Edición: Algaida, 2018
Páginas: 376
ISBN: 9788491890379
Precio: 20,00 € (e-book: 9,99 €)
Tanto
en Rari nantes (2015; Premio Joven de
Narrativa de la UCM) como en Distinta
Clara (2018; Premio Ateneo Joven de Sevilla), sus dos novelas publicadas, Alba Ballesta (Orihuela, 1991) muestra una inclinación por la
narrativa metaliteraria. En la primera, Álvaro Aliaga, profesor de secundaria
un tanto excéntrico, encuentra en una librería la obra de un autor francés
que parece hablar de él. El protagonista se obsesiona con el escritor, quiere
conocerlo, y comienza a escribir un libro a su vez. Los capítulos alternan la
historia de Álvaro con las andanzas de otros personajes (dos amigas, un
tatuador, un librero, entre otros), que terminan por relacionarse. La novela se
sitúa en la Barcelona contemporánea y está narrada con humor absurdo; pese a
hablar de literatura, se aleja del ombliguismo y la pretenciosidad. Ballesta, además, escribe con trazo grueso: no redacta «páginas de orfebrería»,
sino que mantiene la frescura del primer borrador, un estilo vigoroso, ágil, ameno,
que anima a seguir leyendo y con el tiempo le cosechará muchos lectores fieles.
Tiene oído para la expresión coloquial y talento para la ocurrencia, la
greguería. Leer Rari nantes, que toma
su título de los nadadores supervivientes de la Eneida («parecía que compartieran un mismo fin, el objetivo de
salir a flote, de dejar de nadar sin rumbo», p. 171), ha resultado estimulante: es poco frecuente descubrir una nueva voz con este brío, este descaro, de una novelista
que sin duda ha leído mucho y muy bien.
Distinta Clara confirma esa corazonada. La acción
vuelve a desarrollarse en Barcelona, donde Laia, estudiante de máster,
investiga a una escritora llamada Clara Dubasenca (a la que Alba Ballesta hace
un guiño en el epígrafe de Rari nantes),
de quien encontró por casualidad el tercer volumen de sus obras completas. Como
en esos cuentos tradicionales que llevan de un lugar a otro, la estructura del
libro adopta la forma de una cadena: por la novela desfilan amigos y conocidos
de Clara Dubasenca, personajes que fueron jóvenes en la Barcelona de los años
ochenta, una década que se contrapone a la actualidad. A ella, Clara, se le ha
perdido la pista. La autora juega al tanteo para averiguar quién fue esta tal
Clara: poco a poco, se desvela su naturaleza errática, no terminó la carrera,
solía escribir poemas, iba de un lado a otro, tuvo empleos modestos. Todos los
personajes se muestran fascinados por ella de una forma u otra; una atracción
que se contagia a Laia, que en cierta manera se identifica (o le gustaría
identificarse) con la escurridiza y brillante y enigmática Clara. Completan el
libro los capítulos, un poco a modo de interludio, sobre la propia Laia: sus
desencuentros familiares y sentimentales, sus estudios. Ella también tiende a
evadirse; el hecho de ceder la palabra a la gente que se cruza en su camino no
deja de ser una estrategia de camuflaje de su propia voz.
En
Distinta Clara se evidencia todavía
más el dominio del registro coloquial: la narración se apoya en una sucesión de
voces, cada capítulo un monólogo de personajes extravagantes, castizos, cómicos. Se
le pueden hacer algunas objeciones: quizá no hacían falta tantos,
quizá podría haber interconectado más sus historias en lugar de limitarse a
seguir la cadena. Por otro lado, en el paso de una parte a otra falta marcar
más la transición, reforzar los picos de intensidad, que no parezca que estamos
leyendo más de lo mismo. Aun así, la novela se lee con mucho gusto. La autora
tiene pulso para arrastrar al lector, una prosa rica, reflexiva pero sin caer
en la contemplación o el tedio, con chispa. Incluso aceptando que algunos
monólogos no eran necesarios, uno se divierte al leerlos, por su ingenio, su
viveza. El libro proporciona momentos gratos, es un divertimento bien
traído. Y, por supuesto, sobresale su mitomanía en torno a la escritora, más
por su vida que por su producción. Juega al despiste: la protagonista descubre
el tercer volumen de sus obras completas; esto, las obras completas, sugieren
unas ideas determinadas (una literata de larga trayectoria, todo muy formal,
etc.) que, sin embargo, no coinciden con lo que va averiguando Laia. En la
novela se transcriben poemas de Clara Dubasenca, píldoras de ese humor
ocurrente que ya dejaba entrever Rari
nantes.
El
centro de la novela es, de nuevo, la metaficción, pero también hace un buen
trabajo con el retrato de la estudiante. Laia elige a Clara Dubasenca
como tema para su TFM; no obstante, como le interesa más la persona que la
obra, el proyecto no cuaja. Hay ahí una burla del rigor académico, el
encorsetamiento de la universidad, que conduce a investigaciones pretenciosas e
inanes, tendencia que contrasta con la pasión
de bucear por su cuenta, por instinto, de escuchar voces y empaparse de vida,
en lugar de tanta teoría. Se hacen notas al pie, como un guiño a los trabajos
finales. A propósito de Clara Dubasenca, vale la pena mencionar el
parecido semántico de su nombre con el de la autora, Alba; se da la paradoja de
que ni el personaje de Clara ni la narrativa de Alba Ballesta se caracterizan
por ser blancos o puros; al contrario, enredan, y con gracia. En
cuanto a Laia, se esbozan sus conflictos (búsqueda de independencia, ligeras
tensiones con los padres, relación ambigua con un compañero), pero no termina
de ser un personaje con entidad; queda desdibujada al lado de la cadena de
conocidos de Clara. Tal vez esa era la intención, una protagonista-canal, que
se esconde de sus allegados como lo hizo Dubasenca en sus tiempos.
Alba Ballesta |
A
todo esto, no hay que leer Distinta Clara
(ni Rari nantes) buscando
«verosimilitud» o «realismo». No es creíble que Laia consiga esos contactos con
tanta facilidad, ni que todos accedan a compartir recuerdos tan íntimos con una
joven desconocida. Tampoco que tengan tan presente a la
desaparecida Clara, hasta el punto de recitar poemas de memoria. Pero
nada de eso importa, porque, de algún modo, la autora hace un pacto con el
lector: aceptamos esas licencias, o, más bien, aceptamos esas reglas del juego,
porque lo que obtenemos a cambio es un festín literario. No siempre se busca,
al leer, un análisis de la sociedad; en ocasiones la fascinación está en el
gusto mismo de contar historias, como en los cuentos tradicionales, el gusto de
dejarse llevar, de disfrutar de los guiños. Alba
Ballesta tiene esa capacidad de absorber
al lector, con independencia de lo que narre. Un potencial enorme.
Pues otra autora que no conocía. Y que ya veo que tengo que tener muy en cuenta.
ResponderEliminarBesotes!!!
Tiene un gran futuro por delante. No lo digo por decir: es buena de verdad. Más allá de esta novela en concreto, se le nota en la forma de escribir, en el estilo.
EliminarMe viene genial tu reseña. Yo la tengo en casa pero todavía no me puse con ella, la verdad es que, de los Premios Ateneos, me llama más esta que el ganador senior. A ver si me pongo pronto con ella. Besos
ResponderEliminarEspero que la disfrutes. Yo la devoré; es más breve de lo que parece (tipografía grande, papel grueso, muchos blancos).
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