29 julio 2013

Las flores de la guerra - Geling Yan



Edición: Punto de lectura, 2013
Páginas: 256
ISBN: 9788466326742
Precio: 6 € (e-book: 5,69 €)

He leído muchas novelas que recrean los conflictos bélicos del siglo XX, pero pocas me han impactado y estremecido tanto como Las flores de la guerra (2006), una de las últimas novelas de Geling Yan (Shanghái, 1958), prolífica escritora china que ha publicado más de veinte libros con los que ha ganado numerosos premios, aunque en castellano solo podemos encontrar este y La novena viuda. La obra que reseño se sitúa en el marco de la segunda guerra chino-japonesa (1937-1945) y narra un episodio de la llamada masacre de Nanjing, en diciembre de 1937, cuando el ejército japonés invadió esta ciudad —que entonces era la capital de China— y llevó a cabo un terrible ataque contra la población civil.

La acción comienza en una parroquia de Nanjing, donde el padre Engelmann y el diácono Fabio Adornato intentan esconder a un grupo de estudiantes chinas, la mayoría de ellas huérfanas. Sin embargo, sus circunstancias se complican con la llegada de unas prostitutas que piden cobijo en la iglesia. Este dilema moral de proteger a mujeres de mala vida en un lugar en el que también se oculta a unas muchachas puras e inocentes se convierte en el gran tema de la novela. Una situación de hipocresía, porque todos (alumnas y religiosos) rechazan a las prostitutas por no considerarlas dignas de un trato igualitario, pero al mismo tiempo se sienten fascinados por ellas (las niñas, porque nunca han conocido a nadie igual; los hombres, por estar poco acostumbrados a tratar con unas féminas tan seductoras). Se trata, por lo tanto, de una convivencia tremendamente sugestiva; la parroquia pasa por su propia batalla interna mientras se oyen los sonidos de las balas en el exterior. No se me ocurre un planteamiento mejor para llevar al límite una situación ya de por sí extrema.

En estas condiciones, los personajes brillan gracias a una excelente caracterización, tanto física como psicológica, que hace hincapié en los orígenes. Me cautivó la inteligencia de Zhao Yumo, la líder de las prostitutas, una mujer astuta que demuestra que desde la educación y la amabilidad se pueden conseguir grandes logros. Su papel contrasta con el que sus compañeras, más toscas e impulsivas, reflejo de los estratos más bajos. Las estudiantes también tienen un rol importante, tanto por su antipatía hacia estas mujeres como por las rencillas entre ellas, peleas propias de la pubertad que la autora sabe encajar a la perfección con el contexto de la guerra. La protagonista del grupo es Meng Shujuan, que además sufre por motivos personales (ella no es huérfana, pero sus padres están fuera del país y se siente abandonada); la novela arranca con el momento en el que tiene su primera menstruación, una escena cargada de simbolismo porque justo después, con la llegada de las prostitutas, Shujuan las desprecia doblemente, por lo que son y por ser consciente de que todas comparten los mismos dolores; una reacción de identificación y repulsión a la vez.

Los personajes masculinos no les van a la zaga. Me pareció especialmente interesante Fabio, el diácono, hijo de estadounidenses criado en China, un hombre que no encaja en ninguna de las dos culturas y por ello siempre se siente solo, en medio de dos mundos. También es digna de mención la relación que mantiene con el padre Engelmann, mezcla de respeto y sumisión, en busca constante de la aprobación de su superior. Los dos evolucionan en el trato que tienen con las prostitutas; un cambio que sin duda invita a la reflexión obligada de que en los momentos difíciles todos somos iguales (¿o no?). Por otro lado, a lo largo de la historia aparecen otros personajes bastante relevantes que aportan más perspectivas al asunto central. Geling Yan demuestra que no es necesario llenar quinientas páginas para retratar en profundidad a bastantes personas; sabe aprovechar el espacio y los protagonistas convencen.

En relación con los personajes, me ha llamado la atención el gran cuidado de la comunicación no verbal: la descripción del tono de voz, las miradas, la expresión del rostro, el uso de un determinado idioma o dialecto. No sé si se trata de un rasgo característico de la literatura china en conjunto —apenas la he leído—, pero la capacidad de la autora para plasmar todo lo que no se expresa con palabras es realmente eficaz para dotar de vida a los protagonistas. Creo que este aspecto se suele pasar por alto en gran parte de la narrativa que se publica (si obviamos los manidos comentarios del tipo «abrió mucho los ojos») y la lectura me ha hecho pensar en la cantidad de posibilidades expresivas que se pierden por no fijarse más en estos detalles.

A todo esto, no olvidemos que Las flores de la guerra se desarrolla durante una ofensiva, de modo que se trata de una novela dura, que no escatima en descripciones de los abusos del ejército enemigo. Resulta fácil intuir que la aparente protección de la parroquia no durará eternamente y quienes viven en ella deberán hacer frente a situaciones aterradoras. Las escenas cotidianas del interior de la iglesia se combinan con las del terrible estado en el que se encuentra Nanjing y las muestras de crueldad de los enemigos; aunque no se incluye ninguna nota sobre su fidelidad a la realidad, me atrevo a decir que requirió una documentación importante. La autora logra recrear este clima de inquietud constante con una escritura elegante y precisa, capaz de golpear al lector sin recurrir a sentimentalismos. Esta impecable versión ha sido traducida del chino y editada de acuerdo a la edición inglesa por Nuria Pitarque Ledesma.

Geling Yan.
En definitiva, Las flores de la guerra cumple las expectativas que genera esa poética paradoja de su hermoso título: estamos ante una ficción histórica de tema bélico, pero también ante una magnífica recreación de una situación controvertida en medio del conflicto, una situación en la que las flores, las prostitutas, consiguen provocar un cambio en todos los que las rodean. La novela destaca por la profundidad de los personajes, las cuidadas relaciones entre ellos, la crueldad de la masacre y el planteamiento de cuestiones que hacen pensar; además, mantiene el interés del lector de principio a fin y logra implicarlo, conmoverlo, impresionarlo. Sin duda, una aportación muy interesante que demuestra que en los libros sobre guerras todavía quedan muchas posibilidades por explorar.

Doy las gracias a Bookworm por descubrirme esta novela.

Las fotografías corresponden a la adaptación cinematográfica de la obra, dirigida por Zhang Yimou y protagonizada por Christian Bale. Se estrenó en 2011 y es hasta el momento la mayor producción cinematográfica de la historia de China.

26 julio 2013

Los libros olvidados



Hace unos días, en plena noche de insomnio, me puse a observar los libros que tengo en la estantería. Esta vez no me detuve en los que más me han gustado ni en los que tengo pendientes de leer, sino en aquellos que leí hace un tiempo y han caído en el olvido. Sí, en el olvido, porque yo misma me sorprendí al redescubrir algunos de cuya existencia no recordaba apenas nada a pesar de haberlos leído hace menos de un año. No eran necesariamente libros malos, ni tampoco los más «ligeros»; más bien se trataba de novelas que disfruté (y halagué) en su momento, pero que no llegaron a cautivarme como las que con el tiempo consiguen marcarme. No me considero una lectora que devora sin analizar ni reflexionar sobre el texto (el nombre de este blog fue un error, lo sé), así que deduzco que los motivos por los que esos libros caen en el olvido se deben, al menos en parte, a su propia naturaleza, al hecho de ser creaciones que no terminan de penetrar lo suficiente para dejar una huella, aunque sea pequeñita, en el lector.

Quiero insistir en el hecho de que lo que he bautizado como libros olvidados no son necesariamente libros malos ni facilones. Hay novelas malas que marcan tendencias y, como consecuencia, su recuerdo permanece en el público (por motivos ajenos a su calidad, pero permanece); Dan Brown, Stephenie Meyer y E. L. James son buenos ejemplos de ello. Sin embargo, en el medio, entre escritores como los citados y escritores que gozan de buena reputación literaria, hay muchos autores que no terminan de cuajar, y no me refiero a su permanencia en el mercado (he lamentado más de una vez que un determinado escritor no pudiera seguir publicando por falta de ventas), sino a conseguir una voz propia que conecte con los lectores.

Cuando me paro a pensar en esos libros olvidados me viene a la mente que uno me pareció tierno, estaba protagonizado por una niña y me gustaron las emociones que me transmitió; de otro evoco un tema curioso que daba un toque diferente a un argumento manido; también hay uno que me entretuvo, pero soy incapaz de volver a contar los momentos importantes de la trama. En definitiva, sensaciones vagas; no recuerdo ningún efecto de reflexión, de identificación, de fascinación por una escritura penetrante, de obsesión. Al final, la literatura que perdura, la que conforma la experiencia lectora, es aquella capaz de ahondar en el interior. Es por ello que la buena literatura debe ser más profunda y exigente, una literatura de largo recorrido, en contraposición a la inmediatez de los libros fáciles de olvidar. Para esto también resulta necesario que el público tenga la suficiente madurez lectora para apreciarla, claro, y que se cumpla el aspecto subjetivo de sentir afinidad por el estilo del autor (porque todos somos diferentes y, aunque reconozcamos que ciertas obras son indiscutiblemente buenas, eso no excluye que dentro de lo bueno tengamos preferencias).

Quizá es inevitable que existan los libros olvidados, no lo sé. De todas formas, desde que me detuve a repasar la cantidad de libros de este tipo que he leído, me he vuelto mucho más selectiva con mis lecturas. Tuve mi época de estar ávida de novedades con cubierta bonita y sinopsis clónicas; pero ahora quiero más, quiero novelas que me enseñen algo de mí misma, que me provoquen reacciones, que me parezcan únicas y poderosas. Por eso me informo más de la trayectoria del autor (cuando un autor es importante suele ser por motivos fundamentados, por mucho luego no guste a todo el mundo), me fijo en la editorial (ya hablé de lo útil que es este punto para saber elegir) y leo clásicos, los únicos que sé con seguridad que han ganado la batalla al paso del tiempo. Si he escogido un buen camino solo lo sabré más adelante, cuando eche la vista atrás de nuevo y compruebe que en mis estanterías ya no se acumulan tantos libros olvidados como antes.

24 julio 2013

Lecturas temáticas: libros sobre libros

Hoy os presento una nueva entrega de lecturas temáticas, esta vez sobre un tema que suele gustar mucho a los lectores asiduos: los libros que hablan de libros (Bookish Books). Son tantas las novelas de este tipo que figuran en las listas de mis lecturas de los últimos años que casi podríamos decir que se trata de una tendencia, un tipo de obra que ha dado éxitos notables y sabe llamar la atención del público. Los libros sobre libros pueden ser de diversos tipos: algunos nombran muchos libros porque los personajes los leen, otros rinden homenaje a una novela en concreto, también los hay que se centran en una obra imaginaria e incluso podemos incluir en el grupo aquellos en los que el protagonismo va para una librería o una biblioteca, dos lugares imprescindibles del mundo del libro. No ha sido fácil hacer una selección, pero ahí van 12 libros sobre libros que he leído y recomiendo (si queréis más, echad un vistazo a las interesantes propuestas de Daniel y Pedro).


  • Firmin, de Sam Savage: las vivencias de una rata que se autodefine como "bibliobulímica" y vaga por las estanterías de una vieja librería, sedienta de lecturas que apacigüen su soledad. Inteligente y lúcida.
  • La mujer de papel, de Rabih Alameddine: una anciana de Beirut que vive rodeada de libros nos relata su vida, marcada por los trabajos ligados a este mundo (librera y traductora) y la inestabilidad de la ciudad. Apasionante, reflexiva y con un gran sentido del humor.
  • La elegancia del erizo, de Muriel Barbery: una portera muy culta y una muchacha muy lista descubren que tienen en común su afición a la lectura. Aunque en su momento no lo disfruté mucho -me gustaría más ahora, con las lecturas que tengo a mis espaldas-, me pareció interesante, y tiene abundantes referencias literarias.
  • 84 Charing Cross Road, de Helene Hanff: la correspondencia entre una escritora y un librero. Me pasó lo mismo que con el anterior, lo leí antes de tiempo, pero recuerdo que a pesar de todo me dejó buen sabor de boca. Es considerado un imprescindible para muchos amantes de la lectura.
  • Criadas y señoras, de Kathryn Stockett: la escritura de un libro es la excusa para que las tres protagonistas se junten y consigan dar un paso adelante en la lucha contra el racismo en los años sesenta. Una novela extraordinaria, por esto y por mucho más.
  • La librería de las nuevas oportunidades, de Anjali Banerjee: una mujer recién separada se hace cargo de la vieja y polvorienta librería de su tía. Lo último que esperaba era descubrir que los espíritus de los escritores están mucho más presentes de lo que creía... Una historia ligera y sentimental, con un toque mágico.
  • La vida cuando era nuestra, de Marian Izaguirre: una librería de viejo es el punto de encuentro de dos mujeres fuertes, luchadoras y lectoras incansables. La lectura de un libro, que a su vez nombra muchos títulos, creará un fuerte vínculo entre ambas.
  • La sombra del viento y sus continuaciones, de Carlos Ruiz Zafón: la obra que lanzó a este autor al estrellato comienza con un niño que descubre un lugar llamado el Cementerio de los Libros Olvidados. A lo largo de los tres libros no faltan los personajes de escritores atormentados, el ambiente entrañable de la librería familiar y las referencias a obras literarias.
  • La nevada del cuco, de Blanca Busquets: dos mujeres de generaciones diferentes tienen en común el hábito (o, mejor dicho, la necesidad) de escribir. Además, se rinde homenaje a un clásico de la literatura catalana: Solitud, de Víctor Català. Su estilo es elegante, lírico, cuidado en los detalles. En una palabra: cautivador.
  • Entre extraños, de Jo Walton: una adolescente devora de forma incansable libros de fantasía y ciencia ficción (sí, este género también tiene sus libros sobre libros). Una voz simpática, que conecta enseguida con el lector.
  • La ladrona de libros, de Markus Zusak: en plena Alemania nazi, la vida de una niña está marcada por algunos libros que consigue robar. Una novela muy entretenida, con un planteamiento de lo más original.
  • Pomelo y limón, de Begoña Oro: el argumento gira alrededor de una pareja de adolescentes, pero a lo largo de sus páginas se hacen abundantes referencias literarias, desde literatura medieval a obras contemporáneas. Consigue integrarlo todo en una narración personal que sin duda me parece el rasgo más distintivo de esta autora.
¿Habéis leído alguno? ¿Qué libros sobre libros recomendáis vosotros?

22 julio 2013

El mes más cruel - Pilar Adón



Edición: Impedimenta, 2010
Páginas: 195
ISBN: 9788493760168
Precio: 17,90 € (e-book: 6,99 €)

Era tan excepcional, Héctor. Con su teoría de que si se quiere hacer algo, si de verdad hay algo que merece la pena y que realmente se desea hacer, no hay que pararse a pensar. Sin reparar en nada más, sin hacer caso a los mosquitos ni a los pensamientos cruzados acerca de un día de sol o de una maravillosa conversación a la sombra de un árbol frondoso ocupado el espacio por el olor de las higueras. Héctor decía que no hay que escuchar los sonidos circundantes ni el latido sobrio del corazón ni las expectativas de una casa más grande ni el canto lejano de una risa querida como a nada se ha querido antes. Si se desea hacer algo, hay que empezar a hacerlo y no pensar más. Porque el pensamiento sólo dilata el no hacer nada y deja pasar las horas en una estéril sucesión de instantes pensados que no significan gran cosa. Sólo consideraciones o recuerdos que la mayoría de las veces son torturas y además torturas lastimosas de un dolor ilocalizable, que no es físico y que no se puede acallar con medicamentos. Un dolor continuado. Un dolor soberano que persiste y persiste. «La huida de Virginia», pág. 91-92.

Lo que llamamos herencia lectora, esos libros que hemos leído a lo largo de la vida y que por sus características nos predisponen a apreciar la literatura de una forma u otra, no debería analizarse teniendo en cuenta todas las obras que pasan por nuestras manos, sino solo aquellas que son capaces de marcarnos, que tienen todo lo que buscamos como lectores aunque tal vez en el momento de empezarlas aún no sabíamos exactamente qué era lo que deseábamos encontrar. Obras de las que da pena despedirse, obras a las que se va a querer volver algún día. Para mí, los relatos de El mes más cruel (2010) encajan en esta descripción: he conectado de inmediato con la delicadeza y la poesía que impregnan estas páginas. Su autora, Pilar Adón (Madrid, 1971), licenciada en Derecho y traductora literaria, también ha publicado las novelas El hombre de espaldas (I Premio Ópera Prima Nuevos Narradores, 1999) y Las hijas de Sara (2003), el libro de relatos Viajes inocentes (Premio Ojo Crítico de Narrativa, 2005) y los poemarios Con nubes y animales y fantasmas (2006) y La hija del cazador (2011). Ha participado en diversas antologías y con El mes más cruel, su publicación más reciente, fue nombrada Nuevo Talento Fnac. Estamos, por lo tanto, ante una escritora versátil y precoz, que ha cumplido con creces las altas expectativas que tenía con ella.

Aun a riesgo de pecar de simplista, me parece que el tema común de los catorce relatos que componen El mes más cruel es la debilidad del ser humano y todo lo que se deriva de ella (locura, ansiedad, soledad, desconfianza, huida…): una madre tan sobreprotectora que roza el delirio, una chica que recorre las ciudades tocando un violín, un joven enfermo incomprendido por su padre, una mujer que viaja en autobús pensando en el futuro. A pesar de que los relatos plasman situaciones duras, no me han transmitido tristeza ni amargura; lo que he sentido es confort, la satisfacción de leer una literatura que refleja muy bien las emociones y consigue llegar al lector. Solo conocemos a los personajes por su psicología, puesto que apenas se esboza su aspecto físico. Nos acompañan durante unas pocas páginas, pero he percibido que su historia va mucho más allá, que no nos dejan del todo al terminarlos. Por hacer una relación con el cine, un relato de Pilar Adón se podría comparar a una escena en la que un actor lo dice todo con la mirada, a un breve (pero significativo) cruce de palabras o a un momento de silencio en el que el protagonista lleva a cabo una pequeña acción en la que está implícita su soledad o su inquietud. En definitiva, escenas que no recogen toda la trama, pero que son arte puro y que, si se saben apreciar, si se es un espectador cuidadoso y sensible, se puede observar en ellas mucho más de lo que se ve a simple vista.

Por otro lado, aunque el planteamiento de la mayoría de cuentos se sitúe en un contexto real, Pilar Adón no busca el realismo fidedigno ni en la situación ni en las conversaciones; sus textos son más bien relatos de sensaciones, de atmósferas, no aptos para quien busque una trama masticadita de planteamiento, nudo y desenlace. Son relatos para leer dejándose llevar por las palabras, hasta que en un determinado momento ocurre algo que invita a pensar en su significado, en el sentimiento que se ha querido plasmar en ese texto. Un algo que, más que a un petardo ruidoso e impresionante, se asemeja un poco a encender el interruptor, un gesto en apariencia insignificante que produce un cambio rotundo (como el llanto de la protagonista de «El viento del sol»). Con Pilar Adón he recordado una frase que escuché hace tiempo: la buena literatura es aquella que permite múltiples interpretaciones (la inexactitud y el no saber del todo si se ha entendido bien, como explica con tanto acierto Marta Sanz en el prólogo). Sus relatos no buscan entretener, no narran aventuras trepidantes; son como píldoras que se degustan y consiguen provocar una reacción, una pequeña revelación.

La forma de narrar resulta fundamental para lograr este efecto: una escritura lírica, delicada, elegante, llena de observaciones inteligentes sobre la vida (como la que cito al comienzo de esta reseña) y diálogos tan artificiosos como reveladores (espléndidos los de «En materia de jardines», no hay mejor frase para empezar el libro). Pilar Adón escribe muy bien, con las palabras justas y todo cuidado hasta el más mínimo detalle (la magnífica metáfora del título de «El fumigador», la abundancia de personajes lectores, el hecho de comenzar y terminar la recopilación con relatos en los que aparece un jardín…). También merecen una mención los poemas que acompañan a los trece primeros y potencian la sensación que ha querido transmitir el relato, sin ser una moraleja que nos revele la interpretación «correcta». No soy lectora de poesía, pero me parecieron hermosos y me gustó la idea de complementar los cuentos con ellos.

Cambiando de tercio, a pesar de que el protagonismo de los relatos siempre va para las personas y lo que las rodea, la autora no recrea todas las situaciones del mismo modo: en ocasiones adopta un estilo inglés, en otras suena afrancesada, en una nos acerca a África, hasta tiene un toque de lo mágico de la literatura medieval. Esta variedad aporta riqueza de lugares, nombres de personajes y formas de vida, y define un rasgo fundamental de Pilar Adón como escritora: no tiene el estilo español «castizo», sus influencias están más allá de nuestras fronteras —en el momento de escribir esta reseña he leído también su novela Las hijas de Sara, que ha confirmado mis impresiones al respecto—. Esto no es ni una ventaja ni un inconveniente, aunque tal vez los que reniegan del tono tradicional español sí lo consideren una virtud.

Por último, no puedo terminar esta reseña sin alabar, una vez más, el gran trabajo de Impedimenta, que ha incluido un prólogo ameno e interesante de Marta Sanz, cosa poco frecuente en la edición de narrativa actual (pero muy útil para intentar exprimir más la lectura) y ha elegido para la cubierta una preciosa pintura de Dino Valls que seguro que ha ayudado a que muchos lectores prestaran atención a El mes más cruel. El texto tiene un tamaño adecuado, con muchos espacios para hacer la lectura cómoda; y, lo más importante, no contiene errores de ortografía.

Pilar Adón.
En suma, me han gustado mucho estos relatos. Me cuesta decantarme por alguno, probablemente porque no soy lectora habitual de cuentos y carezco de suficientes referencias previas para saber hasta dónde puede llegar un buen relato (por suerte, libros como este me recuerdan que debo interesarme más por este género; he comprobado que hay sensaciones que se digieren de maravilla en pequeñas dosis); no obstante, sí que puedo referirme a aquellos que recuerdo más ahora, un mes después de haberlos leído: «El fumigador», «Culto doméstico», «Genios antiguos» y «Noli me tangere». En cambio, los que quizá me dejaron más fría son «El infinito verde» —que a mi parecer habría encajado mejor en otro tipo de compilación por su toque de leyenda— y «Los seres efímeros» —para mi gusto, demasiado breve, demasiado efímero—, aunque también tienen su punto. De todas formas, mis impresiones son de entusiasmo absoluto, conecté tanto con su prosa que al terminarlo sentí casi una necesidad de correr a leer todo lo publicado por la autora, un arrebato que he sentido con muy pocos escritores y que rara vez me ha conducido a decepciones. Creo que gustará a aquellos lectores que sean como el espectador que he descrito antes: atentos, observadores, sensibles a los detalles. Por el contrario, no lo recomiendo a quienes solo busquen una trama convencional en la que importe más el qué que el cómo.

Le deseo mucha suerte a Pilar Adón, se merece llegar a ser una escritora importante.

19 julio 2013

Un pulpo en un garaje



A estas alturas supongo que todos estamos al corriente de la participación de la escritora Lucía Etxebarria en el último reality-show de Telecinco (Campamento de verano), de los motivos que la han llevado a tomar esta decisión (una deuda con Hacienda) y de las oleadas de críticas que ha recibido por parte de sus «colegas» escritores desde el minuto uno. No es mi intención juzgarla —lo que ha hecho no me parece ni bien ni mal, aunque no me gusta que se confundan con tanta frecuencia la obra de un autor y su imagen como figura pública—, sino reflexionar sobre un tema al que tal vez no se ha prestado la suficiente atención, y para ello citaré una frase de la autora en el artículo en el que se justifica por haber entrado en el concurso: «Para que os haigas una idea, lo que me pagan por semana supera a lo que me pagaron por Liquidación por derribo, un libro que tardé varios meses en escribir y cuya documentación estuve varios años compilando». Este libro se publicó en un sello del Grupo Planeta, como el resto de sus novelas, así que no estamos hablando de una editorial pequeña con mala distribución. Además, Lucía Etxebarria es una escritora bastante conocida en España; a pesar de que gente la cuestione, tiene una legión de seguidores que ya quisieran muchos.

No expongo estos datos porque sí: el hecho de una autora como ella —que, independientemente de su calidad, tiene lectores fieles y publica en una gran editorial— diga abiertamente que lo que gana por escribir es insuficiente debería, como mínimo, provocar una reflexión en cualquier persona interesada en el mundo del libro. Sin embargo, muchos escritores y lectores se están dedicando a censurar su decisión, se preocupan por si su participación en un reality dará mala fama a todos los escritores en general —absurdo: decenas de cantantes, actores y otros profesionales han participado en estos concursos y no por ello el público ha empezado a tener una mala percepción de su sector—, recuperan argumentos trillados para intentar desprestigiarla como autora —que sí, que tiene en su haber premios de dudosa transparencia… Los mismos que Lorenzo Silva, por ejemplo, al que muchísima gente halagó cuando ganó el Planeta—, etc. Curiosamente, nadie ve el concurso, nadie lee a Lucía Etxebarria (o se apresuran a aclarar que lo que leyeron de ella les pareció malísimo), pero todos hablan del tema. No deja de resultar paradójico que quienes critican con más ahínco el sensacionalismo televisivo sean los primeros en entrar en el mismo juego (con la discreción de las redes sociales, eso sí).

A mí, lo que me provoca ver a una autora como un pulpo en un garaje, sentada al lado de personas que no tienen nada que ver con su mundo, es lo siguiente: ¿qué está fallando?, ¿por qué no se lee más en España?, ¿qué se puede hacer para cambiar esta tendencia? Las cadenas de televisión mueven mucho dinero, de ahí que le compense hasta cierto punto entrar en el concurso, aunque esto no nos exime de examinar también qué se puede mejorar en el sector editorial y los hábitos lectores. El caso de Lucía Etxebarria tal vez es algo puntual —no todos los autores tienen esos problemas con Hacienda—, pero el problema de raíz, los bajos ingresos por un libro, lo tienen todos los escritores, en especial los que venden menos que ella. Los argumentos de la crisis y la piratería no me sirven; no niego que acentúan el problema, pero España nunca ha sido un país lector. Desde mi punto de vista, se debería centrar el esfuerzo en la creación de nuevos lectores.

No sé cuál es ese método para incentivar la lectura (sin adoctrinar, por favor), pero estoy segura de que cuánta más gente trabaje en ese sentido (escritores, profesores, editores, bibliotecarios, libreros, lectores), mejores resultados se obtendrán. Yo, en concreto, tengo mucha fe en la educación, por eso admiro tanto a los padres y madres que inculcáis el amor por la lectura a vuestros hijos desde que son muy pequeños; estoy segura de que alguien que se aficiona a leer durante su infancia tiene muchas posibilidades de continuar leyendo en la adultez. También valoro el trabajo (tan difícil) de los profesores que buscan libros atractivos para los alumnos, del mismo modo que me alegra comprobar que cada vez hay más bibliotecas y librerías con una sección infantil que además cuenta con actividades de animación a la lectura. Los que solo somos lectores y no estamos vinculados a ninguno de estos ámbitos podemos empezar el cambio con pequeños gestos: elegir libros que puedan gustar a las personas cercanas que leen poco o nada, regalar un libro cortito y bonito a nuestro amigo invisible para salir del apuro, hablar (o escribir) sobre aquellas obras que nos han encantado para tratar de contagiar nuestro entusiasmo a los demás, etc.

Otro aspecto que resulta preocupante es el escaso espacio que tienen los libros en la prensa y los medios de comunicación —y que se refleja en detalles como el hecho de que a algunos concursantes ni siquiera les sonaba el nombre de Lucía Etxebarria—. Se publican reseñas en los periódicos y se entrevista a los autores en la radio, pero su presencia en la televisión deja muchísimo que desear y prácticamente se limita a noticias de entregas de premios o grandes lanzamientos. No culpemos a los responsables de la programación; como todos, tienen que comer, y parece que hablar de libros no llena el plato. O, mejor dicho, no se ha encontrado una forma de hablar de libros que resulte atractiva para el público. Sería interesante que quienes pueden trabajaran más en esa dirección, porque la influencia de la televisión supera con creces la de los demás medios. A modo de curiosidad, después de las galas de Gran Hermano mi blog ha recibido visitas con el texto de búsqueda «libro que recomienda Mercedes Milá». Si el tiempo que dedicaba la presentadora a los libros era de apenas unos segundos —lo que le dejaban, porque ella siempre ha luchado por difundir la lectura, desde mucho antes de publicar su libro—, imaginemos lo que sucedería si la literatura tuviera más protagonismo, con un programa entero en horario de máxima audiencia, un presentador simpático y colaboradores que crearan un ambiente distendido. Quizá estoy soñando demasiado, pero es un sueño bonito.

Por último, debemos pensar en el cambio de hábitos que se ha producido en las últimas décadas, que me parece mucho más significativo que la piratería o la crisis. Las pantallas, Internet y las redes sociales roban tiempo de lectura; asimismo, refuerzan la cultura de la inmediatez en la que vivimos, no favorecen el estado de receptividad a los estímulos intelectuales necesario para afrontar una novela. Si bien es cierto que también abren nuevas posibilidades para disfrutar de esta actividad (blogs, contacto con otros lectores y con los autores, etc.), tengo la sensación de que fuera de nuestro diminuto círculo bloguero esas oportunidades no se aprovechan lo suficiente. Hay que reactivar el gusto por la lectura, demostrar que existen muchas formas de entretenimiento que no necesitan una pantalla (excepto la del lector digital, claro).

En fin, no digo que crear lectores y mejorar la remuneración que reciben los profesionales del sector sea fácil, porque no lo es. Eso sí, intentar buscar soluciones será, con el tiempo, un esfuerzo mucho más fructífero que limitarse a lanzar críticas facilonas en las redes sociales. Los comentarios que estos días han puesto a Lucía Etxebarria a la altura del betún potencian la visión elitista del mundo literario que tiene mucha gente, porque denotan desprecio, una superioridad moral e intelectual sobre los participantes de estos programas y el público que los sigue. ¿De verdad alguien cree que una persona no-lectora que sigue estos concursos comprará el libro de un escritor que se refiere a los espectadores de una forma tan humillante? No pretendo que los autores se conviertan en asiduos a los reality-shows, pero mantenerse en una especie de trono alejado de los gustos reales de la gente tampoco les ayuda. Se deberían buscar maneras de acercar al escritor al público y presentar la lectura con palabras seductoras, no como algo sesudo y solo apto para minorías. Reflexionemos, pues, para encontrar esas vías.

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