28 julio 2015

Mañana puede ser un gran día - Betty Smith



Edición: Lumen, 2015 (trad. Luis Solano Costa)
Páginas: 352
ISBN: 9788426402004
Precio: 21,50 € (e-book: 9,99 €)

«Cuando somos jóvenes todo parece temporal. Y un buen día nos despertamos y nos damos cuenta de que lo temporal es para toda la condenada vida» (pág. 49). Esta frase la podría haber firmado un autor treintañero contemporáneo, frustrado por los estragos de la crisis, pero la escribió una mujer de mediana edad para referirse a las esperanzas de los que fueron jóvenes en el Brooklyn de los años veinte. Esa mujer, Betty Smith (Brooklyn, 1896-Shelton, 1972), se había dado a conocer con la exitosa Un árbol crece en Brooklyn (1943), en la que relata las vivencias de una niña en el seno de una familia pobre. En Mañana puede ser un gran día (1948), su segunda publicación, abandona el ámbito de la infancia para centrarse en la juventud y los inicios del matrimonio. La autora, hija de inmigrantes alemanes y de formación literaria tardía, se inspira en su propia vida en el distrito neoyorquino para retratar a la protagonista.
Margy Shannon, de diecisiete años, camina por las calles de Brooklyn en los años veinte. Trabaja en una oficina junto a otras chicas y, como la hija obediente que es, entrega la paga a su madre. Forma parte de una familia humilde y tiene que hacer malabares para comprarse un vestido nuevo. En casa, se encuentra a una madre dominante y a un padre apagado, fiel reflejo de una unión infeliz. En medio de esta mediocridad, las expectativas de los jóvenes están puestas en el matrimonio, la única vía de escape al yugo materno, la posibilidad de conseguir cierta libertad. Pronto Margy se casa con Frankie Malone, un chico que parece tener mucho en común con ella, pero al que apenas conoce. Y ya se sabe: las cosas no siempre salen como uno espera. De esa confrontación entre las esperanzas y la realidad de las aspiraciones de juventud escribe Betty Smith, que muestra el lado más crudo del gran sueño americano.
La novela se construye sobre la máxima del «Mañana todo irá mejor» (el título original es Tomorrow Will Be Better), representada por la generación de norteamericanos que aspira a superar las barreras de clase para alcanzar un nivel de vida mejor que el de sus progenitores. Betty Smith se centra en las mujeres, que en aquella época carecían de ambiciones profesionales y su rol quedaba relegado al de madre y esposa. Sin embargo, la autora desmitifica ese futuro idílico con un realismo devastador que muestra su cara amarga, cuando los años pasan, las oportunidades se pierden (o eso parece) y los jóvenes, que ya no son tan jóvenes, repiten los errores de sus padres. Utiliza como símbolo un recuerdo de Margy que deviene pesadilla: de niña se perdió durante unas horas y ahora sigue soñando con esa sensación de perder el rumbo, sobre todo por lo sola que se llega a sentir.
«Le había parecido que todo lo bueno se hallaba al alcance de la mano, a la vuelta de la esquina. Al casarse había doblado una esquina. Si bien no lamentaba haberlo hecho, le entristecía tenerla ahora detrás en lugar de delante. Era una cosa menos con la que soñar» (pág. 238). Casarse con Frankie determina el cambio de Margy, por eso el libro puede interpretarse, no como una crítica del enlace en sí, sino como una denuncia de la idea de felicidad asociada al matrimonio. Margy no se entiende con su marido, un problema que se podría haber evitado con cautela, dejando pasar más tiempo antes de casarse. Además, echa de menos el trabajo. De forma parecida a Lo mejor de la vida (1958), la novela de Rona Jaffe (Brooklyn, 1931-Londres, 2005) que inspiró Mad Men y que plantea la encrucijada entre el reconocimiento profesional o la formación de una familia que las jóvenes neoyorquinas afrontaron en los años cincuenta, Betty Smith reivindica la independencia de las mujeres de las generaciones anteriores, una independencia económica pero también social, porque la oficina es un lugar donde relacionarse y hacer amigas.
De hecho, la primera parte del libro recrea el ambiente de camaradería de las oficinistas: las confesiones, los cotilleos, la coquetería. Se narran las historias de algunas compañeras de Margy, como Reenie, una chica protestante que se enamora de un chico católico, romance que le cuesta el rechazo de su madre. Las dificultades, por lo tanto, no solo son cuestión de clase; y la que renuncia es, de nuevo, ella. No es esta la única faceta femenina que se aborda: las madres, esas madres duras como una roca por los embistes de la vida, tienen un papel importante, como ya ocurriera en Un árbol crece en Brooklyn. En concreto, Betty Smith muestra la fase de la maternidad en la que la progenitora debe asumir que su hijo se ha hecho mayor y abandonará el hogar. No faltan los chantajes emocionales ni el desprecio hacia sus futuros yernos o nueras; toda madre (y todo padre) de Brooklyn cree que su hijo se merece un cónyuge mejor del que ha elegido.
La autora escribe con sencillez, una prosa llena de pequeñas reflexiones sobre los sueños truncados. No es pretenciosa; da prioridad a la claridad en detrimento de los artificios, como si su deseo fuera dar voz a las mujeres que, como ella, sufrieron las consecuencias de una sociedad machista y clasista, pero no tuvieron la oportunidad de contarlo (no es de extrañar que se convirtiera en un éxito de ventas). A pesar del pesimismo reinante, narra episodios tiernos que despiertan la simpatía del lector, del estilo de Un árbol crece en Brooklyn, como los momentos de complicidad entre madre e hija (una hija cuida de su madre, cansada después de trabajar; una madre se desvive para que su hija estrene un vestido bonito la noche de su primer baile, etc.) Estas escenas «compensan» la dureza de los acontecimientos a partir de las humildes alegrías cotidianas, aunque a veces caen en un sentimentalismo que se le ha criticado mucho. En particular, la trama del jefe enamoriscado y protector está de más, ya que refuerza la creencia de que toda chica lleva una damisela en apuros dentro y desea ascender de clase gracias al matrimonio.
Betty Smith
Las penurias de Margy, con todo, tienen un desenlace que invita a la esperanza, aunque para ello resulta necesario actuar y dejar de creer que las cosas se arreglarán por sí solas. Se podría pensar que Mañana puede ser un gran día se ha recuperado por la excelente acogida de la anterior novela de la autora —50.000 ejemplares vendidos en España—. Seguramente eso justificó en buena medida su publicación, ya que se trata de una obra inferior, sin la fuerza ni la capacidad para conmover de Un árbol crece en Brooklyn (eso sí, su crudeza la hace más verosímil y atractiva desde una perspectiva sociológica). Ahora bien, es lícito reconocerle un incentivo adicional: la historia de Margy se repite en la actualidad. La sociedad se ha transformado, se han abierto puertas para las mujeres, pero los jóvenes siguen dándose de bruces con la realidad al descubrir que lo de «Mañana todo irá mejor» no se cumple. Eso, junto con su historia bien construida y sus cuidados personajes, justifica su interés, porque anima a no rendirse nunca: «Si algún día llego a creer de veras que las cosas no mejorarán, supongo que preferiría morirme» (pág. 324).

24 julio 2015

El peso de la mariposa - Erri De Luca



Edición: Siruela, 2011 (trad. Carlos Gumpert)
Páginas: 96
ISBN: 9788498414271
Precio: 12,95 €
Leído en la edición en catalán de Bromera (trad. Anna Casassas, 2011).
Imagina una novela en la que la naturaleza se funde con el ser humano. Imagina a un autor capaz de personalizar a un animal sin privarlo de su hábitat silvestre. Imagina todo eso convertido en un relato delicado y poético, con sensibilidad pero sin sensiblería. No hace falta imaginar más: Erri De Luca lo ha vuelto a lograr. El prolífico escritor italiano, nacido en Nápoles en 1950, narra en El peso de la mariposa (2009) un encuentro entre dos seres que tienen mucho en común a pesar de pertenecer a especies distintas: por un lado, el rey de los rebecos, un magnífico ejemplar que ha sido el líder de su manada durante años y ahora empieza a acusar el paso del tiempo; por el otro, un hombre, un experto cazador (de rebecos, cómo no) a punto de retirarse, que no quiere dejar pasar la oportunidad de conseguir la presa más valiosa antes de dar por zanjadas sus andadas. El animal lo ha esquivado mucho tiempo, pero el duelo es ya inminente.
Lo que podría ser una sencilla (y manida) ficción sobre el dominio del hombre sobre la naturaleza se convierte, en manos de Erri De Luca, en un texto sugerente que no busca la crítica fácil, sino que propone otra lectura de la escena entre el cazador y su potencial presa. En concreto, establece un paralelismo entre las vidas del rebeco y el ser humano, centrado en su faceta más íntima: los dos han crecido como dominantes entre los suyos y a la vez como grandes solitarios. El animal ha sido el líder de la manada durante años sin que ningún rebeco joven se atreviera a toserle, pero le ha llegado la hora de abandonar el grupo para dejar su sitio a otro. Además, la existencia del rebeco ha estado marcada por la pérdida de su madre, precisamente por culpa del cazador. El hombre, por su parte, se ha ganado el respeto de sus colegas por su habilidad para la caza, aunque vive recluido en su casa de la montaña, alejado del calor humano. El punto álgido de sus similitudes llega con la vejez: los dos saben que su muerte está cerca, y que los encontrará solos.
La narración, de estilo fragmentado, alterna bloques dedicados a cada protagonista; una forma de ir mostrando sus rasgos en común mientras se acrecienta la emoción ante el choque inminente. No obstante, habrá alguien más en la escena definitiva: una mariposa blanca que se posa en el cuerno del animal será el único testigo del encuentro entre ambos. Este insecto puede interpretarse como un símbolo de la fragilidad, esa fragilidad que ni el rey de los rebecos ni el cazador furtivo parecen tener, pero que se evidencia a medida que el tiempo pasa y afrontan su deterioro. La mariposa, delicada, ligera, bella y casi etérea, tiene atributos que no coinciden con los de la ley del más fuerte que ha condicionado las vidas del rebeco y el hombre; sin embargo, a la hora de la verdad su presencia será determinante para ambos. Solo un narrador como De Luca —observador, amante de la naturaleza, lírico y sutil— podía relacionar una mariposa con la caída del macho alfa.
Erri De Luca
Leer a Erri De Luca significa dejar de lado la búsqueda del realismo para adentrarse en un terreno más cercano a la fábula, en el que las fronteras de lo real y lo onírico se desdibujan y el lenguaje, de palabras justas y elisiones bien entendidas, se mueve entre la narración y la poesía, entre la tradición oral y la escritura. Si en Història d’Irene (2013) bebía del imaginario del mar para contar el relato de una niña que nadaba con los delfines y de un escritor que la escuchaba, en El peso de la mariposa es el ciclo de la vida en la montaña el que se lleva el protagonismo. Aunque su afinidad por la naturaleza resulta indudable —además de un prolífico escritor, De Luca es muy aficionado al alpinismo, así que está acostumbrado a este ambiente—, no importa el entorno elegido: la fuerza de su voz está siempre ahí, una voz que invita a pensar en las debilidades del ser humano, una voz que estremece y nos reconcilia con nosotros mismos. Y eso siempre es muy, muy liberador.

20 julio 2015

El cuento número trece - Diane Setterfield



Edición: Lumen, 2007 (trad. Matilde Fernández)
Páginas: 480
ISBN: 9788499088068
Precio: 21,90 € (e-book: 7,99 € / bolsillo: 9,95 €)
Leído en la edición en catalán de Empúries (trad. Rosa Borràs, 2007).

Empiezo esta reseña por la conclusión: El cuento número trece (2006), primera novela de la británica Diane Setterfield (Berkshire, 1964), es un ejemplo de buen best-seller. La palabra best-seller ha quedado tan devaluada por los Dan Brown, E. L. James y Albert Espinosa de turno que, al final, uno solo espera encontrar productos mal hechos en la lista de más vendidos, como si la narrativa comercial tuviera que ser, por fuerza, mala, un insulto a la inteligencia del lector. Un libro como El cuento número trece, que vendió 300.000 ejemplares en España, rompe esta tendencia e invita a confiar en la literatura que juega en la liga del entretenimiento. La obra de Setterfield se inscribe en la tradición de novelas que, inspiradas por los clásicos ingleses del siglo XIX, recrean un ambiente gótico y de misterio, de la que también forman parte autoras actuales como Kate Morton y Katherine Webb.
Margaret Lea, una joven librera y biógrafa diletante, recibe una carta de Vida Winter, una célebre escritora que, sabiéndose muy enferma, le pide que acuda a su mansión para hablarle de aquello que nunca ha contado a nadie: su misterioso pasado en la casa de Angelfield, una historia por la que los periodistas se desviven. Margaret, que es una chica tímida y solitaria, se traslada al caserón de la señora Winter sin entender muy bien por qué la ha elegido a ella, sin saber qué esperar; pero dispuesta a escuchar lo que esta enigmática mujer quiera explicarle. El relato de Vida Winter —un relato con lagunas, porque, como buena contadora de historias que es, está acostumbrada a mentir— se remonta a su infancia, cuando se llamaba Adeline March y hacía travesuras junto a su hermana gemela, Emmeline, más dócil que ella. Podrían haber sido dos niñas felices si no fuera porque desde su nacimiento estuvieron marcadas por la tragedia, una tragedia que ahora Margaret intenta desentrañar.
Setterfield bebe de Charlotte Brontë (Jane Eyre), Daphne du Maurier (Rebeca), Wilkie Collins (La dama de blanco), Henry James (Otra vuelta de tuerca) y los cuentos de hadas (en su versión original, es decir, la más despiadada) para dar forma a una emocionante historia llena de secretos en la que se encuentran presentes los motivos característicos del género, como los niños huérfanos, la institutriz déspota, unas gemelas pelirrojas diabólicas, el poder del número tres, la locura y las pasiones exaltadas, los romances truncados, el esplendoroso jardín, la biblioteca y la posibilidad latente de que la casa esté encantada. Su gran mérito reside en la capacidad para emplear estos elementos conocidos con la suficiente personalidad para no caer en el pastiche y construir una propuesta sólida. Setterfield escribe con una voz elegante y sugerente, con gusto por el detalle pero sin perder agilidad por ello, que mantiene la atmósfera de suspense de principio a fin, con puntos álgidos en los que el misterio roza el terror. Nada es casualidad en El cuento número trece, y la autora procura que todas las piezas encajen.
Los personajes de Margaret Lea y Vida Winter en presente también están impregnados de ese aire lúgubre, y con ello Setterfield demuestra que no hace falta situar un relato en el pasado para crear un ambiente gótico; todo está en las manos del autor, en su estilo, no en la época elegida. ¿Qué le ocurrió a Margaret para convertirse en una joven taciturna que apenas sale de la librería de viejo de su padre? Y la señora Winter, ¿por qué se esconde bajo un seudónimo y vive recluida si con sus suculentas ganancias podría llevar una vida muy distinta? Existe cierto paralelismo entre ambas que se desvela poco a poco, a medida que Margaret encaja las piezas de lo que le explica la novelista. La relación entre las dos, el intercambio entre una narradora mentirosa y una oyente atenta que a su vez escribe, permite reflexionar sobre el proceso de creación literaria, de modo que El cuento número trece, además de ser una espléndida novela de misterio, es un muy logrado libro sobre libros.
Diane Setterfield
Pocas pegas se le pueden poner a un debut como este. Quizá el desenlace peca de cerrar con excesiva precisión todos los cabos, cosa que da lugar a un efecto un tanto forzado en las tramas secundarias. Con todo, El cuento número trece es una excelente primera novela, una historia encantadora, mágica y apasionante que devuelve al lector el placer de leer con fruición, ese placer que conoció, precisamente, con las obras a las que la autora rinde homenaje. Su segunda novela, El hombre que perseguía al tiempo (2013), recrea los inicios de los grandes almacenes y se caracteriza asimismo por una atmósfera opresiva, pero está por debajo de su ópera prima: Setterfield convirtió en novela lo que en principio era un relato, y se nota que su planteamiento no funciona como una ficción de grandes dimensiones. Habrá que esperar a su próximo trabajo para comprobar si puede volver a construir un libro a la altura del primero, aunque solo con El cuento número trece ya se ha ganado todo mi respeto.
Fotografías del telefilme basado en la novela, dirigido por James Kent, que se estrenó en 2013.

14 julio 2015

Mi planta de naranja lima - José Mauro de Vasconcelos



Edición: Libros del Asteroide, 2011 (trad. Carlos Manzano)
Páginas: 208
ISBN: 9788492663439
Precio: 13,95 €
Leído en la edición en catalán de la misma editorial (trad. Carles Sans, 2014).
Publicada por primera vez en 1968, Mi planta de naranja lima obtuvo un gran éxito de ventas desde su publicación y se convirtió en una de las obras brasileñas del siglo XX más leídas alrededor del mundo. En España, Libros del Asteroide la reeditó en 2011, cuando llevaba años descatalogada, y tuvo una acogida tan buena que ya va por la séptima edición y se ha erigido como uno de los títulos fundamentales del sello, que estos días celebra su décimo aniversario de andadura editorial. Aunque a menudo se ha catalogado Mi planta de naranja lima como un libro infantil, lo cierto es que parte de su mérito se debe al hecho de saber conectar con lectores de diferentes edades, nacionalidades y generaciones. Y donde digo conectar, digo conmover, porque pocas historias enternecen tanto como la del pequeño Zezé.
José Mauro de Vasconcelos (Bangu, Río de Janeiro, 1920 – São Paulo, 1984) se basa en sus recuerdos de infancia en un barrio carioca humilde para dar vida a Zezé, un niño de cinco años sensible e imaginativo que sueña con ser poeta. Mi planta de naranja lima, que forma parte de la tradición de la novela de aprendizaje, muestra su descubrimiento de la ternura (y de algún modo, de la esperanza) en un ambiente marcado por la pobreza, ya que Zezé pertenece a una familia numerosa que sufre dificultades para subsistir y no le ha quedado otro remedio que aprender rápido el precio de vivir. En casa, hace travesuras que le cuestan palizas; en el barrio y en el colegio, en cambio, conquista a los adultos con sus ocurrencias, impropias para un muchacho de su edad. En sintonía con este retrato de Bangu, el autor escribe con un lenguaje de gran viveza, influido por la oralidad de la calle, de modo que predominan el diálogo y las referencias a la cultura popular, como las canciones.
Zezé no es como los demás niños, y esto se nota en la elección de sus amistades, como el arbolito de naranja lima que da título al libro, y Portuga, el vecino con el coche más bonito del barrio. Solo un niño con la sensibilidad de Zezé —una sensibilidad difícil de entender para sus padres, que por las circunstancias no pueden dedicarle la atención que necesitaría— es capaz de encariñarse con una planta y convertirla en la compañera de juegos con la que explota su imaginación y sacia su sed de aventuras. Con su amigo Portuga, no obstante, la relación se desarrolla de forma distinta: el adulto, sorprendido y conmovido por la chispa de Zezé, una chispa nacida en un entorno convulso, se acerca a él y le muestra con pequeños gestos que otra forma de vida es posible. No por la riqueza, sino por la capacidad de escuchar y comprender al niño. De expresarle su amor, en definitiva.
Si el arbolito de naranja lima representa el individualismo, el amigo imaginario que reconforta a Zezé cuando se siente incomprendido, la entrada en escena de Portuga supone la respuesta humana a las carencias emocionales del protagonista. De pronto, su juego ya no se limita a hablar con una planta y soñar despierto junto a ella, sino que piensa en lo que hará con Portuga y en todo lo que este le enseña en sus conversaciones. Descubre el valor de la amistad, del intercambio desinteresado entre dos; y, como dice el autor en la dedicatoria, «el significado de la ternura». El relato de Mi planta de naranja lima es una apertura hacia el mundo, hacia aquello que Zezé no podía encontrar (porque no sabía que existía) en el ambiente cargado de su hogar. La estructura, episódica, muestra la evolución psicológica de Zezé a partir de sus piedras angulares (la familia, el arbolito y Portuga, principalmente) y termina con un emotivo clímax.
José Mauro de Vasconcelos
¿Qué tiene esta novela para cautivar a tantos y tan diferentes lectores? Su mensaje de compañerismo y aliento en medio de las circunstancias más complicadas, que trasciende la realidad del barrio brasileño para llegar al centro de cualquier lector que valore el significado de tender la mano a alguien. La personalidad de Zezé, un niño en el que convive la ingenuidad de la infancia con la crudeza del entorno, que le ha hecho crecer deprisa; dos cualidades que conforman una naturaleza curiosa y avispada por la que resulta fácil sentir empatía y dejarse llevar, para sonreír y estremecerse con él. La aparente sencillez con la que está narrada, que le aporta una «transparencia» que aumenta la viveza de su fondo, consigue que se perciba como una verdad, como algo sincero. Mi planta de naranja lima es un libro idóneo para un niño, pero también para los adultos que no han perdido la capacidad de conmoverse. Como reza la obra: «El corazón de las personas debe ser muy grande para que quepan todos aquellos a los que se quiere» (pág. 126).

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