26 noviembre 2015

Tristeza de la tierra - Éric Vuillard



Edición: Errata naturae, 2015 (trad. Regina López Muñoz)
Páginas: 144
ISBN: 9788415217961
Precio: 14,50 €

Sí, había que estremecer; el espectáculo debe zarandear todo lo que conocemos, nos propulsa más allá de nosotros mismos, nos despoja de nuestras certezas y nos quema. Sí, el espectáculo quema, mal que les pese a sus detractores. El espectáculo nos desposee y nos miente y nos aturde y nos ofrece el mundo en todas sus formas. Y, a veces, el escenario parece existir más que el mundo, está más presente que nuestras vidas, es más conmovedor y verosímil que la realidad, más espeluznante que nuestras pesadillas. P. 18-19.

Edward Said, en su célebre obra Orientalismo (1978), puso de relieve que el discurso que Occidente ha construido sobre las culturas que le son ajenas se fundamenta en una serie de tópicos y prejuicios que ocultan importantes estrategias de control político y económico. Las representaciones que el hombre occidental ha hecho durante siglos de esas sociedades muestran, por lo tanto, una imagen equivocada de la realidad, proclive a recalcar las diferencias entre ambos e incitar la discriminación hacia el otro, un «otro» que para Said era un oriental, pero que también podría ser un indio americano del Wild West Show de Buffalo Bill (William Frederick Cody, 1846-1917). El escritor y cineasta francés Éric Vuillard (Lyon, 1968), que en toda su obra suele abordar los abusos de Occidente, se inspira en el creador del espectáculo itinerante del Lejano Oeste para dar forma a Tristeza de la tierra. La otra historia de Buffalo Bill (2014), con la que fue finalista del Premio Goncourt. Se trata de un libro singular que, sin ser una novela al uso ni un ensayo, desmitifica, con un lenguaje lírico esplendoroso, la leyenda de Buffalo Bill.
«El espectáculo es el origen del mundo» (p. 11). Con esta frase contundente arranca esta crónica. No es una afirmación baladí: las producciones culturales o de entretenimiento, a través de las ideas y emociones que expresan, condicionan nuestra forma de entender la realidad. Buffalo Bill, además de proporcionar un divertimento apasionante para el espectador, supo llevar su proyecto más allá, supo contar una historia, y no una historia cualquiera, sino el pretendido mito fundacional de la nación norteamericana, «la [historia] que millones de americanos primero y europeos después tenían ganas de oír, la única que querían oír» (p.19). En otras palabras: indios contra vaqueros, un relato que ensalzaba a los de siempre y convertía el Lejano Oeste en un show, el primer gran show de la civilización occidental; y a Buffalo Bill, en un pionero. Sentó las bases de la cultura del espectáculo, de la necesidad constante de reinventarse, de la carnaza.

Cody es un decorado. Cuenta la verdad mintiendo. De lejos parece inconsistente, vaporosa; un aura de angustia y de irrealidad la nimba. Porque la ciudad de Cody está muerta. [...] En Cody, durante casi ciento setenta días al año la temperatura no sube de cero. Por lo demás, en ella se encuentran todos los tópicos arquitectónicos del Oeste: las barandas de maderas rústicas, las fachadas feas de ladrillo, las máquinas tragaperras, las girls de rodeo. En Cody no hay nada. Nada aparte de una inmensa tristeza. P. 89.

Como es bien sabido, detrás de los focos se esconde una realidad menos atractiva, una realidad que duele mirar, aunque por eso mismo —por la turbación, la vergüenza, la impotencia y la rabia que suscita— resulta imprescindible conocer. El nombre del Wild West Show va unido al racismo, al exterminio de la población india, a la ridiculización, al abuso. Y a la invención, a la construcción de tópicos que calaron hondo en el imaginario colectivo. Vuillard habla, por ejemplo, de Toro Sentado: un hombre convertido en atracción, en producto, una caricatura de sí mismo por la pura necesidad de subsistir («Toro Sentado está solo en el ruedo […]. Y los que ocupan las gradas han acudido sólo para eso, todo el mundo ha acudido a ver eso, nada más que eso: la soledad», p. 30). El espectáculo convivió, además, con tragedias como la masacre de Wounded Knee, en la que fueron asesinados cientos de indios. El autor también recoge algunas historias particulares, acompañadas de fotografías, como la niña que fue comprada por el general Colby: desde pequeña estuvo expuesta a los medios de comunicación —la adopción de una india era algo insólito, que despertaba la curiosidad malsana de la gente— y, pasado el tiempo, terminó mal.
Éric Vuillard
Pero no solo se habla del sufrimiento de los indios, ya que Vuillard retrata asimismo el auge y la caída de Buffalo Bill: «Él, que ha fabricado el mayor fraude de todos los tiempos, pertenece de pronto al mundo que se esfuma, y la gran nostalgia se apodera repentinamente de él», p.116. Buffalo Bill había aprendido que el espectáculo necesita retroalimentarse para mantenerse en órbita, y lo pudo comprobar en primera persona. Los pasajes de Tristeza de la tierra están llenos de desolación en todos los sentidos, un mundo venido abajo contado con la voz poética de Vuillard, una voz que no suaviza lo narrado, sino que potencia la indignación con sus palabras precisas e incisivas. Hace patente la necesidad de desplazar la mirada, de desconfiar de las apariencias, porque, aunque escriba sobre Buffalo Bill y el Wild West Show, sus observaciones sobre la naturaleza del espectáculo tienen mucho que ver con el presente, con la degradación que se esconde detrás de la imagen del triunfador. Todo esto, en poco más de cien páginas. Lo bueno, si breve, ya se sabe.
Fotografía: Toro Sentado y Buffalo Bill, 1885, por David F. Barry.

16 noviembre 2015

La virtud de Checchina - Matilde Serao



Edición: Ardicia, 2015 (trad. Pepa Linares; postfacio de Natalia Ginzburg)
Páginas: 92
ISBN: 9788494291661
Precio: 14 €

La figura de la mujer adúltera, siempre vinculada a una crítica de la doble moralidad de la época, es un tema fundamental del realismo decimonónico que tiene su cima en obras como Madame Bovary (1856-1857), Anna Karénina (1875-1877) o La Regenta (1884-1885). En los tres casos mencionados, la protagonista se encuentra insatisfecha con su matrimonio y la posibilidad de ser infiel emerge ante ella como una oportunidad de colmar las expectativas de felicidad que se ha forjado en su mente, en su imaginación; una oportunidad que la ilusiona porque da emoción a su rutinaria existencia. La virtud de Checchina (1884), una novela breve de la periodista y escritora del Naturalismo italiano Matilde Serao (Patras, Grecia, 1856 - Nápoles, 1927), también relata la historia de una adúltera en potencia, pero, a diferencia de los planteamientos más conocidos, la motivación para ser infiel no reside en la búsqueda de emoción o en la esperanza de una vida mejor, sino en el miedo de la mujer a tomar sus propias decisiones.
Checchina, la protagonista, está casada con un médico romano tosco y avaro que desprecia lo que él llama «caprichos femeninos» y se pasa el día refunfuñando. Con todo, Checchina tiene un gran sentido del deber, de modo que acepta con docilidad el funcionamiento de su matrimonio y pasa los días en casa, dedicada a sus labores, sin plantearse buscar una chispa de pasión fuera, con otro hombre, a pesar de que su amiga Isolina, más descarada que ella, le cuenta las extraordinarias aventuras que vive con sus amantes. Completa el elenco su criada, Susanna, beata y controladora, a la que a duras penas logra imponerse. La vida de Checchina transcurre, pues, monótona y sin excitación alguna, hasta que su marido invita a comer a un marqués, que a la postre se fija en ella y le pide que le haga una visita. Checchina, decorosa, no quiere aceptar, pero, ante la insistencia del invitado, termina por ceder. Pensar en la inminente cita por fin le provoca agitación…, aunque no del mismo modo que a Emma Bovary.
La virtud de Checchina se puede entender como una comedia de costumbres que, en lugar de plantear el clásico dilema moral entre cometer adulterio o mantenerse fiel al esposo, se centra —con mucha comicidad— en una mujer que acepta la posibilidad del adulterio casi como una obligación. Ella no se acerca al marqués, no se enamora, no piensa en la posibilidad de mejorar su existencia. De hecho, la autora apenas caracteriza al marqués: es casi un personaje fantasma, del que se habla más por lo que suscita en el hogar (el respeto por alguien de su categoría, el miedo a no estar a la altura) que por cómo es él de verdad. Checchina acepta la cita más por no atreverse a decir que no que porque de verdad le interese; pese a saber, por su amiga, que tener un amante puede ser una experiencia fascinante. No obstante, no le resultará fácil acudir a ese encuentro.
Checchina se topa con obstáculos para ir, pero no son remordimientos por la traición a su marido, sino lo que podría llamarse «problemas de pobres». La escasez de recursos del matrimonio se enfatiza desde el primer capítulo: su esposo, tacaño, apenas le pasa dinero; en la escena de la comida con el marqués, la protagonista manifiesta su profunda preocupación por si los platos no están a la altura; y, para redondear la situación, su amiga Isolina, muy coqueta, la habla de su despilfarro (vestidos bonitos, un reloj, un pañuelo) desde que tiene amantes («Checchina se echó a llorar. Ella no tenía ni zapatos dorados, ni pañuelos de batista, ni un manguito, ni un alfiler de herradura, ni un reloj. Lloraba por carecer de todas aquellas cosas necesarias para el amor», pág. 47). Esta fijación en lo material va en consonancia con la narración, que se prodiga especialmente en la descripción de trajes, decoración y calles, en contraste con la práctica ausencia de comentarios sobre los personajes (lo que se sabe sobre ellos proviene de los diálogos, muy vívidos, y la descripción de su ropa, que identifica de inmediato la clase y el estado de ánimo).
Matilde Serao
Además de los problemas materiales, Checchina está preocupada por la astucia de la criada, que podría adivinar sus intenciones, y por los vecinos que pueda cruzarse en el trayecto hacia la casa del marqués. En definitiva: por la gente. Este aspecto sugiere otra interpretación: Checchina no se atreve a actuar por decisión propia, de forma autónoma, sino que en todo momento está sujeta a lo que los demás esperan de ella. En este punto, a pesar del tono cómico que impregna el relato, hay un poso de amargura por la incapacidad de Checchina de salir del redil que representa su hogar (Natalia Ginzburg, en el postfacio, la compara con un conejo: «se agazapa porque prefiere los olores domésticos de su huerto y de su hierba a todo lo demás»). Uno desearía que Checchina espabilara, que rompiera la monotonía, pero ella no pretende ser otra Bovary. No lo desea. Matilde Serao, con las palabras justas, aborda esta otra cara de la potencial adúltera con humor, en un texto en el que no ocurre prácticamente nada y que puede leerse como una simpática fábula sobre los temores de una mujer cándida.

13 noviembre 2015

Mi maravillosa librería - Petra Hartlieb



Edición: Periférica, 2015 (trad. Manolo Laguillo)
Páginas: 240
ISBN: 9788416291212
Precio: 18,90 €

«Oh, ¡un libro sobre librerías! ¡Lo quiero, me encanta leer y siempre he soñado con ser librero!». Es probable que a más de uno se le haya caído la baba al leer el título de esta obra, por aquello de que a los que somos lectores voraces nos suelen encantar los libros que hablan de temas relacionados con la lectura. O, más que hablar, ensalzan la actividad y describen con un aura romántica a los libreros. Sin embargo, Mi maravillosa librería, que se publicó en alemán en 2014, no va exactamente por ahí: Petra Hartlieb, la cabeza visible de Hartliebs Bücher, cuenta su experiencia personal desde que en 2004 ella y su marido decidieron abandonar su casa de Hamburgo y sus profesiones bien remuneradas —él, ejecutivo de marketing de una gran editorial; ella, periodista cultural freelance— para montar una librería en Viena, la tierra natal de ella. La historia tiene, de momento, un final feliz: el negocio prosperó y en la actualidad sigue abierto. Con todo, que nadie espere encontrar en estas páginas un retrato edulcorado del oficio (ni falta que hace).
Hartliebs Bücher
Creo que el mayor interés del libro radica en el hecho de contar la realidad del librero en el siglo XXI y, con ello, desmitificar ese encanto ingenuo que a menudo le asocian los lectores. La autora comienza su relato por el momento en el que compraron el local, sin saber muy bien dónde se metían, y continúa recordando el paso a paso de los primeros tiempos: las reformas del local hasta que pudieron inaugurar, la inestimable ayuda de los amigos durante ese periodo —se alojaron unos meses en casa de otra pareja—, el traslado de Hamburgo a Viena —con una niña pequeña incluida y un adolescente poco dispuesto al cambio—, las entrevistas de trabajo a chicas lectoras que sueñan con ser libreras… Unos meses muy intensos, que poco o nada tienen que ver con la imagen del librero entrañable leyendo en una butaca con un gato en el regazo. Y, aunque el éxito llegó, este fue solo el producto del trabajo duro, de mucho esfuerzo y sacrificio, puesto que al convertirse en empresarios los dos trabajan más que antes y tienen un trabajo más agotador. Por suerte, su pasión (o más bien obsesión) por los libros lo compensa; ahí está el origen de todo, el motor para sacar adelante la librería.

Pero no es tan guay el trabajo que hay detrás, y que ella [la hija] por supuesto vive día a día y desde bien cerca; los padres que hablan a la hora del desayuno de las ventas, los turnos y los encargos; la nevera vacía y la comida fría durante la campaña de Navidad; los libros apilados en el comedor durante los meses de noviembre y diciembre; los clientes que quieren un trato simpático a pesar de que la noche anterior estuviste trabajando en la librería hasta las tres o luchando contra un virus intestinal. Todo esto no resulta nada glamouroso, y nada tiene que ver con esa idea de «me-gusta-taaaanto-leer-y-siempre-quise-ser-librera». Pág. 128.

Además de contar el proceso de puesta en marcha de la librería, Hartlieb comparte anécdotas sobre las presentaciones de libros, la campaña de Navidad, el trato con los escritores (en medio de muchos nombres alemanes y austríacos, aparece Franzen) y su relación con los clientes. Más adelante, ella misma se convierte en coautora de novela negra. Estos temas dan pie a varias reflexiones que muchos libreros compartirán, como el debate sobre la alta y la baja literatura al recomendar libros —Hartlieb, al haber sido periodista, pasa de pertenecer al lado más institucional de la industria, el ambiente más cultivado y elitista, a tratar de forma directa con los lectores finales, cada uno con sus preferencias— o su particular cruzada contra Amazon. Por lo demás, me ha llamado la atención un detalle: según explica Hartlieb, la mayoría de clientes son de clase media-alta, cualificados. Luis Solano, editor de Libros del Asteroide, dijo algo parecido en una entrevista reciente a propósito del perfil del lector tipo: «Son gente culta de clase media-alta, profesores de instituto y también algunos modernillos». Esta estratificación en el acceso a los libros hace pensar.

–Recomiéndeme un buen libro.
¿A qué se refiere en realidad? ¿Qué es para esta señora «un buen libro»? Quizá algo situado entre Elfriede Jelinek y Cecelia Ahern, ¿pero cómo lo averiguo sin resultar ofensiva? ¿Qué le pregunto: con un cierto nivel de exigencia literaria o, más bien, entretenido? ¡Qué tontería! ¿Por qué algo que tenga un buen nivel literario no puede ser también entretenido? Pero está claro que resulta importante averiguar esto, pues hay libros que dejarían muy insatisfechas a ciertas personas. Pág. 146.
Petra Hartlieb

Hartlieb escribe con un tono muy ameno y con sentido del humor, quitando hierro a los momentos espinosos, casi como si estuviera charlando con un colega. Me ha parecido muy honesta al expresar también los remordimientos que a veces conlleva su profesión, como el hecho de no pagar mejor a sus empleadas, o, con respecto a compaginar vida familiar y trabajo, el no poder estar tan pendiente de sus hijos como querría. La autora podría haber elegido omitir estos temas —y nadie se lo habría reprochado—, de modo que valoro que comparta su autocrítica y, de paso, ponga sobre la mesa algunos de los problemas contemporáneos en relación con el ámbito laboral. Una maravillosa librería tiene importancia, por lo tanto, como testimonio del oficio de librero —y, por extensión, de algunos debates en torno al libro y la literatura— en nuestros tiempos. Los lectores que aprecien todo lo que gira alrededor del libro lo disfrutarán mucho, aunque no por aquello de «Oh, un libro sobre librerías, ¡qué bonito!». Este libro rompe el hechizo, pero nos aporta algo mejor: una inmensa motivación para luchar con tesón por nuestros sueños.

11 noviembre 2015

El mendigo que sabía de memoria los adagios de Erasmo de Rotterdam - Evandro Affonso Ferreira



Edición: Maresia, 2015 (trad. Rita da Costa)
Páginas: 123
ISBN: 9788494450112
Precio: 14,50 €


Señores, señoras, una editorial acaba de nacer: Maresia Libros, fundada en Barcelona, llega con la intención de acercar al lector español la poco conocida literatura brasileña. En principio, en su proyecto tendrán cabida tanto los autores de narrativa consagrados como las nuevas voces, además de novela policíaca, literatura juvenil y ensayo divulgativo. El mendigo que sabía de memoria los adagios de Erasmo de Rotterdam, publicado en Brasil en 2012, es uno de los títulos con los que arranca su andadura y, a juzgar por la ambición del texto, toda una declaración de intenciones. Evandro Affonso Ferreira (Minas Gerais, 1945), escritor afincado en Sâo Paulo, es un autor de culto en su país y su obra ha sido comparada con la de Clarice Lispector y Guimarães Rosa. Con esta novela —la primera que se traduce al castellano— recibió el premio Jabuti 2013, el más importante de las letras brasileñas. El mendigo… forma parte de la llamada Trilogía del desespero.

La novela sigue las andanzas de un hombre, de quien se desconoce el nombre, que vaga sin rumbo por la ciudad de Sâo Paulo desde que su amada lo dejó. Es un mendigo singular: un hombre cultivado, de modales exquisitos, que lee con avidez y siempre lleva con él un libro de Erasmo de Rotterdam, de quien recita fragmentos a menudo. El protagonista se abocó a la calle por decisión propia, desamparado tras la pérdida del amor. En estas páginas exterioriza su particular enajenación en forma de un monólogo interior que se dirige a un oyente silencioso: la obra se compone de un largo párrafo caótico en apariencia, preñado de latinismos y referencias cultas a músicos y sabios, en el que el hombre da rienda suelta a sus emociones y pensamientos, e hilvana un discurso en el que se alternan, de forma recurrente y con los giros habituales de la expresión oral («ajá», «fíjese»), tres temas. El primero, el recuerdo de la amada, de quien poco a poco va dando más información: una doctora, la que ahora necesita que le cure el corazón y la mente, con quien escuchaba las canciones que en estos momentos evoca. El segundo, su observación de la calle, de otras personas sin techo; y, en tercer lugar, las reflexiones existenciales a propósito del humanista holandés.

El mendigo… constituye una nueva exploración de esa dramática conjunción de locura y literatura que ya nos enseñó Cervantes. Las palabras del protagonista muestran la desesperación, una desesperación que se mueve entre la lucidez y la pura enajenación, de un hombre culto echado a perder que trata de encontrar poesía entre los andrajos. Un hombre que ha renunciado al bienestar material, pero que se mantiene arraigado a los sentimientos y la intelectualidad que han dado sentido a su vida, como una metáfora del valor de ese legado intangible de la mente en detrimento de las riquezas terrenales del urbanita. En muchos sentidos, se trata del tipo de libro que uno espera de un escritor que, más que un contador de historias, es un intelectual: un texto ambicioso, complejo, erudito; y quizá, por esto mismo, un tanto frío y presuntuoso. ¿Influencias de Lispector? Tal vez: la despersonalización de la voz narrativa, la introspección profunda, la escritura torrencial, la búsqueda existencial como trasfondo. Con todo, Lispector no recurre de un modo tan evidente a las referencias cultas y demuestra una mayor creatividad, maneja el lenguaje con más plasticidad.

Evandro Affonso Ferreira
En suma, con El mendigo... Ferreira adentra al lector en un exigente viaje interior, escrito como el fluir de la conciencia, que muestra cómo la locura, la soledad y el ocaso personal se adueñan de un protagonista refinado hasta hacerlo caer en la desesperanza más absoluta. Como carta de presentación de Maresia, El mendigo… denota la voluntad de apostar por la calidad (e incluso la singularidad), dejando aparte los criterios comerciales. Esto, unido al cuidado con el que se ha trabajado esta edición —con una excelente traducción de Rita da Costa y un texto pulido, con un cuerpo de letra y un interlineado cómodos para leer—, nos empuja a seguirle la pista a la editorial desde ya mismo.

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