Edición: Las
Afueras, 2017 (trad. Javier Bassas Vila)
Páginas: 272
ISBN: 9788494733703
Precio: 22,95
€ (e-book: 14,99 €)
¡Mi condición! ¡Qué palabra más dura y concluyente! Prefería debatirme entre tristes pensamientos. No tener nada era menos deprimente. Sentía el aburrimiento de nuestras miserables vidas, vidas que eran meros números, que hacían bulto, nada más. Es inenarrable y no tiene gracia.*
En
una época en la que las desigualdades y la explotación laboral en
Occidente no solo no han desaparecido, sino que incluso se han acrecentado,
resulta pertinente leer esas obras que ya retrataron una sociedad con problemas
parecidos; obras que, de algún modo, estimulan el sentido crítico al tiempo que
conmueven por su vigor literario. Jean Meckert (París, 1910-1995), que antes de
dedicarse a la escritura desempeñó diversos empleos no cualificados, escribió Los golpes, su ópera prima, en 1936, una
novela que bebe de su experiencia como trabajador raso en el periodo de
entreguerras. El libro se publicó en 1941 y recibió elogios de autores como
André Gide o Raymond Queneau. Más tarde, Jean Meckert prosperó en su carrera
literaria y cosechó un gran éxito con la novela negra popular, que firmaba con
seudónimo. Los golpes fue el título
elegido por Las Afueras, otro sello independiente y exquisito,
para empezar su andadura editorial.
No
es el día a día en la fábrica lo que ocupa el centro de la novela. Félix, el
narrador, un joven operario de un taller de coches de París, indaga más bien en
la vertiente personal, el modo en el que las tensiones de clase repercuten en
el ámbito privado. La perspectiva resulta providencial: comienza su relato
cuando los acontecimientos ya han terminado, y, por lo tanto, narra con
nostalgia por los buenos tiempos, por la inocencia perdida. Al principio, él no
se sentía insatisfecho: estaba cómodo en el trabajo, su jefe lo
valoraba y se llevaba bien con sus compañeros. Tan solo padecía una especie de
vacío; la muerte de su madre cuando aún era un niño lo obligó a trabajar a los
trece años y desde entonces asumió la existencia del obrero sin futuro. Félix
salió adelante con la resistencia de los trabajadores humildes, sin quejarse
por su mala suerte.
En
el taller, traba amistad con Paulette, una mecanógrafa casada pero, como descubre
a su debido tiempo, infeliz. Paulette, trabajadora incansable, contrajo
matrimonio con un holgazán con ínfulas de artista, que la desprecia a la vez
que depende de su salario. Félix reemplazará a su marido: como
todas las historias de amor, la suya tiene un inicio prometedor, que
llena la falta de sentido en Félix y aporta seguridad y alegría a ella;
sin embargo, la situación no tarda en torcerse por lo que él denomina
«aburguesamiento»: el punto en que una relación deja de ser de dos, sin ataduras,
para convertirse en una institución. Una prima de Paulette advierte a Félix que
va a entrar «en una familia de encamisados, una familia de empleados de oficina
y funcionarios. Si quieres tener un hogar tranquilo, deberás inocularte
rápidamente el germen de esa enfermedad llamada “respetabilidad”» (p. 194).
Entre reuniones familiares de domingo, encontronazos con la suegra y salidas
con los amigos, empieza a crecer el malestar.
Los
murmullos de sus nuevos parientes suscitan la inseguridad de Félix: el complejo
de ser «solo» un operario frente a los primos de ella, mejor situados; la
incomodidad ante las preguntas sobre el futuro y la falta de expectativas; la
inestabilidad laboral, que lo obliga a encadenar empleos desde la crisis. Antes, cuando estaba solo y no tenía que rendir cuentas, se aceptaba; la
entrada en sociedad, no obstante, pone de manifiesto los complejos latentes,
potenciados también por la sombra del primer marido, un vago, pero cultivado,
con una sensibilidad de la que Félix carece. El hartazgo, la monotonía de
una existencia sin ilusiones, se traduce en violencia. Paulette no
lo juzga, pero paga la rabia que se va fraguando en él. Se incide en esos
«golpes», físicos y simbólicos, al más débil, a los operarios como Félix,
pero aún más a las trabajadoras como Paulette. Ella se ve indefensa en ambos
matrimonios (se plantea la casa materna como refugio al que volver),
dependiente y subordinada al marido por causas diferentes.
El
punto de vista de Félix tiene una gran importancia: en lugar de narrar el
conflicto con la distancia de una tercera persona, el autor lo muestra desde
dentro, desde la voz de ese chico jovial y honrado que poco a poco se convierte
en un monstruo. Al contarlo tiempo después, expresa su arrepentimiento, comprende
que la ira mal canalizada, y potenciada por el alcohol, destruyó su historia. Es
un narrador que, además, destila frescura y socarronería. Su estilo se acerca
al habla coloquial –Félix no pretende pasar por erudito; habla como lo que es:
un operario un tanto brusco– y utiliza frases cortas, sencillas, pero
incisivas; esa expresión clara y directa, ágil, con diálogo, eficaz para
retratar lo cotidiano que se vuelve asfixiante, con humor pese al
dramatismo. Recuerda un poco a Cesare Pavese, por su voluntad de plasmar la voz
del proletariado.
Jean Meckert |
Los golpes,
además de ser un muy buen debut, sigue vigente: una novela sobre
aquello en lo que se convierte una relación sentimental cuando la frescura de
los comienzos se acaba y, a la vez, una novela sobre lo que carcome a los
hombres del estamento menos privilegiado. Porque la violencia no viene en los
genes; la precariedad y el desprecio continuados, junto con el desarraigo
emocional, avivan esa debilidad que se torna peligrosa cuando el individuo
carece de otros recursos para defenderse. El autor lo narra, y esto es un gran
mérito, a través de un protagonista cercano, carismático, tan próximo que
asusta que sea alguien como él quien se transforme de ese modo. Ahí está el
acierto: señala el quid del conflicto (de clase, de
género) y pone de relieve la hipocresía social.
París también es esto.
*Cita
inicial de la página 117.
Qué interesante parece esta novela, me siento muy identificada con su temática. Me pregunto si se podría hablar de algo así como "literatura obrera", también incluyendo la referencia a Pavese u otros autores y autoras. ¿Qué opinas? Mi enhorabuena por tus reseñas. Son exquisitas.
ResponderEliminarMuy buena observación, Dolores. Sí, sin duda es un buen ejemplo de la "literatura obrera". Otro autor (magnífico) al que podemos incluir aquí es Juan Marsé.
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