31 marzo 2018

Amores - Leonor de Recondo


Edición: Minúscula, 2018 (trad. Palmira Feixas)
Páginas: 208
ISBN: 9788494675478
Precio: 18,00 €

Después de narrar el exilio de una familia española en Sueños olvidados (2012), y de evocar a un Michelangelo Buonarroti atormentado en Pietra viva (2013), la violinista y escritora francesa Leonor de Recondo (1976) vuelve a encontrar la inspiración en el pasado en su cuarto libro –el tercero traducido al castellano–, Amores (2015), con el que ha recibido el Prix des Libraires y el Prix RTL-Lire. En 2017 publicó Point cardinal, merecedor del Prix du Roman des Étudiants France Culture/Télérama, que también se traducirá al castellano. Premios aparte, para quien haya seguido su trayectoria no cabe duda de que su narrativa se ha robustecido y ha ganado en matices con la experiencia.
Esta vez, la acción se sitúa en 1908, en el seno de una familia adinerada de provincias: dos mujeres tratarán de liberarse del yugo del patriarcado. Durante el día, el señor se encierra en su despacho, concentrado en sus obligaciones. Su esposa, Victoire, se ha resignado a la gris monotonía de su matrimonio. Aún no se ha quedado embarazada, lo que le causa un gran pesar; siente la presión de sus allegados, que esperan ansiosos la llegada del heredero. Por la noche, su marido visita la habitación de Céleste, la joven sirvienta, una muchacha de campo a quien nunca educaron para oponer resistencia al amo. Cuando Victoire descubre que Céleste espera un bebé de su esposo, se las ingenia para llevar a cabo un plan que las liberará a ambas del dominio masculino. O, al menos, esa es su intención… En la práctica todo resulta más complicado. 
Con este planteamiento, Leonor de Recondo aborda la búsqueda de emancipación de dos mujeres y la solidaridad femenina entre ellas en el marco de una sociedad lastrada por las diferencias de clase y género. De entre sus tres novelas traducidas, esta es la que tiene unos personajes femeninos más elaborados, así como un fondo «feminista», por cuanto las protagonistas rompen las convenciones sociales de la época. La autora contrapone dos perfiles tradicionalmente enfrentados (la esposa y la amante, la dueña y la criada) que sin embargo comparten la subordinación con respecto al hombre. Por un lado, Victoire, una mujer que, a ojos de los demás, ha contraído un buen matrimonio y carece de motivos para sentirse desdichada. Aun así, sus dificultades para concebir, junto con el cambio en la relación con su marido después de casarse, la han convertido en una persona triste y desvaída, que solo se ve defectos. Céleste, por su parte, es una chica sencilla y de valores nobles, acostumbrada a obedecer. No sufre por su condición humilde; su malestar viene dado por los abusos del señor. 
A pesar de las diferencias entre ambas, están unidas en lo más íntimo: el control de su sexualidad. La decisión de Victoire refleja rebeldía e independencia, una negativa a seguir expandiendo la hipocresía y la desigualdad de la clase privilegiada. El mensaje de dos mujeres juntas contra la adversidad resulta hermoso, pero a la larga se hacen patentes los conflictos: una está más «atrapada» que la otra. Porque las ataduras no se limitan al patriarcado; la distancia social se termina por imponer. Ante los planes, sin duda bienintencionados, de Victoire, sobrevuela una pregunta: ¿es Céleste realmente libre?, ¿puede elegir? El desenlace va acorde con la realidad histórica: las primeras mujeres en lograr su independencia fueron las que poseían recursos. Las demás –las pobres, las campesinas, las analfabetas– todavía tenían (todavía tienen, sobre todo en determinados lugares del mundo) un largo y tortuoso camino por delante.
Leonor de Recondo
El estilo, como en sus libros anteriores, se caracteriza por su fluidez y elegancia: una prosa intimista, delicada, depurada hasta lo esencial. Esta novela gana en narratividad con respecto a sus otras obras, que son más impresionistas y no desarrollan tanto el hilo. Lo que sí conserva, además de esa inclinación por el pasado, es el detalle de incluir un motivo artístico / musical de forma secundaria: Victoire toca el piano en sus momentos de plenitud; la música como símbolo de pasión y esperanza. Leonor de Recondo escribe con un tono suave, amable, que contrasta con la crudeza de algunas escenas y en ocasiones tiende a la cursilería (como en los párrafos finales), aunque en general está más contenida que antes. Amores, en suma, es una lectura idónea para intercalar entre novelas «duras» o densas; tiene una levedad bien entendida que se bebe como agua.

30 marzo 2018

Mónechka - Marina Palei


Edición: Automática, 2016 (trad. Marta Sánchez-Nieves)
Páginas: 112
ISBN: 9788415509325
Precio: 14,00 €

¡No es verdad! ¡No es verdad! ¡Antes de que la luz se apague vas a ser feliz otra vez!
En su todavía breve (pero meritoria) andadura, la editorial Automática está apostando bastante por la narrativa rusa. A las recuperaciones de clásicos como Maksim Gorki o Veniamín Kaverin, se les unen contemporáneos destacados como Yuri Buida o Marina Palei. De esta última ha publicado dos obras: Mónechka (La Cabiria de Leningrado) y la premiada El coro. Nacida en Leningrado (actual San Petersburgo) en 1955, Marina Palei estudió Medicina y ejerció la profesión durante unos años, hasta que, a finales de los ochenta, comenzó su carrera literaria, que abarca todos los géneros y le ha valido el reconocimiento de la crítica y los lectores. Con Mónechka, una novela corta escrita en 1990, retrata a un personaje rompedor y políticamente incorrecto: Raimonda, apodada Mónechka, que hace guiños a Cabiria, la mítica prostituta de la película de Fellini.
El libro se vertebra en torno a dos pilares: la protagonista, arrebatadora por sí misma; y la narradora, que no es ella, sino su prima, diez años más joven. Este punto de vista de narrador testimonial, pero con un vínculo afectivo con el personaje, aumenta ese aire un tanto legendario de Mónechka, puesto que la diferencia de edad (suficiente para sentir admiración por la prima mayor) y su parentesco (no tan próximo, y por lo tanto no tan tóxico, como si fueran hermanas) da lugar a una mirada fascinada, la mirada de la niña que contempla embelesada las andanzas de su prima, esa adolescente rebelde y caprichosa, incomprendida por los adultos. Aunque el tiempo corre, y la novela no solo abarca la juventud de Mónechka; aun así, el lazo que las une se sostiene, por eso la narradora (que apenas participa en la acción) parece ser quien mejor comprende a Mónechka a lo largo de su existencia. (Se trata de una perspectiva bien distinta de la que habría supuesto elegir como narradora a la madre de la protagonista, por ejemplo, que también aparece y, como era de esperar, no se entiende demasiado con su hija).
¿Y quién es Mónechka? Una mujer «descarriada» que acumula matrimonios, disfruta de la bebida y de otros placeres mundanos. Una mujer libre, que vive con intensidad incluso cuando los proyectos le salen mal, incluso cuando la enfermedad se instala en su vida (porque los excesos, claro, le pasan factura). Siempre a través de los ojos de la narradora, a ratos deslumbrados, a ratos compasivos, conocemos a una Mónechka seductora, excesiva, superficial, divertida. No encaja ni pretende encajar en el rol que la sociedad espera de una chica; ella se guía por el instinto, por el deseo, no se permite el tedio en el que tantas compañeras se consumen. Destaca asimismo la figura de la madre, que la narradora plasma de una forma caricaturesca, una mujer controladora, que, al haber sido educada en otra época, representa unos principios que chocan con el estilo de vida de Mónechka. Sin llegar a ser una novela sobre la relación entre madre e hija, resulta sugerente observar esa polaridad.
Marina Palei
Y todavía hay más: el estilo personalísimo de la autora, corrosivo, plástico, vivaz, cercano al habla coloquial y con sarcasmo y humor negro. Sin concesiones. Los grandes novelistas rusos han escrito dramas en los que tiene cabida (y no solo «tiene cabida», sino que constituye una parte fundamental de su concepción del hecho literario) el humor, un humor socarrón, así como personajes un tanto estrafalarios. Marina Palei domina estos recursos; Mónechka está narrada con un gran sentido de la comicidad y lo grotesco pese a centrarse en la caída en desgracia de una mujer. Su voz suena como una confesión, un monólogo en el que abundan las exclamaciones y otras técnicas para conseguir ese tono teatral cercano a la oralidad que mantiene la atención del lector; un pulso firme que no decae. En fin, muy interesantes y juguetonas las dos: Marina Palei y su Mónechka.
Cita inicial en cursiva de la página 99.


27 marzo 2018

Pequeño país - Gaël Faye

Edición: Salamandra, 2018 (trad. José Manuel Fajardo)
Páginas: 224
ISBN: 9788498388350
Precio: 18,00 € (e-book: 11,99 €)

La primera novela del cantante y compositor Gaël Faye (Buyumbura, Burundi, 1982), Pequeño país (2016), que ha vendido más de 700.000 ejemplares en Francia y ha recibido el Premio Goncourt des Lycéens, toma como marco el universo de su infancia. Es habitual que un escritor novel se inspire en sus recuerdos para construir su ópera prima; lo que no resulta tan habitual (al menos, para un lector de Occidente) son las circunstancias en las que se desarrolló la niñez de este autor en concreto: en 1995 huyó a Francia junto a su familia como consecuencia de la guerra civil burundesa y el genocidio del estado vecino, Ruanda. El protagonista del libro, llamado Gaby, es, como Gaël Faye, hijo de padre francés y madre ruandesa, establecidos en la capital de ese «pequeño país», Burundi. Nos habla él en primera persona, con la perspectiva de un hombre adulto que mira hacia atrás porque esa infancia rota aún le duele. Decide viajar a su tierra natal, para ajustar cuentas con el pasado, y de este modo reconstruye los acontecimientos que precipitaron su huida y supusieron su pérdida de la inocencia.
Gaël Faye muestra cómo la «normalidad» en la vida de un niño de diez años se resquebraja sin que tenga tiempo de asumir lo que está ocurriendo. En un principio, Gaby lleva una existencia tranquila, junto a sus padres (más adelante divorciados), su hermana pequeña y su pandilla. Tanto él como sus amigos pertenecen a la población privilegiada de la ciudad: son mestizos, hijos de padre europeo y madre autóctona, o bien negros, hijos de un autóctono bien situado. Están occidentalizados, en general, aunque por parte de la familia materna les llegan los restos de un sistema de creencias mítico que se resiste a desaparecer por completo. El conflicto étnico entre tutsis y hutus, difícil de entender para el niño, parece lejano, correspondiente a los adultos que vivieron una guerra, no a un muchacho que va al colegio y presume de bicicleta; sin embargo, a medida que se acrecienta la tensión en Ruanda (y se extiende a Burundi), la violencia se instala, a su manera, en el día a día de los pequeños.
La incertidumbre tras el golpe de Estado, la preocupación por los familiares que residen en Ruanda, la radicalización de los jóvenes, el aumento de la rabia entre compañeros de colegio; estos indicios de una guerra inminente van invadiendo la cotidianeidad del protagonista, que observa la realidad con ojos de niño mimado que, sumergido en los libros (por aquel entonces se convierten en un refugio con el que evadirse, aunque la «evasión» no tiene, por fuerza, connotaciones positivas; significa asimismo encerrarse, retrasar el momento de afrontar unos hechos que lo aterrorizan), se resiste a aceptar que su infancia ha terminado de forma brusca, que la época de la ingenuidad se acabó para siempre, que ya no puede hacer oídos sordos a lo que está pasando fuera de su hogar. El personaje de Gaby no está concebido como un héroe juvenil que lidia con la adversidad, ni como un niño particularmente prodigioso; tan solo es un muchacho, un muchacho como tantos otros, que tiene miedo. Violencia y miedo: palabras clave de este libro. Nada mejor que una mirada infantil limpia para captar esos cambios sutiles.
El rico elenco que lo acompaña (de la familia a los amigos, pasando por los sirvientes) permite ir más allá de la individualidad de Gaby y esboza una radiografía de la sociedad burundesa en los años noventa, con sus tensiones étnicas, pero también de clase. Este es otro punto destacable: pese a formar parte del círculo acomodado, el narrador no limita la novela a su esfera, sino que presta atención a las desigualdades que sufren los hombres que trabajan en su hogar y los niños pobres. La pandilla de amigos le da mucho juego, por los distintos perfiles de sus integrantes y sus rivalidades con otras bandas; las travesuras de unos chiquillos proporcionan mucha información sobre las jerarquías. Por otro lado, la correspondencia con una niña francesa (uno de esos ejercicios de intercambio promovidos por las escuelas) pone en evidencia, una vez más, la ignorancia de los occidentales con respecto a los países africanos. En una ocasión, ella le pregunta si han recibido los alimentos que donaron; en el imaginario colectivo de Occidente, durante mucho tiempo se ha propagado la imagen de una África llena exclusivamente de niños pobres y desnutridos. En la práctica, Gaby no está tan lejos de los muchachos franceses de su edad: juega, lee, estudia, se enamora. Hasta que llega la guerra; en eso sí se encuentra lejos, muy lejos.

Gaël Faye
No es de extrañar que Pequeño país ganara el Goncourt des Lycéens, cuyo jurado está integrado por adolescentes de entre quince y dieciocho años (y que en otras ediciones ha premiado a autores como Delphine de Vigan, Mathias Énard o Philippe Claudel; en fin, nada de condescendencia): además de un punto de vista con el que se pueden identificar, plantea los temas (genocidio, conflicto étnico, tensión social) con claridad, de tal manera que incluso resulta «didáctico». ¿Cómo? Con la poderosa verdad literaria de una historia bien narrada. Sin alardes ni experimentos; un estilo sencillo, cálido y preciso, con suaves toques poéticos. Gaël Faye se revela como un excelente narrador, que, a través de la mirada de un niño (un niño que se adentra en el mundo de los adultos sin entenderlo todo, que escucha detrás de las puertas, que piensa como un niño pero se da de bruces con una guerra que va muy en serio y lo arrasa todo), evoca un periodo convulso de la Historia reciente. Quizá flaquea en las últimas páginas, acerca del retorno, que podría haber desarrollado más. En cualquier caso, solo se trata de una minucia que no desluce el conjunto: Gaël Faye ha escrito una novela preciosa.

23 marzo 2018

Una vida prestada - Berta Vias Mahou


Edición: Lumen, 2018
Páginas: 216
ISBN: 9788426404428
Precio: 18,90 € (e-book: 8,99 €)

Vivian Maier (Nueva York, 1926 – Chicago, 2009) fue una mujer pegada a una cámara de fotos mucho antes de que el teléfono móvil invadiera la sociedad, cuando hacer fotos todavía conservaba el aire de las grandes ocasiones y no era en absoluto habitual que una aficionada como ella destinara su sueldo a comprar carretes. Hizo fotografías por la calle, de escenas cotidianas, espontáneas; nada de posados, nada de artificios. Ella solo se retrataba de vez en cuando, como un reflejo, un guiño; nada de egotismo, tampoco. Se guardó su pasión para sí misma, no intentó profesionalizarse; al contrario, trabajó como niñera durante toda su vida, y en sus últimos años, sin hogar ni familia, dependió de la solidaridad de los niños a quienes había cuidado. En una historia digna de Hollywood, su archivo fue descubierto prácticamente por casualidad, y no tardó en ser considerado de gran calidad. Vivian Maier, sin embargo, no vivió para disfrutar de este reconocimiento. La ausencia de la creadora avivó más si cabe el misterio en torno a ella: ¿quién fue Vivian Maier?, ¿por qué no trató de exponer su obra?
Con esta pregunta como punto de partida, la escritora y traductora Berta Vias Mahou (Madrid, 1961) se encarga de rellenar los huecos del «misterio Vivian Maier» en Una vida prestada (2018). Tomando como referencia datos reales acerca de la fotógrafa (sus padres, refugiados judíos; su educación en Francia; su trabajo como niñera en Nueva York y Chicago), trata de ponerse en su lugar e imaginar (porque esto no pretende ser una biografía, sino literatura) su existencia, sus inquietudes, sus recovecos. Da voz a una mujer que permaneció en silencio; como sugiere el título, le presta una vida, hilvanando las escasas huellas que dejó tras de sí. Es un acierto, además, que la elegida para este proyecto sea Berta Vias Mahou, una autora que, pese a contar ya con una notable trayectoria, en la que destacan libros como Venían a buscarlo a él (2010; Premio Dulce Chacón), Yo soy El Otro (2015; Premio Torrente Ballester) y La mirada de los Mahuad (2016), mantiene un perfil bajo en la esfera literaria. Nadie mejor para entender a una artista que no quiso figurar, aunque nunca dejó de cultivar su vocación.
Los adultos que se promocionan a sí mismos para progresar se convierten en alimañas, pensaste. No querías ser así. Por eso, siempre te sentiste tan a gusto con los niños, los viejos y los fracasados. No querías medrar, sino mantenerte recta y ser justa, aunque resultaba difícil, porque también eras mezquina e injusta. Qué tontería querer convertirse en algo. En alguien. ¿Para qué? ¿Para distinguirte de los demás? Ser importante. ¿Para qué?
Esta no es una novela de «trama», con sus personajes y su desarrollo lineal, sino que está concebida como un texto más experimental, con todo el peso puesto en el punto de vista: un monólogo de Maier que se desdobla en un «tú», es decir, la siempre arriesgada segunda persona. Arriesgada, porque da tanta intensidad a la narración que a ratos puede resultar un poco pesada, repetitiva, ampulosa. El planteamiento del libro, más que a una «historia», se asemeja a una serie de paseos de la protagonista, en los que la vivencia del momento (por ejemplo, ir a recoger a los niños al colegio) se funde con sus recuerdos y sus reflexiones, de tal modo que la anécdota sirve para reconstruir, no solo su vida, sino su forma de estar en el mundo, su mirada. Una vida prestada sobresale justamente en esto: en dar cuerpo y voz a una gran desconocida, indagar en su interior y no tanto en los hechos de los que se tiene constancia (si bien aparecen como telón de fondo, por la influencia que ejercieron en ella y como contexto). Es, ante todo, una novela de un personaje, escrita con un estilo impecable.
Vivian Maier
Berta Vias Mahou retrata a una Vivian Maier curtida, independiente, una mujer con principios y un tanto estoica. No aspira a ascender de clase ni a contraer matrimonio; se siente satisfecha con lo que tiene, esto es, su empleo como niñera, sus habitaciones modestas en casas ajenas, su cámara. Se le podría aplicar aquella máxima de que los más ricos no son los que más tienen, sino los que menos necesitan; derrocha una fuerza y una dignidad inspiradoras. Con frecuencia, los personajes femeninos (de la literatura y de la vida) son muchachas en busca del amor, malcasadas desdichadas y, en general, mujeres muy arraigadas al ámbito doméstico. O lo opuesto: mujeres triunfadoras en su profesión. Esta Vivian Maier presenta la particularidad, enfatizada por la autora, de ser una mujer sin pareja, sin hijos y sin éxito; una persona discreta, que se ha hecho invisible a conciencia. Ese es otro tema que se aborda: la decisión de participar o no en el mundo artístico. Ella optó por el anonimato, el margen, lo que da pie a una crítica de las astucias y la falta de transparencia de la industria cultural, así como de la obsesión por la fama, por medrar a cualquier precio; un debate aún vigente.
A gente que parece que la hubieran hecho a golpes… No son tan raros. Sólo son hijos del dolor. Mañana yo puedo estar así. Y tú. Nadie les quiere ver, pero tampoco nadie está libre de convertirse en uno de ellos. Son como nosotros, iguales en todo, pero a ellos les ha ocurrido algo que les ha roto por dentro de una forma tal que se les ve hasta por fuera. Son mis hermanos. Mi familia. Y algún día formarán parte de mi banda…
Otro rasgo llamativo de esta Vivian Maier es su temple: pese a estar rodeada de niños, carece de una naturaleza cariñosa o «maternal»; como mujer experimentada, conoce la peor cara del ser humano y no inventa un universo de fantasía para las criaturas. A partir de su condición de outsider, y de su inclinación por fotografiar a gente corriente, la autora la dota de una gran conciencia social, empatía para con los más desfavorecidos, los inadaptados, los enfermos, los ancianos. Y los niños, claro, que todavía conservan una mirada limpia, esa mirada sin prejuicios con la que ella aprieta el botón de la cámara. No se deja deslumbrar por los focos, sabe lo que de verdad importa e inculca esos valores a los pequeños. Obra y fotógrafa resultan inseparables: no hace fotos de lo bonito, sino de instantes de realidad (una rabieta, una mueca de dolor, una risa). El último capítulo, con la protagonista moribunda, parece la culminación de esta existencia aparte, como si ella ya hubiera adivinado su final.
Berta Vias Mahou
Berta Vias Mahou firma una aproximación lograda, respetuosa con el personaje, que, pese a recrear el ambiente de una época y un lugar determinados (Nueva York y, sobre todo, Chicago, en la segunda mitad del siglo XX, con referencias a noticias y a artistas conocidos), trasciende lo puramente histórico gracias a su verdad literaria. O, por expresarlo de otro modo, se vale del retrato de Vivian Maier para incidir en cuestiones que, de una manera u otra, atañen a todos, en cualquier espacio y en cualquier momento: la autonomía personal, la educación de los niños, la hipocresía de los círculos intelectuales, la pobreza, la marginación, el encaje de la niñera en la sociedad, la coherencia con uno mismo. Esto último tal vez sea lo más importante, para esta Vivian Maier pero también para la autora, que se ha llevado el material a su terreno y le ha dado una voz muy personal a la protagonista, con un gran dominio del lenguaje y sin concesiones. Un buen libro, en suma.
Fragmentos en cursiva de las páginas 78 y 129.

11 marzo 2018

Luz brillante - Kaori Ekuni


Edición: Funambulista, 2017 (trad. Juan Francisco González Sánchez)
Páginas: 240
ISBN: 9788494712982
Precio: 17,00 €

La cubierta del libro reproduce el cuadro «Los que duermen y el que vela por ellos» (1870), del pintor prerrafaelita Simeon Solomon, una imagen que le sirvió de inspiración a Kaori Ekuni (Tokio, 1964) para concebir Luz brillante (1991), su primera novela, con la que obtuvo un gran éxito dentro y fuera de su país, y que permanecía inédita en castellano. La pintura nos da algunas pistas sobre su contenido: tres personajes abrazados, un aire como de ensoñación y misterio. Ekuni revela, además, que dicho artista sufrió el ostracismo de sus colegas como consecuencia de su supuesta homosexualidad. Esto también tiene mucho que ver con el libro, y es que los narradores japoneses parecen especialistas en la exploración de los personajes marginados por la hegemonía. Puede que en la actualidad algunos de estos aspectos resulten un tanto excesivos, pero hay que tener en cuenta los casi treinta años que han transcurrido desde su publicación, en los que se ha avanzado mucho en la normalización del tema.
La historia está protagonizada por un joven matrimonio. En apariencia, conforman una pareja como cualquier otra; sin embargo, en la intimidad salen a la luz sus secretos. Él es un médico homosexual que mantiene una relación clandestina con un chico desde hace años; ella, una mujer alcohólica emocionalmente inestable. Ambos conocen la verdad de su cónyuge y la aceptan sin reproches. Ese es el pacto del matrimonio: no se aman como dos enamorados, pero cuando están juntos pueden actuar tal y como son, pueden dejar de fingir. Aun así, existe cierto desequilibrio que les pasará factura: él tiene a su novio, mientras que ella carece de alguien con quien experimentar el amor. La mujer se interesa por el amante de su esposo, se involucra de forma progresiva en su relación, quiere conocer esa unión, incluso ser partícipe de ella. El marido, por supuesto, se siente incómodo. Quién sabe qué pretende su esposa, o tal vez todo esto no sea más que el desvarío de una persona trastornada.
La autora pone el dedo en la llaga en dos tabús (no solo de Japón): la homosexualidad, por un lado, que por aquel entonces se consideraba una enfermedad, y los trastornos mentales, por el otro, esos grandes desconocidos; ambos personajes arrastran un estigma. Aunque el libro tiene un tono más bien intimista, se aprecia un trasfondo social por cuanto muestra la presión externa ejercida sobre ellos. En primer lugar, de la propia familia: los padres, obsesionados por ocultar la condición de sus hijos, los instan a contraer matrimonio y después a plantearse la descendencia porque es aquello que se espera de una pareja. En segundo lugar, la presión por el desconocimiento dentro de las propias instituciones médicas: el psiquiatra recomienda a la chica casarse y tener hijos como remedio de sus males (esa tendencia a recluir a las mujeres en el hogar, en vez de ahondar en el origen de sus desequilibrios), y, en lo referente a la homosexualidad, se dice que es bastante común en la profesión, pero se oculta para mantener el prestigio; en el hospital, el asunto se comenta en voz baja, todos saben y todos callan. El médico está bien considerado entre sus pacientes y cuenta con una buena posición social; no obstante, en realidad lleva una doble vida, es un hombre reprimido, insatisfecho.
Kaori Ekuni
Los protagonistas se conocieron a través de una agencia, impulsados por sus respectivos entornos, y se casaron pocos meses después. Este acto, que podría parecer una rendición, un sometimiento a la hipocresía reinante en la sociedad, se convierte paradójicamente en un camino hacia la liberación, porque lo que Kaori Ekuni propone en esta novela provocadora y extraña es la búsqueda de otras formas de estar en el mundo, la construcción de una habitación propia en la que los «inadaptados» tengan cabida. El libro pretende romper esquemas, incomodar, llamar la atención sobre la urgencia de renovar el modelo de familia nuclear. Lo hace con una narración a dos voces de la pareja (un acierto, para entrar en el juego de sus enigmas mutuos, sus pequeñas traiciones) y un estilo ágil y sencillo, con la poética y la fuerza insinuante que caracterizan la narrativa japonesa. Sin alcanzar la sutileza y la hondura de una Hiromi Kawakami, cumple con su cometido. Una lectura recomendable.

09 marzo 2018

Un debut en la vida - Anita Brookner


Edición: Libros del Asteroide, 2018 (trad. Catalina Martínez Muñoz)
Páginas: 232
ISBN: 9788417007348
Precio: 18,95 € (e-book: 9,99 €)
Tenía mucho que pensar. Eso era lo mejor de contravenir las normas. Eso nunca te lo cuentan. La cuestión ya no era si debería o no debería hacer tal o cual cosa, sino si quería o no. A pesar de todo, se daba cuenta de que algo no encajaba. Habría preferido quedarse con los libros a tener la razón. El esfuerzo paciente por la virtud, la larga prueba, el éxtasis de la recompensa merecida, esas cosas ya nunca estarían a su alcance. Se había desviado del único camino conocido y había dejado de entender cómo era el mundo antes de la caída. Porque era incuestionable que se había producido una caída. Le bastaba con ver lo radiante que se sentía. Y el egoísmo, la codicia, la mala fe y la extravagancia fueron los factores de su transformación en aquella apariencia de mujer atractiva y segura, las causas del milagro que la obligó a crecer y a moverse por el mundo con desenvoltura. Parecía que ahora gustaba más a la gente. El portero la saludaba desde su garita, por la noche y por la mañana. De verdad tenía mucho que pensar.
Toda primera novela es el relato de un desengaño. Anita Brookner (Londres, 1928-2016) llegó tarde a la ficción, pero Un debut en la vida (1981), la obra con que se dio a conocer, cumple esta máxima. Antes de cultivar la narrativa –publicó veinticinco libros, entre los que destaca Hôtel du Lac (1984), Premio Booker–, desarrolló una brillante carrera como historiadora del arte en la universidad, hasta el punto de convertirse en la primera mujer en acceder a una cátedra de Bellas Artes en Cambridge. Estamos, por lo tanto, ante una escritora intelectual, de mente analítica y rigurosa. Estos atributos se aprecian en la novela, que recorre los años de formación de una profesora universitaria, Ruth Weiss, una investigadora soltera, reservada y diligente, con una tesis sobre el vicio y la virtud en Balzac, que a los cuarenta años «comprendió que la literatura le había destrozado la vida». Esta frase tal vez podría traer a la memoria las desdichas de una heroína romántica, si no fuera porque Brookner, como la describe su compatriota Julian Barnes, tenía una visión de la vida «firme e inquebrantable».
Siguiendo las peripecias de la Ruth estudiante, Brookner contrapone dos sistemas de valores. Por un lado, la moral interiorizada a través de la lectura, así como el fascinante mundo de las ideas; todo aquello que se aprende con los libros y se inculca con la educación. Por el otro, la vida, a secas, llena de preocupaciones y ligerezas inesperadas. El desengaño no es otro que la revelación de que la existencia, incluso la existencia de una joven en apariencia tan recta como ella, no premia las conductas «ejemplares» ni castiga a los insensatos como en las novelas moralistas. Las ficciones la educaron en la bondad, la honradez, el pudor, la caridad, pero en la vida real los héroes de Dickens no tendrían final feliz y los villanos se lo pasarían en grande. Pese a todo, no se trata de un hallazgo amargo: la protagonista se sorprende disfrutando de los placeres mundanos en París (qué importante es su estancia en París, lejos de su hábitat natural en Londres, qué importante es salir al mundo para romper el cascarón). Después de todo, el vicio, o lo que se entiende por vicio, no está tan mal.
Al mismo tiempo, Un debut en la vida explora la construcción de identidad de una chica que aspira a ser independiente pero, a pesar de su esfuerzo académico, se encuentra con muchos obstáculos por el camino. En este sentido, resulta fundamental el papel de la familia: la madre, una actriz de teatro venida a menos, débil y con delirios de grandeza; y el padre, un librero de viejo que ve a escondidas a otra mujer. En medio hay una asistenta irlandesa avispada, la pieza que los mantiene a flote, hasta que empieza a pensar en sí misma y el clan Weiss debe asumir sus deberes. Ruth no vive aislada del hogar (salvo en su etapa de descubrimiento en París), y las responsabilidades familiares suponen con frecuencia un freno para su carrera. Es joven, no tiene pareja, le espera un gran futuro; aun así, no puede centrarse solo en ella. Esta es la historia de la larga y rocosa travesía de una mujer cultivada en busca de su autonomía.
Anita Brookner
Y, por si fuera poco, con sentido del humor. La autora es alérgica a la autocompasión, de modo que, por muy mal que lo pase la chica (hacia el final se precipitan las malas noticias), nada de lamentos. Templanza, sobriedad e ironía, tanto en el fondo como en la forma; una pluma de hielo. Erudita, también: abundan las alusiones a Balzac y demás literatos (magníficas las relaciones que establece con otros personajes femeninos, esa búsqueda de referentes que la mujer inquieta necesita durante su aprendizaje), aunque sin caer en los problemas del escritor intelectual; sabe encontrar el equilibrio justo entre su bagaje profesional y la proximidad al latido de la vida que requiere una novela. El resultado es un buen libro, ameno e incisivo, de premisas sencillas pero bien exprimidas, que deja un grato recuerdo. Un debut en la literatura por la puerta grande.
Cita inicial en cursiva de las páginas 119-120.

04 marzo 2018

El cielo es azul, la tierra blanca - Hiromi Kawakami


Edición: Alfaguara, 2017 (trad. Marina Bornas Montaña)
Páginas: 216
ISBN: 9788420423883
Precio: 17,90 € (e-book: 7,99 €)

Una historia de amor. ¿Hay algo más trillado? Todos los libros cuentan una historia de amor, o más de una, incluso aquellos en los que no aparece ninguna pareja de enamorados. Porque hay muchas manifestaciones del amor. Y muchas formas de enamorarse. Por encima de todo, hay muchas maneras de narrar una historia de amor, y la de Hiromi Kawakami (Tokio, 1958) en El cielo es azul, la tierra blanca (2001; Premio Tanizaki) se puede considerar excepcional, tanto en el sentido de espléndida como en el de peculiar o insólita. Esta novela, que debe su título a una canción que tararea la protagonista, consolidó a la autora como una de las escritoras más importantes de Japón, y fue adaptada al cine con gran éxito. En España, la publicó por primera vez Acantilado, que ha editado buena parte de su obra, y Alfaguara la incorporó a su catálogo el año pasado, junto con Los amores de Nishino (2003).
Esta es, pues, una relación singular. Por muchos motivos. En primer lugar, sus protagonistas pueden definirse como «inadaptados» o «raros», individuos que no llevan el estilo de vida predominante en la sociedad japonesa (ni en los países occidentales) y tampoco poseen las habilidades sociales ni el atractivo físico para resultar «seductores». Son, de hecho, grandes solitarios. Ella, la narradora, se llama Tsukiko: una oficinista treintañera, soltera y poco familiar, independizada desde hace años. Él, Harutsuna Matsumoto, el maestro, es un profesor de lengua jubilado, viudo y un tanto anacoreta, amante de la poesía y de la naturaleza. Ella rechazó casarse y tener hijos, todo lo que su familia quería; en un determinado pasaje dice ser como una niña, no porque tenga comportamientos infantiles o porque no se valga por sí misma, sino porque siente que no encaja con lo que se espera de ella como adulta («mi nivel de madurez disminuía a medida que transcurrían los años. Nunca me he llevado muy bien con el tiempo», p. 130). Él, por su parte, lleva una existencia frugal desde la pérdida de su esposa, se ha convertido en un anciano discreto, aún atormentado por los recuerdos. Dos personajes muy diferentes a priori, que sin embargo se reconocen en sus respectivas soledades.
Mi madre, mi hermano y la familia de este vivían en el barrio, pero apenas nos visitábamos. No me sentía a gusto en aquella casa llena de ajetreo. Mi familia ya no me presionaba como antes para que me casara y dejara de trabajar, hacía mucho tiempo que había dejado de atormentarme con esa letanía. Pero algo en aquella casa me provocaba incomodidad. Era como si encargara varias piezas de ropa hechas a medida y al probármelas descubriera que unas eran demasiado cortas y otras eran tan largas que las arrastraba por el suelo al caminar. Entonces me quitaba la ropa, estupefacta, comprobaba de nuevo las medidas y me daba cuenta de que eran exactas. Así me sentía con mi familia.
La segunda particularidad: no empiezan a conocerse con la conciencia ni la voluntad de iniciar una relación sentimental. Ninguno de los dos está «en el mercado». Todo surge de manera espontánea, porque ambos frecuentan la misma taberna y la coincidencia al pedir un menú es la excusa para comenzar a hablar. No parten de cero, ya que en el pasado fueron profesor y alumna. Ahora, no obstante, sus roles han cambiado: conversan como dos adultos, aunque ella no abandona el «maestro» en el tratamiento y él conserva la entonación de su trayectoria como docente. En principio, hay una cierta distancia, que se acorta de forma progresiva con los sucesivos encuentros, siempre casuales, dado que, al no esperar nada de la relación, al no esperar una relación en absoluto, no siguen las pautas corrientes para conocer a alguien, a saber, acordar citas e intercambiar teléfonos. Eso llega más tarde. Hiromi Kawakami tiene el acierto de mostrar cómo nace el afecto en las situaciones cotidianas no premeditadas, una copa en el bar, una visita al mercado, un paseo por la calle. Como si no pasara nada.

En realidad, esto es lo natural, pensarán algunos, enamorarse sin pretenderlo. Y seguramente así es. Con todo, en las producciones culturales (literatura, cine, televisión) abundan tanto las relaciones construidas en torno a unos determinados códigos, que la de Hiromi Kawakami sorprende por darles la vuelta. Llama la atención la ausencia de romanticismo y de un cortejo como tal. La mujer tiene una personalidad un tanto huraña, y los dos están encerrados en sí mismos; no sienten deseos de compartir sus rutinas con nadie. La cultura tiende a ensalzar la experiencia amorosa, la vida en pareja como el ideal de felicidad, pero aquí hay una chica cómoda con su soltería y un anciano que, a su edad, no se plantea una nueva relación. Son muy independientes, están muy atados a sus costumbres, no esperan un «gran amor» que dé un giro a su existencia. Quizá la clave de su relación sea eso: una falta total de expectativas. No esperar nada del otro, no depender emocionalmente de nadie, no estar ansioso por gustar y ser amado. Dejar que todo fluya, sin prisas ni presiones. Son dos personajes hechos a sí mismos, no conciben el amor como un complemento indispensable para sentirse realizados.
Al preguntarme dónde estaría aquella noche, me di cuenta de que nunca habíamos hablado por teléfono. Nos encontrábamos por casualidad, paseábamos juntos por casualidad y bebíamos sake por casualidad. Cuando le hacía una visita en su casa, me presentaba sin previo aviso. A veces estábamos un mes entero sin vernos. Antes, si mi novio y yo no nos llamábamos ni nos veíamos durante un mes, empezaba a preocuparme. ¿Y si hubiera desaparecido como por arte de magia? ¿Y si se hubiera convertido en un completo desconocido?
Pero el maestro y yo no éramos novios, así que no nos veíamos a menudo. Pero aunque no coincidiéramos, el maestro nunca estaba lejos de mí. Él nunca sería un desconocido, y estaba segura de que aquella noche se hallaba en algún lugar.
Por otra parte, está la diferencia de edad: Tsukiko y el maestro se llevan unos treinta años, se encuentran en momentos vitales distintos, ella en plena vida adulta y él de vuelta de todo. A menudo, cuando el hombre es el mayor, las representaciones tienden a sexualizar a la mujer o a infantilizarla, la ponen en una posición subordinada con respecto al hombre; y a él, bien como un acomplejado que necesita resarcirse con jóvenes, bien como un seductor. La autora derriba esos estereotipos: a pesar de que al principio existe cierta deferencia de Tsukiko hacia el maestro, por su antigua relación de profesor y estudiante, el tema evoluciona de forma equilibrada, una relación entre iguales, entre adultos libres y autosuficientes. Su condición de solitarios causa otro tipo de dificultades en el curso de su historia: se abren el uno al otro muy despacio, su relación está hecha de silencios e interjecciones, de pasos inseguros, tranquila, pausada, sin explosiones de pasión ni de ira. Serena. Destaca la naturalidad con que la narradora observa o plantea dudas, como cuando se fija en la boca «vieja» del maestro.
Hiromi Kawakami
Y, por supuesto, para que la novela funcione no se puede ignorar el pulso de Hiromi Kawakami, que probablemente sea la mejor escritora japonesa de la actualidad. Sutileza, contención, palabras justas, elegancia, pulcritud; un estilo sin aspavientos que fluye como un río y va calando poco a poco. El estilo de una autora que no necesita demostrar que sabe escribir y hace lo que de verdad importa: contar una historia sin fuegos artificiales ni purpurina. Es más de insinuar que de masticar, siempre tenue, precisa y delicada. La narración comienza con una aparente sencillez que se vuelve hipnótica, como el amor de los personajes. Cuesta descifrar cómo lo logra, cómo se sirve de la simplicidad para construir una obra de esta hondura. El cielo es azul, la tierra blanca es un libro precioso.
Citas en cursiva de las páginas 70 y 76.


03 marzo 2018

Refugio - Terry Tempest Williams


Edición: Errata naturae, 2018 (trad. Regina López Muñoz)
Páginas: 432
ISBN: 9788416544714
Precio: 21,50 €

A veces, al terminar un libro, siento la urgencia de recomendarlo sin demora a las personas que más quiero. No porque se trate de la obra literaria más perfecta u original, sino porque he encontrado en sus páginas una autenticidad de hondo calado, una voz sensible e inteligente, profundamente conmovedora. Un libro del que no se sale igual, que remueve, que te cambia por dentro. La última ocasión en que una lectura ha producido este efecto en mí ha sido con Refugio (1991), un título muy aclamado de Terry Tempest Williams (1955), escritora y activista por la ecología, la preservación de la naturaleza y los derechos de las mujeres, criada en el paisaje árido de Utah, que hasta la fecha no había sido traducida al castellano. Errata naturae lo publica en su colección de Libros salvajes o nature writing; pese a no ser, en principio, el tipo de texto que más me interesa, su estilo tiene tanta fuerza, tanta emoción, que trasciende cualquier género.
Solemos reconocer un comienzo. Los finales son más difíciles de detectar. Las más de las veces sólo se distinguen después de una reflexión. Silencio. Apenas si somos conscientes del momento en que se inicia el silencio; sólo después nos percatamos de aquello de lo que hemos formado parte.
La nature writing es un género de no ficción que indaga, desde múltiples tratamientos, en el medio ambiente. Como en Refugio, suele combinar una aproximación a la naturaleza, a la vida salvaje, con la experiencia personal del autor en su relación con ese entorno. Para Terry Tempest Williams, ambas vertientes resultan inseparables: en los años ochenta, época en que se desarrolla esta historia, el crecimiento del agua del Gran Lago Salado de Utah alcanzó niveles tan altos que ponían en peligro la supervivencia de sus aves. La autora, implicada en la preservación del lago, trabaja para buscar soluciones mientras disfruta con la observación de las diversas especies de pájaros de la zona. En paralelo, su madre es diagnosticada de cáncer, una enfermedad frecuente en las mujeres de su familia, a las que apoda «el clan de las mujeres de un solo pecho». Tal como cuenta en el epílogo, esta proliferación podría ser consecuencia de los ensayos nucleares realizados en un desierto cercano de Nevada. Todo remite, por lo tanto, a la naturaleza, a la importancia de su protección, de su mantenimiento; a la postre, tanto los animales como los seres humanos sufren los efectos de su deterioro.
La escritura me ha enseñado que lo más personal es, en realidad, lo que nos une y nos acerca como seres humanos. El pasado se vuelve presente sobre el papel. Durante el acto de la lectura las palabras nos tocan el alma, se forjan relaciones, insuflamos vida al libro.
A lo largo de la lectura, apunté palabras como «sosiego», «delicadeza» o «contención»; así es la narración de Terry Tempest Williams, un estilo elegante, sutil, de un lirismo sin excesos, preciso, evocador, hermoso. Refugio narra un periodo de transformación, de búsqueda interior para sobrellevar la pérdida. O, mejor dicho, las pérdidas. Por un lado, la crecida del lago, que por momentos parece irrefrenable. Por el otro, la enfermedad terminal de la madre (y de otras mujeres de quienes se habla en el libro). Aunque, como en cualquier creación literaria que merezca la pena (Refugio tiene mucha literatura, pese a no ser ficción), lo interesante no está en el qué sino en el cómo. Y cómo escribe Terry Tempest Williams. Cuánta humanidad, cuánta sensibilidad, cuánta verdad hay en estas páginas. Qué pulcritud, qué finura para escribir sobre el cáncer y la muerte, para convertir una despedida en un libro precioso. No adorna nada, no cae en la cursilería ni el sentimentalismo; esa es su potencia, mostrar la realidad sin artificios. A ella le quedó un vacío irreemplazable, y sin embargo su obra produce de todo menos vacío. Este es un libro que acompaña, libera, reconforta, serena, sean cuales sean las circunstancias de cada lector. Este es el refugio que todos necesitamos alguna vez.
Un individuo no contrae cáncer: lo contrae una familia entera.
La autora pertenece a una familia mormona que, por supuesto, celebra sus rituales. Además, se relaciona con gente de culturas diferentes, como una mujer keniata. Estos aspectos, lejos de aumentar la distancia entre narradora y lector, resultan iluminadores por cuanto revelan otras formas de estar en el mundo, otros sistemas de creencias en los que los individuos se aferran a la tierra de un modo singular. Las creencias, la fe, los elementos simbólicos y el vínculo con la naturaleza, con las raíces, son una parte fundamental de Refugio. Se trata de una concepción de la vida y la muerte tan distinta a la de la sociedad urbana, occidental y laica, que resulta inspiradora. En este sentido, el libro abre puertas a otras sensibilidades (a menudo, más sanas que las nuestras) y da más de una bofetada sin manos al capitalismo que ha pasado por encima de tantos valores para imponer su ley sin cuestionamientos.
Como hemos olvidado nuestro parentesco con la tierra, nuestra afinidad con los demás se ha debilitado. Evitamos asumir responsabilidades y compromisos. Optamos por mantenernos ocupados, que es muy distinto de estar comprometidos. En este país, el tiempo es oro. En Kenia, el tiempo son relaciones. Tenemos una concepción distinta de lo que es una inversión.
Terry Tempest Williams
Escribo con la sensación de que me quedo corta. O, más bien, de que no sé explicarme, no encuentro las palabras exactas para expresar lo que ha significado este libro para mí. Puedo analizar con más o menos tino temas, estilos, etcétera, pero no consigo definir la emoción. Se me escapa. Habrá gente que, al leerme, pensará «Uy, esto no lo leo, que es duro». Siempre existen ese tipo de reticencias (que personalmente detesto) cuando una obra explora la enfermedad o el duelo. Bien. Yo os digo que este libro no es duro. Lo duro es vivirlo, y no obstante se vive todos los días. Este libro, esta maravilla que ha escrito Terry Tempest Williams, nos reconcilia con la vida, con la familia, con el amor, con la naturaleza (esas magníficas descripciones del paisaje y las aves). Es un libro catártico, liberador, penetrante.
Si alguna vez habéis confiado en mi criterio, leedlo. Haceos este regalo.
Citas en cursiva de las páginas 265, 391, 292 y 194.

LinkWithin

Related Posts with Thumbnails