29 marzo 2013

Antologías de relatos de varios autores: ¿necesidad o capricho?

Desde hace un tiempo me he fijado en que se publica una cantidad nada desdeñable de antologías de relatos de diversos autores, sobre todo en editoriales independientes y en autoediciones colectivas. Las antologías suelen ser de escritores españoles importantes, jóvenes prometedores, autores de un mismo género (histórico, fantástico, romántico) e incluso iniciativas solidarias en las que el filtro no está tan definido. Con la irrupción del e-book se han multiplicado: cualquiera puede coordinar su propia antología; solo tiene que contactar con los autores para hacerles la propuesta y encontrar el medio de difusión adecuado. Algunos autores cobran por estos trabajos; otros, no, pero esto no es el tema central de esta entrada.

Cuando veo tantas antologías me planteo analizarlas desde dos puntos de vista: como lectora y como persona interesada en la literatura (dos perspectivas que, aunque no lo parezca, no siempre van de la mano). Como lectora, las antologías no me interesan: prefiero leer novela y, cuando me apetece leer relatos, me decanto por los de un autor importante, no por una compilación en la que muchas veces hay autores que no me transmiten confianza. Sin embargo, como persona interesada en la literatura, entiendo que estos proyectos sirven para reunir en un único volumen las creaciones de diversos escritores y eso puede enriquecer nuestro panorama literario.

No obstante, aun aceptando su interés, me planteo lo siguiente: ¿realmente todas estas antologías son necesarias? En mi opinión, no. Para empezar, porque, repito, con el e-book hay muchísimas, demasiadas, sobre todo antologías de género escritas por autores menores (los blogueros que estáis en las redes sociales lo sabréis tan bien como yo). En segundo lugar, porque al elegir a los escritores entran en juego criterios de selección discutibles: subjetividad (¿cómo se puede saber que estos son los mejores autores jóvenes y no otros?), amiguismo (¿no le extraña a nadie que algunos nombres participen en tantas antologías al lado de los mismos autores?). El interés que pueden tener las antologías se pierde -al menos en parte- al tomar conciencia de estos factores. En tercer lugar, pienso que a menudo un relato no es representativo de todas las capacidades de un autor, es decir, no compro el argumento de que al leer una antología podré conocer a muchos autores. Puede que algunos no me digan nada con un texto breve pero sean muy buenos en una novela; puede que algunos me parezcan brillantes y después, en una novela, me dejen fría; puede que algunos no tuvieran su mejor día cuando escribieron ese relato; puede que ese relato (al ser por encargo) se aleje de lo que escribe él por su cuenta. En definitiva, no veo tantas bondades en las antologías como a veces nos intentan hacer creer.

Además, me parece que tampoco podemos ignorar el hecho de que no interesan a los lectores. Hablemos claro: la gente lee novela, son muy pocos los que sienten una verdadera afición por los relatos. Nos lo demuestra, no solo la lista de libros más vendidos, sino el tipo de libro que se publica en general. Y no se puede producir un exceso de oferta cuando no hay demanada. Ahora alguien me podría argumentar que hay obras que se publican por su valor que tampoco atraen a un gran número de personas (recuperaciones de clásicos, autores importantes desconocidos en España, novelas que ofrecen algo particular), y es cierto, aunque esos casos no tienen las desventajas que he enumerado en el párrafo anterior. En cualquier caso, no pretendo que las antologías desaparezcan, pero opino que deberían regularse, en todos los sentidos. Si se siguen haciendo como churros y entre escritores amigos, lo único que consiguen es provocar reacciones como la mía. Que no nos engañen: algunas antologías pueden tener un interés verdadero, pero no todas son necesarias, ni siquiera las solidarias (¿alguien cree que realmente se venden?).

Antologías sí, pero con cabeza.

25 marzo 2013

Las huellas de la vida - Tracy Chevalier



Edición: Debolsillo, 2011
Páginas: 352
ISBN: 9788499088372
Precio: 8,95 € (e-book: 5,99 €)

No es ningún secreto que me gusta Tracy Chevalier (Washington, 1962), autora de novela histórica conocida por el éxito de La joven de la perla (1999), una historia inspirada en el famoso cuadro de Johannes Vermeer que unos años más tarde se adaptó al cine. Descubrí a Chevalier con este libro, que me gustó por su buen gusto al hablar de sentimientos y por su habilidad para aproximarnos a la obra del pintor barroco de forma amena. Aun así, en aquel momento no me pareció la novela excepcional que esperaba, consideré que le faltaba fuerza. Seguí leyendo a la autora con La dama y el unicornio (2003), que comparte su sutileza y el predominio de las emociones sobre la acción, aunque esta vez me llenó mucho más, tal vez por estar narrado desde diversas voces y pasearnos por Francia y Bélgica en el siglo XV. En tercer lugar, leí Ángeles fugaces (2001), que hace una recreación excelente de los cementerios ingleses de comienzos del siglo XX y nos habla de unas figuras históricas interesantísimas, las sufragistas, pero en conjunto me resultó un poco descafeinado.

Estas experiencias me han servido para darme cuenta de que Chevalier es una escritora que tiene muchos rasgos que me gustan: sensibilidad al narrar, cuidado de la psicología de los personajes, temas históricos de mi interés. Sin embargo, resulta conveniente leerla con las cosas claras, es decir, sin esperar una historia llena de adrenalina y fuegos artificiales, porque entonces lo más probable es llevarse una decepción. El género histórico se suele asociar a las aventuras y los misterios, pero Chevalier le da un enfoque diferente, más sentimental, femenino y de ritmo tranquilo, en el que importa más la experiencia vital de los protagonistas, casi siempre mujeres —la propia autora ha reconocido que todavía quedan cosas que mejorar en la lucha por la igualdad de sexos y le gusta recordar el papel de las heroínas del pasado en sus obras—, que los hechos. Con esta mentalidad me acerqué a Las huellas de la vida, en la que recrea las vidas de dos buscadoras de fósiles en el siglo XIX que existieron en la realidad.

Elizabeth Philpot, una mujer solterona de clase media, educada e intelectual, se traslada con sus hermanos a una localidad de la costa inglesa y empieza a recoger fósiles. Allí conoce a la joven Mary Anning, una muchacha pobre con un don para localizar estas reliquias. Poco a poco, las dos se hacen amigas: Elizabeth le enseña a leer e intenta ayudar a su familia, mientras que Mary le muestra su talento natural para buscar fósiles y limpiarlos. Sus grandes hallazgos comienzan con el fósil de una criatura que debería ser un cocodrilo, pero que Elizabeth señala que presenta diferencias con respecto a estos animales, lo que la lleva a plantearse qué ha podido suceder con esta bestia en términos evolutivos. No obstante, la amistad entre las dos pronto se verá truncada por un hombre.

A pesar de que en la vida real la gran buscadora de fósiles fue Mary Anning (Philpot también existió, pero se la conoce sobre todo por ser colaboradora de esta), Chevalier ha optado por dar el mismo protagonismo a ambas mujeres y por eso la novela está narrada a dos voces: por un lado, Elizabeth, la voz de la serenidad y la experiencia; por el otro, Mary, más ingenua e impulsiva. Como me suele ocurrir, enseguida sentí debilidad por Elizabeth, la mujer tranquila y cauta: me gustó su carácter observador y la forma en la que analiza cuál es el órgano con el que vive cada persona; un detalle muy hermoso e inteligente. Además, su personaje me parece bastante interesante, dado que es una mujer que se salía del papel que se esperaba de ella en la época: no se casó y disfrutaba de su independencia. En el caso de Mary, probablemente lo más singular es su habilidad, esa enorme capacidad para hallar los fósiles, un tema que Chevalier también plasma con delicadeza. En esta novela no hay creaciones artísticas como en La joven de la perla y La dama y el unicornio, pero el arte es, de alguna manera, el don de Mary, un talento innato como el de los artistas. Acompañan a Elizabeth y Mary unos secundarios funcionales que cumplen con su papel sin llegar a destacar demasiado.

Como siempre, la autora apuesta por dos protagonistas femeninas fuertes, dos mujeres desconocidas para los no entendidos en la materia que hicieron un importante descubrimiento relacionado con la evolución antes de Charles Darwin. Chevalier toma como punto de partida los hechos reales y a partir de ahí imagina sus vidas, como imaginó en su momento la pintura del cuadro de La joven de la perla o la confección de los tapices de La dama y el unicornio. Hace lo que se le da bien: narrar una relación de amistad entre dos personas de clases sociales diferentes, una relación que se refuerza despacio, con un progreso cuidado de los sentimientos de cada una. Además de por la toma de conciencia de que el fósil de esa criatura parecida a un cocodrilo corresponde a un animal ya extinguido, Las huellas de la vida resulta interesante por la recreación del ambiente, del que casi es posible sentir el aroma del mar, y el reflejo de las desigualdades de una época histórica a través de la situación de las protagonistas, que aun con sus diferencias tienen algo que las une.

En consecuencia, estamos ante una novela que encaja en la descripción que he hecho al principio: ritmo lento, poca acción; lo que importa es conocer en profundidad a las dos protagonistas y aproximarse a un momento histórico de una forma amena y elegante que no solo se centra en el descubrimiento de un fósil, sino también en la cotidianeidad de las dos mujeres. Las huellas de la vida es Chevalier en estado puro, se puede reconocer en su prosa a esa Griet de La joven de la perla que posaba para Vermeer y después recorría las calles de Delft hasta su hogar humilde, se pueden reconocer esos contrastes —de ambientes y de madurez de los personajes— de La dama y el unicornio, se pueden reconocer la calma y los hechos que se desvelan poco a poco de Ángeles fugaces. He experimentado sensaciones parecidas a las otras veces que la he leído: me gusta su sensibilidad (que no sensiblería), su buen gusto al escribir y su capacidad para plasmar la introspección de los personajes, aunque en algunos momentos no me habría importado que tuviera un poco más de ritmo y se extendiera menos en las cavilaciones de (sobre todo) Elizabeth.

Tracy Chevalier.
En cualquier caso, Las huellas de la vida me parece una buena novela, una lectura agradable para los lectores dispuestos a saborear con calma una historia que en apariencia es sencilla pero tiene más matices de los que se detectan a primera vista. Entre sus puntos a favor, destacan la recreación histórica, la excelente caracterización psicológica de las dos protagonistas y el trato cuidado de las cuestiones sentimentales (que van mucho más allá del amor). Por el contrario,  si lo que buscáis es un relato de acción trepidante en el que ocurran cosas constantemente, mejor que ignoréis esta propuesta. Las huellas de la vida gustará mucho a quienes hayan disfrutado de la autora previamente y también puede ser una buena opción para leerla por primera vez si os atraen estos temas y la hermosa manera de narrar de Chevalier. No tiene nada que envidiar al resto de su obra.

22 marzo 2013

Descargas de e-books: ¿ventas o lecturas?



Nunca he entendido ese afán por acumular libros sin ton ni son en el lector digital. Bueno, los aludidos me dirán que no es «sin ton ni son», que los almacenan porque sienten un interés real por ellos y, total, en el aparato no abultan. No obstante, tengo la sensación de que, cuando la novela se puede adquirir gratis o a un coste muy bajo, son descargas que se hacen sin meditar demasiado, como quien se va de compras durante las segundas rebajas y acaba llevándose prendas que en un principio no pensaba comprar porque «son un chollo». Con la ropa y otro tipo de productos de uso inmediato puedo llegar a comprender ese consumismo, pero con los libros, con unos artículos a los que hay que dedicar horas y para los que mucha gente alega no disponer de suficiente tiempo, no lo entiendo. 

Aunque el nombre de mi blog pueda confundir, en realidad no devoro todo lo que se me pone por delante, sino que elijo mis lecturas con mucho cuidado y medito bien qué obras se merecen que haga una pequeña inversión en ellas. Al igual que muchos lectores, tengo una lista larguísima de títulos que me gustaría leer; sin embargo, no pretendo adquirirlos todos de golpe, entre otras cosas porque me sería imposible leerlos pronto. Además, todos los meses se publican nuevos libros que me interesan, nacen editoriales con propuestas atractivas y descubro a autores que ya llevan un tiempo en el mercado que probablemente me pueden gustar. La abundancia de novelas hace que el proceso de selección sea todavía más complicado, por eso mismo el escritor que vende aún debería sentirse más afortunado de que haya personas que se gasten entre quince y veinticuatro euros (imaginemos que se trata de una novedad) en su obra. 

Pero ¿qué mérito tiene conseguir descargas de un libro que se compra sin pensar, porque es gratis o se vende a un precio muy barato y los lectores piensan «Anda, pues no tiene mala pinta»? El método es útil para colocar una novela entre los e-books más vendidos con relativa facilidad, pero dudo mucho que resulte eficaz para conseguir lecturas. Todos los días tengo la oportunidad de leer infinidad de libros gratis, bien porque me los ofrecen a través del blog, bien porque no cuestan nada en Amazon. Aun así, ignoro por completo estas propuestas porque por lo general no me interesan; prefiero comprar aquellas novelas que de verdad me apetecen o buscarlas en la biblioteca antes que leer cualquier cosa solo porque es gratis. Y no, no soy rica (de hecho, compro menos de lo que me gustaría), pero precisamente por eso pienso mucho en qué me gasto el dinero y opto por invertir veinte euros en un libro que de verdad me atrae en lugar de descargar veinte libros de los que solo soy capaz de decir «No tienen mala pinta»

Sé que hay gente que no opina como yo y que está abierta a todo tipo de lecturas; no obstante, con esta reflexión pretendo ir un poco más allá de eso: independientemente de que nos guste leer de todo o no, leer un libro implica dedicarle unas horas preciosas, y creo que incluso la persona más receptiva del mundo reconoce que hay títulos que le llaman más la atención que otros y que resulta necesario filtrar porque es imposible leerlo todo. Si antes la relación entre número de ventas y número de lecturas ya era dudosa, con los e-books a muy bajo coste de Amazon (y las trampas de algunos autores: descargas de sus propias obras, opiniones falsas…) todavía se complica más el hecho de saber qué libros realmente están cautivando a la gente. Lo único que tengo claro es que «ventas» no significa necesariamente «lecturas» y que para mí sigue teniendo mucho más mérito vender quinientos ejemplares en papel que tres mil en e-book a un euro.

21 marzo 2013

¡Feliz Día Mundial de la Poesía!

En mi jardín avanza un pájaro...

En mi jardín avanza un pájaro
sobre una rueda con rayos -
de música persistente
como un molino vagabundo -

jamás se demora
sobre la rosa madura-
prueba sin posarse
elogia al partir,

cuando probó todos los sabores -
su cabriolé mágico
va a remolinear en lontananzas-
entonces me acerco a mi perro,

y los dos nos preguntamos
si nuestra visión fue real-
o si habríamos soñado el jardín
y esas curiosidades-

¡pero él, por ser más lógico,
señala a mis torpes ojos-
las vibrantes flores!
¡Sutil respuesta!


Emily Dickinson (fuente)

¿Qué poema elegiríais vosotros para el Día Mundial de la Poesía? 

19 marzo 2013

Padres e hijos en la literatura (Especial Día del Padre)

Como ya hice el pasado Día de la Madre, hoy he querido dedicar un especial a las grandes relaciones entre padres e hijos que podemos encontrar en la literatura. No hablaré de los libros más importantes, sino de aquellos que he leído yo y que por un motivo u otro considero que representan lo que entiendo por ese trato entre padre e hijo. Sería fácil hacer una lista de clásicos de los que todos hemos oído hablar, pero para mí es fundamental hablar siempre de lo que conozco y escribir un texto personal, aunque eso implique mezclar novelas memorables con historias de entretenimiento. Allá voy.

Empiezo con el libro al que pertenece la imagen que ilustra esta entrada: La sombra del viento, de Carlos Ruiz Zafón (y podemos añadir también El prisionero del cielo, donde se retoma este hilo argumental). Me atrevo a decir que quienes disfrutamos de esta obra no hemos olvidado al entrañable señor Sempere y a su hijo Daniel, dos personajes bondadosos que para acabar de sumar puntos son libreros de los de antes. Ellos representan la cotidianeidad, los pequeños gestos; un tipo de relación que no ofrece escenas de alto voltaje pero que resulta imprescindible para entender la personalidad del protagonista. Además, su padre le hizo un descubrimiento maravilloso: el Cementerio de los Libros Olvidados. En segundo lugar, otro padre que me robó el corazón (como padre y como persona) es Atticus Finch, de Matar un ruiseñor. Aparte de ser la afabilidad personificada, me conquistó por sus principios, su abnegación y, por supuesto, por los valores que inculca en su hija Scout; me parece un personaje inolvidable y solo por él ya merece la pena leer el libro.

Más allá de los padres tiernos y atentos, no quiero olvidarme de aquellos que no pueden dar lo mejor de sí mismos porque no pasan por su mejor momento, como el padre del protagonista de Mi hermana vive sobre la repisa de la chimenea, que ha perdido a una hija, su mujer lo abandonó y tiene problemas con el alcohol. Ese retrato de un padre derrotado por la vida a través los ojos de un niño es muy meritorio. Tampoco quiero dejar de lado a los padres ausentes, como el de la protagonista de Las crónicas de la señorita Hempel, que murió y ahora ella lo recuerda de una manera muy especial, ni a los que no cumplen con su papel de padres, como el de Reunión en el restaurante Nostalgia, que dejó a su familia y su esposa tuvo que hacerse cargo de los tres hijos.

Pero no solo hay personajes de padres interesantes en la narrativa realista. Dentro de la literatura fantástica, en los últimos años descubrí a dos maravillosos: Trevanion del Río, padre del protagonista de Finnikin de la Roca, un guerrero con agallas que se convierte en una inspiración para su hijo; y Brimstone, al que podríamos considerar una especie de padre adoptivo de Karou, de Hija de humo y hueso: ella es humana y él una quimera, ella a menudo no lo comprende, él parece demasiado duro..., pero su relación rebosa amor, aunque a veces cueste de verlo. Por otro lado, el género a caballo entre lo sentimental y la comedia romántica que escribe Marc Levy también tiene algunos libros dignos de mención, como Las cosas que no nos dijimos, en el que la hija, adulta, recibe la noticia de la muerte de su padre y se arrepiente de no haber retomado su relación con él, y Mis amigos, mis amores, la historia de dos padres jóvenes muy diferentes que empiezan una nueva vida después de haber dejado atrás a sus respectivas esposas.

Desde aquí os animo a comentar qué libros de padres e hijos recordáis con más cariño. Ah, ¡muchas felicidades a los papás y a los Josés y derivados!

18 marzo 2013

La joven de la perla - Tracy Chevalier



Edición: Debolsillo, 2008
Páginas: 272
ISBN: 9788483465653
Precio: 7,95 € (e-book: 5,99 €)

Esta reseña será un poco diferente a las demás, porque en ella os hablaré de un libro que leí hace muchos años. Si he decidido redactarla ahora es por una cuestión «práctica»: pronto reseñaré otra novela de la autora y, como ya sabéis que me gusta hacer comparaciones entre las obras de un mismo escritor, quiero que este comentario esté aquí para que quien lo desee pueda conocer mis impresiones de una forma más detallada. 
***

La joven de la perla, 1665.
Como supongo que nos ocurrió a la mayoría, me acerqué a La joven de la perla (1999) cuando ya se había convertido en un éxito de ventas. Tracy Chevalier (Washington, 1962), que antes de dedicarse a escribir trabajó como editora en Inglaterra, había debutado en el mundo literario dos años antes con El azul de la virgen, una novela que pasó bastante desapercibida. Después de La joven de la perla ha publicado cinco libros más (el último todavía está pendiente de traducir al castellano), aunque ninguno ha alcanzado la fama de su obra más popular. Estamos, por lo tanto, ante su creación más importante. Y yo me pregunto: ¿realmente es para tanto?

La joven de la perla nos traslada a la casa del pintor barroco Johannes Vermeer, en la localidad holandesa de Delft. Es el año 1664 y la familia acaba de contratar a una nueva criada, Griet, una joven de origen humilde que debe trabajar para ayudar a sus padres. La esposa del pintor y una de sus hijas causan problemas a la muchacha, pero Vermeer, por el contrario, la invita a posar para él. Este gesto, que en apariencia carece de importancia, pone en una situación complicada a Griet, puesto que al pisar su estudio está entrando en un terreno prohibido para la mujer de Vermeer. Guardando el máximo silencio, entre el pintor y su musa se establece una relación muy particular, que no es una atracción ni un amor al uso, sino una mezcla de respeto y admiración, que con la ingenuidad de la chica se convierte en la historia de una fascinación que la llevará al límite y la marcará para siempre.

La lechera, 1658-1660.
La novela tiene tres características presentes en toda la obra de Chevalier: una ambientación histórica evocadora, un trato cuidado de los sentimientos de los personajes y una trama llena de contrastes sociales. El tipo de novela histórica que escribe se aleja mucho del estilo de Ken Follet, Noah Gordon o Ildefonso Falcones: no pretende contar grandes aventuras, sino que se entretiene en las situaciones cotidianas, se esmera en la caracterización de los personajes, tanto los principales como los secundarios, y consigue narrar escenas de mucha tensión emocional con elegancia y buen gusto, sin caer en los trucos sentimentalistas fáciles. Si todavía queda alguien que no haya leído este libro, debe saber que no es un romance entre el pintor rico y la jovencita pobre. No, Chevalier no va por ahí: ante todo, La joven de la perla es la historia de una chica que se adentra en un mundo que no le corresponde, con el desasosiego y el malestar que eso implica. Un relato triste y melancólico que no tiene nada que ver con las novelas de grandes heroínas que superan todas las adversidades.

Cambiando de tercio, otro tema fundamental de La joven de la perla es el arte: se hacen abundantes referencias a la obra de Vermeer, no solo a la pintura en la que retrata a la protagonista, sino a otros cuadros en los que trabaja mientras ella está allí o que ha pintado previamente, como Vista de Delft, El concierto o La lechera. Chevalier habla de ellos de una forma asequible para el lector, no hace descripciones técnicas, tan solo los presenta a través de los ojos de Griet. Cuando leí la novela esto me pareció uno de sus grandes atractivos, porque me encanta el arte y lo considero un libro bonito para aproximarse a Vermeer. Sin embargo, al escribir estas líneas ya he descubierto a la autora en libros sin ningún contenido artístico, como Las huellas de la vida, y también me han gustado mucho, de modo que me parecería un error encasillar a Chevalier en el tema del arte. Quizá este asunto atrae a más lectores, pero ella como autora es capaz de abordar otras cuestiones sin perder su esencia.

Vista de Delft, 1660-1661.
En tercer lugar, es importante aclarar que La joven de la perla no hace una biografía novelada de Griet y Vermeer; simplemente, se inspira en el cuadro que lleva este nombre y a partir de aquí la autora imagina qué pudo suceder mientras se pintó. No obstante, el hecho de que Chevalier se tome unas cuantas licencias no impide que la recreación de Delft, ese maravilloso lugar donde se mezclan ricos y pobres, esté bastante lograda y podamos imaginarnos a la joven Griet caminando por el pueblo de una zona a otra, en medio de dos mundos. A propósito del tema, me he dado cuenta de que recuerdo las novelas de Chevalier con imágenes y sensaciones, y las que me vienen a la mente al pensar en La joven de la perla son las de una Griet que va al mercado con el rostro afligido, una Griet asustada junto a las mujeres de la casa de Vermeer, una Griet posando con el corazón agitado y la mirada llena de temor… Y todo ello nos lo cuenta Chevalier con un estilo ameno y sin estridencias, que recrea en primera persona la voz de la protagonista, a la que resulta imposible no coger cariño.

Al comenzar esta reseña he planteado una pregunta: ¿realmente es para tanto? Tengo que ser sincera: si hubiera escrito esta crítica inmediatamente después de terminar el libro, habría tenido algunas notas de decepción porque cuando lo leí esperaba una novela excepcional y eso no fue lo que encontré. Aun así, me gustó hasta el punto de querer seguir leyendo a la autora, algo bastante significativo. La joven de la perla dista mucho de ser lo que considero una obra maestra, pero es una lectura agradable, bien escrita y con un gran trasfondo detrás de su aparente sencillez. Con respecto al resto de la obra de la autora, me gustó menos que La dama y el unicornio (más rica en puntos de vista y escenarios) y considero que Las huellas de la vida está a su altura pese a no haber alcanzado su éxito. En definitiva, una novela de buen nivel que merece la pena leer si os gustan las historias con sentimientos en un contexto histórico determinado, con personajes muy trabajados y el detalle interesante del arte.

***

Tracy Chevalier.
Un último apunte: como supongo que esta reseña será más leída por la popularidad del libro, quiero animaros a descubrir el resto de la obra de Chevalier. Los autores que han publicado un best-seller parecen estar condenados a que sus novelas posteriores se comparen eternamente con su éxito (ya hablé de ello cuando reseñé a Zafón), algo que en el caso de Chevalier me parece injusto, porque es una buena escritora y sus libros no solo no tienen nada que envidiar a La joven de la perla, sino que tratan otros temas y demuestran que no se le han agotado las ideas ni se ha limitado a volver a contar la historia que le dio la fama una vez. Merece la pena leerla y dejar que nos lleve a otros mundos, una vez más.

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