25 febrero 2013

Carlos, Paula y compañía - Fernando Alcalá



Edición: HQÑ, 2013
Páginas: 339
ISBN: 9788468731339
Precio: 2,99 € (solo disponible en e-book)

Hay cosas que un hombre jamás debería consentir. No debería permitir que se le cayera el pelo antes de los treinta, que dejaran de echar el fútbol por la tele, que una chica le ganara a los videojuegos, que alguien comprara su ejemplar reservado de la revista Playboy en el kiosco de la esquina o que, de pronto, su madre se negara a hacerle la colada. Está claro que esto es completamente inaceptable; pero, aun así, por encima de estas cosas, aún hay algo que un hombre no debería pasar por alto. Nunca, jamás en la vida, bajo ningún concepto, en ninguna ocasión, cualquier hombre que se vistiera por los pies debe aceptar que su novia y su mejor amigo más guapo, más listo y con más éxito que él se conozcan. Mucho menos que hablen a escondidas. Y mucho, muchísimo menos, que acaben acostándose.

Con estas palabras arranca Carlos, Paula y compañía, una comedia romántica fresca y actual que tiene una particularidad muy interesante: está escrita por un hombre y contada desde el punto de vista del chico que la protagoniza. Es lo que se considera una novela de dick-lit o lad-lit, la versión masculina del género chick-lit. Su autor, Fernando Alcalá (Cáceres, 1980), es profesor de secundaria y ha publicado previamente una novela juvenil (Ne obliviscaris) y una infantil (Tormenta de verano). Con su nuevo libro no solo demuestra que no quiere encasillarse en la literatura para niños y jóvenes, sino que además deja claro que es un autor versátil al que no se le caen los anillos por narrar un tipo de historia que, en principio, siempre se ha asociado más a las mujeres. La obra ha sido primera finalista del Premio HQÑ Digital de novela romántica, una iniciativa de Harlequin Ibérica para promover a los autores de habla hispana gracias a la publicación de sus títulos en formato digital.

En general, Carlos, Paula y compañía narra el chico conoce a chica que todos conocemos. Él es Carlos, torpe, obstinado y espontáneo; y ella es Paula, dulce, inteligente y atenta. Les acompañan Óscar, Rey y Marcos, tres secundarios de lujo que ponen la nota de humor (y de perversidad) a la historia. El más completo me parece, sin duda, Carlos, un narrador tan normal y cercano que enseguida inspira simpatía. El fragmento citado al principio solo es una pequeña muestra: toda la novela está escrita con el mismo estilo ágil y divertido, con muchos diálogos que le dan fluidez. En los demás personajes se podría haber profundizado más, en especial en Paula, aunque comprendo que vista a través de los ojos de Carlos resulta lógico que parezca una joven demasiado perfecta. En cualquier caso, esta cuestión es bastante habitual en el género, puesto que cuando el relato está narrado desde la perspectiva de la chica ocurre lo mismo con su visión del enamorado.

Por otro lado, la trama engancha desde el principio y mantiene al lector con una sonrisa en los labios; es un libro para pasárselo bien leyendo y desconectar de la rutina. Tiene sus momentos de chicos contra chicas y viceversa, y por supuesto algunos más exclusivos de los hombres, lo que supone una novedad muy atractiva. A propósito del tema, el hecho de estar narrada por un chico no implica que sea una lectura exclusiva para chicos: yo he disfrutado tanto como cuando son ellas las protagonistas, pero, además, creo que también puede gustarles a ellos porque carece de todos esos detalles típicamente femeninos que abundan en el chick-lit (salidas de compras, cotilleos entre amigas, anotaciones de diario a lo Bridget Jones…). Aunque de entrada el planteamiento pueda parecer previsible, tiene algún giro argumental bien traído y su final es uno de los más bonitos que recuerdo de las novelas de este tipo.

Por si fuera poco —y este es con probabilidad uno de sus rasgos más característicos—, está ambientada aquí, en nuestra tierra, y tiene todo el sabor español para que nos resulte próxima (sin caer en los tópicos de la España profunda ni pretender hacernos una ruta turística por los edificios más emblemáticos de la zona). Sí, señores: no hace falta buscar en el mercado anglosajón para leer una buena comedia romántica. Carlos, Paula y compañía aprovecha el material autóctono para hacernos disfrutar con bromas, refranes y expresiones que cualquier persona de la edad de los personajes emplea a menudo. Utiliza un vocabulario actual, cercano y natural, un tono simpático sin pretensiones que enseguida conquista al lector por su franqueza.
Fernando Alcalá.

Seas hombre o mujer, si buscas una lectura para divertirte y pasar un buen rato no te pierdas Carlos, Paula y compañía, una novela en clave de humor sobre las relaciones chico-chica muy afín a la realidad de la calle y sin más pretensiones que entretener. Fernando Alcalá sabe lo que se hace y ha logrado escribir esta obra desde una perspectiva sincera y espontánea que no cae en las estridencias ni en el lenguaje soez. En definitiva, una historia simpática, fresca y adictiva que demuestra que no hace falta buscar en el mercado anglosajón para leer una buena comedia romántica.


Enlaces de interés:
Página de Facebook de Carlos, Paula y compañía.
Lista de tiendas online donde comprar el libro.

24 febrero 2013

Se cumplen 110 años del nacimiento de Irène Némirovsky

Hoy, 24 de febrero, se cumplen 110 años del nacimiento de Irène Némirovsky (Kiev, 1903-Auschwitz, 1942), una escritora a la que he leído con fruición durante los últimos años y que me parece una apuesta segura para los amantes de la buena literatura. Tengo que puntualizar que en realidad nació el 11 de febrero correspondiente al calendario juliano que se utilizaba en su tierra natal, y la fecha equivalente en el calendario gregoriano es el 24 de febrero. Curiosidades aparte, Némirovsky demuestra por qué las recuperaciones de libros de ayer enriquecen tanto nuestro mercado. La autora publicó numerosas novelas en vida, pero después cayó en el olvido y no fue hasta el descubrimiento de Suite francesa (2004), su obra más ambiciosa, que se le dio el reconocimiento que merecía con la entrega del Prix Renaudot a título póstumo y la publicación de sus libros en muchos países. Con esta entrada no pretendo escribir un artículo repleto de datos biográficos (para eso ya está la Wikipedia), sino rendirle mi pequeño homenaje con un texto personal en el que explico los motivos por los que su obra me fascina tanto.

Recuerdo que la primera vez que oí hablar de Irène Némirovsky fue (para variar) en boca de otros lectores que recomendaban sus libros y elogiaban las virtudes de la prosa de esta novelista. Entonces yo era una lectora con menos bagaje que ahora, a menudo me conformaba con el simple entretenimiento y no era consciente de que me estaban hablando de una gran escritora, de las que dejan huella, de las que saben utilizar con maestría las palabras. Tal vez por eso, por no saber elegir mis lecturas tan bien como ahora, tardé demasiado en descubrirla y empecé El ardor de la sangre como si fuera una obra cualquiera; lo único que rondaba en mi cabeza era que estaba escrita por aquella autora que tuvo una muerte tan trágica y que unos años atrás había sido redescubierta con una novela inacabada. En aquel momento ni siquiera intuía lo que podía llegar a significar ese nombre para mí; solo esperaba una buena lectura que probablemente caería en el olvido con el tiempo, como sucede con tantos otros libros que inundan las estanterías. Pero no fue así, y nadie sabe cuánto me alegro de ello.

Cuando leí El ardor de la sangre descubrí a una escritora elegante que en unas páginas es capaz de plasmar la pasión y la hipocresía del mundo rural de principios del siglo XX. Su forma de escribir me cautivó, aunque no fue hasta más tarde, con mi acercamiento a Los perros y los lobos, que me sentí realmente fascinada por la habilidad de Némirovsky. En esta última novela encontré su visión de la diferencia de clases y, de nuevo, personajes que actúan con ímpetu y ardor. Además, a pesar de su corta extensión, todos los libros de la autora hacen un retrato magnífico del contexto histórico y social de los ambientes que conoció (desde su niñez en Ucrania a los albores de la Segunda Guerra Mundial en París), son creaciones ricas en matices que están muy por encima del libro medio que se publica hoy en día. Por eso, Los perros y los lobos me encantó, no con el gancho fácil y el sentimiento inmediato que provocan algunas novelas, sino con la calma que solo tienen los grandes, con la sensación de que a medida que pasaba el tiempo cada vez recordaba mejor algunos pasajes de la obra y era consciente de aspectos que en la primera lectura se me pasaron por alto. Todavía me sigue ocurriendo hoy en día, de ahí que Némirovsky me fascine de este modo: no importa tanto el placer rápido y fugaz, sino el poso que deja con el paso del tiempo, algo mucho más difícil de conseguir.

Después de esas dos primeras lecturas y con el convencimiento (ahora sí) de estar ante una gran escritora, leí El vino de la soledad y Jezabel, que me permitieron descubrir un tema importante en la vida de la autora que también se trata en El baile: la infancia difícil junto a una madre narcicista. El vino de la soledad, que me parece la mejor novela de Némirovsky de las cuatro que he leído (aunque no la más recomendable para leerla por primera vez, porque también es la más dura), recorre los escenarios de su niñez y su juventud con una trama en la que a ratos me costó avanzar, pero que ahora recuerdo por el buen sabor de boca que me dejó ese desenlace cargado de esperanza, tan parecido, a su manera, al de Los perros y los lobos. Jezabel, por su parte, me pareció una novela más cosmopolita por los ambientes en los que se mueve la protagonista y con ella descubrí otra faceta de Némirovsky: la narración de un juicio, una escena trepidante en la que, como siempre, plasma con sutileza y acierto las emociones de todos los presentes.

Némirovsky es sinónimo de elegancia, de concisión, de fuerza, de pasión, de hijas que se llevan mal con sus madres y de finales agridulces, pero también de todos los temas particulares que trata con brillantez en cada uno de sus libros. Me encanta su forma de escribir y de ver el mundo, y no dejo de asombrarme por cómo la literatura tiene esa cualidad de atemporal que hace que los lectores de un tiempo y un lugar tan diferentes a los que conoció la autora podamos fascinarnos con sus obras tanto o más que con las que hablan de asuntos cercanos o de ambientes clásicos más populares; es la magia de la literatura, de la buena literatura. Sé que ahora debería correr a leer El baile y Suite francesa, los libros de Némirovsky más leídos en España por haber sido los primeros en publicarse después del redescubrimiento. Seguro que son unas joyas (de hecho, los tengo en la estantería para leerlos este año), pero quiero reivindicar que sus novelas menos conocidas también lo son y merecen que los lectores se interesen por ellas. Quiero seguir leyendo a la autora como lo hago siempre con los escritores que me fascinan: despacio, dejando pasar unos meses entre libro y libro para experimentar más sensaciones cuando los empiece y no arriesgarme a caer en la monotonía.

Con esta entrada no pretendo contagiar mi entusiasmo e intentar crear más lectores de Némirovsky (o sí), porque aunque su calidad es indudable sé que en mis palabras hay un añadido, el sentimiento especial de alguien a quien esta autora le embelesa, le identifica como lector y le traspasa. Sin embargo, las reseñas de sus obras que he publicado suelen recibir pocas visitas, de modo que deduzco que no interesa mucho a los lectores. Tengo claro que sus novelas no son para las masas, pero, sea como sea, una escritora como Irène Némirovsky no merece ser olvidada, y para no olvidarla hay que leerla, poco o mucho, pero leerla.

22 febrero 2013

Los buenos articulistas



Navego, leo, pienso, comento. Hago mi ruta periódica (a veces diaria, casi siempre semanal) por la red y absorbo las palabras de los redactores generosos que me proporcionan pequeñas piezas para avivar el intelecto o hacer brotar en mí alguna emoción. Me gusta leerlos con atención, frase tras frase, empaparme de su escritura y meditar durante unos minutos sobre lo que han escrito, sin prisa, con esa calma de un domingo por la mañana en el que no hace falta mirar el reloj. Nunca me he sentido identificada con quienes desean abarcarlo todo, devorar textos en diagonal y quedarse solo en la superficie. Yo soy lenta por naturaleza, y quizá por eso disfruto más de los placeres tranquilos, de detenerse a analizar la calidad de una composición aunque eso reste tiempo para descubrir otras, porque sé que cuando encuentro una buena me deleito más que con cuarenta narraciones mediocres. En ocasiones son autores con sentido del humor, y me hacen sentir una gran admiración por mi incapacidad para narrar escenas divertidas sin que resulten forzadas o caigan en el humor más simple. Otras veces me topo con algunos con un gran espíritu reivindicativo, y conecto con su crítica, que me abre nuevas perspectivas y fomenta en mí el maravilloso ejercicio de reflexionar. También me siento impresionada por los que son capaces de crear una pequeña obra de arte a partir del tema más trivial; ellos son los que más me fascinan, los que saben manejar las palabras con mucha poesía y creatividad. A todos ellos, gracias, gracias por vuestra generosidad, por compartir con los demás vuestras muestras de talento en lugar de guardarlas en un archivo o concentrar toda vuestra energía en un libro. Siempre se alaba a los escritores que han publicado una novela, aunque su valor sea insignificante, por eso quiero hacer este sencillo homenaje a los que escriben en la red, en blogs o en diarios, y lo hacen muy bien, con cuidado, con inteligencia y con respeto por el lector. No importa si además son novelistas o poetas; lo que valoro en este caso es su faceta como articulistas, un trabajo efímero que merece su reconocimiento por todo lo que aporta cuando está bien hecho, y porque transmitir ideas y sentimientos en textos breves resulta útil y eficaz. Es una triste ironía pensar en el tiempo que leemos espacios de Internet y sin embargo cuán olvidados están los buenos redactores cuando pensamos en nuestros escritores preferidos. Ellos también son escritores a su manera, porque dominan la palabra escrita y lo demuestran con frecuencia. Por eso mismo les doy las gracias, por su dedicación y su buen hacer, da igual si está recompensado con dinero o no, lo que importa es su habilidad, y si consiguen que les dedique unos minutos de mi tiempo es porque el trabajo que hacen para mí merece la pena.

20 febrero 2013

Ensueños - Conrad Roset y David Aceituno



Edición: Lumen, 2012
Páginas: 96
ISBN: 9788448833800
Precio: 21,95 €

Leer, soñar, imaginar. Evadirse de la realidad para adentrarse en un mundo mágico de colores suaves y acogedores, donde habitan los personajes más variopintos de la literatura universal y podemos navegar junto a ellos en un barco pirata, acudir al baile con Cenicienta o escondernos en el zapato en el que la Princesa Minúscula duerme plácidamente. Son lugares de ensueño, lugares de los que nadie querría escapar, pero también es posible caer en las garras de una pesadilla oscura, protagonizada por un ser malvado que pretende hacernos daño. Cuando ocurre eso, despertar del sueño no parece tan mala idea.

El álbum Ensueños, ilustrado por Conrad Roset (Terrassa, 1984) y con textos de David Aceituno (Badalona, 1977), nos invita a entrar en el extraordinario mundo de los sueños, un universo de tonos pastel lleno de poesía que ha sido cuidado al detalle para cautivar a los lectores tanto como su predecesor en la colección, esa pequeña joya llamada Besos que fueron y no fueron con la que tiene mucho en común y que ningún amante de los álbumes ilustrados debería perderse. Ensueños mantiene al autor de los textos y cambia de ilustrador —cosa que me parece un acierto porque, aunque adoro los dibujos de Roger Olmos, de este modo el público puede conocer técnicas de ilustración diferentes—; por encima de todo, desprende ese encanto y esa demostración de trabajo bien hecho que ya me cautivó hace un año.

Los textos de Ensueños están en la línea de Besos que fueron y no fueron: fragmentos breves, poéticos, algunos sentimentales, muchos simpáticos, que no siguen un orden lineal y son perfectos para leer al azar durante una tarde melancólica de domingo. Este tipo de álbum me encanta porque tiene una extensión que justifica su precio y además permite desplegar un amplio abanico de temas; no es un simple cuento. Por ejemplo, hay abundantes guiños a diversos personajes de los clásicos de la literatura infantil (princesas, Peter Pan, El mago de Oz…), para los que David Aceituno imagina posibles sueños, y también hay páginas especiales con juegos divertidos. Todo en él rebosa imaginación, ternura y cuidado de los detalles, las palabras se integran en las imágenes y se nota que ha habido una gran labor de edición detrás para que todas las piezas encajen.

Con respecto a las ilustraciones, no soy (ni mucho menos) una especialista en el asunto, pero desde mi ignorancia puedo deciros que tienen un efecto «aguado» que en mi opinión potencia todavía más ese carácter efímero de los sueños. La mayoría tienen tonalidades suaves, como la de la cubierta, un mundo de nubes de algodón de lo más dulce y entrañable, aunque hay algunas de colores vivos, adecuadas para reflejar la personalidad de los personajes y escenarios que representan. Son dibujos en los que prima el color sobre el detalle, la forma en la que la pintura se distribuye para lograr crear estos efectos. Personalmente, me gustaron más las ilustraciones de Roger Olmos en Besos que fueron y no fueron, sobre todo por la expresividad de sus rostros y su enorme dulzura, pero las de Conrad Roset también son muy bonitas y a mi parecer encajan perfectamente en Ensueños.

Cambiando de tercio, lo que más me cautiva de este tipo de álbumes no es solo su riqueza de contenidos y la belleza de sus imágenes, sino su capacidad para sacarme una sonrisa y sorprenderme página tras página: lo abro, leo el texto, miro la ilustración que lo acompaña, me lleno de su sentimiento. Ensueños ha conseguido hacerme sonreír y me ha maravillado por la poderosa imaginación que demuestran los textos (¡nunca el tema onírico había dado tanto de sí!). Tanto por esto como por su formato —está publicado en papel de calidad y sus dimensiones son de 27 x 30 cm, es decir, estamos ante un álbum de gran tamaño—, lo considero un ideal para regalar a lectores de todas las edades, porque, aunque los personajes de la literatura infantil y el tono simpático de la narración puedan asociarse a los niños, la realidad muestra que este tipo de obras también gustan (y mucho) a los adultos.

En definitiva, estamos ante un álbum ilustrado muy tierno, con imágenes que brillan por su maravilloso uso del color y hacen un gran despliegue de personajes que tienen algo que contarnos sobre sus sueños. Se repite la fórmula de Besos que fueron y no fueron, pero con otro ilustrador para que los lectores no nos cansemos del mismo estilo y conozcamos otras posibilidades del dibujo. Si os gustó aquel álbum de los besos, no os podéis perder Ensueños; y si no conocéis ninguno de los dos, tenedlos en cuenta como idea de regalo (o autorregalo), porque quedaréis divinamente y os pueden salvar en aquellas ocasiones comprometidas en las que se quiere regalar algo especial y no se sabe el qué. Por mi parte, solo me queda añadir que espero que la editorial continúe trabajando en esta línea, con álbumes completos y creativos que, por si fuera poco, apuestan por el talento de los autores autóctonos. ¿Qué más se puede pedir?

15 febrero 2013

Escritores, redes sociales y exhibicionismo



Cuando el escritor deja de infundir respeto

Hace unas semanas un amigo que tengo agregado en Facebook escribió algo parecido a esto: «Qué pesada es la gente que cuenta lo que hace en cada momento. ¡Hala, me voy a cagar!». Las redes sociales tienen muchas ventajas, pero también un problema: la pérdida de intimidad de forma voluntaria en cuanto el usuario decide explicar más cosas de la cuenta. Por desgracia, los escritores no son inmunes a ello y los que los seguimos a través de estos medios a menudo nos encontramos con actitudes que denotan una gran falta de profesionalidad y hacen que, al menos a mí, me dejen de infundir el respeto y la admiración que quiero sentir por los autores que me interesan.

Me parece que algunas personas no son conscientes de que un escritor no solo debe preocuparse por lo que escribe, sino también por cuidar su imagen y mantener una reputación, sobre todo cuando se está empezando (digamos que es más fácil perdonar un desliz al que está consolidado y tiene un público fiel que seguirá comprando sus libros haga lo que haga). Sin embargo, son muchos los que hacen un mal uso de las redes sociales, bien porque hablan de aspectos de su vida privada que no interesan a nadie, bien porque hacen declaraciones inoportunas, como emprender una guerra de malos modos contra cualquier lector que diga algo negativo de su obra. Tampoco me gusta encontrar una redacción descuidada en las redes, es como si un médico de repente olvidara todos sus conocimientos de medicina al salir del hospital. También resulta decepcionante conocer la falta de bagaje lector de algunos, porque cuando hablan de sus lecturas o responden entrevistas parece que no salen del universo best-seller. No obstante, lo peor quizá es esa tendencia insoportable a contar con pelos y señales cada paso que dan en lo que están escribiendo (que si hoy han terminado un capítulo, que si buscan a un historiador entre sus contactos porque necesitan documentarse, que si preguntan a los lectores sobre qué les gustaría que escribieran…). Seguro que los seguidores de Harry Potter estarían encantados si J. K. Rowling lo hiciera, pero estamos hablando de autores noveles y/o desconocidos que de entrada no interesan a nadie más que a su círculo de amistades.

Todo esto no hace falta, de verdad. Entiendo que al autor le pueda hacer ilusión explicar lo último que ha escrito y que le resulte entretenido comentar que le duele la garganta o que ayer cenó en un restaurante japonés, pero a los lectores no nos interesa. Cuando sigo a un autor es para estar al día de sus últimas noticias y para, si él quiere, saber algo más sobre cómo es y cómo piensa. No busco actualizaciones de estado que acaben en «jejeje», fotografías de él recién levantado o frases demagogas sobre política para ganarse el aplauso fácil. Me gusta pensar en el escritor como un intelectual que me hace sentir admiración cuando lo leo, un profesional inteligente que controla el panorama literario y me infunde respeto por sus conocimientos. También es una persona como cualquier otra que come, se enfada y dice tonterías, pero en mi opinión ese lado solo deberían conocerlo sus allegados, no los que nos acercamos a él por su obra.

Hay muchas maneras diferentes de utilizar las redes sociales de forma adecuada: algunos autores mantienen un papel neutro y se limitan a escribir de vez en cuando para hablar de sus libros y presentaciones; otros también opinan sobre actualidad y recomiendan novelas o películas; los que colaboran con la prensa suelen enlazar su trabajo y con ello fomentan un debate interesante… No existe una única manera válida de moverse en la red; cada escritor debe encontrar la que se adapta más a él o incluso renunciar a esta vía de promoción (una opción tan legítima como las otras; de hecho, cada vez admiro más a los que saben guardar un elegante silencio y dedicarse a escribir sin hacer público cada paso que dan).

La frontera entre la cercanía y la vulgaridad se mueve en una escala de grises y yo no estoy dispuesta a comprar la falta de profesionalidad que demuestran algunos escritores. Si se utilizan bien, las redes sociales son unas herramientas útiles para dar a conocer un libro; sin embargo, cuando se usan mal o en exceso su efecto puede ser contraproducente. Hay que saber encontrar el límite y tener cabeza para no caer en ese exhibicionismo tan poco recomendable para alguien que busca afianzar lectores.

Enlace de interés:


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