Edición:
Salto de Página, 2017
Páginas:
184
ISBN:
9788416148554
Precio:
16,90 €
Aixa de la Cruz (Bilbao, 1988) pertenece a la generación de escritores vascos en
lengua castellana nacidos entre los setenta y los ochenta que ha irrumpido en
la escena literaria en los últimos años, en la que figuran nombres como Iván
Repila (1978), autor de El niño que robó
el caballo de Atila (2013), Gabriela Ybarra (1983), autora de El comensal (2015), Nere Basabe (1978),
autora de El límite inferior (2015),
Lucía Baskaran (1988), autora de Partir (2016),
y Edurne Portela (1974), autora de Mejor la ausencia (2017). Tienen propuestas muy diferentes, en contenido y forma, aunque algunos coinciden en explorar, desde planteamientos estéticos
distintos, el conflicto vasco y su influencia posterior. Eso
hace, en parte (una obra literaria siempre es más que un tema), Aixa de la Cruz
en su título más reciente, La línea del
frente (2017). Es su cuarto libro, después de las novelas Cuando fuimos los mejores (2007), De música ligera (2009) y la compilación
de relatos Modelos animales (2015).
La
narradora, Sofía, se instala en la casa de vacaciones de sus
padres, en Laredo, fuera de temporada, para concentrarse en su tesis doctoral.
Está investigando al escritor Mikel Areilza, que fue militante de ETA, y para
documentarse lee los diarios de un dramaturgo argentino que trabajó con él.
Pero esa no es la única ocupación de Sofía: ha retomado la relación con Jokin,
su novio del instituto, que está cumpliendo condena en prisión; la chica de
familia adinerada, estudiante ejemplar, con el joven descarriado. En los
últimos tiempos llevó una existencia muy distinta, en Barcelona, junto a otro chico, Carlos, con el que no piensa volver. Ahora, su vida se reparte entre
el estudio, las visitas a la cárcel y los paseos solitarios; la urbanización está
vacía, salvo por el conserje y por un inquietante
vecino drogadicto que merodea por el jardín. La novela alterna tres tipos de episodios:
la narración en primera persona de Sofía, que se mueve entre el presente y los
recuerdos; los diarios del dramaturgo, con el esfuerzo por parte de la autora
de reproducir el habla argentina; y, por último, diversas escenas con Jokin en
la cárcel, tanto encuentros como llamadas, plasmadas como si el objetivo de una
cámara los estuviera grabando, es decir, sin la perspectiva subjetiva de los
protagonistas.
El
tema central, a mi parecer, está a caballo entre una reflexión sobre las
consecuencias del conflicto vasco y un retrato generacional. La narradora, por
su juventud, no conoció los peores momentos del terrorismo de ETA, o los
conoció solo en la infancia. Además, al haberse criado en una familia
acomodada, con inquietudes culturales, estuvo en una especie de burbuja, ajena
a los problemas de la calle, absorbida en un universo de libros («El fin del
mundo me pillaría por sorpresa, discutiendo sobre el origen de la novela que,
por mucho que les pese a los ingleses, nace con Cervantes y no con Defoe», p.
131). Su situación se contrapone a la de Jokin, el hijo del electricista, que
no terminó la carrera y, como él reconoce, ya no lee libros para pensar, tan
solo para evadirse. Si una persona como Sofía se cruzó con Jokin fue gracias a la
escuela pública: por aquel entonces aún tenían cosas en común, pero ahora
representan mundos antagónicos. Ella, con todo, se siente atraída por él, o, más
bien, por lo que encarna en su calidad de héroe caído.
Jokin
fue detenido tras verse involucrado en unos altercados con la Ertzaintza. Estaba
en una manifestación en defensa de un hombre al que iban a detener por enaltecimiento
del terrorismo en las redes sociales. Los hechos suceden mucho después del cese
definitivo de la actividad armada de ETA, pero el terrorismo sigue siendo un
asunto sensible en el País Vasco. La autora da en el clavo
al sacar a colación las redes y la represión policial, dos temas de plena
actualidad sobre los que aún no hay posiciones claras. A raíz de estos sucesos
(y de otros que va relatando), la narradora medita acerca de cómo afectó el
conflicto vasco a los de su generación: en un principio, pensaba que aquellas noticias no les tocaban a ellos, no les atañían; no obstante, con el tiempo se da cuenta de que sí les
afectó. No por el terrorismo en sí sino por la sociedad transformada que dejó
tras él. No falta el sentimiento de culpa por los privilegios de clase. Un
discurso, en fin, muy sólido e interesante.
Aixa de la Cruz |
Y
sin embargo, no me ha convencido, por los mismos motivos que no
disfruté de Modelos animales. No
conecto con su voz, con ese estilo tan sofisticado, preñado de
referencias (literatura, televisión, cine). Aixa de la Cruz tiene ideas, proyecta
un libro ambicioso, sin duda es una autora inteligente… pero me resulta
excesivamente intelectual. La protagonista se da demasiadas vueltas a sí misma,
por momentos la novela se mantiene en un plano estático, contemplativo. Tiende al
exceso; le falta precisión, le falta fluidez. Sus doscientas páginas se me hicieron
largas. Tengo la impresión de haber leído a una escritora más que a una novelista.
Sé que este argumento carece de fundamento teórico, pero insisto: en mi opinión,
le falta vida. Me cuesta conectar con una propuesta que no me remueve nada, por muchas cualidades (objetivas) que tenga.
No me llama en esta ocasión. Y esos peros que te han llevado a conectar con la historia, pesan mucho además.
ResponderEliminarBesotes!!!
Ya... De todas formas, a otros lectores les ha gustado mucho. Siempre recomiendo leer varias reseñas para tener una perspectiva más amplia.
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