Edición:
Seix Barral, 2017 (trad. José Luis López Muñoz; pról. Rodrigo Fresán)
Páginas:
135
ISBN:
9788432232565
Precio:
16,50 €
Esta
entrada forma parte de #AdoptaUnaAutora, un proyecto que tiene como objetivo
dar a conocer a escritoras de cualquier época, nacionalidad y género. Este blog
participa con la «adopción» de Carson McCullers: hasta el momento se han
reseñado las novelas La balada del café triste, Frankie y la boda, Reflejos en un ojo dorado y El corazón es un cazador solitario, y sus
memorias inacabadas, Iluminación y fulgor nocturno.
***
Este
librito de Carson McCullers (Georgia, 1917 – Nueva
York, 1967) reúne
el esquema de su primera novela, El corazón es un cazador solitario (1940), que en principio se iba a titular El mudo, y siete ensayos sobre literatura
y escritura que publicó en diversas revistas. Antes de
entrar en materia, un par de apuntes sobre la autora para situarla en su
contexto (en las reseñas mencionadas más arriba está todo más desgranado).
McCullers pertenece al gran linaje de escritores del sur de Estados Unidos,
entre los que se cuentan William Faulkner, Truman Capote, Harper Lee y Flannery
O’Connor, entre otros. Sus novelas exploran la condición social del ser humano
en un entorno hostil, embrutecido. McCullers en particular fue una novelista
precoz: debutó con veintitrés años y, contra todo pronóstico, triunfó. Digo
«contra todo pronóstico» porque nunca en la historia ha sido habitual que una
joven autora alcance la fama de la noche a la mañana. Frecuentó los círculos
intelectuales de Nueva York, viajó a Europa; pero en su obra siempre habló de
su lugar de origen, ese sur tan sucio. Su vida, además, estuvo marcada desde
la niñez por la enfermedad; una circunstancia que sin duda influyó en su
precocidad y forjó su fijación por los personajes solitarios y marginados.
El aislamiento espiritual es la base de la mayoría de mis temas. Mi primer libro se ocupaba de ello, casi en su totalidad, y también los que han venido después, de una manera u otra. El amor, y en especial el amor por una persona que es incapaz de corresponder o de recibirlo, está en el núcleo de mi selección de figuras grotescas: personas cuyas deficiencias físicas son un símbolo de su incapacidad espiritual para dar o recibir amor, de su aislamiento espiritual.
¿Qué interés tiene, para el lector
de hoy, el esbozo de El corazón es un cazador solitario? Mucho, sobre todo para quienes, además de leer, escriben
o pretenden hacerlo. La autora redactó este borrador con apenas veinte años, lo
envió a un concurso y, aunque no resultó vencedora, la editorial publicó el
libro de todas formas. Se trata de un esquema muy completo y de una madurez
asombrosa: tiene claros los personajes, la estructura, la técnica, el tema
principal; todo está engarzado a la perfección, aunque lo verdaderamente
asombroso no es la calidad de esta proyección sino que, en efecto, supo
convertirla en realidad, supo concretar sus intenciones sobre el papel. En este
sentido, vale la pena prestar atención a cómo la planificó, cómo estudió los
personajes y los nudos entre ellos. Del mismo modo, también vale la pena
reparar en aquellos giros que al final no llevó a cabo. Tal vez esto último sea
lo más provechoso: comparar «El mudo» con la versión definitiva y analizar las
diferencias, los descartes. El lector, por lo general,
solo conoce el «producto acabado», y este boceto da la oportunidad de acercarse
al proceso de creación, una parte fundamental del trabajo.
… una vez que el autor literario sabe cuáles son sus intenciones, ha de proteger su trabajo de influencias ajenas. Se trata con frecuencia de una situación muy solitaria. Tenemos miedo cuando nos sentimos solos. Y hay otro miedo especial que atormenta al creador cuando se le ataca durante demasiado tiempo.Porque la función paralela de una obra de arte es ser comunicable. ¿Qué valor tiene una creación que no se puede compartir? La visión que resplandece en los ojos de un loco no nos sirve de nada a los demás. De manera que cuando un artista se encuentra con que se rechaza su creación surge el miedo de que su imaginación personal haya retrocedido a un estado solitario e incomunicable.
Los ensayos permiten a conocer a la
autora en su faceta de articulista y crítica literaria, que no es nada desdeñable.
En algunos medita sobre sus inicios como escritora y su carrera en general:
el sur, la soledad (o «aislamiento espiritual», p. 114, en sus palabras), el
amor («Por encima de todo, el amor es el principal generador de toda buena
escritura. Amor, pasión, compasión están todos fundidos en uno», p. 128), el
oficio en soledad, la remuneración precaria, su voluntad de moverse
por «la maravillosa región solitaria de las historias sencillas y del mundo
interior» (p. 67). También es extraordinaria al comentar los libros de los
otros (es una lástima que no se prodigara más, o que, de existir más artículos
similares, no se hayan recopilado aquí), como en su brillante ejercicio de
literatura comparada al poner en relación a los grandes novelistas rusos con la
narrativa sureña contemporánea. McCullers, gran conocedora de Tolstói,
Dostoievski y compañía, rechazaba el calificativo de «gótico sureño» porque se
asociaba a los fenómenos paranormales, un elemento ajeno a la literatura del
sur. Por el contrario, consideraba que tenía más afinidad con los rusos; lo
argumenta de forma impecable y sin el encorsetamiento del estilo académico. A
propósito, en sus textos se aprende tanto del fondo del ensayo como de la forma
(didáctica, fluida, ilustrativa).
Tanto en la Rusia de los zares como hasta el momento presente en el Sur, una característica dominante ha sido el escasísimo valor de la vida humana. […] no es la «crueldad» por sí misma lo que resulta escandaloso, sino la manera en que se la presenta. Y en esta manera de acercarse a la vida y al sufrimiento los escritores sureños están en deuda con los rusos. La técnica, en pocas palabras, es la siguiente: una yuxtaposición audaz y en apariencia insensible de lo trágico con lo humorístico, de lo grandioso con lo trivial, lo sagrado con lo licencioso; se trata de detallar el alma entera de un ser humano de manera materialista.
Carson McCullers |
Son
asimismo destacables el artículo y la reseña (espléndida) que dedica a Isak Dinesen, otra
autora por la que sentía devoción (en sus memorias, Iluminación y fulgor nocturno, explica su
famoso encuentro con ella y Marilyn Monroe, y cuenta que su fascinación por su
obra llega al punto de que, cuando conoce a alguien, se forma una opinión de él
o ella en función de lo que le pareciera Memorias
de África). En otro ensayo, reflexiona sobre la soledad en Nueva York, la
ciudad donde se estableció en su juventud: «la soledad de muchos
norteamericanos que viven en ciudades es una realidad involuntaria y horrible.
Se ha dicho que la soledad es la gran enfermedad americana. ¿Cuál es la
naturaleza de esa soledad? En esencia se diría que es una búsqueda de
identidad» (p. 83). «El mudo» y otros
textos, en definitiva, abre una ventana a la cara menos conocida de
McCullers: en este libro no encontramos a la narradora de historias, sino a la
lectora, crítica y escritora, una faceta en la que tiene mucho y muy bueno que
decir. Un complemento indispensable para los amantes de sus novelas y para todo
aquel que se considere un letraherido.
Citas
en cursiva de las páginas 114, 92-93 y 70.
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