Edición:
Errata naturae, 2016 (trad. Regina López Muñoz)
Páginas:
352
ISBN:
9788416544080
Precio:
19,00 €
—¿Por qué tanta hostilidad? —quiso saber.—Pues… así son las cosas por aquí… mentiras… hipocresía… amargura… no nos fiamos de los demás… nos deprimimos… le echamos la culpa al clima… reservamos paquetes turísticos a destinos con buen tiempo… volvemos a casa… no es el clima… somos nosotros.—La literatura no es suficiente, entonces —replica.—Ojalá lo fuera… pero no… a veces siento que me asfixio… me asfixio —y se llevó la mano a la garganta para contener los jadeos.
Con
más de veinte libros a sus espaldas, Edna O’Brien (Tuamgraney, Irlanda, 1930)
está considerada una voz fundamental de
la literatura irlandesa del siglo XX. Se crió en una pequeña localidad
rural, bajo la autoridad de un padre con problemas con el alcohol y una madre
católica ferviente; un ambiente poco receptivo para la creación literaria. Presionada por su familia, estudió
Farmacia, y en su juventud se trasladó a Londres,
donde todavía reside, ya que siempre ha mantenido una relación complicada con su origen. Estas vivencias inspiraron su debut, Las chicas de campo (1960), que causó revuelo en su pueblo —se
quemaron ejemplares— por la franqueza con la que narra la búsqueda de
independencia de dos jóvenes amigas y su burla de la moral cristiana en el
marco de la sociedad irlandesa de la época. Sus dos obras siguientes,
La chica de ojos verdes (1962) y Chicas felizmente casadas (1964), que completan
la trilogía, vuelven a manifestar su interés por los conflictos sociales y, en
particular, por los que atañen a las mujeres, como el matrimonio y la
maternidad.
En su última
novela, Las sillitas rojas (2015),
publicada casi sesenta años después de su ópera prima, Edna O’Brien recupera muchos
de sus temas predilectos, con la novedad de situarlos en una época más
reciente, en la que se plantea una nueva realidad social: la inmigración en los países del primer mundo. La protagonista,
como la autora en su momento, abandona su Irlanda natal para instalarse en
Londres. Sin embargo, ella no es la única que comienza de cero: a lo largo de
la historia aparecen muchos personajes, de nacionalidades diversas, que se han
marchado de su tierra, por opresión, por pobreza, por la guerra, por
necesidad de reinventarse. La palabra «hogar» tiene mucha importancia en el libro, aunque no en su
sentido habitual: los personajes se ven solos en un lugar que les resulta
ajeno, por no decir hostil, y su crecimiento personal pasa por aprender a dar
otro significado a este término, a construir lazos inesperados con gente que no
comparte su ADN. Hay mucha miseria, mucha soledad, mucha rabia, pero Edna
O’Brien se las ingenia para poner un poco de esperanza en su camino («Resulta
increíble la cantidad de palabras que existen para “hogar”, y la música brutal
que pueden llegar a desencadenar», p. 347).
El
punto de partida es la llegada de un
forastero a la aldea irlandesa de Cloonoila, una localidad tranquila donde
todos se conocen y nunca ocurre nada extraordinario, hasta que llega él:
Vladimir Dragan, un hombre de mediana edad, carismático y seductor, que escribe
poesía y se atreve a montar un consultorio de medicina alternativa en un lugar
tan tradicional («pretende hacer de Cloonoila su hogar. Percibe en ese lugar la
inocencia primigenia que casi todos los rincones del mundo ya perdieron», p. 42).
Los primeros capítulos, como una cámara que va desplazando el objetivo,
muestran a Vlad con varios vecinos, integrándose en la comunidad. Escenas
costumbristas de esas que Edna O’Brien domina a la perfección, que esta vez
mezclan a los habitantes de toda la vida
(el párroco, la monja, la viuda, los clientes del bar) con los inmigrantes que
llegaron en los últimos años. La autora recalca los contrastes entre ellos con
los nombres propios (de origen gaélico para los irlandeses, extranjeros para los
foráneos) y el habla (a propósito, Regina López Muñoz hace un trabajo excelente
para adaptar el lenguaje de los personajes que no dominan el inglés). La
mayoría de inmigrantes son trabajadores humildes que conforman su propia
comunidad, un tanto al margen de la población autóctona. Vlad, al estar bien
posicionado, desde el principio destaca en Cloonoila.
Pronto
el forastero se gana las simpatías de las lugareñas, sobre todo de Fidelma
McBride, una Emma Bovary contemporánea:
Fidelma, que ronda los cuarenta y no tiene hijos, está infelizmente casada con
un hombre mayor que ella. El matrimonio ha perdido su chispa y ella dedica su
tiempo al club de lectura del pueblo. En apariencia, Fidelma es una mujer
modélica según los valores de la comunidad: una esposa abnegada, una vecina participativa,
una amiga fiel. Sin embargo, es también una persona idealista y soñadora, que
desde jovencita tuvo inquietudes literarias (una especie de versión adulta de
la Kate de Las chicas de campo). En
el fondo, se siente frustrada con su vida actual; como en Chicas felizmente casadas, la autora critica la insatisfacción de
la mujer casada, una mujer que ve cómo los años pasan, las oportunidades de la juventud
se agotan y ella sigue ligada a un vínculo conyugal monótono y asfixiante.
Conocer a Vlad marca un antes y un después para Fidelma: su relación tiene
reminiscencias de Eneas y Dido, el hombre recién llegado de la guerra que
conoce a una mujer madura, un amor furtivo e intenso. Pero ¿quién es Vlad?
La
narración en tercera persona resulta crucial para mantener el misterio en torno
a Vlad, que también es un desconocido para el lector, si bien la nota
introductoria da una pista importante sobre su procedencia: el título alude al
homenaje que se rindió en 2012 a las víctimas de la guerra de Bosnia, cuando se
colocaron 11.541 sillas rojas en las calles de Sarajevo. Entre ellas, 643
sillitas, en recuerdo de los niños asesinados. El horror de la guerra está latente en este
relato de costumbres. Vlad estuvo ahí, pero ¿fue un héroe o un villano? Las
abundantes referencias literarias, citadas en los momentos oportunos, dan más pistas: la Biblia, Homero, Virgilio,
la mitología irlandesa, Shakespeare, Goethe, Joseph Conrad, entre otros. La curiosidad envuelve tanto a los personajes
como al lector, y esta intriga anima a seguir leyendo, aunque no es el único
recurso de la autora para mantener el interés. Edna O’Brien construye dos
protagonistas redondos, fascinantes, que además tienen algo en común (y no es
su relación): sus trayectorias vitales están marcadas por un momento de
ruptura, de abandono del hogar. Para Vlad, eso forma parte del pasado; para
Fidelma, llegará en el futuro. Si en la primera parte Vlad desencadena la
acción en Cloonoila, en la segunda será la propia Fidelma quien tome las
riendas de su vida y emprenda un viaje.
La
segunda parte se desarrolla en Londres, en su faceta de ciudad multicultural y
multiétnica, como la que retrata Chimamanda Ngozi Adichie (Enugu, Nigeria,
1977) en Americanah (2013) —un
inciso: que Edna O’Brien, a sus ochenta y cinco años, escriba sobre un tema tan
actual, que afecta a generaciones más jóvenes que ella, cuando podría limitarse
a seguir en su zona de confort, dice mucho de su compromiso y la
engrandece todavía más como escritora—. En Cloonoila, Fidelma formaba parte de
la población autóctona, pero las circunstancias han dado un giro: ahora ella se
ha convertido en inmigrante. Todos podemos convertirnos en «el otro», parece
expresar Edna O’Brien en este poderoso ejercicio de empatía. Mientras que, en
Cloonoila, los inmigrantes trabajadores eran personajes secundarios, en Londres
son el pan de cada día para Fidelma. Las
sillitas rojas narra la redefinición
de identidad de una mujer que ya no es joven y debe reinventarse a sí misma
en un ambiente de pobreza y desolación, donde son muchos los que necesitan otra
oportunidad.
Aunque
Fidelma está en el centro, hay una voluntad de
representar múltiples voces, casi
como un reportaje: reuniones en las que cada inmigrante cuenta su historia, una historia cruda, devastadora («En guerra no sé quién mi hermano. En guerra no sé
quién mi amigo. Guerra hace salvaje todo el mundo. Nadie sabe qué oculta el
corazón de cada uno de nosotros cuando todo nos lo quitan», p. 72). Proceden de
África, Sudamérica, Europa del Este… Un trabajo de documentación encomiable. La
rígida moral de la aldea contrasta con la amplitud de miras de la
ciudad, donde los personajes no juzgan ni se escandalizan ante las experiencias
ajenas porque, aun con sus diferencias, todos comparten el hecho de haber
empezado de cero en otro país (algunos, con dificultades añadidas por
el desconocimiento del idioma o la discriminación por su color de piel; Fidelma,
a su lado, es una privilegiada). Edna O’Brien habla de solidaridad,
compañerismo, entendimiento entre culturas y religiones. También
habla, porque no todo es bonito, de las envidias, las rivalidades en un
ambiente tenso donde las ventajas escasean. Y, por supuesto, habla del miedo,
el omnipresente miedo, porque la vulnerabilidad se hace más palpable cuando el
personaje se aleja de su hábitat, de sus amigos y familiares. Pese a todo, el
final es esperanzador.
Edna O'Brien |
Con
respecto a sus primeras obras, Las sillitas
rojas encarna la plenitud de una escritora que ha enriquecido su universo
literario sin dejar de ser coherente consigo misma: además de construir un
planteamiento más rico y ambicioso —más frentes abiertos, más personajes
relevantes, más conflictos personales y sociales, todo ello perfectamente
engarzado—, que desarrolla con un pulso impecable, su estilo se ha robustecido.
Sigue utilizando un registro ameno y fluido, con diálogo, pero es mucho más
minuciosa, sutil, poética e inteligente. Erudita, también, porque, si bien es
una contadora de historias nata, salpica la peripecia con
referencias literarias bien encontradas, guiños que la engrandecen sin hacer
ruido. Convence tanto en la trama como en el mensaje, de rabiosa actualidad, y sus protagonistas resultan
memorables. Edna O’Brien, en definitiva, tiene la capacidad de aunar la ternura
y el horror, el sosiego y la turbación, la delicadeza y la brutalidad. Lo hizo
en Las chicas de campo, y lo vuelve a
hacer a lo grande en Las sillitas rojas,
una novela tan encantadora como implacable, que revela (y perdón por el tópico)
lo mejor y lo peor del ser humano. La
cúspide de una carrera brillante.
Fragmento
inicial en cursiva de la página 106.
Aunque a mí no me ha gustado nada Las sillitas rojas me ha encantado leer tu reseña. A veces me quedo con la sensación de haber leído un libro distinto a los demás, pero después de leerte a ti veo que hemos leído exactamente la misma historia solo que a ti te ha gustado mucho y a mi no. No descarto leer las novelas anteriores de la autora porque a pesar de sentirme defraudada con esta última, esa trilogía de las chicas me resulta atractiva.
ResponderEliminarUn beso
Entiendo esa sensación. Siempre digo que las reseñas, o las opiniones, dicen más de cómo somos nosotros como lectores que de cómo es el libro de forma "objetiva". Nadie lee nunca igual que otro, influyen las experiencias, las lecturas previas... Me alegra que, pese a no compartir mi entusiasmo, hayas reconocido la lectura en mi comentario.
EliminarNo termina de convencerme. He leído opiniones tan dispares que no sé si al final a mí me gustaría. Un beso ;)
ResponderEliminarEs una lástima que Edna O'Brien genere opiniones tan dispares en España. Cuando se publicó "Las chicas de campo", hace tres años, ocurrió lo mismo. Yo la considero ya una de mis escritoras preferidas.
EliminarHola! No conocía el libro y me gustado tu reseña, me llama mucho este género así que está apuntadísimo.
ResponderEliminarUn beso.
Me alegra que te haya llamado la atención. Espero que disfrutes de la lectura.
EliminarAy! Qué ganas de leer a Edna O'Brien! Tenía bastante claro que iba a empezar por su trilogía, pero tu reseña me hace dudar. No me esperaba que tratara un tema tan de actualidad.
ResponderEliminarDe cualquier manera, creo que es una autora que me va a gustar, empiece por donde empiece.
Por cierto, ya he terminado el tercer libro de la serie de Ferrante, que me ha dejado con el corazón en un puño. Me da pena empezar el último...:)
Ay, es que el final del tercer libro es tremendo. Me dio un subidón de adrenalina. El cuarto no te va a decepcionar, aunque, sí, luego da mucha pena que no quede más :(.
EliminarSobre Edna O'Brien, cualquier opción es buena para conocerla. A nivel literario, "Las sillitas rojas" está mucho mejor. "Las chicas de campo" es más sencilla, pero tiene su encanto, y se nota una evolución a lo largo de la trilogía, sobre todo en la tercera parte, que es un poco diferente.
Hola ¿Cuál es ese cuarto libro? Pensaba que solo había tres.
EliminarMe refería a la saga de Elena Ferrante. La trilogía "Las chicas de campo" de Edna O'Brien son tres libros, en efecto.
EliminarLo entendí mal entonces. Gracias :)
EliminarPues me descolocan tus impresiones porque había leído otra reseña menos entusiasta, creo que si me acerco a la autora será por sus comienzos, así que tomo nota de los que señalas al principio, pero esta de momento la dejo pasar!
ResponderEliminarUn beso
Si las primeras te gustan, anímate también con esta. A veces, que un autor nos guste es sobre todo una cuestión de piel, de "conectar" o no con su forma de concebir el hecho literario, y no tanto de elegir una novela u otra. Yo, al menos, suelo disfrutar con las novelas "menos buenas" de mis escritores predilectos (no es el caso de "Las sillitas rojas", que me parece muy buena).
EliminarMe interesa esta novela: la guerra de Bosnia, la inmigración, la multiculturalidad, Irlanda... Son temas que me gustan. Pero, ay, también me interesaba el tema de "Las chicas de campo" y luego resultó ser una decepción absoluta; me pareció un libro muy mediocre. Así que no sé si animarme a leer este libro o no.
ResponderEliminarReseña estupenda, por supuesto :)
No sé qué decirte. "Las sillitas rojas" es una novela mucho más elaborada en todos los sentidos, pero si "Las chicas..." te decepcionó tanto, no me atrevo a decirte que este te va a gustar. En la web de la editorial están las primeras páginas, por si les quieres echar un vistazo.
EliminarPues no conocía este libro pero me dejas con muchas ganas. Y a ver si me estreno de una vez con esta autora, que ya es hora.
ResponderEliminarBesotes!!!
Es un libro precioso. En todo momento tuve ganas de continuar leyendo...
EliminarLas chicas de campo no me acabó de gustar del todo, pero con esta autora siento que tengo una asignatura pendiente y pienso que si vuelvo a leerla en otro momento de mi vida diferente al de "las chicas.." puede convertirse en una autora que me guste mucho. La reseña de esta novela es interesantísima, me la apunto
ResponderEliminarPues quizá "Las sillitas rojas" puede ser esa oportunidad, al ser un registro un poco diferente a "Las chicas de campo". Ojalá acabes siendo fiel de Edna O'Brien :).
EliminarPues... estoy leyendo "Las chicas del campo" después de haber terminado "Las sillitas rojas", que siguió a "Chicas felizmente casadas"... o sea, que estoy en vena O'Neal ;).
ResponderEliminarMuy distinto "Las sillitas..." a la trilogía de las chicas, pero atrayente al fin y al cabo, por el arte de la escritora.