31 diciembre 2017

Mejores lecturas 2017

Sí, yo también hago una lista. Incompleta, necesariamente subjetiva, pero una oportunidad para recomendar libros que he disfrutado mucho (quiero creer que esa es la última finalidad de las listas, sugerir lecturas, más que sentar cátedra). En 2016 hice una única lista (aquí), en la que seleccioné mis títulos preferidos publicados ese año, con independencia de su fecha de publicación original, lo que daba como resultado una extraña mezcla entre autores del siglo XX y actuales. Como no me sentía del todo cómoda con ese sistema, esta vez he separado entre recuperaciones y narrativa contemporánea (he leído tanto que me puedo permitir dos listas). Lo hago por dos motivos. En primer lugar, me parece incongruente que una lista con lo mejor de 2017 esté encabezada por una novela de los años treinta; una obra ya aplaudida y estudiada, por mucho que fuera desconocida aquí, no juega en la misma liga que una reciente. En segundo lugar, me gustaría hacer una lista útil para los escritores en activo, una lista que apoye el talento vivo. En la narrativa actual no hay tantos clásicos modernos como entre los rescates, pero sí autores a los que merece la pena prestar atención. Lo cómodo es ir a lo seguro, a los libros que han superado la prueba del tiempo. Y yo no quiero hacer una lista cómoda. Quiero una lista que refleje lo que se está escribiendo en 2017, o, para ser exacta, una lista de lo que más me interesa a mí dentro de lo que se está escribiendo en este siglo.

Y, ahora sí, al grano.


Narrativa contemporánea

  1. La vegetariana, Han Kang, Rata, trad. del coreano de Sunme Yoon. La rebelión de una mujer anodina en una sociedad patriarcal. La relación entre el cuerpo y las fuerzas de producción. Erotismo, retorno a la naturaleza, solidaridad femenina. Un libro inmenso.
  2. El deshielo, Lize Spit, Seix Barral, trad. del neerlandés de Catalina Ginard y Marta Arguilé. El despertar sexual, la crueldad adolescente, una familia rota. Una primera novela de más de quinientas páginas con tres hilos engarzados a la perfección.
  3. La vida sumergida, Pilar Adón, Galaxia Gutenberg. Delicadeza, pulcritud, sutileza. Y también: crueldad. Palabras que definen los extraordinarios relatos de esta autora, en los que el aislamiento y las ataduras entre hermanas vuelven a tener protagonismo.
  4. Canción dulce, Leïla Slimani, Cabaret Voltaire, trad. del francés de Malika Embarek. La cuidadora ha matado a los niños. Una novela que mira de frente la cara más incómoda de la sociedad occidental: tensión de clases, pobreza, soledad, desarraigo.
  5. Dame tu corazón, Joyce Carol Oates, Gatopardo, trad. del inglés de Patricia Antón. Una compilación de relatos electrizantes y versátiles sobre las múltiples formas de violencia que se presentan en el mundo real: celos, obsesión, manipulación.
  6. Los días iguales de cuando fuimos malas, Inma López Silva, Lumen, trad. del gallego de la autora. Cuatro mujeres encerradas en la cárcel. Un planteamiento sugerente, por lo poco habitual, que da lugar a un excelente ejercicio de introspección psicológica.
  7. Mejor la ausencia, Edurne Portela, Galaxia Gutenberg. Una novela de aprendizaje con el telón de fondo de los peores años del terrorismo y las drogas en el País Vasco, narrada por una niña a la que acompañamos en su descubrimiento de la vida.
  8. Seres queridos, Vera Giaconi, Anagrama. Cuentos incisivos, en los que el elemento patológico se introduce de forma sutil en las relaciones cotidianas. Estilo despojado, limpio. El primero y el último, en concreto, son espléndidos.
  9. Clavícula, Marta Sanz, Anagrama. Un libro interesante por lo que tiene de rupturista con las formas y los temas de la narrativa española. El cuerpo de una mujer de mediana edad, el malestar social, el derecho a quejarse.
  10. Un invierno en Sokcho, Élisa Shua Dusapin, Alianza, trad. del francés de Alicia Martorell. La particular relación entre una joven y un forastero en una ciudad portuaria. La esperanza entre el olor a pescado. Contención, sutileza. Una pieza de orfebrería.

Recuperaciones
(libros del siglo XX publicados por primera vez en castellano)

  1. A la intemperie, Rosamond Lehmann, Errata naturae, trad. del inglés de Regina López Muñoz. Una mujer joven y sin pareja en el periodo de entreguerras. La búsqueda de independencia, el rol de la amante. Estilo esplendoroso. Una obra maestra.
  2. Domingo, Irène Némirovsky, Salamandra, trad. del francés de José Antonio Soriano Marco. Relatos que abarcan todos los temas de la autora: las tensiones de la burguesía parisina, los refugiados rusos, el advenimiento del nazismo. Muy buenos.
  3. Regreso a Berlín, Verna B. Carleton, Periférica y Errata naturae, trad. del inglés de Laura Salas. Una novela profundamente conmovedora sobre el difícil retorno de un hombre a su Alemania natal después de la guerra. La bofetada de realidad. Memorable.
  4. Apegos feroces, Vivian Gornick, Sexto Piso, trad. del inglés de Daniel Ramos Sánchez. La construcción de identidad de una mujer judía, soltera y emancipada en el Bronx de mediados del siglo XX. Los referentes femeninos, la maternidad. Honesto.
  5. La galaxia caníbal, Cynthia Ozick, Mardulce, trad. del inglés de Ernesto Montequin. Una novela muy inteligente sobre un personaje obsesionado con la grandeza pero a la vez torturado por su pasado. La conciencia del fracaso. Una relación singular. Brillante.
  6. Buenos días, guapa, Maxie Wander, Errata naturae, trad. del alemán de Ibon Zubiaur. La autora recoge testimonios de mujeres de la Alemania Oriental. Mujeres corrientes, madres, hijas, jóvenes, maduras, que hablan de lo que las inquieta. Y ahí está todo.
  7. Inmersión, Lidia Chukóvskaia, Errata naturae, trad. del ruso de Marta Rebón. Una escritora trata de rehacerse tras perder a su marido por las purgas estalinistas. Una reflexión sobre cómo escribir, si es que se puede escribir, en un contexto convulso.
  8. Un lugar pagano, Edna O'Brien, Errata naturae, trad. del inglés de Regina López Muñoz. La iniciación de una muchacha en la Irlanda rural católica y opresiva de los años treinta. El mismo universo que su primera novela, pero más oscuro si cabe.
  9. Quemaduras, Dolores Prato, Minúscula, trad. del italiano de César Palma. Un texto de un lirismo extraordinario sobre una chica que se debate entre permanecer en el convento o abrirse a la vida. Apenas tiene cincuenta páginas, pero deja huella.
  10. Con rabia, Lorenza Mazzetti, Periférica, trad. del italiano de Natalia Zarco. Una novela de aprendizaje en la que sobresale la voz rotunda de su narradora, que, con la rebeldía y los miedos de la adolescencia, empieza a pensar por sí misma.
Todas mis lecturas

Las comparto para que se sepa de dónde surge mi selección de favoritos; me parece justo, dado que no he leído todo lo que se ha publicado en 2017.  Indico las ediciones en castellano (cuando las hay) para mantener un criterio, aunque algunos libros los he leído en versión original o en su traducción al catalán (en cada reseña lo especifico). Espero escribir algunas de las reseñas que faltan en los próximos meses, sobre todo las del último tramo. 

* Marco mis preferidos con asterisco (de cualquier época y, obviamente, en diferentes grados). De todas formas, casi todos los libros que he leído me parecen buenos.

Autor, título, editorial, año de edición (año de publicación original). Por orden de lectura:
  1. Erri De Luca, Los peces no cierran los ojos, Seix Barral, 2012 (2011).
  2. Carson McCullers, La balada del café triste, Seix Barral, 2017 (1951).*
  3. Fiódor Dostoievski, Noches blancas, Nórdica, 2015 (1848).*
  4. Thomas Hardy, Lejos del mundanal ruido, Alba, 2011 (1848).*
  5. Sarah Waters, Los huéspedes de pago, Anagrama, 2017 (2014).
  6. Rosa Chacel y Ana María Moix, De mar a mar, Comba, 2015 (1998).
  7. Inma López Silva, Los días iguales de cuando fuimos malas, Lumen, 2017 (2016).*
  8. Carson McCullers, Frankie y la boda, Austral, 2013 (1946).*
  9. Sophie Divry, Signatura 400, Blackie Books, 2011 (2010).
  10. Rosamond Lehmann, A la intemperie, Errata naturae, 2017 (1936).*
  11. David Wagner, De qué color es Berlín, Errata naturae, 2017 (2011).
  12. Ann-Marie MacDonald, Un mal secreto, Lumen, 2017 (2014).
  13. Anne Tyler, Corazón de vinagre, Lumen, 2017 (2016). 
  14. Maxie Wander, Buenos días, guapa, Errata naturae, 2017 (1977).*
  15. Graham Greene, El tercer hombre, Alianza, 2008 (1950).
  16. Yasunari Kawabata, La casa de las bellas durmientes, Austral, 2013 (1961).*
  17. Fleur Jaeggy, Los hermosos años del castigo, Tusquets, 2009 (1989).*
  18. Giorgio Bassani, Intramuros, Acantilado, 2014 (1956).*
  19. Grazia Deledda, La madre, Adesiara, 2009 (1920).*
  20. Matilde Serao, El vientre de Nápoles, Gallo Nero, 2016 (1906).
  21. Milena Agus, Mal de piedras, Siruela, 2008 (2006).
  22. Maggie O'Farrell, Tiene que ser aquí, Libros del Asteroide, 2017 (2016).
  23. Verna B. Carleton, Regreso a Berlín, Periférica y Errata naturae, 2017 (1959).*
  24. Dörte Hansen, La vieja tierra, Maeva, 2017 (2015).
  25. Sylvia Townsend Warner, Lolly Willowes, Siruela, 2016 (1926).
  26. Henry James, Los papeles de Aspern, Alba, 2009 (1888).*
  27. Marghanita Laski, La chaise-longue victoriana, Automática, 2012 (1953).*
  28. Caroline Blackwood, La anciana señora Webster, Alba, 2004 (1977).
  29. Joyce Carol Oates, Dame tu corazón, Gatopardo, 2017 (2010).*
  30. Gabriele D'Anunzio, Giovanni Episcopo, Funambulista, 2017 (1891).
  31. Henry James, Washington Square, Alba, 2010 (1880).*
  32. Elizabeth Gaskell, La bruja Lois, Valdemar, 1996 (1861).
  33. Elena Ferrante, La muñeca olvidada, Lumen infantil, 2016 (2007).
  34. Elsa Morante, La isla de Arturo, Lumen, 2017 (1957).*
  35. Charles Simmons, Agua salada, Errata naturae, 2017 (1998).
  36. Marian Izaguirre, Cuando aparecen los hombres, Lumen, 2017.
  37. Carson McCullers, Reflejos en un ojo dorado, Seix Barral, 2017 (1941).
  38. Henry James, El Eco, Alba, 2001 (1888).
  39. Henry James, La otra casa, Alba, 2003 (1896).
  40. Irène Némirovsky, Nieve en otoño, Salamandra, 2010 (1931).
  41. R. L. Stevenson, El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde, Alba, 2015 (1886). (relectura)
  42. Ichiyō Higuchi, Cerezos en la oscuridad, Satori, 2017 (1892-96).
  43. Seicho Matsumoto, La chica de Kyushu, Libros del Asteroide, 2017 (1961).
  44. Yoko Ogawa, Hotel Iris, Funambulista, 2017 (1996).
  45. Paula Porroni, Buena alumna, Minúscula, 2016.
  46. Madame Nielsen, El verano infinito, Minúscula, 2017 (2014).
  47. Emily Brontë, Cumbres borrascosas, Alba, 2001 (1847). (relectura)*
  48. Anne Brontë, Agnes Grey, Alba, 1997 (1847).
  49. Han Kang, La vegetariana, Rata, 2017 (2007).*
  50. Wioletta Greg, Tragar mercurio, Rata, 2017 (2014).
  51. Fleur Jaeggy, Proleterka, Tusquets, 2004 (2001).
  52. Natalia Ginzburg, Familias, Lumen, 2008 (1942, 1977).
  53. Carson McCullers, Iluminación y fulgor nocturno, Seix Barral, 2017 (1999).
  54. Marta Sanz, Clavícula, Anagrama, 2017.*
  55. Carson McCullers, Reloj sin manecillas, Seix Barral, 2017 (1961).*
  56. Valerie Fritsch, Jardín de Invierno, Alianza, 2016 (2015).
  57. Charlotte Brontë, Jane Eyre, Alba, 1999 (1847).*
  58. Line Papin, El despertar, Alianza, 2017 (2016).
  59. Irène Némirovsky, Domingo, Salamandra, 2017 (1934-42).*
  60. Margaret Drabble, Un día en la vida de una mujer sonriente, Impedimenta, 2017 (19--).
  61. Angela Carter, La cámara sangrienta, Sexto Piso, 2017 (1979).*
  62. Dorothy L. Sayers, El misterio del Bellona Club, Lumen, 2005 (1928).
  63. Vivian Gornick, Apegos feroces, Sexto Piso, 2017 (1987).*
  64. Elsa Morante, Mentira y sortilegio, Lumen, 2017 (1948).*
  65. Marcello Fois, Estirpe, Hoja de Lata, 2016 (2009).
  66. Natalia Ginzburg, A propósito de las mujeres, Lumen, 2017 (19--).*
  67. Natalia Ginzburg, La ciudad y la casa, Lumen, 2017 (1984).*
  68. Silvio D'Arzo, Casa ajena, Minúscula, 2016 (1952).
  69. Dolores Prato, Quemaduras, Minúscula, 2017 (1967).*
  70. Luigi Pirandello, La excluida, Funambulista, 2011 (1901).
  71. Stefano Benni, Margarita Dolcevita, Blackie Books, 2017 (2005).
  72. Andrea Bajani, Mapa de una ausencia, Siruela, 2017 (2007).
  73. Edna O'Brien, Un lugar pagano, Errata naturae, 2017 (1970).*
  74. Mary Karr, El club de los mentirosos, Periférica y Errata naturae, 2017 (1995).
  75. Margaret Atwood, El cuento de la criada, Salamandra, 2017 (1985).*
  76. Joyce Carol Oates, El señor de las muñecas, Alba, 2017 (2016).
  77. Ali Smith, Amor libre, Gatopardo, 2017 (2011).
  78. Graham Moore, La luz de la noche, Lumen, 2017 (2016).
  79. Joseph Delteil, En el río del amor, Periférica, 2017 (1922).
  80. Carson McCullers, El corazón es un cazador solitario, Seix Barral, 2017 (1940).*
  81. Carson McCullers, El mudo y otros textos, Seix Barral, 2017 (1972).
  82. Rosa Chacel, Memorias de Leticia Valle, Comba, 2017 (1945).
  83. Tania Panés, El arlequín sentado, Torremozas, 2017.
  84. Rosa Moncayo Cazorla, Dog Café, Expediciones Polares, 2017.
  85. Fernando J. López, Cuando todo era fácil, Tres Hermanas, 2017.
  86. Sara Mesa, Cuatro por cuatro, Anagrama, 2012.*
  87. Juan Gómez Bárcena, Kanada, Sexto Piso, 2017.
  88. Pilar Adón, La vida sumergida, Galaxia Gutenberg, 2017.*
  89. Edurne Portela, Mejor la ausencia, Galaxia Gutenberg, 2017.*
  90. Aixa de la Cruz, Modelos animales, Salto de Página, 2015.
  91. Aixa de la Cruz, La línea del frente, Salto de Página, 2017.
  92. Katixa Agirre, Los turistas desganados, Pre-Textos, 2017 (2015).
  93. Cynthia Ozick, La galaxia caníbal, Mardulce, 2017 (1983).*
  94. Lidia Chukóvskaia, Inmersión, Errata naturae, 2017 (1967).*
  95. Lorenza Mazzetti, Con rabia, Periférica, 2017 (1963).*
  96. Honoré de Balzac, Memorias de dos jóvenes esposas, Funambulista, 2017 (1841).
  97. Marguerite Duras, La vida tranquila, Mardulce, 2017 (1944).*
  98. Élisa Shua Dusapin, Un invierno en Sokcho, Alianza, 2017 (2016).*
  99. Ronja von Rönne, Ya vamos, Alianza, 2017 (2016).
  100. Lize Spit, El deshielo, Seix Barral, 2017 (2016).*
  101. Verónica Gerber Bicecci, Conjunto vacío, Pepitas de calabaza, 2017 (2015).
  102. Carmen M. Cáceres, Una verdad improvisada, Pre-Textos, 2016.
  103. Vera Giaconi, Seres queridos, Anagrama, 2017 (2015).*
  104. Leïla Slimani, Canción dulce, Cabaret Voltaire, 2017 (2016).*
  105. Erri De Luca, Adelfa, arco iris, Akal, 2001 (1992).
Balance

Confieso, ante todo, que me avergüenza publicar esta lista tan larga. Es engañosa: algunos libros los leí cuando se publicaron en inglés, hace años; y en general hay muchos que no superan las doscientas páginas. No sé por qué he leído tantas novelas breves; no fue una decisión premeditada, se cruzaron en mi camino. Primer propósito para 2018: perder el miedo a los libros largos y densos, esos con los que uno convive durante dos, tres semanas. Cartarescu, Grossman, Knausgard. Grandes clásicos del siglo XIX. Ideas no me faltan.

En mi año lector hay dos grandes tendencias. Por un lado, me he interesado, sobre todo en la primera mitad, por autores fundamentales, tanto del siglo XIX, con Henry James y las hermanas Brontë a la cabeza, como del siglo XX, para el que han sido muy importantes las reediciones de Carson McCullers, Natalia Ginzburg, Elsa Morante y Margaret Atwood, entre otros. Por otra parte, he leído a muchos escritores jóvenes, sobre todo en la recta final, tanto españoles como extranjeros. He descubierto voces muy interesantes de novelistas nacidos en los ochenta, como Lize Spit, Juan Gómez Bárcena, Verónica Gerber Bicecci o Leila Slimani, y he incluido entre mis favoritos, por primera vez, a una autora nacida en los años noventa, la franco-coreana Élisa Shua Dusapin. Leer a los clásicos me parece básico para mi formación lectora (y voy a seguir haciéndolo), pero también siento mucha curiosidad por lo que escriben mis contemporáneos. Soy así, qué le voy a hacer.

En cuanto a nacionalidades e idiomas, se repiten los patrones habituales en mí: predominancia del inglés, seguido por las literaturas mediterráneas, si bien debo hacer notar que este año he leído menos narrativa francesa (segundo propósito para 2018: franceses, venid a mí). Estoy disfrutando mucho de los recorridos italianos, ese camino que abrió Elena Ferrante hace dos años, así que tengo la intención de seguir especializándome en esta literatura. Como novedad, he leído por primera vez a una autora coreana (Han Kang), y he incorporado a más latinoamericanos (pocos, muy pocos, pero he abierto la puerta) y japoneses (sorpresa). Me duele (o más bien me avergüenza) la ausencia de autores negros. Me faltan asimismo lecturas del centro, el norte y el este de Europa, aunque en este sentido prefiero no prometer nada porque por ahora sigo muy enfocada en los anglosajones y los mediterráneos. Al fin y al cabo, no se puede leer todo.

Es digno de subrayar, por otro lado, cómo ha aumentado mi interés por los libros de relatos desde que comencé con el blog, hasta el punto de situar varios (de géneros bien distintos) entre mis favoritos: Angela Carter, Irène Némirovsky, Joyce Carol Oates, Pilar Adón, Vera Giaconi... Me gusta el cuento, me gusta cada vez más.

Hablando de nombres propios, los más leídos han sido Carson McCullers, Henry James y Natalia Ginzburg; autores imprescindibles para mí. Me he reencontrado con escritores por los que tengo devoción, como Erri De Luca, Irène Némirovsky, Edna O'Brien, Anne Tyler o Cynthia Ozick, y he leído por fin a algunos de los eternamente pendientes, como los clásicos Grazia Deledda, Giorgio Bassani, Rosa Chacel y Marguerite Duras, de los que ahora quiero leerlo todo, y autoras en activo como Marta Sanz y Sara Mesa, de las que también quiero leerlo todo. Pero no todo es alegría y satisfacción: entre los eternamente pendientes siguen autores que han publicado este año y a los que lamento no haber leído aún, como Belén Gopegui, Zadie Smith, Mircea Cartarescu, Siri Hustvedt y tantos otros. En fin. Cuanto más lee una, más consciente es de todo lo que le falta por leer.

Hasta aquí mi balance lector de 2017. Si os apetece, podéis dejar comentarios para compartir vuestras mejores lecturas, propósitos, sugerencias o cualquier observación que queráis hacer. ¡Nos leemos en 2018!

30 diciembre 2017

La galaxia caníbal - Cynthia Ozick



Edición: Mardulce, 2017 (trad. Ernesto Montequin)
Páginas: 280
ISBN: 9788494686511
Precio: 15,00 €

Hija de inmigrantes judíos rusos, Cynthia Ozick (Nueva York, 1928) se crió en el Bronx y vertebró su (excepcional) carrera literaria en torno a la identidad judía, tanto en lo relativo a la persecución nazi, como en su conocido relato El chal (1980), como en diversas tensiones de los norteamericanos contemporáneos. Se la considera una de las escritoras más importantes del siglo XX, y su novela La galaxia caníbal (1983), la segunda que publicó, inédita en español hasta este año, permite entender por qué. La narración, en tercera persona, examina la psicología de Joseph Brill, el director de una escuela perdida en el Medio Oeste americano; un hombre ya maduro, soltero, educado en París, entre dos grandes culturas: por un lado, la formación ilustrada francesa; por el otro, la religión judía. Su método de enseñanza, que pretende aumentar el prestigio del centro, se basa en ambas disciplinas. Un director que inspira la admiración de las madres, pero por dentro se siente frustrado y solo.
«Detrás de esa fachada se escondía un melancólico, un derrotado. No provocaba temor en los niños, sino en los maestros.» (p. 11). Como suele suceder, hay que retroceder a la infancia para entender por qué Brill se convirtió en este adulto, y eso hace Ozick en las primeras páginas; una forma brillante de presentar al protagonista, capa por capa, mostrando quién fue y quién es, cómo lo perciben los demás y qué concepto tiene de sí mismo; un análisis fino, preciso y sutil. En su niñez, en Francia, Brill descubre la figura de Madame de Sévigné, un enamoramiento platónico que lo marcará, así como la difícil relación de la literata con su hija. Por encima de todo, Brill fantasea con llegar alto. Estudiante diligente, se hace astrónomo, símbolo de su voluntad de tocar las estrellas (su lema, Ad astra). En París, en la Sorbona, Brill es un joven cultivado que siente atracción por todo lo «elevado». Sin embargo, con el advenimiento del nazismo, su carrera se trunca: pierde a la mitad de su familia y solo logra subsistir en condiciones deplorables: primero, escondido en un convento, donde ordena los papeles de un escritor; después, en una granja, asilvestrado como un hombre primitivo.
El director arrastra, por lo tanto, un pasado traumático, que lo rompió en su mejor momento, cuando todo aún era posible. Tras la liberación, se instaló en Estados Unidos; el lugar donde podría resurgir de sus cenizas, aunque ya no como astrónomo, ya no con esas aspiraciones. Como el director de una escuela anodina que él reviste de un dudoso elitismo. Con todo, en su interior sigue soñando con las estrellas, y la conciencia de su mediocridad le causa un malestar insoportable («La genialidad lo obsesionaba. No respetaba nada más. Año tras año la buscaba entre sus alumnos. Todos eran niños normales», p. 95). En estas circunstancias, llega una alumna nueva al centro, hija de una mujer soltera. La niña no parece tener ningún talento especial, pero la madre, una filósofa reconocida en el ámbito académico, deslumbra al director. Sin ser atractiva ni joven, posee lo que él siempre quiso: el conocimiento, la superioridad intelectual. Se plantea un paralelismo entre esta mujer y Madame de Sévigné, un enlace con el pasado, con la niñez perdida («Comprendió que el anhelo de reencontrarse con su infancia era un deseo ingenuo de recuperar la belleza y la esperanza intactas», p. 93).
El director Brill está acostumbrado a tratar con madres menos eruditas, que lo respetan y lo admiran; la recién llegada, en cambio, consciente del efecto que produce en él, mantiene la distancia. En ocasiones, parece burlarse de Brill, jugar con sus ilusiones. Esta reacción consigue que él se obsesione, como quien desea con fervor un tesoro que le está vedado. Una no-relación perturbadora… Y, en medio, la hija, una niña tímida, apocada, siempre a la zaga de sus compañeras más despiertas. El director, como para hacerle un favor a la madre, intenta mediar a favor de la pequeña, intenta encontrarle un atisbo de la brillantez de su progenitora, pero sus esfuerzos caen en saco roto: todos los profesores la consideran un caso perdido. El destino, no obstante, le depara una sorpresa. El final del libro, acontecido años después de este contacto con madre e hija, es una honda meditación acerca de la derrota, de la conciencia del fracaso, del paso del tiempo que reduce los logros fútiles a nada, del peligro de permanecer quieto, estancado. De las múltiples (y a menudo engañosas) caras del éxito. De la vacuidad del deseo de llegar alto. Es dura, sí. Y extraordinaria.
Cynthia Ozick
A caballo entre la novela de ideas y la novela psicológica, la autora narra una historia inteligente y de alto nivel literario sobre la caída de un hombre torturado, en parte por el nazismo que lo marcó de manera definitiva, en parte por su propia resignación. Con un estilo incisivo y poético, de palabras justas y sin una pizca de sentimentalismo, construye un retrato despiadado del director Brill, un personaje memorable con cuyas cargas aún es posible reconocerse (la obsesión por la grandeza, la represión, el conformismo) pese a estar muy ligadas a un contexto histórico del siglo pasado. Los personajes no son solo ellos mismos, sino una representación simbólica de una forma de estar en el mundo («Usted no avanza. Está clavado en su lugar. Es un hombre que se da por vencido demasiado pronto. […] Está estancado», pp. 185-186). La galaxia caníbal no tiene nada de amable, no consuela, no reconforta; es más bien una aproximación áspera al inexorable juez del tiempo, una novela cincelada con esmero de la primera hasta la última página, lúcida, inmensa. Por hallazgos como este merece la pena leer.

29 diciembre 2017

Reloj sin manecillas - Carson McCullers



Edición: Seix Barral, 2017 (trad. Vida Ozores; pról. Jesús Carrasco)
Páginas: 304
ISBN: 9788432229862
Precio: 18,50 € (e-book: 7,99 €)

Esta entrada forma parte de #AdoptaUnaAutora, un proyecto que tiene como objetivo dar a conocer a escritoras de cualquier época, nacionalidad y género. Este blog participa con la «adopción» de Carson McCullers: hasta el momento se han reseñado las novelas La balada del café triste, Frankie y la boda, Reflejos en un ojo dorado y El corazón es un cazador solitario; sus memorias inacabadas, Iluminación y fulgor nocturno; y el libro de ensayos El mudo y otros textos. Hoy doy por finalizada la adopción; espero que os haya interesado.
***
No formaré parte de los que atrasan cien años el reloj de los tiempos.
La muerte se desliza por Reloj sin manecillas (1961) como una entidad omnipresente, y no (solo) porque se trate de la última novela de una de las grandes escritoras sureñas del siglo XX, Carson McCullers (Georgia, 1917 – Nueva York, 1967); de hecho, cuando la publicó, seis años antes de su fallecimiento, aún no podía sospechar que sería la última. «La muerte es siempre la misma, pero cada hombre muere a su manera» (p. 15), reza la primera frase, un guiño a su admirado Tolstói. En el primer capítulo, J. T. Malone, un farmacéutico de una localidad del sur de Estados Unidos, es diagnosticado de leucemia. Pero, calma, que nadie salga corriendo: no se trata de una novela triste ni de una meditación sobre la enfermedad. El estilo de la autora se caracteriza por «una yuxtaposición audaz y en apariencia insensible de lo trágico con lo humorístico, de lo grandioso con lo trivial, lo sagrado con lo licencioso», tal como lo expresa ella misma en un ensayo recogido en El mudo y otros textos. Además, la muerte también tiene un sentido más hondo, inherente a la sociedad: el final de una época, de un determinado sistema de pensamiento.
La novela se organiza en torno a cuatro personajes, que simbolizan a generaciones distintas. El juez Fox Clane («Siempre es mejor mirar hacia atrás que hacia el futuro», p. 82), un octogenario racista y clasista, que añora su reputación de antaño y todavía anda metido en política para oponerse a los derechos de los negros; un anciano en caída libre, representante del viejo orden, con muchas sombras en su familia y en sí mismo, un hombre que se agarra a un clavo ardiendo mientras la temida decrepitud lo acecha. El tiempo se le acaba, oye el tictac del reloj cada vez más fuerte. Por otro lado, el ya mencionado J. T. Malone, un farmacéutico de mediana edad, la generación intermedia entre el juez y los jóvenes. Casado y con dos hijos, un tanto acomplejado, ni muy enamorado ni muy satisfecho con su trabajo; un tipo anodino, normal, se podría decir. Siempre tuvo la sensación de que podría haber llegado más lejos, y el diagnóstico le cae como una sentencia de muerte («Pensó en toda la vida que había malgastado. Se preguntó cómo podía morir si aún no había vivido», p. 190). Afronta sus últimos meses como el resto de su vida: con resignación y sencillez, sin perder el trato amable. Malone se lleva bien con el juez, ante todo es un hombre muy cordial, empático, pero rechaza algunas de las ideas del anciano; está más concienciado con las desigualdades.
En paralelo, la generación joven, la esperanza (o no). Para empezar, Jester, el nieto del juez, aunque poco tiene en común con él: un muchacho mimado, inocente, tímido, reprimido, que oculta su atracción por los chicos (un tema que la autora ya planteó en Reflejos en un ojo dorado) por el temor a ser tachado de enfermo o depravado. Vive su coming-of-age con esta losa, y se verá involucrado sin querer en unos sucesos turbulentos. Entre él y su abuelo se produce el consabido choque generacional. Por otra parte, Sherman Pew, un adolescente que traba amistad con Jester. Es casi su polo opuesto: huérfano, negro de ojos azules, padece la segregación racial y se las da de gamberro, si bien en realidad no deja de ser un niño herido, necesitado de afecto, obsesionado con encontrar a su madre. Está enfadado con el mundo, y con razón, puesto que sufre la peor cara del ser humano, el abuso de los poderosos sobre los negros y las carencias de la orfandad. A pesar de su buen fondo, esa rabia contenida estallará y le pasará factura (McCullers no es una autora políticamente correcta: todos los personajes se mueven en una escala de grises). Contra todo pronóstico, el juez se encariña con el joven Sherman Pew, lo que enriquece aún más el (ya de por sí interesante) entramado.

… la pasión en la primera juventud, aunque no tiene raíces profundas, es fuerte. Surge y toma forma al oír una canción en la noche, al oír una voz, al contemplar a un desconocido. La pasión le hace a uno soñar despierto, le hace imposible concentrarse en las matemáticas, y en los momentos en que más desea parecer ingenioso, le deja a uno en ridículo. En la primera juventud, el flechazo es el compendio de lo que es el amor, le transforma a uno en momia, hasta tal punto que uno no sabe si está sentado o acostado y, aunque de ello dependiera su vida, uno no recordaría lo que ha comido. Jester, que estaba iniciándose en la pasión, tenía miedo. Nunca se había emborrachado ni deseaba estarlo. Era un chico que sacaba sobresalientes en el colegio […]; sólo soñaba despierto cuando estaba en la cama y no se permitía soñar así por la mañana una vez que había sonado el despertador, aunque a veces le hubiera encantado hacerlo. Una persona así, naturalmente, se asustaba ante el flechazo. Jester creía que si tocaba a Sherman, eso le llevaría a cometer un pecado mortal, pero cuál sería ese pecado lo ignoraba. Sencillamente se guardó de rozarlo, mientras lo contemplaba con ojos petrificados por la pasión.

En cierto modo, Reloj sin manecillas se puede considerar el Matar a un ruiseñor de McCullers (ella rechazaría de pleno esta comparación: siempre pensó que tanto Harper Lee como Flannery O’Connor la imitaban; su antipatía mutua es ya legendaria). Como en todos sus libros, la trama se vehicula en torno a uno o varios crímenes; la violencia del sur, de los barrios de extracción humilde en particular, que en términos literarios le sirve tanto para crear intriga como para esbozar un espléndido retrato social. En segundo lugar, en esta novela ahonda más que nunca en el racismo y la segregación racial, que ya había tratado en El corazón es un cazador solitario y, de refilón, en Frankie y la boda. La homosexualidad reprimida, otro de sus motivos recurrentes, también está presente. Reloj sin manecillas plantea un punto de inflexión en la historia del siglo XX: el cambio de paradigma, la necesidad de combatir la discriminación y las desigualdades, de promover un modelo de sociedad con oportunidades para todos. La peripecia de los jóvenes adopta tintes épicos por su lucha contra el orden establecido. Tienen mucho a su favor, pero, como en cualquier gran transformación histórica, algunos caen por el camino. Y nadie sale incólume.
Carson McCullers
Al igual que su debut, Reloj sin manecillas aúna realismo y simbolismo. Lo primero, por su brillante representación del sur, el ambiente oscuro, cruel y devastador que McCullers conoció en su infancia. Lo segundo, porque los personajes, y sus acciones, encarnan una posición en el espectro político (el juez que se aferra al pasado, el farmacéutico progresista pero precavido, el joven negro vengativo y kamikaze, el muchacho blanco liberal y reprimido). Esta es una novela sobre la derrota del viejo orden, no exenta, sin embargo, de víctimas inocentes. Una historia violenta, pero necesaria para mover las piezas, para el principio del fin de la discriminación racial. Y, además, una novela de aprendizaje, una novela social de aires dickensianos, una novela sobre la amistad, la enfermedad, la senectud. Profundamente conmovedora. Como todas las grandes obras, va de muchas cosas a la vez; y resulta agradable de leer por la fluidez y el humor del estilo de McCullers, que hace easy-going esa realidad embrutecida. Es extraordinaria. Se la cita menos que otros títulos de la autora, como El corazón es un cazador solitario o La balada del café triste, pero no tiene nada que envidiarles; lo tiene todo en su justa medida.
Un último apunte: Sara Morante, autora de las ilustraciones de las nuevas ediciones que Seix Barral ha publicado para conmemorar el centenario del nacimiento de McCullers y los cincuenta años de su muerte, hace una reinterpretación magnífica en esta cubierta: la Casa Blanca, los colores de la bandera de Estados Unidos, los árboles en otoño, tiempo de ocaso, y ese reloj al que se le acaba el tiempo. Buen trabajo.
Citas en cursiva de las páginas 215 y 110-111.

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