31 marzo 2014

Y las cucharillas eran de Woolworths - Barbara Comyns



Edición: Alba, 2012 (trad. Pilar Vázquez)
Páginas: 240
ISBN: 97884-84287872
Precio: 20 € (e-book: 14,49 €)
Leído en versión original.

En los últimos años, la recuperación de obras publicadas a lo largo del siglo XX se ha convertido en tendencia, en especial de autoras británicas. La producción anglosajona es tan abundante que constituye una fuente casi inagotable de libros interesantes que por los caprichos del destino (o porque en su día no los valoraron como se merecían) habían caído en el olvido. Buena parte de estos rescates se deben a editoriales independientes, como Impedimenta, que consiguió un gran éxito con Stella Gibbons y cuenta en su catálogo con escritoras de la talla de Penelope Fitzgerald, Muriel Spark y Elizabeth Bowen; o Libros del Asteroide, que ha publicado novelas de Nancy Mitford y E. M. Delafield, recibidas con entusiasmo por parte de los lectores. No obstante, algunas editoriales grandes también se han sumado a esta corriente, como Alba con su colección Rara Avis (el nombre lo dice todo), cuya autora más emblemática por el momento es probablemente D. E. Stevenson con El libro de la señorita Buncle.
La inglesa Barbara Comyns (1909-1992) comparte catálogo con ella. Su nombre no le sonará a nadie, pero esta mujer tuvo una vida a la que merece la pena referirse ni que sea con cuatro líneas. Formaba parte de una familia numerosa venida a menos, marcada por el alcoholismo del padre y las deudas que este dejó a su muerte. Ella trabajó como pintora y modelo, y años más tarde huyó de Inglaterra con su marido (esta etapa le inspiró una novela ambientada en España). Después de separarse de su esposo y con dos hijos a su cargo, salió adelante criando perros, dibujando para publicistas y restaurando muebles. Su situación empeoró con la Segunda Guerra Mundial, cuando se convirtió en cocinera de una casa de campo, donde comenzó a escribir. Esta vida tan dickensiana se plasma en su obra; Y las cucharillas eran de Woolworths (1950), su segunda novela, tiene un notable carácter autobiográfico de la época de su primer matrimonio.
Sophia, la protagonista, se casa con Charles cuando ambos son muy jóvenes e ingenuos; dos artistas bohemios dispuestos a comerse el mundo en Londres durante la Gran Depresión. Sin embargo, pronto se queda embarazada y sus circunstancias se vuelven precarias, puesto que Charles no gana mucho dinero y ella apenas consigue cuatro duros como modelo ocasional. Aun así, la obra no cae en el dramatismo, porque emplea un tono desenfadado, incluso cómico. Ella misma explica al principio que la gente siente lástima cuando les cuenta lo que ha vivido, pero ahora está tan contenta que no se entristece por el pasado. Toda la novela es así, dura en los hechos y alegre en la voz, como demuestra la chispa del título, que hace referencia a las cucharillas del ajuar: Sophia habría preferido que fueran de porcelana fina, pero tuvo que conformarse con las baratijas de este centro comercial.
La novela, narrada en primera persona por Sophia, relata sus peripecias cotidianas mediante capítulos cortos y concisos, sin que el interés decaiga porque continuamente se desarrollan nuevas andanzas. Esta estructura de «mujer hablando de sus experiencias diarias», con humor y sin filigranas, se puede considerar precursora del género chick-lit (literatura escrita por y para mujeres, con un estilo fresco y sin pretensiones, que tiene como objeto las chicas veinteañeras o treintañeras trabajadoras e independientes que sueñan con encontrar el amor. El diario de Bridget Jones, de Helen Fielding, es su máximo representante). De hecho, Sophia podría ser una Bridget Jones de su tiempo: una joven alocada e irresponsable (su método para evitar un embarazo es tremendo) que habla sin tapujos de sus preocupaciones. En esto último Barbara Comyns tiene más mérito que cualquier escritora actual, ya que plantea temas que en los años cincuenta, cuando se publicó, no estaban tan extendidos, como algunas decisiones valientes que toma la protagonista. En general, pese a ese posible parecido con el chick-lit, lo que ocurre es mucho más serio que la frivolidad que caracteriza muchas novelas de este tipo.
Por otra parte, además de tener interés como novela sobre la cotidianeidad de una mujer, también resulta estimulante porque trata cuestiones que siguen vigentes, como el embarazo no deseado a temprana a edad, la bofetada que le da la vida por querer vivir demasiado deprisa, la escasa remuneración que recibían los artistas y, sobre todo, la precariedad de los años treinta, que en la actualidad ha regresado. Considero que la obra ha «envejecido» bien y el lector de hoy puede seguir exprimiéndola; es más, incluso me parece aconsejable leer esta historia para llenarse de su mensaje final, que podría ser algo así como que la felicidad no siempre está donde uno cree que la encontrará, y a veces pasar penurias sirve para aprender a valorar más algunos detalles. 
Barbara Comyns
Sé que las palabras «cotidiano», «mujer» y «realista» tal vez no son el mejor cebo para atraer a la mayoría de lectores, pero lo que aprecio de Y las cucharillas eran de Woolworths es precisamente su naturalidad, su construcción inteligente y sin excesos de una trama que tiene más calado del que aparenta a simple vista. Demuestra que se pueden plantear asuntos delicados sin caer en la tragedia y que los tintes autobiográficos a veces alcanzan un significado colectivo, gracias a una narración que apuesta por lo próximo, sin extravagancias ni pirotecnia, con una protagonista fuerte que convence por su bondad disparatada. Una novela muy recomendable, en definitiva.

28 marzo 2014

Consejos para redactar una reseña



El amateurismo de los blogs permite que cualquier lector exprese sus opiniones en la red, con independencia de su formación o de su habilidad para escribir. Esto tiene sus ventajas: se exponen impresiones claras y transparentes, alejadas del rigor académico, de modo que escritores, editores y quien lo desee pueden conocer qué piensan de verdad los lectores, sin intereses secundarios y sin el incómodo disfraz de la palabrería. Sin embargo, a veces estas reseñas presentan problemas por el carácter de aficionado del bloguero, unos problemas que se podrían reducir de forma notable si se siguieran algunas pautas. Con este fin, he preparado la siguiente lista de recomendaciones, que no pretende ser una guía para redactar críticas profesionales (eso se lo dejo a los entendidos), sino unos consejos prácticos y sencillos de una bloguera que ya lleva unos cuantos años en esto.

1. Piensa siempre en tus lectores. Esto no significa que tengas que escribir pensando en conseguir visitas ni hablar de los libros más populares, sino ser consciente de que hay personas que te leen y es importante que en tu blog encuentren reseñas que cumplan sus expectativas, es decir, bien estructuradas, con las explicaciones claras, que no den por supuesto que el lector conoce libros que tal vez no le suenan, etc.; el «todo vale» no sirve de nada si aspiras a ser leído. Este punto se complementa con los demás.

2. Sitúa brevemente el contexto del libro y el autor. No es lo mismo reseñar un clásico del siglo XIX que una novela actual, como tampoco lo es comentar un libro de ficción o uno basado en hechos reales. Tú sabes lo que has leído, pero puede que el lector no, por eso resulta fundamental ubicarlo con una referencia sucinta a la época (en caso de que sea un clásico o una recuperación) y al autor (si es joven, si tiene una larga trayectoria, si esta es su primera novela, si se inspira en una experiencia personal, de qué país es, etc.). No hace falta contar su vida y milagros; solo situar.

3. No hagas de la opinión un resumen del argumento. Tanto si divides tu comentario en apartados como si lo escribes de una tacada, no puedes excederte en la descripción del argumento. Está bien contar un poco, lo justo para que el lector se haga una idea de la trama, pero esta parte nunca debe ser el eje de la reseña porque no aporta ninguna observación propia. Cuando te pongas a escribir, en lugar de responder a la pregunta ¿De qué va la novela?, pregúntate ¿Qué me ha parecido interesante?, ¿Cómo está contada?, ¿Qué no me ha convencido?, ¿Hay algún personaje que sobresalga?, etc. Hacerse preguntas ayuda a sacar ideas que tenemos dentro y que en ocasiones no sabemos que están ahí.

4. Evita la paja. Exprésate con claridad y sin rodeos; nadie quiere leer una reseña llena de información superflua. No divagues, no hables de los motivos que te llevaron a leer el libro ni de cuánto tardaste en leerlo (o, al menos, que la explicación no ocupe más de un par de líneas); una reseña no es mejor por ser más extensa. Tampoco la conviertas en un ejercicio de lucimiento personal: si escribes literatura, demuestra tu talento en los textos pertinentes, no en el análisis de un libro. Recuerda el punto 1: el lector espera encontrar un comentario sobre la lectura, no le interesa lo demás. Hacerte un pequeño esquema antes de redactar te resultará útil para no desviarte.

5. Argumenta todo lo que expongas. No basta con decir que te parece bueno o malo: explica por qué opinas así, pon ejemplos. Quizá en algunos momentos pensarás que tus argumentos son poco «técnicos» o te resultarán raros porque nadie más los ha utilizado, pero, créeme, es muy útil para todos (lectores, escritores, editores) que hagas el esfuerzo de argumentar. No importa que luego haya personas que no estén de acuerdo; en ese caso, puede surgir un debate que enriquezca la visión del libro.

6. No te excuses si el libro no te ha parecido bueno. Algunos blogueros dan muchos rodeos para evitar decir que no les ha gustado. No escribas pensando en el autor sino en otros lectores como tú, que agradecen la opinión sincera. El escritor no es un niño al que tengamos que proteger; es un profesional que aspira a satisfacer al público, y no se le hace ningún favor mintiéndole u ocultando la verdad. Además, las personas que te leen son lo suficientemente maduras e inteligentes para saber que solo se trata de tu valoración y quizá otros lectores no la comparten. Demostrar seguridad en uno mismo resulta fundamental para que la gente note que sabes de lo que hablas y confíe en tu criterio.

7. Compara, si puedes, con otras novelas del autor. Aquello de que las comparaciones son odiosas no se aplica a la crítica. Si has leído más obras del mismo escritor, compararlas es un ejercicio útil para ti (porque practicarás el análisis) y para tus lectores, que probablemente también han leído otros libros del autor y quieren saber cómo es el nuevo en relación a estos. Ojo: comparar no se limita a calificar de mejor/peor. Puede que una novela sea más madura que la anterior, que una gire alrededor de un personaje y la otra sea coral, que todas traten temas afines como parte de una tendencia, etc. Toda esa información enriquece la reseña. Aplico lo mismo para los géneros y las novelas de escritores diferentes pero con algo en común.

8. Adáptate a cada libro. No se le pide lo mismo a una novela intimista que a una de aventuras, por eso la reseña no puede seguir un modelo inamovible. El hecho de que una obra pensada para ser íntima y tranquila carezca de ritmo trepidante no se puede señalar como problema, del mismo modo que las descripciones de lugares desagradables no son un punto débil de una novela negra. En función del libro, tendrás que adaptar el comentario y poner más o menos énfasis en cada aspecto.

9. Construye tu sello personal. El valor más preciado de un bloguero es aquello que lo hace único, aquello por lo que los lectores deciden leerlo a él y no a otro. Por un lado, el criterio de selección de lecturas y la capacidad de análisis que demuestra en las reseñas, habilidades que se desarrollan con el tiempo; por el otro, el tono: irónico, serio, elegante, alegre, bruto, divertido, sensible. No hay opciones mejores ni peores; lo importante es que tú te sientas cómodo. Mientras no encuentres ese tono, prueba las diversas posibilidades, juega a ser divertido, experimenta. La práctica, junto con la lectura de otros blogs, es la mejor forma de aprender.

10. Cuida la redacción y reléete siempre antes de publicar. Vigila las faltas de ortografía, los errores de sintaxis, las repeticiones y las erratas. Ten un diccionario en línea abierto mientras escribes y acostúmbrate a consultarlo. No redactes párrafos descompensados: si hay cuatro de diez líneas, luego no escribas uno de tres. Por otra parte, revisa los textos varias veces, tanto para detectar estos fallos como para reconsiderar si las frases se entienden, si el orden de los párrafos es el apropiado o si se puede recortar información innecesaria. Si solo pudiera elegir un consejo, me quedaría con este: repasa todo lo que escribas (y si puede ser unas horas o unos días después de haberlo escrito, mejor, porque te habrás distanciado del texto y lo analizarás de forma más crítica).

26 marzo 2014

Élisa - Jacques Chauviré



Edición: Errata naturae, 2014 (trad. Regina López Muñoz)
Páginas: 64
ISBN: 9788415217701
Precio: 10,50 €

Hay libros que por su singularidad, tanto temática como estilística, no entrarían (casi) nunca en el catálogo de una gran editorial; no porque el editor no los aprecie, sino por estar destinados desde el principio a un sector minoritario del público, lo que reduce notablemente ese valor llamado rentabilidad. Por eso son tan importantes las editoriales pequeñas e independientes que, poco a poco y sin demasiado ruido mediático, llenan el mercado de propuestas alternativas que enriquecen la oferta, como esta Élisa (2003): su brevedad (sesenta páginas escasas), el autor inédito hasta ahora en castellano y la narración tranquila la convierten en una rara avis, aunque a los seguidores de Errata naturae ya no nos sorprende porque sus editores parecen tener un don para encontrar exquisiteces de este tipo, como ya demostraron en su momento con Hace cuarenta años, de Maria van Rysselberghe, y Karl y Anna, de Leonhard Frank.
El relato de Élisa narra una experiencia vivida por el autor. Jacques Chauviré (1915-2005), un médico francés que compaginó su profesión con la escritura, empezó a publicar a finales de los cincuenta y recibió elogios de literatos como Albert Camus. No obstante, Élisa no se corresponde a esta etapa, puesto que se editó en 2003, cuando Chauviré ya tenía ochenta y ocho años y estaba bastante alejado del mundo literario, después de casi dos décadas de silencio. No en vano, la nouvelle conecta la infancia con la vejez, como si de algún modo el narrador completara un círculo vital a partir de un episodio en apariencia anecdótico. Esta obra le valió el aplauso de los libreros e impulsó el redescubrimiento de su producción previa.
La acción de Élisa comienza en 1920, cuando el protagonista, apodado Vanvan, tiene cinco años y se enamora de Élisa, la joven criada recién llegada a la casa de campo de sus abuelos. Lo extraordinario de esta nouvelle es la constatación de que solo un niño puede ver a la sirvienta con esos ojos y acercarse a ella con un descaro que la vergüenza del sentido común de los adultos (o de un muchacho con unos años más que Vanvan) cortaría de raíz. El pequeño tiene su forma particular de entender el mundo y, aunque el autor no pretende emular la voz infantil (el libro está narrado desde el presente de un Jacques Chauviré anciano), sí que consigue recrearla como recuerdo, como una imagen vivaz de algo que dejó huella en él. La franqueza de la niñez, las descripciones del descubrimiento del cuerpo femenino y el buen uso de los silencios narrativos conforman el universo que Chauviré recrea en estas pocas (pero intensas) páginas.
La fascinación por Élisa, por otra parte, no es una mera casualidad: ella supuso un rayo de luz en el ambiente gris del hogar, con una madre rota tras la muerte de su marido en el frente. El protagonista no llegó a conocer a su padre, pero sufre su pérdida porque los adultos la evocan con frecuencia. El detalle más significativo es que, pese a inscribirlo en el registro como Jacques, decidieron bautizarlo como Ivan en honor a su progenitor (¿hay alguna estampa más triste que un niño aprendiendo su nuevo nombre en estas circunstancias?). De este modo, la novela sirve a su vez como aproximación a los años inmediatamente posteriores a la Primera Guerra Mundial. En este contexto, resulta fácil comprender la frescura que Élisa aportó al día a día de Vanvan; ella encarna el motivo literario del forastero que llega y, sin quererlo, lo revoluciona todo.
Jacques Chauviré
Mientras leía esta obra me acordé de la última recopilación de Alice Munro, Mi vida querida, escrita también a una edad avanzada y con muchos personajes jóvenes, muchas primeras veces, incluida una sobre una muchacha parecida a Élisa que impresionó a la protagonista del cuento. Chauviré no es tan incisivo como la canadiense, pero en él he apreciado algo que ya valoré en esos relatos: la elección de contar un recuerdo en apariencia intrascendente que significa mucho más de lo que cabría esperar. Como dice Munro, lo personal no está en los hechos sino en la forma de verlos, de recordarlos, de contarlos; en otras palabras: de hacerlos únicos para cada uno. Lo que importa, por lo tanto, es el peso que tiene lo ocurrido para Vanvan, la nostalgia de ese amor infantil rememorado como un sentimiento que jamás volverá a experimentar con la candidez de la primera vez. De eso va Élisa, en fin.

24 marzo 2014

¡Melisande! ¿Qué son los sueños? - Hillel Halkin



Edición: Libros del Asteroide, 2014 (trad. Vanesa Casanova)
Páginas: 264
ISBN: 9788415625735
Precio: 18,95 € (e-book: 10,99 €)

La literatura es una de las pocas profesiones que pueden empezar a ejercerse después de la jubilación; de hecho, para contar determinadas historias incluso resulta recomendable esperar a tener cierta experiencia vital, como hace el escritor judío Hillel Halkin (Nueva York, 1939) con su ¡Melisande! ¿Qué son los sueños? (2012), una ópera prima publicada a los setenta y tres años en la que plasma una voz madura fundamental para enfocar el tema planteado. No obstante, el vínculo de Halkin con el mundo literario viene de lejos, porque cuenta con una larga carrera como crítico, biógrafo y traductor de hebreo y yiddish. Esta proximidad al ámbito de las humanidades y las letras, esta erudición, es otra clave de la novela.
El narrador de ¡Melisande! ¿Qué son los sueños? responde al apodo de Hoo y, a diferencia de las primeras personas habituales, no escribe para sí mismo ni para el lector, sino que se dirige a Mellie, la mujer a la que amó, como una carta de amor cargada de recuerdos cuya finalidad no se desvela hasta el desenlace. Esta particularidad, esta presencia constante del , permite acceder a un espacio privado; un efecto similar al de asomarse por la ventana hasta sentirse turbado por contemplar una escena tan íntima que abruma. La complejidad aumenta, además, porque la obra carece de la estructura lineal al uso; es más bien una sucesión fragmentada de imágenes memorables que, poco a poco y con un buen uso de los silencios, construyen la relación entre Hoo y Mellie.
Los orígenes de esta historia se remontan a los años cincuenta, cuando tres amigos, Hoo, Mellie y Ricky, se encargan de la revista literaria del instituto. De entrada, el libro parece la evocación nostálgica de un amor de juventud; el clásico triángulo de tres jóvenes soñadores llenos de un entusiasmo desbordante ante la vida. Sin embargo, pronto la novela crece, se adentra en la época de la universidad y el posterior asentamiento, de modo que abarca una larga etapa hasta la madurez. El contacto entre los tres pasa por momentos frágiles e intermitentes, aunque esa unión inicial permanece como un punto de partida imborrable. Hoo se convierte en profesor de filosofía clásica, Ricky se interesa por la meditación tibetana y Mellie termina los estudios mientras sus sentimientos se mueven entre dos aguas.
Quizá la cualidad más admirable de la novela es su honradez, su transparencia para plasmar una relación amorosa con toda su complicidad y toda su pasión, pero también con todos sus errores, sus problemas, sus reproches. La lectura duele por este retrato tan vivo de la imperfecta naturaleza humana, un retrato que por su carácter de recuerdo está empapado de añoranza y melancolía. El autor no necesita recurrir al dramón para conmover; se inspira en lo cotidiano, experiencias realistas y crudas fáciles de reconocer, y es que, ya se sabe, para contar una historia de amor extraordinaria no hacen falta ni héroes ni villanos; las personas, con nuestras equivocaciones y nuestro resentimiento, la dotamos de intensidad a diario. Pese a todos estos grises, el relato de Halkin invita a creer en la fuerza del amor, por el afecto hacia Mellie que Hoo demuestra en cada palabra y por ese final esperanzador que da sentido a la obra.
Por si fuera poco, ¡Melisande! ¿Qué son los sueños?, cuyo título se inspira en un poema de Heinrich Heine, está inmersa en el marco de la revolución cultural de los sesenta. El amigo, Ricky, es el que vive el cambio de costumbres con más ímpetu, mientras que los demás siguen un camino más convencional. Hoo, al ser el narrador y el personaje más cultivado, impregna la trama de una vertiente humanística, que se refleja en las abundantes referencias a libros, en el ambiente universitario en el que se mueve y en el uso de recursos experimentales como la inclusión de un episodio bíblico en el capítulo cinco (esto último recuerda a lo que hace Jeanette Winterson en algunas novelas). Esta organización conlleva riesgos, por eso la estructura resulta descompensada en algunos pasajes (por ejemplo, el excesivo detalle del viaje oriental de Ricky, contado casi como un narrador omnisciente: ¿es verosímil que Hoo, como amigo, conozca con tanta precisión algo que no vivió en primera persona? O la falta de cierre al encuentro en el aeropuerto: esa casualidad desencadena el comienzo de la redacción del libro, pero debería retomarla más tarde para terminar de cuadrarlo todo), aunque se le perdonan porque, al concebirse como una carta, se entiende que a veces la memoria se presenta en una forma un tanto caótica.
Hillel Halkin
En cualquier caso, más allá de los posibles altibajos estructurales, la novela merece la pena por su lúcido tratamiento de las relaciones de pareja en la juventud y los primeros años del matrimonio. Halkin desnuda las emociones más personales, las presenta con un estilo poético y sofisticado, y culmina en una estremecedora recta final. ¡Melisande! ¿Qué son los sueños? pide que el lector haga lo mismo que el autor: implicarse en la historia con toda su sensibilidad, aceptando las sacudidas y dejándose herir, porque solo con la entrega máxima es posible apreciar, sentir, una gran historia de amor como la de Mellie y Hoo.

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