30 septiembre 2013

El último refugio - Tracy Chevalier



Edición: Lumen, 2013
Páginas: 392
ISBN: 9788426421913
Precio: 19,90 € (e-book: 13,99 €)

En cuestión de narrativa histórica, Tracy Chevalier (Washington, 1962) me parece un valor seguro: escribe con buen gusto, reconstruye épocas y lugares de forma cuidada, se centra en las desigualdades sociales, elige protagonistas femeninas fuertes, sus personajes tienen una buena caracterización psicológica y, por si fuera poco, añade detalles atractivos como las referencias al arte. Su estilo no es el más habitual en el género, porque no se extiende demasiado ni sobresale por narrar unas aventuras trepidantes —como sucede en los best-sellers de Ken Follett e Ildefonso Falcones, por ejemplo—, sino que prefiere ahondar en la introspección, su forma de escribir es más sutil y elegante. La autora saltó a la fama con La joven de la perla (1999), pero los que hemos seguido su trayectoria sabemos que ha publicado libros que no tienen nada que envidiar a su gran éxito, como La dama y el unicornio (2003) o Las huellas de la vida (2009). Con El último refugio (2013), su novela más reciente, ya son cinco las obras que he leído de esta escritora y puedo decir que sigue sin defraudarme.

Como ya hizo en su libro anterior, Las huellas de la vida, Chevalier nos vuelve a trasladar a mediados del siglo XIX con una chica inglesa como protagonista. Honor Bright, una joven cuáquera, acompaña a su hermana Grace a Ohio, donde vive el prometido de esta última. Sin embargo, el destino les depara una desgracia: Grace muere de forma repentina. Honor, que siempre ha sido una muchacha un tanto apocada e ingenua, debe espabilarse sola en un país desconocido. En su camino conoce a Belle Mills, una sombrerera encantadora que la acoge unos días, y a su hermano Donovan, un chico que se dedica a perseguir esclavos negros fugitivos. Poco a poco, mientras busca su lugar en Ohio, Honor toma conciencia de las injusticias que sufren las personas negras y empieza a ayudarlas a escapar a Canadá, pero alguien intentará por todos los medios que no lo consiga.

Como en la mayoría de novelas de Chevalier, el hilo principal es la evolución interior de la protagonista, el paso de joven tímida e insegura a mujer adulta valiente y con las ideas claras. De algún modo, Honor ha huido siempre, desde su marcha de Inglaterra hasta sus pasos en Ohio; no se ha atrevido a hacer frente a las situaciones duras de la vida y esto va a cambiar (de ahí, en parte, el título del libro). Además, el planteamiento se asemeja bastante al de las landscape novels —el género que cultiva Sarah Lark— que están tan de moda: una chica se aleja de su tierra natal y se abre camino en un lugar lejano. La adaptación a un nuevo país se narra de forma paulatina, con la sensibilidad (que no sensiblería) que caracteriza a la autora: contacto con las tradiciones, adopción de una rutina diferente, etc. Además, hay unos secundarios bastante atractivos, como la sombrerera. Chevalier siempre ha destacado por el buen tratamiento de los personajes y el predominio del lado sentimental por encima de la acción; El último refugio sigue en esta línea, aunque a mi parecer tiene un poco más de ritmo, sobre todo en la segunda mitad.

Más allá de la psicología y las emociones, Chevalier también brilla en el acercamiento a temas de interés histórico indudable —una diferencia notable con respecto a Sarah Lark, que los toca muy por encima—. Si en Ángeles fugaces nos hablaba de las sufragistas y en Las huellas de la vida homenajeaba a las primeras buscadoras de fósiles, esta vez la reivindicación está dedicada a los esclavos negros y la ayuda que las personas como Honor pudieron brindarles a través del llamado Ferrocarril Subterráneo (Underground Railroad), una red clandestina que proporcionaba alimento y refugio a los fugitivos para que pudieran escapar (este es el otro significado del título). La contribución de una mujer blanca —cuáquera, un punto nada baladí— en esta lucha recuerda un poco al argumento de Criadas y señoras, aunque El último refugio se desarrolla cien años antes. Como he comentado al principio, me gusta este rasgo de la autora, su habilidad para plasmar las desigualdades sociales de una forma amena y entretenida para el lector, con una tercera persona centrada en Honor que se alterna con las cartas de esta a su familia y amigos. Se puede decir que sus libros hacen disfrutar y al mismo tiempo se aprende algo con ellos, van más allá del mero entretenimiento.

Pero esto no es todo: también hay un hueco importante para el arte, aunque no de forma tan evidente como la pintura de La joven de la perla o los tapices de La dama y el unicornio, porque en esta ocasión se trata de uno que a menudo pasa desapercibido o que directamente no se considera arte: la confección de edredones y sombreros. Honor es una gran tejedora de patchwork y Chevalier nos regala descripciones detalladas de sus piezas, que se utilizan para simbolizar la personalidad de quienes las utilizan y potenciar el contraste entre ingleses y norteamericanos. En estos aspectos es donde la autora marca la diferencia, donde pone su sello bonito, ese toque que demuestra que estamos ante una escritora curtida que sabe lo que quieren sus lectores y aprovecha cada página al máximo. Este gusto por los asuntos asociados tradicionalmente a las mujeres hace que sus libros cautiven sobre todo a este público, a pesar de que Chevalier me parece una autora interesante por muchos otros motivos.

Tracy Chevalier
En definitiva, estamos ante una de las mejores novelas de Chevalier, a la altura de La dama y el unicornio y Las huellas de la vida, que para mí son mejores que su libro más conocido. En un principio puede parecer una lectura agradable sin más, pero avanza con paso firme y con el paso de las páginas la historia se hace más grande, más rica, más poderosa en todos los sentidos (temas históricos, personajes, escenas memorables), hasta culminar en un desenlace de los que emocionan. No decepcionará a sus seguidores, porque brinda exactamente lo que se espera de ella; y creará nuevos adeptos, porque los matices hermosos de su voz brillan más que nunca. Una vez más, he conectado con esta autora y os animo vivamente a acompañar a Honor en El último refugio.

27 septiembre 2013

La forma y la trama



Tarde o temprano, muchos lectores nos planteamos el eterno debate entre las novelas de trama y las novelas de forma, por denominarlas de alguna manera. Con «novelas de trama» me refiero a aquellas obras en las que la historia narrada, el argumento, es lo más importante, lo que motiva al lector a seguir leyendo. Casi todas las publicaciones comerciales encajan en esta definición, pero también hay creaciones de alto nivel que destacan por una extraordinaria capacidad para hilvanar sucesos con intriga y emoción (Patricia Highsmith, por ejemplo). En cambio, las «novelas de forma» son las que sobresalen por el estilo, por la excelencia en el uso de las palabras; no porque «pasen muchas cosas». Se trata del tipo de obra que, si solo nos fijáramos en la trama, se quedaría desnuda de toda su grandeza. Marcel Proust y Gabriel García Márquez me parecen dos buenas muestras de ello.

Evidentemente, soy consciente de que separar ambas categorías es simplificar (y mucho) las cosas, porque para las buenas novelas de trama también resulta necesario contar con un buen uso de la forma; y estoy segura de que la mayoría de lectores coincidiríamos al preferir un equilibrio entre ambos rasgos: una trama atractiva contada con una excelente prosa. No obstante, para exponer esta reflexión me parece útil polarizar el tema: ¿preferís una novela que destaque por la trama o por la forma? Olvidemos las medias tintas, pensemos en los dos casos como extremos. Lo interesante no es tanto descubrir por qué nos decantamos —como he dicho, seguramente sería el término medio—, sino intentar reflexionar un poco sobre las posibilidades de cada opción, lo que nos aporta cada una, lo que nos gusta y lo que detestamos.

Yo lo tengo claro: soy una lectora que se fija mucho en la forma. Entre las obras que más me han marcado hay bastantes novelas que tienen fama de aburridas (como las de los autores que he citado antes) porque se entretienen más en buscar la maestría de la narración que en contar una historia con enredos. También he disfrutado de libros que pueden dejar frío al lector que no va más allá de las aventuras y la estructura planteamiento-nudo-desenlace, como La niña del faro, de Jeanette Winterson, una novela de lo más mágica y original, o los relatos de El mes más cruel, de Pilar Adón, muy especiales. De hecho, la mayor parte de mis lecturas son novelas de ritmo pausado, con tramas tranquilas, generalmente sobre temas cotidianos e íntimos. Me gusta fijarme en el uso de las palabras, en los giros de las frases, en lo que el autor consigue hacer bonito; para mí, un buen escritor no solo piensa en la historia que quiere contar, sino en encontrar la mejor forma de plantearla.

Esto no quiere decir que no me deje seducir por una buena trama de acción y pirotecnia, claro (porque también hay muy buenos novelistas que se dedican a este tipo de obras); simplemente, si tengo que elegir, me quedo con las novelas de forma. La experiencia me demuestra que son las que me dejan más huella, las que consiguen implicarme más. Sé que mucha gente opina que los autores que cultivan este estilo se hacen pesados e incluso que deberían preocuparse más por la historia, pero yo no creo que necesiten cambiar de registro ni que les falten ideas. Todo es cuestión de aprender a apreciar este tipo de literatura, que requiere una mayor concentración por parte del lector. En cualquier caso, una trama intensa y movida no es un requisito sine qua non para escribir; se puede hacer literatura hasta de la escena o el pensamiento más trivial.

Y vosotros, ¿con qué tipo de novelas os quedáis?

23 septiembre 2013

El insólito peregrinaje de Harold Fry - Rachel Joyce



Edición: Salamandra, 2012
Páginas: 336
ISBN: 9788498384802
Precio: 17 € (e-book: 11,99 €)

En un momento en el que gran parte de la oferta de narrativa está dedicada a temas de sobra explorados (mujeres fuertes de las landscape novels, guerras del siglo XX, libros sobre libros, sagas familiares…), se agradece mucho encontrar una novela como El insólito peregrinaje de Harold Fry. Por su honradez. Por su esperanza. Por su luz. Por ser, en definitiva, un soplo de aire fresco que reconforta al lector y le invita a imitar al protagonista en su particular viaje por toda una vida. Siempre es arriesgado describir una obra como «diferente», pero el debut de Rachel Joyce (Londres, 1962), ex actriz y guionista de la BBC, me lo parece, al menos en comparación con lo que se suele publicar. El libro ha sido un éxito en Inglaterra —más de 90.000 ejemplares vendidos en seis meses—, se ha traducido a 23 idiomas, se han vendido los derechos para la adaptación al cine y estuvo nominado al prestigioso Man Booker Prize; unos logros más que merecidos.

Harold Fry podría ser un recién jubilado cualquiera: está casado con Maureen, tiene un hijo, lleva una vida tranquila y se muestra agradable con los demás. Sin embargo, un día toma la decisión de hacer algo que lo obliga a salir de su anodina existencia. El detonante es una carta en la que Queenie, una antigua compañera de trabajo a la que hace veinte años que no ve, le informa de que se está muriendo de cáncer. La primera reacción de él es responder con un mensaje amable, pero sabe que eso no basta y finalmente no echa la misiva al buzón. Después de charlar con una chica que le recuerda que la ciencia no es infalible y ante todo debe tener fe, Harold empieza un particular peregrinaje para visitar a Queenie en persona: recorrerá el país de un extremo al otro, a pie y sin más equipaje que el convencimiento de que si él completa lo que se ha propuesto, su amiga se salvará.

Tengo que reconocer que, de entrada, la idea de un «peregrinaje» no me resultaba atractiva; le asociaba connotaciones religiosas, pensaba que se trataría de una revelación espiritual al más puro estilo Paulo Coelho. Afortunadamente, me equivocaba: Rachel Joyce reconvierte la peregrinación en algo actual, de ambiente fresco y cercano; sigue siendo un acto de expiación, pero sin tintes místicos, más bien como un ejercicio de reflexión cotidiana sobre las propias experiencias. Ahí está la clave: sencillez, empatía, naturalidad; el protagonista reúne todos esos atributos. El peregrinaje no es monótono ni aburrido, porque mantiene el interés gracias a los personajes que conoce Harold por el camino y a sus propias cavilaciones; todo contribuye a indagar en sus recuerdos, en aquello de lo que se arrepiente. La vida de Harold, como la de cualquier persona, también tiene sus sombras.

El insólito peregrinaje de Harold Fry es una novela de ritmo pausado, para saborear despacio, deteniéndonos en esos pequeños pensamientos sobre la vida. En cada capítulo se desvela más información sobre las experiencias de Harold, como la sensación de no comprender a su hijo David y el hecho de haber fallado a su amiga Queenie en algo que desconocemos. También se replantea el peregrinaje en sí: no lleva el calzado adecuado, piensa en lo absurdo de su propósito, su forma de relacionarse con la gente evoluciona... La autora, como quien teje un jersey, desarrolla una red cada vez más compleja a medida que avanza la novela, aunque sin perder su voz fresca, sin tapujos y con sentido del humor, un tono amable que consigue transmitir mucho sin utilizar estridencias  (lo que llamaría una engañosa sencillez, porque lo que hace Rachel Joyce nos resulta tan asequible de leer que parece fácil, pero no lo es).

La sensación de no haber cumplido en ninguno de los roles que la vida obliga a adoptar (hijo, marido, padre, amigo) y la reflexión sobre las barreras que nos ponemos para interactuar con los demás en esta sociedad individualista son algunos de los asuntos tratados. Temas bastante universales, en efecto, por eso aquello de ser capaces de ponernos en los zapatos del otro cobra más sentido que nunca. La culminación de este peregrinaje es una recta final espectacular, conmovedora, uno de esos desenlaces que suman puntos y se ganan un hueco más profundo en el corazón del lector (aunque peca de ser bastante lacrimógeno). Sentimos a Harold tan real, tan humano, tan vulnerable, que da pena separarse de él.

Rachel Joyce
Para terminar, si buscáis una novela que os sorprenda y emocione, una novela que os implique de verdad, acompañad a Harold en este peregrinaje y aprovechad el recorrido para replantearos la vida del mismo modo en el que lo hace él. Rachel Joyce ha construido una historia que traspasa, que transmite mucho con poco, sin perder nunca el tono franco. Creo que El insólito peregrinaje de Harold Fry puede gustar a muchos lectores porque tiene dos ingredientes que no fallan: un contenido que inspira empatía y una escritura fácil de leer. Por estos motivos también lo considero una excelente opción para regalar a una persona querida. En fin, os animo encarecidamente a conocer a Harold, un verdadero hallazgo.

20 septiembre 2013

Contribuir a la promoción de la lectura



Advertencia: el contenido de esta entrada es mucho menos «formal» de lo que sugiere el título.

En mi círculo de conocidos se lee poco. Tan poco, que cuando nos vemos cara a cara casi nunca hablamos de libros, salvo que yo comente de pasada que antes de vernos he estado leyendo o algo por el estilo. Sin embargo, desde hace unos meses estoy observando pequeños cambios: algunas de estas personas comparten en sus redes sociales que están disfrutando mucho de un libro. Al hacerlo, no faltan esos comentaristas de lujo que corren a llamarlas «frikis» (ay, la confianza…), pero también hay otros —los amigos más cercanos, por lo general— que se interesan por esa novela, les piden que se la presten o simplemente se apuntan el título. Unas semanas después, son ellos los que dicen en su perfil que les ha encantado esa obra.

Me gusta ser una observadora silenciosa de estos momentos, presenciar cómo alguien que aborrece los libros descubre el gusto por la lectura y se siente tan fascinado que no duda en exteriorizarlo. No obstante, si estas personas se acercaran más al mundillo literario de Internet (blogs de libros, redes sociales de escritores…), probablemente se sentirían menospreciadas, porque lo que leen por ahora son novelas eróticas que siguen la estela de Cincuenta sombras de Grey, libros de autores mediáticos y algún best-seller de baja calidad; exactamente el tipo de obra que el lector asiduo suele rechazar. Pero ellas están maravilladas por la lectura, insisto. No sé si algún día se interesarán por otro tipo de libro o no; lo que tengo claro es que, aunque solo sea por su capacidad de crear nuevos lectores, esas novelas tan criticadas merecen existir.

Aquí es donde entro yo, que no puedo evitar recomendar libros siempre que la ocasión se presta. Cuando he visto esos mensajes en los que mis conocidas se lamentaban por despedirse del señor Grey, he acudido rauda y veloz a enumerarles algunos títulos de trilogías eróticas que, por lo que leo en la red, están teniendo buena acogida. Cuando estaban entusiasmadas por una historia divertida y sencilla, he buscado novelas similares que puedan encajar con sus gustos. Sí, he aconsejado libros que yo no leería, libros que considero que se publican en demasía, libros que no aportan nada más que entretenimiento, libros que no encajan con mi forma de entender la literatura.

Y, aun así, tengo la sensación de que con estas recomendaciones he contribuido más a la promoción de la lectura que con todo lo que he hecho en el blog.

La ilustración es de Yelena Bryksenkova.

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