29 julio 2019

El rumor del oleaje - Yukio Mishima


Edición: Alianza, 2016 (trad. Jordi Fibla y Keiko Takahashi)
Páginas: 232
ISBN: 9788491042532
Precio: 12,00 € (e-book: 5,99 €)
Leído en la edición en catalán de Amsterdam, 2008 (trad. Joaquim Pijoan y Ko Tasawa).

El primer amor, los ritos de paso y el mar definen El rumor del oleaje (1956), de Yukio Mishima (Tokio, 1925 – 1970), un pequeño clásico de la literatura japonesa del siglo XX. En la isla de Utajima, en el océano Pacífico, Shinji, un joven pescador, se enamora de Hatsue, la hija del acomodado señor Teru. La muchacha acaba de regresar a la isla y los rumores dicen que le espera un matrimonio con un chico bien posicionado, pero ella también se fija en Shinji. Esta novela es una aproximación (otra más) al amor entre dos personajes de clases diferentes, una aproximación a la prueba que tendrán que superar para estar juntos. Shinji, de madre viuda, pertenece a una familia humilde; él es un joven trabajador y honrado. Hatsue, por su parte, aunque llama la atención de los hombres por su belleza, tiene además valores nobles, no le importa bajar del pedestal en el que la tiene su padre para mezclarse con la gente sencilla. Hacen, en fin, una bonita pareja, solo que nadie se lo pondrá fácil para estar juntos.
El autor, discípulo de Yasunari Kawabata, se aleja de su maestro en el planteamiento de esta novela. Mientras que Kawabata se caracteriza por la ambigüedad, la tensión erótica y el juego en títulos como Mil grullas (1952) o La casa de las bellas durmientes (1961), Mishima apuesta por una narración más «convencional», tanto en la forma (relato lineal) como en sus principios morales. Esta puede considerarse una historia «hermosa» en el sentido tradicional: posee la belleza del primer amor, la juventud de los amantes, la inocencia de ambos, cualidades como la bonhomía, la valentía o el respeto por los mayores. Como en la literatura decimonónica, se fundamenta en una concepción de la moral que ha quedado obsoleta (el hombre bueno que al final obtiene su recompensa, los obstáculos como retos del destino); aun así, es agradable leer una novela que invita a tener esperanza en unos tiempos en los que se ha perdido.
Dicho de otro modo: Mishima no hace nada nuevo, ni lo pretende. Es previsible, pero lo que hace, lo hace bien: narrar un relato bello, que conmueve con toda su simplicidad, al igual que emociona el Primer amor (1860) de Iván Turguénev, o, por poner un referente más actual, las novelas de iniciación de Erri De Luca. Es posible que El rumor del oleaje sea, en parte, un guilty pleasure: la felicidad de reencontrarse con una vieja tradición, el encanto de las historias que se cuentan junto a la hoguera, aunque esta tenga el aroma del mar y sus habitantes, ese pueblo de pescadores apartado de la civilización urbana, donde el tiempo se rige por unas costumbres ancestrales. A propósito, el libro es interesante asimismo por el retrato de la isla, un microcosmos particular, y del rol de las mujeres buceadoras en su cultura; hay una cierta perspectiva de género en la reivindicación del papel de ellas en subsistencia de las familias (y una escena preciosa de Hatsue y la madre de Shinji).
Yukio Mishima
Por lo demás, la novela irradia sensualidad, ternura y lirismo. Pulcra y sutil, sin estridencias, con esa aparente liviandad de los autores nipones (que denota una capacidad extraordinaria para limitarse a lo esencial; son casi el polo opuesto a la tendencia al exceso de los narradores hispanos). Se presta atención a los personajes secundarios, como el rival de Shinji, un joven rico y engreído; o la chica que no se siente atractiva y sin querer actúa como contrapunto de Hatsue; también están los padres de los jóvenes y, por supuesto, el pescador que ejerce como mentor del protagonista. La simbología es clave (la «prueba» en el barco o la escena de las buceadoras); y se plantean conceptos como el honor, la herencia o el respeto por las jerarquías sociales. En suma, contrasta con lo que se suele escribir ahora (tanta violencia, tanta crítica social, tanto desconsuelo), se le puede reprochar la comodidad, la falta de riesgo; ahora bien, si se lee asumiendo lo que es, este reencuentro con la literatura primigenia (y con el mar, y con el primer amor, y con la limpieza de espíritu) proporciona un gran placer.

26 julio 2019

Aquí no, ahora no - Erri De Luca


Edición: Seix Barral Booket, 2014 (trad. César Palma Hunt)
Páginas: 112
ISBN: 9788432222702
Precio: 6,95 € (e-book: 5,99 €)

Entre madre e hijos no acontece progreso, no se desarrolla civilización: las palabras siempre serán pocas, raras, conservadas. No reemplazan nada, ni los golpes ni las caricias.

En 1989, un entonces desconocido Erri De Luca (Nápoles, 1950) irrumpió con fuerza en las letras italianas con Aquí no, ahora no, una evocación de su niñez. De formación autodidacta, el autor había desempeñado trabajos de albañil, conductor y operario de fábrica, además de participar de forma activa en movimientos de extrema izquierda; no era, desde luego, el perfil habitual de un escritor. Con los años, sin embargo, ese autor tan ajeno al mundo intelectual se ha convertido en una de las voces más importantes de nuestro tiempo, con una larga lista de publicaciones a sus espaldas que mantienen con coherencia encomiable su proyecto de unir literatura y vida. Y todo eso ya estaba ahí, en su debut, que tal vez no sea, desde la distancia, su novela más lograda, pero sin duda es la semilla de piezas tan espléndidas como Tú, mío (1998), El día antes de la felicidad (2009) o Los peces no cierran los ojos (2011).
Erri De Luca nunca ha ocultado la naturaleza autobiográfica de su obra. En primera persona, sin indicar el nombre del narrador, la mayoría recrea su infancia en la Nápoles de posguerra (la ciudad es un personaje más, al igual que –con un estilo muy distinto– para su compatriota Elena Ferrante): «La infancia podía durar eternamente, no me habría cansado nunca de ella» (p. 50), reflexiona en Aquí, no, ahora no, una frase que podría aplicarse al conjunto de su producción. Este libro toma como punto de partida la fotografía de la madre, que suscita los recuerdos del hombre. Es una de sus obras, a propósito, en las que más destaca la figura de la madre (en otras, de hecho, apenas se habla de ella; tienen como referente del protagonista a un mentor, que puede ser desde un conserje a un pescador que le enseña el oficio). El título alude a la reprimenda cariñosa de la madre a sus hijos: «Me miras con el gesto severo en el que permanece el eterno reproche que nos hacías de niños: aquí no, ahora no» (p. 47).
Erri De Luca
¿Y qué cuenta Erri De Luca sobre su niñez? Más que una historia lineal, la novela se compone de estampas, fragmentos a modo de remembranzas: «Hablar es recorrer un hilo. Escribir, en cambio, es poseerlo, devanarlo» (p. 27). La pobreza de sus primeros años de vida, la familia que prosperó más adelante, el cambio de vivienda, la relación con los padres, los altibajos en los estudios, su carácter calmado, los errores; la pérdida, en definitiva, de la inocencia. Aun así, como siempre que se habla de buena literatura, los temas son lo de menos; es el «cómo» lo que importa: su sensibilidad, su estilo poético, depurado y preciso («menos es más» bien podría ser su máxima), su hondura, su sabiduría sobre las pequeñas cosas. Cuando uno ya ha leído unas cuantas novelas de este autor, se da cuenta de que Erri De Luca escribe una y otra vez el mismo libro. Esto no es una crítica, sino un elogio, por cuanto tiene la capacidad de exprimir sus memorias y contarlas con palabras nuevas (tiernas, conmovedoras, delicadas) en cada texto. Una exploración de la intimidad que, a través de su voz, trasciende el recuerdo personal y nos atañe a todos, se convierte en gran literatura. Aquí no, ahora no es un buen libro de un escritor inmenso.
Cita inicial de la página 40.

22 julio 2019

Proleterka - Fleur Jaeggy


Edición: Tusquets, 2004 (trad. María Ángeles Cabré)
Páginas: 136
ISBN: 9788483102602
Precio: 11,00 €
Leído en versión original (Proleterka).

Autora de culto, rara avis de las letras italianas (y de la narrativa contemporánea en general), una aproximación muy personal al hecho literario. Todo esto puede decirse de Fleur Jaeggy (Zúrich, 1940), una escritora quizá poco prolífica –desde su debut, en 1968, ha publicado siete novelas breves y un libro de relatos–, pero de una exquisitez extraordinaria. Pese a haber pasado la mayor parte de su vida adulta en Italia, y de haber elegido este idioma como lengua de creación, su obra, de vocación intimista, presenta una naturaleza más centroeuropea que transalpina, tanto en el argumento, que recrea ambientes proclives a la interculturalidad (un internado selecto, un crucero), como en la voz, menos propensa al exceso que los narradores mediterráneos al uso. Es, de hecho, contenida, seca; el pulso firme de una cirujana, la mente disciplinada de una intelectual que no baja la guardia. De su producción hay que destacar Los hermosos años del castigo (1989), que explora las amistades femeninas en un internado, y Proleterka (2001), donde sobresale el tema del distanciamiento entre padre e hija.
Una mujer siente el deseo de ver las cenizas de su padre, fallecido muchos años atrás. Así comienza esta historia sobre la incomunicación entre un hombre y su hija, tan cruda como la imagen que evoca esa primera página. La mujer rememora su pasado, un crucero que hizo con su padre por las islas griegas, a bordo de la nave Proleterka. Por aquel entonces, ella era una adolescente taciturna que apenas había estado en contacto con él; el viaje pretendía ser una suerte de punto de encuentro. Durante el viaje, no obstante, tampoco se relacionaron demasiado, más allá de los almuerzos compartidos. La joven heredó sus ojos claros, gélidos, tan distintos a los de la familia materna, un rasgo que la une a su progenitor sin quererlo. Poco a poco, la narradora deshace el nudo paternofilial para explorar los entresijos familiares (su estatus venido a menos, la pertenencia del padre a una congregación, la infancia desdichada, la relación asimismo complicada con la madre, los secretos del clan). Mientras tanto, en sus andanzas por el barco, la chica se hace mayor; este es, en parte, un libro de formación.
Hay una especie de «misterio» en la escritura de Fleur Jaeggy, en la cadencia hipnótica con que aborda los vínculos afectivos fríos, insondables; un rasgo complicado de describir, pero fácil de reconocer en cuanto se empieza a leerla. Tanto en esta novela como en Los hermosos años del castigo profundiza en el rol de la adolescente solitaria, herida, alejada de sus padres, una muchacha criada entre varias culturas, sin anclaje, o con un anclaje cuando menos frágil. El resto de personajes tampoco son mucho más vivaces; reina el desapego, un ambiente en el que los silencios cuentan tanto o más que lo que se dice. Ese alejamiento se articula en la voz narrativa, que salta del «yo» con que empieza la novela a «la hija de», para referirse a ella misma en tercera persona, según el contexto, para plasmar ese freno que en ocasiones le impide identificarse como hija. No sigue una narración lineal; el texto se compone de capas superpuestas, que enriquecen y matizan cada página.
Fleur Jaeggy
Fleur Jaeggy insinúa, no mastica. Elusiva, pulcra, sutil, de frases cortas y afiladas; es más una estilista fina, de las que buscan la palabra exacta, que una narradora de historias. El tono, sobrio, sin una pizca de sentimentalismo, va acorde con el desapego general de la obra. Si se pudieran atribuir los valores de una persona a la literatura, los libros de esta autora serían como una mujer seria y reservada, inteligente y tenaz, de las que no hacen aspavientos pero van al grano con diligencia. Sensible, también, aunque es la sensibilidad de quien evita quejarse, de quien no pierde el control; dura, impenetrable. Una gran autora, en definitiva.

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