27 enero 2015

Contra la fuerza del viento - Victoria Álvarez



Edición: Lumen, 2015
Páginas: 528
ISBN: 9788426401526
Precio: 20,90 € (e-book: 11,99 €)
En todas las épocas hay escritores que tratan de renovar la literatura, mientras que otros se mantienen fieles a la tradición y la enriquecen. Victoria Álvarez (Salamanca, 1985) se encuentra entre estos últimos, aunque no retoma precisamente la narrativa española del siglo XX, sino el suspense, las aventuras y las pasiones de la producción inglesa decimonónica. Su obra es la de alguien que ha leído, y leído bien, a autores como Wilkie Collins, Edgar Allan Poe y Oscar Wilde. Su novela más reciente, Contra la fuerza del viento (2015), narra un nuevo caso de los periodistas del Dreaming Spires, que ya protagonizaron Tu nombre después de la lluvia (2014) —reeditado ahora con la cubierta que se puede ver a la derecha—, en el que viajaron a un pueblo irlandés para resolver un suceso relacionado con una criatura mitológica. En 1905, dos años después de aquella investigación, reciben otro encargo en el que se reencuentran con la misteriosa señorita Stirling, que sigue reacia a hablar de sí misma. O, al menos, eso pretende aparentar.
El transatlántico en el que viajan
En esta ocasión, los protagonistas deben marcharse de Oxford para cruzar el Atlántico rumbo a una aldea de Nueva Orleans, donde esperan esclarecer el inquietante caso de un bergantín hundido, el Perséfone, que naufragó en el río Mississippi en 1862, un recuerdo que todavía sigue muy vivo en la memoria de los lugareños supersticiosos. Con la excelente organización de la trama que ya demostró en Tu nombre después de la lluvia, Álvarez combina el progreso de las historias de los protagonistas con la introducción de un escenario diferente, con sus propios personajes y enredos, que constituye el cuerpo de esta segunda parte de la saga. En este sentido, sobresale la forma de relacionar el pasado con el presente, a través de las conversaciones con testigos de los hechos y recuerdos materiales, un método similar al de Kate Morton. El resultado es una novela que contiene muchas historias en una, ya que, al investigar el Perséfone, descubren la época de esplendor de la plantación de la familia del capitán del barco, su complicada situación amorosa y las supuestas prácticas de brujería de algunos aldeanos.
La plantación de Nueva Orleans
La evolución de los protagonistas resulta asimismo sobresaliente. En primer lugar, la autora acierta al decidir que transcurran unos años desde la aventura anterior, porque el paso del tiempo ha provocado cambios en las vidas de los protagonistas, unos cambios que los hacen más interesantes y evitan que su papel en Contra la fuerza del viento sea idéntico al de antes (el más destacable es Oliver, que se ha convertido en escritor). No obstante, algunos de ellos no solo se robustecen como personajes por su presente, sino por lo que se desvela de su pasado (el capítulo sobre los orígenes de Stirling es uno de los más hermosos de la saga, y lo relativo a Oliver también está muy bien encontrado). Además, Veronica, la sobrina rebelde de Alexander, justifica su presencia como secundaria de oro al acompañarlos en su viaje y ejercer de contrapunto de la sofisticada Stirling. El contraste de caracteres funciona a la perfección (la seductora Stirling, el guasón Lionel, el tímido Oliver, el serio Alexander, la inquieta Veronica, etc.) y enriquece la novela, porque genera momentos muy variados, con predominio de los diálogos chispeantes durante la investigación en sí y las escenas románticas y conmovedoras en los puntos álgidos. Un cóctel para emocionarse y pasarlo en grande.
La Casa de las Orquídeas
En suma, Álvarez vuelve a construir una novela gótica de aventuras, romances apasionados e intriga que guarda muchos paralelismos con la anterior, a saber: la alternancia de las tramas personales (esta vez el protagonismo se lo llevan Stirling y Lionel, pero no descuida a ninguno) con la resolución del misterio paranormal (la banshee en Tu nombre después de la lluvia, el barco en Contra la fuerza del viento); los personajes arquetípicos que se complementan; el viaje a un lugar lejano que le permite recrear otro paisaje espléndido (del castillo irlandés a la plantación de Nueva Orleans) e incluso incorporar algún tema de carácter social (esclavitud); el desarrollo, en pequeñas pero contundentes dosis, de cuestiones importantes para el conjunto de la saga (relacionadas, sobre todo, con Stirling y lo que esconde); y, por último, la elegancia del estilo, el gusto por el romanticismo y las descripciones de obras de arte y vestidos, aunque, hay que advertirlo, esta delicadeza no está reñida con la narración de acciones perversas.
Victoria Álvarez
Por si fuera poco, se aprecia una evolución notable con respecto a la primera parte: ha ganado fluidez, va más al grano y aún es más entretenida. También ha perfeccionado el manejo de varias tramas al mismo tiempo, con una estructura mucho más equilibrada que la de Tu nombre después de la lluvia (me reafirmo en lo que dije en aquella reseña: Álvarez es una gran arquitecta de historias). Del exceso de sentimentalismo de su debut, Hojas de dedalera (2011), ya no queda ni rastro, porque el amor exaltado se compensa con el suspense y las otras vivencias personales que refuerzan la obra. Cuánto ha crecido la autora desde sus inicios, qué cantidad de recursos ha incorporado a su repertorio y qué bien ha pulido su estilo. Contra la fuerza del viento tiene todos los ingredientes de un buen page-turner, un libro que divierte, apasiona, enternece, engancha… y deja con la boca abierta después de un desenlace sobrecogedor. Fascinante.
Imágenes del Facebook de la autora, inspiradas en los escenarios de la novela.

19 enero 2015

La hora de la estrella - Clarice Lispector



Edición: Siruela, 2014 (trad. Ana Poljak)
Páginas: 112
ISBN: 9788416120796
Precio: 11,95 €
Las obras de Clarice Lispector (Tchetchelnik, Ucrania, 1920-Río de Janeiro, Brasil, 1977), ya sean novelas o relatos, siempre resultan difíciles de desentrañar por la enorme complejidad con que están construidas, una complejidad que sitúa a la autora brasileña entre los escritores experimentales más importantes del siglo XX, como James Joyce y Virginia Woolf. La hora de la estrella (1977), el último libro que vio publicado en vida, está considerado uno de sus mayores logros junto a La pasión según G. H. (1964) y Un soplo de vida (1978), además de su gran especialidad: el cuento. Como consecuencia de esta dificultad para descifrarla, voy a comentar este texto poco a poco, empezando por lo fácil —los personajes, la trama, si se puede considerar que hay una trama—, para adentrarme después en la singularidad que le aporta el narrador y la profunda reflexión filosófica que es en el fondo esta novela.
La hora de la estrella se centra en Macabea, la norestina, una joven anodina que trabaja como mecanógrafa en Río de Janeiro. Macabea nació en la región noreste de Brasil (de ahí su apodo: «norestina»), una zona pobre donde Lispector pasó su infancia. Después de quedarse huérfana, Macabea fue acogida por una tía que no la quería y con la que más tarde se trasladó a Río. Tras la muerte de la tía y sin ningún familiar que la ayudara, comenzó a compartir habitación con cuatro chicas. Macabea es, tal y como la describió Lispector, «una muchacha que no sabía que ella era lo que era y que por ello no se sentía infeliz», es decir, no había tomado conciencia de la miseria de su vida, de su escasez de recursos, de su carácter conformista, de su falta de aspiraciones («No es necesario saberlo todo y el no saber era una parte importante de su vida», pág. 31).
Los de su alrededor, en cambio, sí detectan estos rasgos de la norestina y se sorprenden ante la impasibilidad con la que acepta lo que ellos consideran mediocridad. En La hora de la estrella se presta interés a lo que le ocurre desde que conoce a Olímpico de Jesús, asimismo norestino y tan sencillo como ella. Sin embargo, a diferencia de Macabea, Olímpico es ambicioso y encaja en el arquetipo de chico que desea mejorar su posición social a cualquier precio («Él hablaba de grandes cosas, pero ella prestaba atención a las cosas insignificantes, como ella misma», pág. 57). La elección de los nombres dice mucho de ellos (Lispector no da puntada sin hilo): Macabea, como el heroico pueblo macabeo —Lispector era judía y las referencias religiosas abundan en su obra—; y Olímpico de Jesús, que alude al catolicismo y, a la vez, la paradoja del nombre compuesto se burla de las ínfulas del joven (soberbio por creerse «del Olimpo» cuando, de hecho, procede de un ambiente pobre, «de Jesús»).
Todo esto sería una historia realista si no fuera porque Lispector, ya lo he advertido, no tiene nada de convencional. La pieza que confiere un aire único a este relato es el narrador, un hombre que se presenta como Rodrigo S. M. y es testigo de los hechos. Él redacta en primera persona los pequeños acontecimientos de la vida de Macabea con una intensidad singular, impregnada de ideas sobre la muerte —se da la casualidad de que Lispector murió meses después de la publicación, aunque mientras la escribía no era consciente del avance de su enfermedad— y de reflexiones sobre el proceso creativo. Al principio declara, con sorna, «Experimentaré, contra mis costumbres, una narración con principio, medio y “gran finale”, seguido de silencio y de lluvia que cae» (pág. 13), pero, aunque en la trama de Macabea se pueden discernir estos tres puntos, La hora de la estrella no se parece en nada a las novelas de estructura clásica porque el narrador-humano de Lispector carece de la objetivación, del control total sobre la historia, del narrador-Dios de Flaubert o Tolstói.
La primera diferencia entre ambos narradores es la profunda introspección, compartida por Proust y Woolf: la interrupción de la trama para ahondar en los pensamientos y las emociones de quien nos habla, un giro de perspectiva que da importancia a la subjetividad, a la forma con la que Rodrigo S. M. mira a Macabea. Y la mira, a veces, como si estuviera fascinado por ella aunque al mismo tiempo se frustre por la condición miserable de la chica («Sí, estoy apasionado por Macabea, mi querida Maca, apasionado por su fealdad y su anonimato total, pues ella no existe para nadie», pág. 76). De algún modo, la presencia de este narrador nos recuerda que si Macabea personaje existe es porque hay alguien, el escritor, dispuesto a darle vida, a hacerle caso, a pesar de que no haya protagonizado ninguna aventura extraordinaria ni una pasión desenfrenada como las que interesaban al novelista decimonónico. Estas nociones de ruptura son comunes a toda la producción de la autora, que desde sus inicios fue considerada una renovadora de la literatura brasileña del siglo XX.
Estas introspecciones, en el caso de La hora de la estrella, están ligadas, además, a la reflexión sobre la escritura, por eso no es un detalle baladí que esté contada por un escritor y no por la propia norestina. Desde el comienzo, el narrador da muchos rodeos antes de entrar en materia (es decir, antes de presentar a Macabea), como si él, en lugar de limitarse a contar la historia, quisiera compartir también el proceso, las dudas y pensamientos que se le pasan por la cabeza a la hora de afrontarlo. Esta cavilación se manifiesta a lo largo del relato —el estilo fragmentado, las pausas antes del final, la incapacidad para elegir un solo título, su desinterés al escribir los diálogos vacíos entre Macabea y Olímpico, la peculiar dedicatoria—, y se relaciona con la imaginación, porque el narrador reconoce que en ocasiones debe inventar lo que no ha visto, poner algo de él en el retrato de Macabea («Es una historia en tecnicolor, para que tenga algún adorno, por Dios, que yo también lo necesito», pág. 8), como los momentos de soledad de la muchacha y su emoción al escuchar música. Lispector siempre procura dotar sus escritos de mucha viveza, mucha fuerza (el it, tal y como lo denomina en Agua viva), y esta novela no es una excepción («No se trata de un relato, ante todo es vida primaria que respira, respira, respira», pág. 13).
Clarice Lispector
Si bien La hora de la estrella se puede interpretar como un retrato social de Brasil, el punto de vista le añade tantas capas de significado que se puede entender asimismo como un ejercicio de deconstrucción de la novela tradicional en el que el narrador hace gala de su condición humana y, por consiguiente, expresa todos sus esfuerzos, sus propósitos y sus miedos («Que nadie se engañe, solo consigo la simplicidad con mucho esfuerzo», pág. 11). Si en Agua viva (1973) Lispector hizo para la literatura lo que el arte abstracto para la pintura, en La hora de la estrella continúa experimentando con la figura del narrador. La historia de Macabea, por su parte, va en consonancia con este abandono de las convenciones, porque ella misma es una antiheroína, una caricatura de todo aquello que no tienen las grandes protagonistas de la literatura, y es que La hora de la estrella, a pesar del drama, de su obsesión por la muerte, es una novela muy irónica e incisiva (basta fijarse en las observaciones jocosas sobre Olímpico, la propia protagonista o la adivina).
Otra obra maestra de una escritora excepcional.

14 enero 2015

Quinto aniversario de Devoradora de libros




Sí, ya son cinco años y esta es la típica entrada de reflexión en la que os cuento a todos las maravillas del blog. Bueno, quizá me he pasado con lo de «maravillas» (y con el «a todos», porque muchos solo entrarán para comentar «¡Felicidades!» sin leer nada más que el título; gracias también a ellos por su tiempo, ahora y siempre). En cualquier caso, cuando se dedican cinco años a una actividad que no es obligatoria ni se cobra, se supone que es por algo, algo llamado literatura que forma parte de mí y de mis días (perdón por la cursilería). Nunca he pretendido erigirme en promotora de la lectura ni pienso que los blogs resulten eficaces para ese cometido. Tampoco me considero una bloguera de referencia que aumenta las ventas de un libro después de reseñarlo (ya me gustaría). En realidad, lo único que me aporta el blog es una relación más intensa con la literatura y con todo lo que la rodea. Estoy al día de las novedades. Cada reseña, por el trabajo de razonamiento y documentación que conlleva, enriquece mis conocimientos. Hablo con lectores a los que no habría conocido de otro modo. También hablo, aunque sea poquito, con algunos escritores, editores, traductores y libreros. De todas estas charlas informales, e incluyo por supuesto las de los lectores, se aprende. Y, sobre todo, me divierto, me divierto mucho (y me siento un poco rara al pensar que escribir reseñas me parece «divertido»). En casa me dicen que estoy obsesionada con los libros, y tal vez tengan razón. Da igual; hoy no me apetece dejar de estarlo.


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