28 diciembre 2017

Apegos feroces - Vivian Gornick



Edición: Sexto Piso, 2017 (trad. Daniel Ramos Sánchez)
Páginas: 224
ISBN: 9788416677399
Precio: 19,90 €

Vivian Gornick (Bronx, Nueva York, 1935), una de las revelaciones literarias de 2017, era hasta hace poco una gran desconocida para los lectores españoles. En 2003, Paidós publicó su ensayo Escribir narrativa personal, pero no ha sido hasta este año cuando su nombre ha irrumpido con fuerza, gracias a la recuperación de sus memorias, Apegos feroces (1987), editadas por Sexto Piso en castellano y por L’Altra en catalán, y que han sido galardonadas con el Premio Libro del Año del Gremio de Libreros de Madrid (que el año pasado reconoció, casualmente, otra historia real sobre una madre y una hija: Tú no eres como otras madres, de Angelika Schrobsdorff). Gornick, que ha desempeñado una carrera académica, centrada en la no ficción, pertenece a la generación de Alice Munro, Toni Morrison, Margaret Drabble, Joyce Carol Oates, Margaret Atwood y Angela Carter, entre otras escritoras anglosajonas ilustres. Mujeres cultivadas, pioneras por su trayectoria profesional, que vivieron de cerca la segunda ola del feminismo; una generación llamada a introducir cambios, a establecer un nuevo paradigma de mujeres libres e independientes. Pero no era todo tan fácil, ni se sentían tan fuertes. Este libro de memorias, a caballo entre lo íntimo y lo colectivo, lo atestigua.

La relación con mi madre no es buena y, a medida que nuestras vidas se van acumulando, a menudo tengo la sensación de que empeora. Estamos atrapadas en un estrecho canal de familiaridad, intenso y vinculante: durante años surge por temporadas un agotamiento, una especie de debilitamiento, entre nosotras. Después, la ira brota de nuevo, ardiente y clara, erótica en su habilidad para llamar la atención.

Narrado en primera persona, Apegos feroces toma como hilo la relación entre la autora y su madre, aunque a lo largo de las páginas el relato se desvía (con plena intención) por los múltiples recovecos que conforman la identidad de una mujer adulta. En el tiempo presente, la narradora, de mediana edad, pasea junto a su madre, ya anciana, por Nueva York, la ciudad donde han pasado toda su vida («Durante estos paseos no nos queremos, sino que a menudo rabiamos una contra la otra, pero de todas formas paseamos.», p. 18). Intercala esa caminata, esas charlas, con los recuerdos; así reconstruye su existencia desde los años cuarenta, cuando constituían una familia judía humilde en el barrio del Bronx. Las dos, en la actualidad, están solas: la madre enviudó décadas atrás y nunca intentó emparejarse de nuevo, mientras que la hija no tuvo suerte en el amor; solo se tienen la una a la otra, para lo bueno y para lo malo. Porque la relación maternofilial, desde la mirada de Vivian Gornick (un punto de vista de mujer intelectual que escribe sobre la intimidad femenina), se asienta más en las confrontaciones, los silencios y los eventuales estallidos que en la hipotética ternura.

Aquí, en este edificio completamente judío, estaba en su salsa, tenía suficiente espacio entre la piel de la presencia social y la carne de un núcleo que no sabía nada de ella y por el cual podía moverse, expresarse con libertad, ser amable y sarcástica, histérica y generosa, irónica y criticona y, en ocasiones, lo que ella consideraba cariñosa: aquel comportamiento hosco y avasallador que adoptaba cuando se veía invadida por la ternura que tanto temía.

El libro plantea una relación entre madre e hija que rompe todos los estereotipos; es una de las representaciones más crudas, desapegadas e implacables que se pueden leer sobre el tema. No porque se lleven mal, no porque tengan grandes discusiones, sino porque la autora reproduce todos esos matices peliagudos que conforman la relación a lo largo del tiempo. Los instantes de rabia e impotencia, la falta de entendimiento, la imposibilidad de ir a una, los altibajos. La herida de la familiaridad. Tiene mucho en común con Elena Ferrante (en el fondo, no tanto en la forma, ya que lo de Gornick son unas memorias, no una novela): ambas retratan ese choque que se produce entre una hija con estudios y una madre poco cultivada. La hija cosmopolita y con aspiraciones, satisfecha en su ambiente de ideas, de pensamiento, que trata de huir de la ordinariez y la tosquedad de una madre cuyo mundo (simbólico y real) se limita al vecindario. Por mucho que haya estudiado, la hija nunca consigue despegarse por completo de esa brusquedad, una brusquedad que causa rechazo en ella, aunque a la vez la asume como una parte de su identidad porque creció en ese entorno. Las contradicciones, en fin, de la mujer que intenta ascender de clase por sí misma («Vivía entre los míos pero había dejado de ser una de ellos», p. 105). Hace reflexiones muy lúcidas sobre la influencia que la universidad ejerció en ella, cómo empezó a pensar, cómo despertó su interés por la escritura.

Creo que esto nos sucedía a la mayoría de los que íbamos al City College. Seguíamos usando el metro, seguíamos recorriendo las calles de costumbre entre clase y clase, seguíamos volviendo a nuestros barrios al acabar el día, hablábamos con nuestros amigos del instituto y nos acostábamos en nuestras camas de siempre. Pero en secreto habíamos comenzado a vivir en un mundo dentro de nuestras cabezas, donde leíamos, hablábamos, pensábamos de una manera que nos diferenciaba de nuestros padres, de la vida doméstica y de la de la calle. Habíamos sido iniciados, habíamos aprendido la diferencia entre las ideas que se ocultaban y las que se expresaban. Esto nos convirtió en unos subversivos dentro de nuestros propios hogares.

Más allá de la madre, Apegos feroces aborda la construcción de identidad de Gornick, o, en otras palabras, el aprendizaje vital de una chica hasta que se convierte en una mujer adulta emancipada. Para ello, resultan fundamentales los referentes (femeninos) en los que se proyecta desde niña: para empezar, su madre, una mujer judía de costumbres rígidas y un fuerte temperamento, satisfecha con su matrimonio, resignada en su viudedad, una señora, en suma, «respetable» en el vecindario; y, por otro lado, una vecina, Nettie, el polo opuesto a la madre: una inmigrante ucraniana, más joven, atractiva, sensual, una chica que lleva una vida un tanto desordenada y se busca en el calor de los hombres. La narradora, poco a poco, interioriza que lo socialmente aceptado es el rol de su madre; sin embargo, ella se siente mucho más atraída por el comportamiento de Nettie, pese a ser reprobada por las mujeres «respetables». Es otra idea que comparte con Ferrante (y tantas autoras): la conciencia de querer ser la esposa convive con la inevitable atracción por el rol de la amante.

Todas nos entregábamos a nuestros placeres. Nettie quería seducir, mamá quería sufrir y yo quería leer. Ninguna de nosotras sabía cómo imponerse una disciplina que condujese a la consecución de una vida femenina ideal y corriente. Y, de hecho, ninguna de nosotras lo logró.

Al final, la narradora no es ni lo uno ni lo otro. Sus relaciones amorosas no funcionan. Está soltera. En cambio, encuentra la plenitud, o algo parecido, sentada ante el escritorio. El trabajo intelectual, y en concreto la escritura, devienen su refugio, el ámbito en el que se siente cómoda, realizada, serena. Es una idea sugerente: frente a tantas representaciones culturales que promueven el amor como el ideal de felicidad, Gornick nos habla de una mujer, de ella, que encuentra el bienestar en el cultivo de sí misma. No está libre de malestar, claro: tropieza una y otra vez con la contradicción de querer ser una mujer emancipada y no obstante repetir los mismos errores que tantas mujeres cometieron antes (un matrimonio fallido, una temporada como la amante de un hombre casado). En teoría, las mujeres de su generación, a diferencia de sus madres, han tenido muchas oportunidades a su alcance (estudios universitarios, viajes, independencia económica, una experiencia del amor más libre e igual); con todo, se siente frustrada por el fracaso sentimental, que pesa más que el éxito, y porque no siempre consigue concentrarse en su profesión. Además, está el origen humilde: la dificultad para despegarse de esa madre arraigada a sus raíces, tan diferentes del universo intelectual por el que la narradora pretende desenvolverse.

Aquéllos fueron los años en los que a las mujeres como yo las llamaban «Nueva», «Liberada», «Sin Pareja» (yo prefería «Sin Pareja», y sigo haciéndolo) y, efectivamente, me sentía nueva, liberada y sin pareja cuando me sentaba frente al escritorio; pero por las noches, tumbada en el sofá, con la mirada perdida, mi madre se materializaba en el aire frente a mí como diciéndome:
—No tan rápido, querida. Tú y yo aún tenemos cosas pendientes.
Vivian Gornick

Gornick no es la primera ni la última escritora en examinar estas cuestiones, pero lo que hace de Apegos feroces una obra sobresaliente reside (como siempre) en su manera de contarlas. Eso la hace única y a la vez universal, porque lo que relata atañe, porque las mujeres pueden (podemos) reconocerse en su relato, sus dudas a lo largo del camino, su tensión con la madre. Su voz recuerda a Natalia Ginzburg, con ese estilo depurado, contenido y preciso de la «mirada femenina» hacia lo íntimo; aunque Gornick resulta más dura, más contundente. A partir de la anécdota (la cháchara durante el paseo, las frases recurrentes de la madre, el hecho de preguntar qué ha sido de alguien como quien no quiere la cosa), desgrana vivencias que la marcaron; las experiencias trascendentales condensadas en los detalles, en las pequeñas cosas. Se le nota la trayectoria académica en su narración concienzuda, con cursivas enfáticas, muy comedida, muy analítica. He aquí, en definitiva, un libro extraordinario, un libro descarnado, honesto e íntegro (sí, calificativos delicados para aplicar a un texto, pero que este se merece), que convence precisamente por su ejercicio de desmenuzar la identidad femenina con todas sus sombras. Por mostrar su verdad sin tapujos.
Fragmentos en cursiva de las páginas 17-18, 22, 105, 113 y 150.

10 comentarios :

  1. Le tengo muchas ganas a este libro!

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  2. No conocía esta novela pero me la apunto para leerla porque me ha gustado mucho lo que dices de ella.

    Besotes

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    Respuestas
    1. Es de lo mejor que se ha publicado este año, uno de esos libros que logran sobresalir gracias al boca oreja. Ojalá siga sumando lectores.

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  3. Lo estoy leyendo ahora mismo y me gusta muchisimo. Gracias!

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  4. Hola Rusta:)
    Acabo de leer Apegos feroces y me he pasado, como siempre, a releer tus impresiones. Estoy totalmente de acuerdo contigo. La comparación con Ferrante me parece también muy acertada.

    Me ha encantado su voz mordaz y descarnada. Uno de los mejores libros en lo que llevo de año. Seguiré leyendo a la autora:)

    Espero con ganas tu regreso y te deseo un buen descanso del blog!

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  5. Acabo de leerla y me ha gustado muchísimo. Me ha tocado mucho y me ha dejado un poco triste.
    Lo q nos decias en tu reseña es cierto, t sientes identificada con las mujeres del relato. Y me ha hecho pensar mucho en mi hija adolescente. :)
    Gracias por tus recomendaciones. Son todas excelentes

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