31 mayo 2013

¿Cubiertas modernas o atentados contra la literatura?

Esto que veis aquí es la cubierta de una edición francesa de El baile, una de las obras más conocidas de Irène Némirovsky. Para los que no conozcáis a la autora, os cuento que vivió durante la primera mitad del siglo XX y escribió libros de corte realista e intimista, incisivos y con un gran retrato psicológico de los personajes, a pesar de que esta cubierta más bien invite a pensar que es una escritora de chick-lit dispuesta a emular a Sophie Kinsella y su Loca por las compras prepara su boda.

Los editores no son idiotas: han escogido este tipo de imagen para atraer a otro tipo de lector, más joven y ávido de historias entretenidas, un lector que no se fijaría en el aire antiguo que tienen la mayor parte de las portadas de los libros de esta autora. Hasta ahí, todo bien: entiendo que el diseño de los libros a veces necesita renovarse para resultar atractivo a las nuevas generaciones, como ha ocurrido en los últimos años con las colecciones de Enid Blyton

Sin embargo, ¿de verdad era necesario utilizar esos tonos estridentes, ese rosa Barbie, esa imagen propia de una novela de chick-lit? Y lo peor: en el libro no se narra ninguna escena en la que le tomen las medidas del vestido a una chica joven; en realidad, el "baile" no deja de ser una excusa para desarrollar otros temas. Una cosa es modernizar una imagen y otra disfrazar la obra de lo que no es. Esto último es doblemente perjudicial: por un lado, comete un crimen contra la esencia del libro (y esto no nos gusta nada a los seguidores de la autora); por el otro, engaña a los compradores que pretende captar. ¿Realmente compensa? Quizá se vende más -porque la literatura juvenil y el género chick-lit tienen un público más amplio que el de los lectores de clásicos rescatados, de eso no hay duda-, pero transmite una idea equivocada y, a la vez, se aleja de los lectores que de verdad pueden disfrutarlo, porque al verlo en la librería sin saber nada de la autora jamás sospecharían que este libro se escribió en los años veinte.

A mi parecer, esta cubierta es un claro ejemplo de un error editorial, puesto que estoy convencida de que se podría haber hecho atractiva y moderna sin recurrir a la estética propia del chick-lit. Los libros de Enid Blyton que citaba antes son un caso muy diferente, porque siempre se han considerado obras dirigidas al público infantil y lo que se ha cambiado es el diseño de los personajes; no se han disfrazado de otro género. Los más nostálgicos echan de menos a los originales, pero no puedo decir que lo considere un atentado contra los libros.

Seguro que todos recordamos los clásicos que se reeditaron con cubiertas que imitaban las de la saga Crepúsculo (y no solo la imagen, sino también la redacción de la sinopsis) durante el boom de los vampiros. Esto plantea, una vez más, el eterno dilema: ¿merece la pena utilizar cubiertas que no se adecúan al contenido para vender más atraer cierto tipo de libros a los jóvenes? Para responder, necesitaría saber qué han pensado las personas que compraron Orgullo y prejuicio o Cumbres borrascosas atraídas por su nuevo look, pero de entrada me inclino por el "no todo vale". Modernizar, sí; disfrazar aprovechando modas, no.

¿Qué opináis vosotros de todo esto?

29 mayo 2013

El árbol rojo - Shaun Tan



Edición: Barbara Fiore Editora, 2006
Páginas: 32
ISBN: 9788493481117
Precio: 15 €

Las obras de arte más espléndidas suelen estar donde no se las espera, escondidas entre una montaña de libros llamativos que intentan hacerles sombra. Quizá por eso, cuando salen a la luz brillan con tanta intensidad que se nos aparecen como una revelación, un sentimiento que empieza a formar parte de nosotros y que deseamos compartir, contagiar a los demás. Así es como me he sentido al descubrir El árbol rojo (2001), un álbum ilustrado de Shaun Tan (Fremantle, Australia, 1974), un prestigioso ilustrador que ha publicado más de una decena de títulos y ha recibido galardones como el Premio Memorial Astrid Linger 2011 y el Oscar al Mejor Cortometraje Animado 2010 por la adaptación de su obra La cosa perdida. El árbol rojo se considera uno de sus libros más importantes, junto al mencionado álbum La cosa perdida (1999) y la novela gráfica Emigrantes (2006). Él es autor tanto de las ilustraciones como del texto.

Los álbumes ilustrados más populares se componen de un cuento acompañado de dibujos, como la hermosa Blancanieves de Benjamin Lacombe, o hacen un recopilatorio de fragmentos breves sobre un tema concreto, como los maravillosos Besos que fueron y no fueron, de Roger Olmos y David Aceituno. Sin embargo, El árbol rojo no es nada de esto: tiene muy poco texto y se puede definir como un poema ilustrado, porque un poema es lo que resulta al unir todas sus líneas, de gran belleza lírica. Cada página narra un verso, acompañado de la correspondiente imagen que lo ilustra. Las ilustraciones, a su manera, también hacen poesía, una poesía visual rica en detalles y con una gran capacidad expresiva.

Desde mi punto de vista, el tema de El árbol rojo es la tendencia a deprimirse, a ver solo el lado gris de la vida. Tan construye el hilo a partir de la jornada de una muchacha pelirroja, que arranca con la conmovedora frase «A veces el día comienza vacío de esperanzas». Se describe la tristeza que todos hemos experimentado alguna vez, esa sensación de que todo va mal y nunca nos ocurre nada bueno, ese vagar errático por la ciudad con un destino incierto y sin acompañantes que nos reconforten. Pero, al final, llega la esperanza, una esperanza en forma de árbol rojo que nos recuerda que los pequeños milagros cotidianos son posibles. Las palabras están muy bien escogidas; logran decir todo con un gasto de letras mínimo —aquí tengo que destacar el trabajo de los traductores, que en la edición catalana que he leído yo, también de Barbara Fiore, son Carles Andreu y Albert Vitó—.

Las ilustraciones se encuadran en el estilo surrealista: el autor emplea motivos imaginarios para plasmar el desencanto de la protagonista, como si rutina fuera una pesadilla. Predominan los tonos oscuros, vivos e intensos, acorde con la trama. Este aire onírico no resta profundidad al mensaje, sino que lo potencia, porque logra crear imágenes muy evocadoras que actúan como metáforas de la amargura (ya os dije que la poesía no solo se encontraba en el texto). Esta condición le permite, además, presentar una gran variedad de dibujos, desde una aparentemente sencilla escena de la muchacha en su habitación a un espléndido muro pintado con infinidad de colores, pasando por un mensaje en una botella bastante peculiar y una superposición de periódicos para dar forma a una ciudad. Aunque el álbum sea muy breve, os aseguro que estas ilustraciones hacen que merezca la pena.

Por otro lado, me gustaría hacer hincapié en el hecho de que se trata de un álbum ilustrado para adultos. He leído muchas reseñas —incluso en medios profesionales— que se refieren a él como una obra para niños o adolescentes, cosa que me parece un terrible error: teniendo en cuenta la crudeza del tema, no se me ocurriría regalárselo a un niño, porque, incluso aunque lo entendiera, me parece que ni la técnica de las imágenes ni su fondo son los más recomendables para él (y hay mucha oferta donde elegir). Cuando he hablado de álbumes como Abuelas de la A a la Z, de Raquel Díaz Reguera, he dicho que pueden ser aptos para todas las edades, pero en este caso soy más tajante: el público objetivo de esta obra es gente adulta. El problema, para variar, lo tenemos en la falta de sensibilidad que hay en nuestro país para apreciar obras como esta, esa mala costumbre de asociarlas solo a la infancia. Craso error: no hay límite de edad para disfrutar de un buen trabajo de ilustración.

A propósito del tema, el autor comenta en una entrevista que «Los libros ilustrados pueden ser casi un test para comprobar lo cuidadosas que son las personas como lectores». Estoy de acuerdo con él: los álbumes implican un esfuerzo diferente al que requiere la lectura, hay que aprender a mirar, a entender que la imagen no solo es un complemento, sino que también puede expresar muchas emociones. Quien no esté acostumbrado a disfrutar de este tipo de obras tal vez pensará que el álbum es caro para tener una extensión tan breve, pero no hay que cometer el error de juzgar este tipo de composiciones como si fueran una novela: no importa la cantidad, sino la calidad de las imágenes, la capacidad del ilustrador para transmitir a través de los dibujos. Creedme: en Shaun Tan, la excelencia es indudable.

Shaun Tan.
En conclusión, os animo a dejar los prejuicios a un lado y dar una oportunidad a El árbol rojo, un álbum peculiar que plasma perfectamente los sentimientos de tristeza y esperanza. Me parece una opción estupenda para regalar a personas a quienes apreciamos, personas con gusto por el arte que sean capaces de apreciar los matices de una obra tan delicada, bella y, al mismo tiempo, oscura, una obra que consigue hacer poesía visual del desconsuelo, pero que, al final, nos recuerda que no debemos perder la ilusión. Plantemos nuestro árbol rojo.

Mil gracias a Jorge por descubrirme a este ilustrador.

24 mayo 2013

La literatura como reality-show



Advertencia: esto no es un artículo sobre libros en los que aparece un reality-show como parte de la trama, aunque no descarto escribirlo algún día.

De vez en cuando me paro a pensar en los motivos por los que me gusta Gran Hermano (no para justificarme, sino porque soy demasiado reflexiva en general). Para empezar, me fascina poder observar sin disimulo, analizar a los concursantes, hacer cábalas sobre el modo en el que evolucionarán sus relaciones (y sus estrategias, si las hay). Cuando simpatizo con uno, soy capaz de implicarme en sus vivencias: me alegro cuando le va bien, me enfado el día que lo expulsan. Las galas son unos estupendos cócteles de acción con los que me divierto mucho, mientras el resto de la semana me entretengo leyendo en silencio los comentarios de otros espectadores.

En realidad, estas razones no son tan diferentes de las que utilizaría para explicar por qué he disfrutado de una novela que destaca por su trama (es decir, literatura de entretenimiento, en oposición a aquella que sobresale por el uso magistral del lenguaje), puesto que en sus páginas también busco personajes con carisma, tramas interesantes y momentos álgidos comparables a la tensión que se respira durante una gala. En una palabra: ficción (con la diferencia importante de que la casa Gran Hermano no es ficción, aunque los guiones que preparan para mostrárnosla se le aproximan bastante). Quizá debería llamarlo arte, un arte distinto al que se necesita para pintar un cuadro, pero arte al fin y al cabo.

Los reality-shows suelen ser muy criticados por cierto sector de lectores, pero en realidad yo veo mucho en común entre ellos y la literatura para pasar el rato (que, no nos engañemos, es la más leída):
  • Tienen unos protagonistas (concursantes/personajes) que pueden gustar o no gustar, pueden generar oleadas de fanes, pueden resultar aburridos, pueden ser (y son, casi siempre) fáciles de olvidar.
  • Las relaciones entre ellos conforman tramas. Románticas, bélicas, amistosas; las hay para todos los gustos. A veces son tan monótonas que el genio (programa/escritor) debe introducir un revulsivo (giro argumental) para volver a captar el interés, aunque no siempre lo consigue (véase la edición actual de Gran Hermano).
  • El público (espectadores/lectores) se engancha: necesita saber qué ocurrirá, la trama le crea adicción. El día que termina, se entristece porque echará de menos a sus protagonistas. O, por el contrario, le ha resultado una edición/novela tan aburrida que no le cuesta nada dejarla sin acabar.
  • Generan polémica por alimentar a las masas con productos de escasa calidad, en lugar de ofrecerles algo que avive su intelecto. Aun así, siempre tendrá mejor reputación un Dan Brown o una Stephenie Meyer que Gran Hermano o Supervivientes en sus tiempos gloriosos (ya sabéis: leer nos hace sabios y todo ese blablablá).
  • No todos (reality-shows/libros de entretenimiento) son iguales: la marca (programa/autor) puede hacer que el producto atraiga más o menos. ¡Que se lo digan a Antena 3! Y a las editoriales que intentan vendernos los sucedáneos de E. L. James o «el nuevo escritor X» que corresponda.
  • Ninguno está exento de los métodos de dudoso gusto para promocionarlo: los reality-shows juegan con los cebos y cambian las reglas en función de lo que les convenga; las editoriales aumentan las expectativas sobre algunos libros y les ponen cubiertas bonitas que no siempre encajan con el contenido para llamar más la atención.
  • El público decide, o esa es la idea: en el concurso, se encarga de votar para expulsar; en los libros, las preferencias que se manifiestan en las ventas son útiles para que las grandes editoriales sigan apostando por ciertos géneros. Aun así, tanto en lo uno como en lo otro el consumidor tiene la sensación de estar mangoneado, no sin parte de razón.
  • En los últimos tiempos, las redes sociales han ganado un gran protagonismo tanto en el ámbito de los libros como en la forma de disfrutar de la televisión. En el primer caso, me alegro (obviamente); en el segundo, no tanto, porque alimentan los movimientos de fanes, que no me gustan nada.

Sé que esta entrada les parecerá boba a muchos y que probablemente más de uno me recordará que, buenos o malos, al menos los libros son cultura. Sin embargo, la cultura puede englobar muchos ámbitos, entre ellos el entretenimiento, por mucho que algunos se empeñen en considerar únicamente la alta cultura digna de este calificativo. También reconozco que, a pesar de mi intento por enlazarlos, hay una diferencia fundamental entre los libros y los reality-shows, la misma que entre los libros y el cine: la lectura, una actividad que, incluso para las novelas más llanas, requiere más implicación por parte del lector que la que se necesita para poner las posaderas en el sofá mientras se mira la pantalla. Por no hablar de las ventajas que tiene el hecho de leer para la propia escritura (aunque aquí se puede decir que consumir muchos programas/series hace que se entienda más de esos temas; cada actividad te acerca más a ser un pequeño especialista en ella).

En fin, con este texto no he querido más que intentar acercar dos mundos que a veces parecen irreconciliables, pero que, en mi opinión, al analizar lo que aportan a su consumidor se puede comprobar que tienen mucho más en común de lo que se intuye a simple vista (según mi manera de disfrutar de ambos, claro. Si le preguntáis a un fan de Gran Hermano que deteste la lectura, con total seguridad su lista de parecidos se reducirá a la nada). Lo hago, como siempre, por aquello del respeto y del derecho a existir.

22 mayo 2013

El baile - Irène Némirovsky



Edición: Salamandra, 2006 (publicado por primera vez en 1930)
Páginas: 96
ISBN: 9788498380231
Precio: 11 € (e-book: 5,99 €)

El baile (1930) es la cuarta novela que Irène Némirovsky (Kiev, 1903 – Auschwitz, 1942) publicó en vida, apenas un año después de David Golder (1929), la obra que le dio la fama en Francia cuando solo tenía veintiséis años. Tras el redescubrimiento de la autora en 2004 con Suite francesa, el libro que sus hijas guardaron en una maleta cuando ella fue deportada al campo de concentración de Auschwitz, las editoriales han seguido recuperando los textos de esta gran escritora, de la que me declaro una seguidora incondicional. Némirovsky me parece una narradora intimista, concisa, elegante e intensa, capaz de plasmar con pulcritud los vericuetos de las vidas de sus personajes, que siempre se mueven por ambientes que ella conoció bien.

Como la mayoría de sus obras, El baile es una nouvelle, ese género a caballo entre la novela y el relato largo que solo tiene un nombre propio en francés. Narra en tercera persona —como siempre en Némirovsky— un episodio acontecido en una familia de nuevos ricos, los Kampf: la señora está entusiasmada preparando un baile, el primer baile que organizará en casa y que le permitirá empezar a crear vínculos en sociedad. Su hija Antoinette, de catorce años, le pregunta si podrá asistir, pero ella no está dispuesta a que nadie le robe el protagonismo en una noche tan importante. Sin embargo, no cuenta con que la venganza de Antoinette será terrible…

Desde mi punto de vista, El baile trata dos grandes temas: por un lado, los sueños de amor de la adolescencia, las ansias por crecer deprisa, que se materializan en Antoinette; por el otro, la personalidad del nuevo rico y su preocupación por las apariencias, personificada en el señor y la señora Kampf. Ella, además, es la imagen de la madre narcisista, esa mujer preocupada en exceso por su aspecto que menosprecia a su propia hija, un perfil inspirado en la propia progenitora de Némirovsky y que la autora repite, de forma más desarrollada, en El vino de la soledad y Jezabel. Todos estos asuntos desembocan en la cuestión estrella del relato: la venganza juvenil, cruel, irreflexiva, sutil, narrada de una forma que me recordó a una obra posterior: Buenos días, tristeza (1954), de Françoise Sagan.

El estilo de Némirovsky es, como siempre, impecable: tiene una escritura exquisita, concisa y viva, cuidada tanto en los diálogos como en la narración. El argumento se desarrolla de forma coherente, no se entretiene en subtramas y, en general, no le falta ni le sobra nada: es un texto breve que consigue transmitir con elegancia todos los pesares de los personajes que aparecen en él. Y, sin duda, tiene la pasión habitual en los protagonistas de Némirovsky, porque solo la pasión puede arrastrar a Antoinette a cometer ese acto. El desenlace se descubre como una revelación de que incluso el gesto más insignificante puede llegar a hacer mucho daño, como un efecto mariposa.

No obstante, a pesar de sus cualidades, después de haber leído libros posteriores de la autora, tengo que reconocer que El baile resulta mucho más sencillo, tanto por el planteamiento de la trama (mucho menos ambicioso) como por el nivel de escritura (menos profundo, menos rico en matices). Esta nouvelle ha ganado cierta popularidad entre los lectores porque se reeditó justo después del éxito de Suite francesa, pero la considero inferior a, por ejemplo, Los perros y los lobos, la última novela que Némirovsky publicó en vida. Con esto no quiero decir que El baile sea un mal libro, sino que, simplemente, no es lo mejor de esta escritora y en su obra posterior se aprecia una mayor madurez literaria. En cualquier caso, resulta interesante leerlo para analizar su evolución y puede ser una buena opción para descubrirla por primera vez por su facilidad de lectura.
Irène Némirovsky.

En definitiva, El baile me parece una novela que dice mucho con muy poco y que sin duda rebosa la «esencia Némirovsky» en todas sus páginas. No es lo mejor de la autora, pero está bien y proporciona un rato de lectura agradable. La recomiendo a todos los amantes de las lecturas breves e intensas y, a los que ya la habéis leído y os gustó, os animo a seguir indagando en el universo Némirovsky porque os aseguro que el resto de su obra no tiene desperdicio.

20 mayo 2013

¿Qué os gustaría preguntar a los lectores?

Como sabéis, en el blog planteo encuestas sobre temas relacionados con los libros (no estarán relacionadas con la política, claro): llevo más de dos años haciéndolas y me parecen interesantes porque de los resultados en ocasiones se pueden hacer reflexiones bastante jugosas. Esta vez quiero pediros vuestra colaboración para prepararlas: ¿qué preguntas os gustaría que hiciera? Tened en cuenta la lista de encuestas que ya se han hecho, que son más de treinta. Estoy segura de que entre todos encontraremos buenas ideas. ¡Gracias por adelantado por vuestras aportaciones!

17 mayo 2013

Bloguear, deporte de alto riesgo

Los lectores me ven como un alma cándida que hace un gran trabajo para difundir la lectura. Las editoriales y los escritores, como un escaparate para publicitar sus novedades. Bueno, no voy a ser tan mala: quiero creer que algunos me ven como una lectora, no (solo) como un pequeño escalón de sus campañas de promoción. Los otros blogueros me ven como una compañera, o como una página en la que les gustaría ser enlazados desesperadamente para aumentar su tráfico de visitas. La perspectiva de mi faceta como bloguera que tienen mis amigos y familiares se resume en "Ah, sí, eso de los libros".

Pero ¿cómo vivo yo esta actividad? En el fondo, mis sensaciones no son tan diferentes de las que suelen explicar los autores que han publicado un libro. Por un lado, la parte bonita, la que me llena: escribir. En segundo lugar, la interacción con los lectores, que también suele ser muy gratificante, aunque a veces provoca algún que otro quebradero de cabeza: responder comentarios en el blog; responder comentarios en las redes; responder correos electrónicos; responder (y con amabilidad) correos que me preguntan cosas que he respondido mil veces en el blog; responder (y con amabilidad) correos que me dicen que les sorprende que una gran lectora como yo no haya leído el éxito de los éxitos (es decir, Cincuenta sombras de Grey, esa novela que va tanto con mis gustos); dialogar al mismo tiempo (y con amabilidad) con lectores quinceañeros que dicen que Cien años de soledad es malo porque les aburre y con culturetas que se sorprenden de que me haya gustado El tiempo entre costuras (y si llegan a sorprenderse, ya es algo. Lo habitual es que directamente me pongan la etiqueta de lectora-que-no-tiene-ni-idea-de-literatura. Paciencia).

Eso me sorprende mucho, lo diferente que puede llegar a ser la gente que me lee. Por un lado es maravilloso, porque demuestra que lo que escribo gusta a personas distintas y, además, la variedad de perfiles hace que las aportaciones de los debates sean más ricas e interesantes. Ser bloguera tiene un punto de malabarista, porque tengo que hacer juegos malabares para sostener todas las piezas. Sin embargo, a veces se me cae alguna al suelo, y es que tengo que reconocer que me crispa tener que intercambiar impresiones con gente que tiene una concepción de la literatura tan diferente a la mía. Ya no hablo únicamente de gustos, que los puedo comprender, sino de cuestiones como la autopublicación. Lo siento, pero nunca podré entenderme con gente que no valora el trabajo de una editorial y habla de los editores como de unos aprovechados que son innecesarios en el proceso. Yo aspiro a trabajar en ese mundo, así que nos movemos en polos opuestos.

Volviendo a esa lista de cosas que implica ser bloguera, también tengo mi faceta de barrendera: borrar mensajes de editoriales que parece que piensan que los blogueros somos tontos (sería más fácil un simple "Estamos promocionando este libro. ¿Te interesa leerlo?" que todos los rodeos que llegan a dar algunas para camelarnos); borrar correos de escribidores que me piden que lea su libro; borrar los correos que esos mismos escribidores me envían para recriminarme que no les haya respondido; bloquear a todos los que utilizan mis redes sociales para enlazar sus novelas, blogs o lo que sea. Qué bien me vendría un matamoscas, oigan.

Finalmente, queda lo que podríamos considerar el trabajo técnico (que no es poco): buscar fotografías relacionadas con el tema del artículo (con las consiguientes sorpresas desagradables que encuentra Google) y redimensionarlas; programar las entradas y pelearme con Blogger porque no coloca las imágenes donde quiero; actualizar casi a diario los índices de reseñas y reflexiones para que estén al día; lanzar preguntas en Facebook y Twitter para que las redes estén un poco animadas; anunciar lo que he publicado (con cuidado de no hacerme pesada)...

Redactora, animadora, malabarista, barrendera... Muchas caras en las que mi reputación está en juego. Si estáis pensando en poner en marcha un blog, meditadlo bien, porque todavía estáis a tiempo de evitar grandes males. Aunque, qué queréis que os diga, esa sensación de hacer malabares, de practicar un deporte de alto riesgo en el que el peligro es la valentía -por no decir la mala educación- de la gente en Internet, también tiene algo de muy estimulante. Quizá porque me gustan los retos, quizá porque me quedo con la parte buena.

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