29 noviembre 2016

A contraluz - Rachel Cusk



Edición: Libros del Asteroide, 2016 (trad. Marta Alcaraz)
Páginas: 224
ISBN: 9788416213825
Precio: 18,95 € (e-book: 10,99 €)

Recordad este nombre: Rachel Cusk. Tal vez ahora no resulte todo lo familiar que debería, al menos entre el público español —y no será por falta de traducciones: desde el principio de su carrera se apostó por ella—, pero he aquí una de las autoras contemporáneas más interesantes y creativas, a menudo señalada como una heredera de Virginia Woolf (y con motivos más que justificados). Nacida en Canadá en 1967 y establecida en Inglaterra desde su infancia, debutó en 1993 con La salvación de Agnes (Thassàlia, 1996), galardonada con el Whitbread Award a la mejor primera novela. Desde entonces ha publicado ocho novelas, entre las que destacan Mucha suerte (2003; Lumen, 2004), Arlington Park (2006; Lumen, 2008) y Las variaciones Bradshaw (2009; Lumen, 2010); y tres libros autobiográficos, de los que de momento solo se ha traducido La última cena: un verano en Italia (Lumen, 2009). A contraluz (2014), que inaugura una serie de tres novelas con la misma protagonista, es su trabajo más aclamado hasta la fecha: resultó finalista de los premios Folio, Bailey’s y Goldsmiths, entre otros. Y es, además, la obra con la que se incorpora al catálogo de Libros del Asteroide: ojalá esta segunda vida (editorial) le permita llegar a más lectores. 
En un naufragio se pierden muchísimas cosas. Lo que queda son fragmentos, y si no te agarras bien a ellos, el mar te lleva a ti también. Sin embargo, añadió mi vecino, todavía creo en el amor. El amor lo cura casi todo, y cuando no puede curar, borra el dolor. Tú, por ejemplo, me dijo mi vecino, ahora estás triste, pero si estuvieras enamorada, la tristeza desaparecería. Allí sentada, me acordé otra vez de mis hijos en la trona y de su descubrimiento: la angustia hacía que la pelota regresara por arte de magia. 
Una escritora inglesa viaja a Atenas para impartir un curso. El argumento es tan sencillo como eso. Tan sencillo, y tan singular, porque su construcción no tiene nada de simple. Pese a estar narrada en primera persona, la protagonista apenas habla de sí misma: el grueso de la narración se compone de conversaciones con los personajes que se cruzan en su camino, desde su vecino de vuelo a los alumnos del taller, pasando por un colega del trabajo, un viejo amigo o una autora comprometida con el feminismo. Más que un intercambio de opiniones, en las charlas cada interlocutor se vacía con la protagonista, hace su particular monólogo sobre aquello que ha marcado su vida, lo que le preocupa en estos momentos, su relación con la literatura. Balance del pasado y el presente en un ratito. La escritora se borra, en cierto modo, de la narración; y, en lugar de dar forma al relato a través de su subjetividad, da voz a los demás, que se sinceran con ella o, como mínimo, le cuentan lo que quieren. Ella, con sus agudas observaciones, deja entrever las ambigüedades, la hipocresía o las contradicciones de sus discursos. Mantiene un perfil bajo, discreto, pero sus apuntes resultan fundamentales para plantear una visión poliédrica de sus interlocutores. 
Era imposible [...] explicar por qué el matrimonio se había roto: el matrimonio es, entre otras cosas, un sistema de creencias, un relato, y aunque se manifiesta en cosas muy reales, sigue un impulso que, en última instancia, es un misterio. Al final, lo real era la pérdida de la casa, que se había convertido en el emplazamiento geográfico de todas las cosas que habían desaparecido y que representaba, suponía yo, la esperanza de que un día esas cosas pudieran regresar. Abandonar esa casa manifestaba, en cierto modo, que habíamos dejado de esperar; ya no podrían encontrarnos en el número de siempre, en la dirección de siempre. Mi hijo pequeño, le conté a mi vecino, tiene la irritante costumbre de marcharse al instante del lugar en el que has quedado en reunirte con él si ve que tú no has llegado antes. Lo que hace es ir a buscarte, y si no te encuentra, se impacienta y acaba perdiéndose. «¡No te encontraba!», grita más tarde, indefectiblemente ofendido. Pero si quieres encontrar algo, tu única esperanza consiste en quedarte exactamente donde estás, en el lugar acordado. Solo es cuestión de cuánto puedes aguantar allí. 
Esta «anulación» de la voz protagonista —o su mimetización con otras voces—  tiene un porqué: la escritora ha sufrido un revés personal, el malestar la diluye, la convierte en una espectadora de su propia vida. Poco a poco, a través de sus intervenciones en los diálogos, habla de su divorcio, de la crianza de sus hijos, de los problemas económicos que conlleva su nueva situación («Tus fracasos nunca dejan de regresar a tu lado, mientras que tus éxitos son algo de lo que siempre tendrás que convencerte», p. 41). Sus inquietudes se desvelan por contraste o afinidad con las experiencias de los demás: lo que tiene, lo que ha tenido, lo que echa de menos, lo que rechaza («Supongo, añadí, que esa es una definición del amor, creer en algo que solo dos personas pueden ver», p. 75). También en momentos precisos en los que la realidad que dejó en Inglaterra emerge como una necesidad imperiosa (la llamada de su hijo, la referencia a una petición de un crédito, una foto tomada años atrás por un amigo). Es muy, muy sutil. Su originalidad reside en el hecho de no contar la historia de una escritora separada y madre de dos hijos en una primera persona convencional (yo esto, yo lo otro). En lugar de eso, expresa su tedio mediante la forma literaria: no quiere centrarse en ella, no quiere llevar la iniciativa, deja que los demás guíen sus pasos, sus palabras. 
Pero ninguno ve las cosas como realmente son. Y, de igual manera, yo empezaba a ver mis propios miedos y mis propios deseos manifestándose fuera de mí, empezaba a ver en las vidas ajenas un comentario de la mía. Observando a la familia del barco, yo veía una visión de lo que ya no tenía: veía algo, en otras palabras, que no estaba allí. Esa gente habitaba su propio momento, y aunque yo podía verlo, era tan incapaz de regresar a ese momento como de caminar sobre las aguas que nos separaban. Y de esas dos maneras de vivir —habitar el momento y vivir fuera de él—, ¿cuál era la más real?
«Estaba tratando de dar con una manera distinta de habitar en el mundo» (p. 153). Este viaje, la ciudad extranjera, le permite desconectar de su hábitat; no debe ejercer el rol de madre, ni el de mujer que intenta rehacer su vida. Aprovecha la utilidad de lo desconocido (lugar, gente, cultura, idioma) para (re)inventarse a uno mismo, tanto en lo que los demás le cuentan a ella, puras perspectivas individuales, como en sus propias acciones. La ausencia de allegados resulta básica, ya que los desconocidos no tienen una opinión preconcebida («estar allí sin mi marido hizo que sintiera, de un modo totalmente nuevo, aquello que de verdad soy», p. 96); de hecho, no es casual que el momento más tenso se produzca durante la comida con un viejo amigo, que la había conocido casada («Sigue siendo tu verdad, por muchas cosas que hayan pasado. Que no te dé miedo mirarla», p. 118). La narradora expresa el temor a ser descubierta en una posición en la que se siente vulnerable, se esconde como si con la separación hubiera dado un paso atrás. El libro aborda la cuestión de afrontar un divorcio, con reflexiones sobre el matrimonio, la maternidad y la familia. Lo que somos con ellos. Lo que somos sin ellos. El miedo a mirar atrás, a recordar lo que se ha perdido. La necesidad de asumirlo, de encontrar una nueva forma de habitar en el mundo, como dice ella, para salir adelante. 
Le dije que yo, al contrario, había acabado cada vez más convencida de las virtudes de la pasividad, de vivir una vida en la que el yo dejara una impronta lo más pequeña posible. Si nos empeñábamos, podíamos lograr casi todo lo que nos propusiéramos, pero empeñarse —me parecía a mí— era casi siempre una señal de ir a contracorriente, de forzar los acontecimientos en una dirección en la que, por naturaleza, no querían ir, y aunque podría decirse que sin forzar un poco la naturaleza de las cosas nunca conseguiríamos nada, la artificialidad de esa postura y sus consecuencias habían acabado —por decirlo sin rodeos— repugnándome. Como existía una diferencia enorme entre las cosas que yo deseaba y las que, por lo visto, podía tener, […], hasta que me reconciliara definitivamente con ese hecho, me había propuesto no desear nada. 
Rachel Cusk
Tanto la original concepción de la obra —su peculiar estructura, su estilo analítico, rico en símiles, fino, inteligentísimo, de una capacidad de observación extraordinaria— como la profesión de la protagonista sugieren una reflexión sobre la escritura y lo que la rodea, el mundillo literario. Por ejemplo, resulta ilustrativa la escena con la escritora autodenominada feminista, o cómo influye el posicionamiento ideológico a la hora de promocionarse. El taller, por otro lado, muestra los diferentes enfoques que puede tener un mismo motivo, en función del autor, su edad, su vida; cada yo transformado en literatura (incluye un relato brillante —y asfixiante— sobre un perro). Con la actitud de los alumnos, además, deja entrever los prejuicios en torno a lo que se entiende por escribir. En fin, hay muchos libros sobre escritores (algunos, mediocres y egotistas), pero la autora proyecta el tema de un modo refrescante, al centrarse en lo que escriben y piensan los otros, y en cómo se les ve desde fuera. Dadas las circunstancias de la narradora, su buscada invisibilidad, será interesante examinar cómo evoluciona en los próximos títulos. Con A contraluz, Rachel Cusk ha escrito una novela fascinante, tremendamente perspicaz, en la que forma y contenido se funden a la perfección. De ahora en adelante, me declaro su más fiel lectora.
Citas en cursiva de las páginas 29, 15-16, 71 y 152.

27 noviembre 2016

Las fantasías electivas - Carlos Henrique Schroeder



Edición: Maresia, 2016 (trad. Mercedes Vaquero Granados)
Páginas: 111
ISBN: 9788494605406
Precio: 15,00 € (e-book: 4,99 €)

—¿Qué ves aquí?
—¿Fotos y textos?
—No, Ratón, soledad, tío, soledad. Encontré algunas cosas más solitarias aún que yo.

En la soledad de los hoteles pueden surgir amistades con gente inesperada, personas con quien de otro modo uno jamás se relacionaría, que aniquilan los prejuicios y dejan su huella. Renê, el protagonista de Las fantasías electivas (2014), trabaja como recepcionista de hotel en una ciudad turística de Brasil. Ha llevado una existencia turbulenta (matrimonio tormentoso, separación dolorosa, familia que no le deja ver a su hijo), y trata de rehacer su vida cuando se cruza en su camino nocturno Copi, «travesti esbelta, bonita, bien vestida e inteligente» (p. 40), que le trae el book para sus ofrecer servicios, como tantas chicas. El encuentro de Renê con Copi, no obstante, no quedará en una mera anécdota: Renê tendrá la oportunidad de conocerla más, de saber quién se esconde bajo esa descripción superficial. Sí, incluso en un lugar tan impersonal como un hotel se puede llegar al fondo de alguien. El escritor brasileño Carlos Henrique Schroeder (1975) lo comprobó de primera mano, ya que trabajó en uno para costearse sus estudios. En esta novela rinde homenaje a Raúl Damonte (1939-1987), alias Copi, escritor, dramaturgo, historietista y actor argentino.
Hay poca literatura que indague en la figura del travesti, y esto de entrada otorga un punto a Las fantasías electivas. En la cultura popular abundan las representaciones estereotipadas, que a menudo generan desconocimiento, cuando no desprecio. El interés de esta obra reside, para empezar, en el hecho de mostrar la evolución en la perspectiva que Renê tiene de Copi, del prejuicio a la comprensión, de la indiferencia al cariño, la empatía. Copi se gana el pan como prostituta, se expresa con descaro y utiliza un lenguaje vulgar, pero eso es solo una parte de ella, la más visible, la fácil de juzgar. Basta escarbar un poco para descubrir a alguien diferente: una persona culta, periodista de profesión y amante de las letras, que decidió que todo aquello —la estabilidad, el empleo en el periódico, los días sin riesgo— saltara por los aires para convertirse en quien de verdad quería ser, Copi, señora de la noche brasileña, que en su habitación lee y escribe con avidez, siempre observadora, siempre exigente consigo misma. En Copi, la ligereza convive con una sensibilidad singular. Y tiene algo en común con Renê: los dos saben lo que significa comenzar de cero, reconstruir su identidad cuando el entorno anterior se ha vuelto hostil.
El libro tiene una estructura fragmentaria, que, más que narrar una historia al uso, evoca escenas de Renê y Copi, esos dos solitarios que se encuentran en un momento crucial para ambos («una ciudad de reinicios, mucha gente venía a la ciudad a sepultar su pasado, como Renê, como Copi», p. 36). La voz, elusiva, precisa y sutil, sugiere, insinúa, deja que el lector mire por las rendijas sin abrirle la ventana. En la segunda parte, titulada «La soledad de las cosas», la narración se interrumpe para recopilar fotografías y textos, obra de Copi, que muestran su peculiar concepción del arte. Son fotografías de objetos y lugares comunes, sin ningún efecto visual —una pizza, el bar del hotel, una papelera, un porro—, acompañadas de unas frases en las que, con una imaginación encomiable, retrata la soledad, la marginación de estos elementos. No es difícil adivinar que Copi se siente así; la literatura, inseparable de la imagen para ella, se convierte en un medio con el que dar rienda suelta a lo que se guarda dentro, un medio para intentar comprenderse, comprender y, con suerte, ser comprendida.
Carlos Henrique Schroeder
Tal vez Las fantasías electivas sea sobre todo eso, un intento de comprender a través de la literatura, una literatura íntima, cómplice, cercana a la poesía. Un intento de comprender a Copi, valiente, intensa, sorprendente; pero también a todo aquel que tenga un encaje difícil en la sociedad. Como novela, quizá resulte demasiado modesta, demasiado sobria; podría haber desarrollado mejor a Renê y ahondar más en el mundo de Copi, «una golfa que ya nació melancólica, alguien a quien le gusta la soledad, el silencio, la reflexión» (p. 105). Uno se queda con la sensación de que, en general, se podría haber robustecido. Aun así, plantea ideas interesantes —como la unión de lo banal y lo profundo, que coexisten en el personaje de Copi y en su arte, o la literatura como expurgación de la soledad—, experimenta con los recursos formales y, por último, la templanza de su escritura logra suscitar una extraña tristeza. Como el recepcionista, el lector también se queda con un pequeño poso de Copi.
Cita inicial (en cursiva) de la página 67.

23 noviembre 2016

Entre mujeres solas - Cesare Pavese



Edición: Lumen, 2008 (trad. Esther Benítez)
Páginas: 176
ISBN: 9788426416773
Precio: 17,90 € (bolsillo: 8,95 € / e-book: 6,99 €)
Leído en la edición en catalán de Proa, 2008 (trad. Francesc Vallverdú).

Turín, melancolía, locura, muerte. Turín, fiesta, excesos, erotismo. Turín, pasado, presente, futuro solo quizá. Los contrastes dan forma a Entre mujeres solas (1949), una de las últimas (y más logradas) novelas del escritor piamontés Cesare Pavese (Santo Stefano Belbo, 1908 – Turín, 1950), una voz clave de la literatura italiana del siglo XX. La obra se publicó como parte del volumen El bello verano, galardonado con el Premio Strega, que comprendía tres libros independientes, escritos en épocas distintas, que tenían en común la localización en el Piamonte y la concepción simbólica del verano, bien como la época en la que transcurre la historia, bien como un anhelo, una espera. La producción de Pavese constituye un exponente del neorrealismo italiano, que se caracteriza por mostrar la realidad social de las clases menos favorecidas en la Italia de posguerra, empleando un estilo accesible para muchos lectores, con un desarrollo lineal. En Pavese, además, destaca su condición de inadaptado, su relación incómoda con el entorno, que en Entre mujeres solas se hace muy evidente.
La novela está narrada en primera persona por Clelia, una modista turinesa de origen humilde que ha prosperado en Roma. Es soltera, no tiene hijos ni ataduras familiares; una mujer que renunció a su vida personal en favor de su carrera, en parte motivada por las palabras de su madre, una herencia simbólica con respecto a los hombres («Madre mascullaba siempre que un hombre, un marido, era un asunto triste, que los hombres no son malos sino estúpidos, y hete aquí que yo también la había seguido», p. 73). Una protagonista femenina, como en El bello verano, si bien en esta ocasión se trata de una mujer curtida, de vuelta de todo, y no una joven que se inicia en el mundo de los adultos. Mujer, también, como las que aparecen, retratadas desde el punto de vista de un narrador masculino, en De tu tierra (1941) y La luna y las hogueras (1950). Todas encarnan una violencia silenciada, son mujeres envueltas en un halo de sensualidad, pero también de malestar profundo, en buena medida por la educación de la época, que no contribuía a que se hicieran dueñas de sí mismas y, por el contrario, reforzaban su pasividad («Estas chicas siempre han estado con la madre, han visto el mundo por un agujero», p. 18). Esta concepción de las mujeres recuerda un poco a la de su colega y amiga Natalia Ginzburg (Pavese más trágico y nostálgico, eso sí).
En plena posguerra, Clelia decide regresar a su ciudad natal para poner en marcha una tienda. Se ha acostumbrado a tratar con damas de la alta sociedad, pero no ha roto su vínculo íntimo con el pasado. Pavese plantea el tema del regreso al origen, al lugar donde se desarrolló su infancia, un asunto crucial de su obra que aborda asimismo en La luna y las hogueras y Camino de sangre (1959). Por mucho que los personajes crezcan, por mucho que tomen las riendas de sí mismos, el lugar donde han nacido sigue diciendo mucho de ellos, de sus heridas. Este retorno en la edad adulta supone un impacto: la toma de conciencia de que todo ha cambiado, de que el pasado de su memoria ya no existe. Y, al mismo tiempo, la tensión por las actuales diferencias entre sus antiguas amigas, reencarnaciones de sus madres, y Clelia, mujer independiente. La desdicha de sentirse incomprendida, de que nadie esté ahí para valorar lo que ha conseguido. Clelia trata, no sin dificultades, de encontrar su sitio, de reconstruir su identidad en un entorno conocido que sin embargo le resulta incómodo.
En su búsqueda personal, la protagonista traba amistad con mujeres de la alta sociedad, como Momina, una aristócrata con quien se entiende bien, y Rosetta, una joven que se intentó suicidar en el hotel donde se aloja Clelia. Mujeres, amigas que se juntan sin dejar de sentirse solas. Rosetta, en apariencia, lo tiene todo —juventud, dinero, pretendientes—; aun así, la embarga una profunda insatisfacción, no soporta la noche, anhela la soledad. La paradoja es que los de su alrededor intentan apoyarla, aunque nadie consigue llegar a ella y la sombra de la muerte reverbera en toda la novela. Este argumento se ha relacionado con el suicidio de Pavese, acontecido poco después de publicar el libro. A esta obra pertenece una de sus frases célebres: «A quien no se salva por sí solo, nadie lo puede salvar» (p. 36). Entre mujeres solas aborda, quizá por encima de cualquier otro asunto, la imposibilidad de ayudar a quien no se deja, porque ha dicho basta, porque no le compensa. El intento de suicidio de Rosetta, a su vez, dialoga con las preguntas existenciales de Clelia, como la posibilidad de formar una familia, con ese poso de arrepentimiento por las decisiones tomadas («La cuestión es que si una mujer tiene un hijo deja de ser ella. Tiene que aceptar muchas cosas, tiene que decir que sí», p. 66); el deseo de dar la vida frente al deseo de morir.
La amistad entre mujeres, como ocurre en El bello verano, está teñida de celos, erotismo y lesbianismo. Pavese pone el foco en lo clandestino, lo que se silencia, lo que solo ocurre en la turbia noche turinesa. El retrato de los hombres, también como en otras novelas, es bastante diferente. Encarnan diversos roles: Maurizio, el amor que Clelia dejó antes de ir a Turín, aún presente para ella; Loris, un pintor de poca monta, que tontea con chicas de la alta sociedad; Becuccio, un obrero agradable, de principios parecidos a los de Clelia, que conecta con el origen de esta; y Febo, el maestro de obras de la tienda, un hombre encantado de conocerse, chulo. La intimidad con determinados hombres es, como le decía su madre, «un asunto triste» para las mujeres, o, más que triste, oscuro, fruto del dominio que ejercen sobre ellas y de la dificultad de estas para defenderse: «Pero el amor, todo, es una cosa sucia» (p. 152). Para jugar al amor, hay que ser valiente: «Quien hace el amor se quita la máscara. Se desnuda» (p. 44). La herida del amor las asfixia.
Por otro lado, no se puede obviar la dimensión simbólica característica del autor, que en este libro sobresale por la riqueza de su estilo, más preciso y concentrado que en sus comienzos, y también por la variedad de los símbolos empleados. El primer capítulo es significativo: la acción empieza los días de carnaval, la fiesta de la transgresión. En estas fechas se intenta suicidar Rosetta («Tomar veneno por carnaval; qué pena», p. 16); además, en estas fechas murió años atrás el padre de Clelia. En teoría, estos días deberían ser de diversión, pero los personajes son incapaces de disfrutar. La muerte, o la amenaza de la muerte, se plantea como parte del descontrol, de la perversión. De aquí en adelante, la novela está llena de contrastes, enfatizados por la alternancia de capítulos que se desarrollan de día y de noche: de día, las responsabilidades, la revisión de las obras en la tienda, la serenidad emocional; de noche, los bailes, el desenfreno, el sexo, la tragedia. Turín, por su parte, es un símbolo más: la ciudad atestada de gente, donde «nadie iba de paseo, todos parecían ajetreados. Por la calle la gente no vivía, solo se escapaba» (p. 18), en oposición a la colina, tranquila, asociada al verano, la añoranza, la esperanza.
Cesare Pavese
En suma, Entre mujeres solas es un excelente despliegue del universo literario del autor, con una particular incisión en los personajes femeninos y sus tribulaciones, consigo mismas, con las demás, con los hombres y con el mundo. Indaga en la soledad como parte esencial de la vida, la soledad buscada, la soledad inevitable. Y, como consecuencia, en la incapacidad para salvar al otro, que tiñe estas páginas de impotencia y amargura. Una obra llena de contrastes, sencilla en la forma y compleja en el fondo; Pavese destaca por su habilidad para formular grandes preocupaciones de la existencia humana con una voz fluida, fácil de leer, y en este caso con unos diálogos especialmente brillantes. Hay muchas frases memorables sobre el amor y sus fisuras, sobre la soledad cuando se está rodeado de gente, sobre la muerte; pequeñas píldoras demoledoras que nos recuerdan el lado más frágil y oscuro del ser humano. Como dice un personaje: «El mundo es hermoso, si no fuera por nosotros» (p. 175).

17 noviembre 2016

El libro y la hermandad - Iris Murdoch



Edición: Impedimenta, 2016 (trad. Jon Bilbao; post. Rodrigo Fresán)
Páginas: 656
ISBN: 9788416542338
Precio: 24,95 €

—La esperanza es importante, puede que incluso sea una virtud. Supongo que cada época piensa que está al borde del abismo. Pero hay que ser capaz de proyectar el pensamiento hacia delante, hacia la oscuridad.

Me gustaría que todo lector de este blog tomara nota del nombre de Iris Murdoch (Dublín, 1919 – Oxford, 1999), novelista y filósofa irlandesa. Como tantas otras autoras, Murdoch tiene el hándicap de haber caído en el olvido: pese a ser una de las mejores escritoras del siglo XX, quizá la mejor heredera de la tradición decimonónica británica, no ha conseguido calar en los lectores españoles. Su obra se encuentra desperdigada en diversas editoriales, con muchos títulos ya descatalogados. En los últimos años, Impedimenta ha apostado por recuperarla en cuidadas ediciones; una gran oportunidad para descubrirla e incorporarla al lugar de honor de nuestras bibliotecas que sin duda merece. El libro y la hermandad, que se publicó por primera vez en 1987, permanecía inédito en castellano hasta este año, cuando se ha publicado con una excelente traducción de Jon Bilbao. Esta obra fue finalista del Premio Booker y forma parte del que se puede considerar su periodo dorado, entre los años setenta y ochenta, al que pertenecen novelas tan aclamadas como El príncipe negro (1973, Premio James Tait Memorial), Henry y Cato (1976) y El mar, el mar (1978, Premio Booker).
Bajo el influjo de Shakespeare, Murdoch construye una novela coral de alta envergadura literaria que toma como punto de partida el reencuentro de unos amigos de mediana edad, intelectuales de Oxford, en una fiesta. En esa primera escena, se presenta a todos los personajes: los que conforman la pandilla como tal, que han permanecido más o menos unidos a lo largo de las décadas y han incorporado a miembros más jóvenes; y el outsider, Crimond, al que no ven desde hace años. Murdoch recrea una intriga en torno a este último: no solo está alejado del núcleo, sino que para el lector también es un desconocido, ya que no se le presta la misma atención que al resto. La historia está narrada en una tercera persona que va desplazando el objetivo de un personaje a otro, salvo Crimond, al que se descubre a través de la relación de los demás con él, no en su soledad. El modo con el que se refieren a él, además, acentúa tanto la curiosidad como la desconfianza: «es peligroso. No tiene miedo de la muerte, es un kamikaze», «siempre dice la verdad… Es la persona más sincera que he conocido en mi vida», «una persona comprometida, un idealista» (p. 85).
Todos, sin embargo, tienen un proyecto en común: un libro sobre el marxismo que Crimond comenzó a escribir tiempo atrás, financiado por los demás. Nadie sabe con exactitud de qué va la obra, ni si Crimond ha dejado de escribir —Murdoch tiene un sentido de la comicidad extraordinario—, pero tampoco se atreven a preguntárselo. Les cae mal Crimond, algunos incluso lo odian. Para bien o para mal, ese libro los mantiene unidos, y esta cuenta pendiente sirve de excusa para que el hombre misterioso esté presente, ni que sea de forma latente, en sus vidas. La trama a propósito de este libro, a su vez, le da un toque metaliterario que genera discusiones eruditas en torno a temas como la muerte de la novela —una paradoja, teniendo en cuenta que Murdoch escribe una novela en el sentido clásico— o a su opinión del marxismo en la segunda mitad del siglo XX. Las novelas de ideas de Murdoch logran un equilibrio entre lo trascendental del conjunto (la moral, la filosofía, la historia), influido por el platonismo que estudió en profundidad, y los placeres terrenales de lo particular (la fiesta misma que abre el relato, el sexo, el juego). Narra una historia dinámica, con ritmo fluido, pero sin renunciar al trasfondo intelectual, que le da un calado que va más allá de la acción.
A raíz de la escena de apertura, los personajes se encuentran en un punto de inflexión. La fiesta propicia un balance de sus vidas: miran el pasado, piensan en el presente, analizan las pérdidas, las ganancias y las cuentas pendientes. Gerard, el cabecilla, es un idealista que bajo su apariencia serena esconde un dolor profundo por el recuerdo de un loro que tuvo de niño. Jenkin, más práctico, es su mejor amigo, aunque tengan formas diferentes de ver la vida (que dan lugar a espléndidos intercambios de opiniones: «Yo creo en la bondad. Tú en la justicia. Pero ninguno cree en una sociedad ideal», p. 272). Rose está enamorada de Gerard en secreto, pese a saber que él es gay. Tamar, la sobrina de Gerard, es una chica afligida, dominada por una madre que intenta hacerle pagar sus propias frustraciones («Sin padre, sin madre, concebida de manera antinatural, era una criatura abandonada, proveniente de una tierra desconocida», p. 204). Tamar es uno de los personajes más logrados, quizá porque se contrapone a todos (por edad, personalidad y estamento) y al mismo tiempo pasa de mano en mano, involucrándose como sin querer en acontecimientos importantes. También están Jean y Duncan, un matrimonio no tan estable como parece. Y esto es solo un aperitivo…   
En realidad, los personajes podrían dividirse entre los que actúan motu proprio y los que esperan a que tomen la iniciativa los demás. Los activos y los pasivos. Algunos llevan décadas guardando un secreto (un amor, una frustración que los marcó). Luego está Crimond, el kamikaze, de quien se puede esperar cualquier cosa. Sea como sea, ha llegado la hora de la verdad, y a lo largo de la novela los conflictos anunciados en el reencuentro se destrenzan hasta reubicarlos a todos. Para ello tiene un gran peso el amor, entendido en Murdoch como una fuerza que puede mover el mundo. «¿Por qué nos da tanta vergüenza usar la palabra “amor”?» (p. 390), se pregunta un personaje. Es significativo que en un ambiente tan intelectual como el que recrea la novela sea el amor, en sus múltiples formas, el que desencadene los movimientos. La cordura del estudio frente a la irracionalidad del impulso. El enamoramiento, la amistad, la aventura, el amor casi paternal. Las decisiones (o las no decisiones) con respecto a este sentimiento son las que acaban determinando su devenir.
Tampoco se puede obviar la presencia de la muerte en la obra: «¿Qué tiene de diferente esa nueva vida que estamos empezando? ¿Es solo que ahora somos conscientes de nuestra mortalidad o hay algo más?», p. 591. Del mismo modo que el amor impulsa, arrolla, la muerte cierra capítulos y reabre heridas. Volviendo a la escena de la fiesta, Gerard recibe la noticia de que su padre ha fallecido. Empezar una novela con una celebración y la posterior muerte de un padre no es baladí; Murdoch utiliza el motivo literario de la fiesta como transgresión, no hay jolgorio inocente; todo tiene su lado oscuro. Los personajes están marcados asimismo por una muerte acontecida años atrás: la de Sinclair, hermano de Rose y buen amigo de Gerard. El grupo está incompleto sin él, y en el reencuentro se nota su ausencia. La muerte, por otra parte, también puede referirse a un conjunto de creencias (como el marxismo o la religión), una etapa vital de experiencias compartidas que han dejado atrás. Estas no son las únicas muertes que se producen en la historia, ni los únicos momentos de ruptura violenta con el pasado. La autora, como hizo en Henry y Cato, pone a sus personajes en aprietos perversos, sucesos propios de una película de acción, que sin embargo aquí no se reducen a eso, tienen un significado. Los lleva al límite para mostrar sus transformaciones a lo largo del tiempo.
Iris Murdoch
Iris Murdoch concilia como pocos la pasión y la trascendencia. La pasión de las grandes historias, de los personajes llenos de vida, de los actos irreflexivos y las confesiones a media voz. La trascendencia de las ideas que subyacen a los hechos, del proceso de crecimiento (o declive) que experimentan todos con el paso de los años, de la evolución individual y colectiva. El libro y la hermandad tiene muchas capas de lectura, igual que las obras de sus maestros, entre los que se cuentan Shakespeare, Tolstói o Dickens. La novela gira alrededor de unos amigos, una hermandad unida por un libro y separada por las rencillas personales; un planteamiento ambicioso que resuelve de forma impecable. Sus novelas aportan diversión y entretenimiento, gracias a su escritura vigorosa y con sentido del humor, pero a la vez suponen un reto, porque Murdoch es una novelista exigente, sin concesiones, que invita a reflexionar sobre la dimensión existencial de sus narraciones. Inteligente, brillante, genial.
Cita inicial de las páginas 269-270.

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