Edición: Alianza, 2019 (trad. Keiko
Takahashi y Jordi Fibla)
Páginas: 152
ISBN: 9788491814566
Precio: 14,50 € (e-book: 12,98 €)
El
ojo clínico de los escritores japoneses para retratar los márgenes de la
sociedad, a menudo con un toque absurdo u onírico, no termina con Hiromi Kawakami o Yoko Ogawa. He aquí una nueva voz, la de Yukiko Motoya (Ishikawa, 1979),
que con Mi marido es de otra especie (2016) recibió el galardón más
importante de Japón, el Premio Akutagawa. En la nouvelle que da título a
esta compilación, se adentra en los entresijos de un matrimonio contemporáneo desde
el punto de vista de una mujer aún joven que dejó de trabajar después de casarse
y se ocupa del hogar mientras el marido trabaja. Este, cuando llega a casa, se
acomoda en el sofá, engulle comida y se entretiene con distracciones fútiles. Ni
romanticismo, ni comunicación, ni proyectos en común; en eso se ha convertido
el día a día de la pareja. Hasta que de pronto la protagonista se percata de que
su rostro cada vez se parece más al de su esposo y, al tomarlo como una señal
de alarma, se da cuenta de que necesita un cambio.
El
hecho de que marido y esposa se asemejen en el aspecto físico (o el hecho de que
así lo perciba ella, un matiz distinto) simboliza, a la manera grotesca de los autores japoneses, la anulación de la voluntad de la mujer reconvertida en ama de casa. En cuanto renuncia al empleo y a cualquier
actividad rutinaria ajena al hogar, la protagonista se mimetiza con su entorno,
en el que el marido actúa como piedra angular. La novela pone de manifiesto que
la violencia del patriarcado puede ejercerse de formas sutiles: el esposo no se
muestra agresivo ni tirano con ella a primera vista, sino que más bien tiene un
carácter indiferente, cansado; él padece en suma sus propios problemas, la abulia del
trabajador consumido por las fuerzas de producción que al llegar a casa muda en
un recipiente de lo que la sociedad ha prefabricado para mantenerlo sometido:
la comida grasienta, el entretenimiento. Es esa resignación la que se contagia
a la protagonista, que adapta sus ritmos cotidianos a los de él, sin detenerse a
pensar en lo que eso conlleva hasta el momento en que detecta su transformación.
La
narradora confía su inquietud a una vecina, lo más parecido a una amiga. Esta,
a su vez, le revela que ella y su marido tienen problemas con su perro y se
están planteando deshacerse de él; tan solo los retiene la crueldad que implica
esta decisión. La autora traza un paralelismo entre ambas parejas: en apariencia,
matrimonios estables, «corrientes» (con lo que quiera que signifique esto); por
dentro, no obstante, conviven en una intimidad desnaturalizada, unos por sucumbir
al aletargamiento, los otros porque el tercer miembro ha alterado su quietud. Las
dos mujeres tratan de reconducir sus relaciones, pero, quizá por encima de
todo, la historia examina el sobresalto que se produce ante una pérdida de
control: ni la narradora esperaba que el matrimonio fuera un montón de
frituras, ni su amiga se veía pensando en abandonar a un perro. La vida, sin
embargo, las sitúa en encrucijadas que no concebían, y por eso mismo ellas
también se convierten en mujeres que no concebían.
Yukiko Motoya |
Eso
en cuanto a Mi marido es de otra especie, que culmina en un desenlace entre
poético y extraño, especialidad de los japoneses. La novela está
acompañada de tres relatos cortos, «Los perros», «El baumkuchen de
Tomoko» y «Un marido de paja»: de nuevo, mujeres insatisfechas, de nuevo, una
indagación de los vínculos entre el ser humano y su entorno, con elementos
alegóricos y la presencia de la comida, la naturaleza y los
animales. Como leitmotiv, la soledad, una soledad que tanto puede
hallarse en una cocina a priori acogedora como en una cabaña aislada de la civilización.
Al principio hablé de márgenes, pero tal vez lo que retrata Yukiko Motoya no lo
sean, o no tanto: porque, al fin y al cabo, cada pareja, cada individuo, posee su
propia disfuncionalidad, sus reglas internas que nadie más conoce. Quizá el
error sea creer que todos somos de la misma especie. O, mejor dicho, quizá el
error sea asumir que pertenecer a la misma especie es algo deseable.
A la literatura japonesa me acerco poco y no sé por qué. Porque en las poquitas ocasiones en que me he animado, me ha gustado mucho. Así que tomo buena nota de este libro que nos traes hoy.
ResponderEliminarBesotes!!!
Me parecio una novela desangelada.Es interesante e inquietante entrever la crudeza que se agazapa en un estilo narrativo tan sencillo.
ResponderEliminarHola! Me resulta una lectura tan abismal que en verdad no se si la leeré. Digo abismal por lo diferente al ser japonesa.no voy mucho por esos caminos aunque nunca se sabe que encontraremos!
ResponderEliminarMe gustó mucho este libro y tu texto. Nada más una precisión. La vecina no posee un perro sino un gato.
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