Edición: Hoja de Lata, 2019 (trad. Pablo
González-Nuevo)
Páginas: 320
ISBN: 9788416537495
Precio: 21,90 €
En
los últimos años, Hoja de Lata está recuperando, con buen criterio, la obra de
una de las grandes autoras británicas de la época dorada del género policial:
Josephine Tey (Inverness, 1896 – Londres, 1952), coetánea de Agatha Christie,
Dorothy L. Sayers y Anthony Berkeley, y conocida sobre todo por su perspicacia
psicológica y su hondura social. Después de publicar algunos de sus títulos
fundamentales –La señorita Pym dispone (1946), El caso de Betty Kane
(1948) y Patrick ha vuelto (1949)–, la editorial apuesta por Un
chelín para velas (1936), que pertenece al ciclo protagonizado por el
inspector Alan Grant y fue adaptado al cine por Alfred Hitchcock bajo el título
de Inocencia y juventud en 1937.
En
la localidad costera de Westover, encuentran el cadáver de Christine Clay, una
joven actriz de Hollywood que se hallaba en la cima de su carrera. Hermosa, admirada, casada
con un hombre adinerado; tenía una vida perfecta, al menos en apariencia, tan
perfecta como para despertar muchas envidias. Porque, como suele ser habitual, no
faltan candidatos para haber terminado con ella, por rivalidad profesional, por
celos de tipo amoroso o incluso para mejorar su propia reputación en el
ambiente de las celebridades («A ninguno de nosotros le importaba lo más
mínimo. Y a la mayoría nos viene de perlas que ya no esté», p. 75). Pero, por
encima de la búsqueda del culpable, el crimen pone al descubierto que la
existencia de Christine Clay no era tan apacible como parecía: se había
instalado en el pueblo bajo una identidad falsa, para huir de los focos. Había
acogido en su casa, además, a un huésped desconocido, que se convierte en el
principal sospechoso. Sin embargo, ya se sabe que, cuando todas las pistas
apuntan a alguien, tal vez sea porque el verdadero criminal es otro.
Fotograma de Inocencia y juventud (1937), basada en la novela. |
Como
investigador, el inspector Grant se erige como un tipo que lleva mal que los
casos queden sin resolver; obstinado, observador, agudo, buen conversador
al estilo british. En este caso cuenta con la colaboración de Erica, la
hija del comisario, una adolescente curiosa que se inmiscuye en las pesquisas
y, como quien no quiere la cosa, lo ayuda a desenredar el misterio. Forman un
tándem tan cómico como eficaz: por un lado, la experiencia de él, sus tablas
para desenvolverse en los peores escenarios; por el otro, el entusiasmo de ella,
su ingenuidad, que, lejos de perjudicarla, dotan su punto de vista de una
suerte de claridad, ya que puede analizar la situación, y a sus involucrados, sin los
vicios de la mirada del policía consumado. Y da un toque de ternura a la
novela, que nunca está de más.
Lo
más interesante de Un chelín para velas, con todo, no es tanto la trama
de investigación como el retrato de la doble cara del éxito en la figura de la
actriz: ni era tan feliz, ni sus allegados la querían tanto como pretendían. Josephine Tey desmonta el sueño americano hollywoodiense: la actriz, de origen humilde
en realidad, tuvo que construirse una coraza para sobrevivir en el mundo del
cine, en medio de tensiones entre los actores y los directores, matrimonios desdichados y
oportunistas de la farándula que quieren aprovecharse de ellos. Por
fuera, una mujer triunfadora, que despierta la fascinación de todos; por
dentro, una chica que muere sola, en extrañas circunstancias, lejos de casa, acompañada en sus
últimos días por un desconocido con el que se cruzó por casualidad. Paradojas,
o no tanto, de la fama.
Ese
huésped, a propósito, encarna los valores opuestos al sueño americano: a medida
que se hacen indagaciones, descubren que se trata de un chico arruinado, que
vaga por los bajos fondos en busca de sustento. Pese a todo, es el único que
llora la muerte de Christine. Con este personaje, la autora pone de relieve los
contrastes de la sociedad, entre las ilusiones prefabricadas del universo del
cine, que esconden las peores artimañas entre bambalinas, y los ambientes lúgubres
y empobrecidos en los que, sin embargo, aún se puede encontrar lealtad,
nobleza de valores. Todo ello, con comicidad y ligereza bien entendidas, el
análisis social mordaz que tanto dominan los narradores británicos.
Josephine Tey |
Por
lo demás, Un chelín para velas cumple con creces lo que se
espera de un policíaco de factura clásica: un misterio que capta el
interés desde la primera página; un círculo de sospechosos cerrado, con personajes que abarcan distintas capas de la sociedad, a cada cual más pintoresco; un detective eficiente y carismático; una narración distendida, con sentido del
humor y buenos diálogos; y, last but not least, un trasfondo social. No
es la mejor novela del género, ni siquiera es la mejor de su autora; pero
funciona, divierte y entretiene. Y eso no es poco.
Me gusta mucho todo lo que cuentas, particularmente esa doble visión de que todo es happiness en el mundo el artisteo cuando al final te das cuenta que hay mucha soledad... Tomo nota de tu recomendación pues, aunque no sea la mejor novela del mundo, seguro que entretiene y es un género que quiero empezar a explorar y sería interesante ir más allá de Agatha Christie. Un saludo!
ResponderEliminarHola,
ResponderEliminartengo muchísima curiosidad por este libro, solo leo maravillas de él. Tu reseña me lo ha recordado y lo voy a apuntar para una futura visita a la librería.
Un beso