29 septiembre 2015

El último encuentro - Sándor Márai



Edición: Salamandra, 2015 (trad. Judit Xantus Szarvas)
Páginas: 190
ISBN: 9788498387025
Precio: 12 € (e-book: 6,99 €)

El último encuentro (1942), una de las piezas más celebradas del novelista y dramaturgo húngaro Sándor Márai (1900-1989), narra el reencuentro entre dos viejos amigos que llevan décadas sin verse. Se trata del primer libro del autor que Salamandra recuperó de entre su vasta producción —solo entre 1918 y 1947 publicó más de cuarenta obras— y se publicó en castellano en 1999, cuando fue redescubierto. Márai llegó a gozar de cierto prestigio en Hungría antes de la Segunda Guerra Mundial, pero con el establecimiento del régimen comunista se marchó de forma definitiva a Estados Unidos y su obra fue prohibida en su país de origen. Esta vida turbulenta, que culminó con su suicidio, le ha otorgado los calificativos de escritor maldito y olvidado, que tal vez, dado el espíritu romántico con el que a menudo se sigue apreciando la literatura, han contribuido a aumentar un culto más que cuestionable en torno a su figura y su obra.
Las novelas de Márai se inscriben en la tradición realista decimonónica, es decir, construcción episódica lineal —casi como los actos de una obra de teatro—, pulso elegante y preciso, gran importancia de la trama. El último encuentro en particular se centra en las cuentas pendientes entre Henrik, un general retirado, que ocupa el papel principal, y su amigo Konrád, con el que mantuvo una estrecha relación durante su juventud. Llevan exactamente cuarenta y un años sin verse; entonces ocurrió algo que los separó, y ahora, en la vejez, Konrád regresa y el general está dispuesto a aprovechar el momento para sacar a la luz el secreto que los alejó. La primera parte del libro, desde el anuncio de la visita hasta que el amigo por fin se presenta en la mansión, sirve para mostrar los rasgos de ambos personajes y plantear una oposición entre ellos a partir de su pasado, cuando se conocieron en la academia militar: Henrik, el rico, hijo de un guardia imperial, que salía por las noches a divertirse; Konrád, un chico de familia humilde, solitario y con una gran sensibilidad por la música, afición que en el entorno del primero era más propia de mujeres. Con todo, se hicieron grandes amigos.
En el presente, cuando los dos son ancianos, se han vuelto las tornas: Henrik, ya viudo, se retiró de forma prematura y vive recluido en su caserón con la única compañía del ama de llaves y los criados; se aferra a un mundo, un tiempo, que ya ha dejado de existir —la casa, como él, ha perdido el esplendor de antaño, símbolo de la imposibilidad de aferrarse al pasado, a un Imperio austrohúngaro que ya es historia—. Konrád, en cambio, ha viajado, ha descubierto otras culturas y solo ha regresado a su tierra natal para emprender este viaje, en plena Segunda Guerra Mundial. En la segunda parte de la novela, se ven las caras en un encuentro en el que Henrik, meticuloso hasta el extremo, ha decidido repetir el mismo ritual que la última vez que se vieron. En este punto, la tercera persona da paso a una conversación que es más bien un monólogo del general, un monólogo que, con una intriga bien dosificada, va desvelando los motivos de la separación de ambos amigos y pone sobre la mesa su venganza (en forma de preguntas).
Márai es un escritor de los que yo llamo «dueños de su material»: domina la técnica de la novela breve de intriga a la perfección, su propuesta está bien planteada, bien escrita y bien ejecutada, y repite el mismo esquema o uno muy similar en otros libros —como La herencia de Eszter (1939), que se reseñará en las próximas semanas—. Sin embargo, dominar solo su material tiene un inconveniente: no se mueve en el terreno de la gran literatura, que conlleva riesgos, dificultades, sino en el del potboiler o lo que hoy conocemos como best-seller bien vestido: un libro correcto en su desarrollo y con un estilo digno, pero de escaso calado, vacío de significado. José María Guelbenzu señala en su crítica —erudita y, a mi parecer, muy acertada— que el interés de El último encuentro está supeditado a la intriga, al qué pasará. Esto no supone un problema per se, pero sí lo es cuando toda la concepción de la obra reposa solo en esto y deja en un lugar secundario los matices de los personajes o la hondura del conflicto emocional sobre la amistad. En palabras de Guelbenzu:

[…] a medida que me internaba en ella, me ha ido pareciendo, a cada página que pasaba, más pedestre y superficial de lo que hubiera sospechado y he llegado al final con la convicción de encontrarme ante uno de esos casos que, en la jerga literaria, se conoce con el nombre de «falsa gran novela». […] esta novela no responde a criterios de conocimiento sino de atracción por lo escondido. No es lo mismo desvelar un acertijo que conocer un sentimiento o una idea. En el primer caso estamos ante una curiosidad resuelta con mayor o menor artificio; en el segundo, ante una representación de la vida cuyo sentido final es el Conocimiento. […] La intriga que emana de los personajes emana de su complejidad, no de su simpleza; cuando son simples es cuando se supeditan a las necesidades de la mera intriga y donde hay capitán, no manda marinero. La prosa aparentemente elegante y cultivada de Márai […] oculta una variedad considerable. Todo lo que hace es desgranar la información precisa y sucesiva para sacar adelante la intriga. Los personajes adyacentes –Nini, Krizstina y Konrád– son fantasmales, no evolucionan, tampoco dejan ver el contenido de su conciencia, simplemente informan de sus actuaciones.
Sándor Márai

En definitiva, estamos ante una buena novela dentro de su género, una novela muy fácil de disfrutar y que se lee con avidez —quizá su éxito se deba a esto, a su accesibilidad para todo tipo de lectores—, pero que resulta plana como creación literaria y está lejos de ser la obra maestra que muchos aclaman. Creo que el cuidadoso estilo de Márai, tan exquisito y refinado en comparación con la narrativa contemporánea —no olvidemos que muchos lectores siguen tomando el esquema clásico como su principal referencia de buena literatura—, junto con el sentimentalismo (siempre candidato a conmover), han llevado a engaño a la hora de valorar a este autor y han pasado por alto su simplicidad, tanto en el tratamiento de los personajes como en el conflicto psicológico. No todas las recuperaciones deben ser consideradas clásicos modernos por el mero hecho de volver a publicarse; la literatura comercial ya existía antes y, a veces, el emperador está desnudo.
Fotogramas de la TV movie de 2010 basada en el libro.

24 septiembre 2015

El límite inferior - Nere Basabe



Edición: Salto de Página, 2015
Páginas: 246
ISBN: 9788416148219
Precio: 17,90 €

Se avecina un fuerte temporal en La Solana, una pequeña localidad ficticia de la costa mediterránea —el tipo de pueblo que en temporada alta se llena de turistas, mientras que permanece casi desierto durante el resto del año—. Se avecina un fuerte temporal también para los cuatro personajes que coinciden allí, que viven su particular temporada baja. Por un lado, Víctor y Valeria, un matrimonio cosmopolita de mediana edad y sin hijos que pasa unos días en la zona por negocios, aunque el viaje se verá enturbiado por sus problemas conyugales. Él está metido en chanchullos de la construcción; y ella, todo frivolidad, es una esclava de su imagen. Completan el elenco dos solitarios vecinos de La Solana que apenas se conocen a pesar de llevar años cruzándose por allí: Brigitte, una guía turística francesa que llegó al pueblo huyendo de un pasado doloroso; y Breogán, un artesano un poco ermitaño que imparte talleres para discapacitados psíquicos. Con este planteamiento arranca El límite inferior, la segunda novela de Nere Basabe (Bilbao, 1978), que se ha comparado (reiteradamente) con Chirbes y se puede encuadrar en la llamada literatura de la crisis.
Si bien Basabe no escribe mal, no define personajes mal ni desarrolla la trama mal, El límite inferior me parece una novela fallida. No por sus carencias, sino más bien por sus excesos; pero vayamos por partes. La autora demuestra ser muy perfeccionista: el libro se divide en dos bloques, «Los vientos» y «Las mareas», que a su vez se componen de capítulos titulados con clases de vientos y mareas, metáforas del contenido de cada uno. La primera mitad está dedicada a presentar a los personajes y esbozar las relaciones (conocidas y secretas) entre ellos. Al definir a cada par (el matrimonio y los vecinos), Basabe traza una serie de paralelismos y contrastes entre ellos: Víctor y Valeria, dos v, Brigitte y Breogán, dos b —mismo fonema, diferente grafía—; los primeros de clase alta, los segundos de clase media-baja; unos casados (pero infelices) y los otros solteros (y también infelices); unos cometen la corrupción y los otros la padecen; Valeria, italiana, Brigitte, francesa, dos mujeres extranjeras en España. La desaparición de un niño después del temporal es el punto de inflexión que marca la transición a la segunda mitad, en la que los acontecimientos se precipitan, aunque sin pretender convertirse en una novela de intriga.
Decía que Basabe me parece una escritora perfeccionista, y tanto la estructura como los personajes prueban un trabajo minucioso para que todo encaje, para que todo tenga un significado más allá de la historia pura. Esto suele considerarse un acierto; no obstante, cuando se busca tanta excelencia formal, tanta complejidad, se corre el riesgo de perder la empatía y caer en la frialdad, tal como ocurre aquí. Además, hay otros problemas: a pesar del esfuerzo por retratar a los personajes (todos torturados, amargados), el matrimonio se queda en el cliché del corrupto chulesco y la femme fatale pija. Breogán y sobre todo Brigitte están mejor perfilados, más que por la reconstrucción de su pasado —un tanto tópica: el personaje traumatizado que actúa así porque le ocurrió algo—, por su trabajo con los discapacitados y los jubilados, respectivamente, que da lugar a unos fragmentos espléndidos que muestran el tedio en el que están inmersas sus vidas y a la vez la pureza que encuentran al conocer a otras personas despreciadas por la sociedad. Basabe es una gran narradora del lado sombrío de la realidad y pone el dedo en la llaga; tal vez por eso convence más en esta faceta que en la de los problemas de la pareja.
El relato de cómo estos dos pares de personajes se entremezclan prometía. Con todo, hace falta desarrollar más las conexiones entre ellos; hay mucho de cada uno por separado —de sus particulares tormentos, sus recuerdos, su soledad— y poco de cuando se juntan e intercambian roles. No se les saca todo el partido posible, y como consecuencia se pierde tensión narrativa: hay pasajes muy bien escritos, muy lúcidos, que sin embargo no animan a seguir leyendo porque les falta cohesión con el conjunto. La desaparición del niño, que tenía que ser el desencadenante de reacciones, tampoco termina de funcionar y parece un giro forzado para tratar de darle (sin éxito) la emoción que le faltaba. El estilo, además, peca de excesos: una prosa densa, intrincada y poética, de largas oraciones, que a veces deslumbra por lo ingenioso de algún juego de palabras, pero que en general resulta recargada, como si buscara siempre el prurito, lo que le resta fluidez y naturalidad. En los diálogos del matrimonio y los interrogatorios se abusa del vocabulario malsonante (la palabrota no es la única forma de reflejar el mal ambiente). Está narrada en tercera persona, con abundantes digresiones y recursos como el estilo indirecto libre y el monólogo interior (Breogán hablando solo con su perra, por ejemplo), en ocasiones de relleno.
Nere Basabe
En suma, creo que la autora ganaría mucho si aplicara el principio de «menos es más» y buscara más el pulso de la vida que la metáfora perfecta. El límite inferior, en cualquier caso, se une a las (muchas) novelas que los escritores jóvenes están escribiendo sobre la crisis, como La trabajadora (2014), de Elvira Navarro, o Inercia (2014), de Ariadna G. García, entre otras. Cabe precisar, en el caso de Basabe, que no se habla de crisis solo por la ambientación en estos años —de hecho, da a entender que se sitúa justo antes de que todo saltara por los aires («¿Sabe la última del gobierno? Estos socialistas nos van a llevar a la ruina…», pág. 21)—, sino por la sensación que impregna sus páginas, una sensación de que todo (lo material y lo personal) está a punto de derrumbarse, y que se identifica tanto en la crisis matrimonial y personal de los protagonistas como en la desolación de ese pueblo que en otras épocas fue la imagen del esplendor.

21 septiembre 2015

El silbido del arquero - Irene Vallejo



Edición: Contraseña, 2015
Páginas: 216
ISBN: 9788494090370
Precio: 16 €

Las guerras caen en el olvido, los cantos permanecen. Solo el poema queda para narrar el dolor de los vencidos, la suerte de quienes son atropellados por los imparables acontecimientos que forjan la historia. Aquellos a quienes hoy llamamos héroes fueron en su día seres azotados por la desgracia. De la vendimia del sufrimiento brota el vino de las leyendas. Yo conozco el sufrimiento, la duda, el pesado lastre del miedo, pero también he experimentado la redención y el consuelo de las palabras. Ahora lo sé. Yo puedo escribir este poema.
He encontrado mi voz.*

Irene Vallejo (Zaragoza, 1979) puede llegar a ser una voz singular en la narrativa española actual. En una época en la que muchos autores de su generación escriben sobre la crisis o regresan a lo rural, esta escritora recupera la mitología grecolatina como inspiración literaria en su segunda novela, El silbido del arquero (Contraseña, 2015), un retelling del cuarto libro de la Eneida, sobre la llegada del héroe Eneas a Cartago después de huir de la guerra de Troya. No hay que confundirla con una adaptación hecha con fines didácticos o escolares, ya que su voz denota voluntad de aportar su propio sello y tiene la suficiente madurez para lograrlo. Vallejo es doctora en Filología Clásica y se dedica a la difusión de esta cultura, tanto en prensa como en talleres y conferencias, de modo que no es de extrañar que este campo también se encuentre presente en su obra. Además de El silbido del arquero, ha publicado la novela La luz sepultada (Paréntesis, 2011), el libro infantil El inventor de viajes (Comuniter, 2014) y la recopilación de artículos El pasado que te espera (Anorak, 2010).
El silbido del arquero se abre con el naufragio de Eneas y sus hombres en las costas de Cartago, la ciudad recién fundada por Elisa de Tiro (Dido). Eneas y Elisa tienen mucho en común: los dos son reyes viudos que han dejado atrás su tierra. De su pasado glorioso solo les queda un niño del que se hacen cargo: Eneas tiene a su hijo, Yulo, un niño aún muy pequeño; y Elisa, a Ana, la hija ilegítima de su padre, que está entrando en la adolescencia y actúa como la hechicera del reino. Tanto Eneas como Elisa son dos líderes que a menudo se enfrentan al dilema entre la responsabilidad colectiva y los deseos individuales. En estas circunstancias —y con la ayuda de un peculiar Eros—, sus semejanzas los acercarán; aunque el convulso ambiente de Cartago, agitado por los militares que aspiran a ocupar el trono y por la rivalidad con los pueblos vecinos, les complicará la relación.
Hay una trama paralela, más breve, en la que un Virgilio desalentado vaga por las calles de la Roma de Augusto. El emperador le ha encargado escribir una epopeya que ensalce la fundación del imperio —así surgió la Eneida—, pero el poeta se siente incómodo por el carácter político que adquiere la creación literaria en estas circunstancias. Este hilo, además de desmitificar la imagen romántica del escritor vocacional y libre de ataduras, sirve a Vallejo para relacionar la tragedia del mito con la heroicidad que se le atribuye como parte del imaginario de la cultura romana. De hecho, al principio cita una frase muy pertinente de Ana María Matute en Olvidado rey Gudú: «Algunas victorias no son ni gloriosas ni recordadas; pero algunas derrotas pueden llegar a ser leyendas, y de leyendas pasar a victorias». El trasfondo de El silbido del arquero habla de eso, de cómo un fracaso —de cualquier tipo— puede adquirir otros tintes y dejar de percibirse como tal en función del modo en el que se recuerde; y, por consiguiente, habla de la influencia de las representaciones culturales en el imaginario colectivo (del mundo clásico…, pero también de la actualidad).
La obra tiene más capas de lectura, como los retratos personales. Está narrada desde múltiples puntos de vista: Eneas, el hombre torturado por la guerra que no está dispuesto a volver a pasar por lo mismo y desea encontrar un lugar pacífico para criar a su hijo; Elisa, una mujer fuerte en un mundo de hombres, que lucha por imponer su voz en Cartago, pero por otro lado siente la inseguridad de hacerse mayor, de ya no ser tan bella a los ojos de su amado ni tan fértil para tener un hijo; y, por último, Ana, la niña bruja, que desde que se quedó huérfana ha permanecido al lado de Elisa, sin otros niños con los que jugar hasta la llegada de los troyanos. Se suele decir que los mitos recogen todas las enseñanzas para la vida y que por eso no caducan. En El silbido del arquero ocurre lo mismo: esta estructura, al enfatizar la subjetividad de cada personaje, facilita que sus conflictos trasciendan la trama pura y se apliquen a la sociedad contemporánea; por eso en el libro conviven la aventura —una aventura slow-paced, en la que importan más los problemas emocionales que la acción— y las interpretaciones que esta suscita.
Por ejemplo, resulta inevitable pensar en los refugiados que, como Eneas, buscan un futuro mejor en otro lugar; en los niños que, como Ana, han crecido antes de tiempo, han sufrido el prejuicio y están marcados por una mancha simbólica; o en las mujeres que, como Elisa, han demostrado fortaleza, aunque eso no las libra de la necesidad de afecto. De forma más general, la novela invita a meditar sobre la pérdida (de un ser querido, del hogar, de la juventud) y muestra cómo unos personajes marcados por ella tratan de hallar esperanza. Vallejo hace algo que parece fácil pero no lo es: cuenta una historia, invita a reflexionar y rinde homenaje al mito (no solo a este mito, sino al papel que juegan las historias en nuestras vidas). Escribe con un estilo poético, sólido, con mucho respeto por el original y una estructura equilibrada. Tiene tendencia a la cursilería, algo que se podría paliar con un buen editing («Disfruto del roce de su piel, me gusta sentir en mi cara un aleteo de sus pestañas», pág. 98, «Las lágrimas suben al borde de mis ojos», pág. 128, «las nubes se separan y un hermoso resplandor acaricia la playa al desplazarse sobre la arena», pág. 155, «En mi piel se abren surcos de pena, la tristeza está arañando mi rostro», pág. 198).
Irene Vallejo
Todavía queda un aspecto digno de mención: Eneas, Elisa y Ana no son los únicos que aparecen en el mito. Los acompaña Eros, el dios del amor, un gran acierto de la autora. Este Eros no lleva arco, sino que es un ente silencioso —e ingenioso— que observa a los humanos, los manipula y reflexiona sobre ellos. Su voz se aleja de la del resto; es un narrador irónico que desmitifica el ideal romántico, incide en las fisuras de la experiencia amorosa y pone de relieve el papel que la imaginación juega en ella. Me parece una genialidad (muy contemporánea) que sea justamente el dios del amor quien ofrezca una perspectiva desencantada del enamoramiento. Su tono compensa la solemnidad del relato y demuestra la versatilidad de la autora, a la que será un placer seguir la pista. El silbido del arquero no solo aporta frescura al panorama literario, sino a la propia mitología clásica: muchos lectores le perderían el miedo con más novelas como esta.
*Cita de la pág. 197.
Imágenes:
(1) Eneas contándole a Dido las desgracias de Troya, de Pierre-Narcisse Guérin (1815).
(2) La muerte de Dido, de Andrea Sacchi (principios del siglo XVII).

17 septiembre 2015

Cómprate mi puñetero libro



Imagina a un escritor. Un escritor joven, de unos treinta años, que comenzó a publicar cuando Internet ya resultaba tan imprescindible como tomarse un café por la mañana y la repercusión de la crítica tradicional en las ventas de libros había caído en picado. Imagina que este escritor tiene una página de Facebook, una cuenta de Twitter, un canal en YouTube o un blog, en los que interactúa con los lectores, comparte noticias sobre sus novelas y opina sobre temas actuales. Imagina que le siguen miles de personas, que cada frase que dice recibe decenas de comentarios, todos ellos (o casi) de seguidores entusiastas y fieles. El escritor se siente satisfecho: es consciente de que no está hablando con la pared, de que ahí, en algunos lugares del mundo, hay gente, gente lectora, interesada en sus palabras. Y llega el momento de publicar su nueva novela. Lo anuncia a bombo y platillo en las redes, adelanta el título, la cubierta, la sinopsis. Sus seguidores se muestran impacientes, aseguran estar ansiosos (¡ansiosos!) por leerla. Por fin llega el día: su editorial, que forma parte de un gran grupo, ha preparado un notable despliegue promocional para reforzar el lanzamiento. Lo entrevistan, lo comparan con autores de culto. Durante unas semanas, los lectores le mandan fotos del libro, escriben reseñas, le ponen muchas estrellas en Goodreads. «Esto marcha», piensa el escritor. Pero pasan los meses y apenas se habla ya de la novela, aunque sus seguidores siguen al pie del cañón, aplaudiendo con clics todas sus ocurrencias.
Imagina que ahora el escritor se encuentra con su editor. El editor le pone mala cara: su novela ha vendido menos de lo esperado. No le puede garantizar un buen adelanto para la siguiente. De hecho, ni siquiera puede garantizarle que le publique una siguiente. Le revela la cifra, una cifra dolorosa, porque es más baja, bastante más baja, que su número de seguidores en esa página de Facebook, esa cuenta de Twitter, ese canal de YouTube o ese blog que tanta actividad rezuma. El escritor descubre el abismo que hay entre la apariencia de éxito y la realidad; quiere entender qué ha ocurrido, qué ha hecho mal. ¿Piratería? Puede, pero la situación le parece demasiado compleja como para reducirla a una sola explicación. Quizá a algunos seguidores solo les interesen sus comentarios en las redes, impresiones breves e inmediatas, carne de retuits y «Me gusta» fáciles. Quizá algunos empezaron a seguirlo porque leyeron una novela suya, aunque no tienen la intención de leerlas todas. Quizá los elogios que recibe son de unos pocos que hacen mucho ruido mientras la mayoría lo ignora. En todo caso, sigue recibiendo feedback de los lectores; no pasa una semana sin que algún seguidor, nuevo o conocido, le recuerde lo buen escritor que es, lo inteligente que lo considera. Y el escritor se muerde la lengua para no soltarle: «No me quieras tanto, no seas mi fan, y cómprate mi puñetero libro».

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