22 septiembre 2014

Marlene Dietrich - Franz Hessel



Edición: Errata naturae, 2014 (trad. Eva Scheuring; epílogo Manfred Flügge)
Páginas: 80
ISBN: 9788415217732
Precio: 10,50 €

Marlene Dietrich (1901-1992), uno de los rostros emblemáticos de la época dorada del cine, es el objeto de estudio del escritor e intelectual alemán Franz Hessel (1880-1941) en este libro breve, publicado por primera vez en 1931, cuando la actriz comenzaba a hacerse un nombre en el panorama internacional, pero ya era bien conocida en su país natal tras el estreno de El ángel azul (1930). Se trata, por lo tanto, de un retrato de juventud, un retrato a través de la mirada de un contemporáneo de la artista, de un hombre que la contempla con ojos cultivados, analíticos, razonados, aunque esos ojos derrochan, al mismo tiempo, el entusiasmo del admirador apasionado. Hessel, que además de publicar novelas magníficas como Romance en París (1920) y Berlín secreto (1927) se dedicó al periodismo, ofrece una aproximación a «la Dietrich» a medio camino entre la crónica y el estilo puramente literario.
Hessel comienza con una referencia al lugar de nacimiento de la artista, Berlín, donde dio sus primeros pasos en teatros y cabarets («Una joven alemana, hija de Berlín, se ha convertido en la estrella de Hollywood y Nueva York», pág. 7). Este detalle, que en otro autor significaría una mera ordenación cronológica, es crucial en la perspectiva de Hessel, ya que toda su obra se caracteriza por la fijación por una ciudad (sea Berlín, sea París), por los paseos por las avenidas y los ambientes bohemios. Teniendo esto en cuenta, no sorprende que los orígenes de Dietrich se revelen como fundamentales para entender su talento arrollador, como el sugestivo acento berlinés con el que hacía suyas las canciones, un aspecto con el que Hessel se muestra especialmente insistente. También hace referencia, asimismo, a la educación disciplinada que recibió por ser hija de un militar, que le facilitó la aplicación posterior en su profesión, y la formación musical e interpretativa desde la infancia.
En El ángel azul (1930).
Por ser su película más exitosa en Alemania en el momento de redactar estas páginas, Hessel presta bastante atención a El ángel azul y a partir de ahí analiza el tipo de papeles que interpreta: «Ya sea en el papel de dama o en el de prostituta, en el de conquistadora o en el de víctima, Marlene Dietrich siempre da vida a un sueño universal, como la heroína de una de sus películas; es la mujer que todos desean; todos, no éste o aquél, sino cada uno, el pueblo, el mundo, el tiempo» (pág. 9). En 1931 aún faltaban etapas importantes de la vida de la actriz, como las posteriores películas con Paramount y su firme posicionamiento en contra de la Segunda Guerra Mundial, y por eso mismo resulta asombroso que Hessel fuera capaz de pronosticar con tanta precisión que se convertiría en un mito del cine, que su llegada a Hollywood daría frutos y no sería un punto álgido pasajero.
En el último capítulo, el autor recuerda una visita que le hizo en su casa («en el cuarto de juegos de su hijita, entre una casa de muñecas y una tienda de juguete», pág. 55), donde intentó vislumbrar la faceta íntima de Marlene Dietrich, la mujer detrás de las luces y las cámaras, una mujer con «una expresión de melancolía y de soledad en el rostro» (pág. 60), según Hessel. La escena está impregnada de su lado maternal, con la niña jugando en la habitación. Dietrich tenía claro qué imagen quería transmitir al público: «Si considera oportuno relatar a la gente cosas de mi vida privada, entonces, por favor, dígale que ella —señaló a su hija— es lo más importante, es la razón de mi vida» (pág. 56-59). Y, en otra demostración de sensatez a pesar haber alcanzado la gloria, concluye que «La fama no tendrá que ver mucho con la felicidad y… la nostalgia nunca desaparece» (pág. 59).
Franz Hessel
El escritor Manfred Flügge, en un epílogo de 1992, traza un curioso paralelismo entre las vidas del autor y la actriz (la vinculación de ambos con París, por ejemplo), y reivindica el valor de Hessel para defender (y halagar) a Dietrich cuando el éxito provocaba desconfianza, se sospechaba que la celebridad se debía más a la publicidad que las aptitudes (de hecho, esta postura escéptica hacia el triunfador aún está muy extendida). Por este motivo, este librito no solo permite conocer mejor a un mito del cine, sino que es un ejemplo de buen retrato, de retrato elogioso y, no obstante, lúcido y reflexivo, unas características que nunca deberían estar reñidas entre ellas. Esta edición cuenta, además, con numerosas fotografías y una excelente traducción anotada de Eva Scheuring. Para no perder detalle.

18 septiembre 2014

A ti, escritor que me pides que te lea





Entre los autores, sobre todo (pero no exclusivamente) autopublicados, existe la costumbre de contactar con el bloguero para que lea y comente su libro, o para que al menos comparta la sinopsis. Un ejemplo real de un correo reciente: «Soy el autor de […], necesito tu ayuda para promocionarlo, por ende te pido que lo evalúes y le realices una crítica». A continuación, me indica dónde lo puedo comprar. Casi nada. Si el bloguero acepta, perfecto. Ahora bien, no todos estamos dispuestos a hacerlo (y lo dejamos claro por adelantado), algo que muchos escritores no entienden e incluso se toman como una ofensa.

Dejémoslo claro: los blogs no tienen como finalidad la promoción de libros, al contrario de lo que algunos autores creen. La prioridad del bloguero, por lo general, es entretenerse, opinar sobre obras que le interesan y charlar con otros lectores; la promoción surge como consecuencia indirecta de todo ello. Los blogs son un pasatiempo, ni un trabajo, ni una obligación, de modo que el bloguero no tiene por qué asumir compromisos con ningún autor. Puedo comprender las dificultades del escritor novel para darse a conocer, pero es ingenuo pensar que el rumbo de una novela cambiará de forma drástica por algunas menciones en los blogs. El éxito depende de muchos factores, y la blogosfera solo es uno de ellos.

Otro error se fundamenta en la suposición de que, por ser ávidos lectores, los blogueros queremos leerlo todo, nos interesa todo y lo reseñamos todo. Y no. Se publica mucho, muchísimo, y cada uno selecciona. Gran parte de lo que me ofrecen no entra en mi selección (porque tengo otras preferencias, simplemente). Sin embargo, algunos escritores se toman la negativa como un desprecio, hay quien me ha tachado de «mala lectora» por no leer de todo y de «poco generosa» por no «apoyar» a los autores noveles (qué poco me han leído). Publicar una novela implica aceptar que no interesará a todo el mundo, así que presionar a alguien para que la lea, o escribirle dando por hecho que lo hará, solo juega en contra del autor, porque a nadie le gusta que un desconocido le exija algo que no entra en sus planes.

También podría hablar de lo mal redactados que están muchos de estos correos, tanto por los errores de ortografía y sintaxis como por la estructura del mensaje (algunos ni siquiera se presentan). O de su desconocimiento del bloguero con el que contactan, como aquella ocasión en la que me saludaron con un «Hola, Déborah» (no me llamo así). O de los que envían correos masivos y tienen la torpeza de dejar todas las direcciones a la vista, aunque luego intenten fingir personalización con un falso «Me encanta tu blog». La mayoría ni siquiera ha leído al bloguero en cuestión, no conoce sus lecturas ni si acepta peticiones; solo ha apuntado su correo para probar suerte. ¿Cómo no lo voy a considerar un abuso?

No soy la enemiga de ningún autor, no le deseo mala suerte a nadie. Si me niego a aceptar peticiones no es por el placer de ser borde, sino porque quiero invertir mi tiempo en aquello que me interesa. A veces comento libros de autores que conocen el blog y otras veces (muchas) no, pero soy yo y solo yo quien lo decide. Me incomoda que me traten como si fuera una máquina dispensadora de reseñas. Solo soy bloguera, solo soy lectora, y me cuesta mucho esfuerzo redactar unos párrafos razonados sobre una novela. 

Termino con unas palabras de Care Santos a propósito de la libertad de elección del lector:
Soy lectora antes que escritora. Soy lectora antes que nada, creo. Eso quiere decir que soy libre y soberana. Yo elijo, yo ignoro aquello que quiero y aquello que no quiero leer. También el cuándo, el cómo, el dónde, el porqué. Yo lo decido todo. Nadie me manda. Hay mucho por elegir. Más que nunca. Por eso es un milagro ser elegida. Un privilegio enorme.
Care Santos, tras recibir el IV Premi L’Illa dels Llibres, escogido por votación popular, por su novela Deseo de chocolate (Planeta, 2014).
Ilustración de Raquel Catalina para el Cartel de la Feria del Libro de Valencia 2010.

15 septiembre 2014

La flor azul - Penelope Fitzgerald


Edición: Impedimenta, 2014 (trad. Fernando Borrajo; post. Terence Dooley) 
Páginas: 320 
ISBN: 9788415979104 
Precio: 21,95 €

«No me atrae la riqueza, pero anhelo ver la flor azul» (pág. 90), escribe Friedrich (Fritz) von Hardenberg (1772-1801), conocido literariamente como Novalis, en el comienzo de una historia que dejó inacabada. La flor azul, que en el contexto de esta obra se puede interpretar como la búsqueda de lo inalcanzable, de la existencia que huye («Si una historia comienza con un hallazgo, debe terminar con una búsqueda», pág. 151), se convirtió en símbolo del Romanticismo alemán y es el motivo elegido por la escritora inglesa Penelope Fitzgerald (1916-2000) como título de su última novela, basada en la vida de Novalis en su juventud, antes de adoptar este seudónimo. A diferencia de lo que ocurre en gran parte de la ficción histórica, Fitzgerald no novela las vivencias de Novalis con afán biográfico —orden cronológico, recreación precisa de la época, estilo informativo—, sino que, como ha señalado Jonathan Franzen, convierte el pasado en «una parte integral de la experiencia ficticia»*. Dicho de otro modo: lleva el material (obra del poeta y demás documentación) a su terreno, lo hace suyo.
De todas las facetas del protagonista que se podrían elegir, Fitzgerald toma como hilo conductor su enamoramiento de Sophie von Kühn, una niña de doce años que, para complicar aún más las circunstancias, pertenece a un círculo social inferior al de los Hardenberg («Ella es mi sabiduría, ella es mi verdad», pág. 130). La autora construye la novela a partir de capítulos breves centrados en personajes, lugares y momentos diferentes, como una visión poliédrica del entorno de Fritz. De esta manera, en las primeras páginas, el padre pregunta a un amigo de su hijo si sabe algo acerca de una muchacha, pero a continuación se da un paso atrás para evocar los años de estudiante de Fritz y no se vuelve a hablar de Sophie hasta bien avanzada la obra. Esta elaborada estructura, que convive con una escritura amena y fluida, llena de diálogos ingeniosos, es una primera muestra de la poderosa personalidad de Fitzgerald como novelista.
Novalis, Franz Gareis (1799).
La segunda podría ser el trasfondo filosófico que se intuye en la novela, aunque no de la forma que cabría esperar. Lejos de las divagaciones, Fitzgerald intercala referencias al pensamiento y la poesía de Novalis con sutileza, por ejemplo, en las conversaciones. En la Sajonia de los años inmediatamente posteriores a la Revolución francesa (una revolución que se percibe fracasada), Fritz se presenta como un joven contemplativo y con ideales que se oponen al clasicismo de sus maestros. En efecto, se fija en Sophie, su contrapunto, en plena demostración de su espíritu romántico: una niña de clase media, alegre y despreocupada como cualquier chiquilla de su edad, incapaz de estar a la altura intelectual de él (los diarios de la chica son una divertida prueba de ello). Fritz y Sophie, representantes de lo metafísico y lo terrenal, están envueltos por un halo mágico que a menudo actúa como premonición, tal como apunta Terence Dooley, sobrino y albacea de la autora, en el postfacio: Sophie como lo carnal, con su espontaneidad y su humor, pero también con su vulnerabilidad; Fritz, retratado como un muchacho que se volvió listo, un alma de poeta y filósofo que con los años se transforma por el trabajo. Sucede lo mismo con otros personajes, como Bernhard, un hermano de Fritz, y su atracción por el lago («Tenga en cuenta que no todos los niños son infantiles», pág. 225). Fitzgerald demuestra una concepción muy singular de la ficción histórica, comparable, en algunos rasgos, a Jeanette Winterson.
Esta exaltación de la vertiente espiritual de Fritz coexiste con los ambientes hogareños de él mismo y de sus allegados, y también con el dolor físico. Karoline Just, una amiga soltera que se encarga de la casa de sus tíos, se convierte en la confidente de Fritz y en uno de los personajes dibujados con más delicadeza. La Mandelsloh, hermana mayor de Sophie, es otra de las que sobresalen por su fuerte temperamento y, a la vez, por su fragilidad en los momentos difíciles. En suma, la vida de Fritz se reconstruye desde múltiples caras, incluidas las escenas en las que él no está presente, los diálogos entre otros, entre gente con otra forma de pensar y de encarar la existencia. La flor azul, por mucho que se describa como una novela basada en Novalis, es ante todo una obra con su propio cuerpo, completa en sí misma, que a pesar de tomar a Novalis como eje no deja que todo dependa de él. Como dice Terence Dooley, «Fitzgerald se entrega a la labor de crear y organizar todo este universo en lugar de recrearlo y reorganizarlo», en definitiva, a hacer literatura.
Penelope Fitzgerald
La flor azul se publicó en 1997, fue galardonada con el National Book Critics Circle Award y está considerada su obra maestra. Mondadori la editó en castellano en su momento y ahora Impedimenta la rescata del olvido, al igual que está haciendo con el resto de su producción. Escritora tardía, Fitzgerald publicó su primer libro a los cincuenta y ocho años y es una de las autoras cuyo papel en la literatura del siglo XX se ha reivindicado recientemente (además de la labor de Impedimenta en España, en el Reino Unido se la ha reeditado con prólogos de novelistas contemporáneos y ha visto la luz, con gran éxito, una biografía de Hermione Lee). La flor azul, esta novela tan tierna y sin embargo tan dolorosa, justifica en cada página el prestigio que merece esta extraordinaria escritora.
* Cita original: «The Blue Flower is a model of what historical fiction can be at its best – when the radical otherness of other times is not merely acknowledged but made integral to the fictional experience. It's also Fitzgerald at her best – elegant, inventive, hilarious, unsparing. I adore this book», Jonathan Franzen.

08 septiembre 2014

Un mal día para nacer - Courtney Collins



Edición: Lumen, 2014 (trad. Eugenia Vázquez Nacarino)
Páginas: 288
ISBN: 9788426401328
Precio: 19,90 € (e-book: 11,99 €)
Leído en versión original.

En la actualidad, muchas nuevas voces notables llegan desde Oceanía. El caso más paradigmático es, seguramente, la neozelandesa Eleanor Catton, ganadora del Man Booker Prize con su segunda novela, Las luminarias (2013; Siruela, 2014), de próxima publicación en España. No obstante, su compatriota Graeme Simsion (El proyecto esposa, Salamandra, 2013) y las australianas Hannah Kent (Ritos funerarios, 2013; Alba, 2014) y Courtney Collins (Un mal día para nacer, 2012; Lumen, 2014) también han destacado con sus respectivos debuts, hasta el punto de que los dos primeros se han convertido en auténticos best-sellers en los países anglosajones. Esta irrupción no es casual: el gobierno australiano lleva años invirtiendo en la cultura literaria, con la creación de organizaciones, premios y otras actividades para promoverla (ya podrían tomar nota en otros lugares, ejem). La apuesta por un autor novel, además, se basa a menudo en los méritos obtenidos en programas de escritura creativa (algunos consiguieron reconocimiento por obras todavía inéditas que buscaban editorial, por ejemplo).
De los nombres mencionados, Collins comparte con Kent algo más que la nacionalidad y la juventud: las dos se inspiran en el personaje histórico de una mujer controvertida (una bandolera intrépida en Un mal día para nacer y una criada condenada por asesinato en Ritos funerarios), sobre la que intentan ofrecer una nueva mirada; recrean una época rural del pasado, evocada con aires góticos y opresivos (las montañas de Australia a principios del siglo XX y una granja de la Islandia decimonónica, respectivamente); utilizan un lenguaje de efluvios poéticos y demuestran predilección por la narración pausada, que se entretiene con la introspección a pesar de contar con una trama potente. De todos modos, aun aceptando que ninguna de las dos merece el calificativo de obra maestra, la propuesta de Collins, a mi parecer, plantea un argumento más arriesgado y sorprendente, tanto en la forma como en el tema, y lo solventa con mejores recursos que su paisana.
La protagonista es Jessie Hickman, una legendaria bandolera australiana apodada «la máquina de dar palizas», que en esta historia imaginada por Collins huye a las montañas justo después de enterrar a su hija recién nacida (un mal día para nacer, en efecto) y de matar a su esposo, un hombre maltratador y alcohólico. Este comienzo impactante da muchas pistas sobre la personalidad de Jessie que se desarrolla a continuación: una mujer valiente, sin escrúpulos, curtida por la vida a pesar de tener poco más de veinte años. Una mujer, en fin, alejada de los tópicos sobre la feminidad y la maternidad, una luchadora nata que batalla incansable por su libertad personal, aunque sea a costa de robar ganado y cometer otros delitos que mantienen a la policía alerta. Ahí está el mérito de la autora: no elude la brutalidad de la bandolera, no la «suaviza» ni la victimiza, error en el que sí cae Kent en Ritos funerarios al compadecer a su personaje desde el comienzo.
Por si el carácter de Jessie no fuera lo bastante sugestivo para sostener la trama, Collins acierta aún más al elegir al bebé enterrado como narrador en primera persona, un bebé que, después de lo ocurrido con su madre, se siente orgulloso de ella y la anima a continuar su camino, un camino en el que no faltan enemigos que la quieren hundir y un amante fiel que trata de ayudarla. Aunque este punto de vista pierde originalidad conforme avanza la novela —el primer capítulo es arrebatador, pero luego se asemeja demasiado a un narrador omnisciente convencional, salvo en algunos pasajes—, sus breves aportaciones personales, los «Mi madre», dan una gran fuerza al relato, unos destellos líricos que no mitigan la crueldad de los hechos, sino que potencian el ambiente oscuro y melancólico.
Las palabras del bebé están inmersas en la tierra en la que está enterrado. La autora, que creció en una zona rural y admite influencias de Cormac McCarthy y Carson McCullers, conocía retazos de la historia de Jessie Hickman desde su infancia y, cuando decidió escribirla, dio mucha importancia al entorno, a las piedras, al barro, a los arbustos —tal como cuenta en esta entrevista; por eso demuestra una enorme conciencia del entorno hostil, que acrecienta el ambiente gótico y logra que la voz parezca fluir desde el fondo mismo de la naturaleza, como una verdad que necesita ser contada (una vuelta de tuerca a la primera persona protagonista que tanto abunda en la ficción histórica). Un mal día para nacer se puede calificar como una novela «sucia», una novela que revuelve lo políticamente incorrecto y lo saca a la luz desde las entrañas de una criatura enterrada por su propia madre.
Courtney Collins
Como último apunte, en España la tradición de las historias de bandoleros está mal entendida o, mejor dicho, se ha simplificado por los westerns de segunda. En este sentido, conviene recalcar que, no obstante la violencia, la muerte, los robos y las persecuciones narrados, Un mal día para nacer es mucho más que una novela de género, porque su clave se encuentra en Jessie Hickman, una protagonista áspera, magnética, astuta, que atrae por ese lado «salvaje» tan poco visto en los personajes femeninos de la literatura contemporánea de este tipo. No es un libro de aventuras —aunque las hay—, sino una obra sensorial, insinuante, que plantea una concepción penetrante, cruda y feroz del instinto de supervivencia.

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