29 noviembre 2013

Opinar sobre un escritor joven



Creo que una de las situaciones más incómodas en las que se puede encontrar un reseñador es tener que opinar sobre la obra de un autor joven. Lo repito: joven, no novel a secas (hay escritores que debutan a los cincuenta). En particular, me refiero a los más jóvenes de todos, los que han publicado con veintipocos o incluso antes de los veinte. Si han conseguido que una editorial apueste por ellos es porque un editor considera que su obra merece estar en el mercado y, por lo tanto, el lector debería juzgarla sin tener en cuenta la precocidad del novelista. No obstante, en la práctica no resulta fácil reseñarlo sin más. Para empezar, porque el factor edad no se debe pasar por alto: no todas las críticas son iguales y un buen reseñador se adapta a lo que pide cada libro, es decir, no exige lo mismo a la nueva novela de un escritor consolidado y de prestigio que al debut de un joven autor que lucha por hacerse un hueco. En segundo lugar, porque no es frecuente encontrar a autores tan jóvenes y el lector puede caer en un paternalismo que no mostraría con un debutante de cuarenta años, por eso abundan tanto las frases como «¡Qué maravilla que un chico tan joven escriba! No todo es generación Ni-Ni», «Tiene mucho mérito escribir así a su edad» o «Si ha escrito esto con veinte años, a los treinta escribirá una obra maestra».

Aunque siempre defiendo la sinceridad absoluta en las reseñas, esta vez no incitaré a opinar de estos autores con una transparencia brutal. No soy de piedra: también me enternezco cuando veo a un autor de dieciocho añitos. Eso sí, esto no significa que sea partidaria de mentir o de perdonarle los errores. Existe el término medio: hablar de lo bueno y lo malo con tacto, omitiendo, si es necesario, algunos defectos secundarios para no ensañarse. Se supone que una persona que publica está preparada para recibir críticas, aunque las rabietas en las redes de varios autores (jóvenes y no tan jóvenes, todo hay que decirlo) demuestran que no es tarea fácil. Yo, a los más jóvenes, se lo «perdono», porque considero que el grado de madurez influye mucho a la hora de canalizar las opiniones menos favorables. Sucede lo mismo con cualquier trabajo: adaptarse a una nueva ocupación cuesta en todas las etapas de la vida; ahora bien, el primer empleo es el que necesita más comprensión por parte del superior y los compañeros. He utilizado esta palabra, comprensión, porque no se trata de mostrarse benévolo con el recién llegado, sino de ir incorporándolo a un ritmo adecuado, con firmeza pero sin las mismas exigencias que a un veterano. Por eso, en las escasas ocasiones en las que escribo sobre un autor muy joven, tengo en cuenta el factor edad. No lo engrandezco ni me paso la reseña destacando el mérito que tiene —si aún está muy verde, no se le hace ningún favor diciendo que ya escribe bien; eso invita al relajamiento—, pero trato de ser equilibrada para que mi texto no resulte destructivo.

Quizá algunos pensaréis que esto se debería aplicar a cualquier autor, tenga la experiencia que tenga. Sin embargo, insisto en que para mí la edad es un punto que no se puede menospreciar. Un autor que pasa de los veinticinco seguramente ha leído mucho, ha opinado de forma negativa (en público o para sí mismo) sobre bastantes libros y conoce bien los comentarios que se suelen escribir en la prensa y la red. En definitiva, sabe cómo funciona esto, sabe que a él también le llegará el momento y, si es inteligente, a la larga agradecerá las críticas. Un adolescente o un joven de veintipocos, salvo que de verdad sea un auténtico prodigio (y yo creo que los prodigios nacen del trabajo duro), todavía no ha alcanzado ese grado de preparación por razones evidentes. Pienso que en estos casos las reseñas deben conseguir que conserve los ánimos para seguir escribiendo y al mismo tiempo dejarle claro que aún le quedan aspectos por mejorar. Ni ensañarse ni ensalzar, para que ni se hunda ni se lo crea demasiado. También me parece aconsejable evitar frases gastadas como las que he citado más arriba: estamos ante un autor joven, pero un autor ante todo, así que seguro que valora que hablemos de su obra sin repetir de forma constante lo fantástico que es encontrar a un chico jovencito interesado en la literatura (cosa que, por cierto, no tiene nada de extraordinario porque hay muchísima gente de estas edades que quiere escribir).

¿Qué opináis vosotros?

25 noviembre 2013

La Gran Casa - Nicole Krauss



Edición: Salamandra, 2012
Páginas: 352
ISBN: 9788498384796
Precio: 19 € (e-book: 11,99 €)

Pusiste más interés en la salud de esa planta del que me has dedicado a mí en años, me espetó. Me quedé sin palabras. Él sorbió por la nariz y se enjugó el rostro con la mano. No recuerdo la última vez que me preguntaste mi opinión sobre algo, sobre algo que te importara. Instintivamente, hice ademán de acercarme a él, pero se apartó. Vives perdida en tu propio mundo, Nadia, y en las cosas que pasan en él, y has cerrado todas las puertas. A veces te miro mientras duermes. Me despierto y te miro y me siento más cercano a ti cuando estás así, desprotegida, que si estás despierta. Despierta eres como alguien que tiene los ojos cerrados y está viendo una película que se proyecta dentro de sus párpados. Ya no puedo acercarme a ti. Hubo un tiempo en que sí podía, pero ya no, hace mucho que no. Y tú no pareces tener el menor interés por acercarte a mí. Me siento más solo contigo que con cualquier otra persona, más incluso que cuando voy solo por la calle. ¿Te imaginas lo que es eso? Pág. 52.

Muchas reseñas de La Gran Casa (2010) empiezan con una referencia a La historia del amor (2005), la segunda novela de Nicole Krauss (Nueva York, 1974), con la que obtuvo un gran éxito y se consolidó en el panorama internacional, con traducciones a más de treinta y cinco idiomas. «¿Está La Gran Casa a la altura de La historia del amor?», se preguntan los lectores y los críticos. Yo admito que no podré dar respuesta a esta pregunta, porque he descubierto a la autora con su obra más reciente y aún no he leído su libro más aclamado, aunque de todos modos pienso que la opinión de una lectora libre de ideas preconcebidas también puede resultar interesante.

La Gran Casa contiene cuatro historias en una, narradas en primera persona por personajes diferentes que en principio no parecen estar relacionados entre ellos. Cada trama tiene dos fragmentos de entre treinta y sesenta página de extensión, aproximadamente, por lo que son narraciones con entidad propia que se disfrutan incluso sin saber cómo encajarán. Su nexo de unión es un gran escritorio, del que se rumorea que podría haber pertenecido a Lorca, un imponente mueble que pasa de mano en mano y se convierte en el símbolo de los cambios vitales más poderosos que experimentan sus dueños. La que abre el telón es Nadia, una escritora neoyorquina que se dirige a un juez («Señoría»), sin revelar por qué, y le cuenta que fue un joven poeta chileno, más tarde víctima del régimen de Pinochet, quien le prestó el escritorio en los años setenta. Su voz es la más culta y refinada, una voz rica en comentarios sobre literatura, historia y otros temas culturales que hace repaso a toda su vida: el fracaso de sus relaciones sentimentales, la muerte de su padre, sus inicios en la escritura y, por supuesto, la razón por la que dejó de poseer el escritorio y lo que le ocurrió a partir de entonces.

En la segunda historia, Aaron, un anciano israelí, habla a su hijo, un hombre de mediana edad al que ha estado más de veinte años sin ver. En realidad, nunca se entendieron: el hijo siempre manifestó un carácter retraído, de joven quiso ser escritor, mientras que el padre, de naturaleza más práctica y enérgica, no soportaba su actitud. Ahora, tras la muerte de su esposa, Aaron observa a su hijo y sus palabras fluyen como un río, un torrente lleno de fuerza y más coloquial que el de los otros narradores que tiene como trasfondo el conflicto israelí-palestino. Por otra parte, el tercer hilo nos traslada a Londres, donde un profesor universitario reconstruye la vida de su mujer, Lotte, una escritora de origen alemán poco reconocida en los círculos literarios que acaba de fallecer de alzhéimer. Su viudo ha descubierto que ella le ocultó un secreto importante y quiere llegar hasta el final de ese asunto, lo que lo lleva a reflexionar sobre si realmente llegó a conocerla. Utiliza un tono serio y elegante, acorde con su profesión; y las raíces de Lotte permiten tratar de pasada el tema del Holocausto, motivo por el que abandonó su tierra.

La última trama está narrada por Izzy, una norteamericana que hace unos años estudió en Oxford, donde conoció a unos extraños hermanos israelíes: Yoav, con el que intimó, y Leah, una chica poco corriente. De vez en cuando se marchaban para atender a un encargo de su padre, un anticuario especializado en la recuperación de muebles usurpados durante el nazismo, y un día desaparecieron definitivamente. Ahora Izzy recibe una carta de Leah, que le pide que regrese junto a su hermano, ya en Jerusalén. La perspectiva de Izzy se caracteriza por la ingenuidad de la narradora, esa capacidad para sorprenderse de las situaciones que empieza a vivir junto a los hermanos. Es la más joven de las cuatro voces del libro, aunque es tan sutil y minuciosa como las demás, hasta el punto de caer en el «efecto guía turística» cuando se mueve por la ciudad, un desliz sin importancia.

Como se puede comprobar, Krauss ha construido una novela ambiciosa que abarca una gran variedad de puntos de vista, lugares, épocas y ambientes. Este tipo de obras fragmentadas suelen correr el riesgo de resultar pesadas por la necesidad de ensamblar las piezas para situar al lector, pero en La Gran Casa esto no es un problema, porque cada historia se desarrolla de forma independiente con plenitud y el lector no siente la necesidad de buscar aquello que une a los protagonistas; sencillamente, cuando llegue el momento lo reconocerá, y, no solo eso, sino que dará sentido a algunos detalles que quizá pasó por alto antes (la forma de encajar las piezas es fantástica). Entre los temas tratados, la pérdida se impone (de una esposa, de un amor, de la capacidad para seguir desempeñando una profesión), porque en cierto modo La Gran Casa es una muestra de cómo los seres humanos nos reinventamos, salimos adelante después de una mala experiencia y recordamos con melancolía el pasado. La novela destila naturalidad, la naturalidad de unas personas que hablan de asuntos tan universales como las relaciones familiares, el reencuentro con un viejo amigo o la decisión de tener hijos o no. Es imposible resumir La Gran Casa en pocas palabras; en ella hay historias dentro de historias, vidas con todos sus matices que brillan gracias a la poderosa narración de Krauss.

La escritura llega a un alto nivel de subjetivismo: profundiza en la psicología de cada personaje; todo el protagonismo es para la vida interior —a la que se refiere más de una vez—, los pensamientos, el balance de pasado y presente; la acción externa ocupa un espacio secundario. La propia autora ha dicho: «La tercera persona me parece artificial, quiero escaparme para llegar a otro nivel de autenticidad», por eso en todas sus novelas escribe en primera persona, y no hay duda de que consigue llegar a esa autenticidad porque su capacidad para la introspección es extraordinaria. Demuestra mucha habilidad para la observación y proporciona los datos necesarios para conocer al narrador sin recurrir al convencional orden lineal mediante el empleo de la digresión, con la que enlaza unos temas con otros y regresa al punto inicial sin cambios bruscos. Utiliza frases largas y poéticas, que se recrean en los detalles, un estilo poco habitual en los autores anglosajones —Krauss ha reconocido ser admiradora de diversos escritores latinoamericanos y españoles, algunos de ellos mencionados en La Gran Casa.

Además, Krauss destaca por plasmar una parte más intelectual: tiene predilección por los temas literarios —aparecen varios personajes que escriben y se hacen abundantes referencias a escritores— y socioculturales en general, como cuando trata con tanta sutileza los temas históricos propios de los periodos en los que se desarrolla la novela. Se mueve por terrenos que domina, puesto que, pese a ser conocida por su faceta de novelista, en sus inicios se dedicó a la poesía (como el poeta chileno ficticio) y ha estudiado literatura y artes. Los escenarios elegidos también tienen mucho en común con los que han formado parte de su existencia: nació en Nueva York (la ciudad de Nadia), cursó estudios de posgrado en Oxford (como Izzy y los hermanos) y es de ascendencia judía (el tema judío se trata tanto por el conflicto con los palestinos como en la huida de la Alemania nazi). Es arriesgado buscar conexiones entre una novela y su autor, pero no he podido evitar pensar que en La Gran Casa hay mucho de Krauss, como mínimo en las reflexiones sobre literatura y escritura que se plantea la solitaria Nadia.

Nicole Krauss
Con todos estos atributos, no es de extrañar que La Gran Casa haya estado nominada a los prestigiosos National Book Award y Orange Prize, ni que el nombre de Nicole Krauss aparezca en las listas de mejores escritores anglosajones menores de cuarenta años. En su caso, la brillantez y el reconocimiento van de la mano; y yo, pese a no poder compararla (todavía) con La historia del amor, considero que La Gran Casa es una obra impresionante, una novela complicada en su estructura y profunda en su introspección que me cautivó desde las primeras páginas. Me hago el propósito de leer todo lo publicado por Krauss hasta ahora y de seguirle la pista en el futuro, porque una autora como ella (tan inteligente, tan sutil, tan estimulante) no se encuentra a menudo.

22 noviembre 2013

Cuestión de expectativas



Algunos lectores me han hecho notar que tengo muchos prejuicios al empezar un libro, tanto por rechazar leer determinados libros porque creo que no me van a gustar o que me gustarán menos que otros —algo que me parece natural: no se puede abarcar todo y filtro en función de mis preferencias— como por explicar que me he sentido decepcionada por una novela porque esperaba que fuera mejor de lo que es —en estos casos me dicen que si hubiera leído el libro sin formarme una idea previa lo habría disfrutado más.

Pero ¿es posible leer un libro sin expectativas? Quizá los lectores ocasionales sí pueden, porque escogen sin complicarse la vida y no están tan metidos en este mundo. Ahora bien, los que leemos decenas de libros al año, seguimos la actualidad literaria en las redes sociales, tenemos un mapa mental de escritores y estilos…, en fin, creo que nosotros lo tenemos muy difícil porque constantemente recibimos ideas que conforman esa opinión previa. Sabemos de qué novelas esperamos entretenimiento puro, sabemos qué obras prometen una gran calidad literaria, sabemos qué libros han causado disparidad de pareceres… Hasta de aquellos menos conocidos podemos averiguar algo a través de los comentarios de lectores extranjeros o, en el caso de un autor novel español, en función del catálogo de la editorial que lo publica o de lo que transmite su cubierta. Llegar virgen a una lectura cuando se está al día de lo que se cuece en el panorama literario me parece muy, muy difícil.

Además, crearse expectativas no tiene por qué ser malo: tener conocimiento de lo que vamos a leer nos ayuda a elegir mejor nuestras lecturas y, por ende, a llevarnos menos decepciones. En ocasiones me encuentro con lectores que me dicen que X libro —generalmente un best-seller o una novela con cierta popularidad— les ha defraudado por completo, y pienso que si se hubieran informado un poco podrían haberse ahorrado esa lectura, porque lo que cuentan ya me lo temía. Es como leer una novela de chick-lit pensando que se trata de literatura «profunda»: si se buscan opiniones, se evita la confusión. Sé que hay personas que eligen sus lecturas por impulsos y prefieren no leer reseñas en Internet, pero yo soy muy concienzuda y me lo pienso unas cuantas veces antes de decidir leer cualquier libro. Esto no excluye la posibilidad de sorpresas, puesto que siempre hay libros que nos acaban entusiasmando más de lo que creíamos (como me ha ocurrido este año con Riikka Pulkkinen y Brigitte Reimann), así que es tan emocionante o más que guiarse solo por el instinto.

Por otro lado, en lo que respecta al hecho de que las impresiones posteriores a la lectura estén influidas por las expectativas, no negaré que en parte sí lo están: me siento más decepcionada cuando me defrauda un autor que me gusta mucho que cuando lo hace uno del que esperaba poco, es evidente. No obstante, esto no significa que mi crítica pierda validez: el acto de disfrutar de la lectura puede estar influido por las expectativas, pero la reseña va más allá, analiza el contenido y no se basa únicamente en sensaciones subjetivas. En otras palabras: si un libro tiene vacíos argumentales o está repleto de tópicos, seguirá teniendo esos problemas tanto si lo leo esperando mucho como si de antemano sospecho que no merece la pena.

Y vosotros, ¿os creáis expectativas u optáis por intentar leer un libro sin esperar nada?

En la imagen: La liseuse (1874-1876), de Renoir.

15 noviembre 2013

Las 5 excusas favoritas de la gente que no lee



1. No tengo tiempo. Ya, ya, pero para escribir en las redes sociales a diario, pasarte cuatro horas delante del televisor o bajar al bar a tomarte una cerveza sí que tienes tiempo, ¿verdad? Comprendo que en la vida uno pasa por diversas etapas y hasta un gran amante de los libros puede tener una racha no lectora; no obstante, no me creo a los que dicen que nunca han encontrado el momento para leer. Es cuestión de organizarse; en la blogosfera he conocido a unas cuantas madres, trabajadoras, lectoras y blogueras que demuestran que, si se quiere, se puede con todo.

2. Los libros son caros. Leer y comprar libros son dos actividades diferentes que se confunden demasiado a menudo. ¿Qué hay de las bibliotecas? ¿Y de los libros de bolsillo, de los e-books? El año pasado escribí una lista de propuestas para leer de forma gratuita o por un coste muy bajo (¡y sin piratear!). A todo esto, no considero que los libros sean caros en comparación con otras formas de entretenimiento (pensemos en la cantidad de horas que dedicamos a una novela con respecto a lo que dura una película en el cine, por ejemplo), aunque me temo que hace falta ser un gran amante de la lectura para ser consciente de ello. Sea como sea, nunca he ido sobrada de dinero y aun así siempre he tenido libros en la mesilla (la mayoría de ellos, nuevos).

3. Si han hecho una película, ¿para qué voy a leer el libro? Cuando escucho esta excusa me acuerdo de la genial idea de una profesora que tuve en el instituto: en un examen preguntó por un tema que se trataba en la novela pero no en su correspondiente adaptación cinematográfica (la cara de los tramposos era un poema). El fondo de la excusa cae, una vez más, en el error de creer que leer es aburrido, que la película será un camino más rápido para llegar al mismo destino. Sin embargo, las historias no son solo ese destino, sino que también viven de lo que ocurre hasta alcanzarlo, de las particularidades de la escritura y de las tramas que se dejan de lado en el filme (y lo mismo se puede aplicar a los que se niegan a leer un clásico porque conocen de antemano el desenlace). Por mucho que la película sea muy buena y fiel, merece la pena disfrutar de ambas versiones.

4. No tengo ganas de pensar. Bueno, es cierto que leer requiere un esfuerzo mayor que ver un programa de televisión o una película (aunque también depende del programa y la película, todo hay que decirlo). De todas formas, de ahí a creer que todos los libros son sesudos y complicados va un trecho. Las personas que defienden esta opinión porque en el colegio tuvieron que leer novelas poco adecuadas para su nivel de comprensión —de ahí viene en parte el prejuicio— deberían empezar desde cero con lecturas facilitas y divertidas, que las hay, y son capaces de competir de forma muy digna con otros entretenimientos.

5. Los libros que se publican actualmente no tienen calidad. Típica excusa de las personas que en algún momento de su vida han leído cuatro clásicos y ahora miran con desprecio a los que leemos mucho, en especial narrativa actual. No negaré que ni la cuarta parte de lo que se publica hoy será un clásico mañana; no obstante, menospreciarlo todo por sistema me parece un error, porque, aparte de que opinan sin saber, no debemos olvidar que los libros que ahora consideramos clásicos en algún momento también fueron obras poco conocidas que tuvieron que ganarse un hueco. Grandes autores los ha habido siempre, ayer y hoy. Además, creo que los lectores leemos sobre todo por el placer de leer, sin pensar en la trascendencia de la obra (preocuparse del prestigio y de lo que pasará en el futuro con cada novela me parece una pérdida de tiempo).

Sería mejor que dijeran que no leen porque no quieren, ¿no os parece?

LinkWithin

Related Posts with Thumbnails