28 abril 2013

Sant Jordi y los autores mediáticos

Aunque el viernes ya cumplí con mi reflexión semanal, no quería dejar que pasaran más días para hablar de un tema que está causando bastante polémica: la presencia de muchos autores mediáticos firmando en Sant Jordi. Por "mediático" se entiende alguien que, en principio, vende porque es conocido por una profesión ajena a la escritura, como Mercedes Milá, Mario Vaquerizo o Risto Mejide. Los escritores que se han hecho muy populares gracias a los libros, como Ildefonso Falcones o Carlos Ruiz Zafón, quedan excluidos de este grupo. La polémica se debe al hecho de que el Gremi de Llibreters, al hacer pública la lista de libros más vendidos en esta fecha tan señalada, decidió separar a los escritores mediáticos del resto, aunque después rectificó y publicó una única lista.

En las redes sociales, autoras como Gemma Lienas y Maite Carranza constataron que Sant Jordi se había convertido en una celebración peculiar (por no decir carnavalesca) al tener que compartir mesa con gente como Carmen Lomana o Mª Teresa Campos. Entre los mediáticos, Pilar Rahola se enfadó porque la colocaron en esa categoría (a ella y a Albert Espinosa): argumentó que su libro es literatura, buena o mala, pero literatura. Soy consciente de la diferencia entre publicar una creación literaria o un libro sobre asuntos personales del autor; no obstante, me parece incuestionable que tanto lo uno como lo otro, con independencia de su calidad, se vende más de lo normal gracias a la popularidad del autor.

Entendí perfectamente la maniobra de los libreros: más que perjudicar a los mediáticos, a mi parecer lo que intentaron fue reivindicar el trabajo de los escritores conocidos únicamente por su obra. En otras palabras: al publicar una sola lista, los libros de los autores mediáticos ocupan puestos que podrían dedicarse a promocionar novelas que se venden por ellas mismas y/o por éxitos anteriores del escritor, no por una popularidad ajena a este mundo. La lista definitiva tiene pocos libros de autores mediáticos, pero, si no hubiera sido así, para nosotros sería bastante lamentable tener que ver cómo todos los medios de comunicación se hacen eco de novelas que no han sido publicadas por su contenido, ¿no os parece?

A todo esto, que conste que no me opongo a que los famosos publiquen. Ya he comentado alguna vez que sería injusto que alguien dejara de tener oportunidades por el hecho de ser mediático, ya que ser popular y tener vocación de escritor no son cosas incompatibles. Ahí están Risto Mejide, Màxim Huerta o Boris Izaguirre, por ejemplo, que serán buenos o malos, pero hacen literatura y ya tienen unas cuantas novelas publicadas. Lo que nos gusta menos a los lectores, creo, es que algunos publiquen libros sobre su vida o cualquier tema banal, porque todavía resulta más evidente que venden por ser quienes son y no por lo que escriben. Aun así, insisto: tienen derecho a existir, se dirigen a otro público y, en un momento tan complicado para el sector editorial, esas elevadas cifras de ventas son muy buenas para las editoriales, para que sigan apostando por obras de calidad que tienen una acogida menor. No lo olvidemos: del dinero ganado nos beneficiamos todos los lectores.

De todas formas, tampoco negaré que los comentarios que leí el día 23 sobre famosos que firmaban me dejaron un poco pasmada, y mucho me temo que la situación se repetirá en las próximas ferias. Tienen derecho a existir y son útiles para el sector, pero como lectora me gustaba creer en Sant Jordi como un día de homenaje a los libros y los escritores. Creo que los mediáticos, sobre todo los que no hacen literatura, no reflejan este espíritu y son vistos como "intrusos" en la gran celebración de los lectores. En cualquier caso, esto no deja de ser una simple idea romántica sobre el mundo literario, y ya sabemos que con esto no se va a ninguna parte. Me quedo con el hecho de que para nosotros, los lectores habituales, no hace falta esperar a este tipo de acontecimientos para disfrutar de la lectura.

26 abril 2013

Sant Jordi, las firmas de libros y yo



¿Os cuento un secreto? A pesar de ser de Barcelona, nunca he acudido a las firmas de los autores en esta fecha tan señalada. Sé que mucha gente que vive lejos pagaría por estar aquí, por ir de parada en parada para saludar a sus escritores favoritos, pero yo —que por algo siempre he tenido fama de rara— no me siento demasiado atraída por ello. Las colas y las aglomeraciones son un motivo, aunque no el principal. Digamos que, en mi forma de disfrutar de la literatura, me gusta «conocer» al autor (si se me permite expresarlo así) a través de sus libros y, si se tercia, de sus artículos. Me encanta analizar su obra y empaparme de entrevistas en las que habla de sus inquietudes; ahora bien, ¿para qué quiero un autógrafo acompañado de una dedicatoria prefabricada? No me hará más feliz, ni me hará sentirme más cercana al escritor. Sin duda, esta parte de la promoción de una novela no está hecha para mí.

Esto se relaciona con mi percepción del «fenómeno fan» alrededor de ciertos escritores, como Laura Gallego. A pesar de que soy consciente de lo contento (y tranquilo económicamente) que se debe de sentir el autor cuando tiene tantos seguidores, no conecto con esa situación en la que una muchedumbre lo corea, ni con la actitud de esos admiradores incondicionales que defienden a capa y espada todo lo que hace su ídolo. He ahí la cuestión: el hecho de idolatrar al escritor no va conmigo. Puedo llegar a ser una lectora muy fiel que compra todos los libros de sus autores preferidos y se hace pesada al hablar de ellos, pero aun así mantengo mi espíritu crítico, y si considero que una de sus novelas no está a la altura, no tengo ningún inconveniente en decirlo. Tampoco me veréis enloquecida porque alguien ha osado escribir una reseña negativa de sus libros, ni defendiendo al autor con argumentos como lo simpático y buena persona que es (hay muchos grandes escritores antipáticos, ¿y qué?). Aunque comprendo que las firmas y la promoción de la imagen del autor resultan útiles para vender, yo vivo la literatura como una actividad introspectiva: si tengo que sentir devoción por algo, que sea por el libro que ha estado en mis manos, por los pasajes que me han enamorado, por los personajes que me han parecido reales.

Sí disfruto, en cambio, de las otras facetas de este día: me he comprado más de un libro (y alguna vez incluso los he vendido), me he dejado regalar rosas y he sentido el buen humor que se respira en las localidades catalanas en esta fecha. Sant Jordi me parece un día bonito, un día en el que el gris de la calle se llena de color con las banderas y las rosas y, por supuesto, un día especial para todos los que amamos los libros. Pero lo de las firmas no entra en mis planes. Tal vez me estoy perdiendo algo maravilloso, pero a veces conocer al autor también conlleva decepciones. No pretendo convencer a nadie; creo que es una simple elección personal. Cada uno elige deleitarse de la literatura a su manera, y la mía es esta, a mi aire, trazando mi particular relación entre el libro y yo, entre yo y el libro.

Y a vosotros, ¿os gusta que los autores os firmen los libros?

23 abril 2013

El libro del siglo XXI (o sobrevivir en la librería)



Erase una vez un libro nacido en el siglo XXI. Su autor tardó años y años en planificar, redactar y reescribir, reescribir, reescribir, mientras luchaba contra las inseguridades que lo atormentaban durante el proceso creativo. Después de llamar a muchas puertas para que prestaran atención a su manuscrito, un buen editor decidió apostar por su obra y trabajó codo con codo con él, le aportó su mirada crítica para que el retoño diera lo mejor de sí mismo. Cuando los dos estuvieron satisfechos, el texto pasó a manos de otros profesionales (correctores, maquetadores, diseñadores), que lo pusieron guapo para hacerlo atractivo a los ojos de sus lectores potenciales. Entonces llegó el turno de los responsables de prensa y las distribuidoras, figuras clave para poner el libro al alcance de la gente. Tal vez incluso tuvo la suerte de ser traducido a otros idiomas y de conseguir un agente para agilizar los trámites con las editoriales.

En este momento se podría pensar que todo el trabajo estaba hecho, pero aún faltaba el paso que determinaría el futuro de las letras de este autor: sobrevivir en la librería. Aunque contaba con una posición de lujo en la mesa de novedades, nuestro libro se daba codazos con las novelas que tenía a los lados y escuchaba temeroso las advertencias de las que reposaban en las estanterías, que le aseguraban que esa colocación privilegiada pronto le sería arrebatada por otro libro más nuevo, más llamativo, más moderno que él. El libro luchaba por destacar, por captar la mirada de los visitantes; se ayudaba de presentaciones, de reseñas, de recomendaciones, pero los demás también lo hacían y era complicado sobresalir. Quería ser leído, quería gustar y quería recibir la suficiente compensación económica para que su autor le diera hermanitos que, algún día, llegaran a una mesa de novedades como la que ocupaba él ahora.

La historia tiene dos posibles finales. Según el primero, el libro vendió pocos ejemplares, unos ejemplares que, con independencia de que cumplieran o no las expectativas de los lectores, eran la demostración de que aquella obra no había interesado lo suficiente y, por lo tanto, no merecía la pena seguir apostando por el autor. Poco a poco, desaparecería de las librerías para no volver. Libro olvidado, libro muerto. El otro desenlace cuenta que el libro tuvo una buena acogida, se vendió bien e incluso los lectores se volvieron a interesar por él cuando el escritor publicó su segunda novela. Poco a poco, la familia creció y el tamaño del nombre de su creador cada vez se hizo más grande en la cubierta de sus publicaciones. Fue lo que se dice un final feliz.

***

Hoy es 23 de abril, Día del Libro, y con esta pequeña reflexión a modo de cuento he querido hablar de lo importantes que son las ventas, no solo para el mantenimiento económico del autor y los profesionales del sector, sino para la pervivencia de los libros de un escritor en las librerías. Un autor que no vende, es decir, que no atrae lo suficiente a los lectores, es un autor que lo tiene mucho más complicado para publicar de nuevo. En las redes se suele decir de forma despectiva que las editoriales son negocios, pero eso no es necesariamente malo: se puede hacer negocio con buenas novelas, lo que supone una satisfacción para las tres partes: autor, editorial y lector. Además, no olvidemos que en cualquier negocio hay dos bandos: la empresa y el consumidor. En nuestra calidad de compradores, tenemos la libertad de elegir aquello que queremos leer sin necesidad de decantarnos por las apuestas más comerciales.

Con cada compra estamos emitiendo una opinión sobre lo que queremos leer, lo que nos interesa, lo que nos gusta. De nada sirve hablar de la existencia de buenos libros de forma abstracta; en la práctica, lo que cuenta es lo que se refleja en los dos sentidos: en las cifras de ventas y en los comentarios entusiastas tras la lectura. Tal vez el autor se siente muy halagado cuando hablan bien de su obra, pero seguro que agradece que ese lector, aparte de leerla, la haya comprado en lugar de descargarla de forma ilegal. No lo agradece por avaricia, sino por el deseo natural de querer seguir dedicándose a la escritura sin pasar hambre.

Por todo esto, en una fecha tan señalada como hoy quiero animaros a comprar un libro. El que sea, donde sea, pero compradlo, porque con la compra se está apoyando al autor, a la editorial y a la librería, piezas fundamentales para la creación y la difusión de la literatura. Sé que los lectores asiduos lo ponemos en práctica durante todo el año; no obstante, no está de más hacerlo también hoy, un día especial para todo el que disfruta de la lectura. Yo ya sé cuál voy a elegir, ¿y vosotros?

19 abril 2013

Evolucionar como lector (y sus peligros)


Evolucionar como lector es algo tan natural como crecer: vivimos nuevas experiencias, se modifica nuestra forma de ver la vida y renegamos de opiniones que tuvimos antaño. Cuando eres un lector que no quiere leer siempre lo mismo y en un determinado momento de tu vida quieres centrarte en otro tipo de lecturas, estás evolucionando. Yo me encuentro en este proceso: cada vez me interesan menos ciertos libros que devoré con ahínco hace años; en cambio, busco con fervor clásicos y novelas de autores contemporáneos que sobresalen. Me preocupo más por la forma, por la buena escritura que narra buenas historias; el entretenimiento llano no me satisface como antes. Del mismo modo, también ha evolucionado mi forma de entender la literatura y las reseñas de libros; he aprendido mucho y disfruto más que nunca con esta actividad.

Esto no tiene nada malo (de hecho, estoy segura de que los lectores más elitistas considerarán que mi evolución es positiva), no obstante, cuando llevas años compartiendo tus impresiones en la red, cambiar de hábitos tiene sus inconvenientes en forma de reseñas de hace tiempo que ahora mismo no me atrevo a suscribir, tanto por haber sido demasiado fácil de impresionar como por haberme mostrado dura con una novela que leí antes de tiempo y no supe apreciar. No reniego de mis opiniones, pero las contextualizo, las comprendo teniendo en cuenta quién era entonces como lectora. El problema es que quien llega a este blog por primera vez desconoce mi progresión y puede identificarme con unas ideas que ya no tengo. No lo digo únicamente en el sentido de ser víctima de faltas respeto: también me incomoda que algunas personas me sigan porque están de acuerdo con una reseña entusiasta sobre el libro de un autor que ha dejado de interesarme. 

¿Qué puedo hacer? Eliminar reseñas antiguas sería dejar el blog medio desnudo, porque si me deshago de todo lo que ahora no me satisface también tendré que borrar contenidos en los que lo que no me convence es la expresión escrita, no los conceptos que se exponen (de todas formas, las peores sí que las he suprimido). Reescribir todos esos artículos sería un trabajo titánico: tan solo hay que fijarse en que durante mi primer año publiqué más de doscientas entradas. En realidad, no creo que tenga que hacer nada salvo seguir mi camino, teniendo presente el pasado, pero sin considerarlo un lastre. Me importa lo que los lectores opinen de mi blog —si no, esto no tendría sentido—; sin embargo, tendré que confiar en que valoren más el presente que el pasado, o que simplemente evolucionen en la misma dirección que yo.

Porque evolucionar, a veces, puede ser maravilloso.

17 abril 2013

Libros para regalar en Sant Jordi, Día del Libro (2013)

¿Buscáis un libro para regalar este Sant Jordi y estáis hartos de ver los mismos títulos por todas partes? Ya sabéis: Albert Espinosa, Kate Morton, Ildefonso Falcones, Sarah Lark, Perdida, trilogías eróticas... No os preocupéis, que yo os ayudo: he preparado una lista con 8 ideas para regalar el próximo 23 de abril. Me atrevo a decir que ninguna es demasiado sonada, aunque unas son más desconocidas que otras. En cualquier caso, he intentado que haya variedad, pero si queréis más ideas podéis pasaros por aquí y por aquí. Todos los libros se han publicado en los últimos doce meses, así que en principio no debería haber problemas para encontrarlos. Sobra decir que si los recomiendo es porque me han gustado mucho, cada uno dentro de su género.
¿Habéis leído alguno? ¿Cuáles os llaman la atención?

15 abril 2013

Hace cuarenta años - Maria Van Rysselberghe



Edición: Errata naturae, 2012 (publicado por primera vez en 1936)
Páginas: 88
ISBN: 9788415217312
Precio: 12,90 €

De vez en cuando me cruzo con libros que irradian luz, una luz personal y cálida, fruto de la lucidez y la transparencia de los sentimientos que se plasman en sus páginas; una luz poderosa que invita a refugiarse durante unas horas en este viaje íntimo hasta lo más hondo y puro del amor, un lugar evocador, elegante, sutil, que hechiza al lector y permanece en él como el recuerdo de algo bello, único y singular. Hace cuarenta años es uno de esos libros, una novela de corta extensión que, en palabras de la editorial, se puede considerar «una joya secreta de la literatura europea del siglo XX».

Maria Van Rysselberghe (Bruselas, 1866 – Cabris, Alpes marítimos, 1959) nos abre una puerta de su corazón con Hace cuarenta años (1936), el relato de una breve (pero intensa) pasión entre ella misma y un hombre al que llama Émile, contado en primera persona cuarenta años después de que tuviera lugar. La autora, que fue esposa del pintor Théo Van Rysselberghe y amiga cercana de André Gide, tuvo una vida vinculada al mundo de las artes y publicó, entre otros, Los cuadernos de la Petite Dame, una crónica sobre Gide. No obstante, sería injusto pensar en Maria Van Rysselberghe únicamente por sus conexiones con otros creadores, puesto que Hace cuarenta años nos demuestra que fue una escritora con una voz propia que merece ser recordada por ella misma.

A finales del siglo XIX, Maria y Émile pasan una temporada juntos en la casa de la duna, un rincón de una playa del Mar del Norte en el que leen con avidez los versos de Baudelaire y la correspondencia de Flaubert, lo que no solo refleja la cultura y el buen gusto de la autora, sino el hecho de estar pasando por esa época en la que los enamorados sienten que los textos sobre sentimientos hablan de ellos. El espacio, esa casa de la duna, juega un papel fundamental en la obra: tanto Maria como Émile están casados, y este lugar es en su existencia como un oasis en un desierto, como una flor en un campo de batalla: una experiencia maravillosa y profunda que saben que terminará pronto. Porque ni Maria ni Émile se plantean romper con sus vidas anteriores; de hecho, la preocupación por el daño que podrían hacer a sus cónyuges está siempre presente.

Sin embargo, el carácter efímero de su encuentro hace que su amor aún nos parezca más extraordinario, más eterno, más real. Lo que brilla en Hace cuarenta años no es el adulterio, sino la fidelidad a un amor ideal, un amor de largas conversaciones, de gestos sutiles, de silencios expresivos y de miradas de comprensión. La historia de estos dos enamorados no se materializa en una atracción fatal, sino que se trata de un amor puro, casi etéreo, que no llega a consumarse. Un amor tan intenso que todos querríamos sentir al menos una vez en la vida, un amor triste y real que invita a pensar que este tipo de experiencias al límite son las únicas capaces de manifestar el candor de los sentimientos, un candor que, tal vez, se habría perdido en la cotidianeidad del matrimonio y la familia.

La autora plasma el encuentro con una voz íntima, elegante y sutil, que rebosa tanta sensibilidad que al terminar de leerlo no pude evitar regresar a las primeras páginas y redescubrir la historia de Maria y Émile con los matices que solo se aprecian en una segunda lectura, cuando uno ya se ha acostumbrado al tono de la narración y no sufre las inconveniencias de la primera toma de contacto. Los diálogos de los personajes están cuidados al máximo: son pura refinación, tienen la capacidad de expresarlo todo con los recursos mínimos. La narración en primera persona de Maria también encaja en esta descripción: desprende emoción, nostalgia; hace de una experiencia personal un sentimiento universal. Bebe de la mejor tradición de la literatura francesa y algunos fragmentos consiguen llegar muy adentro.

No quiero terminar esta reseña sin hacer una mención al excelente trabajo de Errata naturae: la edición de Hace cuarenta años es impecable, sin faltas ni erratas; además, incluye una nota de los editores y un epílogo de Natalia Zarco, muy interesantes para introducirnos en la lectura. En estos momentos el libro ya va por su segunda edición —todo un logro para una editorial pequeña que se dirige a un público minoritario—, así que se puede decir aquello de que, al final, el trabajo bien hecho consigue su recompensa.

En conclusión, Hace cuarenta años me parece un relato muy hermoso, una muestra de un amor tan bello que casi debería ser una lectura imprescindible para los amantes de las novelas intimistas, esas que poseen la capacidad de plasmar con delicadeza las emociones más recónditas que surgen entre dos enamorados. No leáis este libro si lo que queréis son aventuras, tramas de intriga o finales sorprendentes; tampoco lo leáis si entendéis el amor como un romance de princesas y caballeros con una atracción desenfrenada. Hace cuarenta años es puro sentimiento y exquisitez, de modo que lo recomiendo a los lectores que tengan sensibilidad para este tipo de temas y quieran deleitarse con la tierna historia de Maria y Émile.

Nota: las pinturas son retratos de Maria realizados por su esposo, Théo Van Rysselberghe: Maria Van Rysselberghe, Jersey (1907) y La dama de blanco (1926), respectivamente.

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