25 febrero 2019

Una historia de la luz - Jan Němec


Edición: Errata naturae, 2019 (trad. Elena Buixaderas)
Páginas: 496
ISBN: 9788417800000
Precio: 24,90 €

Me interesa la literatura que, siguiendo las tribulaciones de uno o varios personajes, condensa el espíritu de un tiempo, de una ciudad, a través de una historia, por lo general, de largo aliento. En la narrativa del siglo XX no faltan este tipo de despliegues, pero en esta ocasión es un autor joven quien lo firma: Jan Němec (Brno, 1981), que por Una historia de la luz (2013), su primera novela, recibió el Premio al Mejor Libro Checo del año y el European Union Prize for Literature. No es habitual que un escritor debute con un libro de quinientas páginas, ni que lo haga con una obra de esta altura. Tampoco abundan, en estos tiempos de individualismo e inmediatez, los novelistas que se sumergen en el pasado, con el esfuerzo que implica, no solo la documentación, sino el hecho mismo de asimilar el «pensamiento» de otra época. El autor se inspira en su compatriota, el gran fotógrafo vanguardista František Drtikol (Příbram, 1883 – Praga, 1961), para recorrer la historia de Europa del Este en la primera mitad del siglo XX.
Una historia de la luz no pretende ser (solo) una biografía novelada. Es más, ni siquiera hace falta sentir curiosidad por la figura de Drtikol para disfrutar de su lectura. Jan Němec se toma en serio esto de hacer literatura, con estilo, con hondura, con lirismo (sin pasarse). Elige un punto de vista cuando menos arriesgado: la segunda persona. La experimentación formal en ocasiones se carga la narratividad del relato, pero en este libro funciona, mantiene la agilidad de la prosa y da, cómo expresarlo, una cadencia particular al texto, una forma de «respirar», con picos de intensidad bien modulados. Ese «tú», que es Drtikol, se puede comparar a una primera persona en la introspección; no obstante, con la perspectiva externa, el autor hace una declaración de intenciones: no pretende ser fiel a la realidad, sino retratar al personaje, mirarlo de frente. Esto le permite mostrar, desde el principio, su vulnerabilidad, sus gestos, de un modo que desde el «yo» quedaría eclipsado por la percepción que el narrador tiene de sí.
El título alude a diversas concepciones de la luz, vertebradas en la existencia de Drtikol. La más evidente es la fotografía, claro, pero antes de descubrirla el protagonista se obsesiona con otra luz o, mejor dicho, otra oscuridad, la de las minas de su localidad natal. La novela comienza con la recreación de una explosión en una mina, a finales del siglo XIX, que marca a Drtikol, por aquel entonces un niño apasionado por el dibujo, contento por el regalo de un lápiz nuevo. En el accidente mueren muchos oriundos de la zona; ser testigo del rescate, contemplar los cadáveres, el dolor de las familias, supone la pérdida de la inocencia de Fran, el punto de inflexión que cierra la infancia. Vive, además, un peculiar encuentro que acrecienta su fijación por la imagen y le revela, sin que él sea consciente, lo incognoscible, una suerte de fe en la ilusión que también devendrá fundamental en su singular imaginería.
Después de ese capítulo inicial, entre la crudeza de la muerte y la luz del realismo mágico, llegan los años de formación, primero en la tienda de un fotógrafo del pueblo y más tarde en un centro de Múnich. Drtikol nunca fue un estudiante modélico, pero con el lápiz y la cámara logra salir del entorno humilde de su familia para adentrarse en el círculo bohemio. Con su estancia en Múnich, el autor retrata el esplendor cultural de esta ciudad en los albores de siglo, el lugar dondeel protagonista hace amigos y comparte juergas nocturnas. Aunque su época estelar llega más tarde, cuando se asienta en Praga y monta su estudio de fotografía. Él no se publicita como un retratista al uso, sino como un artista. Drtikol, el que existió y el personaje de esta novela, supo aprovechar la oportunidad de dedicarse a un arte todavía incipiente, le dio su sello, experimentó, arriesgó. Se convirtió en un fotógrafo admirado más allá de sus fronteras, poco a poco el estudio se llenó de personalidades, políticos, escritores, bailarinas. De muchacho de la mina a artista aplaudido por sus coetáneos, ese fue su viaje.
Y mujeres, muchas mujeres. Las modelos que posan para él, porque se especializa en los desnudos, unos desnudos de estilo futurista. Esos pasajes respiran un erotismo que contrasta con la dimensión práctica del oficio, a saber, la relación con su socio y los empleados, que por supuesto evoluciona a lo largo del tiempo. Drtikol, por otra parte, no logra tener el mismo éxito en su vida sentimental que en la profesional. Se relaciona con diversas chicas, cada una determina una etapa, pero no llega a alcanzar la plenitud con ninguna: Eva, la violinista de su tierra natal, un primer amor que tiene más de ensoñación que de concreción; las prostitutas de su época estudiantil, con el descubrimiento del deseo carnal, el riesgo, el puro divertimento; Eliška, la hija de los propietarios de una cafetería en Praga, un enamoramiento profundo, pero con obstáculos; y Ervina, la bailarina exótica con la que contrae matrimonio, descarada, feroz, sensual, entregada a su profesión. La Primera Guerra Mundial, que obliga al protagonista a ponerse el uniforme, se aborda en forma de interludio con confesiones de Drtikol a su amada.
Antes he dicho que el autor no solo utiliza la «luz» en su aplicación a la fotografía. En el último tramo de la vida del personaje, adquiere resonancias de espiritualidad, de «iluminación». Dritkol, sobre todo después de conocer a Rabindranath Tagore, se forma en filosofía oriental, en particular, se adentra en el budismo. Hay también una escena junto a un joyero judío que lo introduce en la numerología. En suma, disciplinas, si se pueden denominar así, que escapan a la razón, que entroncan con aquel contacto con lo inexplicable que tuvo en la mina. Con su carrera hecha, y perdido en lo emocional, Drtikol trata de buscar el sentido, la «luz», en la práctica de la fe, que poco a poco consume toda su dedicación y lo aleja de la fotografía. Esto es la Praga supersticiosa de mediados del siglo XX, este es un hombre solo que ha estado en el frente de una guerra y ha conocido otra, este es un artista de la imagen que ha obtenido el reconocimiento público pero la desdicha en su vida personal. No es de extrañar, por lo tanto, este camino, este refugio para la desesperación que se ha ido gestando con los años.
Jan Němec
Cuando pienso en las novelas que más me han marcado, rememoro a veces personajes, a veces escenas, a menudo atmósferas, una determinada forma de «palpitar» de la escritura. Con este libro sé que habrá un poco de todo: el protagonista, con su recorrido vital; momentos tan visuales como el rescate de los mineros, una sesión de fotos en el estudio o un baile de Ervina; y, quizá por encima de todo, el aire de esa Praga entre las nuevas corrientes artísticas y la espiritualidad oriental, una ciudad hechizante, en la que desde luego un hombre puede vivir su auge y su caída. Una historia de la luz no solo es una gran obra; parece, además, una obra de antes, tiene una visión del mundo y la narrativa afín a títulos como A la izquierda, donde el corazón (1952), del alemán Leonhard Frank, o Devastación (1968), del danés Tom Kristensen. El debut de Němec puede calificarse como deslumbrante (nunca mejor dicho). No sé si el tiempo lo convertirá en un «autor de una sola novela», pero, aunque así fuera, no importa: con este libro ya ha tocado el cielo.

22 febrero 2019

Chéri - Colette


Edición: Acantilado, 2018 (trad. Núria Petit)
Páginas: 152
ISBN: 9788417346225
Precio: 14,00 € (e-book: 6,99 €)

La literatura francesa de la primera mitad del siglo XX no se puede entender sin la figura de Sidonie-Gabrielle Colette (Saint-Sauveur-en-Puisaye, 1973 – París, 1954), escritora prolífica, periodista, artista de music-hall y primera mujer en presidir la prestigiosa Academia Goncourt. Comenzó a publicar sus novelas sobre Claudine, inspiradas en su infancia, en 1900, firmadas sin embargo por su marido, Henry Gauthier-Villars. Colette nunca se sintió cómoda en el rol de esposa obediente y, después del divorcio, tomó las riendas de su vida. Frecuentó el ambiente intelectual, trabajó en espectáculos y dio forma a un proyecto narrativo en el que su impronta se halla muy presente, en su irreverencia y en la indagación fresca y sin tabús de la liberación femenina en el marco de la clase acomodada parisina de la época. Toda una personalidad.
Entre su vasta producción, Chéri (1920) está considerado uno de sus mejores libros. En las líneas iniciales descubrimos a un hombre que luce orgulloso un collar de perlas y se resiste a devolverlo a su dueña. Con esta imagen de un joven coqueto, ligeramente travestido, ya se insinúa el atrevimiento (y la astucia) de la autora para poner en jaque los cimientos de la sociedad. El chico, además, es el amante de Léa, una cortesana madura que apoda «Chéri» [Querido] al muchacho. Este idilio dura desde hace siete años, un tiempo en el que él se ha graduado en las artes amatorias y ella ha perdido la lozanía que le quedaba. Los dos siempre han sabido que su aventura tenía fecha de caducidad: al fin, Chéri se casa con una cándida muchacha de familia rica. No la ama, claro, pero le conviene.
Tanto Léa como Chéri habían previsto este capítulo, no les supone un revés. Sin embargo, en la práctica ninguno de los dos lo asimila («Mi pobre Chéri… Qué curioso es pensar que al perder, tú a tu vieja amante marchita y yo a mi escandaloso y joven amante, hemos perdido lo más honorable que poseíamos en este mundo…», p. 120). Con fragmentos que alternan a los personajes, Colette narra cómo la ruptura conduce a una pérdida de rumbo para ambos, a pesar de la frivolidad y la indiferencia que parecen reinar en sus vidas. Esto lleva a un análisis de la relación con diferencia de edad, con la mujer como la parte experimentada: Chéri está en el punto de partida, es un chico apuesto, que ha descubierto el amor con Léa y tiene un camino por delante; mientras que ella se acerca a los cincuenta, se aproxima al «final» de su etapa como mujer sexualmente atractiva. Podrá tener a otros hombres, pero le costará seducir a otro Chéri, le costará repetir una relación de siete años con un joven al que dobla la edad.
Después de un idilio tan largo con el mismo chico, Léa se ve incapaz de continuar como si nada («Una relación de siete años es como irte con tu marido a las colonias: cuando vuelves, nadie te reconoce y ya no sabes ni ponerte un vestido.», p. 123). Percibe el envejecimiento de su cuerpo, echa de menos el ardor en los otros amantes, descarta contraer matrimonio con alguien de su quinta pese a recibir proposiciones. Chéri, no obstante, tampoco encuentra su sitio: a sus veinticinco años, no tiene ninguna ocupación y vive de su encanto («aquel “niño malo” –irreflexivo, desmemoriado, sin planes de futuro–», p. 137). Su esposa, una chiquilla tan educada como inexperta, no le satisface, está lejos de la versada Léa. Es importante destacar que la aventura de Chéri y Léa carecía de romanticismo; Colette no relata la historia de dos enamorados caídos en desgracia porque las convenciones sociales los obligaron a separarse, sino algo así como la inquietud (y la desorientación, y el abatimiento) después de un periodo de distensión y placer que se prolongó más de lo previsto.
Colette deja entrever una idea subversiva (no solo para su tiempo): Léa y Chéri eran felices juntos, con su diferencia de edad, su manera despreocupada de vivir, sin ataduras, sin pensar en «dar un paso más» en su relación. ¿Está la sociedad preparada para esta forma de habitar el mundo? Con todo, no se puede obviar el factor del estilo de vida: ni él ni ella trabajan, son de naturaleza egoísta y caprichosa, no tienen planes de futuro y están sanos. Quizá vivían en armonía precisamente por hallarse en un limbo, un paréntesis condenado a terminar; quién sabe si la relación hubiera perdurado de haber surgido algún contratiempo. Por consiguiente, el tedio en que caen tras la separación puede relacionarse con la falta de responsabilidades, la ociosidad (¿excesiva?) que no garantiza ni mucho menos el bienestar interior.
Colette
Por último, no se puede hablar de Colette sin prestar atención a su voz narrativa, una voz impregnada de la alta sociedad y sus excesos (los afeites, la coquetería, los lujos), una voz que rebosa cinismo y humor socarrón, acorde con las costumbres de bon vivant. Denota capacidad de observación y gusto por el detalle, sobre todo en la apariencia de los personajes, con sus alusiones a la lozanía y la decrepitud de los cuerpos, esos contrastes tan importantes en esta novela. El estilo, de falsa ligereza, busca la palabra justa, con diálogos ágiles y un tono ameno. Colette hace que escribir parezca fácil, pero que nadie se engañe: hay que esforzarse mucho para conseguir esa concisión, para narrar con esa gracia, para dominar la sutileza, para concentrar tantos matices en pocas páginas. Excelente.

18 febrero 2019

La niña en llamas - Claire Messud


Edición: Galaxia Gutenberg, 2018 (trad. Amelia Pérez de Villar)
Páginas: 208
ISBN: 9788417355531
Precio: 19,90 € (e-book: 12,99 €)

Elena Ferrante engrandeció la amistad entre mujeres como motivo literario, aunque no ha sido la primera en plantearla –Carmen Laforet, Edna O’Brien y Fleur Jaeggy, entre muchas otras, lo hicieron, cada una a su manera, con resultados extraordinarios–, ni tampoco la última: Claire Messud (Greenwich, Connecticut, 1966) ha hecho su aportación con La niña en llamas (2017), su título más reciente, una novela coming-of-age sobre ese tránsito crucial entre los once y los catorce años, cuando las niñas dejan de ser niñas. No es la primera vez que la autora aborda la amistad: lo hizo en Los hijos del emperador (2006; RBA, 2007) y The Woman Upstairs (2013), sus libros más aclamados. En estos, no obstante, se centra en personajes adultos; algunos lectores han visto en La niña en llamas la «hermana menor» de The Woman Upstairs. Otro rasgo importante de su narrativa es la caracterización psicológica, teniendo presente el arraigo de los personajes a la sociedad estadounidense contemporánea.
Las protagonistas de La niña en llamas se llaman Julia y Cassie, y viven en una localidad de Massachusetts donde los jóvenes apenas tienen distracciones y las vacaciones se hacen largas. La narradora, Julia, comienza el relato cuando su amistad con Cassie ya ha terminado; en su tono se nota cierta tirantez, está dolida. La novela se divide en tres partes, que van mostrando los cambios en su relación. La primera se desarrolla un verano, cuando son dos chiquillas aburridas en busca de diversión. En esta etapa conocemos a una Cassie que, pese a su aspecto frágil, tira más de Julia (en toda relación, de la naturaleza que sea, uno adopta el rol dominante). Conocemos, también, una relación entre iguales, de niñas que van de una casa a la otra con confianza (y complicidad materna). No importa que a Cassie la haya criado su madre sola, no importa que sean de extracción humilde. No importa que Julia tenga unos padres atentos a su educación, que le garantizan el bienestar. Por entonces solo son niñas que juegan sin hacerse preguntas, aunque sus juegos se estén volviendo un poco perversos.
El punto de inflexión lo marca el inicio de la educación secundaria. Van al mismo instituto, pero dejan de ir juntas: Cassie se acerca a compañías poco recomendables, se vuelve respondona y descuida los estudios, mientras que Julia sigue siendo una estudiante ejemplar, respetuosa con los profesores y buena compañera. Además, entra en escena otro personaje que quiebra el orden de Cassie: el novio de su madre. Messud escribe sobre el momento en que se rompe la burbuja de protección de la infancia, el momento en el que los condicionantes sociales y familiares empiezan a pesar en el desarrollo. La institución del colegio, por mucho que se jacte de igualdad de oportunidades, en la práctica refuerza a alumnos como Julia, mandados a seguir los pasos de sus padres. Los de clase trabajadora son más vulnerables a caer en el fracaso escolar cuando su situación personal se tambalea, como le ocurre a Cassie.
Con estos cimientos, Messud perfila una trama de distanciamientos y acercamientos entre las amigas. Julia encarna la pertenencia a la clase dominante, el camino recto, estable; Cassie, el desarraigo, la desviación. Son precisamente las curvas de la trayectoria de Cassie las que definen el ritmo de la historia y le añaden la sal. Como en su hogar no encuentra lo que necesita (sea solidez, afecto o llenar un vacío adolescente agudizado por las circunstancias), lo busca fuera, lo que la expone al peligro. Ahí entra en juego Julia, que, al menos en el pasado, la conoció bien. ¿Hasta qué punto los lazos de la amistad infantil resisten a ese terremoto llamado pubertad?, parece preguntarse la autora. Es interesante asimismo el rol de un compañero de las protagonistas: más que por el amor juvenil, resulta determinante por la evolución en su trato con ellas, la amistad; no todas las relaciones adolescentes con el sexo opuesto tienen que ser románticas. Y aún hay otro detalle destacable: la historia transcurre en el siglo XXI, como se deduce de las referencias musicales. Las protagonistas son chicas de hoy, no adultas que recuerdan su juventud muchos años después.
Claire Messud
La novela es también, quizá por encima de todo, un ejercicio de punto de vista. Julia narra su versión, y, teniendo en cuenta el enfriamiento de la amistad en algunos periodos, su perspectiva tiene lagunas. Solo puede intuir, reconstruir según lo que conoció de la Cassie niña, sin certezas. Al elegir este enfoque, la autora mantiene el misterio en torno a Cassie, le da un aura de personaje «inalcanzable», la joven bella y desdichada a quien nadie parece comprender. Como puntos débiles, el estilo resulta un poco redicho y con metáforas forzadas. A veces se acerca al discurso (reflexiones demasiado masticadas) y descuida la narración, que no fluye tan bien como debería. Le cuesta dosificar, mantener la tensión, sobre todo en la recta final, porque no da suficiente intensidad, o emoción, a escenas clave. Messud es buena en la construcción de personajes y en las ideas subyacentes, pero su ejecución, la narración de la historia, podría haber estado mejor. Aun así, La niña en llamas es sin duda una novela notable, oportuna en el contexto actual de feminismo y toma de conciencia de la violencia hacia las mujeres y hacia los desfavorecidos en general.

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