24 febrero 2018

Inmersión - Lidia Chukóvskaia

Edición: Errata naturae, 2017 (trad. Marta Rebón)
Páginas: 200
ISBN: 9788416544547
Precio: 17,50 €

En 2014, Errata naturae recuperó Sofia Petrovna. Una ciudadana ejemplar, una novela de la escritora Lidia Chukóvskaia (San Petersburgo, 1907 – Moscú, 1996), inédita hasta la fecha en castellano, que narra con una simplicidad exquisita la vivencia de una mujer trabajadora que ha perdido a su marido por las purgas estalinistas de los años treinta. Además de por sus méritos literarios, dicha obra destaca por su valor testimonial, ya que la escribió en plena Gran Purga, a escondidas, en un cuaderno (y plasma, por lo tanto, el desconcierto, el miedo ante lo que todavía se desconocía), y se inspira en su propia experiencia, pues su marido, el físico teórico Matvéi Bronstein, fue arrestado y ejecutado. Más adelante, Chukóvskaia, mujer de letras con muchas facetas (narrativa, poesía, ensayo, crítica) y participante activa en el círculo literario (uno de sus libros más importantes reúne conversaciones con Anna Ajmátova, gran amiga suya), perdió el derecho a publicar en la Unión Soviética por su apoyo a los autores disidentes.
Lidia Chukóvskaia vivió en unos tiempos convulsos, que dejaron una impronta en sus novelas en forma de denuncia social. Inmersión. Un sendero en la nieve (1967; Errata naturae, 2017), pese a ser un título independiente a Sofia Petrovna, y de factura distinta, se puede leer como una especie de continuación, situada, eso sí, más de diez años después. Si el primero se centraba en las mujeres que se consumían haciendo cola, a la espera de noticias sobre sus maridos e hijos deportados, en Inmersión, un texto escrito entre febrero y marzo de 1949, encontramos a una escritora llamada Nina Serguéievna (alter ego de la autora, que esta vez no se camufla bajo la identidad de empleada; ya no pretende representar a todas las mujeres sino ahondar en su rol de literata), que ha asumido su viudez y relata su vida en el contexto de un régimen en el que, en apariencia, las aguas se han calmado un poco, pero bajo la superficie asoman la censura y las amenazas. Además, no ha superado los trágicos sucesos de 1938.
Hoy había comprendido en qué consistía mi culpa. Lo comprendí mientras soñaba. Estaba viva. He ahí mi culpa. Yo vivía, seguía viviendo, cuando a él lo habían arrojado al agua a bastonazos. Él había regresado un instante para reprochármelo. Y eso era lo que había soñado.
Nina, la narradora, pasa una temporada en una residencia de Finlandia para autores y otras personalidades culturales, gracias a la Unión de Escritores. En Moscú ha dejado, por estos meses, a su hija Katia. En el hotel se relaciona con el resto de huéspedes, dan largos paseos por el campo, conversan… Y vuelve a aparecer el dolor. En teoría, Nina está escribiendo y trabajando en una traducción, pero pronto todos sus esfuerzos se concentran en hablar con Bilibin, un novelista que, como su esposo, fue destinado a un campo de trabajo durante la Gran Purga. A ella, por aquel entonces le dijeron que su marido había sido deportado sin derecho a correspondencia, y tardó en descubrir que en realidad estaba muerto. Ahora ve en Bilibin una oportunidad para conocer qué sucedió con él, cómo eran las condiciones de los deportados. No es una conversación fácil, porque Bilibin intenta olvidar. Sin pretenderlo, lo delicado del asunto provoca un acercamiento entre ellos, aunque también se revela una distancia insalvable.
Nina se relaciona con otros personajes memorables, todos heridos por el pasado: la mujer inquieta porque ha dejado de tener noticias de su hermana; el hombre que perdió a sus dos hijos, quemados; la joven que vivió la Gran Purga siendo una niña pero aun así quedó marcada, condenada a una existencia sin posibilidades. Lo que llega de Moscú no resulta esperanzador, se producen nuevas deportaciones, las revistas están bajo control. Nadie se halla a salvo, todos arrastran una losa pesada. Inmersión no está tan «novelado» como Sofia Petrovna (que tenía una clara finalidad didáctica: la de dar a conocer, en un registro accesible, lo que estaba ocurriendo en la Unión Soviética), se le notan más las resonancias autobiográficas y está construido a modo de diario de la escritora durante su estancia en el hotel. Más que en la «trama», su interés reside en las observaciones de Nina y en los testimonios de quienes la rodean, que poco a poco conforman una novela de múltiples capas (social, política, psicológica).
En el fondo, Inmersión plantea un debate, sin duda enraizado en las preocupaciones más habituales en un creador de la Unión Soviética: qué se puede escribir, si es que se puede escribir, en esas circunstancias políticas. Los autores afines al régimen se han amoldado a la falta de libertad y se limitan a contar relatos banales. La «verdad» de lo acontecido no se puede publicar por la censura (como le ocurrió a Chukóvskaia con Sofia Petrovna, que no vio la luz en su país hasta cincuenta años más tarde). Nina, narradora intelectual, gran conocedora de la literatura rusa, analiza la relación entre la producción literaria y la situación sociopolítica de cada época. De la suya, detesta la tendencia a los estereotipos y la falta de veracidad ocasionada por las prohibiciones. Su punto de vista es una crítica desde dentro: ella misma se ha beneficiado de un programa, pero aun así rechaza la opresión del sistema y le cuesta simpatizar con los colegas que han aceptado las imposiciones sin protestar.
¿Para qué, pues, acometo esta inmersión?
Quiero encontrar a mis hermanos, si no ahora, por lo menos sí en un futuro.
Todo lo que vive necesita fraternidad, y yo también la busco. Escribo un libro para encontrar a mis hermanos, aunque sea en un porvenir desconocido.
Lidia Chukóvskaia
El título alude a sus sesiones de escritura, «inmersiones»: el acto de concentrarse en la narración, que en su caso implica volver al pasado, a las largas colas, a su marido muerto; incluso reproduce un relato con el mismo universo que Sofia Petrovna. Nina no olvida ni perdona; quiere hacer memoria, reconstruir los hechos, denunciar los crímenes, recordar a las víctimas. Le duele el pasado, pero no lo esquiva sino que lo mira de frente; una actitud comprometida, que, tal como muestra en esta novela, no todos comparten (si bien tiene empatía suficiente para tratar de entender a los demás). Al igual que Sofia Petrovna, está narrado con un estilo sencillo pero de hondo calado; comunicar verdades complejas con simplicidad formal parece ser su lema. En esta ocasión, contiene más referencias eruditas y sutilezas por la condición de escritora de la protagonista. El libro, en general, va de menos a más, crece página tras página hasta conmover; un retrato brillante de un ambiente bohemio castrado por el miedo, el silencio y el instinto de supervivencia.

Citas en cursiva de las páginas 28-29 y 53.

19 febrero 2018

Madona con abrigo de piel - Sabahattin Ali

Edición: Salamandra, 2018 (trad. Rafael Carpintero Ortega)
Páginas: 224
ISBN: 9788498388343
Precio: 18,00 € (e-book: 11,99 €)

La vida es una partida que sólo se juega una vez y yo he perdido. No puedo jugar una segunda…
Un pequeño clásico de la literatura turca del siglo XX, inédito hasta ahora en castellano, inaugura la rentrée de Salamandra, un sello que suele acertar con sus recuperaciones (Irène Némirovsky, Sándor Márai y Austin Wright, entre otros). Se trata de Madona con abrigo de piel (1943), la novela más aclamada de Sabahattin Ali (1907-1948), que se reeditó en los años noventa en Turquía y desde entonces ha sido traducida a diez idiomas y ha vendido cerca de un millón de ejemplares. Los motivos por los que ha causado sensación no son solo literarios, ya que también entrañan una reivindicación del autor, disidente político, encarcelado por sus críticas al gobierno de Kemal Atatürk y muerto en extrañas circunstancias cuando intentaba cruzar la frontera búlgara; las sospechas apuntan a que fue asesinado por la policía secreta del Estado. Sus libros fueron prohibidos hasta 1965. La fama de Sabahattin Ali en la actualidad se relaciona en parte con la situación de los escritores turcos del momento que han sufrido asimismo duras represalias por sus desacuerdos políticos. En este contexto agitado, Sabahattin Ali se ha convertido en un símbolo de resistencia y libertad de pensamiento.
La narración de Madona con abrigo de piel empieza por el final y está contada por un personaje no involucrado en los hechos; una técnica poco común, desarrollada con eficiencia. El narrador, un joven empleado en una oficina, comparte despacho con Raif Efendi, el traductor de la empresa. Conocer a este hombre produce un fuerte impacto en él: Raif, un tipo ya maduro, parece un muerto en vida. En la empresa lo tratan con desprecio, pero él no se queja ni se exalta; se muestra frío, resignado en su desdicha, como si no esperara nada del futuro más que ver pasar los días uno detrás del otro. En su familia, descubre más tarde, también lo ningunean. ¿Qué le ha ocurrido a este hombre para acabar así? El narrador tiene la oportunidad de leer un misterioso cuaderno que su colega guarda con celo en el cajón de su escritorio. Allí, en primera persona, el protagonista, este señor tan esquivo, narra su historia, la historia de un amor breve pero intenso, condenado al fracaso, que sin embargo, o tal vez por eso mismo, lo marcó para siempre («Esos pocos meses, ¿no valen varias vidas?», p. 221).
En los años veinte, un joven Raif llega a Berlín para aprender el oficio de su padre, la fabricación de jabones, aunque nunca le interesó. Solitario y retraído, dedica las horas a la lectura, inmerso en otros mundos. No sale, no se divierte; tan solo alimenta su vida interior con los libros (entre otros, los grandes novelistas rusos; esta novela tiene un poco de ese espíritu). Al visitar una exposición, Raif se obsesiona con el cuadro de una pintora, un autorretrato que apodan «Madona con abrigo de piel». Una noche, se topa con esa mujer, Maria Puder, y ya nada vuelve a ser como antes. Juntos conforman una pareja peculiar, puesto que encarnan arquetipos casi opuestos: él, ingenuo, tímido, soñador, ajeno por completo a los placeres mundanos; ella, experimentada, sagaz, bohemia, una habitual de la noche berlinesa. Y, aun así, tienen cosas en común. Maria, pese a su apariencia desenvuelta, ha sufrido desengaños y se siente insatisfecha: «Ya lo verá: vivo más dentro de mi cabeza que en el mundo. Para mí, la vida real no es más que un sueño desagradable» (p 124). Contra todo pronóstico, encuentra en Raif, en el muchacho candoroso y dócil, la horma de su zapato.
Como en novelas como Tú no eres como otras madres, de Angelika Schrobsdorff, o Berlín secreto, de Franz Hessel, esta obra de Sabahattin Ali es también un excelente fresco de los años veinte en Berlín. Por aquel entonces se produjo una liberación de las costumbres de las mujeres occidentales, reflejado en el personaje de la pintora: Maria, que toma la iniciativa en su relación, expresa sus ideas (modernas) en torno al rol de la mujer, rechaza ser la sumisa, rechaza el egocentrismo de los hombres. En cierto modo, se da una «inversión» de los papeles típicos de una pareja, y para ello resulta fundamental el pasado de cada uno. Mientras que él se ha mantenido en un mundo de fantasía, aislado por voluntad propia de la realidad, ella ha tenido que trabajar duro para sacar adelante a su madre, ha lidiado con hombres que le han enseñado la peor cara del ser humano, ha aprendido el valor de las cosas. Tiene lo que podría denominarse dignidad, unos principios elevados que la unen íntimamente a Raif: «[la pintura] es el único trabajo en el mundo que me tomo en serio. Sólo por eso no tengo intención de ganarme la vida pintando. Porque entonces me vería obligada a hacer lo que otros quisieran y no lo que yo quiero. Nunca… Nunca… Preferiría vender mi cuerpo… Porque en mi opinión eso sí que no tiene importancia» (p. 125).
Sabahattin Ali
Y no obstante se sabe de antemano que no terminaron bien. Este es el relato, apasionado y apasionante, de dos seres alienados que se cruzaron por una feliz casualidad que se tornó adversa, escrito con la elegancia y la precisión de un narrador curtido. La nostalgia late en sus páginas, así como la herida irreparable de las ocasiones perdidas («Con el tiempo se olvida el dolor por la pérdida de objetos valiosos, de fortuna, de cualquier tipo de felicidad mundana. Lo único que nunca nos abandona son las oportunidades perdidas, y cada vez que se recuerdan, nos hacen sufrir», p. 206). Más allá del romance, destaca por su cuidada estructura y punto de vista, ese narrador que se acerca al protagonista desde fuera, paulatinamente, y por el acierto de «encerrar» la peripecia de Raif Efendi en un cuaderno. Quizá, ante todo, este libro es el retrato de un hombre solitario que se niega a vivir: por fuera, puede equipararse a una planta, por dentro, en esas páginas escondidas, oculta la pasión que le removió las entrañas («Tendré que esconder este cuaderno […]. Tengo que esconderlo donde no puedan encontrarlo; todo, especialmente mi alma…», p. 221). ¿Nos define nuestro interior o nuestras acciones? ¿Conocemos de verdad a la persona que tenemos al lado? Muchas preguntas, un alma afligida y una hermosa historia; todo eso es Madona con abrigo de piel.

Cita inicial en cursiva de la página 220.

18 febrero 2018

El deshielo - Lize Spit

Edición: Seix Barral, 2017 (trad. Catalina Ginard y Marta Arguilé)
Páginas: 528
ISBN: 9788432232916
Precio: 19,90 € (e-book: 12,99 €)

Deshelar: hacer que algo deje de estar helado. En sentido literal y, también, metafórico. En El deshielo (2016), el debut literario de la belga Lize Spit (1988), se dan ambos. Se derrite un bloque de hielo y una mujer regresa a su tierra más de diez años después de sufrir una experiencia traumática; nunca afrontó el pasado, que permanece congelado. El hielo se derrite despacio, muy despacio. Tampoco la llegada al pueblo es fácil. No siempre apetece ir a una fiesta: Eva, así se llama la protagonista, recibe una invitación para el homenaje al hermano mayor de uno de sus amigos de la infancia, que, de no haber muerto en su juventud, cumpliría treinta años. Sin confirmar su asistencia, Eva se pone al volante, rumbo a sus orígenes, a esa pequeña localidad rural de la región flamenca de Bélgica. Allí vivió con sus padres y hermanos. Allí compartió juegos con Pim y Laurens. Allí conoció a la atrayente Elisa. Y allí perdió la inocencia.
Eva, Pim y Laurens fueron los únicos niños nacidos en aquella aldea en 1988; una coincidencia que los unió dentro y fuera de la escuela. Es, además, el mismo año en que nació la autora; recrea el universo de su infancia, la Bélgica rural del cambio de milenio, con el ordenador como adquisición estelar en el hogar de muchas familias. No obstante, no hace autoficción, no centra la trama en un yo, por mucho que esté narrada en primera persona. Lize Spit construye una novela armada con meticulosidad y con muchas capas, que se estructura en tres tiempos, todos narrados por la protagonista: uno se corresponde al regreso, en la actualidad, que dura una jornada fragmentada por horas, siguiendo el lento discurrir de Eva por los lugares de su niñez, con la intriga de si entrará al fin en el recinto de la celebración; los otros dos hilos se refieren al pasado: en uno narra el episodio doloroso, en el verano de 2002, en riguroso orden cronológico y tiempo presente, con la sensación de inmediatez que implica, y el tercero actúa como complemento de este, capítulos en apariencia dispersos, sobre anécdotas que a la postre completan la información de la trama principal, esto es, ese verano de 2002.
Como en Frankie y la boda (1946), de Carson McCullers, el verano, el largo verano, es la época en que los adolescentes con ganas de crecer deprisa irrumpen en el mundo de los adultos con una torpeza que deviene trágica. Por aquel entonces, Eva, Pim y Laurens tienen catorce años; ni niños ni todavía jóvenes, una edad en la que la curiosidad por el sexo los empuja hacia un juego peligroso. Ese juego, cuya tensión va in crescendo con el paso de los días, mantiene el interés del lector en el sentido más primario (qué pasará, como en una novela de misterio), pero, además, anida conflictos propios de la pubertad, el coming-of-age, el duelo y la familia disfuncional. Porque los chicos tienen familias, y no están al margen de la historia: Pim perdió a su hermano mayor unos meses atrás; Eva ve cómo su madre vacía las botellas de alcohol al tiempo que empeora el trastorno de su hermana menor. La familia de Pim ha vivido una tragedia y en la de Eva se precipitarán los acontecimientos. En medio, Laurens, al que no le pasa nada... salvo la adolescencia.
Los protagonistas están muy bien caracterizados. Eva, el tipo de chica que, ya desde jovencita, tiende a ser el apoyo de los demás, empática y generosa, introvertida y firme. No sabe decir que no. La novela aborda el rol de la chica rodeada de amigos varones: al haber crecido entre muchachos, y en el campo, no ha tenido nunca amigas y carece de la «feminidad» de las jóvenes que comienzan a coquetear; ella misma se define como «basta». Pim, por su parte, hijo de granjero, es el líder de la pandilla, el macarra por excelencia. La muerte de su hermano inspira compasión en la gente; nadie sabe hasta qué punto lo volvió más rebelde. Por último, Laurens, hijo de los carniceros, rechoncho, dócil, estudioso y fácil de manipular, sobre todo por su colega Pim. La amistad entre ambos sexos, que en la niñez no genera inconvenientes, al entrar en la pubertad se convierte, no en un problema, pero sí en una diferencia. Ya no son tres niños jugando sin más, sino dos chicos y una chica en una edad en la que tienen curiosidad por el sexo, por el cuerpo. La particularidad de moverse entre chavales hace que Eva viva una adolescencia más embrutecida, entre distracciones típicamente masculinas de las que no se siente del todo partícipe, aunque se deja llevar por ellos.
Hay un cuarto personaje que se suma a la terna, la recién llegada Elisa, que como todos los forasteros de las (buenas) historias trae consigo una revolución. Tiene dos años más que el trío (que, a esas edades, se notan) y se convierte en lo más parecido a una amiga que ha tenido Eva. Le abre una puerta a todo lo que le faltaba con los chicos. Encarnan esa clase de amistad en la que una, Elisa, más curtida, pícara y espabilada, tira de la discreta Eva. Para Eva, Elisa es fascinación y recelo; le atrae su sensualidad, de la que ella carece, pero a la vez se palpa la desconfianza entre ambas, los celos entre mujeres, el ansia por controlar la situación. En cuanto a los chicos, se sienten atraídos por Elisa, claro. Atractiva y misteriosa, amante de los caballos, la chica nueva agita las aguas del pueblo. Solo Eva penetra en su feudo, conoce sus puntos débiles, su parte menos seductora, sus astucias. Cierto comentario sobre el caballo de Elisa resultará clave para la resolución.
Ante todo, El deshielo es una novela, una gran novela, sobre el despertar sexual, narrado en toda su crudeza, su brutalidad y su naturaleza despiadada; una pérdida de inocencia escabrosa, traumática y exenta de romanticismo. El peligro de determinados juegos. La imprudencia adolescente que resulta fatal. La morbosidad, la ausencia de límites. Invita a plantearse preguntas sobre la educación sexual, por la responsabilidad de esa curiosidad temprana y feroz. Es importante subrayar la claridad del lenguaje, su estilo limpio, descarnado, despojado de florituras, una voz que, por expresarlo de forma sencilla, llama a las cosas por su nombre, sin poetizar. Describe el cuerpo, femenino y masculino, sin erotismo; es natural, realista. Probablemente, la novela en la que más veces he leído la palabra «vagina», y, por si esto fuera poco, sin connotaciones eróticas. Hay que recalcar asimismo que narra con dureza el descubrimiento del sexo, no del amor. Sexualidad y sentimiento no van unidos en este libro, el quid del asunto no va de la decepción amorosa de la eterna enamorada. Lize Spit aporta una mirada fresca, impúdica y moderna al tratamiento del despertar sexual, hasta el punto de resultar incómoda por su sordidez, pero brillante en cualquier caso.
A pesar de que la acción principal se desarrolla entre el grupo de amigos, no se descuida la familia, un núcleo que se cae a pedazos, con las obsesiones de la hermana pequeña, el alcoholismo de la madre y la pasividad del padre. Eva y su hermano mayor tratan de aparentar normalidad de puertas afuera, aunque saben que lo que ocurre en su casa dista mucho de ser normal. Destaca el papel de la madre de Laurens, un apoyo inesperado. Esta trama tiene, aun con el dolor, ternura: el amor de hermana, el afecto sincero y auténtico en el dormitorio. La rudeza de la pandilla contrasta con la madurez mostrada en el hogar; Eva (y todos) representa diferentes roles en función de la compañía. El hilo actual (la Eva adulta de vuelta) retroalimenta la historia del pasado, sobre todo la parte familiar: deja caer pinceladas acerca de cómo siguió su vida después de la debacle que acrecientan el interés por seguir leyendo. La organización en dos tiempos permite contrastar lo que eran antes y lo que son como adultos.

Lize Spit
La ambición conlleva riesgos, pero El deshielo funciona, funciona a la perfección. Ninguna trama se cae, como sucede en ocasiones cuando se alternan varios tiempos. Todas las piezas encajan; todo, cada detalle, por trivial que parezca de entrada, encuentra su sentido. Nada de paja, nada al azar; esa narración minuciosa, paso a paso, está más que justificada. El deshielo no es solo un debut deslumbrante, sino una obra excepcional en la carrera de cualquier escritor, joven o maduro. Intriga dosificada con medidor, análisis psicológico, novedosa y áspera en el tratamiento de los temas, estilo sólido y eficiente. Tiene arquitectura, personajes y una voz sin complejos. Como curiosidad, Lize Spit comenzó a escribirla en un campamento para escritores; invertir en creación literaria da sus frutos. En Bélgica tuvo una excelente acogida por la crítica y el público (más de 170.000 ejemplares vendidos, reza la faja), y sin embargo aquí no se le ha prestado la atención suficiente. Pocas, muy pocas veces, un autor menor de treinta años se da a conocer con una novela de más de quinientas páginas y de esta envergadura literaria. Disfrutadla.

15 febrero 2018

El contagio - Walter Siti

Edición: Entre Ambos, 2017 (trad. Carlos Vitale)
Páginas: 336
ISBN: 9788416379071
Precio: 21,90 €

Walter Siti (Módena, 1947), escritor, crítico y ensayista italiano de larga trayectoria, que cuenta en su haber con el prestigioso Premio Strega por la novela Resistere non serve a niente (2012), entre otros reconocimientos, permanecía inédito en castellano hasta que la editorial Entre Ambos recuperó El contagio (2008), que ha sido adaptada el cine bajo la dirección de Matteo Botrugno y Daniele Coluccini. En este libro sin concesiones, lleva a cabo una radiografía social descarnada de un barrio de la periferia de Roma; una estampa muy distinta al esplendor con que se suele representar la ciudad como reclamo turístico. El foco se sitúa en un edificio; los protagonistas son sus inquilinos, que van y vienen a lo largo de los años. Personas de clase humilde, en general, pero también algún burgués que, en esta época de individualismo y libertad de elección, se mezcla por voluntad propia con el populacho y se deja contagiar sus formas toscas, su léxico vulgar y su naturaleza febril, proclive al enfrentamiento, a la pasión exaltada.
No es casualidad que Siti sea, además, un gran especialista en la obra de Pier Paolo Pasolini, que en títulos como Chavales del arroyo (1955) retrató la degradación de los jóvenes de baja extracción en la Roma de posguerra. Siti, con una mirada asimismo etnográfica, adapta su método para plasmar el «espíritu» de las barriadas en nuestros tiempos. Con una construcción coral, se suceden las escenas sobre los diversos personajes, como una cámara que los sigue de cerca: Marcello, un tipo físicamente atractivo, asiduo a la noche y otros vicios; Gianfranco, vendedor de droga y miembro de un matrimonio desastrado; Attilio, el hombrecillo maduro y sombrío que vive con su madre, envejecido, repelente, que a todos desprecia y por todos es despreciado; Bruno y su esposa, Flaminia, ella de familia cultivada, más tranquila, más ordenada, él un compañero de fatigas y amante furtivo de los hombres de su entorno; Fernanda, la prostituta brasileña, que maneja a su antojo al Trompo, loco por ella; Francesca, una mujer discapacitada pero muy observadora, pendiente de todos y de todo. Y luego vienen otros; la estabilidad no es la marca de la casa en estos hogares.
Más que una narración, El contagio es un estudio de caracteres. Además de por su hondura psicológica (personajes muy bien perfilados, ricos en matices, que denotan una capacidad de análisis extraordinaria), se caracteriza por crear una sensación de desasosiego colectivo, de fastidio, ira, rabia; un clima de irritación creciente en el que los ritmos difieren por completo del modelo promovido por la élite dominante. En otras palabras, este vecindario constituye un microcosmos propio, cuyas aspiraciones se alejan, y mucho, de la llamada noción de progreso. He aquí los residuos del neoliberalismo, los desechos de esta sociedad desigual, que no se abordan desde la compasión ni con una voluntad «salvadora», sino en toda su crudeza de personajes abocados al abismo y a la desesperación. Destaca la tendencia a la doble vida, con la consiguiente manipulación del otro, por parte de muchos protagonistas. Este retrato social se define por la turbiedad, la impudicia, el patetismo, la precariedad (esto último, en más de un sentido). En los bajos fondos, la humanidad se deshumaniza.

Walter Siti
Walter Siti es un novelista que bien podría ser tildado de «incómodo». No plantea una novela de costumbres amable ni divertida, sino un trabajo de campo disfrazado de ficción en el que se revela la peor cara del ser humano: drogas, obsesiones, prostitución, violencia, sexo desenfrenado y reprimido, pobreza, inmigración, infidelidad, nocturnidad… Este es un submundo sórdido, duro, embrutecido, los márgenes de la ciudad de los que la clase media aparta la vista; aunque tampoco esta clase se halla a salvo: entre líneas se lee una crítica feroz a las prácticas degradantes que se extienden más allá de su hábitat natural a priori. Se trata, en suma, de un libro de alto voltaje, rotundo, intenso de principio a fin, que no da tregua a los personajes sino que, al contrario, los lleva al límite. Mención aparte merecen los episodios en los que el autor juega con los protagonistas e «inventa» relatos a modo de ejercicio metaliterario. Los lectores que aprecian el enfoque antropológico sobre el mundo que nos rodea lo disfrutarán.

14 febrero 2018

El tiempo de en medio - Marcello Fois

Edición: Hoja de Lata, 2017 (trad. Francisco Álvarez)
Páginas: 296
ISBN: 9788416537242
Precio: 21,90 €

Con El tiempo de en medio (2012), novela que fue finalista del Premio Strega, Marcello Fois (Nuoro, 1960) continúa su espléndida trilogía sarda que recorre la historia del siglo XX siguiendo las andanzas de una familia de herreros. Después de Estirpe (2009; Premi Llibreter), que narra la fundación del clan Chironi, su ascenso económico y su tragedia personal, esta segunda parte se desarrolla de los años cuarenta en adelante y desplaza el peso del relato a la tercera generación, es decir, al nieto de Michele Angelo Chironi y su esposa Mercede, un joven llamado Vincenzo que llega a Nuoro en 1943. Llega, porque nunca había estado allí, y ni su abuelo ni su tía, los únicos parientes que conserva, estaban al tanto de su existencia; se trata de un huérfano de guerra, hijo de Luigi Ippolito, el Chironi estudioso y amante de las leyendas. Vincenzo pasó su infancia en un orfanato de la península y, una vez convertido en adulto, decide descubrir sus raíces, hacer el viaje de regreso a Cerdeña que su padre no pudo hacer.
Él, Vincenzo Chironi, de su propia historia solo tenía su nombre. E incluso eso lo había recibido con cierto retraso. Él lo sabía todo sobre la soledad. Sobre cómo se presenta bajo la forma de alguien que en la estación, o en la calle, o en el mercado, te saluda desde lejos y tú, aun cuando no lo reconoces, respondes de forma automática. Y sobre cómo entonces, a medida que se va acercando, te das cuenta de que no se trata de aquella persona que tú creías que era. Así, sin más.
A diferencia de Estirpe, en la que el protagonismo se repartía entre diversos miembros de la familia, El tiempo de en medio es más bien una novela de un personaje, Vincenzo Chironi, representante de la transición del viejo orden, marcado por las dos guerras mundiales y la dictadura, a las esperanzas que surgieron tras la proclamación de la república. La primera parte del libro, relativa a su llegada a Nuoro, se distingue de la tónica general: el tiempo se ralentiza (setenta páginas para narrar la acción de cinco días, cuando lo habitual es que abarquen años) y adquiere tintes de epopeya. Con el protagonista en camino, el interés aún no está en el bullicio de la localidad, sino en su hazaña, que se cuenta como un verdadero relato de supervivencia. Vincenzo pasa por penurias hasta que consigue encarrilar su viaje; el desasosiego se hace palpable en estos episodios, con una escritura pegada a la piel, a la sed, al instinto. Es la peripecia de un hombre fuera de la civilización, perdido, extraviado entre unas normas diferentes a las que rigen la sociedad. Y Fois se maneja de lujo en este registro.
Esta condición de inadaptado será el rasgo definitorio de Vincenzo cuando se instale con los Chironi, no en vano ha sido toda la vida un huérfano desamparado y, en Nuoro, incluso entre los suyos, sigue siendo un forastero, el chico que no habla en dialecto, el chico al que su familia no puede someter como lo haría con un joven criado entre ellos, y del que cabe esperar cualquier salida. Es interesante la evolución de su trato con los allegados: el espacio del abuelo Michele Angelo, el afecto ardoroso de su tía Marianna, las primeras amistades. Una familia de extraños, juntos por fuera pero con frecuencia distantes por dentro. El amor, también llega el amor, la pasión arrebatada, la locura, la desesperación; sentimientos intensos, pero bien medidos gracias al pulso del autor. En este tramo, que ocupa los dos últimos tercios de la obra, el tiempo pasa rápido, las décadas se suceden, como si dijera que en la existencia del hombre solo que era antes cada día era una larga travesía, mientras que en la confortable sociedad las jornadas carecen de épica y transcurren en una apacible monotonía, salvo en esos puntos álgidos en los que Fois vehicula la trama, con un gran dominio de las elisiones.
¿Ves cómo acabas? Acabas pasando las hojas de un álbum de fotografías que te hacen volver a los días en los que te veías fea y sin embargo estabas guapísima, sin una sola arruga, con un pelo perfecto, delgada… Pero también acabas volviendo a verte cuando te considerabas tan bella, elegante como una reina y sin embargo eras desgarbada, feísima… Todo se escapa, Vincenzo, y aquello que crees que controlas acaba renegando de ti, sin piedad…
La escritura de Fois está impregnada de resonancias míticas que alejan la saga del costumbrismo. Para empezar, su inicio se fundamenta en el mito del eterno retorno, la concepción cíclica (más que lineal) del tiempo: Vincenzo «reinicia» la estirpe, una estirpe que había iniciado Michele Angelo, un huérfano como él; la historia se repite. Siguiendo con Vincenzo, un personaje muy logrado, resulta inevitable vincular su viaje con el regreso de Ulises; con la particularidad, eso sí, de que Vincenzo no había estado nunca en su tierra. En su caso se produce asimismo un «reconocimiento», ya que los lugareños creen estar viendo una encarnación de su padre, el que no sobrevivió a la guerra. Además, como en Estirpe, los muertos están presentes de algún modo, les hacen compañía a los vivos. Este ambiente, entre la superstición y el realismo mágico, le da un sello inconfundible a la trilogía; y es meritorio que el autor integre todas las referencias de una forma tan fluida, con tanta verdad literaria, sin que nada desentone.
Aunque a grandes rasgos la trilogía de los Chironi es una saga «masculina», el rol de las mujeres en El tiempo de en medio, pese a constituir un hilo secundario, está bastante bien planteado. De entrada, por la relación entre tía y sobrino: Marianna, una mujer que padeció estragos en Estirpe, adinerada pero sin luz, hundida en su desdicha, renace ante la oportunidad de ocuparse del joven. El afecto, no obstante, se revela descompensado. A ratos lo trata como una madre abnegada, a ratos como una amante febril; se apega a él sin ser consciente de que nunca podrá controlarlo del todo, una cuerda que se tensa más a medida que Vincenzo, como cualquier hombre al entrar en la madurez, se distancia del núcleo familiar para establecerse por su cuenta. Hay, por otra parte, un retrato brillante de la vida de las mujeres en la sociedad de mediados de siglo: siempre sometidas a la autoridad del hombre (primero el padre, luego el marido), en esa época comienzan a salir del hogar, a desempeñar una profesión, no sin despertar murmullos de recelo. El autor muestra sus reuniones espontáneas en la calle, el cotilleo, ese placer fugaz en el que ponen en común sus pesares:
La única forma de felicidad que alcanzan a concebir son estas reuniones para contarse el mundo como debería ser, no como es en realidad. Y se imaginan un destino serio, fiable, en lugar de ese destino que actúa como un payaso infantil, dando y quitando a su antojo. Ellas se imaginan una paz hecha de nada. No piden nada más que lo necesario. De eso están hablando, de lo poco que se precisa para ser feliz: salud, ante todo para los hijos, comida en la mesa todos los días… Han sintetizado de ese modo años y años de reflexiones. Han sentido que la historia les rozaba la espalda sin preguntarse siquiera hasta qué punto era maligno negarla o benigno eludirla.
Marcello Fois
Esta novela no solo está a la altura de su predecesora, sino que podría decirse que hasta la supera, por la hondura del protagonista, por integrar con maestría diversos niveles de historia (de la general a la íntima, con la singularidad de Cerdeña respecto al resto de Italia, un microcosmos único) y, no menos importante, por su versatilidad de registros, con la sorpresa del cambio de perspectiva al final. En otras palabras, no repite el esquema de Estirpe (que también habría funcionado), sino que lo enriquece; al igual que las innovaciones técnicas se instalan en el día a día de los personajes (el teléfono, el televisor), la saga se renueva, no se acomoda. En lo que sí se mantiene, por fortuna, es en su estilo envolvente, poético y alusivo, con maravillosas descripciones del paisaje. La narrativa sarda, por siempre ligada a la Nobel Grazia Deledda, ha dado con Marcello Fois una voz subyugante y fluida, que da forma a libros en los que el lector se sumerge y olvida el ruido. No habrá que esperar mucho para leerlo de nuevo: la tercera parte, Luz perfecta (2015), llegará a las librerías españolas en los próximos meses.

Citas en cursiva de las páginas 37, 219 y 189.

12 febrero 2018

El mapa de las prendas que amé - Elvira Seminara

Edición: Lumen, 2017 (trad. Ana Ciurans Ferrándiz)
Páginas: 208
ISBN: 9788426403322
Precio: 18,90 € (e-book: 8,99 €)
Entrada por entrada, este armario parece el índice de mi vida.
El vestuario de una mujer. Múltiples vestidos, tonalidades, tejidos, cortes. Para algunos, una frivolidad. Para otros, una imagen reveladora acerca de su dueña. Porque un traje no es un mero trapo de colores, sino una enciclopedia suculenta sobre la psique de la mujer que lo luce, sus sentimientos, su confianza, la fase vital en que se encuentra. Al menos, así es para quien sabe observar con atención y tiene ojo para la estética, como la italiana Elvira Seminara, que además de escritora es periodista y artista pop (y, como curiosidad, madre de la también novelista Viola di Grado). El mapa de las prendas que amé, su novela más reciente y la primera que se traduce al castellano, fue publicada por Einaudi en 2015 y ha sido comparada con Italo Calvino y Georges Perec por su naturaleza experimental; solo que Elvira Seminara incorpora, por su parte, una mirada «femenina» (lo que no significa que sea exclusiva de mujeres) a la relación entre los atuendos y la vida, que conforma la esencia de esta obra tan hermosa y tan original.
Sigo completando el inventario […]. Es un manual para vivir mejor dentro y fuera de uno mismo. Es necesario proteger los propios límites con costuras fuertes y resistentes.
La narradora, Eleonora, es una mujer de mediana edad, moderna e independiente, que se instala en París tras una crisis personal. En Italia ha dejado a su hija, Corinne, una joven con la que en los últimos tiempos no se termina de entender, y una casa llena de ropa, la ropa que la ha acompañado en toda su existencia. Este libro es la carta que Eleonora escribe a su hija desde la distancia, una suerte de acercamiento en el que le hace un regalo único: un inventario de sus prendas, como un legado para Corinne. A lo largo de estas páginas, el relato de sus recuerdos y sus nuevas vivencias en París se alterna con un listado de vestidos y complementos, acompañados de una reflexión sutil, a propósito de las oportunidades en las que puede ponerse cada uno. En realidad, lo que la madre le está transmitiendo a su hija es una educación sentimental, disfrazada de atlas de ropa; una forma creativa de compartir con ella su experiencia y aconsejarla. Y de romper el silencio, la frialdad que empaña su relación en esos momentos.
Hay una historia oculta dentro de todas las cosas, y en especial dentro de las domésticas. No siempre es descifrable o memorable, claro está, porque a menudo es involuntaria o tiene muchos autores y carece de orden. En definitiva, su lectura requiere un esfuerzo mayor que el que requiere la de los libros, por eso leemos páginas y no cosas.
Elvira Seminara rinde homenaje a las telas y las costuras, la herencia simbólica que las mujeres se han transmitido de generación en generación desde hace siglos. Pocas cosas hay tan ligadas a una mujer, a su manera de estar en el mundo, que su ropa; la autora utiliza esta especificidad femenina para construir una obra inteligente e imaginativa sobre la soledad y la incomprensión. La protagonista no hace su inventario en vano, sino que sus apuntes esconden pequeñas confesiones, con la esperanza de que Corinne las entienda y no cometa los mismos errores que ella. En ocasiones, cuando un tema duele demasiado para hablar con claridad, o cuando las personas han recibido una educación rígida que reprime sus sentimientos, se recurre a una especie de subterfugio, un comodín para comunicar ese dolor al otro sin lloriquear, sin hacerlo evidente. La aparente ligereza de los apuntes sobre vestidos encarna esa complicidad, ese lazo íntimo y exclusivo, como cuando una madre aconseja a su hija adolescente, aún poco curtida en esos asuntos, qué ponerse para una cita.
Es más fácil esperarte aquí porque París es un escenario que me vio despreocupada, un lugar donde puedo rebobinar la cinta o volver a grabarla. Y que parece ofrecer un montón de vidas de repuesto a todo el mundo.
Eleonora no solo se dirige a su hija para inventariar sus vestidos. También le cuenta cómo son sus días en París, esa ciudad que es otro símbolo en sí misma. No es la primera vez que pasa una temporada allí; conoció París en su juventud, y ahora la usa como refugio para encontrarse a sí misma, para recuperarse, aunque todavía no sabe cómo ni cuándo lo logrará. Se instala en un edificio donde conviven personajes tan solitarios como extravagantes; un escaparate digno de una tragicomedia. Y es que, a pesar del aire chic del libro, detrás de esa voz que se pretende fuerte y elegante hay una mujer herida. Herida de amor, de maternidad, de abandono, de madurez. Una mujer en una edad en la que se le presupone un gran dominio de sí misma, de sus emociones, y que sin embargo se siente más perdida que nunca. Ella no lo admite, es demasiado terca para pedir ayuda, demasiado comedida para gritar, pero entre líneas se intuyen las ilusiones truncadas, la desorientación de esta paseante errabunda.
En el fondo un edificio es como un armario. Te sorprende continuamente.
Elvira Seminara
Como los vestidos, que después de estrenarlos ya no permanecen intactos (se pierde un botón, se arrugan, se les rompe la cremallera o se les descose el dobladillo, se destiñen o deforman), los afectos asimismo se resienten. Entre madre e hija, entre un matrimonio, entre dos amantes. Necesitan remiendos, parches que, si bien no recuperan la primera versión, cumplen con su cometido: dar otra vida, otra oportunidad. Y de eso va El mapa de las prendas que amé, de sanar heridas. Desempolvar los viejos vestidos para que la siguiente generación los aproveche; y, en cuanto a la que se deshace de ellos, para renovar el armario y respirar aire fresco en otro lugar, porque a veces hace falta tirarlos para comenzar de cero. Esta novela de Elvira Seminara es una propuesta cuidada e ingeniosa, de una sutileza y una inventiva extraordinarias, que sorprende por su despliegue de metáforas, paralelismos y muchos detalles que enriquecen su particular inventario. Sí, los vestidos pueden conformar su propio lenguaje, y esta es una buena muestra de ello.
Ya no necesitas un inventario, te lo he confesado todo. Lo que sigue es la vida.

Citas en cursiva, por orden de aparición, de las páginas 188, 13, 96, 28, 149 y 107.

09 febrero 2018

Seres queridos - Vera Giaconi

Edición: Anagrama, 2017
Páginas: 160
ISBN: 9788433998330
Precio: 15,90 € (e-book: 9,99 €)

En los últimos años ha despuntado una generación de escritoras latinoamericanas, nacidas entre los setenta y los ochenta, que han llevado a algunos medios a hablar de un nuevo boom en femenino. A pesar de la inexactitud que conlleva poner una etiqueta a tantas autoras de estilos y nacionalidades diversos (aunque en España tengamos la mala costumbre de englobar todo lo que viene de Latinoamérica), salta a la vista que Samanta Schweblin, Mariana Enriquez, Selva Almada, Verónica Gerber Bicecci, Gabriela Wiener y Paulina Flores, entre muchas otras, han sobresalido en el mismo intervalo de tiempo; una hornada que pisa fuerte, por lo tanto, y a la que añadiría sin duda a la todavía poco conocida Vera Giaconi. Nacida en Montevideo en 1974, aunque ha vivido siempre en Buenos Aires, ha publicado los libros de relatos Carne viva (2011) y Seres queridos (2017). Con este último fue finalista del Premio de Narrativa Breve Ribera del Duero en 2015, y ha supuesto su «fichaje» por Anagrama.
Seres queridos comienza con un epígrafe de Clarice Lispector; buen gusto, una autora que cita a una maestra de la narrativa breve se pone el listón alto. Los diez cuentos reunidos inciden en las fisuras de las relaciones entre «seres queridos», una categoría que no solo se refiere a los lazos de sangre, sino que abarca otros afectos. A menudo, los relatos se apoyan en tres personajes, los tres vértices del triángulo: dos de ellos comparten un vínculo determinado, y el tercero mantiene una relación desigual con la pareja, un punto de ruptura que Vera Giaconi exprime. «Survivor», el primero, es una muestra espléndida de ello: la narradora recibe la noticia de que su hermana, afincada en Estados Unidos, está saliendo con un exconcursante del famoso reality-show de supervivencia. Mientras la pareja hace su vida, dejando atrás el pasado televisivo del hombre, la narradora, desde la distancia, en Argentina, mira todos los vídeos del programa para conocer a su cuñado. Una elección magistral del punto de vista: la tensión latente entre hermanas, la distancia (no solo física) entre la que se marchó y la que se quedó, el novio a través de la pantalla y en la realidad cotidiana, las múltiples caras que todos pueden tener (la naturaleza instintiva que acentúa la supervivencia frente a la domesticada sociedad, en el caso del chico, pero también las hermanas al hablar por el ordenador). Es una aproximación escalofriante a lo que el ser humano guarda dentro de sí, las reacciones contenidas por la cordialidad, el estallido interior que nunca se permite salir a flote pero revuelve las relaciones.
Cuando a mi hermana le pasaban cosas buenas, yo me alegraba. Me alegraba muchísimo, incluso. Pero cuando esas buenas noticias por algún motivo se truncaban o se volvían en su contra, entonces también me alegraba. Y me daba mucha vergüenza que me pasara eso. Sabía que era pura envidia, y de la peor, y también que era el resultado de una idea que jamás le confesaría a nadie: no creía que existiera ningún motivo para que a ella le fuera mejor que a mí. En esos momentos también me daba cuenta de que seguía resentida porque ella se había ido cuando acá en el país se caía todo a pedazos. Yo me quedé, pensaba a veces, y aguantar es mucho más meritorio que irse a un lugar donde todo es más fácil.
No había nadie en el mundo a quien yo quisiera más que a mi hermana y no había ninguna otra persona que despertara en mí sentimientos tan bajos como el rencor y la envidia. No entendía por qué me pasaba eso, ni me lo perdonaba, y hacía grandes esfuerzos por reprimirlo.*
El segundo, «Dumas», narra la transformación de un señor, un tipo imponente, cuando se convierte en abuelo. El hombre duro con la gente y el abuelo tierno con su nieta, precisamente una niña a la que no puede dominar, que escapa a su control y por eso lo vuelve débil (de nuevo, la distancia). «Tasador», por otro lado, traza un paralelismo entre un programa de tasaciones (hay mucha televisión en estos cuentos) y el «valor» que un hijo otorga a su madre anciana. Juntos conforman un núcleo familiar humilde, en el que la soledad y la decrepitud se asoman. La última frase capta la esencia de este relato, que se puede extrapolar al libro en conjunto: «Algo caro pero vulgar, algo que le pertenece pero que no puede sacarse de encima, algo que detesta y con lo que no sabe qué hacer» (p. 47). Una definición del trato entre madre e hijo, de la dificultad para entenderse con quien más nos conoce y a quien más conocemos, que recuerda un poco a esa relación que tan bien plasma Vivian Gornick en Apegos feroces (este libro de Vera Giaconi, salvando las distancias, también podría titularse así).
En «Pirañas» vuelve a aparecer de refilón el efectismo de la pantalla: un niño que perdió dos dedos por un ataque de pirañas se obsesiona con los vídeos de peleas. Adrenalina, emoción, impacto fácil. Mientras tanto, entre los padres se respira tensión: él, dominante; ella, resignada. Y otra vez un paralelismo entre la violencia consumida y la violencia experimentada en la casa, una representación oscura y nada inocente de la infancia. En «Los restos», otra pieza de gran nivel, dos hermanas de mediana edad (en el libro hay muchas parejas de hermanos, desde niños a adultos) visitan el hogar de su tercera hermana, que acaba de fallecer. Las dos primeras, vivas y sanas pero solitarias e insatisfechas, frente al caserón de la muerta, que fue la más joven, la que contrajo un buen matrimonio. A través de la charla entre las dos hermanas, la autora relata cómo invaden el espacio personal de la tercera, resentidas incluso cuando ya no está; y a la vez las diferencias entre las dos vivas, una atrevida y la otra más temerosa. El título alude tanto al cuerpo de la fallecida como a lo que queda de la familia, esas actitudes patéticas de mujeres que saben que su mejor momento ya pasó.
«Limbo», narrado por una mujer que sufre una enfermedad crónica, aborda una relación médico-paciente que se vuelve tan patológica como el propio trastorno. La fascinación de la paciente por el médico, por el hombre que la escucha, la cuida, la atiende; y luego la irritante decepción cuando las circunstancias impiden que él esté a la altura. El limbo es el lugar adonde van las almas que no han recibido el bautismo, pero también alude a ese estado de desconexión de la realidad propio de la persona enferma (todos los relatos están llenos de este tipo de sutilezas y dualidades; cada uno da para un análisis extenso). En «A oscuras», por su parte, dos hermanos pequeños se quedan solos con la niñera y el marido de esta. El microcosmos que nace a espaldas de la madre, la complicidad con la canguro, la excitación de guardar un secreto. Al mismo tiempo, ese matiz de locura, de perturbación por lo que se va de las manos, por lo que la madre no controla (y cuánto me acuerdo de Canción dulce, de Leila Slimani, al escribir esto). En cuanto al título, los niños juegan a oscuras con los dos adultos, y «a oscuras» es asimismo su mirada hacia el mundo, a saber, descubren, intuyen la verdad, lo que les está vedado, sin que nadie se lo explique, con esa visión borrosa pero con destellos de lucidez de los niños («Es muy inteligente y no escucha todo lo que le dicen, pero sí trata de escuchar todo lo que no quieren decirle a ella», p. 89).
«Bienaventurados» ahonda también en la relación con una empleada del hogar, esta vez la asistenta. La señora intentó suicidarse, y desde entonces la subordinada siente que no hizo lo suficiente por evitarlo. Está más pendiente de ella, quiere protegerla a toda costa. Sin embargo, un día escucha un comentario que, de algún modo, la devuelve a su sitio. Afectos descompensados, relaciones unidireccionales, diferencia de clase. La crueldad con que en ocasiones se trata a quien más se vuelca con uno. En «Carne», un padre y su hija adolescente salen adelante como pueden desde que la madre falleció. Este relato, quizá el más «esperanzador» (esa brecha de luz al final), pone de manifiesto cómo la pérdida se canaliza en los desórdenes (de alimentación, del hogar, de las costumbres), las rutinas diarias se ven alteradas hasta el punto de que la extrañeza se asume como normalidad, porque no queda otro remedio.
Por último, cierra el volumen «Reunión», el mejor junto con «Survivor», y, por si fuera poco, el más feroz, el más próximo al terror psicológico. Sigue algunos esquemas ya utilizados (la construcción triangular, la distancia geográfica y emocional, los lazos de distinta índole), solo que el resultado es aún más original. Por un lado, la narradora, una mujer joven que mantiene el mismo estilo de vida con el paso de los años (mismo trabajo, misma ciudad). En paralelo, su amiga Clara y el compañero de esta, Javier, con quienes tuvo una relación estrecha en su etapa de estudiantes, han recorrido el mundo y, después de vivir en muchas ciudades, regresan a Argentina convertidos en padres de una niña. Nada extraño, a priori, salvo que su historia está teñida de tragedia y superstición (el único texto con un componente «esotérico», sutil y ambiguo, sin entrar en lo sobrenatural explícito). La narradora se reencuentra con ellos, pero lo que descubre le resulta aterrador. Además de la desesperación que emana la pareja, el relato capta la incomodidad de la visitante, esa sensación de estar siendo partícipe de una escena tan íntima que no le corresponde a ella estar ahí. El pudor. El extraño devenir de la amistad. Un cuento excepcional y difícil de olvidar.
Vera Giaconi
Con frecuencia, los libros de relatos son tachados de literatura de segunda; se suele decir que no interesan, que no venden, que son los hermanos menores de las distancias largas. No se toman tan en serio como una novela. Y, no obstante, he aquí una muestra brillante de una autora de primera fila. Cuentos incómodos, crudos, que ponen el foco en la cara menos amable de las relaciones humanas. El miedo, la violencia, el silencio. Un estilo despojado, brioso, de narradora pura con buen oído para la expresión oral. Sin estridencias, sin buscar el prurito. Capacidad de observación para tomar nota del detalle, del instante de quiebre en el que lo patológico fluye con naturalidad, un poco como Alice Munro y Shirley Jackson. Giros bien encontrados, sin forzar la trama. En fin, una muy buena compilación y una voz, la de Vera Giaconi, que merece la consideración de cuentista consumada.

*El fragmento en cursiva pertenece al relato «Survivor» (p. 19).

08 febrero 2018

Una verdad improvisada - Carmen M. Cáceres

Edición: Pre-Textos, 2016
Páginas: 120
ISBN: 9788494578861
Precio: 18,00 € (e-book: 11,00 €)

«No éramos nuevos y aun así intentábamos la alegría» (p. 16), reza la primera novela de la argentina Carmen M. Cáceres (1981). No éramos nuevos, dice, porque se centra en la relación entre dos adultos que ya han tenido pareja estable anteriormente. Se ha escrito mucho, y se sigue escribiendo mucho, sobre el primer amor. También sobre el matrimonio, sobre las relaciones que perduran tanto en el tiempo que su bagaje previo (esto es, si eran primeras o segundas relaciones, si el recuerdo del ex seguía pesando) carece de importancia como motivo literario porque el interés reside en la situación del núcleo familiar en un momento determinado. En este sentido, Una verdad improvisada (2016) aporta, para empezar, un tema poco explorado: los cimientos de una segunda relación seria en la sociedad contemporánea, entre personas todavía jóvenes, todavía sin cargas familiares, pero que ya saben lo que significa la convivencia y el fracaso del amor. Han perdido la ingenuidad y, en su lugar, llevan una mochila a veces pesada («Toda primera vez es eterna pero nosotros éramos los segundos y ya no contábamos con la ayuda de las formas puras. El segundo amor es esmerado pero orgulloso. No pregunta: elige. Supongo que así es como se quieren los animales», p. 80).
Clara, la narradora, trabaja como veterinaria; un empleo fijo, bien remunerado, que hace de ella la parte racional de la pareja. Él, Bruno, es un fotógrafo freelance; tiende más al desorden, al dispendio, aunque gane menos dinero que ella. La obra plantea una aproximación a la convivencia de una pareja sin hijos, la segunda relación importante para ambos. Esa experiencia que es tanto un aprendizaje como una losa, según la temporada. Los ajustes y las renuncias que cada uno tiene que hacer para adaptarse al otro, a sus manías, a esos detalles que conforman el día a día («Cuando pasa el tiempo en las parejas dejan de ser importantes los grandes gestos y todo se mide en el menudeo. El menudeo puede ser maravilloso. El menudeo es siempre mezquino», p. 79). En cierto modo, y siempre a través de la perspectiva de la mujer, se plasma una relación en un punto «cerebral», exenta del romanticismo y la pasión intensa del principio, de la juventud, y al mismo tiempo sin la excesiva confianza de los matrimonios afianzados. Es algo así como la especificidad del segundo amor.
La inflexión se produce cuando Bruno enferma: pierde el habla de forma temporal, con la consiguiente adaptación de las rutinas de ambos. La enfermedad, además, remite a un episodio anterior en el que ya padeció problemas; un vínculo con la primera mujer, que lo cuidó entonces, que conoce los pormenores del trastorno. La imposibilidad de escapar del pasado supone otra reflexión fundamental de la novela: «El pasado era una funda que contenía no una verdad sino sutiles versiones del otro que debíamos sospechar y luego, claro, aprender a domesticar» (p. 14). Clara, como mujer cultivada e independiente, sabe que no debe caer en la reacción instintiva e irracional de los celos, pero a ratos la inseguridad se asoma ante esa ex de Bruno siempre presente de alguna manera, como al contemplar una fotografía («Dejar de pensar no es lo mismo que olvidar. Y era tan falso decir que yo había olvidado a Damián como escuchar que Bruno había olvidado a Ana. No éramos nuevos. Y no siempre lográbamos la alegría», p. 53). Hace una reflexión interesante: la ex no le parece guapa, no siente celos por su físico, y sin embargo esto acentúa su rabia, pues lo que suscita la envidia no es un rasgo objetivo, sino lo que él vio en ella («Éste es el tipo de cosas que jamás se olvidan: la lascivia en la mirada de la persona que queremos dirigida a otro cuerpo», p. 36).

Carmen M. Cáceres
Una verdad improvisada podría definirse como un libro sobre el intento de aceptar las circunstancias dadas, de asumir las imperfecciones por mucho que fastidien, puesto que el pasado, lo que ha sido cada uno, no se puede borrar («El problema de esos amores tibios no era la nostalgia sino la sensación de que morían pero jamás se apagaban», p. 78). En la contra la comparan con Natalia Ginzburg por su prosa y su «honestidad desarmante». Este estilo tan íntimo, pulcro y atento a los pequeños gestos, con una mirada «femenina» descarnada sobre los recovecos de la mujer, podría asociarse asimismo con Annie Ernaux. En ambos casos, salvando las distancias: Carmen M. Cáceres se revela como una escritora con gusto, elegante y observadora, que detecta las fisuras del espacio doméstico, y la literatura consiste, o debería consistir, en eso mismo; no obstante, esta ópera prima adolece de cierta falta de solidez, cierta falta de tensión narrativa, de definición. Sin ser redonda, de todas formas, muestra unos matices y unas dotes para la narración muy encomiables.

07 febrero 2018

Conjunto vacío - Verónica Gerber Bicecci

Edición: Pepitas de calabaza, 2017
Páginas: 200
ISBN: 9788415862871
Precio: 16,50 €
Tengo talento para empezar. Me gusta esa parte. Pero la salida de emergencia está siempre a la mano así que también me resulta relativamente fácil saltar al vacío cuando algo no me convence. Emprendo la huida hacia la nada a la menor provocación. Por eso esta vez no quiero preámbulos, intentaré evadir el comienzo, ya tengo demasiados. Estoy cansada de los preludios y el único momento al que podría volver con cierta seguridad es a aquel desenlace, a aquel rompimiento que lo cambió todo en primer lugar, que me convirtió en una desertora, en una compiladora de historias irremediablemente truncas.
La mexicana Verónica Gerber Bicecci (1981) se define como una «artista visual que escribe». Su primera novela, Conjunto vacío, que se publicó en México en 2015 con una excelente acogida por parte de la crítica, es un experimento que rompe las estructuras de la narrativa tradicional. Combina la escritura (párrafos breves, a veces de una sola frase) con gráficos (diagramas de Venn, unos esquemas con forma circular que se emplean en la teoría de conjuntos y remiten asimismo a la naturaleza cíclica de la vida, en contraposición al orden cronológico de planteamiento, nudo y desenlace), entre otros recursos (anagramas, dibujos, hojas de observación, cartas). Explicado así, tal vez parezca un tanto enredado, complicado en exceso. Me imagino a algunos lectores pensando: «Yo lo que quiero es una historia emocionante». Y Conjunto vacío lo es, solo que no narra una «historia» con las herramientas habituales. Parte de la idea de que «Hay cosas, estoy segura, que no se pueden contar con palabras» (p. 117), y este diálogo entre letras y líneas, entre espacios blancos y negros, funciona. No pierde veracidad literaria, sino que la refuerza. Recientemente ha recibido el Premio Cálamo Otra Mirada, ex aequo con Kanada (2017), del español Juan Gómez Bárcena; el nombre del galardón no puede ser más idóneo en este caso.
«Mi expediente amoroso es una colección de principios» (p. 9). Nos habla Verónica, artista visual y alter ego de la autora. El libro ahonda en esos principios sentimentales, esas historias truncadas que se quedaron en un comienzo. Por un lado, la ruptura con su última pareja. Por el otro, el trauma familiar: la ausencia de la madre, exiliada argentina, que regresó a su tierra tiempo atrás y los dejó, a ella y a su hermano, solos con el padre. ¿Cómo se relaciona esto con los diagramas que acompañan al texto? Cada individuo se representa como un conjunto. Cuando dos personas están unidas, sea cual sea el vínculo que las une, hay nexos, puntos de unión, los dos círculos se tocan. Pero cuando alguien decide alejarse, deja un vacío en el otro, le «arranca» un trozo de sí mismo. La teoría de conjuntos sirve como metáfora ilustrativa de las pérdidas que nos conforman: los vacíos imborrables, como la madre, y los sustituibles en potencia, como el del novio («Cuando un suceso es inexplicable se hace un hueco en alguna parte. Así que estamos llenos de agujeros, como un queso gruyere. Agujeros dentro de agujeros», p. 44). Plantea una reflexión en torno a la identidad y las relaciones con los demás, lo que somos por nosotros mismos y lo que somos en compañía de, los conjuntos que se transforman. El tema trasciende a la narradora Verónica, porque nos atañe a todos. Ese es su gran acierto: usar un lenguaje creativo para expresar conceptos tan íntimos como universales.
Esta plasticidad va ligada a su conciencia de creadora marginal. A la protagonista le encargan ordenar los papeles de una escritora ya fallecida, exiliada como su madre, una autora de segunda fila que publicó poco y no consiguió mucho prestigio. De algún modo, Verónica se identifica con ella: ambas son mujeres del mundo de las artes que encauzan su carrera al margen del circuito dominante, ignoradas por el público y conscientes de que nunca llegarán a lo más alto. El paralelismo entre la escritora olvidada y la joven artista visual está muy bien encontrado, y enlaza con su apuesta formal alternativa. Al renunciar al relato lineal (en el que todo se entiende, todo está ordenado), la autora expresa la imposibilidad de entenderlo todo, de dotar cada acto de sentido; una mirada desconfiada propia de la posmodernidad. La vida se compone de cortes, confusión, desorden, intentos, reescrituras, parches. Los garabatos, los gráficos y los juegos retóricos son su manera de representar esa amalgama que nos define («Siempre estamos haciendo un dibujo que no alcanzamos a ver por completo. Solamente tenemos un lado, una arista de nuestra propia historia, y el resto permanece oculto», p. 26). Además, esta «trama» introduce al personaje del hijo de la escritora, con quien la protagonista tiene la oportunidad de llenar el vacío que dejó su ex y construir un nuevo conjunto (el concepto de colección de principios, no lo olvidemos).
Verónica Gerber Bicecci
En ocasiones, los libros muy experimentales corren el riesgo de quedarse en pura exhibición técnica, con un fondo endeble y sin «alma». No es este el caso de Conjunto vacío: no solo se trata de una obra original, fresca e innovadora como pocas, sino que conmueve con su verdad literaria y su voz. El estilo esmerado y preciso de Verónica Gerber Bicecci (que regala muchos pasajes para apuntar) da en la tecla que subyuga al lector, y demuestra que con el lenguaje matemático se pueden abordar las relaciones afectivas y hacer, en suma, literatura de calidad. Muy inteligente. Esta escritura íntima, desde un «yo» que se fragmenta siguiendo recorridos literarios fuera de lo común, se asemeja a otras novelas recientes, como Este es un libro sobre amor (2014), de Paula Gicovate, o El cielo oblicuo (2015), de Belén García Abia, si bien cada autora le da (por supuesto) su personalidad, su huella. En fin, no faltan propuestas distintas (y logradas) entre la narrativa contemporánea para quien las quiera descubrir. Conjunto vacío es un pequeño gran libro que crece página tras página e invita a la relectura. Un hallazgo.

Fragmento inicial en cursiva de la página 9.

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