Edición:
Pre-Textos, 2006 (trad. Fernando Sánchez Alonso)
Páginas:
160
ISBN:
97884819173033
Precio:
17,00 €
A veces, por la calle, Ginia tenía que pararse porque notaba de pronto el olor de las noches de verano, los colores, los sonidos, la sombra de los plátanos. Pensaba en aquellos días en medio del barro y de la nieve y se detenía en una esquina presa de un gran deseo. «Seguro que vuelve el verano. Todas las estaciones se repiten», se animaba. Pero en el fondo aquello le parecía imposible, ahora que estaba sola. «Soy una vieja. No hay que darle más vueltas. Todas las cosas bonitas han terminado». P. 153.
Cesare Pavese (Santo Stefano Belbo, 1908-Turín, 1950) fue galardonado con el Premio
Strega, el más importante de las letras italianas, por la obra El bello verano, publicada en 1949, que
comprendía tres novelas independientes, que tienen como puntos en común el
simbolismo del verano y la recreación de su Piamonte natal: El bello verano, escrita en 1940, El diablo en las colinas, de 1948, y Entre mujeres solas, de 1949. Las tres
se han editado por separado en su traducción al castellano, de modo que esta
edición de Pre-textos solo incluye el primer libro, correspondiente a su etapa
de juventud, por lo que está más próximo a De
tu tierra (1941) o La playa
(1942) que a la póstuma La luna y las
hogueras (1950), considerada su obra maestra. Aunque se le suele encuadrar
en el neorrealismo italiano de
posguerra —y, en efecto, condensa los atributos principales del movimiento,
como el retrato de las clases desfavorecidas y la narración cronológica y sin
florituras, accesible para muchos lectores—, Pavese desarrolló un interés
particular por la dimensión simbólica de la realidad, por lo que sus historias
no deben leerse solo como tramas de denuncia, ya que su significado trasciende
las acciones cotidianas. Más allá de su producción literaria, que abarca
narrativa, poesía, ensayo y diarios, se conoce a Pavese por su condición de
«inadaptado» —Frédéric Pajak (Suresnes, 1955) la explora en su
ensayo gráfico La inmensa soledad
(2011)—, además de por su implicación en la editorial Einaudi, para la que
tradujo a escritores de renombre, sobre todo norteamericanos, como Faulkner,
Steinbeck o Hemingway. Allí coincidió con su amiga Natalia Ginzburg (Palermo,
1916-Roma, 1991), que lo recuerda en Léxico
familiar (1963).
El bello verano
narra una historia llana que se ha contado muchas veces: la iniciación de una joven a la vida adulta. Ginia, una muchacha
turinesa que trabaja en un taller de costura, traba amistad con Amelia, una
modelo desinhibida, unos años mayor que ella, que alimenta sus fantasías
hablándole de sus posados. Amelia, en el fondo, es una chica tan humilde como
Ginia, que coquetea con el ambiente bohemio (y turbio) de la ciudad; pero la
protagonista, remilgada, que apenas ha salido de la zona de confort de su hogar
y de las amigas de siempre, se siente fascinada por los relatos de Amelia, por
el hecho de mostrarse ante un pintor, de relacionarse con hombres. Amelia le
presenta a dos amigos, pintores de poca monta: Rodrigues, un tipo raro que le
suscita desconfianza, y Guido, un chico de familia campesina, que vive en la
ciudad mientras realiza el servicio militar. Ginia se fijará en este último,
aunque, en estas historias, ya se sabe: las atracciones se entrecruzan entre
los cuatro y uno no siempre se encapricha de quien más caso le hace.
De este modo, la protagonista, que en las primeras páginas se escandaliza al tener
noticia de las experiencias íntimas de sus conocidas, pasa por un proceso de
maduración que la lleva a descubrir el
cuerpo, la feminidad, el deseo y el amor.
Bajo
esta aparente simplicidad —que se extiende a la forma: escritura pulcra y
poética, sin barroquismos, narrador omnisciente, estructura de capítulos breves
lineales, ritmo ágil, como de una novela popular—, Pavese construye una fábula sobre
la pérdida de la inocencia que destaca por su construcción de significados. El
principal, el simbolismo del verano:
Ginia conoce a su amiga Amelia en pleno verano, una época que, ahora que
dispone de libertad, disfruta más que nunca (basta fijarse en la evocadora frase
con la que comienza la obra: «Por
aquel entonces siempre era fiesta», p. 9). Luego, se acabará el verano y lo
añorará. La estación estival se asocia a la transición a la vida adulta, al
abandono de los últimos resquicios de la infancia —la timidez, la vergüenza, el
pasmo— para adentrarse en la frenética diversión juvenil, la ilusión, la
esperanza hacia el futuro; una etapa en la que la protagonista vive
experiencias nuevas que la llenan de emoción. El resto del año
representa el peso de la madurez desengañada, las responsabilidades (el trabajo
y las tareas del hogar frente al ir y venir de las vacaciones), la nostalgia
por el verano que no volverá, porque, aunque la estación se repita, el rito de
paso simbólico de una edad a la otra solo se produce una vez, como se
reflexiona en el fragmento citado al principio. Esta concepción del verano
reverbera en muchos autores posteriores, como Elena Ferrante (Nápoles, 1943) en
La amiga estupenda (2011) y, sobre
todo, Un mal nombre (2012), donde el
verano tiene una importancia primordial para el coming-of-age de las protagonistas; y en Erri De Luca (Nápoles,
1950), en obras como Tú, mío (1999),
sobre la iniciación de un joven durante las vacaciones, en las que también se hace
amigo de un muchacho mayor que lo introduce en otro ambiente.
Los contrastes entre el campo y la ciudad, típicos de
Pavese, adquieren asimismo una dimensión simbólica que se relaciona
estrechamente con la concepción del verano, puesto que los paseos al aire libre
en el monte transcurren durante esta estación. El personaje del pintor Guido,
además, expresa su añoranza por los escenarios de su niñez, las colinas del
Piamonte («Yo sólo estoy bien en lo alto de una colina», p. 103). Ginia, ingenua,
se sorprende ante esta fidelidad a los orígenes campesinos; ¿vivir en la ciudad
no debería considerarse un progreso? Sin embargo, para Pavese, la ciudad y todo
lo que se vincula a la noción de «progreso» (urbanización, ferrocarril, empleo
precario) está empañado de los mismos significados que el invierno, a saber: la
soledad, el peso de las obligaciones, la rutina. Las (abundantes) referencias
al campo, la naturaleza y las colinas, en cambio, aparecen como sinónimos de
verano, libertad, juventud, alegría («Maldecía la nieve y el frío, que nunca
dejaban hacer nada, y se anticipaba aturdida por la promesa del placer, al
siguiente verano en que irían a la colina y pasearían de noche y abrirían de
par en par las ventanas del estudio», p. 134). La oposición se extiende a las
situaciones de los personajes: Ginia, a pesar de vivir con su hermano, sufre la
ausencia de sus padres y está bastante sola, anclada al taller de costura al
que cada vez le cuesta más acudir. Como consecuencia, su contacto con la modelo
y los pintores (aunque sean profesionales de tres al cuarto) resulta
equiparable a entrar en otro mundo, en el que el cuerpo femenino, desnudo o
vestido, y el uso de los colores en los cuadros adquieren también su simbolismo
(«En su país hay muchos colores […]. Se le indigestaron cuando era pequeño y
ahora pinta sin ellos. Pero es muy bueno», p. 102).
Cesare Pavese |
Con un aire melancólico, El bello verano evoca la fruición del
descubrimiento juvenil y su desencanto posterior, en forma de una fábula llena
de contrastes que son marca de Pavese (la fiesta y la tristeza, el verano y el
invierno, el campo y la ciudad, el amor y la soledad, la juventud y la madurez).
El relato, sin estridencias ni pomposidades, muestra a unos personajes que se
van desvelando poco a poco, con una tensión narrativa creciente que culmina en
clímax. En comparación con sus obras posteriores, como Entre mujeres solas (1949), esta novela
puede parecer modesta (la escritura no es tan rica, el planteamiento en general
resulta más plano), pero, precisamente por narrar una historia tan limpia, El bello verano posee un encanto difícil
de explicar, un encanto de la sencillez —una sencillez solo en apariencia,
porque la escritura «sencilla» siempre es el resultado de mucho esfuerzo, de un
trabajo de depuración que solo está al alcance de los grandes narradores—, un
encanto, en fin, que la convierte en una lectura cautivadora.
Imagen:
Campo de trigo al atardecer, de Van
Gogh (1888).
Uno de los primeros libros que leí cuando estaba empezando a estudiar italiano hace ya más de 15 años (¡cómo pasa el tiempo!). Guardo un bonito recuerdo de su lectura y desde entonces, Pavese se convirtió en uno de esos autores a los que suelo volver con mucho gusto :)
ResponderEliminarMe alegro de que a ti también te haya gustado.
Besos!
Ha sido una buena toma de contacto con la obra del autor. Ahora estoy leyendo "Entre mujeres solas", que está muy bien.
EliminarNo era un autor que me llamara especialmente pero con tu reseña me has hecho cambiar de opinión.
ResponderEliminarBEsotes!!!
A mí me parece un autor fácil de disfrutar. Es tan ameno, tan poético... Y tiene esa mirada nostálgica al pasado que muchos compartimos.
EliminarLo leí en dos ocasiones, bastante distanciadas en el tiempo, las dos los disfruté muchísimo, el pequeño libro a través del cual entré en Pavese, autor que hasta cuando narra suena a poeta, y en cierto modo, si se quiere, murió o se dejó morir de poesía.
ResponderEliminarFelicidades por el post. Un saludo.
Conocimos a Pavese por el mismo libro, pues. Este año lo he leído bastante y su universo literario me tiene fascinada.
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