Edición:
Sexto Piso, 2017 (trad. Daniel Ramos Sánchez)
Páginas:
224
ISBN:
9788416677399
Precio:
19,90 €
Vivian Gornick (Bronx, Nueva York, 1935),
una de las revelaciones literarias de 2017, era hasta hace poco una gran desconocida
para los lectores españoles. En 2003, Paidós publicó su ensayo Escribir narrativa personal, pero no ha
sido hasta este año cuando su nombre ha irrumpido con fuerza, gracias a la
recuperación de sus memorias, Apegos
feroces (1987), editadas por Sexto Piso en castellano y por L’Altra en
catalán, y que han sido galardonadas con el Premio Libro del Año del Gremio de
Libreros de Madrid (que el año pasado reconoció, casualmente, otra historia
real sobre una madre y una hija: Tú no eres como otras madres, de Angelika Schrobsdorff). Gornick, que ha desempeñado
una carrera académica, centrada en la no ficción, pertenece a la generación
de Alice Munro, Toni Morrison, Margaret Drabble, Joyce Carol Oates, Margaret
Atwood y Angela Carter, entre otras escritoras anglosajonas ilustres. Mujeres
cultivadas, pioneras por su trayectoria profesional, que vivieron de cerca la
segunda ola del feminismo; una generación llamada a introducir cambios, a establecer
un nuevo paradigma de mujeres libres e independientes. Pero no era todo tan
fácil, ni se sentían tan fuertes. Este libro de memorias, a caballo entre lo
íntimo y lo colectivo, lo atestigua.
La relación con mi madre no es buena y, a medida que nuestras vidas se van acumulando, a menudo tengo la sensación de que empeora. Estamos atrapadas en un estrecho canal de familiaridad, intenso y vinculante: durante años surge por temporadas un agotamiento, una especie de debilitamiento, entre nosotras. Después, la ira brota de nuevo, ardiente y clara, erótica en su habilidad para llamar la atención.
Narrado en primera persona, Apegos feroces toma como hilo la
relación entre la autora y su madre, aunque a lo largo de las páginas el relato
se desvía (con plena intención) por los múltiples recovecos que conforman la
identidad de una mujer adulta. En el tiempo presente, la narradora, de mediana
edad, pasea junto a su madre, ya anciana, por Nueva York, la ciudad donde han
pasado toda su vida («Durante estos paseos no nos queremos, sino que a menudo
rabiamos una contra la otra, pero de todas formas paseamos.», p. 18). Intercala
esa caminata, esas charlas, con los recuerdos; así reconstruye su existencia desde
los años cuarenta, cuando constituían una familia judía humilde en el barrio
del Bronx. Las dos, en la actualidad, están solas: la madre enviudó décadas
atrás y nunca intentó emparejarse de nuevo, mientras que la hija no tuvo suerte
en el amor; solo se tienen la una a la otra, para lo bueno y para lo malo.
Porque la relación maternofilial, desde la mirada de Vivian Gornick (un punto
de vista de mujer intelectual que escribe sobre la intimidad femenina), se
asienta más en las confrontaciones, los silencios y los eventuales estallidos
que en la hipotética ternura.
Aquí, en este edificio completamente judío, estaba en su salsa, tenía suficiente espacio entre la piel de la presencia social y la carne de un núcleo que no sabía nada de ella y por el cual podía moverse, expresarse con libertad, ser amable y sarcástica, histérica y generosa, irónica y criticona y, en ocasiones, lo que ella consideraba cariñosa: aquel comportamiento hosco y avasallador que adoptaba cuando se veía invadida por la ternura que tanto temía.
El libro plantea una relación entre
madre e hija que rompe todos los estereotipos; es una de las representaciones
más crudas, desapegadas e implacables que se pueden leer sobre el tema. No
porque se lleven mal, no porque tengan grandes discusiones, sino porque la
autora reproduce todos esos matices peliagudos que conforman la relación a lo
largo del tiempo. Los instantes de rabia e impotencia, la falta de
entendimiento, la imposibilidad de ir a una, los altibajos. La herida de la familiaridad.
Tiene mucho en común con Elena Ferrante (en el fondo, no tanto en la forma, ya
que lo de Gornick son unas memorias, no una novela): ambas retratan ese choque
que se produce entre una hija con estudios y una madre poco cultivada. La hija cosmopolita
y con aspiraciones, satisfecha en su ambiente de ideas, de pensamiento, que
trata de huir de la ordinariez y la tosquedad de una madre cuyo mundo
(simbólico y real) se limita al vecindario. Por mucho que haya estudiado, la
hija nunca consigue despegarse por completo de esa brusquedad, una brusquedad
que causa rechazo en ella, aunque a la vez la asume como una parte de su
identidad porque creció en ese entorno. Las contradicciones, en fin, de la
mujer que intenta ascender de clase por sí misma («Vivía entre los míos pero había
dejado de ser una de ellos», p. 105). Hace reflexiones muy lúcidas sobre la
influencia que la universidad ejerció en ella, cómo empezó a pensar, cómo
despertó su interés por la escritura.
Creo que esto nos sucedía a la mayoría de los que íbamos al City College. Seguíamos usando el metro, seguíamos recorriendo las calles de costumbre entre clase y clase, seguíamos volviendo a nuestros barrios al acabar el día, hablábamos con nuestros amigos del instituto y nos acostábamos en nuestras camas de siempre. Pero en secreto habíamos comenzado a vivir en un mundo dentro de nuestras cabezas, donde leíamos, hablábamos, pensábamos de una manera que nos diferenciaba de nuestros padres, de la vida doméstica y de la de la calle. Habíamos sido iniciados, habíamos aprendido la diferencia entre las ideas que se ocultaban y las que se expresaban. Esto nos convirtió en unos subversivos dentro de nuestros propios hogares.
Más allá de la madre, Apegos feroces aborda la construcción de
identidad de Gornick, o, en otras palabras, el aprendizaje vital de una chica
hasta que se convierte en una mujer adulta emancipada. Para ello, resultan
fundamentales los referentes (femeninos) en los que se proyecta desde niña: para empezar, su
madre, una mujer judía de costumbres rígidas y un fuerte temperamento,
satisfecha con su matrimonio, resignada en su viudedad, una señora, en suma, «respetable»
en el vecindario; y, por otro lado, una vecina, Nettie, el polo opuesto a la
madre: una inmigrante ucraniana, más joven, atractiva, sensual, una chica que
lleva una vida un tanto desordenada y se busca en el calor de los hombres. La
narradora, poco a poco, interioriza que lo socialmente aceptado es el rol de su
madre; sin embargo, ella se siente mucho más atraída por el comportamiento de
Nettie, pese a ser reprobada por las mujeres «respetables». Es otra idea que
comparte con Ferrante (y tantas autoras): la conciencia de querer ser la
esposa convive con la inevitable atracción por el rol de la amante.
Todas nos entregábamos a nuestros placeres. Nettie quería seducir, mamá quería sufrir y yo quería leer. Ninguna de nosotras sabía cómo imponerse una disciplina que condujese a la consecución de una vida femenina ideal y corriente. Y, de hecho, ninguna de nosotras lo logró.
Al final, la narradora no es ni lo uno
ni lo otro. Sus relaciones amorosas no funcionan. Está soltera. En cambio,
encuentra la plenitud, o algo parecido, sentada ante el escritorio. El trabajo
intelectual, y en concreto la escritura, devienen su refugio, el ámbito en el
que se siente cómoda, realizada, serena. Es una idea sugerente: frente a tantas
representaciones culturales que promueven el amor como el ideal de felicidad,
Gornick nos habla de una mujer, de ella, que encuentra el bienestar en el
cultivo de sí misma. No está libre de malestar, claro: tropieza una y otra vez
con la contradicción de querer ser una mujer emancipada y no obstante repetir
los mismos errores que tantas mujeres cometieron antes (un matrimonio fallido, una temporada como
la amante de un hombre casado). En teoría, las mujeres de su generación, a
diferencia de sus madres, han tenido muchas oportunidades a su alcance
(estudios universitarios, viajes, independencia económica, una experiencia del
amor más libre e igual); con todo, se siente frustrada por el fracaso
sentimental, que pesa más que el éxito, y porque no siempre consigue
concentrarse en su profesión. Además, está el origen humilde: la dificultad para
despegarse de esa madre arraigada a sus raíces, tan diferentes del universo
intelectual por el que la narradora pretende desenvolverse.
Aquéllos fueron los años en los que a las mujeres como yo las llamaban «Nueva», «Liberada», «Sin Pareja» (yo prefería «Sin Pareja», y sigo haciéndolo) y, efectivamente, me sentía nueva, liberada y sin pareja cuando me sentaba frente al escritorio; pero por las noches, tumbada en el sofá, con la mirada perdida, mi madre se materializaba en el aire frente a mí como diciéndome:—No tan rápido, querida. Tú y yo aún tenemos cosas pendientes.
Vivian Gornick |
Gornick
no es la primera ni la última escritora en examinar estas cuestiones, pero lo que hace de
Apegos feroces una obra sobresaliente
reside (como siempre) en su manera de contarlas. Eso la hace única y a la vez
universal, porque lo que relata atañe, porque las mujeres pueden (podemos) reconocerse en su relato, sus dudas
a lo largo del camino, su tensión con la madre. Su voz recuerda a Natalia Ginzburg, con ese estilo depurado, contenido y preciso de la «mirada femenina»
hacia lo íntimo; aunque Gornick resulta más dura, más contundente. A partir de la
anécdota (la cháchara durante el paseo, las frases recurrentes de la madre, el
hecho de preguntar qué ha sido de alguien como quien no quiere la cosa), desgrana vivencias
que la marcaron; las experiencias trascendentales condensadas en los detalles,
en las pequeñas cosas. Se le nota la trayectoria académica en su narración
concienzuda, con cursivas enfáticas, muy comedida, muy analítica. He aquí, en definitiva, un
libro extraordinario, un libro descarnado, honesto e íntegro (sí, calificativos
delicados para aplicar a un texto, pero que este se merece), que convence
precisamente por su ejercicio de desmenuzar la identidad femenina con todas sus
sombras. Por mostrar su verdad sin tapujos.
Fragmentos
en cursiva de las páginas 17-18, 22, 105, 113 y 150.
Le tengo muchas ganas a este libro!
ResponderEliminarEs muy bueno. ¡Ya verás como te gusta!
EliminarNo conocía esta novela pero me la apunto para leerla porque me ha gustado mucho lo que dices de ella.
ResponderEliminarBesotes
Es de lo mejor que se ha publicado este año, uno de esos libros que logran sobresalir gracias al boca oreja. Ojalá siga sumando lectores.
EliminarLo tengo pendiente en mi lista
ResponderEliminarEs de lo que merecen prioridad :).
EliminarLo estoy leyendo ahora mismo y me gusta muchisimo. Gracias!
ResponderEliminarHola Rusta:)
ResponderEliminarAcabo de leer Apegos feroces y me he pasado, como siempre, a releer tus impresiones. Estoy totalmente de acuerdo contigo. La comparación con Ferrante me parece también muy acertada.
Me ha encantado su voz mordaz y descarnada. Uno de los mejores libros en lo que llevo de año. Seguiré leyendo a la autora:)
Espero con ganas tu regreso y te deseo un buen descanso del blog!
Acabo de leerla y me ha gustado muchísimo. Me ha tocado mucho y me ha dejado un poco triste.
ResponderEliminarLo q nos decias en tu reseña es cierto, t sientes identificada con las mujeres del relato. Y me ha hecho pensar mucho en mi hija adolescente. :)
Gracias por tus recomendaciones. Son todas excelentes
Gracias a ti. Me alegra que te haya gustado tanto :).
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