31 enero 2014

Estrategias de promoción de dudoso gusto



Clic aquí para ampliar (los recuadros son míos).
Lo que se ve en la imagen es una copia de pantalla de un fragmento de la nota de prensa enviada por Maeva a blogs y otros medios el pasado 23 de enero para dar a conocer su última publicación (podéis leerla entera aquí). Sé que resulta complicado innovar en la comunicación de un mensaje de estas características y que a menudo las editoriales caen en los clichés. Sin embargo, esta vez se han superado los límites: frases como «Si eres madre, lee este libro» o «Si eres mujer, lee este libro» contribuyen a perpetuar los estereotipos de la maternidad y la feminidad como algo emotivo, tierno y sentimental (valores asociados a la novela en esa misma nota). Aunque haya mujeres y madres que se identifiquen con esta idea, los estereotipos siempre simplifican la realidad porque, en este caso, excluyen a todas esas mujeres y madres que sienten más interés por una novela negra con reflexiones sobre el mal (por poner un ejemplo de libro que seguro que no se promocionaría con este mensaje) que por una obra sobre el amor y la familia con mensaje «positivo y esperanzador» (palabras textuales). Si Maeva cree que el público potencial de esta novedad son las mujeres con una inclinación por estos temas, debería comunicarlo de forma más sutil y precisa, sin categorizar de ese modo colectivos tan amplios y variados como las mujeres y las madres.

Pero todavía hay más: la editorial también relaciona a los «huérfanos» y las «personas que tienen algo que ver con el autismo» con esos valores de sensibilidad y cercanía. Estamos en lo mismo: no todos los huérfanos son iguales, ni tampoco todas las «personas que tienen algo que ver con el autismo» (me pregunto a qué se refiere con este «algo»: ¿un pariente, un conocido, un libro favorito?). Este tipo de frases reducen la realidad y, a la larga, si se utilizan aquí y en otros medios de comunicación, resultan muy perjudiciales para la imagen de los afectados que se conforma en el imaginario social. Las otras oraciones («Si has estado enamorado», «Si te has sentido solo», etc.) tampoco son dignas de halagos, pero he comentado solo los casos más graves a mi juicio. ¿Y por qué me parece importante expresar mi rechazo por mensajes como estos? Porque, como lectores y consumidores de libros, merecemos una comunicación que nos trate como personas inteligentes. Si estáis de acuerdo conmigo, os animo a compartir este artículo para dar a conocer nuestra indignación ante estas estrategias de marketing.

Nota: la crítica de esta entrada se dirige exclusivamente a esta campaña de publicidad, no a la editorial en conjunto. No hay que confundir el trabajo del departamento de edición con el mensaje transmitido en una nota de prensa.

30 enero 2014

La pasión - Jeanette Winterson



Edición: Lumen, 2007 (trad. Elena Rius)
Páginas: 224
ISBN: 9788426416278
Precio: 18 €

Jeanette Winterson (Manchester, 1959) es una de las voces más originales y ambiciosas de la literatura de nuestros tiempos. Debutó en 1985 con Fruta prohibida, una novela parcialmente autobiográfica en la que ya se adivinaban algunos rasgos experimentales que culminarían en obras como La pasión (1987) o La niña del faro (2004). Aunque resulta difícil enumerar unas características comunes en toda su producción —ella misma se propone innovar de forma constante, como en Escrito en el cuerpo (1992), libro que tiene poco que ver con los citados arriba—, se puede decir que siente predilección por la ambientación en épocas pasadas, la narración fragmentada, la combinación de la realidad con elementos maravillosos de evocación medieval, el tema de la identidad sexual, la presencia de la religión y el uso de recursos metaliterarios. La pasión, considerada una de sus mejores novelas, revela este «estilo Winterson» en todo su esplendor.

Jugando a cara o cruz

En la Francia napoleónica, el joven Henri trabaja como cocinero al servicio del emperador. Es un muchacho sencillo, de su pueblo, que nunca ha conocido el amor y se muestra tímido con las mujeres. De forma paralela, en Venecia vive Villanelle, la hija de un gondolero, una chica pelirroja que nació con los pies deformes. Se gana el pan entre las góndolas y el casino, donde se disfraza de chico para atender a hombres y mujeres que van en busca de la emoción del juego de azar. De eso, y de alguien que les dé calor por la noche. Las vidas de Henri y Villanelle, narradas en primera persona por ambos, se cruzan en un encuentro que los marcará para siempre.

Los dos protagonistas representan dos formas opuestas de ver el mundo y, en concreto, el amor. Como buen soldado, Henri siente devoción por Napoleón y su paso por el ejército gira en torno a los pequeños logros que harán que se sienta orgulloso de él; al menos, hasta que la muerte y la destrucción lo obligan a adoptar otra perspectiva de la guerra. Mientras tanto, Henri sueña con el primer amor, un sentimiento tan puro y racional como el resto de sus convicciones. Villanelle, por su parte, ha estado rodeada de un halo de misterio desde su nacimiento, cuando detectaron que sus pies presentaban la misma anomalía que los de los gondoleros, algo insólito en una niña. Este detalle actúa como una premonición de la doble identidad que determina sus días, puesto que la joven, por el ambiente en el que se mueve y por su propia sensualidad, se muestra mucho más abierta hacia el amor y el sexo que Henri.

El contraste se expande a los escenarios: mientras que París, y el territorio francés en general, es el ejemplo del orden, de la mentalidad tradicional que destruye el mundo con su ciencia y relega la sexualidad a los prostíbulos de la periferia, la isla de Venecia emerge como el lugar donde todo es posible, la tierra del azar y la libertad, de las premociones y lo mágico, pero también de la locura y de las aguas que guardan secretos turbulentos. Gran parte de la obra de Winterson tiene presente la confrontación entre la religión (entendida como una opresión, un fanatismo) y la independencia de ella, la liberación. En este caso, Francia representa la zona católica y Venecia su contrario, haciendo honor a la fama histórica de diversión y placer que ostenta la ciudad. A propósito, a pesar de que la ambientación puede causar cierta confusión, La pasión no es una novela histórica al uso, ya que se limita a utilizar la historia a su antojo para construir significados contemporáneos. De hecho, la autora la escribió durante el rígido gobierno de Margaret Thatcher y, de alguna manera, el retrato de esa Venecia refleja la posibilidad de que otro mundo, otra forma de ver la vida, es posible.

La pasión se desarrolla entre contrastes, entre rupturas y conexiones; un juego a cara o cruz que puede obtener resultados extraordinarios o peligrosos por la mezcla explosiva de los dos extremos. Las diferencias también se refieren a los personajes secundarios, desde los amigos de Henri hasta la anciana veneciana que aconseja a Villanelle, todos ellos imprescindibles. Este tipo de oposiciones abundan en la obra de la autora, pero aquí se encuentran más acentuadas si cabe que en novelas posteriores como La mujer de púrpura. La pasión está escrita con mucha precisión, un gran sentido del paralelismo y la simetría; es como si un lado actuara como espejo de lo que el otro no exterioriza.

Las mil formas de la pasión

La verdadera protagonista de esta novela es la pasión o, mejor dicho, las múltiples manifestaciones que puede adoptar. Por un lado, el amor y el sexo, que se dan en tres formas distintas: un amor espiritual, casi platónico (Henri); el sexo como aventura, sin sentimientos (Villanelle, los soldados que frecuentan el prostíbulo); y, por último, el amor y el sexo unidos, como una plenitud que llena a los personajes. Sin embargo, nada es sencillo: el papel de la sociedad como ente hipócrita (el contexto de principios del siglo XIX lo potencia todavía más) que censura algunas prácticas y empuja a seguir determinadas pautas de comportamiento (matrimonio convencional) complica las relaciones. Las trabas que la sociedad y la religión ponen al amor son otro tema común en Winterson desde su debut, Fruta prohibida, en la que relata cómo una adolescente tuvo que abandonar su comunidad religiosa tras ser rechazada por su lesbianismo.

Precisamente la identidad sexual es otra de las claves de La pasión. Quizá lo más destacable de Winterson en relación con los personajes homosexuales o bisexuales es el hecho de tratar con absoluta naturalidad esta condición, sin rodeos, sin clichés; solo como una parte de ellos mismos tan instintiva como respirar. Con Villanelle rompe la estructura binaria de la mirada heterosexual para proponer una tercera posibilidad, pero lo hace con sutileza, intentando que aquello que se percibe como diferencia aquí se presente como normalidad. Por otra parte, a lo largo de la novela son muy importantes las elecciones personales de los personajes, fundamentales para entender decisiones como la del desenlace de uno de ellos.

Con este planteamiento, es de suponer que el tratamiento del amor y la pasión resulta mucho más complejo de lo que cabría esperar. En el prólogo de La mujer de púrpura, su novela más reciente, Winterson explica que la protagonista no existió tal y como la caracteriza ella, pero que seguramente hubo mujeres que tuvieron algo en común con ella. Lo mismo se puede aplicar a La pasión: en cierto modo, la autora narra las historias de algunas personas de aquella época que no pudieron ser contadas, aunque, a la vez, el mundo recreado actúa como un espejo de nuestra contemporaneidad e invita a reflexionar en los conflictos que propone.

Contadora de historias

La obra de Winterson no se entiende sin una aproximación a su particular estilo. Además de alternar las partes narradas por cada personaje, dentro de estas el texto se divide en fragmentos cortos que recogen escenas del pasado y el presente hasta conformar el conjunto de la historia. El tono, irónico, deja frases tan brillantes como la que abre la novela: «Napoleón tenía tal pasión por el pollo que hacía trabajar día y noche a sus cocineros». También son recurrentes las referencias a la narración en sí, el arte de contar historias («Os estoy contando historias. Creedme», dice Henri a menudo), que recuerdan a las que utilizó años más tarde en La niña del faro («Cuéntame una historia, Pew»). Estas características hacen que se la catalogue como una escritora posmoderna.

Jeanette Winterson
En su autobiografía, ¿Por qué ser feliz cuando puedes ser normal? (2012), Winterson confiesa que desde el principio tuvo el propósito de ser una escritora ambiciosa, de tratar temas de la vida desde una perspectiva arriesgada, experimental. Esto explica por qué La pasión, novela que publicó cuando aún no había cumplido los treinta años, muestra un nivel deslumbrante, sin ninguna pizca de ingenuidad literaria y con cada detalle, cada juego de palabras, elegido con la máxima exactitud. Lo mismo se puede decir de su forma de sugerir significados: el mensaje final que se extrae de La pasión invita a la ambigüedad, a seguir pensando, a releer; nada es sencillo en esta novela, aunque por eso mismo resulta tan interesante leerla e intentar profundizar en lo que nos quiere decir. Esto es lo que he tratado de hacer en esta reseña: analizar e interpretar, pero con la conciencia de que en los libros de Winterson no existen los absolutos, de modo que siempre será posible buscar nuevas explicaciones, nuevas miradas, nuevas lecturas. En eso consiste, al fin y al cabo, la buena literatura.

27 enero 2014

Anna Karénina - Lev. N. Tolstói



Edición: Alba, 2010 (trad. e intr. Víctor Gallego Ballestero)
Páginas: 1006
ISBN: 9788484284925
Precio: 44 € (e-book: 14,99 €)
Esta traducción también está disponible en bolsillo (Alba Minus, 14,90 €).
Los grandes clásicos merecen este calificativo por muchos más motivos que los que se recuerdan en la cultura popular. Anna Karénina (1873-1878), como Madame Bovary (1856-1857) y La Regenta (1884-1885), se conoce por el tema de la mujer adúltera —la trama más potenciada en las adaptaciones al cine—, pero basta leer unas pocas páginas para advertir que en esta novela hay más, mucho más, no en vano es, junto con Guerra y paz (1865-1869), la obra maestra de Lev. N. Tolstói (1828-1910) y una de las mayores contribuciones a la literatura universal de todos los tiempos. El autor, de familia aristócrata, frecuentaba los ambientes opulentos de la alta sociedad y combatió en la guerra de Crimea, experiencia que lo dejó profundamente marcado. Publicó Anna Karénina cuando ya era un escritor reconocido y en su interior se vislumbran algunos rasgos de la crisis espiritual en la que terminó sumido.
«Todas las familias felices se parecen; las desdichadas lo son cada una a su modo». La célebre frase con la que comienza la novela bien puede considerarse un resumen de lo que acontece a continuación, porque el eje de Anna Karénina son tres familias, cada una centrada en una pareja con sus propios problemas: Anna y Karenin, la hermosa mujer rodeada de un halo de tristeza y su marido «magnánimo», perfecto a ojos de los demás; Levin y Kitty, el inteligente hombre de campo y la ingenua señorita que madura a base de decepciones; y Oblonski y Dolly, el seductor despreocupado y la madre abnegada. Forman parte de la alta sociedad y disfrutan de grandes bailes, de almuerzos en el jardín y otros ambientes de lujo; no obstante, sus protagonistas no consiguen encontrar la felicidad, como si el autor quisiera expresar que la desgracia también ocurre en las mejores casas.
Se suele decir que el gran logro de Tolstói reside en dominar a la perfección la psicología femenina en la caracterización de Anna, pero esta percepción es incompleta, puesto que controla la psicología del ser humano en general, hombres y mujeres, principales y secundarios. Anna no es la única que brilla; todos resultan interesantes, complejos, con matices, aunque los dos papeles fundamentales recaen en ella y Levin, que en cierto modo actúa como su polo opuesto. En efecto, el libro está construido en torno al paralelismo entre ambos (de hecho, en un principio se tituló Dos familias), dos personajes que experimentan problemas sentimentales que derivan en una crisis existencial profunda. Ella, por debatirse entre marcharse con Vronski o estar con su hijo —esta es una de las diferencias entre Anna Karénina y Emma Bovary: la primera tiene una mayor conciencia de su maternidad—; él, por ser rechazado por su amada y, más tarde, por enfrentarse a la enfermedad de su hermano.
Cada minuto que pasa se alejan más de la ruta verdadera, se muestran incapaces de detener la embarcación, conscientes de que asumir el error equivaldría a reconocer que están perdidos (Pág. 242).

Anna sufre «bovarismo», esa insatisfacción vital en la que sus ilusiones (la búsqueda de la felicidad, como señala Víctor Gallego Ballestero en el prólogo) se ven truncadas por la realidad: la incompatibilidad de ser compañera de Vronski y madre de Seriozha a la vez. Sin embargo, ni siquiera su amante es una forma de felicidad, porque, al igual que le ocurre a Emma Bovary, al final ese deseo se trunca y la lleva a un estado de desespero mucho peor que el estancamiento del que partía antes de conocerlo. Levin, por su parte, sufre una crisis espiritual —como la del propio Tolstói— por su obsesión con la muerte (la muerte, a propósito, parece estar presente sobre los personajes, como una amenaza del destino trágico e inevitable). Aun así, Levin, a diferencia de Anna, intenta combatir la tristeza con trabajo duro del campo; de alguna forma, el autor nos transmite que las penas se superan con actividad, con ritmo, con cansancio («Y así pasamos la vida, distrayéndonos con la caza y con el trabajo, para no pensar en la muerte», pág. 471). Esto último también se puede aplicar a Dolly, que se mantiene ocupada con los niños. Anna, en cambio, viaja y se divierte, pero en el fondo se aburre, se ahoga en su existencia. Esto explica por qué la trayectoria de ambos, pese a partir de situaciones de crisis, termina divergiendo.
—¿Desdichada yo? —exclamó Anna, acercándose y mirándole con una sonrisa llena de amor y adoración—. Soy como una persona hambrienta a la que han dado de comer. Puede que tenga frío y se sienta avergonzada de sus andrajos, pero no es desdichada. ¿Desdichada yo? No, aquí está mi felicidad… (Pàg. 248).

Quizá lo que tienen en común Anna y Levin es que son sinceros consigo mismos: han apostado por una forma de vida, asumiendo todas las consecuencias que conlleva. Ella se atreve a salir de un matrimonio que no la satisfacía; él expone sus ideas sobre el hogar rural sin dejarse convencer por sus colegas. El autor parece defender este valor, esta transparencia (también lo explicita en Kitty, cuando esta se encuentra en el balneario y decide cambiar: «[Fingía] Para parecer mejor ante los demás, ante mí misma y ante Dios. Para engañar a todos. No, esto no volverá a ocurrir. Prefiero ser mala, antes que mentir y engañar», pág. 300), aunque al mismo tiempo sabe que la sinceridad no asegura la felicidad, porque probablemente ambos serían más felices si se mostraran despreocupados como Oblonski. Por cierto, qué significativo es que Anna y Levin tarden tanto en conocerse mientras que sus allegados interactúan constantemente; su encuentro funciona como punto de inflexión: ¿qué habría pasado si se hubieran visto antes?
Al leer Anna Karénina, uno tiene la sensación de que todos los temas del universo humano, y en particular de las relaciones amorosas, quedan reflejados en sus páginas: la inseguridad, el enamoramiento apasionado, el desgaste del matrimonio, los celos, la responsabilidad de tener hijos, la falta de atracción (Flaubert dijo de Tolstói: «¡Qué artista y qué psicólogo!»). Se produce un contraste entre el orgullo de los hombres (en Karenin al descubrir la infidelidad, en Levin tras ser rechazado, en Vronski y Oblonski casi como una parte inherente de su personalidad) y el sacrificio de las mujeres (Anna destrozada por ser infiel —a diferencia de su hermano, a quien apenas le afecta—, la resignación de Dolly, la fuerza de la transformada Kitty al cuidar del enfermo).
Más allá de las relaciones sentimentales, el libro destaca por su vertiente intelectual, que no solo se detecta en el extraordinario despliegue del lenguaje y las interesantes observaciones, sino en las conversaciones sobre temas tan variados como la política económica de la Rusia de la época, el contraste entre el campo y la ciudad, la religión e incluso la educación de las mujeres. En estas escenas suele estar presente Levin, el personaje con el que más se identifica el autor, un hombre de grandes convicciones que le sirve para plantear una crítica social a los valores de la aristocracia. En parte, es como si Levin demostrara que todo aquello que se considera importante (es joven, cuenta con una buena posición, trabaja en lo que quiere) no tiene por qué llenar espiritualmente; aunque, a la vez, esa vida interior tan importante para él no resulta necesaria para los de su alrededor (en especial, Kitty). Por otro lado, merecen una mención las reflexiones sobre arte y música (Tolstói también es autor del ensayo ¿Qué es el arte?).
—Ya lo ves —dijo Stepán Arkádevich—. Eres un hombre de una pieza. Y esa es tu mayor cualidad y tu mayor defecto. Debido a la integridad de tu carácter, querrías que la vida se basara en los mismos principios, pero no sucede así. Desprecias la labor del Estado, porque te gustaría que cualquier actividad humana tuviera un fin determinado, y eso no suele suceder. También querrías que todos nuestros actos tuvieran siempre un fin, que el amor y la vida conyugal fueran una misma cosa. Y están lejos de serlo. Tanto el encanto, como la variedad y la belleza de la vida residen en ese juego de luces y sombras. (Pág. 72).

La novela, como apunta Gallego Ballestero, está llena de poesía sin ser poética. El simbolismo es un buen ejemplo de ello: la muerte (el capítulo titulado así, que comprende un fallecimiento y una concepción); la estación de tren (comienzo y final de esta etapa de Anna; curioso que Tolstói muriera en una); la llegada de Anna a casa de su hermano, cuando pide a su cuñada que le perdone la infidelidad, sin imaginar que más tarde la cometería ella misma; la confrontación entre el campo (lo puro, donde Levin se siente bien) y la ciudad (artificial, ni Anna ni Levin son felices allí); la caída del caballo de Vronski, etc. El autor realiza un vastísimo análisis de las relaciones humanas, pero las enfoca con una gran precisión, cada detalle tiene su significado. La escritura comprende de todo: diálogos amenos y descripciones detalladas, ritmo dinámico y fragmentos de cavilaciones.
Lev. N. Tolstói
En suma, Anna Karénina es una obra maestra que todo lector debería leer en algún momento de su vida. Representa la cúspide del realismo decimonónico, una novela tan completa que cada capítulo equivale a una master class de literatura. Todos los personajes, desde los protagonistas hasta los secundarios (que no son pocos), están trazados con tanto esmero que sus caracteres resultan únicos, aunque su papel como parte del conjunto siempre tiene un significado extrapolable a la vida en general. Entre sus páginas desfilan innumerables temas vitales que recogen todo aquello que afecta al ser humano. Pocas veces se puede leer un libro de este nivel, muy pocas veces.
Las fotografías pertenecen a la adaptación de 1935, dirigida por Clarence Brown y protagonizada por Greta Garbo. También muy recomendable.

20 enero 2014

La ladrona de libros - Markus Zusak


Edición: Debolsillo, 2014 (trad. Laura Martín de Dios)
Páginas: 544
ISBN: 9788499088075
Precio: 9,95 € (e-book: 6,99 €)

Leí esta novela cuando se publicó en España, poco antes de la Navidad de 2007. El recuerdo que tengo más presente ahora, seis años después, es la capacidad del autor para utilizar un marco histórico tan sobado como la Alemania nazi para narrar una historia que, al contrario de lo que podría aparentar, resulta refrescante y muy distinta a las sagas familiares de corte sentimental ambientadas en este periodo. Está protagonizada por Liesel, una niña que vive con sus padres de acogida en un barrio humilde de Molching, en los alrededores de Múnich. De entrada, parece una muchacha corriente que lleva el mismo estilo de vida que otros niños, pero Liesel tiene una afición particular: le gusta robar libros. Lo empezó a hacer cuando aún no sabía leer, ya que para ella los libros son mucho más que lo que esconden entre sus páginas: se convierten en símbolos de cada etapa vital y, más tarde, le proporcionan las palabras que devienen fundamentales para su existencia.

Sin embargo, lo más sorprendente de La ladrona de libros no es su carácter de libro sobre libros (aunque en su momento este «género» no estaba tan extendido como ahora), sino el punto de vista del narrador: una personificación de la Muerte que cuenta esta aventura aderezándola con sus agudas observaciones. No es una elección casual: la muerte, como la destrucción, el miedo y otras emociones asociadas a ella, impregna las páginas de esta novela, porque los años pasan y la situación se vuelve cada vez más complicada. Es un contraste curioso: la inocencia de la infancia, con sus correspondientes descubrimientos, narrada desde los ojos de aquello que está al final, cuando todo ha terminado. El Dios que todo lo ve no es un Dios bondadoso; es la Muerte.
La trama de la obra relata las vivencias de Liesel con su familia de acogida, su amigo Rudy y un joven judío que permanece escondido, todos ellos con un perfil psicológico bastante rico. Zusak abarca un poco de todo: las relaciones familiares (el difícil carácter de la madre, la ternura del padre), la amistad en la niñez (complicidad con Rudy, el paralelismo entre sus vidas) y, por supuesto, las consecuencias del nazismo, con una referencia interesante a Jesse Owens. A pesar de la cínica Muerte, la novela adquiere progresivamente una intensidad emocional significativa: la guerra avanza, el peligro aumenta y el círculo se cierra con un desenlace que se puede calificar de conmovedor. No obstante, el tono distendido de la narración, la franqueza de una Muerte que no siente la necesidad de mostrarse compasiva, evita que se caiga en el dramatismo. He aquí el acierto de este enfoque para renovar la mirada del lector hacia los sucesos acontecidos durante la Segunda Guerra Mundial.
Markus Zusak
Con La ladrona de libros, el australiano Markus Zusak (1975) se convirtió en un escritor de éxito internacional, y no es de extrañar, puesto que, además de tener un estilo ágil, con abundante diálogo y de fácil lectura, la novela posee la suficiente originalidad para interesar a lectores que no manifiesten necesariamente una inclinación por la ficción sobre esta época. La frescura de la voz, el componente libresco y el valor sobre la importancia de permanecer unidos ante las circunstancias duras trascienden la vertiente puramente histórica. En estos momentos se está hablando mucho de La ladrona de libros por la reciente adaptación al cine de Brian Percival, de modo que es una buena oportunidad para acercarse al libro en el que se basa en caso de no haberlo hecho aún. La siguiente novela de Zusak se está haciendo de rogar, pero durante la espera es posible leer su libro anterior, publicado en castellano como Cartas cruzadas (2011).

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