Edición:
Seix Barral, 2013 (trad. Carlos Gumpert)
Páginas:
112
ISBN:
9788432214790
Precio:
14,50 € (e-book: 5,99 € / bolsillo: 6,95 €)
Leído
en la edición en catalán de Bromera, 2013 (trad. Albert Pejó).
El crimen del soldado
(2012) es quizá una de las mejores novelas del prolífico escritor italiano Erri De Luca (Nápoles, 1950), y digo quizá no porque lo dude, sino porque ha
publicado tanto y tan bueno que resulta difícil seleccionar unos pocos títulos
de entre sus más de cuarenta publicaciones. Por si eso no bastara, Erri De
Luca es uno de esos escritores que inspiran tanto por su obra, un género en sí mismo, como por su
personalidad. No es el típico autor con una formación en letras, intelectual de
salón, sino que empezó a curtirse desde abajo: durante su juventud desempeñó
diversos empleos no cualificados y fue integrante del movimiento de extrema
izquierda Lotta Continua. De formación autodidacta, aprendió idiomas como el
hebreo y el yiddish, además de estudiar en profundidad la Biblia, de la que ha
traducido algunos textos. No publicó hasta 1989, con casi cuarenta años. Ha
recibido premios como el Prix Fémina Étranger, y también se ha visto envuelto
en polémicas por su descarnado compromiso político, como explica en el panfleto
La palabra contraria (2015).
Él
mismo reconoce que sus libros, siempre cortos y poéticos, tienen carácter
autobiográfico, porque inventar le parece «un abuso de confianza». En función
del tema, su bibliografía puede dividirse en dos bloques: por un lado, la
evocación de su infancia, en la Nápoles de posguerra, en obras como Tú, mío (1998) o El día antes de la felicidad (2009); y, por el otro, las novelas
narradas desde la voz de un escritor maduro que reflexiona sobre la creación
literaria mientras narra la historia, real o imaginada, de un personaje que se
ha cruzado en su camino, como es el caso de Historia de Irene (2013) o el libro que me ocupa hoy. También hay obras más
singulares, que escapan a esta clasificación, como El peso de la mariposa (2009), una fábula sobre el ser humano y los
animales, y creaciones de inspiración bíblica, como En el nombre de la madre (2006). La naturaleza, y en particular el
mar, suele estar muy presente en todo lo que escribe, abundan los personajes
que trabajan con sus propias manos como jardineros o pescadores. Es un autor que huye
de lo superfluo; sus novelas muestran una
suerte de parquedad, estilística y temática, que defiende un retorno a los
valores esenciales.
De mi infancia recuerdo libros y ningún juguete. Seguro que los había, pero se perdieron. Soldaditos, trenecitos, animales, casas. Los juegos son miniaturas del mundo, útiles para un niño para sentirse gigante. Ayudan a crecer soportando la inferioridad.Jugué poco, prefería leer. Dentro de los libros no me era posible imaginarme mayor. Las historias eran inmensas; mi lectura, en comparación, pequeña. Muchas cosas ni siquiera las entendía. Los libros me confirmaban mi talla minúscula. Pero algo en mi interior se hacía grande.
El crimen del soldado
tiene dos partes, correspondientes a dos voces: primero, el escritor napolitano;
después, una misteriosa mujer. El escritor, alter
ego del autor, está preparando una traducción del yiddish y rememora cómo
surgió su interés por esta lengua: la historia del pueblo judío después de la
Segunda Guerra Mundial, la cantidad de parlantes que se perdieron por el
genocidio nazi. Mientras pone en situación al lector, hace digresiones sobre la
lengua, la literatura, la traducción y la historia (el tipo de fragmentos que
uno subraya). La inventiva de Erri De Luca sobresale en su habilidad para envolver
una historia escueta con un imaginario rico, un imaginario que reinventa en
cada libro a pesar de repetir asuntos, de hablar siempre de sí mismo, y que
aquí está conformado por el yiddish y su vínculo con la barbarie nazi. El
argumento gira alrededor del encuentro entre el escritor y la mujer desconocida
en una fonda. Bueno, no exactamente un encuentro: se sientan en mesas diferentes,
pero cruzan la mirada. Ella no está sola: la acompaña su padre, un viejo criminal de guerra.
El yiddish se parece a mi napolitano. Las dos son lenguas de multitudes en espacios estrechos. Y por eso son rápidas, de palabras incompletas, capaces de abrirse paso entre los gritos. Tienen la misma cantidad de pedigüeños y de supersticiones. Son expertas en miserias, emigraciones y teatros. Usan proverbios parecidos y burlones: «Es mejor aprender a hacer de barbero en la cara de los otros».
A
raíz de ese encuentro casual, la
narración pasa a manos de ella, una mujer vienesa de unos cuarenta años («Para mí, escribir es como ponerme zapatos con tacón
de aguja. Voy poco a poco, me balanceo y me canso enseguida. Sé que me
interrumpiré a menudo», p. 33). No conoce el genocidio por la
literatura, como el escritor, sino porque su padre estuvo involucrado en él. Este
descubrimiento, que se produjo cuando ya era una adulta, ha marcado su vida. Padre
e hija tienen una relación complicada, llena de silencios y contrastes entre
ambos: él calla, ella se muestra, pero a la vez se encierra por dentro. Se ha
guardado muchas cosas para sí, cosas que ahora pone por escrito («Me habían visto desnuda, pero no conocían mi voz.
Quería conservar algo escondido», p. 50). La mujer relata asimismo
las obsesiones de su padre, el modo en el que ha vivido bajo otra identidad. En
la fonda, los dos reparan en el escritor, aunque por motivos diferentes. El
padre se pone nervioso al contemplar los papeles en yiddish desperdigados por
la mesa; ella, en cambio, recuerda al joven que le enseñó a nadar en sus
veraneos en la costa italiana. El escritor, por su parte, ve en ella a una
mujer que le parece interesante, una mujer a quien le gustaría conocer. Y es
que mirar a un desconocido puede suscitar tantas ensoñaciones, tantos recuerdos…
Erri De Luca |
Ese
cruce de miradas desencadena una acción que culmina en un final sorprendente. El
autor entrecruza de forma brillante y simbólica los hilos de dos personajes que
en apariencia no tienen nada en común (y sin caer en el sentimentalismo,
por mucho que parezca apuntar a ello). Lo hace como él sabe, con su prosa de palabras justas, lírica, precisa, límpida, con las emociones contenidas, entrelazando el pasado (ese trasfondo de la
Segunda Guerra Mundial y los veraneos en Nápoles) con el presente de manera
magistral. Es una novela breve, sí, de las más breves de Erri De Luca (y ya es
decir), pero contiene un universo entero que aúna literatura, historia,
justicia poética y vida, mucha vida. Con un planteamiento a priori sencillo, se
las arregla para construir un relato de
múltiples capas que atrapa al lector y no lo suelta hasta el desenlace, un
desenlace redondo que deja su poso. Erri De Luca es un maestro de las
distancias cortas, y en El crimen del
soldado lo demuestra una vez más.
Citas
en cursiva (traducciones mías del catalán) de las páginas 13 y 8.
No hay comentarios :
Publicar un comentario