28 julio 2014

El caso de los bombones envenenados - Anthony Berkeley



Edición: Lumen, 2012 (trad. Miguel Temprano García)
Páginas: 256
ISBN: 9788426419613
Precio: 19,90 € (e-book: 12,99 €)

El arte de las pruebas, como cualquier otro tipo de arte, es, sencillamente, una cuestión de elección. Si uno sabe qué añadir y qué quitar se puede demostrar cualquier cosa de manera convincente. Pág. 150.

Qué ingeniosa puede llegar a ser una novela policíaca. Sí, ingeniosa; y no solo adictiva, trepidante, intrigante, apasionante y toda esa retahíla de adjetivos referidos al «gancho» que tan a menudo se le asignan. Esto es lo que pensé cuando terminé El caso de los bombones envenenados (1929; Lumen, 2012), una de las obras más destacadas del británico Anthony Berkeley (1893-1971), maestro del género de misterio del siglo XX junto con escritores como G. K. Chesterton, Agatha Christie y Dorothy L. Sayers, que escribieron principalmente durante el periodo de entreguerras. Este libro corresponde a un ciclo protagonizado por el detective Roger Sheringham, un hombre astuto y con madera de líder, que se dedica a investigar crímenes de la alta sociedad inglesa, un ambiente tranquilo y elegante, alejado de la acción «oscura» más propia de la corriente de novela negra estadounidense; pero, como es habitual en las series de suspense, se puede leer sin necesidad de conocer los volúmenes anteriores, puesto que cada publicación desarrolla un caso distinto. En castellano también están disponibles El misterio de Layton Court (1925; Lumen, 2010) y El crimen de las medias de seda (1928; Lumen, 2011).
El gran atractivo de El caso de los bombones envenenados reside en el hecho de plantear una investigación por asesinato que se mueve en un círculo cerrado en lo que se refiere a las pruebas (whodunit, como lo llaman en inglés). El punto de partida es simple en apariencia: una mujer muere por envenenamiento después de comer unos dulces. Las pistas, escasas, se limitan al envoltorio de los bombones, la carta adjunta y la información pertinente sobre el día, la hora y el lugar en el que se recibieron. Con estos datos, los seis detectives aficionados del Círculo del Crimen de Londres, con Sheringham a la cabeza, se reúnen durante una semana para analizar lo ocurrido. Cada uno prepara una versión y la discute con sus colegas hasta llegar a un acuerdo.
La concepción de la trama no es lineal —es decir, no hay un protagonista que investiga y obtiene información nueva de forma progresiva para comprender el caso—, sino más bien cíclica, se vuelve una y otra vez al inicio: los seis miembros del grupo parten de las mismas pruebas y, más que a ampliarlas (aunque algo de investigación hay), se dedican a encajarlas entre ellas, a darles sentido, para ofrecer una hipótesis plausible de los acontecimientos. Como era de esperar, cada uno propone una interpretación diferente; y en esto su amateurismo resulta fundamental, porque evita que se centren en exclusiva en los mecanismos de la criminología. En las múltiples resoluciones planteadas influyen el carácter del detective, su relación con los implicados en el suceso y el método utilizado (inductivo, deductivo, comparación con casos parecidos, etc.).
Por lo tanto, se trata de una novela estática: los personajes se reúnen y, sentados a la mesa, exponen sus versiones y responden a las objeciones de sus compañeros. Esta parte de discusión, de plantear preguntas que ponen a prueba la veracidad de cada hipótesis, es importante y deliciosamente divertida por el humor inglés que derrochan sus intervenciones. No hay que quedarse solo con lo que cuentan, sino con la personalidad que dejan entrever por sus comportamientos y por lo que callan (Sheringham como modelo de detective clásico, el abogado pagado de sí mismo, la escritora inteligente y seductora, la directora de teatro discreta, el hombre sencillo que parece no encajar ahí, etc.). El autor se muestra muy hábil para dejar caer con sutileza unos rasgos que, a la larga, devienen fundamentales para entender la trama.
Anthony Berkeley
En definitiva, ningún amante del misterio debería perderse este clásico del género. El interés no está en la acción, ni siquiera en la intriga (la hay, pero, a estas alturas, después de consumir tantos productos culturales de suspense —libros, películas, series—, resulta difícil que algo parezca cien por cien imprevisible); Berkeley sobresale por su agudeza, por plantear un rompecabezas en el que la gracia está en la demostración de que las piezas pueden encajar de muchas maneras. Porque, ya lo he dicho, la novela policíaca no es solo algo que atrapa: también puede ser un auténtico juego de ingenio para el lector. El caso de los bombones envenenados parodia los trucos habituales y cuestiona esa tendencia a aceptar las averiguaciones del protagonista como si no hubiera alternativa. Y, por si fuera poco, lo hace con mucha gracia. ¿Qué más se puede pedir?

21 julio 2014

Ánima - Wajdi Mouawad



Edición: Destino, 2014 (trad. Pablo Martín Sánchez)
Páginas: 448
ISBN: 9788423347773
Precio: 19 €

Los humanos están solos. A pesar de la lluvia, a pesar de los animales, y de los ríos y de los árboles y del cielo, a pesar del fuego. Los humanos se quedan en el umbral. Han recibido el don de la verticalidad y, sin embargo, se pasan la vida encorvados por un peso invisible. Algo los aplasta. Llueve: y se ponen a correr. Esperan la llegada de los dioses, pero no ven los ojos de las bestias que los miran. No oyen cómo los escucha nuestro silencio. Encerrados en su razón, la mayoría no conseguirá nunca franquear la sinrazón, o lo hará al precio de una iluminación que los dejará locos y exangües. Lo que tienen entre manos los absorbe y, cuando las manos están vacías, se las llevan a la cara y lloran. Los humanos son así. Pág. 112.

Pocas situaciones impactan tanto como presenciar una escena de la violencia más macabra que el ser humano es capaz de infligir a sus semejantes. Y recalco esta palabra, presenciar, porque los medios de comunicación han trivializado tanto las guerras, el terrorismo y otras atrocidades que no basta con oír, informarse o ver en imágenes las muestras de brutalidad; hay que conocerlas en directo, sufrirlas y comprobar cómo afectan a las personas cercanas para saber de qué va eso llamado barbarie. Wajdi Mouawad (Beirut, 1968), reconocido director y actor de teatro, lo sabe, ya que de niño tuvo que emigrar junto a su familia por los conflictos civiles que asolaron el Líbano durante la segunda mitad del siglo XX. En 1983, se establecieron en Canadá, donde el autor ha desarrollado su carrera. Con su segunda novela, Ánima (2012), que le llevó diez años de escritura, acaba de ganar el Premi Llibreter 2014.
La novela comienza como un thriller: Wahhch Debch encuentra el cuerpo de su esposa, cruelmente asesinada, en el salón de su casa. El sospechoso es un hombre del que no sabe nada; no parece haber cuentas pendientes que motivaran el suceso. El protagonista se obsesiona con él y decide ignorar los trámites oficiales para ir a buscarlo él mismo. No se mueve por el deseo de venganza, sino por una extraña necesidad de ver al culpable con sus propios ojos para asegurarse de que no ha sido él quien ha cometido esa salvajada. Emprende un viaje que lo lleva desde Canadá hasta el oeste de Estados Unidos; un recorrido por territorios indómitos que tiene ecos de western por su aridez y la amenaza constante que se cierne sobre el protagonista.
La particularidad es que la aventura se narra desde la perspectiva de más de veinte animales, entre los que se cuentan gatos, perros, moscas, caballos, ratas, pájaros y muchos más. Cada uno narra, en fragmentos breves (útiles para no entorpecer el ritmo), una parte del itinerario del hombre; y, por supuesto, no se limita a referirse a sus acciones, sino que evidencia su voz de bestia, su mirada de animal. Esta estructura tan ambiciosa tiene justificación: para empezar, una analogía entre el animal y el ser humano, que dadas las circunstancias del crimen aún resulta más potente: ambos pueden ser fieras, depredadores, carroñeros; pero también leales, tiernos, compasivos. Mouawad destruye dos tópicos de una tacada: ni los animales son los únicos seres «salvajes» (es curioso constatar cómo el léxico asociado a la violencia está lleno de vocablos del reino animal: bestia, alimaña, bicho, fiera, etc.), ni los humanos los únicos «inteligentes» o «racionales». Ánima muestra la irracionalidad que los mueve a todos, para bien y para mal.
Este no es el único objetivo del punto de vista. Los animales no perciben la realidad del mismo modo que los humanos; y empleo este verbo, percibir, porque, además de la vista, conocen a través del oído, el olfato e incluso el gusto. El autor se introduce, no solo en una hipotética «mente», sino en el cuerpo de cada uno: capta sus movimientos, sus instintos, su metabolismo (ha consultado tratados de zoología para documentarse). Aunque cae en algunos clichés (el perro como amigo del hombre, la serpiente como perversa, etc.), el esfuerzo para caracterizarlos de forma individual es enorme. El protagonista, para ellos, es un hombre sin pasado, un desconocido (un «humano», como lo llaman; lo designan de este modo —y no como «persona»— para enfatizar el hecho de ser una especie más, sin atribuirle superioridad); y los animales cuentan lo que advierten sin entrar en cábalas psicológicas. Aquí radica la genialidad de Mouawad: el lector carece de la información habitual sobre el personaje (edad, trabajo, familia, orígenes) y debe averiguarla con los detalles que dejan caer las bestias, testigos (¿imparciales?) de su camino. Un gran ejercicio de sutileza en el que destaca el uso de los diálogos, que desvelan, poco a poco, los datos necesarios para comprender a Wahhch Debch.
Masacre de Sabra y Chatila.
Porque hay que comprenderlo para entender la complejidad de Ánima. A pesar de las apariencias, no es un thriller superficial sobre la búsqueda del asesino. Tiene un calado mucho más hondo, que conecta el asesinato de la mujer con otros sistemas macabros de matar. Con la guerra. El protagonista comparte raíces con el autor: presenció la masacre de Sabra y Chatila en 1982, cuando era pequeño. Ahora busca respuestas, aunque ni él mismo sabe con exactitud cuál es su pregunta. La obra muestra dos posibilidades de violencia: la personal (hacia su esposa, una violencia que solo sufren la víctima y sus allegados) y la política (de la contienda organizada y el ansia de poder, que afecta a toda una población). Ánima se ancla en la violencia real, bebe de ella, se desarrolla en ella. Y, en el fondo, queda la perplejidad de aceptar la irracionalidad del ser humano, la irracionalidad como elemento constitutivo de la realidad.
Mouawad también plantea el conflicto por las diferencias étnicas. Además del tema israelí-palestino, no es casual que el protagonista se mueva entre mohawks, indios norteamericanos cuya comunidad está amenazada por las políticas de asimilación. Este ambiente favorece el contacto con la naturaleza —con los animales— y el estilo de vida alternativo, aunque hay que remarcar que la violencia se produce tanto en una reserva como en un apacible apartamento de ciudad; el autor no separa a indios de urbanitas en este aspecto. El entorno permite criticar asimismo algunas cuestiones disfuncionales de la sociedad occidental, como la ineficacia de los canales oficiales para asegurar el cumplimiento de la ley, porque la policía tiene sus propios intereses; y mostrar que algunos medios no institucionalizados pueden resultar válidos, como los recursos de un curandero para sanar una herida.
Wajdi Mouawad
«Perturbadora» define bastante bien todo lo que es Ánima. Perturbadora porque el lector la termina con otra conciencia de la realidad. Perturbadora porque habla de la maldad, de la crueldad, de la monstruosidad, sin buscar razones y destapando tabús con un punto de partida que recuerda a Tres noches, de Austin Wright. Perturbadora por una estructura complicada que, a pesar de sus riesgos (algunos animales aportan información superflua, sobre todo en las cien primeras páginas, y la forma de revelar el pasado del protagonista a veces peca de forzada, como al hablar en sueños), culmina el proyecto con éxito. Perturbadora por la intensidad de la escritura de Mouawad y su adaptación a la diversidad expresiva de los personajes (la novela está escrita en francés, pero incluye diálogos en inglés para acercarse a la voz de los no francófonos de la zona donde se sitúa). Perturbadora porque, aun con todas las ideas preconcebidas que se pueden tener sobre la obra, sorprende, desconcierta, conmociona.
Y eso no es poco.

18 julio 2014

Las frases más trilladas de la promoción editorial

1. «No podrás parar de leer.»
Y sus derivados: «Engancha de principio a fin», «Literariamente adictivo», etc.

2. «El libro que ha conquistado a millones de lectores
A veces uno duda del criterio de esos millones de lectores.

3. «El acontecimiento literario del año
Lástima que haya tantos acontecimientos del año y al final uno ya no sepa cuál sobresale.

4. «El nuevo [nombre de autor o libro importante]».
También conocida como «Con influencias de...».

5. «No te dejará indiferente
Lo que sí deja indiferente es esta frase.

6. «La novela que te cambiará la vida
Cuando leo esta frase, pienso en Paulo Coelho. Y me asusto. Mucho.

7. «La novela que recomienda [autor importante]
La recomendación por autoridad, un clásico.

8. «El libro en el que se basa la película [...].»
El estreno como forma de promoción de un libro; no podía faltar aquí.

9. «No has leído nada igual.»
Lo que no es sinónimo de que todo lo nuevo sea bueno.

10. «Una historia sobre el valor de la amistad / del amor / de la fuerza para superar los obstáculos / etc.»
Ideas generales aplicables a tantos libros que, por eso mismo, no dicen nada de cómo son.

¿Dónde está la creatividad?


16 julio 2014

Medea en los infiernos - Diego Vaya



Edición: Punto de lectura, 2013
Páginas: 160
ISBN: 9788466327305
Precio: 7,99 € (e-book: 3,99 €)

Se suele decir que un buen escritor es capaz de narrar la anécdota más intrascendente o la historia más tópica y, aun así, resultar interesante por enfocarla desde una mirada diferente, la suya, que aporta originalidad al tema tratado o, como mínimo, una nueva forma de percibirlo. Algo así se puede aplicar al escritor andaluz Diego Vaya (Sevilla, 1980), autor de cuatro poemarios y dos novelas breves. La más reciente, Medea en los infiernos (2013), se llevó el XVIII Premio Universidad de Sevilla, y por su argumento bien podría tomarse por un relato mil veces contado: una mujer separada intenta reconducir su vida después de la ruptura. No asume que su marido la dejara por otra y todavía le cuesta aceptar que sus hijos pasen unos días con ellos. Para tratar de sobrellevarlo, se marcha unos días a la costa, sola, a un apartamento en el que espera redactar un artículo para una revista de música.
La estancia en la playa se convierte en un viaje interior en el que la protagonista —de la que se desconoce el nombre— repasa su existencia mediante la evocación de imágenes de la memoria y de su imaginación. Siempre fue una persona taciturna, insegura; lo único en lo que se refugiaba era la música, pero cree que ha perdido ese don, en parte por el menosprecio que su exmarido sentía por las actividades artísticas. El narrador, en tercera persona, reconstruye el lado más íntimo de la mujer intercalando escenas de sueños, de recuerdos de infancia, de obsesiones y de secretos que la afligen; el discurso resultante fluye muy bien a pesar de los saltos. Quienes conozcan el mito de Medea pueden intuir el desarrollo de la historia, porque, al igual que la protagonista, era una mujer en apariencia sumisa que supo usar sus armas para vengarse de su amado.
Con este planteamiento, no es de extrañar que Diego Vaya herede la técnica introspectiva de los grandes autores del siglo XX para desarrollar la psicología de la protagonista, con párrafos largos, digresiones, sin diálogo y con muchos matices poéticos. Emplea un lenguaje con un nutrido vocabulario sobre sentimientos, metáforas y reflexiones sobre el arte y la vida —abundan los comentarios sobre compositores clásicos—. Destaca el detalle de no poner nombre a los personajes —el motivo se comprende al terminarlo—, aunque sí se utiliza un apodo para la pareja del exmarido: la mujer de ojos de lechuza (de hecho, se refiere a ella con un léxico propio de las aves rapaces: «La mujer de ojos de lechuza lanzaba una sonrisa ululante y rapaz», pág. 56). Esta fijación por la identificación del personaje por un rasgo físico también se da en la protagonista y su «rostro común», como una forma de enfatizar su carácter anodino y de reforzar la idea de que le cuesta reconocerse a sí misma tras lo acontecido.
El estilo del autor denota un bagaje lector significativo —además de escritor, es licenciado en Filología Hispánica y ha colaborado con diversas organizaciones relacionadas con la literatura—; no obstante, esta Medea en los infiernos no termina de ser una obra notable. Consigue dar su sello a la narración, pero aun así abusa de los tópicos (el perfil de una madre abnegada, la antipatía hacia la novia de su ex, el marido de ciencias que desprecia el arte, etc.), tan poco aconsejables para una novela que se pretende intimista y profunda. En segundo lugar, hay escenas que no terminan de encajar en el conjunto, como las excesivas páginas dedicadas a la relación con sus hermanas durante la infancia, que no tienen más justificación que mostrar la personalidad de la protagonista (una personalidad ya exteriorizada en otros momentos), porque las hermanas no intervienen en el presente. Falta redondear algunas cuestiones, como lo que ocurre al final con el artículo que está escribiendo; y hay un error en la localización de la alianza en la pág. 145, puesto que se dice que la llevaba en el dedo índice cuando en la pág. 11 se había indicado el anular, la posición habitual. Por último, el desenlace peca de breve y torpe: se entiende (y hasta se aplaude) el juego planteado, pero no se trabaja lo suficiente, se despacha demasiado rápido en comparación con el espacio dedicado a otros temas.
Diego Vaya
Soy consciente de que muchos de los problemas señalados se deben al límite de extensión impuesto por el certamen (125 páginas) —y seguramente a la falta de editor, porque las obras premiadas en este tipo de concursos se suelen publicar tal como llegan—, así que estoy segura de que el autor desplegará mejor su potencial cuando no tenga que ceñirse a esta norma y cuente con el apoyo de una editorial en condiciones. Si me he mostrado crítica con la novela es, en parte, porque considero que Diego Vaya tiene una buena base de escritura, demuestra interés por la experimentación con el lenguaje y, en definitiva, puede escribir novelas mucho más completas (y complejas) que esta. Como sugerencia adicional, sería interesante que en el futuro diera un mayor peso a los secundarios; las relaciones interpersonales se enriquecerían mucho al contar con más puntos de vista. De todas formas, Medea en los infiernos, como novela corta sobre un personaje, tiene los suficientes detalles atractivos para justificar su lectura.

14 julio 2014

Inercia - Ariadna G. García



Edición: Baile del Sol, 2014
Páginas: 308
ISBN: 9788494271953
Precio: 13 €

La ciencia ficción ha puesto de relieve la necesidad de reflexionar acerca del presente y el futuro de la sociedad. Basta pensar en obras célebres como Un mundo feliz (1932), 1984 (1949) o Fahrenheit 451 (1953) para percatarse de la agudeza y el poderoso despliegue narrativo que sus autores alcanzaron a partir de la concepción de una civilización imaginaria, inspirada por el crecimiento científico y los totalitarismos del siglo XX. La escritora Ariadna G. García (Madrid, 1977), poeta, filóloga y profesora de secundaria, ofrece su particular distopía en Inercia (2014), su primera novela, en la que retrata a una España futura en la que apenas quedan servicios públicos, los partidos de extrema derecha controlan Europa y la población convive con la agitación. Un debut novelístico que, no obstante, demuestra una gran madurez literaria, un fuerte sentido del trabajo bien hecho (tardó ocho años en escribirla entre documentación, redacción y revisiones) y, en definitiva, la ambición de entrar, de forma merecida, en ese grupo selecto de nombres que tener en cuenta del panorama español contemporáneo.
Las redes globales constituyen una característica distintiva de la globalización, y el tráfico clandestino de personas y drogas es seguramente su lado más preocupante. ¿Qué mejor lugar para recrear este conflicto que un aeropuerto internacional? La novela se estructura en fragmentos breves, narrados en tercera persona, que alternan situaciones de personajes que trabajan o se mueven por diferentes instalaciones de la terminal. También aparecen escenas ambientadas en otros países, recuerdos de infancia e incluso una confesión íntima. La prosa, directa y concisa, denota efluvios poéticos en el uso de las metáforas en algunos pasajes. Se trata, por lo tanto, de una obra compleja, exigente, que abarca muchas vertientes y las integra en el escenario compartido del aeropuerto.
Lo único que los personajes —desde jefes de departamento a inmigrantes humildes— parecen tener en común es una clave de estos tiempos: la inseguridad, tanto laboral como personal. Muchos han pasado por diversos empleos, han vivido en varios países y han sufrido giros repentinos en sus vidas («Quién habla de proyectos y victorias; de planes, recompensas… Una hoja caída por azar en el agua descompone el reflejo de un árbol en mil ondas. El resistir lo es todo.», pág. 45). Inercia invita a pensar en la necesidad de acostumbrarse a vivir con la incertidumbre y atreverse a tomar decisiones, a reinventarse, a pesar de los riesgos que eso entraña. La autora describe estas circunstancias con mucha sutileza, mediante comentarios y diálogos intercalados en la trama, sin largos textos informativos que entorpezcan el ritmo. A grandes rasgos, se sitúa en un futuro próximo —la década de 2020—, en una España en la que la crisis del estado de bienestar se ha agravado, se ha salido del euro y los políticos siguen aprovechándose de los ciudadanos. El exterior no está mucho mejor: en China ha explotado la burbuja inmobiliaria, el desastre en Grecia continúa, se produjo un atentado brutal en la controvertida Copa Mundial de Fútbol de Qatar y Marine Le Pen emerge como líder europea. En el aeropuerto, los directores aplican métodos de presión para fomentar la competencia y facilitar los despidos. Pesimista, muy pesimista; pero nada descabellado.
Entre los personajes, destacan Aníbal y Thais, encargados de revisar los pasaportes. Se enfrentan al dilema de ayudar a la gente que intenta huir para mejorar sus condiciones de vida o acatar la ley y detenerlos. Cualquier acción significa posicionarse, estar a favor o en contra del sistema («A veces uno piensa que ciertas cosas no le van a suceder jamás. […] Que nunca hará o dejará de hacer algo que vaya en contra de sus valores. Y un buen día, de repente, se descubre enfrentando sus actos a su visión idílica del mundo», pág. 188). No solo en el aeropuerto: también se habla de las manifestaciones, de la necesidad de participar de forma activa, de implicarse en lo que ocurre en el país y en el mundo. En lo único que confía la autora es en la elección individual de cada ser humano; pequeños pasos para conseguir grandes transformaciones («No podían quedarse en casa y ver la televisión desde el sofá. Así es como se pierden los derechos y se agria la democracia», pág. 259).
Aníbal se presenta como el héroe carismático, el hombre competente y amante de la libertad al que sus superiores temen y sus subordinados admiran («Le encantaba la sensación de vivir entre fronteras, no estar en parte alguna, moverse en un espacio que no existe», pág. 23). Él decide, en última instancia, si los inmigrantes cruzan la frontera o no. Su actitud representa unos valores fundamentales para el combate político: la inteligencia, la valentía, la humanidad. Su perfil personal, en cambio, no está tan bien trabajado: su relación con Julieta resulta forzada, como si hubiera tenido que introducir el amor porque tocaba. El personaje de ella es superficial al lado de los demás; creo que habría ganado interés si contara con una historia propia, un peso mayor en la novela, como Thais, Irene o el Druida.
Thais, compañera de Aníbal, encarna otro rol importante para la lucha sociopolítica: la defensa de la diversidad. Ella misma se distingue por no encajar en la imagen dominante: mujer, lesbiana, antigua emigrante, profesional reconvertida a otro oficio por necesidad. Comprende muy bien la indefensión que padecen los inmigrantes clandestinos y las paupérrimas condiciones de la población («Si nos ilusionamos mucho corremos el riesgo de frustrarnos, pero si nos conformamos con poco es probable que traicionemos nuestras expectativas. Vaya locura…», pág. 180). Si Aníbal personifica a un líder tradicional que mantiene sus cualidades esenciales en diferentes épocas, la figura de Thais es más exclusiva de finales del siglo XX y principios del XXI, cuando se tomó conciencia del «otro», de la importancia de exteriorizar la diversidad en todos los aspectos. Su lado íntimo, además, sobresale por ese capítulo a modo de diario en el que se conoce a fondo su vulnerabilidad en el terreno sentimental. Aun así, el desenlace, su desenlace, peca de edulcorado en el tono.
Aníbal y Thais no están solos. De forma secundaria aparecen, entre otros, el Druida, un vigilante de las cámaras de seguridad angustiado por las dificultades para sacar adelante a su familia; y Belén e Irene, dos intrusas que llevan a cabo una misión en el aeropuerto —la otra trama principal de la novela, junto con la salida de inmigrantes—. Estas mujeres llevaron una vida «normal», acorde al sistema, durante algún tiempo, pero llegaron al límite y ahora actúan con medios devastadores que proponen una reflexión en torno a la violencia como reacción («—¿Que no hay motivos para la violencia? Te mandan al abismo del paro a los cincuenta y cuatro años, te arrebatan tu casa y tu mundo, y, ¿no vamos a estallar?», pág. 195). Porque la inercia, esa fuerza que mantiene los cuerpos en reposo, también puede estimularlos al cambio si sufren un choque tan potente que altera su estado natural.
El grueso del libro se sostiene sobre un armazón deslumbrante, preciso en la escritura y persuasivo en el tema, obra de una escritora perfeccionista que, eso sí, sobresale más en el tratamiento de lo político y de la intriga (la tensión al desvelar los acontecimientos está bastante lograda, sobre todo teniendo en cuenta lo difícil que es construir una historia tan fragmentada) que en lo sentimental (además de la superficialidad de la relación de Aníbal y Julieta, las vidas de los inmigrantes caen con frecuencia en el cliché. Quizá, en lugar de utilizar varios como secundarios cuyas experiencias se narran en pocos capítulos, habría sido más eficaz centrarse solo en uno a lo largo de toda la novela y profundizar en él). El final es tal vez su punto más débil, por su excesiva brevedad, por el tono dulcificado y por la referencia demasiado obvia a un clásico del género (una novela tan inteligente y sutil como Inercia no necesitaba ese detalle).
Ariadna G. García
De todas formas, estas objeciones son menudencias que no deslucen este extraordinario debut, un debut sobre una España futura pero con muchas preocupaciones del presente, que se puede tomar como una advertencia, un espejo en el que nadie quiere llegar a reconocerse. La mirada crítica sobre la sociedad va acorde con otras novelas recientes, como La trabajadora (2014), de Elvira Navarro, de corte realista y centrada en la precariedad laboral, o Por si se va la luz (2013), de Lara Moreno, más intimista y lírica, que propone un regreso al origen rural como rechazo de los valores consumistas. Si Inercia se hubiera publicado en una gran editorial, no cabe la menor duda de que habría conseguido tanta repercusión como las publicaciones mencionadas, porque su nivel da para críticas en los suplementos literarios, para entrevistas a la autora, para entrar en las listas de finales de año y, en fin, para estimular a muchos lectores. Al menos, la sencillez de la edición de Baile del Sol tiene una ventaja: el precio (¿qué novedad de trescientas páginas cuesta 13 €?). El lector interesado en conocer cómo la buena literatura se convierte en instrumento de denuncia no debería perderse Inercia.

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