Edición:
Pre-Textos, 2016
Páginas:
120
ISBN:
9788494578861
Precio:
18,00 € (e-book: 11,00 €)
«No
éramos nuevos y aun así intentábamos la alegría»
(p.
16), reza la primera novela de la argentina Carmen M. Cáceres
(1981). No éramos nuevos, dice, porque se centra en la relación
entre dos adultos que ya han tenido pareja estable
anteriormente. Se ha escrito mucho, y se sigue escribiendo mucho, sobre
el primer amor. También sobre el matrimonio, sobre las relaciones
que perduran tanto en el tiempo que su bagaje previo (esto es, si
eran primeras o segundas relaciones, si el recuerdo del ex seguía
pesando) carece de importancia como motivo literario porque el
interés reside en la situación del núcleo familiar en un momento
determinado. En este sentido, Una
verdad improvisada (2016)
aporta, para empezar, un tema poco explorado: los cimientos de
una segunda relación seria en la sociedad contemporánea, entre
personas todavía jóvenes, todavía sin cargas familiares, pero que
ya saben lo que significa la convivencia y el fracaso
del amor. Han perdido la ingenuidad y, en su lugar, llevan una
mochila a veces pesada («Toda
primera vez es eterna pero nosotros éramos los segundos y ya no
contábamos con la ayuda de las formas puras. El segundo amor es
esmerado pero orgulloso. No pregunta: elige. Supongo que así es como
se quieren los animales», p. 80).
Clara,
la narradora, trabaja como veterinaria; un empleo fijo, bien
remunerado, que hace de ella la parte racional de la pareja. Él,
Bruno, es un fotógrafo freelance;
tiende más al desorden, al dispendio, aunque gane menos dinero que ella. La
obra plantea una aproximación a la convivencia de una pareja sin
hijos, la segunda relación importante para ambos. Esa experiencia
que es tanto un aprendizaje como una losa, según la temporada. Los
ajustes y las renuncias que cada uno tiene que hacer para adaptarse
al otro, a sus manías, a esos detalles que conforman el día a día
(«Cuando
pasa el tiempo en las parejas dejan de ser importantes los grandes
gestos y todo se mide en el menudeo. El menudeo puede ser
maravilloso. El menudeo es siempre mezquino»,
p.
79). En cierto modo, y siempre a través de la perspectiva de la
mujer, se plasma una relación en un punto «cerebral»,
exenta del romanticismo y la pasión intensa del principio, de la
juventud, y al mismo tiempo sin la excesiva confianza de los matrimonios
afianzados. Es algo así como la especificidad del segundo amor.
La
inflexión se produce cuando Bruno enferma: pierde el habla de forma
temporal, con la consiguiente adaptación de las rutinas de ambos. La
enfermedad, además, remite a un episodio anterior en el que ya
padeció problemas; un vínculo con la primera mujer, que lo cuidó
entonces, que conoce los pormenores del trastorno. La
imposibilidad de escapar del pasado supone otra reflexión
fundamental de la novela: «El
pasado era una funda que contenía no una verdad sino sutiles
versiones del otro que debíamos sospechar y luego, claro, aprender a
domesticar»
(p.
14).
Clara, como mujer cultivada e independiente, sabe que no debe caer
en la reacción instintiva e irracional de los celos, pero a ratos la
inseguridad se asoma ante esa ex de Bruno siempre presente de alguna
manera, como al contemplar una fotografía («Dejar de pensar no es
lo mismo que olvidar. Y era tan falso decir que yo había olvidado a
Damián como escuchar que Bruno había olvidado a Ana. No éramos
nuevos. Y no siempre lográbamos la alegría», p. 53). Hace una
reflexión interesante: la ex no le parece guapa, no siente celos
por su físico, y sin embargo esto acentúa su rabia, pues lo que
suscita la envidia no es un rasgo objetivo, sino lo que él vio en
ella («Éste es el tipo de cosas que jamás se olvidan: la lascivia
en la mirada de la persona que queremos dirigida a otro cuerpo», p.
36).
Carmen M. Cáceres |
Una
verdad improvisada
podría definirse como un libro sobre el intento de aceptar las
circunstancias dadas, de asumir las imperfecciones por mucho que
fastidien, puesto que el pasado, lo que ha sido cada uno, no se puede
borrar («El
problema de esos amores tibios no era la nostalgia sino la sensación
de que morían pero jamás se apagaban», p. 78). En la
contra la comparan con Natalia Ginzburg por su prosa y su
«honestidad desarmante». Este estilo tan íntimo, pulcro y atento a
los pequeños gestos, con una mirada «femenina» descarnada sobre los recovecos de la mujer, podría asociarse asimismo con Annie Ernaux. En ambos casos, salvando las distancias:
Carmen M. Cáceres se revela como una escritora
con gusto, elegante y observadora, que detecta las fisuras del
espacio doméstico,
y la literatura consiste, o debería consistir, en eso mismo; no
obstante, esta ópera prima adolece de cierta falta de solidez,
cierta
falta
de
tensión narrativa, de
definición.
Sin
ser
redonda, de todas formas, muestra unos matices y unas dotes para la
narración muy encomiables.
Son pequeños los peros que le pones. Parece que merece mucho la pena.
ResponderEliminarBesotes!!!
Está bien. Tiene matices interesantes.
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