Edición:
:Rata_, 2017 (trad. Sunme Yoon; pról. Gabi Martínez)
Páginas:
240
ISBN:
9788416738137
Precio:
19,50 €
En
los últimos meses del año he leído mucha narrativa contemporánea. Libros
buenos, libros mediocres, libros fallidos. No pretendo encontrar una obra
maestra en cada nuevo libro que se publica, sino saciar mi curiosidad, mi sed
de presente, de miradas de ahora (son miradas de ahora, por mucho que algunas
miren hacia atrás). Con eso me basta. No obstante, de vez en cuando, muy de vez
en cuando, me topo con una gran novela. Esta vez ha sido La vegetariana (2007; Rata, 2017), de la surcoreana Han Kang (Seúl,
1970), con la que he tenido la sensación (tan incierta, por otra parte) de
estar ante un título que perdurará en el tiempo, que será representativo de una época, de un
pensamiento, incluso de una concepción del hecho literario, puesto que no se
inscribe en las corrientes dominantes y puede crear escuela. Cuando en 2016 se
hizo con el Man Booker International
(uno de los pocos premios que de verdad contribuyen a descubrir voces relevantes
de alrededor del mundo), frente a escritores de la talla de Elena Ferrante y
Orhan Pamuk, entre otros, el nombre de Han Kang, hasta entonces bastante ignorado
fuera de sus fronteras, se puso en la primera fila del panorama literario. ¿Quién era, esta desconocida? ¿Qué
tenía que contar? ¿Era para tanto?
Dejar de comer carne: la
rebelión de una mujer anodina
Si no comes carne, te
devorará el resto del mundo.
Comemos a diario. Unos demasiado, otros demasiado poco. El acto de comer está
envuelto de todo tipo de manías, vicios, excesos y alergias. Las comidas compartidas
constituyen rutinas domésticas, celebraciones sociales y acuerdos mercantiles. Las
empresas de alimentación se benefician de lo que comemos, de lo que nos incitan
a consumir. Sin embargo, pocos autores se han parado a reflexionar sobre las
dimensiones sociopolíticas de la necesidad de comer, así como de los alimentos elegidos.
Han Kang, en cambio, ha sabido utilizar un hecho tan rutinario para poner en
jaque los cimientos de la sociedad occidentalizada. O, mejor dicho, para
mostrar cómo el orden puede tambalearse cuando se produce una
alteración en apariencia insignificante en sus costumbres básicas. Una mujer, Yeonghye, decide dejar de comer carne. Nada
más, y nada menos, que eso. Con este planteamiento, se da
forma a una alegoría oscura, dividida en tres historias interrelacionadas, que
explora el cuerpo como espacio simbólico
de las tensiones sociales. Esto no va de hacerse vegetariana por amor a los
animales; esto va de una mujer que intenta liberarse, pero, como se verá,
no puede. No le dejan.
Yeonghye
se nos describe en el primer relato como una persona sencilla, corriente, que trabaja desde casa y cuida del hogar. Es
buena cocinera; a su marido le gusta cómo corta la carne. Hasta que, después de
unas pesadillas, rechaza volver a ingerir este alimento. Ni dieta ni concienciación
ecológica; tan solo una decisión individual, incitada por unos sueños extraños.
En un principio, no pasa nada. Ella se prepara su comida, y ya está. Con todo,
poco a poco su singularidad se convierte en un problema para la interacción
social, en un ambiente en el que, como expone Gabi Martínez en el prólogo, «El
consumo de carne se extiende como signo de bonanza, de poder, de nutriente
necesario para seguir creciendo y compitiendo entre la élite» (p. 7). Encarna
una diferencia que no pasa desapercibida. Pierde peso, tiene mal color. De
repente, esa mujer dócil en la que nadie reparaba se convierte en el centro de
atención. Dejar de comer carne deviene una rebeldía por cuanto rompe los
esquemas del matrimonio, la familia, la empresa, la sociedad. El rechazo de la
carne representa otro rechazo mayor: el rechazo
de una forma de estar en el mundo.
Por
supuesto, la descripción de Yeonghye no es inocente. Por «anodina»,
los términos en los que la define su esposo, se entiende un tipo determinado de
sumisión: la mujer casada, fiel a su marido, ama de casa, que mantiene un
perfil bajo en las cenas y se muestra obediente con sus padres. Carece de
excentricidades, y es aceptada por eso mismo. A la vez, esa aceptación (como
integrante de un matrimonio, una familia, una sociedad, una cultura) conlleva invisibilidad, uniformidad;
nadie parece reparar en ella, nadie se preocupa por sus deseos. Por si tiene
deseos. La primera Yeonghye es una mujer que ha renunciado a su voluntad, que
se ha plegado a los dictados sociales. Esto le causa un malestar (represión, subordinación,
soledad, anulación de su subjetividad) que se exterioriza en su decisión de
dejar de comer carne. La transformación pone de relieve una situación de violencia institucional contenida. La vegetariana narra, llevándolo al
extremo y sin pretensión de realismo (es más bien una fábula despiadada), lo
que ocurre cuando alguien se salta esas normas no escritas, cuando se atreve a
cuestionar los preceptos, a salirse de la raya.
Cuando «falla» la mujer
(en la cultura patriarcal)
Su voz era como una
pluma, pues no tenía ningún peso. No musitaba las palabras ni hablaba ausente
como una enferma, pero tampoco tenía un tono jovial o alegre. Era la voz
desapasionada de alguien que no pertenecía a ningún lugar y se encontraba en
los lindes de la vida.
La
primera historia, «La vegetariana», está narrada desde el punto de vista del
marido de Yeonghye (cabe destacar que ningún relato está contado por ella en
primera persona: es una protagonista sin voz, que no puede expresar su metamorfosis
por sí misma, pues se pierde, se evapora
por las circunstancias. La autora, con mucha inteligencia, deja que solo la
conozcamos a través de los ojos de los demás, con el filtro que esto supone).
El marido, en concreto, resulta indispensable para descubrir, no solo los cambios
de ella, sino el arquetipo de pensamiento masculino
heterosexual. Él se interesó por Yeonghye por su falta de atributos
especiales; le gustaba que fuera una mujer corriente (otros no la consideran
tan «corriente», pero para él, precisamente para él, así es), que se ocupara de
las tareas y no llamara la atención. El marido admite su complejo de
inferioridad: quiso a una mujer corriente, o que al menos lo pareciera, para no
sentirse acomplejado a su lado. Cuando ella cambia, cuando deja de ser anodina,
el matrimonio se tambalea. Esto dice mucho de las presiones sobre los hombres
(sí, ellos también sufren presiones): cómo para sentirse realizados necesitan
esa conciencia de superioridad, de llevar las riendas de la relación. La
lectura no es «mujer buena, marido opresor»; no, el marido es un personaje
patético, débil, sometido y desdichado de otra manera. Tan reprimido que prefiere
estar con una mujer que le parece corriente en lugar de emparejarse con una que
le resulte atractiva.
En
la cultura patriarcal (estamos en Seúl, pero el relato podría transcurrir en
cualquier ciudad de Occidente) todos se creen con derecho a interferir en la
vida de Yeonghye. El marido la excusa en público como quien sonríe ante las
travesuras de un niño; lamenta que se haya convertido en una «rara» (sic); la
rareza como una anomalía, un perjuicio. Los padres de Yeonghye se inmiscuyen a
su vez, sobre todo él: en una comida, la obliga a comer carne, como si aún
fuera pequeña, hasta que se produce un choque violento. El rol de la
protagonista en la institución familiar se ha modificado: por su diferencia (no
tomar carne), la tratan como a una niña o una enferma, alguien de quien cuidar,
alguien a quien consideran inferior, dependiente. Antes era ella la que se
mostraba servicial; con su rebeldía, entra en un nuevo sometimiento, porque su
entorno quiere forzarla a volver a su estado anterior. Su liberación, dadas las circunstancias, es imposible. Y la familia (el marido, el padre) no
puede soportar que sea ella, la piedra angular del núcleo familiar, quien rompa
las reglas al anteponer su voluntad (que ellos ven como un capricho) a las
necesidades colectivas (que en realidad no incluyen las de Yeonghye). Cuando la
mujer toma su única decisión libre se topa con trabas e incomprensión. Ellos,
en cambio, tienen cierto margen para decidir.
Hay
un detalle importante: Yeonghye también cambia su actitud. No se justifica ni
dice «lo siento» cuando explica que no come carne, como habría hecho antes. No
se siente culpable por la diferencia, ha ganado seguridad
en sí misma, convicción; solo que los demás no la comprenden ni la respetan. Yeonghye pasa
por un proceso de autoafirmación y padece la presión externa, las miradas de
extrañeza que pretenden que retroceda; pero ella, con su renovada fortaleza, se
mantiene firme. En este contexto, destaca el
simbolismo del pecho. Nunca le gustó llevar sujetador; la oprimía. Además,
le gustan sus pechos porque, a diferencia de otras partes del cuerpo, con ellos
no puede hacer daño. Después de dejar de comer carne, se quita la camiseta
cuando hace calor y muestra sus senos sin recato, ante el escándalo de quienes
la ven. Esta acción, que en un hombre sería «normal», suscita reprobación y una profunda incomodidad en el marido, que siente el instinto de
cubrirla, de protegerla para que los demás no la vean, para que no piensen que
está ida. Pero ¿quién está más loca, la mujer que se quita la camiseta porque
tiene calor o la sociedad que condena mostrar los pechos en público? Han Kang incide
en aquellas normas de convivencia cívica que se dan por hechas y, por eso
mismo, apenas se reflexiona ya sobre ellas. Imágenes perturbadoras, que
expresan mucho con una economía de recursos extraordinaria. Precisión,
sutileza, agilidad.
El retorno a un estado
primigenio
… un ser del que no se
podía decir ni que fuera humano ni animal, o quizá un ser que estaba entre la
vegetalidad, la humanidad y la animalidad.
En
la segunda historia, «La mancha mongólica», se introducen nuevos elementos (una
vuelta de tuerca, sí, por muy odiosamente manida que esté la expresión). Para
empezar, el punto de vista, esta vez en tercera persona, toma como referencia a
otro personaje: el cuñado de Yeonghye, que representa un arquetipo masculino distinto
al de su esposo. Mientras que el marido de Yeonghye (un hombre de negocios al
uso, amante de la vida ordenada y sin estridencias) encarna un papel «tradicional»,
el cuñado, artista, tiene un perfil bohemio, más receptivo con otras
sensibilidades. Esto se nota en su percepción de la protagonista: siente
atracción por ella, un fetichismo por la mancha mongólica que tiene en la
nalga. Este personaje incorpora el
erotismo a la narración (un rasgo común en la literatura oriental), una suerte de retorno al estado primitivo, donde el instinto se impone
a las convenciones sociales. Dicho de otro modo: para quien no se siente integrado
en el sistema capitalista (es decir, en la preeminencia del mercado, en la obligación
de llevar un determinado estilo de vida), Yeonghye puede resultar atractiva. Ni
una mujer anodina ni una demente. He aquí el acierto de desplazar la perspectiva:
la protagonista cambia en función de la mirada; hay muchas maneras de
entenderla (o no).
La
mancha mongólica, además, simboliza la unión de la protagonista con la naturaleza, que se liga a su
decisión de no tomar carne. Casi todos los niños pierden esta mancha al crecer,
pero ella la conserva. Una rareza que la autora utiliza para representar la
ruptura de Yeonghye con las ataduras: esas pesadillas la impulsaban a volver al
hábitat natural, a liberarse del yugo
de la sociedad. La narración adquiere tintes más existencialistas al mismo
tiempo que plantea un juego erótico con el cuñado (y que ella acepta porque se
siente bien): él le propone grabar unos vídeos con sus cuerpos pintados de
flores. Arte posmoderno, y una excusa para acercarse a ella. Yeonghye da un paso más: no solo ha dejado de comer carne, sino que actúa como
si formara parte de otro ambiente, como si quisiera fundirse con los árboles,
como si fuera una planta que se alimenta de sol (esa costumbre de mostrar sus pechos,
su piel, a la luz del día). ¿Hasta qué punto desvaría por la falta de
nutrientes y hasta qué punto es una mujer lúcida en un entorno de abducidos por
el capitalismo? Yeonghye se mueve en esa frontera borrosa entre la
desviación y la cordura. Nos hace dudar. Nos hace cuestionarlo todo.
La comprensión femenina
——Estoy cansada… De
verdad que estoy cansada.
Entonces él le susurró:
—Aguanta un poco.
En ese momento lo
recordó. Recordó que había escuchado esas palabras innumerables veces mientras
dormía. Recordó que se decía, sin despertarse del todo, que si aguantaba ese
instante, todo estaría bien por un tiempo. Recordó que borraba el dolor y la
vergüenza que sentía con el letargo que le proporcionaba el sueño. Recordó que
en la mesa del desayuno, a la mañana siguiente de esas noches, sentía el
impulso de clavarse los palillos en los ojos o de echarse sobre la cabeza el
agua hirviendo de la tetera.
[…]
No había ningún
problema. Así eran las cosas. Bastaba con seguir viviendo del mismo modo que lo
había hecho hasta entonces. No tenía otra alternativa.
El
tercer relato, «Los árboles en llamas», gira alrededor de la hermana de Yeonghye.
Es la única mujer, y, no por casualidad, la única que comprende a Yeonghye,
sin el desprecio del marido ni la lascivia del cuñado. Ella no ha dejado de
comer carne, pero, al igual que su hermana, está casada y sufre la presión de
cumplir en todos los ámbitos (profesional, familiar, doméstico) sin
derrumbarse. Es consciente de que el quid no está en el
vegetarianismo, sino en la violencia inherente a la cultura patriarcal, a
la institución de la familia, al capitalismo. Esa violencia a veces física pero
sobre todo simbólica, silenciada, que las destruye de forma
progresiva, que las deja caer, las anula. La hermana ocupa una posición
incómoda, entre dos mundos: por un lado, sigue perteneciendo a la hegemonía,
sigue estando en su sitio, en su casa,
con su familia; no obstante, empatiza con Yeonghye, entiende su estallido. Sabe
que ella también podría venirse abajo, aunque, a diferencia de Yeonghye, tiene
algo que la ata con firmeza a la realidad: la
maternidad. Dos hermanas, dos mujeres al límite; y solo dice basta la que
no tiene niños pequeños a su cargo. La otra se resigna, aguanta.
Han Kang |
La
traductora, Sunme Yoon, explica que la novela no fue bien recibida en Corea del
Sur por parte de los críticos, a saber, hombres de cierta edad, con una
formación poco receptiva a la narrativa experimental. Por el contrario, gustó
mucho a las mujeres. Es un dato significativo: La vegetariana narra la caída de una anti-heroína con la que muchas
mujeres se pueden identificar. En su represión, en su rebeldía frustrada. Lo
mismo en el resto del mundo. Han Kang ha escrito una obra que trasciende su
localización y atañe a todos los países donde impera el capitalismo. Su
alegoría que recuerda a aquello del efecto mariposa: una pequeña modificación
en los hábitos de una sola mujer, como dejar de comer carne, puede conllevar
grandes alteraciones en todo un sistema. Y los que controlan ese sistema tratan
de evitarlo. El resultado es brutal, feroz. Culmina en una
catarsis que, más que liberar, nos sume en el pesimismo… aunque por el camino nos
da pistas para evitar ese desenlace. Una muy buena novela, en fin, de
las que permanecen, de las que remueven, de las que no se agotan.
—¡Tonta! […] Tu propio
cuerpo es lo único a lo que le puedes hacer daño. Es lo único con lo que puedes
hacer lo que quieres. Pero ni eso te dejan hacer.
Citas
en cursiva de las páginas 67-68, 93, 113, 201 y 216.
Le tengo muchas ganas, espero leerlo en el 2018! Un beso
ResponderEliminarEs bueno. ¡No te lo pierdas!
EliminarLo leí hace unos meses y sin duda ha pasado a ser uno de mis imprescindibles.
ResponderEliminar¡Me alegro de que coincidamos!
EliminarWoow, hace tiempo estaba buscando leer algo asi, que rompiera con los limites que nos han impuesto. Algo de verdad. Enserio, gracias.
ResponderEliminarGracias a ti. Espero que lo disfrutes.
EliminarUna historia muy interesante y poética, con tantas interpretaciones como lectores la lean. He leído muchas críticas a favor y otras en contra. Personalmente a mi me habla del difícil camino de incomprensión que afronta una mujer que decide voluntariamente apartarse del camino que se ha trazado para ella, tomar el control de su cuerpo y llevar sus deseos hasta sus últimas consecuencias.
ResponderEliminarEstoy de acuerdo contigo. He leído algunos comentarios que lo ponen por los suelos y no los entiendo, la verdad. Siempre habrá todo tipo de opiniones, pero me parece una historia con muchas capas, interesantísima. Recrea imágenes perturbadoras difíciles de olvidar.
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