El libro concluye con la muerte de la matriarca, que coincide con la época en que él comienza a ir al colegio, a juntarse con otros chicos y, en suma, a enfrentarse al día a día solo, sin la protección de la familia; un símbolo bien encontrado del final de esas vacaciones que son la infancia. Y, para terminar, un último apunte: Fulco di Verdura escribió esta obra en inglés –pasó la mayor parte de su vida adulta entre las grandes ciudades de Europa y Estados Unidos– y se aprecia su cosmopolitismo en el uso de expresiones en italiano o francés, que salpican la narración, y en el modo en que identifica la nacionalidad de los personajes según su tratamiento (como el «miss» de las institutrices británicas). Es un escritor cultivado, refinado a la vieja usanza. Todo ello hace de este libro una pieza insólita, un fresco de la cultura siciliana de antaño, con sus fiestas y sus tradiciones religiosas, sus palacios y sus plazas, evocado desde la perspectiva de un hombre de mundo, que dejó esa tierra de forma definitiva, pero aún es capaz de recrearla con viveza.

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