28 febrero 2014

Los lectores también dicen tonterías

Leer es maravilloso, de acuerdo. Estimula la imaginación, favorece la concentración, permite aprender a analizar lo que nos cuentan y ayuda a mejorar la propia escritura. Nos lleva a otros mundos, nos evade de los problemas diarios y nos transmite sentimientos. Todo eso está muy bien. Sin embargo, parece que a algunos no les basta. Tan encantados están con la lectura, que se dedican a atribuirle nuevos valores. ¿No os lo creéis? Mirad, mirad.

Ahora resulta que leer es como ponerse un conjunto de lencería fina. Ah, no, que lo dicen por el lado intelectual (que en las fotos aparezcan chicas enseñando los muslos y hombres sin camiseta no tiene nada que ver, ¿eh?).

Pero los hay que todavía van más allá con su lógica aplastante:
Lástima que haya tan poca gente que escriba realmente bien.

Los hay que nos atribuyen superpoderes...
¡Que tiemblen los videntes!

No obstante, lo que de verdad les preocupa es la inteligencia:
Claro que sí, cultura. ¿Alguien me deja las Cincuenta sombras de Grey?

Hasta nos lo dicen con gatitos:
Thanks for the info.

Menos mal que algunos nos abren los ojos...
... y nos recuerdan que los lectores que escriben estas frases también saben de postureo.

No faltan los que aprovechan para meterse con las aficiones de otros:
Fuente de la imagen: una red social.

Pero a veces tienen razón... 

24 febrero 2014

Tu nombre después de la lluvia - Victoria Álvarez



Edición: Lumen, 2014
Páginas: 584
ISBN: 9788426400079
Precio: 22,90 € (e-book: 11,99 €)

El paisaje lluvioso de una pequeña localidad irlandesa, evocador de la mitología celta, es el lugar elegido por Victoria Álvarez (Salamanca, 1985) para desarrollar su última novela. Después de recrear el lado más espiritual de la época victoriana en Hojas de dedalera (2011) y de trasladarnos a una tenebrosa Venecia de principios del siglo XX en Las eternas (2012), esta joven historiadora del arte se sigue aproximando a escenarios alejados de nuestra ficción con mucho estilo, elegancia y buen humor. La historia de Tu nombre después de la lluvia comienza en la ciudad de Oxford en 1903, cuando tres amigos encargados de una publicación sobre fenómenos paranormales reciben la carta de una mujer que los insta a viajar a su pueblo para investigar unos extraños sucesos. Los protagonistas, que se llaman Alexander Quills, Lionel Lennox y Oliver Saunders, emprenden una aventura que, al final, les afectará en lo personal mucho más de lo que esperaban.
Quizá la habilidad más destacable de Victoria Álvarez reside en su forma de hilvanar la trama, dosificando la información y asegurándose de mantener la intriga; es una gran arquitecta de historias. En este sentido, se nota una evolución desde sus primeras obras: mientras que Hojas de dedalera pecaba de extenderse demasiado en un romance edulcorado durante algunos capítulos, en Tu nombre después de la lluvia ha logrado un buen equilibrio de amor, misterio y acción, sin pasarse ni quedarse corta en nada. Si Hojas de dedalera y Las eternas empezaban bien, pero en ciertos momentos se estancaban, aquí ocurre lo contrario: va de menos a más, la tensión aumenta a medida que los personajes se involucran en el caso. Se nota que la narración está mucho más depurada: conserva su gusto exquisito por la descripción y los detalles, que invitan a soñar con vestidos espléndidos y atmósferas de ensueño, pero sin excesos; ha ganado agilidad y precisión. Los diálogos funcionan mejor que nunca.
Por otro lado, no se puede hablar de esta novela sin mencionar el brillante trabajo de recreación del periodo. No solo de Irlanda: también hay escenas en Oxford y (mi debilidad) en Egipto. Desde los colleges de la ciudad inglesa hasta las estatuas del patio del castillo irlandés, pasando por la tumba de una princesa egipcia, la autora traslada al lector a unos ambientes de lo más sugestivos (para que luego digan que los escritores españoles solo escriben sobre la guerra civil). Además, el suspense se relaciona con el folclore de la zona, unas creencias de raíces medievales muy arraigadas en la sociedad de la época que se plantean con más sutileza que los temas paranormales de sus libros anteriores. Aunque la trama principal queda cerrada, todo apunta a que la autora seguirá escribiendo historias sobre estos personajes en las que podría utilizar los otros espacios mencionados.
Otro aspecto que sobresale en relación con sus novelas previas es la apuesta por tres protagonistas masculinos en detrimento de la única protagonista de Hojas de dedalera y el dúo chico-chica de Las eternas. Los tres, además, tienen edades y circunstancias diferentes: Alexander, el líder del grupo, perdió hace poco a su esposa y a su hija; Lionel, por su parte, es un aventurero amante del riesgo y de las faldas; y Oliver, el más joven, un chico tímido de origen humilde que pasa las horas encerrado en la residencia de la facultad. Cada uno aporta su granito de arena para hacer de Tu nombre después de la lluvia una novela bastante completa: la madurez de Alexander, el sentido del humor y la pasión de Lionel, la candidez de Oliver. Conforman un trío que se complementa estupendamente, pero no penséis que están solos: también hay mujeres, por supuesto, y alguna muy interesante. Eso sí, no todas tienen buenas intenciones.
Victoria Álvarez
Con Tu nombre después de la lluvia, Victoria Álvarez ha dado un gran paso adelante: muchas trabas de su trabajo anterior se han solventado y demuestra una mayor ambición en la construcción de un entramado más rico. Su novela es de las que animan a seguir pasando páginas, porque tiene un ritmo trepidante y transmite los sentimientos necesarios para conseguir la empatía del lector. La obra denota influencias de los maestros del siglo XIX (Charles Dickens, Wilkie Collins, Oscar Wilde…), a los que se hacen algunos guiños. Creo que cumplirá las expectativas de los seguidores de autoras como Kate Morton y Diane Setterfield, puesto que hay afinidad entre ellas en el uso de emociones fuertes y romances apasionados en un marco del pasado típicamente inglés; aunque, como es lógico, cada autora aporta su propio sello y el de Victoria Álvarez pasa por lo paranormal. Sin duda, su mejor novela hasta la fecha.

21 febrero 2014

Soy una "slow reader"



Un libro es inmutable: siempre ofrece las mismas páginas y los mismos personajes, pero cada lector emerge de él de una forma distinta. Yo leo poco a poco, fijándome en lo que cuenta el autor y en cómo lo cuenta. Trato de averiguar qué ha querido expresar con sus palabras más allá de la trama evidente. Paro durante un par de minutos para pensar en la escena que acabo de leer. Tomo notas. Encajo piezas a partir de lo leído unas páginas atrás. Intento detectar influencias de otros escritores. Nunca utilizo la expresión «Se lee en dos sentadas»; de hecho, es raro que termine un libro en un día o dos. Después de acabarlo, sigo pensando en él, valorándolo en conjunto. Esta es mi forma de leer, de entender la literatura. Soy una slow reader, una especie en extinción.

La palabra slow reading (literalmente, «lectura lenta», tomada de este artículo de Begoña Oro) me define bastante bien. O, mejor dicho, define bastante bien cómo me siento en relación con otros lectores. En la jerga literaria de la blogosfera, expresiones como «Engancha», «Me lo leí en dos días» o «No puedo parar de leer» se entienden como sinónimos de buena novela, y están tan extendidas que casi parece obligatorio referirse al grado de adicción de una obra cuando la comentamos. En parte es comprensible: significa que el lector ha disfrutado mucho de esa lectura y la recomienda. No obstante, creo que el hecho de que un libro «atrape» está sobrevalorado, no solo porque haya grandes novelas de ritmo pausado, sino porque, en el fondo, decir que una historia nos está enganchando no dice absolutamente nada de cómo es. Y lo mismo se puede aplicar al «Me aburre».

Se trata de plantear la pregunta de otra forma: en lugar de comentar «Engancha», explicar por qué engancha (porque comienza con un asesinato, porque los capítulos terminan con cliffhangers, porque hace reír y te lo pasas bien leyendo…); y en lugar de comentar «Aburre», explicar por qué aburre (porque presenta diez personajes en dos páginas y no me sitúo, porque resulta monótono, porque tiene un estilo muy descriptivo y estoy acostumbrado a lecturas más ligeras…). Cuanto más analíticos seamos en una reseña, mejor. Además, para exprimir bien la lectura es aconsejable no limitarse a leer novelas de consumo rápido (best-sellers y demás), que son las que favorecen esta visión de la calidad como simple entretenimiento. Cualquier percepción sobre lo que leemos (incluido el «gancho») no es más que un reflejo de lo que hemos leído; por este motivo, que un lector poco avezado se aburra con una novela no significa que esta sea mala, sino que probablemente es víctima de unos ojos no habituados a ese tono narrativo. La crítica, en especial a nivel aficionado, dice mucho más de cómo es el crítico como lector que de cómo es la novela objetivamente.

Pero no quiero centrar esta entrada en las reseñas de la red. En realidad, lo que comento se puede extrapolar a gran parte de los lectores, blogueros o no. Es fantástico pasarlo bien leyendo, encontrar una novela que anime a pasar las páginas sin parar. Ahora bien, no creo que un libro solo aspire a ser un producto que engancha, que se mastica como un chicle durante un rato y luego se escupe. La literatura es, sobre todo, una forma de ver el mundo, una mirada que el lector completa con su propia interpretación, como un caramelo que se paladea despacio y, al final, se traga, porque un buen libro siempre deja algo de él en el receptor. Esto último es compatible con el gancho y el entretenimiento, por supuesto; lo perjudicial está en quedarse solo con el lado superficial y no buscar nada más (más que «perjudicial», debería decir que quizá no se está leyendo bien).

Las abundantes referencias a la «adicción» de una novela, la velocidad lectora y los retos para leer un elevado número de libros al año no casan con esta visión de la literatura como una actividad exigente, que requiere la atención del lector para interiorizar sus significados. Parte de la culpa también la tienen las editoriales que emplean frases como «Me atrapó de principio a fin» como aliciente en la contracubierta, ya que potencian esa imagen de la lectura como entretenimiento vacío. Hace falta reconsiderar el vocabulario que se utiliza al hablar de libros, sustituir esa inmediatez y esas ansias de acumular lecturas por más análisis de cada obra en particular; pero, sobre todo, hace falta cambiar la actitud de uno mismo ante la literatura, dejar de verla como una serie de sobremesa y recordar que las grandes novelas de la historia lo son sin que nadie las calificara de «trepidantes». Aprender a disfrutar con más calma y reflexión, en definitiva.

En la imagen: Young Woman Reading an Art Magazine, de Einar Jolin (1919).

19 febrero 2014

Lecturas temáticas: libros breves e intensos (II)

Libros que se devoran en una tarde, que son como una sacudida, una conmoción tan breve como intensa que perturba el ánimo del lector. Libros que demuestran que cada palabra vale oro, que un buen escritor no necesita escribir una novela de quinientas páginas para demostrar su valía. Libros cómodos, para sujetar con una mano de pie en el autobús a primera hora de la mañana. Por todo esto y mucho más, hoy dedico esta entrada a doce novelas de entre 80 y 250 páginas, aproximadamente, que considero muy recomendables por diferentes motivos.

  • La pasión según G. H., de Clarice Lispector: un clásico de la escritora brasileña que relata el viaje interior de una mujer que decide superar sus miedos.
  • Karl y Anna, de Leonhard Frank: una nouvelle situada en el marco de la Gran Guerra que recrea el encuentro entre una mujer y un hombre que se hace pasar por su marido. La editorial Errata naturae es especialista en rescatar novelas breves muy recomendables.
  • El baile, de Irène Némirovsky: una adolescente se venga de su egoísta madre. En realidad, casi todos los libros de Némirovsky podrían formar parte de esta entrada.
  • Hace cuarenta años, de Maria van Rysselberghe: el relato íntimo y poético de una mujer que recuerda un encuentro amoroso acontecido años atrás.
  • Del color de la leche, de Nell Leyshon: la historia de una joven campesina que en pleno siglo XIX debe hacer frente a un suceso terrible.
  • La niña del faro, de Jeanette Winterson: una novela de historias dentro de historias sobre una muchacha que vive en un faro, con toda la magia y la originalidad características de esta autora. Winterson es otra especialista en libros breves.
  • La vendedora de huevos, de Linda D. Cirino: en la Alemania nazi, una granjera se ve envuelta en problemas cuando decide refugiar a un estudiante judío.
  • Delirio, de David Grossman: un viaje introspectivo y lírico por las entrañas de un hombre que cree que su esposa lo engaña.
  • Lo que sé de Vera Candida, de Véronique Ovaldé: tres generaciones de mujeres en un marco que recuerda al realismo mágico hispanoamericano.
  • La nevada del cuco, de Blanca Busquets: dos épocas y dos mujeres con algo muy importante en común: la literatura forma parte de sus vidas.
  • La primera mentira, de Marina Mander: un niño se queda huérfano y trata de ocultar la muerte de su madre a las personas de su alrededor.
  • Las hijas de Sara, de Pilar Adón: una intensa novela sobre dos hermanas que tratan de hacer frente a su tirano padre.
Para saber más, clicad en los títulos. Si estas propuestas no os bastan, aquí tenéis la primera parte de mi selección de libros breves e intensos.

17 febrero 2014

La visita - Mariana Graciano



Edición: Demipage, 2013 (prólogo de Antonio Muñoz Molina)
Páginas: 120
ISBN: 9788494108945
Precio: 16 €
Los dieciséis relatos de La visita conforman la carta de presentación de la escritora argentina Mariana Graciano (Rosario, 1982), licenciada en Letras por la Universidad de Buenos Aires y alumna del Máster en Escritura Creativa impartido por Antonio Muñoz Molina en la Universidad de Nueva York. Ha sido nombrada Nuevo Talento Fnac por este debut y, a propósito de este reconocimiento, la autora explicaba en una entrevista que su objetivo con estos cuentos era «explorar formas de desaparición» en el marco de lo cotidiano. En efecto, todos los textos giran alrededor de las relaciones del hogar: niños, ancianos, padres, madres, vecinos; son como fotografías que reproducen instantes sugestivos para el lector. Quizá este sea su rasgo más distintivo: la autora no cuenta historias de forma detallada y convencional, sino que juega con lo impreciso, con el emborronamiento que el paso del tiempo confiere a los recuerdos.
Tal vez esta última apreciación se deba al hecho de que muchos relatos están protagonizados por niños y recrean la mirada infantil, con su habilidad innata para fijarse en aquello que la perspectiva adulta pasa por alto, como apunta Muñoz Molina en esa invitación a modo de prólogo: la amistad entre dos niñas que permite examinar la perversidad infantil («Ella»), un niño que juega a ser el héroe de la casa cuando no está papá («A tu sombra»), los primos reunidos para observar algo que parece una estrella («La visita»). No obstante, a veces la presencia de niños sirve para plantear temas que trascienden lo puramente infantil, como en «Los palacios ya no», sobre cómo un descampado para jugar se convierte en una funeraria, a modo de símbolo de lo que desaparece, pero también de los cambios de significado impuestos por el ser humano. Por otra parte, «El primero», que retoma esa reunión familiar de los primos, plantea el tema de la muerte y la comunicación de la noticia a los niños.
Algunos relatos se mueven en la frontera de la locura, de lo que escapa a la razón, como el que abre la recopilación, «Ese hombre», sobre un personaje que espía a su vecino y entre ambos se crea una extraña complicidad por ser los únicos que conocen la existencia de esos momentos. Hay cuentos que entran en el terreno de la enfermedad desde un enfoque menos revelador que el resto de textos: la fragilidad de una anciana senil que recurre a una curandera («Encarnación»), un niño con huesos de cristal («Resquebrajado»), un trastorno raro («Desaparece cerro»). Personalmente, me parece más interesante que un autor me descubra con nuevos ojos una escena cotidiana en apariencia intrascendente —como los citados cuentos sobre la niñez y la familia— a que aproveche las (conocidas) consecuencias de una enfermedad para centrar el relato en ellas.
Fuera de estos ámbitos, destaco dos textos: «Reaparecida», sobre una abuela que recuerda lo que quedó atrás en forma de una casa vacía, y «El grito», sobre una madre y una hija que al regresar del colegio escuchan los gritos de una mujer. Este último, más que de malos tratos, habla de lo externo a ellos, de la indecisión a la hora de reaccionar y de lo rápido que cambia la responsabilidad de uno mismo en torno a un hecho terrible: el apacible regreso se trunca de inmediato, pero de inmediato se puede volver a esa calma si se opta por ignorar los gritos y seguir caminando. «Vanesa» también es un relato notable: el amor, las dudas, la identidad, el aprovechar el momento antes de que las circunstancias varíen. Finalmente, «Hoy» recrea la animación del tren, el vagón como un espacio en el que día tras día desfilan personas con sus propias historias, unas historias que al cerrar las puertas se marchan con ellos.
Mariana Graciano
Los cuentos se caracterizan por una escritura limpia y clara, que plasma el lenguaje coloquial de los diálogos; un estilo acorde con el carácter íntimo de las historias. La información sobre los personajes es escasa y los relatos carecen de final cerrado, de ahí que se produzca ese efecto de incertidumbre, de ser un lector-espectador que debe interpretar a partir de una fotografía y no de la película completa. En general, se nota mucho el tono argentino, no solo por el habla sino por los ambientes, la sensación de que los relatos, pese a tratar asuntos hasta cierto punto universales, transcurren en Argentina y tienen personajes argentinos. Sé que se me escapan lecturas por mi falta de conocimientos de la tradición literaria de este país —estoy más habituada a las narrativas mediterráneas y anglosajonas—, pero esto no ha impedido que disfrute de la propuesta de Mariana Graciano, de esta visita a esos recodos de lo cotidiano que se desvelan como fuentes de significado gracias a la mirada atenta de una buena escritora. Un debut interesante.

14 febrero 2014

Ese cómodo silencio



¿Debe el escritor posicionarse políticamente?

Hace unos meses, un contacto de Facebook relacionado con el mundo de los libros expresó su rechazo hacia los escritores que no manifiestan indignación alguna por lo que está ocurriendo en España en estos momentos. Según este conocido, permanecer en ese «cómodo silencio» es una actitud reprochable; el autor debe mostrarse implicado para con la sociedad y exponer sus opiniones en público. Yo no estuve de acuerdo con él: considero que el posicionamiento sociopolítico nunca puede considerarse una obligación para el novelista ni un motivo para que el lector reniegue de él. Creo que es, sencillamente, una opción: resulta tan válido que el escritor se pronuncie como que opte por callar. Quizá, como lectores, agradecemos que algunos pongan por escrito aquello que muchos pensamos o que nos inviten a reflexionar más allá de los lugares comunes de la opinión pública; no obstante, insisto en que esto no puede ser jamás una obligación, porque la única obligación del autor (y ni siquiera eso) es escribir literatura. De él depende si, además, quiere erigirse en un intelectual comprometido.

Este tema me lleva a plantear otros interrogantes. Para empezar, ¿qué escritores son los que deberían posicionarse? Hoy en día la palabra «escritor», aunque esté limitada al ámbito literario, engloba desde los aficionados que autopublican a los autores consagrados, pasando por novelistas de géneros como la literatura erótica o fantástica. ¿El lector espera lo mismo de todos? Lo dudo. Por lo general, las columnas de los periódicos donde se expresan estas ideas están reservadas para los escritores «serios», entendiendo por serio un autor de cierto prestigio o, al menos, aspirante a conseguirlo, un autor que además de escribir literatura tiene un alto nivel cultural que le permite hablar con propiedad. Sin embargo, las redes sociales han cambiado ese panorama, por eso en la actualidad resulta posible expresarse por múltiples vías. Esto me lleva a la segunda pregunta: ¿dónde, en qué medios, debe producirse ese posicionamiento? Mi contacto no se refería al canal tradicional de la prensa (muy pocos escritores tienen la oportunidad de colaborar), sino más bien al propio Facebook, a una simple actualización de estado. También están los blogs y las revistas digitales. El autor puede expresarse más que nunca, aunque, eso sí, no va a lograr la misma repercusión en todos los medios ni conseguirá que esta labor se le remunere.

La diversidad de medios para manifestarse conduce a otra cuestión: ¿cómo se debe exponer una opinión? No compro el «todo vale»: un artículo trabajado que aporte datos y razonamientos que no se limitan al sentido común tiene mucho más valor que un comentario del tipo «Los políticos son unos sinvergüenzas» en una noticia compartida en Facebook. En este sentido, soy convencional y, si queréis, elitista: si un autor quiere posicionarse, le pido rigor, le pido que esté informado, le pido me diga algo que aún no he pensado o que me haga profundizar más en ello, le pido inteligencia. Las frases contundentes en las redes sociales se ganan el clamor popular en forma de «retuits» y «Me gusta», pero, a la hora de la verdad, no proporcionan ninguna reflexión que enriquezca al lector. Son comentarios aceptables y respetables para cualquier persona; ahora bien, un novelista que aspira a mostrarse comprometido no puede quedarse ahí.

En el fondo, todo esto gira alrededor de un asunto muy presente en el sector literario: la construcción del autor como figura pública, la imagen que de él percibe el público, a veces impulsada por las editoriales en la prensa y a veces por el propio escritor en las redes. Algunos evitan todo contacto con el lector (entrevistas, presentaciones, Internet) y se venden como autores solitarios, centrados en escribir; algunos escriben en periódicos sobre temas determinados (feminismo, política, cine) y su nombre queda relacionado para siempre con esas ideas; algunos, ayudados por el marketing, se presentan como misteriosos y raros, etc. La literatura, tal y como se entiende hoy en día, tiene dos vertientes: la obra en sí y su promoción. Los movimientos del autor pueden influir para bien o para mal en lo segundo; de él depende hacer un uso responsable de los medios a su alcance para crear una imagen acorde a lo que escribe. Lo más recomendable para uno no tiene por qué ser lo que hace la mayoría, y quizá a algunos no les conviene posicionarse políticamente, no porque tengan ideas minoritarias, sino porque tal vez no encuentran la forma adecuada de expresarlas o no necesitan exponerlas para ganarse la fidelidad de una determinada parte del público. Ese cómodo silencio, en su caso, no tiene por qué ser negativo.

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