Edición:
Ardicia, 2015 (trad. Pepa Linares; postfacio de Natalia Ginzburg)
Páginas:
92
ISBN:
9788494291661
Precio:
14 €
La
figura de la mujer adúltera, siempre
vinculada a una crítica de la doble moralidad de la época, es un tema
fundamental del realismo decimonónico que tiene su cima en obras como Madame Bovary (1856-1857), Anna Karénina (1875-1877) o La Regenta (1884-1885). En los tres
casos mencionados, la protagonista se encuentra insatisfecha con su matrimonio
y la posibilidad de ser infiel emerge ante ella como una oportunidad de colmar las
expectativas de felicidad que se ha forjado en su mente, en su imaginación; una
oportunidad que la ilusiona porque da emoción a su rutinaria existencia. La virtud de Checchina (1884), una
novela breve de la periodista y escritora del Naturalismo italiano Matilde Serao (Patras, Grecia, 1856 - Nápoles, 1927), también relata la historia de una
adúltera en potencia, pero, a diferencia de los planteamientos más conocidos, la
motivación para ser infiel no reside en la búsqueda de emoción o en la
esperanza de una vida mejor, sino en el
miedo de la mujer a tomar sus propias decisiones.
Checchina,
la protagonista, está casada con un médico romano tosco y avaro que desprecia lo
que él llama «caprichos femeninos» y se pasa el día refunfuñando. Con todo,
Checchina tiene un gran sentido del
deber, de modo que acepta con docilidad el funcionamiento de su matrimonio
y pasa los días en casa, dedicada a sus labores, sin plantearse buscar una
chispa de pasión fuera, con otro hombre, a pesar de que su amiga Isolina, más
descarada que ella, le cuenta las extraordinarias aventuras que vive con sus
amantes. Completa el elenco su criada, Susanna, beata y controladora, a la que
a duras penas logra imponerse. La vida de Checchina transcurre, pues, monótona
y sin excitación alguna, hasta que su marido invita a comer a un marqués, que a
la postre se fija en ella y le pide que le haga una visita. Checchina,
decorosa, no quiere aceptar, pero, ante la insistencia del invitado, termina
por ceder. Pensar en la inminente cita por fin le provoca agitación…, aunque no del mismo modo que a Emma Bovary.
La virtud de Checchina
se puede entender como una comedia de
costumbres que, en lugar de plantear el clásico dilema moral entre cometer
adulterio o mantenerse fiel al esposo, se centra —con mucha comicidad— en una
mujer que acepta la posibilidad del adulterio casi como una obligación. Ella no
se acerca al marqués, no se enamora, no
piensa en la posibilidad de mejorar su existencia. De hecho, la autora apenas
caracteriza al marqués: es casi un personaje fantasma, del que se habla más por
lo que suscita en el hogar (el respeto por alguien de su categoría, el miedo a
no estar a la altura) que por cómo es él de verdad. Checchina acepta la cita
más por no atreverse a decir que no que porque de verdad le interese; pese a saber, por su amiga, que tener un amante puede ser una experiencia fascinante.
No obstante, no le resultará fácil acudir a ese encuentro.
Checchina
se topa con obstáculos para ir, pero no son remordimientos por la traición a su
marido, sino lo que podría llamarse «problemas
de pobres». La escasez de recursos del matrimonio se enfatiza desde el
primer capítulo: su esposo, tacaño, apenas le pasa dinero; en la escena de la
comida con el marqués, la protagonista manifiesta su profunda preocupación por
si los platos no están a la altura; y, para redondear la situación, su amiga
Isolina, muy coqueta, la habla de su despilfarro (vestidos bonitos, un reloj,
un pañuelo) desde que tiene amantes («Checchina se echó a llorar. Ella no tenía
ni zapatos dorados, ni pañuelos de batista, ni un manguito, ni un alfiler de
herradura, ni un reloj. Lloraba por carecer de todas aquellas cosas necesarias
para el amor», pág. 47). Esta fijación en lo material va en consonancia con la
narración, que se prodiga especialmente en la descripción de trajes, decoración
y calles, en contraste con la práctica ausencia de comentarios sobre los
personajes (lo que se sabe sobre ellos proviene de los diálogos, muy vívidos, y
la descripción de su ropa, que identifica de inmediato la clase y el estado de
ánimo).
Matilde Serao |
Además
de los problemas materiales, Checchina está preocupada por la astucia de la
criada, que podría adivinar sus intenciones, y por los vecinos que pueda
cruzarse en el trayecto hacia la casa del marqués. En definitiva: por la gente.
Este aspecto sugiere otra interpretación: Checchina no se atreve a actuar por
decisión propia, de forma autónoma, sino que en todo momento está sujeta a lo que
los demás esperan de ella. En este punto, a pesar del tono cómico que impregna el relato, hay un poso de amargura
por la incapacidad de Checchina de salir del redil que representa su hogar
(Natalia Ginzburg, en el postfacio, la compara con un conejo: «se agazapa porque
prefiere los olores domésticos de su huerto y de su hierba a todo lo demás»). Uno
desearía que Checchina espabilara, que rompiera la monotonía, pero ella no pretende
ser otra Bovary. No lo desea. Matilde Serao, con las palabras justas, aborda esta otra cara de
la potencial adúltera con humor, en un texto en el que no ocurre prácticamente nada
y que puede leerse como una simpática fábula sobre los temores de una mujer cándida.
Casi todos los libros de esta editorial me llaman así que me lo apunto.
ResponderEliminarBesotes.
Yo todavía conozco poco su catálogo: solo he leído este libro y "La casa de las persianas verdes", de un autor escocés, que también está reseñado por aquí. Su criterio de selección me interesa, así que espero seguir descubriendo sus publicaciones.
EliminarTiene muy buena pinta, la verdad. Apuntado queda.
ResponderEliminarSaludos
Qué bien, me alegra que este sí te haya llamado la atención :). Si te animas a leerlo, ya me contarás.
EliminarNo me desagrada lo que nos cuentas... lo tendré en cuenta.
ResponderEliminarGracias por tu reseña. Besos
Es una buena lectura. Sin ser el libro del año, me parece que la autora condensa muy bien el tema en pocas páginas y, por su tono, se lee con una sonrisa hasta el final.
EliminarHola guapa, me quedo por aquí. Te tenía en twitter pero aún no te seguía.
ResponderEliminarBesos
Muchas gracias, Mª Ángeles.
EliminarEntre Madame Bovary y Jane Austen, ¡creo que me podría gustar!
ResponderEliminarTe invito a un café en el Segundo Ce.
Es mucho más sencilla, pero sí, tiene ese toque "austenita" y creo que puede interesar a los lectores amantes de la literatura del siglo XIX.
EliminarPues no sé, no me acaba de convencer. Lo voy a dejar pasar, esta vez.
ResponderEliminar1beso!
Es una historia simpática, pero ni mucho menos imprescindible o importante, así que yo tampoco insistiré :).
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