28 febrero 2016

Tú, mío - Erri De Luca



Edición: Booket, 2013 (trad. Carlos Vitale)
Páginas: 128
ISBN: 9788432215513
Precio: 6,95 € (e-book: 5,99 €)
Leído en la edición en catalán de Empúries, 2000 (trad. Jordi Gàlvez).

Tú, mío se publicó en italiano en 1998. Por aquel entonces, la crítica lo aclamó como el mejor libro del autor hasta ese momento, aunque ahora no resulta fácil identificar cuáles son los títulos más importantes de Erri De Luca (Nápoles, 1950), y no solo porque lleve cerca de medio centenar: De Luca se caracteriza por su constancia, por mantener un nivel excelso en prácticamente todo lo que toca. Lo hace, además, con una economía de argumentos sorprendente, ya que bebe de su propia vida, de la memoria de la infancia; es capaz de abordar una misma experiencia en muchas novelas sin producir sensación de repetición, creando un mundo literario único en cada una. Para esto hace falta estilo, un estilo intimista, rico, poético, concentrado, capaz de condensar muchas ideas en pocas palabras y de emplear las elisiones con elegancia y acierto. Tú, mío, a propósito, plantea muchos de sus temas recurrentes, como la iniciación de un joven, una relación intergeneracional con un amigo-mentor, el primer amor con una chica «problemática», el descubrimiento del pasado marcado por la guerra y la proximidad del mar. Su historia recuerda a novelas posteriores, como El día antes de la felicidad (2009), pero, como se ha dicho, cada novela de De Luca compone su universo singular.

Lo dije porque necesitaba creer en el futuro cuando la noche hubiera pasado, a pesar de que no imaginaba nada para mí después del fuego. Ahí se había espesado un límite. Quizá así son los pensamientos de los animales, ciegos de futuro, abstraídos en la breve renovación del día. Quizá los pensamientos de los prisioneros son así. El viento nos obliga a arrimarnos a un muro. (114)

En los años cincuenta, un adolescente de quien no se sabe el nombre pasa el verano en una isla napolitana. El verano, como es bien sabido, en literatura suele simbolizar una transición: el abandono definitivo de la infancia, de la ingenuidad, de la inocencia. Este muchacho, que empieza a salir con el grupo de su primo, unos chavales mayores que él, experimenta su particular transformación tras conocer a dos personas que marcan un antes y un después en su vida: Caia, una chica judía que huye de un pasado tenebroso, y Nicola, un pescador, que será quien trate de responder las preguntas del protagonista sobre la guerra de la que Caia no quiere hablar —como el portero de El día antes de la felicidad, aunque el papel de Nicola resulta más discreto—. Con este planteamiento, sencillo en apariencia, De Luca teje una obra magistral en la que la experiencia íntima del aprendizaje se funde con un trasfondo de malestar social por las consecuencias de la última contienda, que aún se huelen en Caia y en otros habitantes de la isla. Es significativo que la historia transcurra durante las vacaciones, junto al mar, en esa época en la que la rutina se interrumpe y todo —los sueños, la libertad, el amor, la diversión— parece posible. Y todo, en efecto, será posible para el protagonista, aunque estará impregnado de ese halo de tristeza y añoranza que siempre empaña los relatos de iniciación.

Me dijo que buscar respuestas en los demás es como ponerse en el pie el zapato de otro, que las respuestas se las debe dar uno mismo, a medida. Los zapatos de los otros son incómodos. (57)

El narrador, el muchacho sin nombre, está en la línea de otros protagonistas jóvenes de De Luca: un chico humilde, que se ha criado entre figuras de autoridad masculinas (el pescador, el padre, el primo, el tío), íntegro, sensible sin ser sentimental, aplicado en el trabajo en el barco. Este esfuerzo físico, que curte su cuerpo, se desarrolla de forma simultánea a su crecimiento interior, impulsado por Caia. Ella aúna dos cuestiones fundamentales: el primer amor, por un lado, y el descubrimiento del pasado, por el otro. Gracias a Caia, el protagonista toma conciencia de la brutalidad de la guerra, de esas historias de la gente anónima que nadie le había contado; el horror de antaño se conjuga con la tranquilidad de unas vacaciones de verano, su coming-of-age se produce al enfrentarse a un presente que lo obliga a echar la vista atrás. Caia, a su vez, es una chica atormentada, que se ha acostumbrado a guardar silencio. El vínculo que la une al narrador surge, precisamente, por el conocimiento que este tiene de su pasado: es el único que sabe pronunciar su verdadero nombre, por eso le resulta cercano y doloroso al mismo tiempo, le recuerda los días felices que no volverán. La joven de El día antes de la felicidad también era, a su manera, una chica difícil; en ambos casos De Luca plantea un primer amor violentado por la personalidad de ella, que rompe la candidez del muchacho y, sin duda, se aleja de los romances azucarados.

Pienso que sí, ese era el punto esencial de la pregunta: el nombre. Todo venía de ahí, del accidente que acompaña a una persona durante toda la vida y que es más grande que una sombra, porque en la oscuridad la sombra desaparece y el nombre, en cambio, no. Y quiere devenir parte de una persona, pretende explicarla, presentarla: «yo soy» y después viene el nombre, como si se pudiera ser un nombre, en lugar de tener un nombre. (24)
Erri De Luca

Se suele decir que la buena literatura es la que suscita preguntas, la que nos enriquece la perspectiva sobre nuestra forma de estar en el mundo, la que nos conmueve, nos implica en lo que se está contando. Tú, mío pertenece a esta categoría: con su habitual sutileza, De Luca nos invita a reflexionar sobre la construcción de la identidad, el sentimiento de pertinencia y el modo en el que las relaciones con los demás nos empujan a crecer. Como telón de fondo, está el abandono definitivo de la infancia, del protagonista y de Caia, que se produce en medio de la tensión pasado-presente, entre el continente y la isla; y que culmina con una catarsis liberadora. El autor tiene una capacidad fuera de lo común para presentar sus cavilaciones de forma concisa y lírica, convierte cualquier escena, cualquier idea, en algo «hermoso», si es que se puede hablar de hermosura para referirnos a la literatura. No sé si Tú, mío es el mejor De Luca, pero desde luego es un muy buen De Luca.

Nota: las citas son traducciones mías de la traducción al catalán, de modo que pueden no coincidir con exactitud con la edición en castellano.

22 febrero 2016

El bello verano - Cesare Pavese



Edición: Pre-Textos, 2006 (trad. Fernando Sánchez Alonso)
Páginas: 160
ISBN: 97884819173033
Precio: 17,00 €

A veces, por la calle, Ginia tenía que pararse porque notaba de pronto el olor de las noches de verano, los colores, los sonidos, la sombra de los plátanos. Pensaba en aquellos días en medio del barro y de la nieve y se detenía en una esquina presa de un gran deseo. «Seguro que vuelve el verano. Todas las estaciones se repiten», se animaba. Pero en el fondo aquello le parecía imposible, ahora que estaba sola. «Soy una vieja. No hay que darle más vueltas. Todas las cosas bonitas han terminado». P. 153.

Cesare Pavese (Santo Stefano Belbo, 1908-Turín, 1950) fue galardonado con el Premio Strega, el más importante de las letras italianas, por la obra El bello verano, publicada en 1949, que comprendía tres novelas independientes, que tienen como puntos en común el simbolismo del verano y la recreación de su Piamonte natal: El bello verano, escrita en 1940, El diablo en las colinas, de 1948, y Entre mujeres solas, de 1949. Las tres se han editado por separado en su traducción al castellano, de modo que esta edición de Pre-textos solo incluye el primer libro, correspondiente a su etapa de juventud, por lo que está más próximo a De tu tierra (1941) o La playa (1942) que a la póstuma La luna y las hogueras (1950), considerada su obra maestra. Aunque se le suele encuadrar en el neorrealismo italiano de posguerra —y, en efecto, condensa los atributos principales del movimiento, como el retrato de las clases desfavorecidas y la narración cronológica y sin florituras, accesible para muchos lectores—, Pavese desarrolló un interés particular por la dimensión simbólica de la realidad, por lo que sus historias no deben leerse solo como tramas de denuncia, ya que su significado trasciende las acciones cotidianas. Más allá de su producción literaria, que abarca narrativa, poesía, ensayo y diarios, se conoce a Pavese por su condición de «inadaptado» —Frédéric Pajak (Suresnes, 1955) la explora en su ensayo gráfico La inmensa soledad (2011)—, además de por su implicación en la editorial Einaudi, para la que tradujo a escritores de renombre, sobre todo norteamericanos, como Faulkner, Steinbeck o Hemingway. Allí coincidió con su amiga Natalia Ginzburg (Palermo, 1916-Roma, 1991), que lo recuerda en Léxico familiar (1963).
El bello verano narra una historia llana que se ha contado muchas veces: la iniciación de una joven a la vida adulta. Ginia, una muchacha turinesa que trabaja en un taller de costura, traba amistad con Amelia, una modelo desinhibida, unos años mayor que ella, que alimenta sus fantasías hablándole de sus posados. Amelia, en el fondo, es una chica tan humilde como Ginia, que coquetea con el ambiente bohemio (y turbio) de la ciudad; pero la protagonista, remilgada, que apenas ha salido de la zona de confort de su hogar y de las amigas de siempre, se siente fascinada por los relatos de Amelia, por el hecho de mostrarse ante un pintor, de relacionarse con hombres. Amelia le presenta a dos amigos, pintores de poca monta: Rodrigues, un tipo raro que le suscita desconfianza, y Guido, un chico de familia campesina, que vive en la ciudad mientras realiza el servicio militar. Ginia se fijará en este último, aunque, en estas historias, ya se sabe: las atracciones se entrecruzan entre los cuatro y uno no siempre se encapricha de quien más caso le hace. De este modo, la protagonista, que en las primeras páginas se escandaliza al tener noticia de las experiencias íntimas de sus conocidas, pasa por un proceso de maduración que la lleva a descubrir el cuerpo, la feminidad, el deseo y el amor.
Bajo esta aparente simplicidad —que se extiende a la forma: escritura pulcra y poética, sin barroquismos, narrador omnisciente, estructura de capítulos breves lineales, ritmo ágil, como de una novela popular—, Pavese construye una fábula sobre la pérdida de la inocencia que destaca por su construcción de significados. El principal, el simbolismo del verano: Ginia conoce a su amiga Amelia en pleno verano, una época que, ahora que dispone de libertad, disfruta más que nunca (basta fijarse en la evocadora frase con la que comienza la obra: «Por aquel entonces siempre era fiesta», p. 9). Luego, se acabará el verano y lo añorará. La estación estival se asocia a la transición a la vida adulta, al abandono de los últimos resquicios de la infancia —la timidez, la vergüenza, el pasmo— para adentrarse en la frenética diversión juvenil, la ilusión, la esperanza hacia el futuro; una etapa en la que la protagonista vive experiencias nuevas que la llenan de emoción. El resto del año representa el peso de la madurez desengañada, las responsabilidades (el trabajo y las tareas del hogar frente al ir y venir de las vacaciones), la nostalgia por el verano que no volverá, porque, aunque la estación se repita, el rito de paso simbólico de una edad a la otra solo se produce una vez, como se reflexiona en el fragmento citado al principio. Esta concepción del verano reverbera en muchos autores posteriores, como Elena Ferrante (Nápoles, 1943) en La amiga estupenda (2011) y, sobre todo, Un mal nombre (2012), donde el verano tiene una importancia primordial para el coming-of-age de las protagonistas; y en Erri De Luca (Nápoles, 1950), en obras como Tú, mío (1999), sobre la iniciación de un joven durante las vacaciones, en las que también se hace amigo de un muchacho mayor que lo introduce en otro ambiente.
Los contrastes entre el campo y la ciudad, típicos de Pavese, adquieren asimismo una dimensión simbólica que se relaciona estrechamente con la concepción del verano, puesto que los paseos al aire libre en el monte transcurren durante esta estación. El personaje del pintor Guido, además, expresa su añoranza por los escenarios de su niñez, las colinas del Piamonte («Yo sólo estoy bien en lo alto de una colina», p. 103). Ginia, ingenua, se sorprende ante esta fidelidad a los orígenes campesinos; ¿vivir en la ciudad no debería considerarse un progreso? Sin embargo, para Pavese, la ciudad y todo lo que se vincula a la noción de «progreso» (urbanización, ferrocarril, empleo precario) está empañado de los mismos significados que el invierno, a saber: la soledad, el peso de las obligaciones, la rutina. Las (abundantes) referencias al campo, la naturaleza y las colinas, en cambio, aparecen como sinónimos de verano, libertad, juventud, alegría («Maldecía la nieve y el frío, que nunca dejaban hacer nada, y se anticipaba aturdida por la promesa del placer, al siguiente verano en que irían a la colina y pasearían de noche y abrirían de par en par las ventanas del estudio», p. 134). La oposición se extiende a las situaciones de los personajes: Ginia, a pesar de vivir con su hermano, sufre la ausencia de sus padres y está bastante sola, anclada al taller de costura al que cada vez le cuesta más acudir. Como consecuencia, su contacto con la modelo y los pintores (aunque sean profesionales de tres al cuarto) resulta equiparable a entrar en otro mundo, en el que el cuerpo femenino, desnudo o vestido, y el uso de los colores en los cuadros adquieren también su simbolismo («En su país hay muchos colores […]. Se le indigestaron cuando era pequeño y ahora pinta sin ellos. Pero es muy bueno», p. 102).
Cesare Pavese
Con un aire melancólico, El bello verano evoca la fruición del descubrimiento juvenil y su desencanto posterior, en forma de una fábula llena de contrastes que son marca de Pavese (la fiesta y la tristeza, el verano y el invierno, el campo y la ciudad, el amor y la soledad, la juventud y la madurez). El relato, sin estridencias ni pomposidades, muestra a unos personajes que se van desvelando poco a poco, con una tensión narrativa creciente que culmina en clímax. En comparación con sus obras posteriores, como Entre mujeres solas (1949), esta novela puede parecer modesta (la escritura no es tan rica, el planteamiento en general resulta más plano), pero, precisamente por narrar una historia tan limpia, El bello verano posee un encanto difícil de explicar, un encanto de la sencillez —una sencillez solo en apariencia, porque la escritura «sencilla» siempre es el resultado de mucho esfuerzo, de un trabajo de depuración que solo está al alcance de los grandes narradores—, un encanto, en fin, que la convierte en una lectura cautivadora.
Imagen: Campo de trigo al atardecer, de Van Gogh (1888).

21 febrero 2016

Qué leer después de Elena Ferrante



Dos amigas (2011-2014) —La amiga estupenda, Un mal nombre, Las deudas del cuerpo y La niña perdida—, la flamante tetralogía de Elena Ferrante, es uno de esos casos singulares en los que la calidad literaria va unida a una poderosa capacidad de absorber al lector, de subyugarlo hasta estremecerse por las vidas de las protagonistas. Cuando uno termina la saga, se entristece al pensar que ya no habrá más, que Lenù y Lila se acabaron, que se acabó Nápoles, el barrio, las tensiones de clase y todo lo demás. Sí, la historia de las amigas napolitanas llegó a su fin, y no se puede hacer nada por retomarla —salvo esperar su adaptación a la pequeña pantalla (¡sí, se hará una serie!)—, aunque siempre queda la opción de decirse: voy a buscar libros del estilo de Elena Ferrante. Con el propósito de intentar saciar (aunque sea un poco) esta necesidad, os propongo las siguientes lecturas:
1. Más Elena Ferrante. No, Ferrante no solo ha escrito la tetralogía. Antes ya había publicado tres novelas breves, que tuvieron una gran acogida por parte de la crítica en Italia: El amor molesto (1992), Los días del abandono (2002) y La hija oscura (2006), en los que ya plantea algunos de sus temas fundamentales. En castellano las podéis encontrar reunidas en el volumen Crónicas del desamor, que Lumen ha reeditado recientemente. Por cierto, para evitar las suspicacias: los tres libros ya se habían traducido al castellano antes de la publicación de La amiga estupenda —mi ejemplar es de 2011—, por lo que no se puede decir que la editorial simplemente esté aprovechando el tirón. No: ahí había calidad desde un principio.
2. Elsa Morante, la autora que inspiró a Ferrante. La napolitana ha reconocido en muchas entrevistas que Elsa Morante, una de las escritoras emblemáticas del neorrealismo italiano, le enseñó lo que era la gran literatura. En castellano disponemos de cuatro títulos suyos: Lumen publicó en 2012 Mentira y sortilegio, una obra magna, de mil páginas, que Ferrante cita en las entrevistas como una influencia fundamental; Gadir, por su parte, tiene en su catálogo las novelas La Historia y Araceli; por último, Cátedra dispone del volumen de cuentos El chal andaluz. Por desgracia, La isla de Arturo, considerada su obra maestra, está descatalogada, aunque, si no tenéis manías, encontraréis ejemplares de segunda mano en IberLibro.
3. Otras grandes novelas actuales. Todos los que apreciamos la obra de Ferrante estaremos de acuerdo en las siguientes características de Dos amigas: 1) un soporte de escritura excepcional; 2) personajes complejos, llenos de matices; 3) una trama dinámica, que suscita interés por seguir leyendo; 4) temas plenamente contemporáneos, como la conciliación de la maternidad y la carrera profesional o el desencanto amoroso. Bien, ¿qué otras novelas reúnen estas cualidades (adaptándolas, claro, a las singularidades de cada escritor)? Por ejemplo, El jilguero, de Donna Tartt, o Americanah, de Chimamanda Ngozi Adichie —estáis invitados a ampliar la lista en los comentarios—. Libros de calidad literaria con los que uno, además, se lo pasa en grande.
4. Novelas de temas parecidos. De acuerdo, la literatura está en el estilo, pero leer a Ferrante también puede generar interés por descubrir otros libros con una importante perspectiva de género y/o conflicto de clases. Desde clásicos del feminismo como Virginia Woolf o Simone de Beauvoir a autores contemporáneos como Edna O’Brien, cuya trilogía compuesta por Las chicas de campo, La chica de ojos verdes y Chicas felizmente casadas plantea una perspectiva muy similar sobre la trayectoria de las mujeres de su generación (amistad entre chicas, emancipación de la mujer, matrimonios complicados, etc.). También pueden ser de interés obras como La niña de oro puro, de Margaret Drabble, La pequeña Jonna, de Kirsten Thorup, Mi vida querida, de Alice Munro, La hija del optimista, de Eudora Welty, La verdad, de Riikka Pulkkinen, o, en un registro más accesible, Mañana puede ser un gran día, de Betty Smith, Lo mejor de la vida, de Rona Jaffe, y Solo para mujeres, de Marilyn French.
5. Literatura italiana en general. El éxito de un autor de una lengua no-mainstream (o no tan mainstream como el inglés y el francés, al menos) puede aumentar el interés por la literatura de su país. La lista aquí sería eterna, así que me limitaré a recomendar a los autores que conozco bien y que pueden tener cierta afinidad con Ferrante: Natalia Ginzburg, una grandísima escritora que también se interesa por el universo cotidiano y la vida de las mujeres en obras como Léxico familiar, Todos nuestros ayeres o Querido Miguel; Cesare Pavese, que ha escrito sobre la iniciación a la vida adulta y las tensiones sociales en El bello verano y Entre mujeres solas, entre otras; Alessandra Lavagnino, que en Nuestras calles explora la amistad entre chicas y los entresijos de la relación entre madre e hija; y Erri De Luca, napolitano como Ferrante, que en libros como El día antes de la felicidad o Tú, mío muestra esa misma realidad de la gente humilde en la Nápoles de posguerra.
Y vosotros, ¿qué libros recomendaríais a quien haya disfrutado de Elena Ferrante?

19 febrero 2016

Un granizado de café con nata - Alessandra Lavagnino



Edición: Errata naturae, 2011 (trad. Martín López-Vega, post. Leonardo Sciascia)
Páginas: 176
ISBN: 9788415217152
Precio: 17,50 €

Agata Avolio, una mujer siciliana de clase alta, pierde la capacidad de mentir después de sufrir un accidente. La capacidad de mentir, y la de callar: Agata lo suelta todo, sin anestesia, quieran escucharla o no. En las primeras páginas de Un granizado de café con nata (1974), la tercera novela de Alessandra Lavagnino (Nápoles, 1927), se muestra la contradictoria situación de la protagonista antes del suceso. Contradictoria, porque, a ojos de los demás, Agata lo tiene todo: un marido, una familia, una profesión donde se la reconoce, un hogar confortable. Sin embargo, bastan unas pocas líneas para detectar la amargura de su voz: sabe que su marido, Lorenzo, ya no la quiere. Y ese no es su único problema: su hermano se ha vuelto adicto al juego, y ella escucha con pesar los lamentos de su cuñada; además, en el laboratorio donde Agata trabaja hay tejemanejes que la incomodan. Nada es lo que parece en la sociedad de las apariencias, pero Agata, como todos, se acostumbra a callar, a hacer como si nada. Hasta que tiene el accidente.
La sinceridad descarnada de Agata, lejos de «liberarla» de sus tormentos interiores, le causa importantes estragos, como el rechazo de su familia, que la lleva al médico, a una curandera; la trata como a una niña a la que hay que vigilar, sin intentar comprenderla. No la repudian porque sus palabras duelan, sino porque es motivo de vergüenza estar relacionado con alguien que se comporta como ella. Incluso molesta que exprese su afecto, que diga «Os quiero» («Mejor muerta, si se va a quedar así, dijo mi padre. Mejor muerta», pág. 44). El viejo asunto de la hipocresía social, de la educación fundamentada en el silencio, en aprender a callar para convivir, en aprender a reprimir las emociones y los deseos, sobre todo cuando se es mujer en la Sicilia de la omertà («Aquel gran silencio en el que había vivido durante años, ¿por qué? Mentir, fingir, o callar. Callar: una palabra que se usa poco. Sólo en el teatro dicen: «¡Cállese!». Nosotros decimos: “No hables”. Pero todos callan», pág. 50). Con la mafia, a propósito, también tendrá un encontronazo por hablar demasiado.
Una de las paradojas de esta situación se encuentra en el propio personaje de Agata: una científica, doctora en parasitología, una mujer independiente y valorada por sus colegas. Pese a todo, de nada le sirven la emancipación ni su compromiso con el trabajo, porque la institución de la familia (y de la mafia, y de la Iglesia) tiene raíces más profundas que cualquier logro profesional. Ella misma se hunde psicológicamente: se siente culpable por hablar más de la cuenta, querría controlar su impulso; aunque al mismo tiempo sabe que está actuando de acuerdo con sus fuertes principios éticos, sin intención de dañar a nadie. Agata, además, suele fijarse en los zapatos (o en los pies descalzos) de los demás y en la información que dan sobre las personas que los llevan: «Tuve el pensamiento de que su sufrimiento milenario se asomaba en la habitual autoimposición de zapatos demasiado altos. Sólo en su casa […] se sentía cómoda, con las zapatillas del revés: una flor cayendo y la otra aún erguida» (pág. 116). Los zapatos de tacón de las mujeres que actúan «como es debido» devienen un símbolo de la presión social, de la asimilación de la mentira (el calzado incómodo para los pies) como un componente básico de la sociedad.
Alessandra Lavagnino
La contradicción entre la verdad y la culpabilidad, entre la honradez y la infamia, es el eje que vertebra el libro, que está escrito como una confesión de Agata a su marido, una carta en la que le explica cómo se sintió después de lo ocurrido (Lorenzo fue quien más se distanció de ella). El texto, que tiene un final sorprendente —el «castigo» no recae de forma directa sobre Agata, al contrario de lo que se podría intuir durante la lectura—, se lee como una fábula sobre las presiones de la sociedad. Al igual que en Nuestras calles (1969) —su primera novela, y la única junto a esta que se ha traducido al castellano—, Lavagnino se caracteriza por su narración elusiva, sutil, íntima, precisa, de tensión creciente, que obliga a leer entre líneas porque el significado va más allá de lo explícito. Y, de nuevo, vuelve a centrarse en una mujer, en los asuntos que le resultan próximos, en las tensiones a las que se enfrenta. Al mismo tiempo, la autora se distancia de su debut con la introducción de la incapacidad de callar como un elemento alegórico que desencadena la acción. Con Un granizado de café con nata, se ganó la admiración de Leonardo Sciascia, que la compara con Pirandello (en concreto, con su obra Uno, ninguno y cien mil, publicada en 1927) en el epílogo.

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