31 mayo 2018

La viña de uvas negras - Livia de Stefani


Edición: Altamarea, 2018 (trad. Raquel Olcoz; epílogo de Marta Sanz)
Páginas: 224
ISBN: 9788494833502
Precio: 18,90 €

Ha nacido una nueva editorial: Altamarea, dedicada a la literatura italiana, de la que aún queda tanto por descubrir a los lectores españoles. Con tres colecciones –narrativa del siglo XX, ensayo y libros infantiles–, empieza su andadura en ficción con La viña de uvas negras (1953), la primera novela de la siciliana Livia de Stefani (Palermo, 1913 – Roma, 1991), con la que obtuvo una gran repercusión y todavía no había sido vertida al castellano. La edición cuenta, además, con un interesante epílogo de Marta Sanz, que analiza el texto con minuciosidad y lo sitúa en una década en la que la literatura del país brilló de forma particular, con novelistas como Natalia Ginzburg, Elsa Morante o Giorgio Bassani, entre otros. En junio vendrá una recuperación de La playa (1942), de Cesare Pavese, en una nueva traducción, y ya han anunciado que un libro de la prestigiosa Dacia Maraini está en camino. No está mal, no está nada mal. De momento, hablemos de la obra de Livia de Stefani, una carta de presentación más que digna.
Livia De Stefani creció en una familia de terratenientes prósperos de Sicilia, donde vivió hasta los diecisiete años, momento en el que se estableció en Roma y comenzó a escribir. Aunque su estatus le permitió acceder a una educación privilegiada para las chicas de la época, sufría la opresión por los rígidos valores morales y las restricciones impuestas a los más desfavorecidos, en particular, a ellas. Este universo corrompido, patriarcal, desigual, constituye la esencia de su novela, que retrata un microcosmos tóxico en el que las mujeres y los más humildes están condenados a ser las víctimas, en sintonía con la Sicilia que plasmó Luigi Pirandello medio siglo antes en La excluida (1901). El patriarca se asienta como figura dominante (en la sociedad, en la familia) y su tiranía no solo no encuentra rival, sino que termina por destruir a sus allegados. Aquí no triunfa el bien sobre el mal; este es un libro feroz, que denuncia los abusos con un estilo claro y lírico. Literatura, eso es.
En la Sicilia de los años treinta, Casimiro Badalamenti se marcha de su pueblo natal, en el monte, para instalarse en una localidad costera. Se le relaciona con asuntos de la mafia, por lo que se ha visto obligado a huir para evitar más problemas. En su recién estrenado hogar convive con Concetta, una mujer «de mala vida» treintañera que siente que se le acaba la juventud y se aferra a él con la esperanza de mejorar sus condiciones antes de que sea demasiado tarde. Está decidida a quedarse embarazada, desea ser madre y, además, confía en que de este modo él se casará con ella. Y, tal como quiere, llegará un hijo y luego otro, pero las intenciones del autoritario Casimiro, que sigue metido en negocios turbios, estarán lejos de complacerla. Ni la maternidad ni la convivencia con él serán como Concetta esperaba. Años más tarde regresarán a la montaña, a la tierra de viñedos de los Badalamenti; un punto de inflexión que supondrá un revés doloroso y definitivo para el clan.
Livia de Stefani
La novela examina las relaciones de poder entre el patriarca y los demás: la mujer, los hijos y los vecinos del pueblo que se ven presionados por él. Los personajes resultan un tanto planos, pero eficientes para aquello en lo que sobresale la autora: el tratamiento sin paliativos de la violencia, los tabús, el tráfico de influencias, la falta de recursos para rebelarse. Incluso en este ambiente hay espacio para la esperanza, el amor desesperado, la ternura entre padres e hijos, el humor suave en las conversaciones cotidianas. No obstante, no atenúan el destino al que están abocados, un desenlace catártico coherente con el planteamiento; los buenos no se salvan en Sicilia. Por último, Livia De Stefani brilla asimismo por la poesía de su lenguaje, que se funde con el paisaje de la isla: las metáforas con la naturaleza, el simbolismo de elementos como la montaña y el mar, la riqueza de imágenes sugerentes y evocadoras. Un estilo rico, elegante y cuidado que contrasta con la crudeza de los hechos y engrandece más si sabe la obra. No da puntada sin hilo. Sin duda, un debut muy meritorio.

30 mayo 2018

El amor comienza - Marie Luise Kaschnitz


Edición: Hoja de Lata, 2018 (trad. Santiago Martín Arnedo)
Páginas: 208
ISBN: 9788416537389
Precio: 17,90 €

Marie Luise Kaschnitz (Karlsruhe, 1901–Roma, 1974) está considerada una de las autoras alemanas más importantes del siglo XX y fue galardonada con el Georg Büchner Preis, entre otros. Su niñez transcurrió entre Potsdam y Berlín. Tras terminar sus estudios, trabajó para una editorial de Múnich y, más tarde, pasó temporadas junto a su marido, arqueólogo de profesión, en Italia, Grecia, Turquía y el norte de África. Cultivó la novela, la poesía, el relato y el ensayo; una mezcla de disciplinas que se nota al leerla. Kaschnitz no es una desconocida para el público español: desde hace años, algunas editoriales con un criterio exquisito se han dedicado a rescatar las novelas La casa de la infancia (1956; Minúscula, 2009), Aún no está decidido (1970; Pre-Textos, 2008) y Lugares (1973; Pre-Textos, 2007), además de las compilaciones de relatos, La niña gorda y otros relatos inquietantes (1952; Hoja de Lata, 2015) y La sonámbula y más relatos inquietantes (1966; Hoja de Lata, 2017). La última recuperación ha sido El amor comienza (1933; Hoja de Lata, 2018), su ópera prima.
Nos habla Silvia, una mujer joven que vive en los años de la República de Weimar. Está casada con Andreas y su matrimonio parece razonablemente feliz. Eligieron llevar estilos de vida muy distintos: él tiene un empleo bien remunerado, que le asegura reconocimiento y unas relaciones profesionales gratificantes; ella, por su parte, se queda en casa, dedicada al ámbito doméstico. Este reparto les funciona hasta que emprenden un viaje juntos al sur de Italia, una aventura que marcará un punto de inflexión en la pareja. Es la primera vez que Silvia acompaña a su marido en una salida profesional; para ella, supone una oportunidad de abrirse al mundo, en un ambiente tan vivo como las ciudades italianas. Es, también, una oportunidad de conocer a Andreas fuera del hogar, en un entorno en el que sus roles adquiridos se difuminan. Y de conocerse a sí misma: este viaje será su despertar, el despertar de una conciencia dormida, el descubrimiento de que la existencia puede ofrecerle mucho más.
Como casi todo debut, El amor comienza tiene más de promesa, de insinuación, que de realidad. Su principal problema está en los excesos del estilo, que resulta ampuloso y recargado, le resta ritmo y fluidez a la narración. Da demasiados rodeos; se tiene la sensación de estar leyendo a una escritora que sin duda domina el idioma y sus giros, que firma páginas de un lirismo evocador, pero todavía le falta trabajar la composición de una novela en su conjunto y buscar la precisión. No sorprende que la autora brillara especialmente en el cuento, puesto que este estilo funciona mejor en la distancia corta, concentrado en pequeñas dosis. Aun así, pese a sus flaquezas El amor comienza no es una mala carta de presentación: esboza los rasgos que caracterizarían la narrativa de Kaschnitz, a saber, una poética oscura, desasosegante, en la que el miedo y la violencia –de muchos tipos– constituyen su núcleo, acorde con la época que le tocó vivir: el ascenso del nazismo y la posterior agonía de posguerra.
Marie Luise Kaschnitz
«El amor no era, como yo había creído, enemigo de la vida» (p. 196). Esta sentencia resume el viaje interior de Silvia: los aciertos de Kaschnitz residen en la elegancia con que utiliza el viaje como motivo de transformación y en la consiguiente metamorfosis íntima de la mujer. Silvia no es una heroína rebelde al uso: se sentía satisfecha como ama de casa, pero de pronto se percata de que hay más posibilidades, de que ha perdido el tiempo. Nadie regresa igual de un viaje, sobre todo si ese alguien no está acostumbrado a vagar por otros países; a Silvia le espera un proceso de autoconocimiento que pone en jaque sus cimientos. Medita con hondura acerca de lo que la separa de Andreas: «Era mayor que yo, había muchas cosas que él conocía y yo no, entre los dos se interponía una serie de años en los que él había vivido, había sentido alegría y dolor, mientras yo dormía aún con los ojos abiertos» (p. 26). Poco a poco, y no sin dolor, intenta pensar en otras formas de vivir su matrimonio. Vale la pena subrayar la ironía del título: el amor no empieza con el inicio de la relación, con los dos tórtolos enamorados, sino cuando la pareja, ya afianzada, aprende a amarse, cuando cada uno encuentra su espacio. Una vuelta de tuerca al tópico amoroso que todavía hoy nos invita a reflexionar.

28 mayo 2018

Quédate conmigo - Ayobami Adebayo


Edición: Gatopardo, 2018 (trad. Irene Oliva Luque)
Páginas: 334
ISBN: 9788417109493
Precio: 20,90 €

Quédate conmigo (2017), la primera novela de Ayọ̀bámi Adébáyọ̀ (Lagos, Nigeria, 1988), finalista del Baileys Women’s Prize for Fiction, se enmarca en las historias sobre mujeres «atrapadas» en una sociedad patriarcal, con la particularidad de situarse en Nigeria, un país donde perviven tradiciones que para los lectores occidentales resultan ajenas. Desde el principio sabemos que Yejide, la protagonista, se liberó: su relato comienza en 2008, con un regreso a ese lugar que abandonó quince años atrás. No obstante, cabe preguntarse cómo lo consiguió y a qué precio; no hay ruptura inocente. Eso nos lleva a la trama principal, el pasado, entre finales de los ochenta y principios de los noventa, una época convulsa para el país. Por aquel entonces, Yejide era una joven recién casada con Akin, al que había conocido en la universidad. Estaban muy enamorados y, además, conformaban un matrimonio «moderno» con respecto a sus progenitores: ambos, al ser personas cultivadas, trabajaban y rechazaban la poligamia. Pero todo se complicó cuando ella no conseguía quedarse embarazada.
La novela está narrada en primera persona, alternando los puntos de vista de ambos cónyuges, con predominancia de Yejide. En general, tiene un planteamiento bastante interesante y la primera parte (unas cien páginas) no está mal: ante la imposibilidad de concebir, los parientes se entrometen en el matrimonio e imponen la llegada de una segunda esposa. Ni siquiera el marido está de acuerdo, pero la presión familiar (sobre todo, de las mujeres de la generación anterior: madre, tías, madrastas, forzadas a su vez a compartir a su esposo) lo obliga a aceptarla. El mundo de Yejide se viene abajo: después de estudiar, de regentar su propio negocio, de pensar por sí misma, se ve tan anulada como muchas mujeres antes que ella. Hay una tensión entre la progresiva emancipación de las chicas y las costumbres autóctonas; la occidentalización se resiste a instalarse del todo, del mismo modo que las circunstancias políticas se resisten a estabilizarse; es un periodo de transición en más de un sentido.
El retrato de Yejide en esa primera parte muestra las presiones hacia una mujer de la época. Para empezar, los orígenes: el hecho de ser huérfana de madre (y, por lo tanto, de haber sido criada por las otras esposas del padre, celosas, resentidas, que no adoptaron nunca una actitud «maternal») la vuelve más vulnerable; carece de un apoyo femenino incondicional. En segundo lugar, la «culpa» por no quedarse embarazada: aunque se hizo las pruebas pertinentes y en teoría carece de problemas para concebir, la señalan a ella. Prevalece la idea de que una mujer no vale nada si no tiene hijos, por mucho que ni ella ni el marido den tanta importancia a la descendencia. A continuación, el tema de la segunda esposa. El matrimonio de Yejide y Akin fue por amor, no por conveniencia, de modo que la entrada en escena de un miembro indeseado por ambos resulta humillante. El peso de la institución familiar, las estructuras anquilosadas, pone frenos a una pareja que se ha esforzado por construir una sociedad con más libertad y oportunidades para las mujeres. Como consecuencia, Yejide, joven fuerte y preparada, cae en la desesperación que había controlado con su educación: reacciones viscerales como los celos y la violencia (hay mucha violencia, física y verbal, entre mujeres), la irracionalidad (en su turbación, recurre a las creencias míticas, como sus antepasadas) y la enfermedad. Incluso una «nueva mujer» como ella puede caer en todo eso.
Hasta ahí, bien: una novela correcta sobre las ataduras de una nigeriana moderna. Sin embargo, en conjunto, Quédate conmigo es una oportunidad fallida. Se desmorona de la segunda parte en adelante, sin repuntar en ningún momento. De pronto, muchos giros, sin controlar el ritmo (en un capítulo de cinco páginas pueden ocurrir varios sucesos trascendentales, sin margen para asimilarlos, para darles tempo). Y, lo peor, esos giros argumentales son puros clichés de telenovela. Sentimentalismo, afectación, lágrimas y más lágrimas. El problema no es un aspecto concreto, sino la «proyección» de la obra: está concebida como un melodrama con intrigas (manido y chapucero), no tanto como una novela realista con perspectiva de género, como podrían ser las de Chimamanda Ngozi Adichie (que la autora considera un referente) o Elena Ferrante. Hace un tratamiento acrítico y emotivo de la maternidad; el trasfondo sociopolítico (golpes de Estado y demás) no se integra lo suficiente en los acontecimientos de la vida de los protagonistas. En cuanto al motivo por el que ella no se queda embarazada, cuesta creer que una mujer que ha ido a la universidad y tiene un centro de belleza (ambiente femenino), desconozca hasta ese extremo la intimidad. No convence nada.
Ayọ̀bámi Adébáyọ̀
Por lo demás, Adébáyọ̀ es una narradora solvente, aunque su estilo tiende a la cursilería; se echa en falta un trabajo de edición más exhaustivo para pulir frases como estas: «Tenía unos ojos pequeños que nadaban en un charco de lágrimas estancadas que se negaban a caer. El brillo de sus ojos emitió un destello al anunciar la noticia» (p. 79), «el silencio glacial se derritió en palabras cálidas pronunciadas con dulzura» (p. 85), «El placer estaba suspendido por mi ardiente esperanza de que todo sería perfecto» (p. 129), por ejemplo. Al libro le sobra sensiblería en contenido y forma. Los personajes, planos y previsibles: la mujer oprimida, el marido débil y cobarde, la suegra entrometida… Maniqueísmo. El rol de la segunda esposa se desaprovecha. La historia llega a resultar inverosímil por sus continuas tragedias y la ligereza con que se plasman. Una lástima, porque el planteamiento funcionaba.

27 mayo 2018

Franny y Zooey - J. D. Salinger


Edición: Alianza, 2018 (trad. Carmen Criado)
Páginas: 176
ISBN: 9788491049432
Precio: 16,00 €

No hace falta escribir mil páginas para construir una gran novela. Ni narrar una historia que recorra toda la vida del protagonista. Tampoco es necesario que comprenda gestas sublimes, viajes exóticos o tragedias impactantes. Ni que esté contada con pompa. No, nada de eso importa. En realidad, basta con pulsar la tecla exacta para expresar de la mejor forma posible aquello que el autor quiere plantear. A veces, esa tecla no es más que una cafetería con dos personajes charlando. O un cuarto de baño en el que un hombre lee una carta. Un ratito, y ya está. Tan sencillo (que no simple) como eso. Concentrar el relato en una habitación cerrada, durante unas pocas horas, no está reñido con el alcance, con la hondura. No cuando el escritor se llama J. D. Salinger (Nueva York, 1919 – Nuevo Hampshire, 2010) y es un genio de la concepción literaria, del arte de expandir lo minúsculo en apariencia hasta convertirlo en una obra magistral que nos atañe a todos.
Ya ocurría en su debut, el memorable El guardián entre el centeno (1951), pero Franny y Zooey (1961), su tercera novela, todavía revela más si cabe esa capacidad para condensar mucho en poco. Consta de dos textos complementarios, centrados en los hermanos Glass, dos veinteañeros, los más jóvenes de la familia. Por un lado, Franny, una universitaria brillante en plena crisis existencial que, en su búsqueda de un nuevo sentido, se acerca a las religiones orientales. Por el otro, Zooey, actor, que tratará de ayudar a su hermana y para ello buceará (mientras se toma un baño) en las grietas del clan Glass. Porque Franny no es la primera en padecer esos problemas, como se irá viendo, aunque quizá aún esté a tiempo de que no le pasen tanta factura como a sus hermanos mayores. Todos los Glass comparten el hecho de haber sido niños precoces que triunfaron en un programa de radio infantil. El talento siguió de su parte, pero en un determinado momento su camino se torció, se volvieron personas desorientadas y abatidas, con una agilidad mental fuera de lo común, eso sí, como Holden Caulfield.
Salinger tiene la habilidad de indagar en los abismos de sus personajes de manera tan sutil que casi parece imperceptible (y siempre, siempre, con mucho sentido del humor). Franny sale a comer con un compañero de clase. Zooey lee una vieja carta de un hermano y luego habla con su madre acerca de Franny. Y ahí está: en los diálogos, en esos personajes que se expresan con voz propia, está todo, el pasado, el presente y el futuro, los logros y los extravíos, las pérdidas y las esperanzas, el lustre y el polvo. No hay que pasar por un trance particular (más allá del episodio de Franny) para remover los traumas enquistados en la familia; salen al conversar, al recordar, al enlazar ideas. Hay, además, un personaje «indirecto» muy importante: el narrador del segundo relato, un hermano que a ratos se difumina como en una tercera persona, pero que, sobre todo al principio, proporciona datos clave para entrar en el microcosmos de los Glass. Un punto de vista no confiable, agudo y juguetón; extraordinario (qué bien se le daba Salinger la primera persona, qué bien elegía su voz narrativa).
El conflicto gira alrededor de la identidad de esos muchachos neoyorquinos que, pese a pertenecer a la clase acomodada y haber tenido acceso a una educación privilegiada, o quizá como consecuencia de ello, se sienten insatisfechos (un poco como Holden Caulfield, aunque esta vez no se trata de la adolescencia, sino de su continuación, la juventud, una etapa en la que los conocimientos se afianzan y la independencia aumenta, pero aún quedan muchas dudas, muchas preguntas). Franny y sus hermanos se caracterizan por una inteligencia desbordante que les pasa factura; cabe cuestionar hasta qué punto los estímulos que recibieron en su infancia les afectaron, pero también otros asuntos controvertidos que han marcado a la familia y que salen a la luz en la novela, como la muerte de un hermano o la situación de la madre. La búsqueda de Franny se enraíza en «el mal de los Glass», por lo que resultan tan iluminadoras las observaciones del narrador del segundo texto y de Zooey. Todo va encajando, lo que parecía anecdótico resulta no serlo tanto. Y nos hace sonreír, que no es poco.
J. D. Salinger
En cualquier caso, por encima de la singularidad de los Glass (sobre los que siguió escribiendo en su último libro, Levantad, carpinteros, la viga del tejado y Seymour: una introducción, 1963), lo que Salinger hace de manera espléndida es captar la angustia de los jóvenes cultivados, mentes llenas de conceptos, rápidas, eruditas, excelsas, al descubrir que esa preparación, ese vigor, no basta. No basta para, ¿cómo expresarlo?, vivir en armonía consigo mismos, hallar su modo de estar en el mundo. «Estoy harta de egos, del mío y del de todos los demás. Estoy harta de todos los que quieren llegar a ser alguien, hacer algo que les distinga de los demás, ser interesantes. Es repugnante, eso es lo que es» (p. 35), se lamenta Franny. El ego, el triunfo, la exigencia constante de mantenerse arriba, la dificultad para disfrutar de las «cosas hermosas de verdad» (p. 135). Temas que no caducan y que pocas veces se han planteado con esta incisión. No se puede pasar por alto el retiro del autor pocos años después: sus reflexiones y su interés por la cultura oriental se relacionan con el hastío que él mismo estaba experimentando antes de decidir abandonar la esfera pública. Lo que importa, de todas formas, es la obra (por mucho que haya quien se empeñe en rebuscar en la vida de quienes eligieron apartarse del ruido), y Franny y Zooey camina sola y con un paso tan firme como el primer día.

26 mayo 2018

La bella de Lodi - Alberto Arbasino

Edición: Siruela, 2018 (trad. Esther Benítez)
Páginas: 168
ISBN: 9788417308025
Precio: 17,95 € (e-book: 9,99 €)

En 1960, un joven Alberto Arbasino (Voghera, 1930) –hoy un narrador y ensayista con una larga trayectoria– publicó en un semanario el cuento que inspiraría La bella de Lodi (1963), la película de Mario Missiroli que protagonizó Stefania Sandrelli. Más adelante, el autor reescribió esa primera versión para darle forma de novela, un texto que vio la luz en 1972 y fue finalista del Premio Campiello. Ese libro permanecía inédito en castellano hasta hace unos meses, cuando Siruela recuperó una traducción de Esther Benítez (1937-2001), gran traductora del italiano y el francés. ¿Qué puede aportar esta publicación ahora, después de tantos años ignorada en el cajón? No es, desde luego, una «obra maestra», ni un «clásico moderno» (esas expresiones gastadas de tanto usarlas); pero tiene un punto atractivo: conocer la narrativa italiana que se desarrolló en los sesenta, con una vocación popular, «moderna» (es decir, enraizada en su época, testimonio de las tendencias de la juventud) y cómica; una lectura fresca, desenfadada y no exenta de crítica social que todavía puede disfrutarse en la actualidad.
Esta comedia romántica, ambientada en pleno «milagro económico», narra la aventura entre Roberta y Franco. Ella pertenece a la burguesía de Lodi y se ha criado con sus abuelos; una chica emprendedora y con carácter que está muy unida a su hermano. En cuanto a Franco, trabaja como mecánico y es el típico joven un tanto chulo pero con buen corazón. La pareja se conoce un verano en la playa y, a pesar de sus diferencias, o quizá (al menos en parte) gracias a estas, surge una fuerte atracción entre ambos. La relación comienza con intermitencias, encuentros accidentados, hasta que emprenden un viaje por carretera con el fin de que él se promocione y haga carrera en el entonces floreciente sector del motor. El suyo es un romance apasionado, intenso, impetuoso, en un ambiente de motos, fiestas y buena vida. Más allá de su historia, la novela esboza un retrato mordaz de la sociedad y las diferencias de clase; bajo su sentido del humor y su liviandad aparente, se palpa una mirada áspera y perspicaz que llama a las cosas por su nombre y no da puntada sin hilo.
Alberto Arbasino

No obstante, la mayor rebeldía del libro no está en el efecto redentor que tiene Roberta sobre Franco (un motivo literario mil veces utilizado y que sigue dando sus frutos), sino en el estilo experimental y renovador de Arbasino. La narración, en presente, se compone de fragmentos breves, directos, casi impresionistas, en los que se sucede escena tras escena, sin «envolverlas», al grano. El lenguaje se nutre de la oralidad y los coloquialismos, con párrafos de frases largas y ramificadas, y diálogo abundante. Es una voz que busca oponerse a las narrativas convencionales, en sintonía con el sentimiento de modernización de la Italia de los años sesenta. Un texto vivaz, rotundo, pícaro. que entronca con otras novelas del periodo, como Lunario del paraíso (1978; Periférica, 2018), de Gianni Celati (1937), que casualmente también se ha rescatado este año y relata asimismo el viaje de un chico y sus peripecias sentimentales. Un género, en suma, que en las primeras páginas puede costar porque se aleja bastante de lo que se escribe en estos momentos, pero que sigue siendo agradable de leer y curioso de descubrir.

21 mayo 2018

Por ley superior - Giorgio Fontana


Edición: Libros del Asteroide, 2017 (trad. Carlos Manzano)
Páginas: 272
ISBN: 9788417007232
Precio: 19,95 € (e-book: 10,99 €)

Giorgio Fontana (Saronno, 1981) firma uno de los proyectos más inteligentes, frescos y pertinentes de la narrativa actual con dos obras, independientes pero complementarias, sobre el sentido de justicia: Por ley superior (2011; Libros del Asteroide, 2017) y Muerte de un hombre feliz (2014; Libros del Asteroide, 2016), que han recibido varios premios en Italia y se han traducido a diversos idiomas. La segunda –la primera en publicarse en castellano– se sitúa en los años de plomo y se inspira, en parte, en los magistrados de Democracia Cristiana asesinados por un grupo terrorista. Por ley superior transcurre en el presente y explora tensiones como la inmigración, las desigualdades sociales y la ineficacia del poder judicial. Comparten, sin embargo, un planteamiento en torno a una investigación (los protagonistas, ambos fiscales, son amigos y se cruzan referencias en sus historias), que sirve de pretexto para abordar los grandes dilemas de su profesión.
En Milán, Roberto Doni, un fiscal ya veterano, trabaja en un caso en principio fácil de resolver: un joven albañil tunecino ha asumido su culpabilidad en un ajuste de cuentas y el abogado defensor no pone mucho empeño en demostrar lo contrario. Con todo, el asunto se complica con la entrada en escena de una periodista treintañera, Elena, que asegura a Doni que el chico es inocente y le pide que no lo condene. El fiscal se halla en una situación incómoda: ante la incompetencia del abogado, Elena ha recurrido a él, pero no le aporta ninguna prueba sólida, más allá de su convicción y su amistad con las personas del entorno del acusado, que no se atreven a declarar. Sería sencillo ignorar las palabras de la chica y hacer como si nada; nadie se molestaría por un magrebí más en prisión. No obstante, a lo largo de este relato Doni cambia de opinión. Es consciente de que los inmigrantes acusados tienen dificultades añadidas, como los amigos que no prestan declaración por su condición de ilegales, o los contactos turbios que se ven obligados a establecer para subsistir cuando llegan al país. Quizá ese chico sea de verdad inocente. Y quizá la justicia consista en algo más que aplicar las leyes.
Para Doni, «la Justicia y la ley pueden diferir de forma significativa, pero en estos tiempos vacíos la interrogación sobre la primera ha de reducirse por fuerza al respeto de la segunda» (p. 77). El caso del albañil tunecino le hace cuestionar esta máxima. Doni tiene más de sesenta años, un matrimonio duradero, una trayectoria sin tacha. La novela empieza con una referencia a los clavos que sostienen el Palacio de Justicia; todo ello evoca la firmeza, la estabilidad, el camino seguro. A la vez, representa una antigüedad, una tradición que corre el peligro de anquilosarse. Tiene que entrar aire fresco en el edificio, en forma de una periodista joven y un tanto idealista, para que el fiscal tome conciencia del mundo que está más allá de esas paredes. O, más que para que tome conciencia (no es ningún ignorante), para recordárselo. Porque Doni es un hombre bienintencionado, íntegro. Ese es uno de los aciertos del autor: un protagonista sensible a las injusticias, pero con la racionalidad necesaria para su cargo. Alguien que quiere hacer las cosas bien, aunque conoce los riesgos que eso conlleva.
Fontana contrapone la justicia sobre el papel, el código penal, con la idea de justicia como ética o moral, esa «ley superior» que no siempre va de la mano de las normas escritas. No solo se trata de si el tunecino es culpable o no, sino, y sobre todo, de los puntos débiles del proceso, la revelación de que la ley humana favorece al privilegiado y en ocasiones deja sin escapatoria al inocente (una reflexión aplicable a numerosos casos de actualidad, lo que pone de manifiesto la oportunidad de la novela). Ante esta descompensación, el fiscal se arriesga a perder su prestigio; el «salvador» de un inmigrante nunca se convierte en héroe, y menos todavía cuando en el otro bando hay una familia burguesa. Este rol (complejo) de Doni es otro asunto reseñable: cómo un hombre experimentado, tranquilo y prudente, acostumbrado a una manera determinada de trabajar, cruza la frontera en un punto de su vida en el que no tendría por qué hacerlo, y a pesar de que los suyos en general le aconsejen lo contrario.
Elena, además, hace salir del despacho a Doni en sentido literal: lo lleva al barrio del chico tunecino, para que conozca su día a día y hable con sus allegados. «Este barrio es algo más que los sucesos que se producen en él» (p. 100), dice la periodista. Inmigración, pobreza, delincuencia; la realidad de la calle en un Milán que podría ser cualquier ciudad de Occidente, una ciudad de contrastes en la que sus gentes rara vez se mezclan. Aún hay otra confrontación, de tipo generacional, encarnada en los dos protagonistas: por un lado, Doni, un hombre progresista que hizo carrera y prosperó; por el otro, Elena, joven y humilde, perteneciente a una generación lastrada por la falta de oportunidades, una mujer implicada y entusiasta, pero no ingenua. Está también la hija de Doni, estudiante de posgrado en Estados Unidos: hay un distanciamiento entre padre e hija, y con esta peripecia Doni se acerca más a ella, aunque solo sea en su capacidad para entenderla. Sin caer en los clichés, Fontana retrata a unos personajes representativos de la sociedad plural, profundamente humanos, con los que la empatía y la identificación surgen sin esfuerzo.
Giorgio Fontana
Fontana no solo sobresale por su agudeza para reconocer y desarrollar un tema clave de esta época: destaca asimismo por la forma de vertebrar una novela en torno a ello. Por su estilo depurado, claro, preciso, diáfano, sin esa tendencia a la verbosidad de los narradores mediterráneos. Por una construcción paulatina, sosegada, que mide los tempos del protagonista y muestra con sutileza cómo un mensaje o una charla con el dueño del bar inciden en él. Por su hondura. Ha escrito dos obras espléndidas y conmovedoras, prueba de su madurez como escritor; Por ley superior y Muerte de un hombre feliz son mucho más que una intriga judicial y mucho más que una crítica social. Literatura que remueve, que da en el blanco: «Nunca hay una opción justa para todos. […] Debes decidir qué es lo más importante» (p. 246). Es un tópico considerar a un autor «uno de los mejores de su generación», pero Giorgio Fontana lo es sin ninguna duda.

16 mayo 2018

Río revuelto - Joan Didion


Edición: Gatopardo, 2018 (trad. Javier Calvo)
Páginas: 316
ISBN: 9788494642593
Precio: 20,90 €

A Joan Didion (Sacramento, California, 1934) se la conoce sobre todo por su narración del duelo en dos libros de memorias, El año del pensamiento mágico (2005; National Book Award y finalista del Premio Pulitzer) y Noches azules (2011), escritos después de la muerte de su marido y de su hija, respectivamente. En segundo lugar, se la distingue como periodista por su vasta producción de ensayos, de la que en castellano se puede leer una selección en el volumen Los que sueñan el sueño dorado (2012). Quizá su faceta menos popular sea la ficción pura, que sin embargo ha cultivado con resultados brillantes, como se puede comprobar en Río revuelto (1963), su primera novela, que no había sido traducida a nuestro idioma hasta este año, gracias al buen criterio de la editorial Gatopardo y al oficio indudable de un traductor como Javier Calvo. Didion la escribió cuando trabajaba como editora de una revista femenina: estaba todavía lejos de los temas que le darían el prestigio, pero ya demostraba unas dotes extraordinarias para la narrativa y una exigencia literaria que hacían presagiar una gran carrera.
La acción de Río revuelto se sitúa en su California natal, en el contexto de una larga estirpe de pioneros, con sus caserones, sus lujos y su reputación. Los protagonistas son la generación más joven, que carga con un legado de vanidad y falsas apariencias nada fácil de administrar. Este no es un libro apacible, sino una radiografía sofisticada de un mundo que se viene abajo por sus propias dobleces y mentiras, vehiculado en torno a un matrimonio en el que todo se desmorona de forma progresiva a lo largo de dos décadas. Didion, perspicaz, añade un poco de intriga para captar la atención desde el principio: tal como reza la contracubierta, «la historia comienza y termina con un disparo». En el verano de 1959, después de una fiesta, Everett McClellan dispara a un hombre, viejo conocido de la familia. Lily, la esposa de Everett desde hace casi veinte años, lo descubre. A continuación, se retrocede hasta 1938 para reconstruir el hilo del matrimonio desde sus inicios. El interés no es tanto el móvil del suceso, sino las fisuras que poco a poco resquebrajaron la relación hasta culminar en esta tragedia.
Everett y Lily se casaron muy jóvenes; amigos desde la infancia, de algún modo tenían asumido que terminarían juntos. Enseguida se convirtieron en padres de dos niños. Con la llegada de la Segunda Guerra Mundial, este era el panorama: Lily en casa, con las criaturas y una vida ociosa, y Everett en el ejército, ajeno a todo cuanto acontecía en el hogar. Con el tiempo, Lily tuvo la sensación «de que toda su vida con Everett era una improvisación que dependía de una serie de apuntes que un día ella no conseguiría oír, de una serie de papeles de los que iba a olvidarse en cualquier momento» (p. 120). Esta frase podría ser una buena descripción de Río revuelto: el curso de un matrimonio que va adelante sin manual de instrucciones, que se precipita, tantea y hasta patina, pero se mantiene en pie, al menos a ojos de los demás. Esa vida que pasa cuando uno todavía está pensando en qué hacer con su vida, ese control que se escapa de las manos. Los secretos se instalan en el día a día y, a pesar de que han aprendido a silenciar sus pensamientos, a guardar las formas como manda la buena educación, la rabia reprimida puede estallar en cualquier instante.
Los personajes están muy bien caracterizados. Además del matrimonio (con esa Lily de apariencia frágil, delicada, pero con la entereza propia de los de su clase; y ese Everett distante, miedoso, con dificultades a la hora de asumir su rol de cabeza de familia), las terceras personas tienen un papel relevante. Entre ellas, Martha, hermana de Everett y amiga de Lily: una mujer soltera y temperamental, incapaz de amoldarse a la existencia rutinaria que su familia querría para ella, que se ve con un hombre que no le augura nada propicio. Martha (libre, pasional, desdichada) se contrapone a Lily (casada y con hijos, racional, emocionalmente más equilibrada aun con sus episodios traumáticos); dos modelos de mujer californiana, dos modelos de fracaso personal que tienen más en común de lo que se percibe de entrada. Más allá de la pareja protagonista, Didion esboza un fresco social en el que perviven muchos tabús: el alcoholismo, el aborto, el distanciamiento entre hermanos, el adulterio... La mirada hacia lo íntimo, lo particular, pone de relieve una hipocresía normalizada de la que participan todos.
Joan Didion
Bajo su fachada de drama familiar, Río revuelto comienza a fijar el interés de Didion por la identidad californiana: el peso de la herencia, la pérdida, el egoísmo, el vacío, la impostura y la tensión entre el impulso individual y las normas colectivas. Tomando a Lily como eje principal, y el crimen como pretexto, la autora deconstruye la débil fortificación que sostiene al matrimonio y la genealogía que le acompaña. Se trata de un debut impresionante, sin una pizca de inocencia (sorprende que haya tardado tanto en traducirse, teniendo en cuenta la fama de Didion), que revela a una novelista elegante, precisa y sutil, de emociones contenidas, que escribe con pulso firme y sin ensuciarse las manos aunque algunas escenas tengan una dimensión oscura. Una recuperación que merece la pena.

14 mayo 2018

A la deriva - Penelope Fitzgerald


Edición: Impedimenta, 2018 (trad. Mariano Peyrou; pról. Alan Hollinghurst)
Páginas: 224
ISBN: 9788417115531
Precio: 20,50 €

Penelope Fitzgerald (Lincoln, 1916 – Londres, 2000) no es solo una de las escritoras británicas más importantes de la segunda mitad del siglo XX; sobresale, además, como una de las más singulares, tanto por su concepción del hecho literario («como subirse a un coche reluciente, y que a mitad del camino alguien tire el volante por la ventana», en palabras del novelista Sebastian Faulks) como por la forma en que se desarrolló su carrera. Escritora tardía, comenzó a publicar pasados los cincuenta: primero escribió biografías, siguió con novelas con trasfondo autobiográfico –entre las que se cuentan La librería (1978), adaptada al cine el año pasado con gran éxito, y A la deriva (1979), con la que obtuvo el Premio Booker– y, por último, alcanzó un grado extraordinario de calidad literaria con novelas históricas como El inicio de la primavera (1988) y La flor azul (1995), en las que funde la comedia de costumbres típicamente británica con culturas y escenarios que le son ajenos. No tenía la prisa ni las pretensiones del joven aspirante a escritor; podía tomárselo como un divertimento y, en efecto, al leerla uno tiene la sensación de que se lo pasaba muy bien escribiendo, de que hacía lo que le apetecía. Ese «espíritu» fresco y ocurrente de sus libros se contagia al lector.
A la deriva, su tercera novela y la que marcó un antes y un después en su trayectoria, fue publicada en castellano por Mondadori en el año 2000. Impedimenta, la editorial que ha afianzado a la autora en España, la recupera ahora con una nueva traducción de Mariano Peyrou. La protagonista, Nenna James, una mujer canadiense de treinta y dos años, madre de dos niñas, vive en un barco modesto anclado a orillas del Támesis, el Grace. Está casada, pero lleva mucho tiempo alejada de su marido, un tarambana incapaz de aportarle estabilidad. Corren los años sesenta, y su situación resulta extraña: una mujer sola, en un país extranjero, sin trabajo y sin recursos, viviendo en una barcaza, rodeada de vecinos extravagantes. No parece el sitio más idóneo para criar a sus hijas, no parece el way-of-life al que una chica aspira. Penelope Fitzgerald apuesta de nuevo por una protagonista femenina contra las cuerdas: al igual que la Florence de La librería, que emprendía un negocio arriesgado en un punto crucial de su vida, Nenna toma la decisión de instalarse en el barco a sabiendas de la necesidad de poner orden, de buscar un nuevo rumbo. No son jóvenes alocadas, sino mujeres con responsabilidades que afrontan el desaliento sin autocompasión ni rabia.
La autora juega con la localización en el río para abordar la situación de una mujer «a la deriva», sin un lugar fijo, a merced de las circunstancias en más de un sentido, no solo material. Inclusos sus rasgos simbolizan esta inestabilidad: está en «una edad a la que si el pelo de una mujer rubia no se ha puesto oscuro, nunca lo hará» (p. 61), el cabello como metáfora para expresar que se ha hecho mayor sin conseguir del todo lo que se espera de una mujer adulta; y «sentía que no era ni canadiense ni inglesa» (p. 61), indeterminación, estar en medio, falta de pertenencia. Las hijas no son indiferentes a este estado: no van al colegio, se pasean a sus anchas por el muelle. La mayor, Martha, de doce años, experimenta su particular coming-of-age con la timidez de la preadolescente atenta y observadora, mientras que Tilda, de seis, se muestra despierta y espabilada entre los vecinos («A Tilda no le importaba nada el futuro y, por lo tanto, tenía una gran capacidad para ser feliz», p. 52). Como analiza Alan Hollinghurst en el prólogo, los personajes infantiles de Penelope Fitzgerald suelen ser niñas precoces, inteligentes, maduras, como en La librería o El inicio de la primavera (Fitzgerald, por su parte, decía que eran como sus hijas a esa edad, no subrayaba ningún rasgo especial en ellas). Nenna, por lo tanto, trata de sortear los obstáculos y reconducir su vida junto a las pequeñas. En una metáfora brillante, compara su condición con estar en paro:
–Bueno, me siento como si estuviera en paro. No hay nada tan solitario como estar en paro, aunque estés en una cola con miles de personas. No sé en qué voy a pensar si no tengo que estar todo el tiempo preocupada por él. No sé qué voy a hacer con mi mente. –Una vaga melancolía se apoderó de ella–. Tampoco estoy segura de qué hacer con mi cuerpo.*
La naturaleza transitoria de la estancia de Nenna en el barco conlleva incertidumbre e improvisación en el día a día, que se extiende a toda la comunidad del Támesis, unos secundarios de lujo: Richard, lo más parecido a un patrón, un hombre enamorado de su majestuoso Lord Jim (guiño a Conrad) al que no obstante su esposa le pide una y otra vez establecerse en una casa, llevar una vida normal; Willis, un anciano que vive en un barco destartalado; o el encantador Maurice, un chico siempre dispuesto a ayudar. Nenna no es, en fin, la única que atraviesa una crisis existencial. La novela empieza con una escena un tanto cómica (una reunión informal de propietarios, cada uno con sus excentricidades, que introduce al elenco para después focalizar la atención en Nenna y algunos más), pero el curso de los acontecimientos desvela una realidad no tan apacible. La búsqueda de anclaje se impone: ninguno está en época de principios, las vidas que construyeron fracasaron, desconocen cómo será el futuro, ni siquiera saben si tendrán «futuro». Salvando las distancias, vivir en un barco se asemeja a unas vacaciones forzosas: disfrutan de cierta libertad por la falta de ataduras, pero son conscientes de que se terminará, y ese final será amargo. El desenlace deja ese poso de nostalgia del fin del verano.
Penelope Fitzgerald
Es difícil comentar una novela de Penelope Fitzgerald, entre otras cosas porque cuesta determinar con exactitud «de qué va»: como esas muñecas rusas, cada episodio presenta un nuevo hilo dentro del marco conocido, un giro que aviva un color que permanecía apagado, o que lo ensombrece, con esa rara cualidad de sorprender al lector sin hacer trampas ni resultar efectista. Bajo una levedad aparente, plantea unos conflictos nada leves con un estilo sutil, ingenioso, depurado y salpicado de ironía, con comicidad pero sin pretender ser desternillante. Amable, podría decirse, y a la vez agridulce, desalentadora, un poco como La librería. Bueno, no: bastante mejor que La librería; ocupa un nivel intermedio entre esta y sus últimas novelas. Un buen libro, en cualquier caso, de una escritora a la que merece la pena prestar atención, muy fina y personal, de pinceladas justas, que nunca revela todas sus cartas, mantiene la tensión y da margen al lector para leer entre líneas.
*Cita de la página 165.

13 mayo 2018

El muchacho silvestre - Paolo Cognetti


Edición: Minúscula, 2017 (trad. Miguel Izquierdo)
Páginas: 176
ISBN: 9788494675454
Precio: 16,00 €
Más que a una cabaña en el bosque, la soledad se parecía a una sala de los espejos: allí donde mirara encontraba reflejada mi imagen, distorsionada, grotesca, multiplicada infinitas veces. Podía librarme de todo, salvo de ella.
El escritor Paolo Cognetti (Milán, 1978), reciente ganador del Premio Strega 2017 y el Prix Médicis Étranger 2017 con Las ocho montañas (2016), vive entre su ciudad natal y la montaña. Al igual que muchos autores arraigados a la naturaleza, su relación con el medio rural, que había comenzado en los veraneos de su infancia, se estrechó a raíz de una crisis: a los treinta años, después de alguna que otra decepción personal y profesional, perdido y sin proyectos de futuro sólidos, decidió abandonar la civilización urbana para instalarse en una baita, una especie de cabaña, a dos mil metros de altura, lejos de sus amigos y de los artilugios que facilitan la vida «moderna». Algo así como buscarse a sí mismo en los parajes de su niñez donde había disfrutado, aunque sin un ápice de nostalgia o de idealización de aquel tiempo. Este pequeño libro, El muchacho silvestre (2013), el primero del autor que se traduce al castellano, recoge sus recuerdos y reflexiones, a modo de un cuaderno de campo escrito a posteriori.
En su relato hay tres grandes pilares, además de la naturaleza misma: la soledad, las amistades y la literatura. En toda obra sobre una persona que se marcha a la montaña se plantea, de forma más o menos directa, más o menos sutil, una aproximación a la soledad, a su asimilación. En principio, a él le parecía un inconveniente, un reto, pero a medida que se aclimata (y en esto recuerda a libros sobre experiencias similares) se produce el efecto contrario: le incomoda que lleguen visitantes, que otros ocupen su territorio. Es un proceso interesante, aprender a vivir por sí mismo, sin depender de nadie, libre de ataduras; cuanto mayor se vuelve su autonomía, menos deseos siente de retroceder. Además de sus aventuras por la naturaleza, esas inmersiones que no siempre controla, mantiene la mente activa con la lectura de grandes naturalistas, como Thoreau, Rigoni Stern y Antonia Pozzi, entre otros. La narración está preñada de citas lúcidas y pertinentes, que enriquecen sus cavilaciones y permiten conocer no solo los hechos, sino el «alimento» intelectual con el que Cognetti emprende esta etapa.
No está del todo solo, sin embargo: entabla relación con los pastores y otros hombres de montaña que viven por la zona. Tipos fríos, ásperos, huraños, aislados por voluntad propia y por largos periodos (no son nuevos como él), con los que aun así surge un afecto contenido. «Como eremita no valía gran cosa: había acudido allá arriba para estar solo, y la verdad es que no hacía más que buscarme amigos. O quizá era justamente la soledad aquello que convertía cada encuentro en algo precioso» (p. 72), medita Cognetti, que por aquel entonces ya había publicado cuatro libros y se movía por el ambiente cultural. Resulta interesante leer cómo un chico de letras comparte espacio y conversación con personas que con frecuencia carecen de estudios y, en cualquier caso, llevan una existencia muy distinta a la de sus coetáneos. El retrato de esas amistades entre ermitaños hoscos (y el momento de la despedida) constituye una de las partes más hermosas, más humanas, del cuaderno.
Paolo Cognetti
A lo largo de la lectura resuena una palabra en la mente del lector: integridad. Ese valor de la gente de montaña, hecha a sí misma, curtida, terca, que el autor plasma a la perfección en las páginas, en su testimonio. También su tono huye de la superficialidad y va al grano: escribe con claridad, precisión y fluidez, sin florituras, un estilo sencillo acorde con el contenido (Cognetti comenta que se siente poco afín a la narrativa actual, que tiende a lo erudito, y en cambio disfruta con la literatura de la frontera, más próxima a la naturaleza, la vida). El muchacho silvestre es un texto reposado, sutil, que no elogia el medio ambiente per se ni esboza una oposición con la ciudad, sino que narra sobre todo un viaje interior, una búsqueda de sentido, de otra forma de estar en el mundo cuando el entorno urbano produce un profundo desapego. Un texto honesto y sin pretensiones, que aporta una mirada joven y contemporánea a la nature writing, digna de valorar en esta sociedad hiperconectada. Tiene semejanzas con Erri De Luca en el punto de vista y en la sensibilidad hacia estos temas, si bien De Luca es más poeta (incluso cuando escribe en prosa), mientras que Cognetti destaca como un narrador solvente.
Cita inicial en cursiva de la página 129.

08 mayo 2018

El guardián entre el centeno - J. D. Salinger



Edición: Alianza, 2018 (trad. Carmen Criado)
Páginas: 264
ISBN: 9788491049418
Precio: 16,00 €

Querido Holden Caulfield:
Te he conocido hace poco. Había oído hablar mucho de ti, encontraba referencias aquí y allá (en la historia de la literatura reciente eres aún más popular que tu compañero de habitación en el internado), pero he tardado en leerte. Tanto, que me daba vergüenza admitirlo. Porque el tuyo no es un ladrillo ruso de los que infunden respeto, sino un libro no muy extenso que aparece en las recomendaciones de lectura para jóvenes. «Libros para leer antes de los 25 años», y cosas así. Bien, he llegado tarde una vez más. Llego tarde a muchas situaciones. Y, ¿sabes?, creo que ha sido mejor de esta manera. Si te hubiera conocido cuando tenía tu edad, tus tiernos y contradictorios dieciséis años, nos habríamos caído mal, estoy segura. No estaba yo para (más) adolescentes rebeldes. Entonces leía…, qué más da. Otro tipo de historias. Ahora, sin embargo, te entiendo, te entiendo mejor de lo que te habría entendido antes.
Sobre tu creador y las circunstancias de tu nacimiento no voy a extenderme. Es más que sabido que J. D. Salinger (Nueva York, 1919 – Nuevo Hampshire, 2010) tuvo un gran éxito contigo, su primera novela, publicó tres libros más en apenas una década y después se retiró de la exposición mediática. Los ejemplares de El guardián entre el centeno (1951) carecen de cualquier tipo de comentario: «Por expreso deseo del autor, no está permitido que la editorial aporte en su material promocional ningún tipo de texto adicional, información biográfica, cita o reseña relacionados con esta obra». Salinger tiene la consideración de autor «de culto», acompañada de un aire de misterio, de fama de rarito. Hace poco han estrenado una película sobre su vida (supongo que por eso os han reeditado, a ti y a los demás). Yo me quedo con su decisión de apartarse del ruido y dejar que su obra hable por sí sola. La buena literatura no necesita más. (Seguro que Elena Ferrante lo comprende.)
Hablemos de ti, estimado Holden, porque examinar El guardián entre el centeno es ante todo hablar de ti. Hay protagonistas que lo absorben todo, y tú, desde luego, no te caracterizas por tu discreción. Un chico expulsado de varios colegios, que no sabe lo que quiere, que se escapa del internado para vagar por Nueva York a escondidas de sus padres. Un chico que fuma, bebe y disfruta de la noche neoyorquina (o lo intentas, al menos: la torpeza forma parte de tu encanto), que expresa sin tapujos sus opiniones (¡sus críticas!) sobre la religión y la sociedad, y desafía la autoridad de lo políticamente correcto como solo un adolescente sabe. No eres ni el estudiante modélico ni el joven carismático de la clase, no rompes corazones ni haces acrobacias. No importa: prefiero los antihéroes como tú. Sobre todo cuando son tan divertidos. Sí, chico, tienes mucha gracia, con esa voz juvenil de verdad (y no una voz-de-adulto-que-recuerda), tus giros coloquiales, tu frescura de chaval enfadado con el mundo. Tienes esa rara virtud de plantear asuntos serios con humor y una aparente ligereza. Te hace único.
He dicho «asuntos serios». Me temo que no te gustaría esta expresión. Tú evitas los dramas desde la primera página, no quieres convertirte en un arquetipo de Dickens. Quédate tranquilo: no eres un pobre Oliver Twist que se cruza con quien no debe y al que tienen que salvar la vida. Podrías ser un «pobre Holden Caulfield», pero de lo demás, lo de meterte en líos y salir de ellos, te encargas tú solo. Te haces a ti mismo sin darte cuenta. Evitas las penas, decía, aunque no las reprimes. No puedes. En tu narración, en tu desparpajo, se asoman tus heridas. No quieres mostrarlas, pero salen como el agua convertida en hielo que rompe la botella. La pérdida de tu hermano. El cariño hacia tu hermana pequeña, que te adora y te desarma. Se intuye el origen de tu descontrol, de tu incapacidad para mantener la disciplina que se espera de ti. El momento en que tu mundo se rompió. Como si tener dieciséis años no fuera suficiente.
Tonto no eres, desde luego. Suspendes, te echan de los centros, pero tu cabeza no para. Las lecturas: te gusta leer, escribes de lujo, ¡si hasta tienes un hermano escritor! Los profesores con los que conversas a lo largo de tu aventura son conscientes de tu potencial, también lo somos los lectores. Eres un diamante en bruto. Tal vez todos los jóvenes lo sean, y tan solo se necesite prestarles atención para darse cuenta. Tu mente despierta, esa que escandalizó a muchos, resulta fascinante. A propósito, leerte en el siglo XXI no causa tanto alboroto como entonces. No impresiona que un muchacho denuncie la hipocresía social y tenga sus devaneos. Creaste escuela, y hemos visto a muchos como tú en el cine y la literatura. Lo que no ha perdido un ápice de capacidad para sorprender es tu tono, tu ingenio. De hecho, en la actualidad, con esa tendencia a una narrativa cada vez más intelectual, cuesta hallar este estilo hablado, tan cercano, tan de tú a tú. Tan vivo. Sigues muy vivo, Holden Caulfield.
J. D. Salinger
En los tests literarios suele formularse esta pregunta: «¿A qué personaje ficticio te gustaría conocer en persona?». Yo nunca he sabido qué responder. Tengo una larga lista de personajes que me entusiasmaron por diferentes motivos, pero esto no significa que quisiera irme con ellos a tomar un café. Hay perfiles que están muy bien en sus historias, no hace falta sacarlos de ahí. A ti, sin embargo, no me importaría tenerte delante. No me he enamorado de ti, tampoco te quiero como hijo adoptivo. Tan solo me gustaría charlar contigo. Te invitaría a una copa y te diría: «Holden, háblame de la vida, de lo que piensas de la vida». Te dejaría hablar, escucharía tus divagaciones, con sus ramificaciones inesperadas (creo, al igual que tú, que es maravilloso soltarse hasta dar con aquello que te emociona, salirse del tema, no ceñirse a las normas). No hace falta más. Cuando un personaje brilla por sí mismo, no hace falta más. Me gustaría ver la realidad con tu mirada limpia, esa sabiduría por domesticar del adolescente inquieto.
Eso es lo que quería decirte, Holden. Hasta la próxima.

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