30 enero 2013

Bajo la misma estrella - John Green



Edición: Nube de tinta, 2012
Páginas: 304
ISBN: 9788415594017
Precio: 15,95 € (e-book: 10,99 €)

¿Con qué estoy en guerra? Con mi cáncer. ¿Y qué es mi cáncer? Mi cáncer soy yo. Los tumores forman parte de mí. Sin duda forman parte de mí tanto como mi cerebro y mi corazón. Es una guerra civil, […], y ya sabemos quién la ganará (pág. 210).

Puedo afirmar sin temor a equivocarme que Bajo la misma estrella es uno de los libros que más dio que hablar el año pasado (al menos en la blogosfera). Se trata de la carta de presentación de Nube de tinta, el nuevo sello de Random House Mondadori que pretende llegar a jóvenes y adultos con propuestas fáciles de leer que transmitan sentimientos y buenos valores. El género que trata no es nuevo (es el mismo que títulos de éxito como Mi hermana vive sobre la repisa de la chimenea o El niño con el pijama de rayas; de hecho, hay una novela del autor de este último en su catálogo); aunque sí lo es el hecho de apostar en exclusiva por él. De momento está teniendo buena acogida entre los lectores; veremos qué ocurre en el futuro.

Bajo la misma estrella es la sexta novela del estadounidense John Green (Indianápolis, 1977), la que le ha catapultado a lo más alto de las listas de ventas y ha lanzado su obra al mercado internacional. Sus libros anteriores, entre los que se encuentra uno escrito junto a David Levithan, ganaron varios premios y el autor cuenta con un buen número de seguidores en su país. Con la buena acogida que ha tenido en España, estoy segura de que la editorial no tardará en rescatar otros títulos suyos para aprovechar el tirón.

Entrando en materia, Bajo la misma estrella forma parte de ese nutrido grupo de libros sobre adolescentes con cáncer, como el best-seller de Nicholas Sparks Un paseo para recordar, también adaptado al cine, o el más reciente Promise. ¿Crees en los milagros?, de Wendy Wunder. Todos nos cuentan la misma historia y corren el peligro de caer en el manido melodrama de sobremesa; no obstante, es ahí donde debe brillar la habilidad del autor para demostrar que no manipula las emociones del lector y aporta aire fresco al tema. ¿Lo consigue John Green? En parte, sí.

La novela está narrada en primera persona por Hazel Grace, una chica de dieciséis años con un cáncer de tiroides que después se extendió a los pulmones y actualmente se encuentra controlado gracias a un medicamento de la invención del autor. Hazel acude a un colectivo de apoyo, donde conoce a Augustus Waters, un chico atractivo y simpático que perdió una pierna por la enfermedad y ahora parece que se está recuperando. Los dos conectan enseguida y, gracias a la complicidad que les da haber pasado por el mismo trance, Hazel le habla de un libro que la tiene especialmente obsesionada. Todo lo que ocurre después lo dejo a vuestra imaginación.

En esencia, la historia es lo mismo de siempre: adolescentes enfermos y sus dificultades, una trama previsible con momentos para sonreír y para llorar. ¿Dónde está, pues, el truco de John Green? Tiene varios. El primero, el sentido del humor: la narración es muy amena y está llena de escenas que transmiten buen rollo a pesar de las circunstancias. Parece que este es el rumbo que está tomando la novela sobre enfermedades terminales: hablar del cáncer con humor y sin tapujos, puesto que también es una de las bazas de Promise. ¿Crees en los milagros?, que pasó mucho más desapercibida aunque su protagonista tiene bastante carisma. Se puede decir que se ha progresado con respecto a los libros de Nicholas Sparks, un auténtico especialista en dramones al que se puede aplicar aquello de «leído uno, leídos todos» (una servidora tuvo que leer cuatro para darse cuenta)

La gente habla del coraje de los enfermos de cáncer, y no niego que lo tengamos. Me habían pinchado, acuchillado y envenenado durante años, y todavía seguían haciéndolo. Pero no os equivoquéis. En aquel momento me habría gustado mucho, mucho, morirme (pág. 109).

En segundo lugar, los personajes están bastante bien caracterizados y resulta fácil sentir simpatía por ellos, en especial Hazel, tan inteligente y divertida, y Augustus, uno de los guaperas más adorables que he encontrado en la literatura juvenil. Sus diálogos distan mucho de parecerse a las conversaciones que tendrían dos adolescentes corrientes, hacen metáforas sobre la vida y en algunos aspectos son más «profundos», pero se comprende porque han pasado por una situación muy dura y aun así eso no resta frescura a sus voces. Los secundarios también merecen una mención, sobre todo los padres de ambos, que encarnan un papel complicado, y un amigo de los chicos, Isaac. Me gusta la naturalidad y el respeto con el que se trata la enfermedad, y me he creído las situaciones que viven los protagonistas: la imposibilidad de Hazel de hacer una vida normal, el hecho de sentir que la gente la mira cuando acude a algún sitio, el fastidio de algunos momentos en el grupo de apoyo, las dificultades de los amigos sanos para relacionarse con ellos…

Por otro lado, el tema de fondo de este tipo de libros suele ser el carpe diem, pero en esto John Green propone una alternativa: aquello que se deja atrás después de morir. Augustus está obsesionado con el legado, sufre al pensar que solo se recuerda a los héroes y no a los niños que murieron de cáncer, y Hazel se preocupa por sus padres, por el daño que les hará algún día. Se establece un paralelismo entre su angustia y la novela que Hazel lee una y otra vez, Un dolor imperial: la trama relativa a este libro resulta eficaz para reflexionar sobre la pérdida desde diversos puntos de vista y ofrece una visión interesante del escritor como ídolo y el escritor como persona.

No puedes elegir si van a hacerte daño en este mundo, pero sí eliges quién te lo hace. Me gustan mis elecciones (pág. 300).

Hasta aquí, todo bien: el libro utiliza bien sus armas, no cae en el melodrama facilón y tiene detalles interesantes. Sin embargo, no puedo decir que me haya entusiasmado. Mi principal problema para disfrutarlo se debe al hecho de que he leído muchos libros parecidos y cuando se tiene esta herencia lectora resulta difícil conmoverse como la primera vez. Leo reseñas de lectores que prácticamente han tenido una revelación después adentrarse en las páginas de Bajo la misma estrella y no puedo evitar pensar que yo lo que habría disfrutado mucho durante mi adolescencia, cuando todavía me emocionaba con Marc Levy y Nicholas Sparks, pero que ahora me sabe a poco y echo de menos algo más de sustancia en su elaboración. Hay que tener presente que aunque la editorial diga que se dirige a lectores de todas las edades, todos los títulos que ha publicado hasta el momento se consideran juveniles en la versión original y creo que esto influye a la hora de disfrutarlos. Sé que también hay adultos fascinados con Bajo la misma estrella, pero digamos que yo lo recomendaría antes a una persona joven.

Además, me hace gracia que muchas reseñas califiquen esta novela de «realista». Yo soy una amante del realismo y crecí con lecturas de este género, pero si ahora tuviera que hacer una lista de libros realistas os aseguro que este no sería el primero que se me ocurriría. Sí, es realista en el hecho de tratar una enfermedad terminal, pero también bebe del humor de la comedia romántica y tiene un elemento que se carga todo el realismo que podía tener: el medicamento «milagroso» que toma Hazel, algo que le va de perlas al autor para plasmar lo que quería, pero que real no es. No me parece realista puro; lo considero un libro sentimental sobre un tema difícil que transmite emociones bonitas, un subgrupo que hoy en día tiene su propio género.
John Green

En conclusión, Bajo la misma estrella me parece una novela agradable, fresca y con un enfoque diferente a un tema muy manido. No se recrea en el morbo, consigue llegar al lector mediante un acertado equilibrio entre escenas amenas y momentos duros. Está bien dentro de su género, me ha gustado y la recordaré con cariño, pero no me ha cautivado tanto como a otras personas porque no deja de ser una historia que he leído muchas veces y no la considero de diez. La recomiendo a los lectores que busquen una lectura sencilla y con sentimientos.

Creo que en este mundo tienes que elegir cómo cuentas las historias tristes, y nosotros elegimos la versión divertida (pág. 203).

Nota: las fotografías están sacadas de una página que recopila imágenes inspiradas en el libro.

28 enero 2013

Abuelas de la A a la Z - Raquel Díaz Reguera



Edición: Lumen, 2012
Páginas: 80
ISBN: 9788448834722
Precio: 19,95 €

La abuela lunática, la abuela jardinera y la abuela repostera son solo tres ejemplos de los veintinueve tipos de abuelas que se pasean por las páginas de Abuelas de la A a la Z, un tierno álbum escrito e ilustrado por la sevillana Raquel Díaz Reguera (1974), que tiene a sus espaldas cerca de diez publicaciones y además es compositora, un perfil idóneo para llevar a cabo un proyecto como este: una recopilación de prototipos de abuelas (unos realistas y otros más imaginativos) acompañada de textos simpáticos y muchos detalles curiosos. Conocí su trabajo con Un día de pasos alegres y con esta nueva publicación ha demostrado que también es capaz de sacar adelante con éxito proyectos de mayor envergadura.

Abuela reina.
Las ilustraciones de Raquel Díaz Reguera llaman la atención por la viveza de los colores y el efecto collage, como si los vestidos y complementos de las señoras fueran fragmentos de figuras geométricas añadidos al rostro: las caras son en general redondas y el cuerpo suele tener una forma triangular; el resultado es un estilo muy original y creativo que enseguida se identifica con la autora. Además, el semblante de las abuelas tiene una gran expresividad y valoro el hecho de que se haya dedicado un álbum a personas ancianas (lo habitual es que se dibuje a niños); incluso las más temibles transmiten ese carácter apacible tan asociado a este miembro de la familia.

Por otro lado, la variedad de señoras que se recogen me parece más que suficiente: veintinueve tipos de abuelas que llevan al extremo algunos rasgos inconfundibles basados en profesiones o aficiones (la costurera, la repostera, la arreglacosas), en algún aspecto de su personalidad (la regalona, la melancólica, la supersticiosa) o incluso de su imagen (la de negro, la rosa). La intención no es hacer retratos verosímiles, sino destacar la simpatía de las abuelas con ilustraciones de cada una de ellas acompañadas de una breve descripción y algunos objetos que asociados a su rasgo particular. Es un álbum entrañable que hace sonreír al lector.

Abuela por carta.
Con respecto al texto, como ya pude comprobar en Un día de pasos alegres, Raquel Díaz Reguera tiene mucha imaginación y logra sacar partido de la descripción de cada abuela con un lenguaje comprensible para los niños que también pueden saborear los adultos. Sus palabras son amables y cariñosas, en la línea del resto del álbum. Además, no todo es información sobre las ancianas: también hay detalles curiosos (los objetos de las abuelas y otras cosas que vuelan por las páginas) y apartados especiales (los dormitorios de las abuelas, los besos, los recuerdos…) que evitan que el libro caiga en la monotonía. Todo está cuidado hasta el más mínimo detalle y me parece un hermoso homenaje a las abuelas.

El libro sigue el mismo enfoque que Besos que fueron y no fueron, un álbum precioso con el que la editorial estrenó una colección de títulos de autores e ilustradores españoles que van más allá del simple cuento y realizan una auténtica obra de arte perfecta para regalar y releer. No obstante, el tamaño del álbum que comento esta vez es más pequeño (28,7 x 24,6 cm), cosa que me parece un acierto porque Besos que fueron y no fueron permitía un (todavía) mayor despliegue de creatividad (no era un simple recopilatorio de besos) y, en cambio, las Abuelas de la A a la Z son ante todo una lista de abuelas, de modo que estas medidas hacen que sea más manejable.

Abuela coleccionista.
Por lo demás, la edición está muy cuidada, se utiliza papel de calidad y la extensión de 80 páginas justifica su precio. El texto está bien integrado en las ilustraciones: por lo general, se repite el esquema de utilizar una página para el dibujo de la abuela y dedicar la lateral a describirla y presentar algunos objetos suyos, con la tipografía de un estilo claro y el fondo de una tonalidad a juego con la imagen. No hay espacios en blanco; todo se aprovecha al máximo.

La pregunta del millón: ¿a quién va dirigido? La editorial lo sitúa en el rango de entre 6 y 9 años, pero con los álbumes ilustrados siempre ocurre lo mismo: pueden gustar a lectores de todas las edades y de hecho pienso que a menudo son más apreciados por los adultos que por los más pequeños. Este en concreto me lo imagino en manos de adultos amantes de este tipo de obras que tengan ganas de recordar los momentos entrañables de la infancia junto a sus abuelas, y también de niños que lean con sus padres al lado, pues al centrarse en las abuelas resulta más cercano para ellos que otros álbumes que he leído, como el citado Besos que fueron y no fueron o El pequeño teatro de Rébecca, dos títulos que yo no regalaría a un niño de esa franja de edad.

En definitiva, Abuelas de la A a la Z es un álbum ilustrado simpático y tierno, con imágenes muy coloridas y unos prototipos de abuela a los que dan ganas de abrazar. Me parece el ejemplo de cómo debe ser una publicación de estas características, con una extensión que justifica su coste y un contenido que abarca muchos dibujos y detalles bonitos. Sin duda, una opción perfecta para regalar a personas con la sensibilidad suficiente para disfrutar de este tipo de obras. Solo me queda una pregunta: ¿para cuándo una versión sobre los abuelos?

Enlace de interés:
Lo que la autora dice de este álbum en su blog.

25 enero 2013

Fragmentos de libros: El festín de la muerte

Bajo la luz de aquella estrella se había desarrollado una civilización milenaria que se tenía en aquel tiempo por la más culta y avanzada del orbe, y que, a su pesar, estaba a punto de demostrar ser la más incivilizada y salvaje de cuantas habían madurado bajo el sol.
***
Poco a poco, la señora Kalinowska comprendió que su querida hija no tenía que llegar a ser nada. Que ya lo era. Era lo más importante que se puede esperar de alguien: una niña buena, una buena persona.
—¿Y cuál es el mío? –preguntó—. ¿Qué árbol es como yo?
Jaroslaw miró a su alrededor hasta que encontró una respuesta.
—No hay árboles como tú en Polonia. No, los árboles como tú están en la selva africana o en Indochina. Allí están los árboles más preciosos, pero están escondidos, nadie los ve.
***
Estaba seguro de que a pesar de todos los avances de la ciencia, a pesar de los cañones y los aviones, un homínido prehistórico que se hubiera visto envuelto en una refriega a muerte entre sus congéneres habría sentido lo mismo que él en ese momento. Y ciertamente no le gustó. Las hachas de sílex habían evolucionado hasta las máquinas voladoras, pero los sentimientos seguían siendo igual de primitivos. Rabia, odio y miedo era lo que había sentido. Miedo.
***
Sin guerra, seguramente habrían sido amigos. Pero estaban en guerra, y en la guerra lo bueno es malo. Es malo que una persona sea buena, porque esa persona es el enemigo y el enemigo siempre es malo. Es malo sentir lástima por alguien bueno; es bueno sentir odio por alguien malo.
***
¿Qué hacía que dos jóvenes se matasen sin ni siquiera entenderse? ¿Cómo podrían discutir? ¿Cómo podrían ofenderse? Y si llegaran a comunicarse, ¿acaso no sería más fácil que compartiesen sentimientos e incluso aficiones? Un hombre puede ser comunista, o fascista, o republicano —pensó Juan—, igual que puede ser español, o ruso, o alemán, pero por debajo de ello, un hombre es un hombre. La cuestión sería poner esta condición por encima de todo lo demás.
***
El amor está prohibido por la ley de la guerra.
***


23 enero 2013

Ser vegetariano y comer carne



La triste ironía de leer mucho y escribir mal

Un futbolista de élite pillado en una discoteca la noche previa a un partido importante. Un cantante que desafina en los directos. Un activista por los derechos de los animales sorprendido en una cacería. Todos ellos son motivo de crítica y con razón: demuestran una gran falta de profesionalidad en su campo, como el que dice ser vegetariano y luego come carne. En el mundo literario debería ocurrir lo mismo, pero en Internet existe una benevolencia excesiva que permite que haya lectores e incluso escritores que redactan mal sin que su imagen se vea perjudicada por ello.

En un bando del ring, los hijos del lenguaje SMS: «Este libro es xulisimo», «K guay!», «Yo kiero este libro!», «K pasada d historia». En el otro, las faltas de ortografía: letras traspuestas, comas que le hacen la zancadilla al sujeto, gerundios que se han colado, signos de exclamación e interrogación huérfanos. Cuando navego por Internet no espero encontrar artículos escritos con una prosa de gran literato, pero sí un mínimo de corrección, sobre todo en gente que lee mucho y se jacta de las erratas puntuales de los libros. Ni siquiera hace falta llegar a eso: analizar una obra literaria (y en particular su estilo narrativo) cuando se tienen muchas deficiencias en la escritura transmite muy poca seriedad; quizá sería mejor que esas personas leyeran menos y digirieran mejor lo leído. Entiendo que a algunos les cuesta más aprender, pero aun así hay aspectos en los que no hace falta ser un maestro para ser consciente del error, como olvidarse de cerrar las exclamaciones y utilizar abreviaturas como las que he citado más arriba. Lo que se conoce como ser descuidado, que en algunos contextos puede llegar a ser incluso peor que escribir mal, porque saben que lo están haciendo mal y no le ponen remedio. Los que desconocen sus fallos al menos tienen a su favor el voto de la ingenuidad, aunque eso no los exime de su parte de culpa por convertir la red en un vertedero ortográfico.

Sé que soy exigente y perfeccionista, y que algunos opinarán que me muestro prepotente y desagradable, pero también sé que si mañana me presento a un concurso de baile se reirán de mí porque no sé bailar, y me mirarán con extrañeza si digo que soy vegetariana mientras me zampo un bocadillo de jamón. Con la lectura y la escritura debería ocurrir lo mismo, sobre todo cuando son tantos los lectores que aspiran a convertirse en escritores algún día. De nada sirve escudarse en la falta de tiempo; al igual que no se tiene piedad con las faltas y erratas de los libros, tampoco se debe mostrar indiferencia ante los malos escritos de Internet, y menos cuando se atreven a hablar del arte de la palabra escrita.

21 enero 2013

Por qué no me gustan las reseñas de álbumes ilustrados


Hace tiempo leí un artículo (lo siento, no guardé el enlace) que explicaba que el libro-álbum dirigido a niños puede tener efectos negativos en lo relativo a potenciar su capacidad de aprendizaje. En otras palabras: leerlos requiere un esfuerzo menor que un cuento con más texto, y el hecho de poner tanto esmero en la edición y las ilustraciones hace que la atención se desvíe hacia estos aspectos en detrimento de las palabras. Yo no voy a hablar de este tema porque desconozco el ámbito de la literatura infantil, pero sí que quiero opinar de algo relacionado con ello: las reseñas que los adultos hacen de los álbumes ilustrados (no necesariamente dirigidos a niños).

Si en las novelas a menudo cuesta encontrar lectores con espíritu crítico y habilidad para el análisis, se puede decir que cuando se trata de hacer crítica de álbumes ilustrados esas cualidades desaparecen por completo: las reseñas se llenan de adjetivos como «bellísimo», «precioso» o «bonito», todo el comentario está dedicado a alabar las ilustraciones y parece que mientras las imágenes sean hermosas (una cuestión bastante relativa) es suficiente para que el álbum se considere bueno y merezca la pena gastarse el dinero en él. Entre los blogueros estas opiniones se pueden entender; lo preocupante es que en las webs y publicaciones escritas por profesionales del periodismo y la literatura suele ocurrir lo mismo. ¿Dónde ha quedado la crítica?

Entiendo que, en general, la mayoría de lectores (entre los que me incluyo) no entiende de ilustración y le resulta difícil expresar una apreciación sobre unos dibujos que vaya más allá del elogio o la descripción evidente. No obstante, un álbum ilustrado contiene algo más que imágenes, y en eso (la edición, el texto) sí que se puede ejercer la crítica: ¿el texto está bien integrado en las ilustraciones?, ¿la gama cromática es adecuada para el tema del relato?, ¿es demasiado breve?, ¿el tamaño del álbum resulta apropiado?, ¿tiene detalles curiosos o se limita a narrar un cuento?, ¿se repite demasiado una misma imagen?, ¿qué tiene este álbum que no tengan otros?, ¿el estilo del autor se parece al de algún otro ilustrador?, ¿se podría haber sacado más partido a la obra?

Esto son solo algunos ejemplos de lo que debería preguntarse el reseñador a la hora de comentar un álbum. Todos podemos ver que unas ilustraciones son «bonitas», pero el lector necesita saber qué tiene cada libro en particular, por qué ha gustado tanto, para decidir comprar uno en lugar de otro. A medida que se leen más álbumes y se puede comparar resulta más fácil analizarlos y redactar una buena reseña. Por mi parte, siempre que he opinado de este tipo de obras he procurado ir más allá de la apreciación fácil, y espero que esto sirva para orientar mejor a los futuros compradores.

En la imagen: álbumes e ilustración de Rébecca Dautremer.

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