26 octubre 2015

Nuestras calles - Alessandra Lavagnino



Edición: Errata naturae, 2015 (trad. Martín López-Vega)
Páginas: 168
ISBN: 9788415217954
Precio: 15,50 €

En apenas dos años, Errata naturae ha recuperado tres novelas que tienen bastante en común: Las chicas de campo (1960), de la irlandesa Edna O’Brien (1932), La pequeña Jonna (1977), de la danesa Kirsten Thorup (1942) y, por último, Nuestras calles (1969; reeditado en 2005 con nuevo título), de la italiana Alessandra Lavagnino (1927). Las tres se desarrollan a mediados del siglo XX, aproximadamente, y narran el coming-of-age de una chica de naturaleza tranquila y estudiosa que experimenta la confrontación entre el ambiente en el que se ha criado y sus propios deseos para forjarse un futuro. En los casos de O’Brien y Thorup, este choque se debe al contraste entre la humildad de su familia —proceden de un entorno rural y embrutecido— y las inquietudes culturales de la protagonista, que en la escuela ha descubierto que puede elegir un camino diferente al de sus madres. En la propuesta de Lavagnino también se produce una tensión familiar, pero en este caso la joven es hija de una profesional reconocida y el conflicto interior surge porque no desea seguir sus pasos aunque lo tendría todo a su favor para hacerlo.
Ponte Garibaldi
La historia de Nuestras calles transcurre en Roma entre los años treinta y cincuenta. La protagonista, Marzia, perdió a su padre cuando era pequeña y se ha criado con su madre, Anna, una de las primeras mujeres en ejercer la abogacía en Italia. Anna se mueve en un mundo de hombres, y tal vez por eso asume asimismo el rol típicamente masculino en el hogar: lejos cuidar de su hija con ternura, se muestra fría e intransigente con ella, quiere aderezarla para que el día de mañana pueda ser una mujer fuerte y competitiva como ella. Sin embargo, Marzia carece de seguridad en sí misma: desde su infancia tiene problemas para expresarse, es tímida y tartamudea. Este defecto condiciona (y complica) sus relaciones; la convierte en una persona muy insegura, que a veces parece algo ausente. La madre, en cambio, está acostumbrada a tratar con la gente por su trabajo en los juzgados. El miedo a hablar de Marzia simboliza en cierto modo las dificultades que hay en la comunicación afectiva entre ambas: la hija silencia sus pensamientos, pero las dos silencian sus emociones.
Piazza Cavour
Marzia nos habla en una primera persona introspectiva, siguiendo un orden cronológico desde su infancia hasta la primera juventud. En las primeras páginas evoca su niñez a partir de las calles donde ha vivido, asocia cada zona a un recuerdo, a una fase de su vida: los episodios de niñez en la casa de su abuela, la adolescencia con su madre… y más adelante llegará el lugar que representará su futuro. No siempre ha estado sola con su madre: el ama, Elide, la consentía más y le daba el poco cariño que ha recibido. La parte más interesante de la novela, no obstante, comienza cuando madre e hija se encuentran solas y Marzia ya es una adolescente. Lavagnino, una narradora muy sutil y hábil para las elisiones, para insinuar más que revelar, traza una relación entre madre e hija compleja, marcada por el silencio y las diferencias. Este ambiente tiene algo de asfixiante: no discuten, no se llevan mal, pero se palpa un distanciamiento que al mismo tiempo convive con una manera particular de expresarse el amor la una a la otra. Esta situación se enlaza a su vez con el alejamiento que en su momento experimentó Anna con su madre, como una forma de decirnos que la relación entre madres e hijas no ha sido nunca fácil.
Para completar el cuadro de Anna y la Marzia adolescente, se introduce el personaje de Lúcia, una compañera del colegio, más enérgica, ambiciosa y dicharachera que Marzia. Como ocurre en los dúos Andrea-Ena, Kate-Baba, Lenù-Lila o Ming-Miao Yan, Lúcia es el contrapunto de Marzia, la amiga extrovertida que la ayuda a descubrir el mundo, aunque en su amistad no faltan tensiones ni envidias, sobre todo cuando Marzia la introduce en su hogar. Anna enseguida congenia con Lúcia, y es que esta chica sí que se parece a ella. La presencia de Lúcia en casa se hace cada vez más frecuente: actúa al mismo tiempo como puente entre madre e hija y como una «intrusa» que las distancia. En este particular trío se forman unas «alianzas» en las que a veces los roles de madre, hija y amiga se desdibujan. Mientras tanto, Marzia se acostumbra a poner por escrito lo que no puede expresar en voz alta; la escritura es su refugio y el espacio en el que desarrollar su vida interior, mucho más rica de lo que aparenta ante los demás.
Alessandra Lavagnino
En suma, Nuestras calles plantea una más que interesante aproximación a una relación ¿atípica? entre madre e hija, que cuestiona la credibilidad de la idea de la maternidad que se suele representar en la cultura occidental y, con ello, redefine lo «femenino». Es, además, una historia de iniciación, con todo lo que eso conlleva (etapas del colegio, la universidad, el primer amor), y un magnífico retrato de una familia monoparental en una época en la que no era nada habitual que una mujer se labrara una carrera. Lavagnino, que nació en Nápoles en 1927 y se ha dedicado a la parasitología, hizo su debut literario con esta novela, que obtuvo el Premio Inedito 1969 al mejor manuscrito no publicado. Desde entonces ha publicado una decena de libros con la prestigiosa editorial Sellerio, que le han valido los elogios de autores como Leonardo Sciascia y una candidatura al prestigioso Premio Strega por Le bibliotecarie di Alessandria (2002). Por ahora, solo se han traducido al castellano Nuestras calles y Un granizado de café con nata (1974; Errata naturae, 2011), en la que también se plantea el tema de la comunicación y el silencio.

22 octubre 2015

Las siete cajas - Dory Sontheimer



Edición: Circe, 2014
Páginas: 312
ISBN: 9788477653004
Precio: 19,00 €
Leído en la edición en catalán de Angle Editorial (trad. Aurèlia Manils, 2014).

Romper el silencio es sinónimo de libertad.*
Hay pequeños éxitos que invitan a creer en la justicia poética. Las siete cajas, publicado hace justo un año, es uno de ellos. Puede que algunos lectores aún no hayan oído hablar de él: fue bien recibido sobre todo en Cataluña, de donde procede la autora, y tanto la edición original como su traducción al catalán ya se han reimprimido varias veces. Este éxito me alegra por dos motivos. Para empezar, por la honradez de Dory Sontheimer, una farmacéutica de origen alemán nacida en Barcelona en 1946, que, sin haberse dedicado nunca a la escritura ni a la historiografía, se formó en ambas disciplinas en cuanto supo que tenía una gran historia entre manos, una historia que le pedía que investigara con rigor y que encontrara las mejores armas para contarla (ojalá todos los que aspiran a escribir se lo tomaran tan en serio). La segunda razón por la que me alegra es, cómo no, lo que cuenta en ella: ni más ni menos que la historia de su familia, una familia judía tocada y hundida por el Holocausto.
Dory Sontheimer se crió como católica a orillas del Mediterráneo, sin saber apenas nada del pasado de los suyos. Tras la muerte de su madre, en 2002, encontró siete cajas en un armario: contenían cartas, fotografías y documentos que testificaban la época más negra para su familia. Sus padres habían guardado silencio, la habían mantenido al margen, pero le dejaron estas pruebas bien ordenadas para que, llegado el momento, ella las descubriera y tuviera la oportunidad de concederles la importancia que considerara oportuna. Les concedió un gran valor, porque desde entonces y todavía hoy se dedica a documentarse y a viajar para completar todas las piezas. Las siete cajas, su primer libro, reconstruye el pasado de los Sontheimer respetando la organización de las cajas: se divide en siete partes o etapas, desde que sus padres se instalaron en Barcelona, cuando el nacionalsocialismo comenzaba a hacer ruido en Alemania, hasta la actualidad, cuando la autora ha visitado los escenarios en primera persona. En medio, por supuesto, está todo lo que su familia sufrió desde la llegada de Hitler al poder.
La particularidad de la obra reside en la forma de estar contada: en lugar de convertirla en una novela o una crónica convencional, Sontheimer ha optado por hacer de ella un auténtico documento histórico, ya que utiliza las cartas, los telegramas, los textos legales y las fotografías que encontró en las cajas —seleccionados y ordenados con acierto para encauzar el relato—, y, con su propia voz, conduce e hilvana la historia, aclara cuando resulta necesario, completa la información sin caer en descripciones tediosas y comparte lo que ha supuesto para ella este hallazgo, el lado emotivo. No pretende erigirse como una promesa de la literatura, así que su escritura está libre de artificios, aunque, eso sí, sus palabras rezuman calidez, una calidez que inspira empatía y confianza. Ella misma, como encargada de reconstruir la historia, también es partícipe del relato y, en cierto modo, una protagonista más.
No he explicado lo que le ocurrió a la familia, ni lo voy a hacer. Todos conocemos, mejor o peor, los horrores del Holocausto. La historia de los antepasados de la autora, si se resume, recuerda a muchas otras que ya hemos visto o leído (quizá la parte menos conocida por el gran público es la de los refugiados judíos en Barcelona, que también tuvieron que lidiar con las persecuciones del régimen franquista). En cualquier caso, el interés del libro se encuentra en su carácter testimonial, en su individualización de los hechos, es decir, en poner nombres reales a los protagonistas, en mostrar los avances de la persecución paso a paso, con cartas de los afectados y de los que intentaban ayudarlos desde el extranjero, cartas que expresan sus preocupaciones, su dolor, su impotencia. Las siete cajas documenta, y muy bien, las consecuencias del nazismo en la cotidianeidad de una familia —con todas sus ramas: abuelos, hermanos, tíos, amigos— que poco a poco vio cómo se lo quitaban todo por ser de religión judía.
Dory Sontheimer
He leído muchas novelas sobre esta época, la he estudiado en los libros de Tony Judt y Eric Hobsbawm, he visto películas que la evocaban. Con todo, al leer Las siete cajas me ha parecido que me adentraba en un territorio nuevo, una perspectiva que hasta ahora no había encontrado, que ha enriquecido mi visión del tema, me ha conmovido y me ha mantenido atenta a sus páginas, leyendo (y releyendo) cada fragmento. Me siento muy afortunada por haberla leído. Le agradezco a Dory Sontheimer que tuviera la generosidad de compartirla con el público y por hacerlo con tanto mimo y respeto. Un último apunte: creo que este libro, además de ser imprescindible para cualquier lector interesado en la materia (y para los no-tan-interesados), debería recomendarse a los jóvenes, para que conozcan el nazismo desde una mirada que no les enseñarán en el colegio (y que con total probabilidad les resultará más amena). Más allá del aprendizaje histórico, este libro contribuye a forjarnos como personas lúcidas, nos inculca valores, y puede ser un alimento estimulante para la mente inquieta de un adolescente.
*Cita de la pág. 28.
Fotografías del archivo de la autora, mostradas en el libro.

19 octubre 2015

Las deudas del cuerpo - Elena Ferrante



Edición: Lumen, 2014 (trad. Celia Filipetto Isicato)
Páginas: 480
ISBN: 9788426401489
Precio: 24,90 € (e-book: 9,99 €)
Advertencia: Las deudas del cuerpo es la tercera parte de la tetralogía Dos amigas. Si no has leído los libros anteriores, La amiga estupenda y Un mal nombre, te aconsejo no seguir leyendo, puesto que en la reseña se hace referencia a temas importantes de estos. En cualquier caso, te animo encarecidamente a descubrirlos: son extraordinarios.
***
La amistad entre Lenù y Lila, las dos jóvenes napolitanas nacidas en los años cuarenta que protagonizan la saga Dos amigas, llega a una nueva fase en Las deudas del cuerpo. En La amiga estupenda, la primera parte, las conocimos de niñas, cuando destacaron en el estudio y empezaron a soñar con salir del entorno humilde y embrutecido del barrio. De jovencitas, en Un mal nombre, descubrieron el amor y cada una definió su camino, un camino que sigue su particular tira y afloja en la tercera entrega. Lenù, convertida en escritora, está a punto de casarse con Pietro Airota, con quien se irá a vivir a Florencia; mientras que Lila, ya madre, malvive de su trabajo en la fábrica de embutidos y comparte piso (e inquietudes) con Enzo Scanno. Se han intercambiado los roles una vez más: si al principio de Un mal nombre Lila encarnaba el éxito personal y social (o, mejor dicho, la apariencia de éxito), ahora Lenù —a estas alturas más Elena que Lenù, pues el apodo solo se usa en el dialecto del barrio— regresa triunfante de la universidad y en breve se emparentará con una familia influyente. Antes de instalarse en Florencia, no obstante, Lenù ayudará a Lila, una forma de devolverle la generosidad que esta mostró años atrás, cuando le facilitó los recursos para estudiar.

Elena Ferrante, la misteriosa escritora, heredera de Elsa Morante, que sigue sin desvelar su identidad, continúa la espléndida historia de estas dos mujeres con la honestidad abrumadora, el costumbrismo de alto nivel y la agilidad narrativa que han cautivado a miles de lectores en todo el mundo. La saga explora los entresijos, no solo de la amistad, sino de lo que significa hacerse mujer en la segunda mitad del siglo XX, en una época de transformaciones socioculturales profundas que cuestionan los valores de la sociedad donde han crecido con respecto a la feminidad, el amor, la maternidad y el sexo. Hablando de cambios, el primer tramo de Las deudas del cuerpo gira alrededor del Mayo del 68, un movimiento que entronca con las preguntas que Lila y Lenù se han hecho siempre y pone sobre la mesa el conflicto de lucha de clases —el otro gran tema de la tetralogía, que hasta ahora se había planteado de forma implícita—. Estas claves sociológicas se analizan, paso a paso, a continuación.
Lucha de clases
Con el matrimonio y la realización profesional, el rol de Elena cambia: la hija del conserje se convierte en una escritora casada con el hijo de un prestigioso profesor. Y, además, cumple su sueño de marcharse del barrio. Sin embargo, Ferrante nos recuerda de forma constante que para ascender de clase no basta con estudiar, casarse o tener dinero: Lenù a veces no encaja con su nueva familia (y, cuando encaja, es porque ella accede a los deseos de su suegra o, dicho de otro modo, se deja manipular para refinar su aspecto o sus hábitos); se avergüenza de sus padres y hermanos cuando les presenta a Pietro; y, por último, se da cuenta de que el matrimonio no garantiza la satisfacción. Lila, en cambio, lleva una vida precaria, pero mantiene viva (y activa) su inteligencia; no se resigna a pasarse los años en la fábrica («Tú querías escribir novelas, yo la novela la he hecho con personas de verdad, con sangre de verdad, en la realidad», pág. 356). Además, prepara el futuro de su hijo, al que le habla en italiano. Ferrante hace que nos preguntemos el significado de «ascender» de clase: ¿de verdad se asciende?, ¿qué aporta el ascenso?, ¿se deja atrás el pasado? Lenù está obsesionada con abandonar el barrio, el barrio dominado por los Solara, pero con el tiempo se da cuenta de que la vida no funciona como una escalera y el pasado no se borra:
Y me largué, vaya si me largué. Aunque para descubrir en las décadas siguientes que me había equivocado, que se trataba de una cadena con eslabones cada vez más grandes: el barrio remitía a la ciudad, la ciudad a Italia, Italia a Europa, Europa a todo el planeta. Hoy lo veo así: no es el barrio el que está enfermo, no es Nápoles, sino el planeta, es el universo, o los universos. La habilidad consiste en ocultar o en ocultarse el verdadero estado de las cosas. Pág. 25.
San Giovanni a Teduccio
Durante su infancia, Lenù y Lila formaban parte de la clase obrera. El tiempo las ha distanciado en este aspecto; y ahora, en plena actividad comunista (Pasquale) y con la dura represión fascista (Solara, Soccavo), se encuentran en posiciones distintas. Lila experimenta la convulsión desde dentro, como trabajadora consumida por las malas condiciones (y con el añadido de ser madre). Se da una paradoja: Lila conoció a Bruno Soccavo, el propietario, en un momento magnífico para ella —aquel verano en Ischia—, mientras que ahora ese apellido es la fuente de su angustia. Por su parte, Lenù, gracias a los contactos de su familia política, acude a las reuniones de la universidad, donde sus colegas (Mariarosa, Silvia, Nadia) filosofan sobre los derechos del proletariado. Estos revolucionarios de salón —jóvenes acomodados que nunca han pisado una fábrica— despiertan antipatía en Lila («Yo sé qué significa la vida acomodada llena de buenas intenciones, tú no te imaginas siquiera lo que es la verdadera miseria», pág. 134.), Con todo —y aquí reside el interés—, Ferrante no narra una lucha maniquea entre pobres de buen corazón y ricos sin escrúpulos, sino que pone de relieve las múltiples caras del conflicto, como el uso de la violencia por ambas partes o la hipocresía del activismo de universidad.
La soledad de las mujeres
Entrando en los conflictos personales, la escritura de Ferrante se caracteriza por su falta de tapujos: se prodiga al detallar todo aquello que atormenta a las chicas, incluidos los temas de los que una joven criada en ese ambiente no hablaba jamás. Esta transparencia le aporta una enorme veracidad, hace que el lector se crea lo narrado y se implique en ello. Más allá de contar una gran historia, una trama dinámica de amor y drama costumbrista, realiza un minucioso retrato de la situación de la mujer. En Las deudas del cuerpo, para empezar, se topa de bruces con la desprotección de la madre soltera o separada. Lila, que abandonó a su marido, trabaja en la fábrica sin ninguna facilidad para criar a su hijo (solo la ayuda desinteresada de una vecina) y sus opciones de prosperar pintan más negras que para Enzo, que continúa estudiando por la noche. Llama la atención ver a una mujer fuerte como Lila tan derrotada, aunque quizá este carácter indomable aumenta todavía más el rechazo de los demás (en contraposición a Lenù, que como «buena chica» se deja moldear).
Se introduce otro personaje que asimismo ilustra este desamparo: Silvia, una joven madre soltera, amiga de Mariarosa Airota, que va y viene de las reuniones de sus colegas con el bebé en brazos. Todos conocen la identidad del padre, que nunca se hizo cargo de su hijo. A diferencia de Lila, Silvia procede de una familia con recursos, pero el descalabro que supuso para ella el niño demuestra que la desprotección legal de las mujeres no solo afecta a la clase humilde. La toma de conciencia de este problema —la soledad con la que la mujer se enfrenta a la maternidad— hace que se hable de la píldora anticonceptiva, aún muy mal vista en la época, que prácticamente se debe conseguir de forma clandestina, gracias a la solidaridad femenina de algunas doctoras. Dar al mundo todos los niños que una pueda ya no es una opción para las mujeres que aspiran a realizarse profesionalmente.
—Un hombre, salvo los momentos locos en que lo amas y se mete dentro de ti, se mantiene siempre fuera. Por eso, después, cuando ya no lo amas, te irrita incluso el hecho de pensar que alguna vez lo quisiste. Yo le gusté a él, él me gustó a mí, punto. Me ocurre varias veces al día que alguien me guste. ¿A ti no? Dura un poco, luego se me pasa. Solo queda el niño, es una parte de ti; el padre, en cambio, era un extraño y vuelve a ser un extraño. Ni siquiera su nombre tiene ya el sonido de antes. Pág. 92.
Florencia
Sin embargo, no solo las solteras tienen problemas. En Un mal nombre, Lila sufrió las dificultades del matrimonio, que ahora afectan, de otra manera, a Lenù. En su caso, no se casa con un maltratador, pero sí con un hombre inseguro, que rehúye los contactos y teme que su mujer destaque más que él; otra forma de machismo latente que lleva a Lenù a sentirse muy sola y aislada, como la torpe ama de casa que nunca ha querido ser. Lenù se adapta a todo: renuncia a casarse por la Iglesia, abandona Nápoles, se queda en el hogar tras ser madre. Aunque, hay que decirlo, ella tampoco es del todo honesta con Pietro: se casa cuando aún piensa en Nino, y hay quien podría reprocharle que se mueve por el interés, como se movió Lila con Stefano. De nuevo, Lenù, la Lenù adulta, repite los pasos de su amiga. En cierto modo, la saga escenifica la decepción en el amor al descubrir que la realidad es bien distinta de las ensoñaciones juveniles. Y no solo eso: pone en entredicho que el matrimonio deba ser el estado definitivo de las cosas, que a partir de ahí se termine la posibilidad de conocer a otras personas. Lila se atrevió a romper ese orden.
Por otra parte, el matrimonio lleva a la maternidad, y resulta inevitable plantear las complicaciones de conciliar familia, profesión y vida social. La madre de Elena, en su situación, se habría contentado con dejarse mantener y llevar una «vida de señora»; pero Elena pertenece a otra generación, se ha formado y aspira a continuar su carrera. En este sentido, Ferrante hace hincapié en la falsedad de la creencia de que el nacimiento de los hijos es el mejor momento para una pareja, muestra cómo el bebé altera la rutina de forma explosiva y los sacrificios que deben hacer los padres, especialmente la madre. Llega al extremo de afirmar, en boca de la siempre brutalmente sincera Lila, que «La vida de otro, dijo, primero se te agarra al vientre y cuando al fin sale, te convierte en prisionera, te lleva de la traílla, ya no vuelves a ser dueña de ti misma» (pág. 261). Esta percepción va muy en consonancia con la de Chicas felizmente casadas (1964), de la irlandesa Edna O’Brien, que transcurre más o menos en el mismo periodo.
Los tabúes del cuerpo
Entre los temas a los que Ferrante da voz en este libro destaca, por su sinceridad rotunda y su cuestionamiento de los estereotipos, la experiencia femenina del sexo. La novela «sucia» de Lenù supone el pistoletazo de salida a una serie de confidencias de las jóvenes del barrio: todas saben, todas coinciden en ciertos puntos, pero no se atreven a hablar hasta que descubren que la otra también sabe y ya no se sienten extrañas. Ferrante pone en su boca temas como la falta de placer, los abusos, la inseguridad; pero también el deseo, el deseo de sexo por parte de la mujer, que no tiene por qué ser la parte pasiva («El sexo me había perseguido, me había invadido, sucio y atractivo, obsesivamente presente en los gestos, las charlas, los libros. Las paredes divisorias se estaban derrumbando, las cadenas de los buenos modales se estaban rompiendo», pág. 94). Al darles voz —una voz que describe los encuentros íntimos con realismo y una vívida profusión—, Ferrante no solo pone en entredicho las costumbres de la época —que todavía defendía que los novios debían llegar vírgenes al matrimonio—, sino que pone el dedo en la llega en nuestra sociedad «hipersexualizada» al plasmar una faceta desencantada del encuentro íntimo.
—A estas alturas ni sé qué acabé poniendo en mi libro —murmuré a la defensiva.
—Acabaste poniendo cosas sucias —dijo—, cosas que los hombres no quieren oír y que las mujeres saben pero tienen miedo de decir. ¿Y ahora qué haces, te escondes? Pág. 195.
Florencia
Dejando el sexo a un lado, la representación cultural del cuerpo femenino abarca otros aspectos. Desde su primer libro, Ferrante ha incidido en el cuerpo de la mujer, en cómo se siente cada una con respecto a este y cómo se perciben entre ellas. Durante un tiempo, Lila encarnó el ideal de las modelos altas y delgadas, y la belleza «salvaje» asociada a las morenas; un físico que, no obstante, no está exento de problemas, puesto que padece más por su salud que su amiga. Lenù, en cambio, tiene una belleza de donna angelicata que la acompleja durante buena parte de la saga, hasta que el acceso al dinero le permite «arreglarse» según la moda. Las dos, en determinados momentos, despiertan la admiración de los demás por su imagen, pero para ellas la satisfacción nunca es absoluta y sienten la presión de tener que ser bonitas y elegantes además de buenas madres, esposas y profesionales —una presión que pierde fuerza a medida que se hacen adultas y otras responsabilidades (hijos) ganan prioridad—; una presión que, a veces, las lleva a competir de forma inconsciente entre ellas.
Pero a veces —especialmente cuando me arreglaba no solo para hacer buen papel en general, sino para un hombre— me parecía que prepararme (esta era la palabra) tenía algo de ridículo. Todo ese trajín, todo ese tiempo dedicado a disfrazarme cuando podía estar haciendo otra cosa. Los colores que me quedan bien, los que no me quedan bien, los modelos que me adelgazan, los que me engordan, el corte que me favorece, el que no me sienta bien. Una larga y costosa preparación. Un convertirme en mesa dispuesta para el apetito sexual del macho, en vianda bien adobada para que se le haga la boca agua. Y después la inquietud de no estar a la altura, de no parecer guapa, de no haber conseguido ocultar con destreza la vulgaridad de la carne con sus humores, sus olores, sus deformidades. Pág. 417.
Encontrarse a una misma
El título original de esta novela, Storia di chi fugge e di chi resta, podría traducirse por Historia de lo(s) que huye(n) y lo(s) que queda(n). Además de la lectura evidente (Lenù huye y Lila se queda), se puede interpretar en clave simbólica por la influencia que el pasado —la infancia, la adolescencia— tiene en las etapas posteriores. Lenù se marcha, pero en sus pensamientos siguen presentes las experiencias anteriores. Entre ellas, las que compartió con Lila, que siempre dotó su vida de intensidad. Incluso a pesar del paso del tiempo, de la distancia, ese hilo intrincado que las une sigue ahí, y adquiere nuevas formas como consecuencia del contacto telefónico, que permite mentir y ocultar a discreción, pero también imaginar (y elucubrar) acerca de lo que hace la otra —un inciso: ¿cómo habría sido esta relación en la era de las redes sociales? ¿Se habrían sentido más próximas o las fotografías aún habrían aumentado más la falsa felicidad que se presuponen la una a la otra?—. Pero esta vez ocurre algo insólito: Lenù se da cuenta de que se ha pasado los años condicionada por Lila y adaptándose a lo que los demás (padres, profesores, familia política) esperan de ella. Su personalidad, su voluntad, se ha anulado; y está dispuesta a remediarlo. Aunque, quizá, este «remedio» también la lleve a repetir los pasos de Lila…
Desde pequeña me había construido un mecanismo autorrepresivo perfecto. Ni uno solo de mis deseos auténticos había conseguido imponerse jamás, siempre había encontrado la manera de encauzar todos mis afanes. Pero ya basta, me decía, que salte todo por los aires, yo la primera. Pág. 454-455.
Las deudas del cuerpo, una novela tan extraordinaria como sus predecesoras, La amiga estupenda y Un mal nombre, puede leerse como el relato de dos revoluciones paralelas, entre la macrohistoria y la microhistoria: la revolución de costumbres de finales de los años sesenta y la revolución personal de Lila y, sobre todo, Lenù. Se trata, además, del libro en el que las chicas han perdido por completo la inocencia, se enfrentan a la vida y descubren muchas cosas que no les habían contado. La autora lo cuenta como siempre, narrando una trama vigorosa y ágil que convive con una profunda introspección de la narradora, que observa a los demás y reflexiona a su vez. Lenù afirma, en la última página, que «Está en marcha algo grande que destruirá por completo el antiguo modo de vivir y yo formo parte de esta destrucción» (pág. 477). Ferrante cuenta como nadie esa transformación, que culminará con La niña perdida, la cuarta y última parte.

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