Edición: Errata naturae, 2019 (trad. Elena
Buixaderas)
Páginas: 496
ISBN: 9788417800000
Precio: 24,90 €
Me
interesa la literatura que, siguiendo las tribulaciones de uno o varios
personajes, condensa el espíritu de un tiempo, de una ciudad, a través de una
historia, por lo general, de largo aliento. En la narrativa del siglo XX no faltan este tipo de
despliegues, pero en esta ocasión es un autor joven quien lo firma: Jan Němec
(Brno, 1981), que por Una historia de la
luz (2013), su primera novela, recibió el Premio al Mejor Libro Checo del año y el
European Union Prize for Literature. No es habitual que un escritor debute con
un libro de quinientas páginas, ni que lo haga con una obra de esta altura. Tampoco
abundan, en estos tiempos de individualismo e inmediatez, los novelistas que se sumergen en el pasado, con el esfuerzo que implica, no solo la documentación,
sino el hecho mismo de asimilar el «pensamiento» de otra época. El autor se inspira
en su compatriota, el gran fotógrafo vanguardista František Drtikol (Příbram, 1883 – Praga, 1961), para recorrer la historia de Europa del Este en la
primera mitad del siglo XX.
Una historia de la luz no pretende ser (solo) una
biografía novelada. Es más, ni siquiera hace falta sentir curiosidad por la
figura de Drtikol para disfrutar de su lectura. Jan Němec se toma en serio esto
de hacer literatura, con estilo, con hondura, con
lirismo (sin pasarse). Elige un punto de vista cuando menos arriesgado: la
segunda persona. La experimentación formal en ocasiones se carga la
narratividad del relato, pero en este libro funciona, mantiene la agilidad de
la prosa y da, cómo expresarlo, una cadencia particular al texto, una forma de
«respirar», con picos de intensidad bien modulados. Ese «tú», que es
Drtikol, se puede comparar a una primera persona en la introspección; no
obstante, con la perspectiva externa, el autor hace una declaración de
intenciones: no pretende ser fiel a la realidad, sino retratar al
personaje, mirarlo de frente. Esto le permite mostrar, desde el principio, su
vulnerabilidad, sus gestos, de un modo que desde el «yo» quedaría eclipsado por
la percepción que el narrador tiene de sí.
El
título alude a diversas concepciones de la luz, vertebradas en la existencia de
Drtikol. La más evidente es la fotografía, claro, pero antes de
descubrirla el protagonista se obsesiona con otra luz o, mejor dicho, otra
oscuridad, la de las minas de su localidad natal. La novela comienza con la
recreación de una explosión en una mina, a finales del siglo XIX, que marca a
Drtikol, por aquel entonces un niño apasionado por el dibujo, contento por el
regalo de un lápiz nuevo. En el accidente mueren muchos oriundos de la zona;
ser testigo del rescate, contemplar los cadáveres, el dolor de las familias, supone
la pérdida de la inocencia de Fran, el punto de inflexión que cierra la
infancia. Vive, además, un peculiar encuentro que acrecienta
su fijación por la imagen y le revela, sin que él sea consciente, lo
incognoscible, una suerte de fe en la ilusión que también devendrá fundamental
en su singular imaginería.
Después
de ese capítulo inicial, entre la crudeza de la muerte y la luz del realismo
mágico, llegan los años de formación, primero en la tienda de un fotógrafo del
pueblo y más tarde en un centro de Múnich. Drtikol nunca fue un estudiante modélico,
pero con el lápiz y la cámara logra salir del entorno humilde de su familia
para adentrarse en el círculo bohemio. Con su estancia en Múnich, el autor
retrata el esplendor cultural de esta ciudad en los albores de siglo, el lugar
dondeel protagonista hace amigos y comparte juergas nocturnas. Aunque su época
estelar llega más tarde, cuando se asienta en Praga y monta su estudio de
fotografía. Él no se publicita como un retratista al uso, sino como un artista.
Drtikol, el que existió y el personaje de esta novela, supo aprovechar la
oportunidad de dedicarse a un arte todavía incipiente, le dio su sello,
experimentó, arriesgó. Se convirtió en un fotógrafo admirado más allá de sus
fronteras, poco a poco el estudio se llenó de personalidades, políticos,
escritores, bailarinas. De muchacho de la mina a artista aplaudido por sus
coetáneos, ese fue su viaje.
Y
mujeres, muchas mujeres. Las modelos que posan para él, porque se especializa
en los desnudos, unos desnudos de estilo futurista. Esos pasajes respiran un
erotismo que contrasta con la dimensión práctica del oficio, a saber, la
relación con su socio y los empleados, que por supuesto evoluciona a lo largo
del tiempo. Drtikol, por otra parte, no logra tener el mismo éxito en su vida
sentimental que en la profesional. Se relaciona con diversas chicas, cada una
determina una etapa, pero no llega a alcanzar la plenitud con ninguna: Eva, la
violinista de su tierra natal, un primer amor que tiene más de ensoñación que
de concreción; las prostitutas de su época estudiantil, con el descubrimiento del
deseo carnal, el riesgo, el puro divertimento; Eliška, la hija de los
propietarios de una cafetería en Praga, un enamoramiento profundo, pero con
obstáculos; y Ervina, la bailarina exótica con la que contrae matrimonio, descarada, feroz, sensual, entregada a su profesión. La Primera Guerra
Mundial, que obliga al protagonista a ponerse el uniforme, se aborda en forma de interludio con confesiones de Drtikol a su
amada.
Antes he dicho que el autor no solo utiliza la «luz» en su aplicación a la fotografía.
En el último tramo de la vida del personaje, adquiere resonancias de
espiritualidad, de «iluminación». Dritkol, sobre todo después de conocer a Rabindranath
Tagore, se forma en filosofía oriental, en particular, se adentra en el
budismo. Hay también una escena junto a un joyero judío que lo introduce en la
numerología. En suma, disciplinas, si se pueden denominar así, que escapan a la
razón, que entroncan con aquel contacto con lo inexplicable que tuvo en la
mina. Con su carrera hecha, y perdido en lo emocional, Drtikol trata de buscar
el sentido, la «luz», en la práctica de la fe, que poco a poco consume toda su
dedicación y lo aleja de la fotografía. Esto es la Praga supersticiosa de
mediados del siglo XX, este es un hombre solo que ha estado en el frente de una
guerra y ha conocido otra, este es un artista de la imagen que ha obtenido el reconocimiento
público pero la desdicha en su vida personal. No es de extrañar, por lo tanto,
este camino, este refugio para la desesperación que se ha ido gestando con los
años.
Jan Němec |
Cuando
pienso en las novelas que más me han marcado, rememoro a veces personajes, a veces
escenas, a menudo atmósferas, una determinada forma de «palpitar» de la
escritura. Con este libro sé que habrá un poco de todo: el protagonista, con su
recorrido vital; momentos tan visuales como el rescate de los mineros, una
sesión de fotos en el estudio o un baile de Ervina; y, quizá por encima de
todo, el aire de esa Praga entre las nuevas corrientes artísticas y la
espiritualidad oriental, una ciudad hechizante, en la que desde luego
un hombre puede vivir su auge y su caída. Una
historia de la luz no solo es una gran obra; parece, además, una obra de antes, tiene una visión del mundo
y la narrativa afín a títulos como A la izquierda, donde el corazón (1952), del alemán Leonhard Frank, o Devastación (1968), del danés Tom Kristensen. El debut de Němec
puede calificarse como deslumbrante (nunca mejor dicho). No sé si el
tiempo lo convertirá en un «autor de una sola novela», pero, aunque así fuera, no
importa: con este libro ya ha tocado el cielo.
Me han regalado este libro y tengo muchas ganas de leerlo y después de leer tu reseña, más. Últimamente casi casi todo lo que publica esta editorial me resulta interesante
ResponderEliminarYo creo que te gustará, está en la línea de otras novelas de la editorial que tienen las transformaciones de la primera mitad del siglo XX y sus ciudades como telón de fondo. Muy bien escrita, muy cuidada en todo. Sorprende que sea una primera novela.
EliminarY todo esto en la primera novela? Uys, pues se ha puesto el listón bien alto. Apunto bien, que no lo conocía.
ResponderEliminarBesotes!!!
Sí, ha hecho un gran trabajo.
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