Edición: Salamandra, 2018 (trad. Gemma
Rovira Ortega)
Páginas: 512
ISBN: 9788498388985
Precio: 24,00 € (e-book: 17,99 €)
Desde que existe el hombre [...] siempre había habido exiliados. Tanto en las tribus primitivas como en las sociedades más avanzadas, siempre había habido alguien a quien sus pares ordenaban hacer las maletas, cruzar la frontera y no volver a pisar su tierra natal. Pero eso quizá cupiera dentro de lo esperable. Al fin y al cabo, el exilio fue el castigo que Dios le impuso a Adán en el primer capítulo de la comedia humana; y el mismo que, unas páginas más adelante, le impuso a Caín. Sí, el exilio era tan antiguo como la humanidad. Pero los rusos fueron los artífices de otro concepto más sofisticado: el de exiliar a un hombre en su propio país. (Pp. 188-189)
Después
de la buena acogida de Normas de cortesía
(2011), un homenaje a la Nueva York de entreguerras, el escritor Amor Towles (Boston, 1964)
cambia de horizonte en Un caballero en
Moscú (2016), su segunda novela. Narra la historia del conde Aleksandr
Rostov, condenado en 1922 por el régimen bolchevique a permanecer encerrado en
el lujoso hotel Metropol de Moscú hasta el fin de sus días. El hombre, que
entonces tiene unos treinta años, se toma esta cárcel con filosofía. Ha perdido a su familia y se ve obligado a renunciar a muchas de sus pertenencias; aun
así, cada mañana baja a desayunar con su sonrisa de aristócrata educado,
conversa en el personal y más tarde se recoge en su modesta habitación, donde
atesora los Ensayos de Montaigne.
Esta rutina se convierte en su «normalidad» durante más de tres décadas. ¿Qué
interés tiene la vida de un personaje encerrado? Mucho, al menos cuando se
narra con el gusto y la inteligencia de Towles. Este libro, que está en
proceso de adaptarse a la pequeña pantalla, es una de las mejores publicaciones
del año pasado, y una de las pocas que dan felicidad lectora. Trataré de
analizar algunas de sus claves.
Encantada de conocerlo, conde
Rostov
El
protagonista hace honor a su título nobiliario: es un caballero a la antigua
usanza, elegante, culto y distinguido. No se le conoce ninguna profesión, ni la necesita; está acostumbrado a vivir de las rentas familiares. A
diferencia de otros personajes adinerados, que son retratados con antipatía en
la ficción, el conde Rostov rebosa encanto y humor, una calidez con la que se
gana enseguida al personal del hotel y a sus clientes. Towles se mueve
como pez en el agua en los ambientes refinados, plasma la cortesía heredada de generaciones de aristócratas. A lo largo
de los años, como es natural, el protagonista evoluciona, se enriquece,
descubre facetas de sí mismo (obligado por las circunstancias) que jamás habría
sospechado, sin llegar a perder, eso sí, sus modales de gentleman. Sufre altibajos, el encierro no resulta fácil; pero ni
siquiera en esos momentos la narración se vuelve deprimente. Mantiene la distinción con que lo educaron, y de este
modo el periplo se hace más llevadero, para él y para el lector. Un
personaje fascinante y vivaz, de los que se recuerdan mucho después de terminar
el libro.
Con
el conde Rostov, el autor lleva a cabo un reto: en el marco de la Unión
Soviética, narrar la aventura de un hombre perteneciente al viejo orden, que no
es bienvenido en esta nueva era. Sin embargo, y aquí está la hipocresía feroz del asunto, el conde se revela como una persona bondadosa. Cae bien a los empleados del hotel, y al lector. No ha
cometido ningún crimen, no es un malhechor, ni siquiera se ha rebelado ante la
condena, y ahí lo tienen, encerrado. Con habilidad, sin excederse en la
información documental, Towles introduce los cambios que supuso el comunismo en
el día a día, desde desposeer al noble de sus bienes a modificar el etiquetado
de los vinos. Hace patente el absurdo de determinados principios, de pretender
acabar con ciertas costumbres de la noche a la mañana; la dificultad de pasar
de la teoría a la práctica, en definitiva. Todo ello, sin renunciar a la
narración, sin caer en el tono panfletario. El autor se documentó, masticó y
digirió antes de escribir; la teoría del iceberg de Hemingway.
Un elenco de excepción
Rostov
vive su condena en soledad. El hotel, no obstante, tiene la particularidad de estar lleno de vida, es un lugar dinámico, donde la gente viene y va. Entre los
personajes secundarios, muy bien caracterizados, cabe señalar, por un
lado, al personal del Metropol: del director al maître, pasando por los camareros, la costurera y el barbero, que se
convierten en lo más parecido a una familia para el conde. Al principio lo
tratan con la misma reverencia que antes, como si la sentencia no se hubiera
producido; con el tiempo, se afianza la complicidad, se convierte en un igual. Los
bolcheviques lo condenaron al ostracismo y, paradójicamente, han hecho de él un
camarada, más afín a los valores de igualdad y desclasamiento que muchos de los
que predican desde el púlpito.
Por
otra parte, están los personajes externos, que entran y salen del hotel.
Destacan tres: Nina, una niña a quien el conde ve crecer en sus estancias
temporales en el Metropol, un soplo de aire fresco para él, un reencuentro con la
ingenuidad y la curiosidad desbordante que solo se tienen a temprana edad; Anna
Urbanová, una actriz con quien Rostov mantiene una relación (y que el autor
aprovecha para abordar las dificultades que tuvieron las estrellas del cine
mudo para adaptarse al sonido; todo lo relativo a la ambientación está cuidado
al detalle); y, por último, Mishka, un escritor amigo del conde que, tras la revolución, se
vio, en teoría, reforzado, aunque no tarda en descubrir las costuras del
régimen cuando le exigen censurar unas líneas de Chéjov. Si los trabajadores
conforman el hogar, la zona donde el conde se siente seguro, los residentes
temporales marcan puntos de inflexión, traen noticias, agitan su quietud. El
encierro no es lineal gracias a estas interacciones. Y no faltan las sorpresas.
Narrar la Historia desde el
encierro
Más
allá de la peripecia individual del conde, el autor se propone relatar la
evolución de la Unión Soviética desde la perspectiva de un personaje que
permanece encerrado en un hotel, sin intervenir en la esfera pública. Normalmente,
las novelas que retratan un periodo histórico siguen el recorrido de un héroe o
antihéroe que se encuentra en el meollo del asunto, un militante, víctima o
resistente. El conde no se mueve, pero constata las transformaciones,
y no por la prensa: en el hotel se implantan cambios que dejan atrás la época
del zar (como la imposición de un nuevo director, afín a los líderes del
partido), los visitantes traen información (a menudo clandestina, como la censura
de su amigo) y se organizan reuniones. Towles filtra la documentación como por un colador, para que
quede solo lo esencial, impregnado en la trama y los personajes; y no es fácil
contar el movimiento entre las paredes de un hotel.
El
cautiverio de Rostov se revela como una paradoja: al final, pese a lo horrible
de su castigo, este lo protege de las purgas y demás atrocidades del régimen,
que en cambio sí sufren sus colegas, a priori afines a los bolcheviques. Se da
la vuelta a más de una situación, los roles de los personajes (de favorecidos a
perjudicados) se invierten a lo largo de la novela: «Quién podía imaginar
–dijo–, cuando te condenaron a arresto domiciliario perpetuo en el Metropol,
hace ya tantos años, que eso te convertiría en el hombre más afortunado de toda
Rusia» (p. 325). Los más de treinta años que transcurren le permiten al autor
reconstruir la caída del Imperio ruso, la Gran Purga de Stalin y la incertidumbre
que llegó con sus sucesores.
La arquitectura narrativa
Towles
hace encaje de bolillos para estructurar la novela con creatividad sin
renunciar a la fluidez, sin perder capacidad para arrastrar al lector. Sigue el hilo cronológico, pero, y ahí está lo
singular, con una organización del paso del tiempo atípica: al principio,
desgrana la acción de un día con todo detalle; luego, transcurre un año;
después, otro año, y con el curso del relato se amplía la distancia temporal
entre las partes. El autor explica en las entrevistas que, antes de
sentarse a escribir, dedica un año o más a planificar la obra capítulo por
capítulo; un mapa imprescindible para encajar todo lo que desarrolla aquí: la
evolución del protagonista dentro del hotel y, sobre todo, el flujo de los
visitantes y la conexión de sus peripecias con los conflictos
sociopolíticos. Un narrador meticuloso que construye una historia de ritmo
pausado, centrada más en el crecimiento de los personajes que en la trama.
La
«arquitectura» también se aplica al uso que Towles hace del hotel Metropol como
espacio. No es un mero decorado, sino que cada estancia (con los
personajes que la ocupan) tiene una «función» asignada: «una
habitación es la suma de todo lo que ha ocurrido en ella» (p. 366). Lo mismo para
los muebles y objetos, que dan información sobre los personajes (como las
antiguallas del conde, caídas en desuso pese a su hermosura, como su clase
social, como él mismo). Está el cuarto de costura de Marina, lugar privado
donde Rostov soluciona algún que otro aprieto. El restaurante, con sus
cenas, su interacción con los clientes extranjeros, contacto con el
exterior. La azotea. Y, por supuesto, su habitación, que comprende su
mundo, el de antes y el de ahora, a pequeña escala, como una maqueta. No faltan
las cámaras secretas, ni las piezas de mobiliario extravagantes. Minucioso,
esmerado en los detalles y la recreación, en los vínculos de todo ello con los
personajes; así de perfeccionista es Towles.
El arte de narrar historias
He
perdido la cuenta de las veces que, solo en el último año, he utilizado
palabras como «incómodo», «violencia», «miedo» o «perturbación» al comentar un
libro. No corren tiempos de optimismo, y parece que toda creación artística
tiene que ser, por fuerza, «inquietante». No, no necesariamente. Basta volver a los maestros
del siglo XIX y maravillarse. Porque son excelentes narradores (ahora hay
muchos escritores, pero pocos «narradores» de verdad), capaces de integrar el humor
en obras que abarcan todo tipo de conflictos existenciales. Porque inventan
galerías de personajes espléndidos (grandes descuidados en la «literatura
del yo»). Porque son prosistas dotados y, además, entretienen (esa palabra que tanto asusta). No, la literatura no
tiene por qué ser tétrica, pero ¿queda alguien que aspire a escribir como
ellos? O, más que aspirar a imitarlos, se trata de concebir el hecho literario
en sintonía con ellos. El realismo, el placer de contar historias, de elaborar
tramas y crear personajes. La amabilidad, también, aunque decir de un libro que
es «amable» hoy día suene a insulto. No, no cuando se hace con honestidad y
oficio. Como Amor Towles.
Amor Towles |
Un caballero en Moscú reconcilia al lector con las
historias bien escritas, con sentimientos como el amor, la amistad o el
compañerismo. Con los finales felices, también, con la esperanza a pesar de lo
turbulento. Indaga en la capacidad del ser humano para sobreponerse ante la
adversidad, para adaptarse a las circunstancias, para superar el
miedo. A la vez, muestra las contradicciones de los grandes conflictos políticos. Es,
además, un homenaje brillante a la literatura rusa, abundan los guiños a Tolstói, Dostoievski, Turguénev y Chéjov, entre otros. No es narrativa de
la que nace de la «incomodidad», no, pero qué bien hecha está, qué honesta
dentro de lo que se propone hacer, qué trabajo más serio, cuántas capas, qué humor, qué encanto. A sus pies, maestro.
Este año me propuse no comprar apenas libros, sin embargo, hace unas semanas sucumbí y pedí unos pocos (débil que es una). Entre ellos está este; no he leído con detenimiento tu reseña, lo haré una vez acabe el libro para comparar impresiones. Ganas tengo de ponerme con él, aunque tendrá que esperar, me temo que la lista es larga :-)
ResponderEliminarHiciste una buena compra. Me lo pasé muy bien con este libro, es una buena lectura para disfrutar con calma (digo "con calma" no porque sea denso o difícil, sino por el simple placer de degustarlo poco a poco, apreciando los detalles).
EliminarYa me lo he terminado y tengo que decir que me ha encantado. Lo he disfrutado muchísimo. Venía de un par de lecturas que trataban temas terribles (genocidios armenio y judío) y tras tanto dolor, esta historia del conde Rostov me ha tenido enganchada: momentos hilarantes, tensos, terribles también, pero todo tan maravillosamente contado que ha sido un auténtico placer. Ahora tengo ganas de ir a Moscú y visitar el hotel Metropol y sus alrededores.
EliminarCuánto me alegro de que te haya gustado tanto, Myriam. Es exactamente así, una lectura de lo más agradable, con una ambientación (hotel y época) muy lograda.
EliminarSoy una lectora mexicana y disfruto mucho sus análisis. Coincido con usted en el entusiasmo por este libro que nos permite construir junto con el personaje la felicidad que se puede encontrar en el día a día, a pesar de las adversidades
EliminarPues no lo conocía, ni siquiera al autor. Abarca un período sobre el que me gusta leer, y veo que no tiene desperdicio. Bien apuntado me lo llevo.
ResponderEliminarBesotes!!!
Creo que te puede gustar mucho, Margari. Una muy buena novela, y si encima te interesa esa época, no lo dudes.
EliminarMe pasa exactamente lo mismo Saludos
ResponderEliminarHe llegado a la conclusión de que es un libro verdaderamente bueno e interesante
ResponderEliminarEspero empezar a leerlo en breve porque comprado lo tengo desde el 2 de enero
Así es, o al menos a mí me lo parece. Espero que lo disfrutes.
EliminarAcabo de comprar el libro!! Donde yo vivo lo tienes que pedir y tardan en llegar.... pero bueno ya lo tengo en mis manos!!He seguido otras recomendaciones tuyas y has acertado completamente. Seguro que me gusta.
ResponderEliminarEspero que así sea, Rosa. Gracias por tu confianza.
EliminarBuenos dias, primer comentario en el blog.
ResponderEliminarEstoy a mitad de camino con el libro, y de verdad, esta superando con creces mis expectativas.
Tuve la oportunidad de visitar Moscu durante el otoño boreal, y recuerdo especialmente este edificio, la plaza y el Bolshoi, por lo que la sensaciones que me provocan son muy especiales.
Un aplauso para Mr. Towles, y un reconocimiento para la autora del blog, por permitirme publicar mi humilde parecer.
Saludos,
Daniel.
Las gracias os las doy yo por visitar el blog y tomaros el tiempo de comentar, ¡solo faltaría que no se pudiera! :) Me alegra que estés disfrutando del libro, si además conoces Moscú tiene que ser una grata experiencia.
EliminarPara mí se trata de un libro muy agradable de leer y su contexto histórico aporta mucho interés al lector. Realmente apetece visitar el hotel Metropol y revivir el libro.
ResponderEliminarA ver qué otras historias nos brinda el escritor. Estaré atento.
Saludos y enhorabuena por el blog.
Por cierto, ¿ha leído La América de una planta? De los escritores rusos Ilf y Petrov.
ResponderEliminarEs una obra maestra. Acabo de hacerle reseña. Y sí: "a sus pies, maestro".
ResponderEliminarLibro que lees con una sonrisa en la boca, me gusto mucho
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