29 mayo 2014

Todo está tranquilo arriba - Gerbrand Bakker



Edición: Rayo Verde, 2012 (trad. Julio Grande)
Páginas: 288
ISBN: 9788415539018
Precio: 20 € (e-book: 7,50 €)
Leído en la trad. al catalán de Maria Rosich (Raig Verd, 2012).

Corneja gris
Envuelto por el paisaje invernal del norte de los Países Bajos, Helmer, un granjero soltero de mediana edad, cuida de su padre en la casa familiar donde ha vivido siempre. Su madre y su hermano gemelo murieron años atrás, y ahora los dos hombres están solos. El deterioro progresivo del anciano, postrado en la cama de una habitación del piso superior («Todo está tranquilo arriba»), lleva a Helmer a tomar las riendas de la granja y, con ello, de su vida, que hasta ahora había estado relegada a lo que los demás querían de él y al conformismo, el miedo, del propio Helmer. Esta transición personal, inmersa en una melancolía profunda, ocupa las casi trescientas páginas de Todo está tranquilo arriba (2006), la primera novela del holandés Gerbrand Bakker (1962), con la que ganó el Premio IMPAC de Dublín 2010, en el que las nominaciones provienen de bibliotecas de todo el mundo, y el Premi Llibreter 2012.
Como los grandes escritores, Bakker construye mucho con una trama en apariencia sencilla: la rutina de un hombre corriente en un momento en el que se plantea cambiar. La narración fragmentada, la combinación de presente y recuerdos, las descripciones detalladas, las elisiones y la sutileza a la hora de presentar la información son sus armas para construir una obra pausada, sin estridencias, que avanza despacio pero con paso firme, hasta convertirse en un retrato magistral de una crisis vital. Por una parte, Helmer está marcado por la familia: la pérdida de su hermano gemelo cuando eran jóvenes, la difícil relación que mantuvo con su padre, la falta de la madre, la única que parecía comprenderlo. En muchos aspectos, Helmer siempre actuó como un actor secundario de su propia existencia: primero, por su hermano, el que encajaba en la granja, el que se acercaba a las chicas; luego, por el trabajo a las órdenes del padre. Incluso su vecina parece querer acapararlo. La única decisión que ha tomado él por su cuenta fue la de adquirir dos asnos, sus compañeros de fatigas
Lago IJssel
Más allá de su drama personal, Helmer también sufre (a veces inconscientemente) el aislamiento propio de alguien alejado de la ciudad que no ha puesto ningún interés por modernizarse. No tiene televisión, no sabe decorar una habitación. Está desconectado del mundo, refugiado entre las vacas y las ovejas, su territorio protegido, una rutina incansable que, al narrarse una y otra vez, dice más de las carencias de Helmer que de lo que hace para ocupar su tiempo. Así es Todo está tranquilo arriba, un libro de silencios, de insinuaciones, de entrelínea, escrito con una sensibilidad extraordinaria. Las frases breves y rotundas, unidas a la calma de la acción y la pasividad del protagonista, le dan una atmósfera fría en una impresión inicial, pero la frialdad se desvanece a medida que se comprende la historia de Helmer.
La voz de Helmer, en primera persona, corresponde a la mirada de un hombre solitario, observador y reflexivo como solo puede serlo alguien acostumbrado a ver pasar un día tras otro, todos iguales, grises, vacíos, sin atreverse a dar el paso de cambiar. Se lo replantea todo: la pérdida, lo que quedó atrás, la felicidad que dejó pasar. Tiene que llegar al límite, a la soledad absoluta, para reaccionar. Sus palabras captan con precisión los detalles significativos, las metáforas con los animales y el paisaje (atención a la corneja), y los utiliza para pensar en la vida y el paso del tiempo. Trata las relaciones familiares con absoluta franqueza, sin idealizar ni dramatizar más de la cuenta, con naturalidad, coherencia y dosis suaves de humor. Los personajes están tan bien construidos, con sus flaquezas y sus rasgos banales, que no cuesta nada identificarlos como personas de hoy.
Gerbrand Bakker
Todo está tranquilo arriba es un milagro que solo aparece muy de vez en cuando, una obra que une la literatura con el lado más frágil de la vida, sincera, elegante, delicada, íntima. Hay mucho en los paseos por los lagos, en los ratos dedicados a muñir las vacas, en las sillas de la cocina, en las habitaciones del piso superior. Bakker sabe captar los matices y elabora con ellos una obra limpia, pulcra, aunque no por ello poco contundente. También merece una mención el cuidado que Rayo Verde ha puesto en la edición: una distribución del texto en el papel que permite una lectura cómoda, con la letra de un tamaño adecuado y márgenes razonables; sin faltas de ortografía ni erratas; una cubierta que representa fielmente el contenido; y la inclusión de un discurso del autor en el que demuestra una vez más su capacidad para expresar mucho sin decir apenas nada. Una muy buena novela con una edición a su altura.

26 mayo 2014

Un cuento de enfermera - Louisa May Alcott



Edición: Funambulista, 2014 (trad. Jorge Rus)
Páginas: 208
ISBN: 9788494147579
Precio: 21 €

No son pocos los que piensan que Louisa May Alcott (Germantown, Pensilvania, 1832-Boston, 1888) escribió una única novela, la extraordinaria Mujercitas (1868), que le ha dado fama de mujer bondadosa, entrañable y familiar, sentimientos fáciles de identificar en las cuatro hermanas March. Sin embargo, Alcott fue mucho más que la imagen que ha quedado de ella en el imaginario popular: trabajó como enfermera, maestra e institutriz; y se educó con filósofos como Henry David Thoreau, Ralph Waldo Emerson y su propio padre, el trascendentalista Amos Bronson Alcott. No tenía ni un pelo de tonta, en definitiva. Publicó más de treinta libros, entre los que se cuentan las continuaciones de su obra maestra y muchas novelitas de consumo que obtuvieron un gran éxito. Un cuento de enfermera (1865), recuperada este año por Funambulista, pertenece a este último grupo y apareció firmada bajo el seudónimo de A. M. Barnard.
Kate Snow, la protagonista y narradora de Un cuento de enfermera, debe cuidar de una enferma mental, una joven de una familia adinerada, aunque en la práctica más bien ejerce de confidente de la chica. Esta le cuenta que su estirpe es víctima de una especie de maldición, relacionada a su vez con Steele, un amigo de la familia que parece tener un gran control sobre todo lo que ocurre en la casa («Aquel lujoso hogar estaba ensombrecido por alguna tragedia familiar oculta al mundo», pág. 24-25). Snow, valiente y decidida, intenta averiguar qué esconde este misterioso villano para liberar a su paciente de este malestar, y así comienza un particular tira y afloja con Steele en el que ni los buenos son tan buenos ni los malos tan malos.
Un cuento de enfermera plantea un melodrama de tintes góticos cuyo mayor atractivo reside en la confrontación entre Snow, la enfermera ingeniosa pero fría como la nieve, ambigua («Hacía mucho que mis fantasías de amor se habían terminado y no volverían nunca», pág. 91), y Steele, un malvado duro como el acero (atención a los apellidos de ambos). Estas intrigas familiares, trágicas y apasionadas, tenían una gran acogida en la época: eran page-turners sin trascendencia que atrapaban por sus emociones exaltadas y los giros rocambolescos. La autora cumple en la creación de un producto de consumo rápido —además de delimitar bien la estructura e ir al grano, añade los suficientes ingredientes para embriagar a la lectora tipo de estas historias: protagonistas con caracteres extremos, acción, romance, locura—; no obstante, por ser precisamente esto, un producto, en lo literario se queda corta: carece de calado, tanto la trama como los personajes son planos y utiliza bastantes trampas narrativas (casualidades, casualidades, casualidades: el villano siempre en el lugar oportuno).
Louisa May Alcott
Por mucho que Funambulista la incluya en su colección «Grandes clásicos», no hay que engañarse: esta novelita no es ni pretende ser literatura en mayúsculas. El hecho de que Alcott la publicara bajo seudónimo indica una voluntad clara de separarla de su producción principal, puesto que escribía este tipo de obras, potboilers, para obtener dinero rápido (serían el equivalente a lo que ahora se conoce como literatura comercial o best-sellers prefabricados, aunque los escritores de entonces eran mucho más cultos que los de ahora y sus lectores también). ¿Se puede considerar una recuperación necesaria? Desde el punto de vista literario, no. Desde la curiosidad por conocer otra faceta de la autora, tal vez. En cualquier caso, es un divertimento decimonónico bien ejecutado que puede seguir entreteniendo en la actualidad (eso sí, estaría mejor sin las faltas en el uso de las comas y las erratas de esta edición).

19 mayo 2014

Romance en París - Franz Hessel



Edición: Errata naturae, 2011 (trad. Olga García)
Páginas: 136
ISBN: 9788415217039
Precio: 16,90 €

¿Cómo puedo vivir y tolerar que mis semejantes derramen su sangre por ídolos que ya no tienen nombre de dioses, sino designaciones de neologismos científicos extraños? Morir por algo así es un pecado, toda esa sangre derramada clama al cielo. Son ídolos, no de oro, piedra o madera, no, son máquinas, espectros precisos de acero ensamblados de forma impecable. Toda la actividad humana se reduce a la manipulación de máquinas. Estamos encadenados a aquello que hemos forjado. Hasta ahora habíamos trabajado en aras del progreso y de la industria. Ahora que el progreso y la industria de las naciones juegan juntas a la guerra mundial hacemos girar manivelas, abrimos espitas, apretamos botones que hacen catapultar la muerte por miles de cañones y circunvoluciones. Y cada impacto alcanza, en realidad, al propio tirador. ¿Qué ha sido del coraje, qué ha sido del heroísmo? La deshumanización, la facultad de reprimir los sentimientos, de anularlos o, en el mejor de los casos, de simplemente utilizarlos. El coraje ha pasado a ser un híbrido de locura y precisión. Vuestros héroes son demonios que mantienen una resistencia titánica contra toda fuerza superior. Pero su final es siempre la nada. Perecen por la muerte, no por la vida. Pág. 34-35.

Los editores de Errata naturae explican en esta entrevista que sus libros «son reivindicativos y tienen la tarea de participar y crear debates en torno a nuestra realidad». Esta declaración de intenciones se materializa plenamente en la recuperación de Romance en París (1920), del escritor alemán Franz Hessel (1880-1941), puesto que demuestra a la perfección esta voluntad reflexiva y se trata, además, de la novela con la que inauguraron la colección El Pasaje de los Panoramas, dedicada a la narrativa, de la que también forman parte pequeños éxitos como Hace cuarenta años, de Maria van Rysselberghe, o Las chicas de campo, de Edna O’Brien. Hessel corre el peligro de pasar desapercibido para el lector español, de parecer un rescate más entre los cientos que se hacen ahora, pero basta leer las primeras páginas de esta obra para tomar conciencia de que todavía tiene muchas cosas que decir, de que aún es necesario escuchar la voz de este autor para recordar, aprender y, por supuesto, enriquecerse.
El contenido de Romance en París resulta inseparable de su creador, no solo por narrar una historia autobiográfica, sino porque su estilo de vida influye de forma decisiva en su mirada literaria, en aquello de lo que escribe y en cómo lo cuenta. Hessel, que también cultivó la poesía y la traducción, fue un intelectual importante durante las primeras décadas del siglo XX, amigo de Walter Benjamin, con quien tradujo a Marcel Proust. Vivió entre Berlín y París, recorriendo las calles como un flâneur baudeleriano, disfrutando de la explosión cultural y artística de estas ciudades. El narrador de Romance en París, su álter ego, también saboreó los placeres de la capital francesa hasta que la Primera Guerra Mundial lo obligó a ir al frente. Ahora, entre 1915 y 1916, escribe a un amigo, Claude, para contarle su visión de este conflicto y reconstruir con nostalgia los buenos tiempos en París, donde conoció a una mujer muy especial. Estos son los dos grandes temas de la novela: la guerra y el amor, contados a modo de carta.
Olvidemos por un momento ese romance al que hace referencia el título. Aunque sin duda tiene interés, sería una pena pasar por alto que esta obra constituye un lúcido testimonio de la Primera Guerra Mundial desde la perspectiva de un hombre de mundo, un literato acostumbrado a codearse con colegas de otras nacionalidades, a no dejar que la lengua u otras diferencias supongan un impedimento para la amistad. Las primeras páginas expresan su estupor por esta contienda que le impone odiar a unos países y unas gentes sin sentir ningún desprecio por ellos. «Claude, ¿qué ha sido de nuestro mundo?» (pág. 19), se pregunta el narrador, desolado por las circunstancias pero capaz de realizar un magnífico análisis de la situación a la que ha llegado la que se consideraba la civilización más avanzada de todos los tiempos.
Muchas ideas planteadas por Hessel, como las del fragmento citado al principio (crítica de la noción moderna de progreso, cuestionamiento de los avances científicos, deshumanización de la sociedad), corresponden a la teoría crítica de la Escuela de Frankfurt (su amistad con Walter Benjamin implica algo más que una referencia en la biografía), aunque Hessel, al exponerlas en un registro literario, enfatiza el lado más personal con el relato de experiencias como la muerte de alguien de su círculo o la tristeza por destruir pueblos hermosos para convertirlos en materia gris («¿No se derramará quizá demasiada sangre en vano?», pág. 21). El autor desaprueba la guerra como medio para cambiar el orden; echa de menos reunirse con los demás para concebir un nuevo Occidente desde el pensamiento, no desde las armas. Sin embargo, como él mismo escribe a su destinatario, «La historia ha interrumpido nuestro diálogo y tengo que escribir en un cuaderno, para ti, mi parte» (pág. 27), un cuaderno que nos sigue hablando hoy para hacernos comprender que el debate y el conocimiento deben ser más valiosos que la fuerza bruta. Como curiosidad, Franz Hessel fue el padre de Stéphane Hessel (1917-2013), que se hizo conocido hace unos años por el libro ¡Indignaos! (2010). El espíritu combativo de los Hessel se ha transmitido de generación en generación; adaptado, eso sí, a las necesidades de cada época.
Después de ese comienzo inmerso en la guerra, el narrador de Romance en París se centra en un recuerdo que quiere compartir con Claude, su amigo francés, porque teme no volver a conocer esa vida y, al rememorar el pasado, evidencia que este supuesto progreso no ha hecho más que destruir los vínculos que tan fundamentales fueron para él. Ese recuerdo tiene nombre de mujer, Lotte, una joven alemana que llegó a París en 1912 como una señorita, pero enseguida mostró una personalidad arrolladora que la diferenció de las otras chicas. Le pidió al protagonista que le enseñara la verdadera cara de la ciudad, y así, entre paseos y conversaciones, arrancó la relación entre dos personas cautas, temerosas de dejarse llevar, hasta el punto de que la obra solo relata el inicio de la historia de amor. Unos primeros pasos que, no obstante, evocados desde la trinchera resultan inestimables.
Lotte y el narrador se mueven por el París bohemio, un ambiente de encuentros y separaciones constantes, de charlas desenfadadas, de acentos distintos, de diversión y, a la vez, de melancolía —el autor retrata de forma similar la capital alemana de los años veinte en Berlín secreto (1927), publicada por la misma editorial—. La escritura de Hessel, erudita y poética, describe con detalle la ciudad y sus concurrencias, un mundo que ya quedó atrás y quizá por eso aún es más importante redescubrirlo, saber que durante un tiempo la intelectualidad europea podía juntarse de este modo. En cuanto al romance, lo que aquí empieza como una historia de dos, continúa como triángulo en Jules y Jim (1953), una novela de Henri-Pierre Roché —el amigo bautizado como Claude— que François Truffaut adaptó con gran éxito en 1961, en una película referente de la nouvelle vague que cuenta con Jeanne Moreau en el papel principal (los fotogramas que ilustran esta reseña pertenecen a esta adaptación).
Franz Hessel
El hecho de ser el origen de un filme emblemático seguramente basta para motivar su lectura, pero, aun así, Romance en París es mucho más que un romance en París y no debe verse como un simple preludio de Jules y Jim, como tampoco se debe ver a Franz Hessel solo como el amigo de Walter Benjamin y el padre de Stéphane Hessel. Más allá de eso, Romance en París es la evocación de una forma de vida que se ha perdido, es la recreación de una ciudad ligada al ritmo de los artistas y pensadores que pasean por sus calles, es una carta (pesimista) sobre el devenir de la humanidad, es un alegato contra la violencia. Quizá, por encima de todo, es una invitación a pensar para no dejar que el poder destruya lo que más queremos. Y Franz Hessel es un gran escritor, un novelista hábil que supo conjugar la crítica inteligente con la exploración de las relaciones interpersonales, y estas, a su vez, con la metrópoli en la que se desarrollan. Literatura en mayúsculas, en definitiva.

12 mayo 2014

Mientras las princesas duermen - Elizabeth Blackwell



Edición: Lumen, 2014 (trad. Aurora Echevarría Pérez)
Páginas: 504
ISBN: 9788426400512
Precio: 22,90 € (e-book: 11,99 €)
Leído en versión original.

Muchas personas hemos crecido escuchando cuentos populares dulcificados por Disney: relatos de princesas de largos cabellos que son víctimas del hechizo de una bruja y no logran romperlo hasta que un príncipe sella su amor con un beso. Hubo una época en la que creer en estas fábulas era inevitable, pero el tiempo pasa, los valores cambian (afortunadamente) y necesitamos reconstruir el imaginario de los cuentos de hadas. Esto es lo que hace la escritora estadounidense Elizabeth Blackwell en su tercera novela, Mientras las princesas duermen, una nueva versión de La bella durmiente dirigida al público adulto. Llega en un momento oportuno, coincidiendo con el estreno de Maléfica, la última película de Angelina Jolie, que enfoca esta misma historia desde la perspectiva del personaje perverso.
En Mientras las princesas duermen volvemos a encontrar ese ambiente medieval de tintes góticos, con un castillo y unos reyes con problemas para concebir. La narradora es Elise, una chica que empieza a trabajar allí como criada, siguiendo los pasos de su madre. La joven hace buenas migas con la taciturna reina Lenore, una mujer tan atormentada por las dificultades para quedarse embarazada que se deja ayudar por Millicent, una huraña tía del rey que dice ser una experta en remedios naturales. Finalmente, la reina da a luz a una niña, Rose, pero el nacimiento enfurece a los otros aspirantes al trono: por una parte, el hermano del rey, un príncipe guerrero, que deja de ser el principal sucesor; por la otra, Millicent alega que no le han compensado la ayuda que dispensó y, como castigo, augura la destrucción del reino y la muerte de la princesa. Sin embargo, su hermana Flora, también herborista, vaticina que, pese a no poder deshacer las palabras de Millicent, Rose no morirá. Para ello, le enseña todos sus conocimientos a Elise, que desde ese momento se convierte en la protectora (y más adelante la amiga) de la heredera.
Los elementos básicos de los cuentos de Charles Perrault y los Hermanos Grimm se reconocen en el argumento: unos reyes con problemas para concebir, el nacimiento de una niña, una maldición, la aportación de una sabia bondadosa para compensar el mal augurio de la anterior… y más detalles que no puedo revelar. No obstante, el gran mérito de Elizabeth Blackwell reside en construir la trama sin recurrir a la magia de forma explícita, es decir, no hay una princesa que se pincha con un huso y cae dormida. Todos los sucesos tienen una doble interpretación: las predicciones de Millicent y Flora, pero también el simple transcurso de la vida, acontecimientos corrientes que podrían haberse dado igualmente. La autora juega con la ambigüedad para recrear la historia con realismo, como demuestra el hecho de que las hermanas se presenten como mujeres herboristas y no «hadas».
La introducción del personaje de Elise, además, le permite hacer un (necesario) giro en clave feminista: el bienestar de la princesa ya no depende de un príncipe azul, sino de su amiga, una chica luchadora que se ha preparado para cuidarla. Se ensalzan valores como la amistad, la lealtad y el trabajo en equipo, por delante del amor romántico superficial. La autora también reflexiona sobre la confrontación entre la libertad individual y las obligaciones para con el reino, tanto de Rose, que a medida que se hace mayor no tiene claros sus deseos de ser la soberana, como de Elise, que a menudo se debate entre marcharse a vivir su vida o mantenerse fiel a su amiga. Elise tiene su propia historia independiente, que hace más rico y apasionante el entramado de la obra. En general, este retelling denota una mayor madurez en la caracterización de personajes que el cuento.
Elizabeth Blackwell
En suma, Elizabeth Blackwell ofrece una mirada inteligente que aprovecha la base gótica de La bella durmiente, pero la adapta para que resulte más verosímil y la enriquece con valores contemporáneos como el papel activo de la mujer en la sociedad (en el caso del libro, en el reino), el individualismo y el esfuerzo para conseguir los objetivos marcados. Está escrita con vocación de entretener al lector, por lo que abundan la acción, la intriga y los sentimientos; y emplea un estilo ameno, depurado y elegante, con mucho diálogo y sin descripciones superfluas. Si disfrutáis con los personajes femeninos fuertes, las reinterpretaciones de cuentos tradicionales o, simplemente, las buenas novelas de aventuras, emoción y misterio, disfrutaréis de Mientras las princesas duermen.

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