28 noviembre 2019

Un chelín para velas - Josephine Tey


Edición: Hoja de Lata, 2019 (trad. Pablo González-Nuevo)
Páginas: 320
ISBN: 9788416537495
Precio: 21,90 €

En los últimos años, Hoja de Lata está recuperando, con buen criterio, la obra de una de las grandes autoras británicas de la época dorada del género policial: Josephine Tey (Inverness, 1896 – Londres, 1952), coetánea de Agatha Christie, Dorothy L. Sayers y Anthony Berkeley, y conocida sobre todo por su perspicacia psicológica y su hondura social. Después de publicar algunos de sus títulos fundamentales –La señorita Pym dispone (1946), El caso de Betty Kane (1948) y Patrick ha vuelto (1949)–, la editorial apuesta por Un chelín para velas (1936), que pertenece al ciclo protagonizado por el inspector Alan Grant y fue adaptado al cine por Alfred Hitchcock bajo el título de Inocencia y juventud en 1937.
En la localidad costera de Westover, encuentran el cadáver de Christine Clay, una joven actriz de Hollywood que se hallaba en la cima de su carrera. Hermosa, admirada, casada con un hombre adinerado; tenía una vida perfecta, al menos en apariencia, tan perfecta como para despertar muchas envidias. Porque, como suele ser habitual, no faltan candidatos para haber terminado con ella, por rivalidad profesional, por celos de tipo amoroso o incluso para mejorar su propia reputación en el ambiente de las celebridades («A ninguno de nosotros le importaba lo más mínimo. Y a la mayoría nos viene de perlas que ya no esté», p. 75). Pero, por encima de la búsqueda del culpable, el crimen pone al descubierto que la existencia de Christine Clay no era tan apacible como parecía: se había instalado en el pueblo bajo una identidad falsa, para huir de los focos. Había acogido en su casa, además, a un huésped desconocido, que se convierte en el principal sospechoso. Sin embargo, ya se sabe que, cuando todas las pistas apuntan a alguien, tal vez sea porque el verdadero criminal es otro.
Fotograma de Inocencia y juventud (1937), basada en la novela.
Como investigador, el inspector Grant se erige como un tipo que lleva mal que los casos queden sin resolver; obstinado, observador, agudo, buen conversador al estilo british. En este caso cuenta con la colaboración de Erica, la hija del comisario, una adolescente curiosa que se inmiscuye en las pesquisas y, como quien no quiere la cosa, lo ayuda a desenredar el misterio. Forman un tándem tan cómico como eficaz: por un lado, la experiencia de él, sus tablas para desenvolverse en los peores escenarios; por el otro, el entusiasmo de ella, su ingenuidad, que, lejos de perjudicarla, dotan su punto de vista de una suerte de claridad, ya que puede analizar la situación, y a sus involucrados, sin los vicios de la mirada del policía consumado. Y da un toque de ternura a la novela, que nunca está de más.
Lo más interesante de Un chelín para velas, con todo, no es tanto la trama de investigación como el retrato de la doble cara del éxito en la figura de la actriz: ni era tan feliz, ni sus allegados la querían tanto como pretendían. Josephine Tey desmonta el sueño americano hollywoodiense: la actriz, de origen humilde en realidad, tuvo que construirse una coraza para sobrevivir en el mundo del cine, en medio de tensiones entre los actores y los directores, matrimonios desdichados y oportunistas de la farándula que quieren aprovecharse de ellos. Por fuera, una mujer triunfadora, que despierta la fascinación de todos; por dentro, una chica que muere sola, en extrañas circunstancias, lejos de casa, acompañada en sus últimos días por un desconocido con el que se cruzó por casualidad. Paradojas, o no tanto, de la fama.
Ese huésped, a propósito, encarna los valores opuestos al sueño americano: a medida que se hacen indagaciones, descubren que se trata de un chico arruinado, que vaga por los bajos fondos en busca de sustento. Pese a todo, es el único que llora la muerte de Christine. Con este personaje, la autora pone de relieve los contrastes de la sociedad, entre las ilusiones prefabricadas del universo del cine, que esconden las peores artimañas entre bambalinas, y los ambientes lúgubres y empobrecidos en los que, sin embargo, aún se puede encontrar lealtad, nobleza de valores. Todo ello, con comicidad y ligereza bien entendidas, el análisis social mordaz que tanto dominan los narradores británicos.
Josephine Tey
Por lo demás, Un chelín para velas cumple con creces lo que se espera de un policíaco de factura clásica: un misterio que capta el interés desde la primera página; un círculo de sospechosos cerrado, con personajes que abarcan distintas capas de la sociedad, a cada cual más pintoresco; un detective eficiente y carismático; una narración distendida, con sentido del humor y buenos diálogos; y, last but not least, un trasfondo social. No es la mejor novela del género, ni siquiera es la mejor de su autora; pero funciona, divierte y entretiene. Y eso no es poco.

13 noviembre 2019

Mi marido es de otra especie - Yukiko Motoya


Edición: Alianza, 2019 (trad. Keiko Takahashi y Jordi Fibla)
Páginas: 152
ISBN: 9788491814566
Precio: 14,50 € (e-book: 12,98 €)

El ojo clínico de los escritores japoneses para retratar los márgenes de la sociedad, a menudo con un toque absurdo u onírico, no termina con Hiromi Kawakami o Yoko Ogawa. He aquí una nueva voz, la de Yukiko Motoya (Ishikawa, 1979), que con Mi marido es de otra especie (2016) recibió el galardón más importante de Japón, el Premio Akutagawa. En la nouvelle que da título a esta compilación, se adentra en los entresijos de un matrimonio contemporáneo desde el punto de vista de una mujer aún joven que dejó de trabajar después de casarse y se ocupa del hogar mientras el marido trabaja. Este, cuando llega a casa, se acomoda en el sofá, engulle comida y se entretiene con distracciones fútiles. Ni romanticismo, ni comunicación, ni proyectos en común; en eso se ha convertido el día a día de la pareja. Hasta que de pronto la protagonista se percata de que su rostro cada vez se parece más al de su esposo y, al tomarlo como una señal de alarma, se da cuenta de que necesita un cambio.
El hecho de que marido y esposa se asemejen en el aspecto físico (o el hecho de que así lo perciba ella, un matiz distinto) simboliza, a la manera grotesca de los autores japoneses, la anulación de la voluntad de la mujer reconvertida en ama de casa. En cuanto renuncia al empleo y a cualquier actividad rutinaria ajena al hogar, la protagonista se mimetiza con su entorno, en el que el marido actúa como piedra angular. La novela pone de manifiesto que la violencia del patriarcado puede ejercerse de formas sutiles: el esposo no se muestra agresivo ni tirano con ella a primera vista, sino que más bien tiene un carácter indiferente, cansado; él padece en suma sus propios problemas, la abulia del trabajador consumido por las fuerzas de producción que al llegar a casa muda en un recipiente de lo que la sociedad ha prefabricado para mantenerlo sometido: la comida grasienta, el entretenimiento. Es esa resignación la que se contagia a la protagonista, que adapta sus ritmos cotidianos a los de él, sin detenerse a pensar en lo que eso conlleva hasta el momento en que detecta su transformación.
La narradora confía su inquietud a una vecina, lo más parecido a una amiga. Esta, a su vez, le revela que ella y su marido tienen problemas con su perro y se están planteando deshacerse de él; tan solo los retiene la crueldad que implica esta decisión. La autora traza un paralelismo entre ambas parejas: en apariencia, matrimonios estables, «corrientes» (con lo que quiera que signifique esto); por dentro, no obstante, conviven en una intimidad desnaturalizada, unos por sucumbir al aletargamiento, los otros porque el tercer miembro ha alterado su quietud. Las dos mujeres tratan de reconducir sus relaciones, pero, quizá por encima de todo, la historia examina el sobresalto que se produce ante una pérdida de control: ni la narradora esperaba que el matrimonio fuera un montón de frituras, ni su amiga se veía pensando en abandonar a un perro. La vida, sin embargo, las sitúa en encrucijadas que no concebían, y por eso mismo ellas también se convierten en mujeres que no concebían.
Yukiko Motoya
Eso en cuanto a Mi marido es de otra especie, que culmina en un desenlace entre poético y extraño, especialidad de los japoneses. La novela está acompañada de tres relatos cortos, «Los perros», «El baumkuchen de Tomoko» y «Un marido de paja»: de nuevo, mujeres insatisfechas, de nuevo, una indagación de los vínculos entre el ser humano y su entorno, con elementos alegóricos y la presencia de la comida, la naturaleza y los animales. Como leitmotiv, la soledad, una soledad que tanto puede hallarse en una cocina a priori acogedora como en una cabaña aislada de la civilización. Al principio hablé de márgenes, pero tal vez lo que retrata Yukiko Motoya no lo sean, o no tanto: porque, al fin y al cabo, cada pareja, cada individuo, posee su propia disfuncionalidad, sus reglas internas que nadie más conoce. Quizá el error sea creer que todos somos de la misma especie. O, mejor dicho, quizá el error sea asumir que pertenecer a la misma especie es algo deseable.

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