Edición: Galaxia
Gutenberg, 2018 (trad. Gema Moral Bartolomé)
Páginas: 176
ISBN: 9788417088910
Precio: 17,50
€ (e-book: 10,99 €)
–Realmente no tuve suerte –decía–. Podría haber amado a un borracho, a un jugador, a un estafador, a un drogadicto… pero ¡no! Tenía que ser a un auténtico idealista. Así pues, yo también me di al terrorismo. Digamos que fui una buena alumna, eso es todo.*
Romain Gary (Vilna, Imperio ruso, 1914-París, 1980), seudónimo de Roman Kacew, de
origen judío ruso, es uno de los grandes nombres de la literatura francesa del
siglo XX. Novelista prolífico, escribió en diversas lenguas y es el único que
ha recibido dos veces el prestigioso Premio Goncourt; la segunda, eso sí, escondido
bajo otro apodo, lo que generó mucha controversia. Su obra Lady L., recuperada hace unos meses por Galaxia Gutenberg, tiene la
particularidad de haber sido escrita en inglés en 1959, y vertida
al francés por él mismo en 1963; una elección que se entiende al conocer a su
personaje principal, una anciana aristócrata bien instalada en la sociedad victoriana tardía. No obstante, esta dama venerable nació de hecho en Francia, y no ha
olvidado su origen: en estas páginas rememora toda su (apasionante) vida. La
novela fue llevada al cine por Peter Ustinov en 1965, con Sophia Loren y Paul
Newman como protagonistas.
Lady
L. celebra su octogésimo cumpleaños. Vive en una mansión, está rodeada por su numerosa familia y cuenta con el respeto de las personalidades más
ilustres de la sociedad británica. Sin embargo, esta señora extravagante, que
«después de más de cincuenta años en Inglaterra, aún pensaba en francés» (p.
12), no nació en este ambiente de lujo y ostentación, no es una lady al uso. En los primeros episodios,
en un despliegue magistral de estilo e ironía, el autor introduce a una
protagonista inmensa, irreverente, una mujer hecha a sí misma, en quien se
mezclan lo francés y lo inglés, lo elevado y lo vulgar; una mujer de mundo que
está de vuelta de todo y no se asusta, no se escandaliza por nada. Con un gran sentido
del humor y un registro alusivo, el relato de sus vivencias se adereza con
reflexiones sobre la vejez y su aprendizaje a lo largo de los años. Nadie
conoce su pasado ni su secreto mejor guardado, pero después de la
fiesta se lo confía a Sir Percy, poeta de la corte y fiel «caballero sirviente»
(p. 14).
«Annette
Boudin nació en un callejón sin salida» (p. 27). Así comienza la confesión de
Lady L., que recorre la segunda mitad del siglo XIX en el viejo continente. Ese
callejón sin salida resultó no ser tal, en vista del nivel de vida que
consiguió más adelante, pero en un principio nada hacía sospecharlo: Annette,
una joven de familia humilde, tuvo que sobrevivir en los bajos fondos de
Francia trabajando como prostituta, hasta que se cruzó con Armand Denis, un anarquista
revolucionario y, a la postre, su gran amor. Armand no la rescató como un
caballero a su princesa, sino que la convirtió en su aliada, una pícara con quien llevar a cabo acciones de ética dudosa. Acompañados de un
elenco de personajes del movimiento anarquista, Annette y Armand recorrieron
Europa movidos por sus ideales. «Como todos los aristócratas auténticos, tiene
usted un temperamento terrorista, tiene esa clase de humor que a veces produce
el mismo efecto que una bomba» (p. 47), le hace notar Percy a la anciana Lady
L. Y, en efecto, la reconstrucción permite entender cómo llegó a
ser tan astuta, tan terca, tan libre.
Romain Gary |
Romain Gary hace una crítica mordaz de la sociedad británica y, a la vez, una inmersión
en el anarquismo de la segunda mitad del siglo XIX. El estilo
(explosivo, sarcástico, deslumbrante, y no obstante sutil, preciso) del autor justifica por sí solo la lectura, pues no hay página sin
genialidad, pero Lady
L. tiene, además, esa magnífica recreación histórica, en parte realidad, en
parte imaginación, con las aventuras integradas con eficacia en un contexto
político convulso; un retrato más que convincente.
Y, sobre todo, la novela tiene dos grandes personajes, Lady L./Annette y Armand
Denis, dos antihéroes idealistas, gamberros, carismáticos; sin desmerecer tampoco a los
secundarios, que contribuyen a dar forma a un fresco social rico y vivaz.
Una lectura recomendable, en definitiva.
*Cita
de la página 168.
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