Edición:
Anagrama, 2017
Páginas:
160
ISBN:
9788433998330
Precio:
15,90 € (e-book: 9,99 €)
En
los últimos años ha
despuntado una generación de escritoras latinoamericanas,
nacidas
entre los setenta y los ochenta, que han llevado a algunos medios a
hablar de un nuevo boom
en femenino. A pesar de la inexactitud que conlleva poner una
etiqueta a tantas autoras de estilos y nacionalidades diversos
(aunque en España tengamos la mala costumbre de englobar todo lo que
viene de Latinoamérica), salta a la vista que Samanta Schweblin,
Mariana Enriquez, Selva Almada, Verónica Gerber Bicecci, Gabriela
Wiener y Paulina Flores, entre muchas otras, han sobresalido en el
mismo intervalo de tiempo; una hornada que pisa fuerte, por lo tanto,
y a la que añadiría sin duda a la todavía poco conocida Vera Giaconi. Nacida
en Montevideo en 1974, aunque ha vivido siempre en Buenos Aires, ha publicado los libros de relatos Carne
viva
(2011) y Seres
queridos (2017).
Con este último fue finalista del Premio de Narrativa Breve Ribera
del Duero en 2015, y ha supuesto su «fichaje»
por Anagrama.
Seres
queridos
comienza con un epígrafe de Clarice Lispector; buen gusto, una autora que cita a
una maestra de la narrativa breve se pone el listón alto. Los diez
cuentos reunidos inciden en las fisuras de las relaciones entre
«seres
queridos»,
una categoría que no solo se refiere a los lazos de sangre, sino que
abarca otros afectos. A menudo, los relatos se apoyan en tres
personajes, los tres vértices del triángulo: dos de ellos comparten un vínculo
determinado, y el tercero mantiene una relación desigual con la
pareja, un punto de ruptura que Vera Giaconi exprime. «Survivor», el
primero, es una muestra espléndida de ello: la narradora recibe la
noticia de que su hermana, afincada en Estados Unidos, está saliendo
con un exconcursante del famoso reality-show
de supervivencia. Mientras la pareja hace su vida, dejando atrás el
pasado televisivo del hombre, la narradora, desde la distancia, en
Argentina, mira todos los vídeos del programa para conocer a su
cuñado. Una elección magistral del punto de vista: la tensión
latente entre hermanas, la distancia (no solo física) entre la que
se marchó y la que se quedó, el novio a través de la pantalla y en
la realidad cotidiana, las múltiples caras que todos pueden tener
(la naturaleza instintiva que acentúa la supervivencia frente a la
domesticada sociedad, en el caso del chico, pero también las
hermanas al hablar por el ordenador). Es una aproximación
escalofriante a lo que el ser humano guarda dentro de sí, las
reacciones contenidas por la cordialidad, el estallido interior que
nunca se permite salir a flote pero revuelve las relaciones.
Cuando a mi hermana le pasaban cosas buenas, yo me alegraba. Me alegraba muchísimo, incluso. Pero cuando esas buenas noticias por algún motivo se truncaban o se volvían en su contra, entonces también me alegraba. Y me daba mucha vergüenza que me pasara eso. Sabía que era pura envidia, y de la peor, y también que era el resultado de una idea que jamás le confesaría a nadie: no creía que existiera ningún motivo para que a ella le fuera mejor que a mí. En esos momentos también me daba cuenta de que seguía resentida porque ella se había ido cuando acá en el país se caía todo a pedazos. Yo me quedé, pensaba a veces, y aguantar es mucho más meritorio que irse a un lugar donde todo es más fácil.No había nadie en el mundo a quien yo quisiera más que a mi hermana y no había ninguna otra persona que despertara en mí sentimientos tan bajos como el rencor y la envidia. No entendía por qué me pasaba eso, ni me lo perdonaba, y hacía grandes esfuerzos por reprimirlo.*
El
segundo, «Dumas»,
narra
la transformación de un señor, un tipo imponente, cuando se
convierte en abuelo. El hombre duro con la gente y el abuelo
tierno con su nieta, precisamente una niña a la que no puede
dominar, que escapa a su control y por eso lo vuelve débil (de
nuevo, la distancia). «Tasador»,
por
otro lado, traza un paralelismo entre un programa de tasaciones (hay
mucha televisión en estos cuentos) y el «valor» que un hijo otorga
a su madre anciana. Juntos conforman un núcleo familiar humilde, en
el que la soledad y la decrepitud se asoman. La última frase capta
la esencia de este relato, que se puede extrapolar al libro en
conjunto: «Algo
caro pero vulgar, algo que le pertenece pero que no puede sacarse de
encima, algo que detesta y con lo que no sabe qué hacer»
(p.
47). Una definición del trato entre madre e hijo, de la dificultad
para entenderse con quien más nos conoce y a quien más conocemos,
que recuerda un poco a esa relación que tan bien plasma Vivian
Gornick en Apegos feroces (este
libro de Vera Giaconi, salvando las distancias, también podría
titularse así).
En
«Pirañas»
vuelve
a aparecer de refilón el efectismo de la pantalla: un niño que
perdió dos dedos por un ataque de pirañas se obsesiona con los vídeos de peleas.
Adrenalina, emoción, impacto fácil. Mientras tanto, entre los
padres se respira tensión: él, dominante; ella, resignada. Y otra
vez un paralelismo entre la violencia consumida y la violencia
experimentada en la casa, una representación oscura y nada inocente
de la infancia. En «Los
restos», otra
pieza de gran nivel, dos hermanas de mediana edad (en el libro hay
muchas parejas de hermanos, desde niños a adultos) visitan el hogar
de su tercera hermana, que acaba de fallecer. Las dos primeras, vivas
y sanas pero solitarias e insatisfechas, frente al caserón de la
muerta, que fue la más joven, la que contrajo un buen matrimonio. A
través de la charla entre las dos hermanas, la autora relata cómo
invaden el espacio personal de la tercera, resentidas incluso cuando
ya no está; y a la vez las diferencias entre las dos vivas, una
atrevida y la otra más temerosa. El título alude tanto al cuerpo de
la fallecida como a lo que queda de la familia, esas actitudes
patéticas de mujeres que saben que su mejor momento ya pasó.
«Limbo»,
narrado
por una mujer que sufre una enfermedad crónica, aborda una relación
médico-paciente que se vuelve tan patológica como el propio
trastorno. La fascinación de la paciente por el médico, por el
hombre que la escucha, la cuida, la atiende; y luego la irritante
decepción cuando las circunstancias impiden que él esté a la
altura. El limbo es el lugar adonde van las almas que no han recibido
el bautismo, pero también alude a ese estado de desconexión de la
realidad propio de la persona enferma (todos los relatos están
llenos de este tipo de sutilezas y dualidades; cada uno da para un
análisis extenso). En «A
oscuras», por
su parte, dos hermanos pequeños se quedan solos con la niñera y el
marido de esta. El microcosmos que nace a espaldas de la madre, la
complicidad con la canguro, la excitación de guardar un secreto. Al mismo tiempo, ese matiz de locura, de perturbación por lo que se
va de las manos, por lo que la madre no controla (y cuánto me acuerdo
de Canción
dulce,
de Leila Slimani, al escribir esto). En cuanto al título, los niños
juegan a oscuras con los dos adultos, y «a oscuras» es asimismo su
mirada hacia el mundo, a saber, descubren, intuyen la verdad, lo que
les está vedado, sin que nadie se lo explique, con esa visión
borrosa pero con destellos de lucidez de los niños («Es
muy inteligente y no escucha todo lo que le dicen, pero sí trata de
escuchar todo lo que no quieren decirle a ella»,
p.
89).
«Bienaventurados»
ahonda
también en la relación con una empleada del hogar, esta vez la
asistenta. La señora intentó suicidarse, y desde entonces la
subordinada siente que no hizo lo suficiente por evitarlo. Está más
pendiente de ella, quiere protegerla a toda costa. Sin embargo, un
día escucha un comentario que, de algún modo, la devuelve a su
sitio. Afectos descompensados, relaciones unidireccionales,
diferencia de clase. La crueldad con que en ocasiones se trata a
quien más se vuelca con uno. En «Carne»,
un
padre y su hija adolescente salen adelante como pueden desde que la
madre falleció. Este relato, quizá el más «esperanzador»
(esa brecha de luz al final), pone de manifiesto cómo la pérdida se
canaliza en los desórdenes (de alimentación, del hogar, de las
costumbres), las rutinas diarias se ven alteradas hasta el punto de
que la extrañeza se asume como normalidad, porque no queda otro
remedio.
Por
último, cierra el volumen «Reunión»,
el
mejor junto con «Survivor»,
y, por si fuera poco, el más feroz, el más próximo al terror
psicológico. Sigue algunos esquemas ya utilizados (la construcción
triangular, la distancia geográfica y emocional, los lazos de
distinta índole), solo
que el resultado es aún más original. Por un lado, la narradora,
una mujer joven que mantiene el mismo estilo de vida con el paso de los
años (mismo trabajo, misma ciudad). En paralelo, su amiga Clara y el
compañero de esta, Javier, con quienes tuvo una relación estrecha
en su etapa de estudiantes, han recorrido el mundo y, después de
vivir en muchas ciudades, regresan a Argentina convertidos en padres
de una niña. Nada extraño, a priori, salvo que su historia está teñida de
tragedia y superstición (el único texto con un componente
«esotérico»,
sutil y ambiguo, sin entrar en lo sobrenatural explícito). La
narradora se reencuentra con ellos, pero lo que descubre le resulta
aterrador. Además de la desesperación que emana la pareja, el
relato capta la incomodidad de la visitante, esa sensación de estar
siendo partícipe de una escena tan íntima que no le corresponde a
ella estar ahí. El pudor. El extraño devenir de la amistad. Un
cuento excepcional
y difícil de olvidar.
Vera Giaconi |
Con
frecuencia, los libros de relatos son tachados de literatura de
segunda; se suele decir que no interesan, que no venden,
que son los hermanos menores de las distancias largas. No se toman
tan en serio como una novela. Y, no obstante, he aquí una muestra
brillante de una autora de primera fila. Cuentos incómodos, crudos,
que ponen el foco en la cara menos amable de las relaciones humanas.
El miedo, la violencia, el silencio. Un estilo despojado, brioso, de narradora pura con buen oído para la expresión oral.
Sin estridencias, sin buscar el prurito. Capacidad de observación
para tomar nota del detalle, del instante de quiebre en el que lo
patológico fluye con naturalidad, un poco como Alice Munro y Shirley
Jackson. Giros bien encontrados, sin forzar la trama. En fin, una muy
buena compilación y una voz, la de Vera Giaconi, que merece la
consideración de cuentista consumada.
*El
fragmento en cursiva pertenece al relato «Survivor»
(p. 19).
Varias de las escritoras que mencionas no las conocía. Me gusta que siempre estás ampliando nuestro horizontes literarios. En el amplio campo de la literatura latinoamericana, a mí en especial me gustan mucho Guadalupe Nettel, Cristina Rivera Garza y Piedad Bonnet. Además, de la narrativa del siglo XX, la injustamente olvidada Elena Garro.
ResponderEliminarLas tengo a todas apuntadas. Espero incorporar a más autores latinoamericanos entre mis lecturas habituales; hay tanto y tan bueno por descubrir...
EliminarPues a mí me gusta mucho leer relatos. Y no es un género fácil. Contar tanto con tan pocas palabras, desarrollar bien la historia, perfilar bien los personajes... No siempre se consigue, pero hay muchas joyitas en este género. Me llevo apuntado este título, que no lo conocía.
ResponderEliminarBesotes!!!
Este está muy bien. Y, según dicen, el anterior ("Carne viva") es aún mejor. A ver si Anagrama lo recupera.
EliminarPues me llamaban la atención Samanta Schweblin y Mariana Enriquez. Añado a esta autora a la lista.
ResponderEliminarY te recomiendo mucho a una autora chilena del siglo XX, María Luisa Bombal.
La tengo apuntada. Ay, ¡cuánto queda por leer...!
Eliminar¿que personaje aparecen en el cuento? ¿ que rol cumple cada uno en la historia?
ResponderEliminarx favor me ayudan
¿que personajes parecen en elcuento?¿ que rol cumple cada uno en la historia?
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