08 febrero 2018

Una verdad improvisada - Carmen M. Cáceres

Edición: Pre-Textos, 2016
Páginas: 120
ISBN: 9788494578861
Precio: 18,00 € (e-book: 11,00 €)

«No éramos nuevos y aun así intentábamos la alegría» (p. 16), reza la primera novela de la argentina Carmen M. Cáceres (1981). No éramos nuevos, dice, porque se centra en la relación entre dos adultos que ya han tenido pareja estable anteriormente. Se ha escrito mucho, y se sigue escribiendo mucho, sobre el primer amor. También sobre el matrimonio, sobre las relaciones que perduran tanto en el tiempo que su bagaje previo (esto es, si eran primeras o segundas relaciones, si el recuerdo del ex seguía pesando) carece de importancia como motivo literario porque el interés reside en la situación del núcleo familiar en un momento determinado. En este sentido, Una verdad improvisada (2016) aporta, para empezar, un tema poco explorado: los cimientos de una segunda relación seria en la sociedad contemporánea, entre personas todavía jóvenes, todavía sin cargas familiares, pero que ya saben lo que significa la convivencia y el fracaso del amor. Han perdido la ingenuidad y, en su lugar, llevan una mochila a veces pesada («Toda primera vez es eterna pero nosotros éramos los segundos y ya no contábamos con la ayuda de las formas puras. El segundo amor es esmerado pero orgulloso. No pregunta: elige. Supongo que así es como se quieren los animales», p. 80).
Clara, la narradora, trabaja como veterinaria; un empleo fijo, bien remunerado, que hace de ella la parte racional de la pareja. Él, Bruno, es un fotógrafo freelance; tiende más al desorden, al dispendio, aunque gane menos dinero que ella. La obra plantea una aproximación a la convivencia de una pareja sin hijos, la segunda relación importante para ambos. Esa experiencia que es tanto un aprendizaje como una losa, según la temporada. Los ajustes y las renuncias que cada uno tiene que hacer para adaptarse al otro, a sus manías, a esos detalles que conforman el día a día («Cuando pasa el tiempo en las parejas dejan de ser importantes los grandes gestos y todo se mide en el menudeo. El menudeo puede ser maravilloso. El menudeo es siempre mezquino», p. 79). En cierto modo, y siempre a través de la perspectiva de la mujer, se plasma una relación en un punto «cerebral», exenta del romanticismo y la pasión intensa del principio, de la juventud, y al mismo tiempo sin la excesiva confianza de los matrimonios afianzados. Es algo así como la especificidad del segundo amor.
La inflexión se produce cuando Bruno enferma: pierde el habla de forma temporal, con la consiguiente adaptación de las rutinas de ambos. La enfermedad, además, remite a un episodio anterior en el que ya padeció problemas; un vínculo con la primera mujer, que lo cuidó entonces, que conoce los pormenores del trastorno. La imposibilidad de escapar del pasado supone otra reflexión fundamental de la novela: «El pasado era una funda que contenía no una verdad sino sutiles versiones del otro que debíamos sospechar y luego, claro, aprender a domesticar» (p. 14). Clara, como mujer cultivada e independiente, sabe que no debe caer en la reacción instintiva e irracional de los celos, pero a ratos la inseguridad se asoma ante esa ex de Bruno siempre presente de alguna manera, como al contemplar una fotografía («Dejar de pensar no es lo mismo que olvidar. Y era tan falso decir que yo había olvidado a Damián como escuchar que Bruno había olvidado a Ana. No éramos nuevos. Y no siempre lográbamos la alegría», p. 53). Hace una reflexión interesante: la ex no le parece guapa, no siente celos por su físico, y sin embargo esto acentúa su rabia, pues lo que suscita la envidia no es un rasgo objetivo, sino lo que él vio en ella («Éste es el tipo de cosas que jamás se olvidan: la lascivia en la mirada de la persona que queremos dirigida a otro cuerpo», p. 36).

Carmen M. Cáceres
Una verdad improvisada podría definirse como un libro sobre el intento de aceptar las circunstancias dadas, de asumir las imperfecciones por mucho que fastidien, puesto que el pasado, lo que ha sido cada uno, no se puede borrar («El problema de esos amores tibios no era la nostalgia sino la sensación de que morían pero jamás se apagaban», p. 78). En la contra la comparan con Natalia Ginzburg por su prosa y su «honestidad desarmante». Este estilo tan íntimo, pulcro y atento a los pequeños gestos, con una mirada «femenina» descarnada sobre los recovecos de la mujer, podría asociarse asimismo con Annie Ernaux. En ambos casos, salvando las distancias: Carmen M. Cáceres se revela como una escritora con gusto, elegante y observadora, que detecta las fisuras del espacio doméstico, y la literatura consiste, o debería consistir, en eso mismo; no obstante, esta ópera prima adolece de cierta falta de solidez, cierta falta de tensión narrativa, de definición. Sin ser redonda, de todas formas, muestra unos matices y unas dotes para la narración muy encomiables.

2 comentarios :

  1. Son pequeños los peros que le pones. Parece que merece mucho la pena.
    Besotes!!!

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