28 noviembre 2014

Mujercitas de ayer con traje de hoy



Solo unas líneas para hacerme eco del lanzamiento de una nueva (y magnífica) edición ilustrada de Mujercitas, el clásico de Louisa May Alcott que nos ha acompañado a tantos lectores (me niego a limitar su público a las «lectoras») a lo largo de los años. Esta publicación de Lumen, encuadernada en tapa dura y con un desplegable ilustrado por Riikka Sormunen en su interior, reutiliza la reciente traducción de Gloria Méndez e incluye un prólogo de Elena Medel; el máximo cuidado posible para una obra maestra. Meg, Jo, Beth y Amy, las encantadoras hermanas March, cambian de vestido, pero su esencia permanece inalterable y esta novedad es, con certeza, una oportunidad fantástica para volver a ellas o, en el caso de los lectores jovenzuelos o despistados, conocerlas por primera vez. Sea como sea, que nadie se olvide de ellas, de las maravillosas Mujercitas, porque aún tienen mucho que decir.








Sinopsis, precio y más información aquí.
Imágenes del Facebook de Editorial Lumen

26 noviembre 2014

Canciones de amor a quemarropa - Nickolas Butler



Edición: Libros del Asteroide, 2014 (trad. Marta Alcaraz) 
Páginas: 344 
ISBN: 9788415625995 
Precio: 21,95 € (e-book: 12,99 €)
Nunca es tarde para que la vida nos sorprenda. Henry, Lee, Ronny y Kip, cuatro amigos que crecieron juntos en Little Wing, Wisconsin, lo saben bien. A raíz de la boda de Kip, se reencuentran y constatan que, pese a compartir orígenes, sus caminos han tomado rumbos muy diferentes. Tras muchos intentos frustrados, Lee se ha convertido en una estrella del rock, aunque no deja que la fama lo ciegue y no ha perdido el contacto con sus colegas. Kip, por su parte, ha tenido éxito como corredor de bolsa en Chicago y ahora regresa al pueblo para invertir en una vieja fábrica. Henry optó por la vía tradicional: se casó con su primera novia y se encarga de la granja familiar. Ronny es el que, a priori, ha tenido peor suerte, puesto que llegó a ser un vaquero de rodeo, pero una mala caída le dejó secuelas psíquicas que le hacen depender de los demás. Sin embargo, los cuatro aún tienen mucho recorrido por delante.
Nickolas Butler (1979), oriundo de Eau Claire, Wisconsin, recrea en su debut la amistad de unos hombres unidos por el pueblo que les vio crecer y que, en los albores de la treintena, se reúnen de nuevo en ese momento vital en el que parece que cada uno debe hallar su sitio. Llegan las bodas, los grandes planes. Y también las decepciones, los fracasos cotidianos, acompañados a veces de una segunda oportunidad. Aunque los protagonistas sean ellos, no faltan las mujeres que entrelazan sus historias y las dotan de calado sentimental, porque, como en cualquier historia de amigos, los secretos y las rivalidades por conseguir a la misma chica están ahí, tensando la cuerda hasta romperla. Canciones de amor a quemarropa, en suma, pone a prueba la fuerza de una amistad que parecía imperecedera, una amistad que, con los años, ha resultado no ser tan noble y transparente como pensaban.
En el fondo de la trama, hay un personaje más: el paisaje de Little Wing, el ambiente de pueblo pequeño que ha marcado la forma de ser de los chicos. Además de las relaciones entre ellos, la relación de cada uno con el entorno, y cómo ello influye en su forma de ver la vida, es otro de los temas fundamentales del libro: el «regreso» (o no) al hogar. Kip, al volver enriquecido y junto a una esposa sofisticada, no encaja en el grupo. Lee, el cantante, constituye el ejemplo de persona romántica que ha conocido mundo y sin embargo siente nostalgia de su tierra, de sus raíces, del lugar que le inspiró el álbum que lo catapultó a lo más alto. Henry, por su lado, no conoce otra existencia fuera de Little Wing; para él, lo extraordinario es viajar a la gran ciudad, a las calles ruidosas llenas de gente desconocida.
La novela, narrada a cinco voces (las de los cuatro protagonistas y la de una mujer), está escrita con un estilo ameno y visual, casi cinematográfico —y sí, ya se han vendido los derechos para una posible adaptación a la gran pantalla. En ocasiones peca de cierta torpeza, con observaciones demasiado explícitas de los personajes sobre ellos mismos («Sé que soy deseable e inteligente y fuerte y sexy», pág. 85, «Creo que no soy buena persona. No le hago bien a la gente, lo sé», pág. 215) —sería mejor insinuar esos rasgos de la personalidad que expresarlos de forma tan directa— y comentarios de un lirismo paisajístico bastante tópico («La noche era clara, la iluminaban las estrellas y el faro de una luna casi embarazada», pág. 112, «El día estaba blanco como el cielo», pág. 195). De todas formas, hay que destacar el mérito de Butler en la estructura equilibrada, nada fácil de lograr en una obra coral, y en la consecución de un ritmo ágil que hace disfrutar de la lectura desde el principio.
Con Canciones de amor a quemarropa, Libros del Asteroide completa un trío de libros publicados en 2014 que evocan, desde diferentes miradas, esta etapa de la juventud y sus amores. Todos ellos, además, están firmados por escritores estadounidenses debutantes y transcurren en diversas zonas del país. El primero, ¡Melisande! ¿Qué son los sueños?, de Hillel Halkin, el autor más veterano, se centra en una conmovedora historia de amor que comienza en el escenario de revolución cultural de finales de los años sesenta. El segundo, Qué fue de Sophie Wilder, de Christopher R. Beha, otro novelista joven, se adentra en el círculo literario contemporáneo y sigue los pasos de dos jóvenes que soñaban con ser escritores, aunque la chica, Sophie, ha cambiado y ya no comparte esas aspiraciones.
Nickolas Butler
Canciones de amor a quemarropa, con respecto a las novelas mencionadas, aporta una visión más amplia de la amistad masculina en un contexto rural. También es, en cierto modo, la menos original de las tres, la menos profunda, ya que suena a historia mil veces contada, tanto en la literatura como en el cine; y sus personajes, con Lee a la cabeza, a clichés mil veces explorados que aquí no encuentran esa esperada vuelta de tuerca. La han comparado con Jonathan Franzen, pero, en mi opinión —y sin ser una entusiasta de Franzen—, la comparación le queda muy, muy grande. Con todo, hay que reconocerle a Butler el saber reutilizar estas ideas con muy bien tino, repartiendo el protagonismo entre los cuatro amigos y sin que la tensión decaiga. Al fin y al cabo, no hay ningún problema en retomar viejos temas, porque, si están planteados con acierto, el lector nunca se cansa de leerlos, como tampoco se cansa (y perdón por el tópico) de escuchar canciones de amor.
Fotografías de Eau Claire, Wisconsin. Wikipedia.

24 noviembre 2014

Los primeros cien de Errata naturae



Si las personas celebramos nuestros años, las editoriales celebran sus libros, por eso es una excelente noticia que el proyecto independiente y selecto de Errata naturae cuente ya con cien títulos publicados. Esta pequeña editorial, fundada en Madrid en 2008, ha manifestado desde sus inicios la voluntad de alejarse de las tendencias predominantes en el circuito comercial, con una apuesta por obras exigentes en las que el contenido de alto nivel cultural convive con un cuidado minucioso de todas las partes de la edición, desde la traducción a los simpáticos colofones que cierran cada lectura. Estos cien libros conforman un catálogo, sin duda, valiente y vocacional, porque hay que tener mucho interés personal para proponer estos textos al lector en un momento en el que los éxitos de ventas encarnan valores casi opuestos.
Los seguidores de este blog saben que Errata naturae es una de las editoriales que más tengo en cuenta. En su colección literaria sobresalen los rescates de autores europeos del siglo XX poco conocidos para el público español, como los alemanes Franz Hessel y Uwe Johnson, la irlandesa Edna O’Brien o, este mismo año, los franceses Marc Bernard y Jacques Chauviré. Es difícil encontrar palabras para describirlos a todos, porque, aunque comparten calidad (y, a menudo, brevedad), pertenecen a tendencias muy diversas. En muchos casos, su literatura resulta inseparable del marco sociopolítico en el que vivieron, como Brigitte Reimann, una escritora de la RDA que se atrevió a expresar sus dudas acerca de algunas decisiones del partido. No obstante, también encontramos novelas sobre cuestiones más íntimas, planteadas, eso sí, con elegancia y seriedad, sin melodramas, como la extraordinaria Hace cuarenta años, de Maria van Rysselberghe.

Sin embargo, Errata naturae no solo publica literatura. Uno de sus grandes aciertos ha consistido en publicar ensayos de autores prestigiosos —Gilles Deleuze, Epicuro, Henry David Thoreau, Lev Tolstói, etc. — con diseños de cubierta modernos y atractivos, muy pop, con lo que renueva la apariencia habitual de este tipo de publicaciones y las acerca a un público menos académico. Además, la editorial está atenta a las otras aficiones de sus lectores potenciales, como la música o las series de televisión, que han dado forma a volúmenes de artículos sobre Breaking Bad, True Detective, Juego de tronos o The Walking Dead, entre otros. Por último, no se olvida de los más pequeños, puesto que cuenta con una colección dedicada a una serie de libros ilustrados para iniciar a los niños en la filosofía.

Felicidades al equipo de Errata naturae por estos cien primeros libros y mucho ánimo para seguir trabajando en esta dirección, porque los lectores apreciamos el trabajo bien hecho y esperamos con ganas los cien siguientes. Y, para los que aún no conozcáis a esta magnífica editorial, podéis consultar su catálogo completo aquí y/o leer las diez reseñas publicadas en el blog que se listan a continuación (si alguien busca una recomendación más específica, puede preguntar en los comentarios e intentaré aconsejarle lo mejor que pueda).


11 noviembre 2014

La chica de ojos verdes - Edna O'Brien



Edición: Errata naturae, 2014 (trad. Regina López Muñoz)
Páginas: 336
ISBN: 9788415217657
Precio: 18,50 €
Las primeras novelas de Edna O’Brien (Tuamgraney, Irlanda, 1932), que conforman la trilogía Las chicas de campo (1960-1964), no destacan por una construcción ambiciosa ni por un uso innovador del lenguaje. En efecto, se limitan a seguir, de forma lineal, las venturas y desventuras de Caithleen, una chica procedente de la Irlanda rural católica que sale de su entorno y se adentra en el ambiente de la ciudad junto a su amiga Baba. O’Brien lo relata, además, con un registro ameno y sin florituras, perfecto para evocar la frescura de la juventud y sus expresiones coloquiales. En Las chicas de campo (1960), las jóvenes abandonan su hogar para estudiar en un internado hasta que, más tarde, se instalan en una pensión de Dublín. La chica de ojos verdes (1962), su continuación, retoma la acción dos años después en este mismo escenario y se puede leer sin conocer el volumen anterior.
Si no se trata de complejidad formal, ¿por qué se distinguen, entonces, estas novelas de una de las grandes escritoras irlandesas del siglo XX? Por atreverse a escribir sobre algo que no se había contado antes, a saber: las vivencias de una muchacha que se independiza en los años cincuenta y lleva un estilo de vida contrario al que desearía su familia; y por hacerlo con una prosa transparente y clara —se le perdona el uso un tanto torpe de las anticipaciones— que no elude los temas espinosos de la época. En La chica de ojos verdes, la protagonista se enamora de un hombre recién separado, para más inri un director de cine protestante. Mientras él la introduce en un círculo de intelectuales, no sin cierta mirada exótica hacia sus modales campestres, el tosco padre de Caithleen se dispone a frenar el romance como sea.
A pesar de que Caithleen ya tuvo alguna aventura amorosa en el pasado, en esta novela mantiene su primera relación estable, con convivencia incluida. Eugene, el director de cine, siente curiosidad por su perfil: una joven humilde con ganas de culturizarse, que pasa sus ratos libres leyendo. Las inquietudes los unen, aunque aun así la distancia entre ambos es importante, porque pertenecen a sectores diferentes y no están en el mismo momento vital. Caithleen, que todavía conserva una imagen ingenua del enamoramiento («Los mejores hombres habitaban en los libros: hombres extraños, complejos, románticos; los que yo más admiraba», pág. 9), se amolda a Eugene poco a poco, un proceso recreado con mucha perspicacia por O’Brien, que presta atención a cada detalle, cada frase, desde la perspectiva femenina del descubrimiento del amor. No se corta al hablar de sexo, una valentía que le costó la prohibición del libro en su país cuando se publicó.
La chica de ojos verdes, como Las chicas de campo, es la historia de una iniciación al mundo de los adultos, la iniciación de una joven soñadora y ávida lectora que aspira a instruirse, para lo que se ve obligada a romper con sus orígenes (la propia O’Brien pasó por una experiencia similar). Por el camino, disfruta de las fiestas, hace locuras con su amiga, ríe, llora y, sí, se enamora de la persona equivocada, una etapa inevitable en el crecimiento de cualquier jovencita. ¿Y qué hay del personaje de Baba, uno de los pilares de Las chicas de campo? Pierde peso en esta segunda parte, aunque las contradicciones de su amistad siguen presentes: la tranquila Caithleen, que lee con ahínco y se mira la vida con ilusión, contrasta con el fuerte temperamento de Baba y sus ansias de divertirse a cualquier precio. La rivalidad entre ambas, no obstante, queda patente gracias a la extraordinaria sutileza de la autora.
Edna O'Brien
Si Las chicas de campo narraba la marcha de dos adolescentes de su tierra natal, en La chica de ojos verdes las protagonistas ya han alcanzado la veintena y se acercan a ese punto de la juventud en el que hay que tomar las riendas de la propia existencia, un progreso que continúa en el tercer volumen, Girls in their Married Bliss (1964). La aportación de esta obra es comparable a la de Lo mejor de la vida (1958), de Rona Jaffe (Brooklyn, Nueva York, 1931-Londres, 2005), que recoge esta misma fase de un grupo de chicas que trabajan y viven solas en Nueva York. O’Brien, como Jaffe, revalorizó el universo femenino de la mujer joven cuando el feminismo aún tenía mucho recorrido por delante, de modo que la novela sobresale, más allá de su valor literario, por el retrato sociológico de una generación que se atrevió a desobedecer a sus mayores y abrió, con este paso, las puertas de un futuro lleno de oportunidades.
Las imágenes pertenecen a la película Girl with Green Eyes (1964), de Desmond Davis, basada en la novela.

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