Edición: Páginas de Espuma, 2015
Páginas: 128
ISBN: 9788483931851
Precio: 14,00 € (e-book: 5,99 €)
Samanta Schweblin (Buenos Aires, 1978) ha sido, para mí, uno de los grandes hallazgos de los últimos años. Su concepción del hecho literario se mueve
en la frontera entre la realidad y, no exactamente la fantasía, sino una
«desviación» del orden establecido. En ocasiones se desvía hacia la sordidez,
en ocasiones adopta aires de ficción especulativa; siempre, en cualquier caso,
se respira una atmósfera lúgubre, que inquieta más por la incertidumbre ante lo
desconocido que por un riesgo evidente. Escribe con un estilo
despojado y preciso, sin florituras, una parquedad que hace más contundentes
sus historias, por cuanto no suaviza, no embellece. Tanto Pájaros en la boca (2009) como Siete casas vacías (2015; Premio de
Narrativa Breve Ribera del Duero), sus dos libros de cuentos publicados hasta la fecha, son una excelente
puerta de entrada a su obra. No, Schweblin no es de las que se toman el relato
como un entrenamiento para la novela: he aquí unas piezas narrativas
magistrales.
Los
siete cuentos que componen este libro se desarrollan en una casa. Con lo de
dentro: las familias. Con lo de fuera: los vecinos. Y con tránsito: la
mudanza, el vaivén de un lado a otro. Estas ideas nutren las narraciones,
que abordan lo doméstico pero sin costumbrismo, con ese instinto para la
extrañeza característico de la autora. «Nada de todo esto»,
protagonizado por madre e hija, narra la curiosa afición de la primera por
inspeccionar viviendas ajenas. Esta excentricidad se ha instalado en la rutina
de las dos mujeres y, aunque la hija intenta apaciguar sus consecuencias, en el
fondo ha asumido ya esa conducta. En «Mis padres y mis hijos», de nuevo los
progenitores, esta vez ancianos, se comportan de manera estrambótica: corretean
desnudos por el jardín, quién sabe si por la senilidad, quién sabe si por una
lucidez de me-da-igual de quien está de vuelta de todo. Este es uno de los
relatos más pícaros y corrosivos de Schweblin (que, por supuesto, tiene su sentido del humor).
En
los cuentos importa tanto la complicidad entre quienes comparten el hogar, que se
han adaptado a la «rareza» de sus compañeros hasta convertirla en «normal»,
como la intromisión del otro, que, en cambio, percibe el componente grotesco de
la intimidad ajena. Por ejemplo, «Para siempre en esta casa» relata cómo los
vecinos se deshacen de la ropa de un hijo muerto, una imagen que no necesita
elementos ilusorios para resultar angustiosa. Por su parte, «La respiración cavernaria», el
más extenso, recuerda (o anticipa: no sé cuál escribió antes) a Distancia de rescate (2014): una mujer hace una lista de cosas que
preparar antes de su muerte. Entonces llegan unos nuevos vecinos. La narración hace unos
saltos en apariencia inconexos, que dan forma a las intermitencias de la mente
enferma. Este delirio, este fluir de la locura, del narrador no confiable,
tiene mucho en común con Distancia de rescate. Y es tan o más perturbador que este. Sin duda, un relato
brillante, el mejor de la compilación.
Samanta Schweblin |
Hay tres más: «Cuarenta centímetros cuadrados», una anécdota bien armada, la
conciencia de lo que se tiene, la pérdida, un texto breve y contundente; «Un
hombre sin suerte», una exploración del contraste entre apariencia y realidad en un encuentro, en la línea de Cara de pan
(2018), de Sara Mesa, menos weird que
el resto (es un cuento de 2012 que no
formaba parte del manuscrito original, y se nota en que no tiende
tanto a lo inquietante-paranoico, lo que no le quita su ración de mala leche);
y, para terminar, «Salir», sobre una mujer que sale de casa de noche, se cruza con un hombre en el ascensor y más detalles que indagan en esas
conductas extravagantes en una persona que se considera «normal»,
no-trastornada.
Como leitmotiv, identificaría la «asimilación de lo
anómalo». Personajes que integran una desviación en sus vidas, y esta a su vez
choca con la desviación de los otros; una imaginería tétrica para incidir en
ese abismo oscuro que todos tenemos dentro. En conjunto, quizá no sea tan
extraordinario como Pájaros en la boca
–hay que apuntar, de todas formas, que Siete
casas vacías tiene bastantes menos cuentos, y el volumen está un poco
descompensado porque La respiración
cavernaria ocupa la mitad de páginas–; aun así, mantiene un muy buen nivel, como todo
lo de la autora, que está construyendo un proyecto fascinante.
Me gusta la idea... Lo anotaré...
ResponderEliminarTanto este como "Pájaros en la boca" son libros de cuentos excelentes; una puerta de entrada magnífica a la obra de Samanta Schweblin.
EliminarEn dos ocaciones uno de sus libros en la mano, en la librería y no se porqué nunca me decidí a llevármelos. Ya la próxima no lo pienso tanto. Buena reseña.
ResponderEliminarMe parece de lo mejor de la literatura actual. Ya me contarás qué te parece.
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